Un Curso de Milagros
Reencarnación ascendente contra resurrección

Xoán Xulio Alfaya
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España

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Reencarnarse es renacer, tras la muerte, en un cuerpo distinto, animal, humano o incluso vegetal o mineral en algunas culturas. La reencarnación aparece en casi todas las culturas, desde las más primitivas hasta las más evolucionadas, como un intento de explicación del destino del hombre más allá de la muerte. Para quienes creen en ella, en el momento actual y en la sociedad occidental, la reencarnación ofrece las siguientes ventajas con respecto a la concepción cristiana:
La creencia en la reencarnación comienza a introducirse en Occidente ya en el siglo XVI con Giordano Bruno (1548-1600), que moriría quemado en la hoguera como hereje después de ser acusado ante el Santo Oficio por su propio protector. Felipe Bruno entra a los 15 años en la orden de los dominicos donde cambia su nombre por el de Giordano. A partir de los 18 años, las nuevas ideas de la Reforma protestante la afectan profundamente y le llevan a poner en duda su fe católica. A pesar de ello, se ordena sacerdote. En 1576 abandona la orden y comienza a viajar por toda Europa. En Ginebra, intenta abrazar el calvinismo, que abandona desencantado al poco tiempo por encontrarlo tan fanático y dogmático como el catolicismo, evolucionando entonces hacia un monismo panteísta en el que ya se encuentran casi todos los elementos del gnosticismo y del panteísmo nuevaeriano moderno. Para Bruno no existen la forma y la materia, sino una sustancia única, la naturaleza, que es divina, muy semejante al concepto de energía de Nueva Era.

El conde de Saint-Germain, en tiempos de Luis XIV, afirmaba recordar sus vida pasadas. Volvemos a encontrar las ideas reencarnacionistas en el científico y visionario sueco Emanuel Swedenborg (1688-1772), fundador de la iglesia Nueva Jerusalén. Más cerca ya de nosotros, Salvador Dalí afirmaba ser la reencarnación de San Juan de la Cruz. Leon Tolstoi (1828-1910) escribió: "Los sueños de nuestra vida presente son el ambiente en el que elaboramos nuestras impresiones, pensamientos, sentimientos, de una vida anterior..." Uno de los psicólogos preferidos de Nueva Era, Carl Gustav Jung (1875-1961) escribió: "La vida de uno se prolonga en el tiempo pasando a través de diferentes existencias físicas; o, desde otro punto de vista, se trata de una secuencia vital interrumpida por diferentes reencarnaciones". Ian Stevenson, del departamento de Medicina y Psiquiatría Conductista de la Universidad de Virginia (Estados Unidos), impulsó la creación de un registro de casi dos mil casos de presuntas experiencias de reencarnación.

En una encuesta realizada en 1998 por el Departamento de Documentación y Estadísticas de la Fundación SPES (Argentina) entre jóvenes de ambos sexos de cuarto año de colegios secundarios católicos de la Capital Federal, Gran Buenos Aires y ciudades del interior del país resultó que más del 50% de los alumnos y alumnas encuestados creían en la reencarnación. Teniendo en cuenta que todos fueron formados en colegios católicos (que se supone cuentan con un grado básico de formación cristiana, después de tres años de catequesis impartidas en los tres primeros cursos del colegio secundario), este resultado no deja de ser alarmante.

Las nuevas corrientes basadas en la teosofía, la psicología transpersonal o el rebirthing introducen las "terapias de vidas pasadas", fundadas en el supuesto recuerdo y curación de experiencias de otras vidas que estarían en el origen de los conflictos psicológicos del presente.


La reencarnación en las culturas primitivas
Los zulúes creen en una reencarnación del alma en varios animales sucesivamente hasta lograr, por fin, reencarnarse en una persona. Pasada esta etapa, el alma estaría ya más cerca de la unión con el ser supremo. En Madagascar, los betsileo creen en un tipo de reencarnación que reproduce la estratificación en clases de su sociedad: los nobles se reencarnarían en boas, las personas pertenecientes a la clase alta se reencarnarían en cocodrilos y las de clase baja en anguilas. En otros pueblos de África creen que los jefes se reencarnan en leones, mientras que las clases bajas lo hacen en chimpancés. La mayoría de las culturas reducen las posibilidades de reencarnarse a los animales y los humanos, pero los aborígenes de Australia admiten la reencarnación en plantas, agua, fuego, viento, sol, luna, estrellas, etc.

