El respeto

 

“Por favor, respete las señales de tráfico”. “Tienes que darte a respetar”. “A tu madre la respetas”. “Respeta mis decisiones”. De ésta y otras muchas maneras, escuchamos y utilizamos con frecuencia la palabra ‘respeto’ en nuestra vida diaria. Detrás de esas siete letras se esconde un valor que la sociedad necesita y que toda persona recta debe buscar.

 

A la raíz de los grandes problemas de nuestro mundo, encontramos profundas faltas de respeto. En consecuencia, las soluciones que con tanto afán buscamos radican en la vivencia de este valor –tesoro de la humanidad–, en sus diversas facetas.

 

-Si aprendemos a respetar al medio ambiente y a administrar bien los recursos que nos regala la naturaleza, se evitarán catástrofes presentes y futuras; todos disfrutaremos de un lugar más próspero para vivir, como Dios quiere.

 

-Si todos respetamos las leyes de tráfico, ¡cuántos accidentes mortales estaremos previniendo!

 

-Si todos decidimos ser honestos –¡respetando, por ejemplo, las leyes fiscales!–, redundará seguramente en el bien de muchos.

 

-Si pensamos antes en el respeto a los derechos de los demás que en los nuestros, tal vez habrá menos hambre, menos pobreza y marginación en el mundo.

 

-Si actuamos siempre de acuerdo a la máxima del respeto: “trata a los demás como quieras que te traten”, todos viviremos más felices y tranquilos, se acabará la violencia, la delincuencia y tantos otros males.

 

La lista podría extenderse. Pero pueden parecer falsas promesas o sueños irreales. Este ideal de respeto requiere una motivación justa y la educación en los detalles.

 

Se puede respetar por el puro temor a una consecuencia negativa; como quien no hace tonterías porque no quiere ganarse un castigo o el empleado que cumple su trabajo porque no quiere ser despedido.

 

 

 

 

El respeto también puede estar motivado por un auténtico sentido de justicia. Respetamos el trato hecho porque somos “hombres de palabra”. Respetamos las propiedades ajenas porque sabemos que no nos pertenecen.

 

Pero el respeto puede y debe ir más allá del temor y de la simple justicia. El amor es el motor que puede impulsar el respeto a mayores profundidades. Sólo el esposo que ama de verdad, respeta su promesa de fidelidad a su mujer. Sólo la madre que ama, educa con respeto y cariño a sus hijos. Sólo los hijos que aman y valoran lo que sus padres hacen por ellos, les estarán respetando de verdad. El novio respeta a su pareja si la ama de verdad. Respeto al amigo en el momento difícil; respeto a los demás con nuestras palabras, evitando la crítica; respeto a nosotros mismos, a nuestro cuerpo y a nuestra dignidad... todo esto es posible únicamente si nos motiva el amor. El respeto será auténtico y profundo en la medida en que está motivado por el amor.

 

Por amor a la verdad, es preciso respetar lo que es el auténtico respeto. Hoy se habla mucho de tolerancia y algunos entienden el respeto como dejar que cada quien haga y piense como quiera. Pero el respeto implica, ante todo, el respeto a la verdad. El vecino puede pensar que la vida del no nacido no vale nada. Habrá que respetar al vecino, como persona; pero también habrá que respetar la verdad y defenderla. Nunca faltaremos al respeto por decir y actuar conforme a la verdad.

 

La verdad última en la que se fundamenta toda forma de respeto nos remite al Autor de esta obra de arte que es el ser humano. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Cuando respetamos a la persona -al vecino, al aún no nacido, a los hijos, a los padres, a nosotros mismos-, podemos escuchar lo que Cristo dice en el Evangelio: "A mí me lo hiciste".

 

El nexo entre respeto y caridad es fuerte y profundo. El respeto, a fin de cuentas, no es sino una manifestación del amor. Del amor que Dios nos ha tenido. Y del amor que nos llama a reflejar.