 

La reencarnación en el hinduismo

Los hindúes hablan de samsara para referirse a la reencarnación, la transmigración de las almas o el renacimiento. El samsara está determinado por la ley del karma que es una ley de causa y efecto. Las buenas acciones generan un karma positivo y las malas un karma negativo. La reencarnación de las almas tiene entonces un sentido de expiación kármica por las malas obras y constituye una oportunidad de purificación con tal de que el alma acepte y se ajuste a su nueva condición lo que, en la India, significa la total prohibición de salir de la casta o subcasta en la que se ha nacido. Un paria tendrá que serlo durante toda su vida y sólo podrá salir de su casta cuando, después de la muerte, haya merecido reencarnarse en una persona de casta superior. Vemos cómo la reencarnación hinduista reproduce, igual que en los pueblos primitivos, la estructura clasista de la sociedad. La mayor parte de los misioneros y cooperantes cristianos en la India tienen problemas con los grupos hinduistas más fanáticos que les acusan (llegando a veces al asesinato) de sacar a las personas de su casta, impidiendo así su proceso de purificación kármica. Está claro en este caso cómo la religión sirve de soporte ideológico y justificación "teológica" de los privilegios de las clases altas, a la vez que perpetúa la miseria de las clases inferiores. Cada creyente vive convencido de que su posición social es una consecuencia de su karma y por lo tanto no hará nada por salir de ella. La miseria es así asumida con un fatalismo de raíz religiosa incompatible con toda tarea de promoción social. Esta situación persiste en la India actual a pesar de la prohibición legal del sistema de castas.

La palabra casta es la traducción de varna que significa "color". Los colores blanco, rojo, azul y negro corresponden a las cuatro grandes castas de la India. "Casta" fue un nombre dado por los portugueses y proviene del latín "castus" = "puro, no mezclado". Si bien el número de castas son cuatro, hay en total cerca de 5.000 subcastas, 4.635 según un censo reciente citado por Manuel Guerra Gómez . La casta superior está constituida por los brâhmanas. Son sacerdotes o intelectuales encargados de la custodia y la transmisión de la doctrina. Le siguen los ksátriyas, los nobles y guerreros, que detentan el poder temporal, controlan la administración, la justicia y el gobierno. A esta casta pertenecían Buda y Jina, fundadores respectivamente del budismo y del jinismo. En tercer lugar, los vaisyas se dedican a la agricultura, la ganadería y el comercio. Finalmente, los sûdras o siervos tienen como destino el servir a las tres castas superiores. Por último, los parias no tienen casta, son los descastados, prácticamente no existen como ciudadanos ni como personas, aunque sean unos 105 millones en el momento actual.

Los de las castas superiores no pueden entrar en la casa de un paria, ni en un lugar donde esté un paria, ni comer en su presencia, ni beber el agua sacada por él, ni recibir nada de sus manos, ni utilizar algo (utensilio, etc.) usado, etc. En algunas regiones de la India pueden salir de sus chozas y andar por las calles sólo de noche. - Manuel Guerra Gómez, "Historia de las Religiones" -

Los sudras y con mucha mayor razón los parias no deben contaminar con su sombra a los bráhmanas, por lo que deben permanecer al menos a 32 pasos de éstos. Para los hindúes las castas tienen un origen divino y cada una forma una parte del cuerpo de Púrusa: la cabeza y la boca son los brâhmanas, los brazos los ksátriyas, las piernas los vaisyas y la tierra pisada por los pies los sudras. Esta estructura férreamente clasista y racista de la sociedad está totalmente basada en la creencia de los hindúes en la reencarnación que ni tan siquiera las leyes civiles consiguen abolir o atenuar, por ejemplo la Constitución de 1947, aunque en las grandes ciudades comienza a haber ya una cierta mezcla de castas.


La reencarnación en el budismo

En el budismo no existe nada parecido al alma, por lo tanto habría que preguntarse antes de nada qué es lo que se reencarna según esta filosofía. El ego no existe, es ilusorio, por lo tanto no puede reencarnarse. Si seguimos por este camino lo más probable es que lleguemos a un callejón sin salida, porque el budismo, al negar el alma, no ofrece ni puede ofrecer una respuesta satisfactoria a esta cuestión. Aún así, los budistas creen en una reencarnación que tiene ciertas diferencias con el concepto que de la misma tienen los hinduistas. La primera diferencia es la que acabamos de apuntar, que el budismo no admite una entidad espiritual diferente del cuerpo a la que nosotros llamamos alma. A partir de esta contradicción básica, no resuelta por la doctrina budista, los budistas admiten dos tipos de reencarnación que serían la reencarnación por necesidad y la reencarnación por compasión.

La reencarnación por necesidad es el proceso por el que debe pasar la mayoría de los mortales antes de entrar en el nirvana o disolución del individuo en el Absoluto vacío. La inmensa mayoría de los mortales se reencarna por la inercia de su karma. La reencarnación por compasión es una opción libre de aquellos seres que han alcanzado la iluminación y que, por lo tanto, al carecer de karma negativo que purificar, pueden elegir reencarnarse conscientemente convertidos en bodisatvas para ayudar a los demás a liberarse del círculo infernal del samsara o rueda de las reencarnaciones. Según la doctrina budista de la reencarnación, cada persona debe renacer sucesivamente en cinco clases de seres: monstruos infernales, fantasmas hambrientos, animales, seres humanos y dioses. Es este último renacimiento el que pone fin al interminable círculo de reencarnaciones o samsara y mediante el cual se alcanza el nirvana o liberación total.

El vegetarianismo budista no tiene su origen en un concepto de salud natural o de medicina alternativa como el occidental, sino en la reencarnación. Matar un animal es cortar un ciclo de purificación de alguien que se ha reencarnado en él para limpiar su karma negativo. Sin embargo, esto no encaja bien con cierta cultura del suicidio que existe en Japón, tan influenciado por el budismo zen (recordemos el ritual del harakiri o los pilotos suicidas o kamikazes) ni con la aceptación del aborto por parte de los budistas. ¿No se interrumpe en estos casos el proceso de limpieza kármica por el que según los budistas estamos en esta vida?


 

La reencarnación en Nueva Era

La reencarnación en la que creen los seguidores de Nueva Era difiere de la reencarnación tal como la conciben las religiones orientales, sobre todo el hinduismo y el budismo, por su carácter siempre positivo y ascendente. La reencarnación es para Nueva Era un proceso de autorrealización espiritual, de evolución y ampliación ilimitada de la conciencia a través del paso por sucesivas vidas. Hablan los nuevaerianos de una "teoría pura" de la reencarnación que, a diferencia de la reencarnación imperfecta de los orientales, señala con claridad que un alma humana que ha entrado en determinado nivel no puede retroceder. Por lo tanto todas sus reencarnaciones serán hechas en cuerpos humanos pertenecientes a diferentes personas, en varios épocas, países, profesiones, estados sociales e incluso sexos diferentes. Dicen que no sería justo que hubiera una sola vida en la materia, ya que no es un espacio de tiempo suficiente para poder lograr la perfección y la plenitud de conciencia que permite al ego disolverse en la divina Unidad. La reencarnación según los seguidores de Nueva Era es pasar de una vida a otra siempre más hermosa, más perfecta, más próxima a la total fusión con la energía cósmica que todo lo llena y fuera de lo cual no existe nada.

Para un nuevaeriano el pensar que en una sola vida un alma pierde o gana el cielo para siempre, sería negar la existencia de la sabiduría divina. El pretender que un bebé que sólo vivió unos días o unas horas, se vaya al cielo para siempre, sin haber tenido la oportunidad de ganárselo con sus actos en el mundo de los hombres también les parece ilógico e injusto y, por lo tanto, impropio de Dios. Afirman en Nueva Era, sin ninguna base teológica, que la reencarnación tiene un fundamento bíblico. Así consideran que Juan el Bautista era una reencarnación de Elías y que Jesús nunca enseñó la reencarnación, pero tampoco la negó. Otro argumento a favor de la reencarnación según Nueva Era es la existencia de niños prodigio con dotes naturales que normalmente exigen toda una vida de aprendizaje. Estos niños que llevan a cabo insólitas hazañas memorísticas o complicados cálculos matemáticos, que demuestran gran dominio de idiomas o un asombroso talento musical, son citados con frecuencia como pruebas vivientes de reencarnaciones. Citan el caso de Mozart que a los cuatro años ya componía sencillas piezas musicales o Pascal que a los once ya había esbozado un nuevo sistema geométrico.

 


Otra vez el naufragio de la persona

En el tema de la reencarnación, lo mismo que hemos visto en el panteísmo o el holismo, y como veremos al hablar de la psicología transpersonal, lo que naufraga es una vez más la persona. El vocablo persona es de origen griego y designaba la máscara teatral de los actores a través de las que su voz resonaba con fuerza. Personare, en latín, es "sonar a través de algo". El desarrollo del concepto de persona se debe sobre todo al cristianismo. San Agustín lo utilizó para referirse a la Trinidad y al ser humano. Boecio definió a la persona como sustancia individual de naturaleza racional. Locke identifica a la persona con el yo o conciencia moral. Para Kant, el hombre es persona en tanto que portador de la ley moral y capaz de autonomía, y por ello digno de respeto, dotado de dignidad y sin precio. Para Max Scheler "La propiedad fundamental de un ser espiritual es su independencia, libertad o autonomía esencial frente a los lazos y presión de lo orgánico, de la vida, de todo lo perteneciente a la vida y, en consecuencia, de la 'inteligencia' impulsiva, propia de ésta. Tal ser espiritual ya no está vinculado a sus impulsos ni al medio, sino que es libre frente al medio, está abierto al mundo. Tal ser tiene mundo". Para este filósofo todo espíritu es esencialmente personal y la idea de un "espíritu impersonal" es contradictoria. La persona es sujeto de valores morales, es capaz de trascendencia, es libre, es capaz de dar y recibir amor, es individual, es decir, no es susceptible de disolverse en el océano de lo impersonal.

Desde el punto de vista teológico , el hombre ha sido creado a imagen de Dios, uniendo en su propia naturaleza el mundo espiritual y el mundo material, ha sido creado como hombre y mujer y ha sido constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo:


El ser humano ha sido creado a imagen de Dios

El ser humano ha sido creado a imagen de Dios. Según el Catecismo de la Iglesia Católica: "De todas las criaturas visibles sólo el hombre es 'capaz de conocer y amar a su Creador' (GS 12,3); es la 'única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma' (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad." Es precisamente este ser creado a imagen de Dios lo que le confiere al ser humano su identidad y su dignidad de persona. El ser humano no es "algo", un ego o un conglomerado de energías destinadas a disolverse en un todo impersonal, sino alguien. Su identidad no se diluye ni temporal ni espacialmente en la del cosmos ni en la de una divinidad impersonal, y su dignidad es diferente y superior a la de los demás seres creados por Dios: reino animal, vegetal y mineral. Uno de los efectos de la creencia en la reencarnación es la despersonalización del ser humano, su equiparación en identidad y dignidad al resto de la creación, sin ningún tipo de diferencia, lo que lleva a diversas formas de zoolatría (que es algo muy diferente al legítimo amor a los animales) o a formas de ecologismo basadas en una divinización del planeta tierra, llamado en muchos casos Gaia, una especie de divinidad femenina.


La persona es un ser a la vez corporal y espiritual

En la concepción cristiana el cuerpo del hombre es sumamente importante y está destinado a la resurrección final. No es, como en el Curso de Milagros, el "héroe del sueño", y participa de la dignidad de imagen de Dios tanto como el alma. Toda la persona humana, cuerpo y alma, es templo del Espíritu Santo.

"Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan su voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y ha de resucitar en el último día. Herido por el pecado, experimenta, sin embargo, la rebelión del cuerpo. La propia dignidad humana pide, pues, que glorifique a Dios en su cuerpo y no permita que lo esclavicen las inclinaciones depravadas de su corazón". - Encíclica Gaudium et Spes, n. 14 -

En el pensamiento cristiano alma y cuerpo forman una unidad profunda, inseparable, constitutiva de tal hombre o tal mujer, tal persona concreta, única e irrepetible, de modo que un alma no puede andar viajando a través del tiempo de cuerpo en cuerpo hasta lograr, en el mejor de los casos, disolverse en el Todo, en la Eterna Amorfía, en el Absoluto Vacío del zen o en el nirvana del budismo. El cristianismo no es dualista ni monista. El dualismo afirma la existencia de dos realidades irreconciliables: el espíritu y la materia, una superior a otra. El monismo espiritualista niega la existencia de la materia a la que le confiere la naturaleza efímera y volátil del sueño, mientras que para el monismo materialista (como en el llamado "materialismo científico" marxista) todo es materia. Para esta ideología, el espíritu, el alma, Dios, los ángeles, el cielo, la vida eterna, el más allá, no existen.


Hombre y mujer

El hombre es querido por Dios en su dualidad sexual de hombre y mujer. Nuestra condición sexual no es sólo física, sino también psicológica y espiritual, es decir, abarca todo nuestro ser, nuestra manera de estar en el mundo, de relacionarnos, de amar, de crear. Hombre y mujer, en tanto que personas, son perfectamente iguales en dignidad, en libertad, en derechos, en capacidad intelectual y en dones espirituales. Ambos han sido creados a imagen de Dios que no tiene preferencias por uno y otro sexo. Si bien Dios ha sido representado a imagen del hombre (sobre todo como padre y como esposo), es espíritu puro y por lo tanto no es ni hombre ni mujer, de modo que ambos, el hombre y la mujer, reflejan algo de la perfección de Dios, pero Dios transciende cualquier representación antropomórfica.

El hombre y la mujer son complementarios, están hechos el uno para el otro, destinados a ayudarse. Iguales en cuanto personas, se complementan en cuanto a identidades masculina y femenina. El feminismo radical pretende una igualdad total, ontológica, entre el hombre y la mujer que borra sus identidades. El reencarnacionismo cree que "algo", que no sabemos bien qué es, puede cambiar de identidad sexual de una vida a otra casi hasta el infinito. Algunos reeencarnacionistas de Nueva Era son capaces de fabricar y de "vender" interminables listados de vidas pasadas de una misma persona (¿) que puede pasar de un sexo a otro, de una profesión a otra, de un nivel de perfeccionamiento moral y metafísico a otro como quien cambia de chaqueta. Es como si el "alma", el "ego" o eso que no sabremos nunca en qué consiste y que se reencarna una y otra vez anduviese de paseo de vida en vida hasta llegar a la meta final que es la disolución en la divinidad impersonal.

 


El ser humano es superior al reino animal, vegetal y mineral

De toda la creación, sólo el hombre y la mujer son creados a imagen y semejanza de Dios. En Génesis 1,28 vemos cómo el hombre y la mujer están llamados a someter la tierra, a utilizarla en su propio beneficio como buenos administradores de Dios. Esto no tiene nada que ver con la explotación y el dominio arbitrario y destructor al que, con razón, se oponen las nuevas corrientes ecologistas. El hombre y la mujer comparten el amor de Dios por su creación, la admiran, la cuidan, se extasían ante su belleza, pero no la idolatran ni la confunden con Dios mismo. En el reencarnacionismo clásico, sobre todo hinduista y budista, el hombre puede reencarnarse en una animal, en un vegetal e incluso en un mineral, de aquí por ejemplo que algunos monasterios estén invadidos de ratones o cucarachas que conviven "fraternalmente" con los monjes porque se supone que son "personas" (¿?) que están purificando su karma negativo en su camino hacia la unidad con el Todo impersonal. En los alrededores de muchos monasterios zen del Japón se refugian infinidad de perros sin dueño que son acogidos y cuidados por los monjes no en su calidad de animales que necesitan protección, sino de seres reencarnados en camino hacia la disolución en el Absoluto Vacío.


El hombre, amigo de Dios

El hombre ha sido creado en la amistad con su Creador, en armonía consigo mismo y con la creación. Esta amistad con Dios no sería posible si cada uno no tuviese su propia identidad. La amistad con Dios es incompatible con esa unión fusional que pretende Nueva Era, como meta de la vida humana, en la que no existen ni yo ni tú, en la que todo es uno sin otros límites que los que impone una visión ilusoria de la realidad de la que hay que liberarse. En el cristianismo esa unidad con Dios, como ya hemos visto, se da en el amor, no en la disolución en lo impersonal. O dicho con las palabras de Ruusbroec:

"Unificados en su Amor, pero no idénticos en su naturaleza, pues esto equivaldría a ser Dios sin dejar de ser nosotros mismos, lo cual es imposible" - Espejo 24,7.

"Cuando digo que somos uno con Dios ha de entenderse por amor no en esencia ni por naturaleza, porque nuestra esencia es criatura y la esencia de Dios es increada. Entre Dios y la criatura hay diferencia infinita. Por eso, aunque están unidos, no pueden ser idénticos. Si nuestra esencia se redujese a nada, no tendríamos ni conciencia, ni amor ni bienaventuranza. No podemos pasar de nuestra esencia a la supraesencia más que por el amor. Somos dichosos en nuestra esencia si vivimos en el amor. Llegamos a ser felicidad en la esencia de Dios, si morimos en la esencia de Dios por gozar de Él. Por eso se dice un vivir muriendo y morir viviendo. Morimos en Dios y vivimos en Dios" - Espejo 25.

Estas mismas ideas se repiten en San Juan de la Cruz: Cántico 39,5; 38, 4; 34, 4 y 6; 26, 5 y 8. Subida 2, 7 y 8. Llama 1, 3 y 4.

 


La comunión de los santos

A principios de la era cristiana, en unas excavaciones en Egipto, se encontró una carta de pésame de un pagano cargada de pesimismo e impotencia ante la muerte: "Irene a Taonofris y Filón, que tengáis buen ánimo. Me he apenado y llorado por el difunto como lloré por Dídimas. Y he hecho todas las cosas que eran de rigor, yo y todos los míos, Epafrodito y Tremotion, y Filón y Apolonio y Plautas. Sin embargo, nada puede uno frente a tales cosas. Consolaos, pues, uno a otro. Que estéis bien." En las mismas excavaciones se encontró la carta de un cristiano que denota una actitud totalmente diferente ante la muerte: "... ni mujeres justas ni pecadoras sufrieron jamás lo que tú has sufrido. Sin embargo, tus pecados son nada. Glorifiquemos a Dios porque Él dio y Él tomó. Pide que el Señor les dé descanso a ellos, y a vosotros os conceda cantar con ellos en el Paraíso". Frente al "nada puede uno frente a tales cosas", nos encontramos con el "Glorifiquemos a Dios..." y el "cantar con ellos en el Paraíso". En estas dos cartas de pésame vemos dos actitudes radicalmente distintas ante la muerte que persisten hoy: una pesimista y resignada y la otra gozosa, optimista y confiada. San Francisco de Asís hablaba de la hermana muerte, no considerándola como una amenaza ni una causa de temor o ansiedad, sino como un hecho que el que ha perseverado en el amor de Dios ha de vivir con perfecta paz y alegría interior.

En el evangelio de Lucas, cuando el centurión asiste conmovido a la muerte de Cristo, no se sume en una especie de pesimismo depresivo, sino que espontáneamente glorifica a Dios diciendo: "Realmente, este hombre era justo" (Lc 23,47).

Una de las consecuencias más dramáticas de la creencia en la reencarnación es la dificultad para comunicarse con las almas de los difuntos y la falta de paz interior que ello conlleva. He conocido muchas personas que viven verdaderos dramas a consecuencia del fallecimiento de un ser querido debido a sus creencias reencarnacionistas. En el polo opuesto, he conocido también personas cristianas que han experimentado una revitalización de su fe al comprobar por sí mismos ese gran misterio que es el descanso eterno y la comunión de los santos. Han podido comprobar la presencia misteriosa de ese ser querido, fuera ya de los límites del tiempo y la materia, el poder de su intercesión y su agradecimiento por las oraciones de quienes le expresan así su amor desde la tierra.

No sé si ahora, pero cuando era niño estudiábamos los tres estados de la Iglesia: la Iglesia militante, que peregrina en la tierra; la Iglesia purgante, que se purifica antes de entrar en la intimidad de Dios, y la Iglesia triunfante compuesta por los que ya pueden gozar de la contemplación de Dios cara a cara, tal cual es. No se trata de tres iglesias, sino de una sola Iglesia en tres estados diferentes, no aislados, sino en plena comunión entre ellos . Es lo que se llama la comunión de los santos. Hoy, a nivel coloquial, entendemos por santos a los santos de altar, a los grandes santos canonizados solemnemente por la Iglesia; pero en realidad los santos son todas las almas que viven en gracia de Dios. Así lo entendían también los primeros cristianos y éste es el sentido de la celebración el uno de noviembre de la Festividad de Todos los Santos.

Los santos interceden por nosotros desde el cielo y es una de las experiencias más hermosas para el cristiano el experimentar que esto es así realmente, que no es una mera teoría. Los santos gozan ya de la presencia de Dios y viven plenamente en su amor, compartiendo con Él su amor por nosotros, intercediendo por nosotros, inspirándonos y ayudándonos en nuestro camino hacia Dios. Nosotros, a su vez, los recordamos con amor y oramos por ellos. Nuestra oración les ayuda y, a la vez, hace más eficaz su intercesión por nosotros. Digamos que nos comunicamos con ellos a través de Dios y en Dios.

El debilitamiento de nuestra fe en estos tiempos difíciles de materialismo y pseudoespiritualismo que todo lo inundan hace que olvidemos nuestras más hermosas tradiciones y las cambiemos irresponsablemente por unas creencias de moda que son en realidad puras baratijas al lado de las verdaderas joyas de nuestra fe cristiana.

 


Dar la propia vida por amor a los demás

Existe además un enfoque de la muerte que es exclusivo del cristianismo: el de dar la propia vida por amor a los demás. Esto es evidente en el caso de Jesús que, antes de morir, les dice a sus discípulos: "Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 12-13). Jesús dio su vida por nosotros, por amor a todos nosotros. No nos ofreció sus ideas, como haría un filósofo o un ideólogo, no nos dejó sus maravillosas parábolas o sus inolvidables discursos, como el Sermón de la Montaña, ni tan siquiera sus impresionantes oraciones (entre ellas, el Padrenuestro) ni nos dejó sus portentosos milagros. Jesús fue mucho más allá que todo eso y nos entregó su propia vida por amor a nosotros, a todos nosotros, sin excluir a nadie. Son muchos los cristianos que, después de Él, han entregado su vida por amor a los demás.

Para quienes hemos vivido las escalofriantes contradicciones y turbulencias del siglo XX, es casi inevitable pensar en el martirio del P. Maximiliano Kolbe. Merece la pena citar aquí el testimonio de Bruno Borgoviec, sepulturero del búnker en el que murió. Sucedió así: En el campo de Auschwitz se fugó un preso. Como represalia, los SS condenaron a morir de hambre y sed a varios reclusos, entre ellos un padre de familia que lloraba amargamente. El P. Kolbe, al conocer el hecho, se ofreció voluntariamente a morir a cambio de él, y los SS, aunque extrañados por semejante decisión, lo aceptaron. Los condenados a morir de hambre y sed fueron encerrados en una celda inmunda. Todos los días rezaban en voz alta el rosario y entonaban cantos religiosos a los que se sumaban los condenados de las celdas vecinas.

"Las ardientes plegarias y los cánticos a la Madre Santísima de aquellos infelices se difundían por todos los corredores del búnker. Me parecía estar en una iglesia. Comenzaba las oraciones y cánticos el padre Kolbe. Los demás prisioneros respondían a coro. Más de una vez se encontraban tan inmersos en la oración, que no advertían la presencia de los SS para la visita de inspección. Finalmente, a los gritos de éstos, las voces orantes se apagaban. Al abrir las celdas, los pobres desdichados imploraban, llorando, un pedazo de pan y un sorbo de agua."

Los condenados llegaban a beber su propia orina a causa de la sed. El padre Maximiliano no emitía una sola queja. Sus oraciones, a medida que se iba debilitando, se convertían en un susurro. Se mantenía sereno y en paz ante los SS que lo veían sin poder disimular su admiración. Al cabo de dos semanas, los condenados comenzaron a morir uno tras otro, quedando sólo cuatro, entre ellos el P. Kolbe. Como las autoridades del campo necesitaban la celda para otras víctimas, ordenadon al criminal y delincuente Boch inyectarles ácido fénico por vía intravenosa. El P. Kolbe extendió su brazo sin dejar de orar. Borgoviec lo contempla ya muerto, sentado con la espalda apoyada en el muro:

"Su rostro, sereno y bello, estaba radiante. Así murió el sacerdote, el héroe del campo de Oswiecim (en alemán, Auschwitz), ofreciendo espontáneamente su vida por un padre de familia, en paz y silencio, orando hasta el último momento".

 

Su cuerpo fue quemado en el horno crematorio del campo de concentración de Oswiecim el 15 de agosto. Como Jesús, dio su vida por amor: "Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente" (Jn 10,18). El P. Kolbe, hoy san Maximiliano Kolbe, fue canonizado por Juan Pablo II en 1992. Su fiesta se celebra el 14 de agosto. "El odio -le dijo el P. Kolbe al doctor Stemles- no constituye ninguna fuerza creadora; nuestros sufrimientos amorosamente ofrecidos, por el contrario, resultan necesarios a fin de que aquellos que vengan después puedan ser felices". A la mayoría de nosotros, casi con seguridad, no se nos va a pedir que lleguemos a este extremo, pero sí que le ofrezcamos a diario nuestras vidas a Dios, con nuestras penas y nuestras alegrías, con nuestros desánimos y nuestras ilusiones, como un rosario de pequeños actos y pensamientos, la mayoría de las veces totalmente anónimos, engarzados en el amor a Dios y a los demás.

 


El más allá

La muerte física pone fin a este tiempo de prueba, de lucha y de maduración en el amor que es la vida. Podríamos decir que nuestra vida en la tierra es un período de aprendizaje para el amor, para el descubrimiento de Dios, para amar y perdonar como Dios nos ama y nos perdona. La muerte física consiste en la separación del alma del cuerpo. Pero ésa no es la verdadera muerte, ya que nuestra alma sobrevive a la muerte y nuestros cuerpos resucitarán al final de los tiempos para un juicio de vida o de condenación. La verdadera muerte es la muerte eterna, la separación definitiva del amor de Dios y de nuestros hermanos. Esta idea es profundamente impopular en una sociedad consumista en la que el Estado del Bienestar parece como si tratase de perpetuarse más allá del tiempo limitado de esta vida terrenal. Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo se definen en cierto modo como "seres con derechos". La mentalidad del hombre moderno es la de no verse excluido de ningún tipo de bienestar ni felicidad, material o espiritual, incluida la felicidad eterna, aunque no la haya merecido ni haya movido un solo dedo para conquistarla. Así como tenemos derecho a la educación, a la cultura, a la salud, a la libertad, a la seguridad, a un salario mínimo, al honor, a la igualdad de sexos, a la no discriminación por motivos raciales, ideológicos o de creencias, al sufragio universal, a que los coches se paren cuando cruzamos un paso de cebra, a que se atiendan nuestras reclamaciones ante la administración pública o ante la empresa privada, a la calidad garantizada de los productos que compramos, etcétera, parece como si también tuviésemos derecho a la felicidad eterna por el simple hecho de haber nacido y de ser personas. Es inherente a nuestra mentalidad este "tener derecho a...". Por eso la idea del infierno resulta profundamente antipática y provoca un gran rechazo entre teólogos y fieles.

Por otra parte la idea moderna de un Dios de amor se equipara, por cierto contagio psicológico, con la de un Dios tolerante y permisivo que nos deja hacer todo lo que nos dé la gana y que al final, sea cual sea nuestro modo de vida, nos acogerá en sus brazos amorosos para toda la eternidad. Nuestra idea de Dios vendría a ser como una proyección de nuestra mentalidad tolerante y permisiva en la que hemos sido educados por los llamados sistemas democráticos. La idea del infierno es, pues, incompatible con esta tolerancia y permisividad que inconscientemente le atribuimos y exigimos a Dios. Es más, el hombre moderno no sólo se considera con derechos sobre los demás, sino incluso sobre el mismo Dios. O, por decirlo con otras palabras, Dios no tendría derecho a excluirnos de su amor aunque nosotros hayamos preferido y consagrado nuestra vida a otros amores: éxito, posición social, dinero, placer, fama, consumismo, etc.

El infierno es definido en el Catecismo como un "estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados" . La Iglesia enseña que el infierno existe y que es eterno. La mayor pena del infierno es la separación eterna de Dios que es el sentido último de la vida del hombre. Nueva Era, como producto ideológico de la sociedad desarrollada y consumista "made in USA", no sólo no admite la existencia del infierno, sino que niega también la de la reencarnación clásica del budismo o del hinduismo que, mientras haya karma que purificar, puede ser una reencarnación negativa o descendente. Nueva Era opta, como solución, por la reencarnación ascendente.

El purgatorio, según la doctrina cristiana, es la purificación final de los que mueren en la gracia y la amistad de Dios pero que, imperfectamente purificados, todavía no están preparados para presentarse ante Él y verle cara a cara. Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, perfectamente purificados, le ven tal cual es. Esta comunión de vida y de amor con la Santísima Trinidad, con la Virgen, con los ángeles y los bienaventurados se llama cielo. "El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha" . Vivir en el cielo es, a la vez, estar con Cristo y encontrar nuestra propia identidad . Es nuestra plena incorporación a Cristo, la justa retribución de nuestra fe en Él y de nuestro amor a los demás. Esta visión de Dios tal cual es, que normalmente no es posible en la tierra, se llama "visión beatífica". Sólo algunos santos han disfrutado de ella en vida, de un moda todavía imperfecto, ya que, como comenta San Juan de la Cruz, la visión duradera de Dios cara a cara es incompatible con la vida en el cuerpo y sólo se puede experimentar, en casos muy contados, por "vía de paso":

"Y así estas visiones no son de esta vida, si no fuese alguna vez por vía de paso, y esto, dispensando Dios o salvando la condición o vida natural, abstrayendo totalmente al espíritu de ella, y que con su favor se suplan las veces naturales del alma acerca del cuerpo. Que, por eso, cuando se piensa que las vio San Pablo [es a saber: las sustancias separadas en el tercer cielo], dice el mismo santo: Sive in corpore [nescio], sive extra corpus nescio; Deus scit (2 Cor 12,2); esto es, que fue arrebatado a ellas, y lo que vio dice que no sabe si era en el cuerpo o fuera del cuerpo; que Dios lo sabe. En lo cual se ve claro que se traspuso de la vida natural, haciendo Dios el cómo" - Subida 24,3

La doctrina cristiana afirma que el alma en el momento en que abandona el cuerpo pasa por un Juicio Particular. Nuestra alma, al acercarse a la presencia de Dios, se nos revela a nosotros mismos en toda su imperfección del mismo modo que una radiografía, una ecografía o un TAC revelan datos acerca del interior de nuestro cuerpo que no pueden demostrarse a través de la clínica. ¿Quién no ha pasado por la experiencia de verse espiritualmente radiografiado ante la presencia de una persona santa? Hace años, cuando le estaba enseñando cerámica a un amigo sacerdote recién jubilado, me acuerdo de que le llamé la atención de manera poco amable porque al tornear la arcilla movía sin parar su mano derecha de un modo que me ponía nervioso. "¿Por qué no dejas la mano quieta?", le dije de forma poco amable. "No la muevo, es que me tiembla", me contestó, y me explicó que una vez se había hecho un corte muy profundo con una cuchilla de afeitar que le afectó al nervio y desde entonces le quedó ese temblor. Entonces "vi" mi propia irascibilidad y mi impertinencia a la luz de su respuesta llena de paz y sentí vergüenza de mí mismo. Me vi a mí mismo tal como lo que en realidad era al enfrentarme a la mirada pacífica de otra persona a la que había agredido con mis palabras. Pienso que este Juicio Particular va a ser algo similar a aquella experiencia. Frente a la mirada de bondad infinita de Dios uno no puede menos que verse a sí mismo en toda su imperfección y de exclamar: "Señor, no soy digno de tu amor". Me imagino al que muere en pecado mortal como el que, incapaz de responder desde la humildad y el arrepentimiento, responde desde su ego inflado de orgullo y se cierra y se autojustifica ante la mirada de Dios. El juicio de Dios deviene así un autojuicio y una autocondena. En definitiva, soy yo el que me salvo o me condeno aceptando o rechazando la misericordia de Dios.

El Juicio Final me lo imagino como algo similar, pero siendo esta vez toda la humanidad la que se presenta ante la misericordia y la justicia de Dios y la que responde desde la humildad o desde el orgullo a la presencia triunfante de Cristo. En el Evangelio de San Juan dice Jesús: "Al que oiga mis palabras y no las cumple, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día" (Jn 12, 47-48).


La reencarnación es incompatible con la fe cristiana

La idea de la reencarnación tal y como la conciben las religiones orientales, es decir, con la posibilidad de ser ascendente o descendente, según los casos, como la reencarnación ascendente de Nueva Era, es incompatible con la fe cristiana. Los reencarnacionistas, sin ninguna base científica seria, tratan de dar a entender que algunos pasajes de la Biblia o algunos textos de los Padres de la Iglesia apoyarían esta creencia, pero esto es totalmente falso y no merece que nos detengamos en ello. Por el contrario, los Padres de la Iglesia la han denunciado y combatido. Como afirma Pascal Thomas:

"No se puede mantener a la vez el amor de Dios a cada ser corporal y la transmigración de un ser de un cuerpo a otro con su recomposición en cada nueva vida... No se puede creer a la vez en Dios encarnado, es decir, en un Dios que ama la realidad de cuerpo, y en una doctrina que concibe el cuerpo como un obstáculo o una carga de la que hay que desembarazarse cuanto antes. Hay que elegir. Sin dejarse llevar de ilusiones. Y sin retrasar interminablemente la decisión. El cristianismo y la creencia en la reencarnación no pueden ir juntos" - Pascal Thomas: "La réincarnation: oui ou non". Citado por Bernard Franck en su "Diccionario de la Nueva Era". Editorial Verbo Divino, Navarra, 1994.

Y en el "Catecismo para adultos" del Episcopado francés se afirma sin ambigüedades:

"La doctrina de la reencarnación afirma la posibilidad de una nueva vida después de la muerte, mediante la transmigración del alma a otros cuerpos. Hace así del cuerpo un soporte provisional, desestima la vida individual y le quita su valor singular: el precio infinito que Dios le ha concedido. Excluye la resurrección de la carne y también la realidad del perdón, ya que una de sus razones sería la de purificarnos de la vida anterior. Por eso la fe cristiana, que afirma que cada uno de los hombres es amado por Dios de manera única y eterna, y que está destinado a vivir en comunión con Él, rechaza formalmente la doctrina de la reencarnación" - Episcopado Francés: "Cathécisme pour adultes", 367-368. Citado por Bernard Franck en su "Diccionario de la Nueva Era". Editorial Verbo Divino, Navarra, 1994.