Que María concibió a Jesús sin
intervención de varón se afirma claramente en los dos primeros capítulos de los
evangelios de San Mateo y de San Lucas: “lo concebido en ella viene del Espíritu
santo”, dice el ángel a San José (Mt 1,20); y a María que pregunta “¿Cómo será
eso pues no conozco varón?” el ángel le responde: “El Espíritu Santo vendrá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra...” (Lc 1,34-35). Por
otra parte, el hecho de que Jesús desde la Cruz encomendase su Madre a San Juan
supone que la Virgen no tenía otros hijos. Que en los evangelios se mencionen a
veces los “hermanos de Jesús” puede explicarse desde el uso del término
“hermanos” en hebreo en el sentido de parientes próximos (Gen 13,8; etc), o
pensando que San José tenía hijos de un matrimonio anterior, o tomando el
término en sentido de miembro del grupo de creyentes tal como se usa en el Nuevo
Testamento (Hch 1,15). La iglesia siempre ha creído en la virginidad de María y
la ha llamado “la siempre virgen” (Lumen Gentium 52), es decir, antes, en y
después del parto como confiesa una fórmula tradicional.
La concepción virginal de Jesús hay que entenderla como una obra del poder de
Dios –“para él nada hay imposible” (Lc 1,37)- que escapa toda comprensión y toda
posibilidad humanas. Nada tiene que ver con las representaciones mitológicas
paganas en las que un dios se une a una mujer haciendo las veces del varón. En
la concepción virginal de Jesús se trata de una obra divina en el seno de María
similar a la creación. Esto es imposible de aceptar para el no creyente, como lo
era para los judíos y los paganos entre los que se inventaron burdas
historias acerca de la concepción de Jesús, como la que la atribuye a un soldado
romano llamado Pantheras. En realidad, ese personaje es una ficción literaria
sobre la que se inventa una leyenda para hacer burlas a los cristianos. Desde un
punto de vista de la ciencia histórica y filológica, el nombre Pantheras (o
Pandera) es una parodia corrupta de la palabra parthénos (en griego:
virgen). Aquellas gentes, que utilizaban en gran parte del imperio romano de
oriente el griego como lengua de comunicación, oían hablar a los cristianos de
Jesús como del Hijo de la Virgen (huiós parthénou), y cuando querían
burlarse de ellos lo llamaba «el hijo de Pantheras». Tales historias en
definitiva sólo testimonian que la Iglesia sostenía la virginidad de María,
aunque pareciera imposible.
La concepción virginal de Jesús es un signo de que Jesús es verdaderamente Hijo
de Dios por naturaleza -de ahí que no tenga un padre humano-, al mismo tiempo
que es verdadero hombre nacido de mujer (Gal 4,4). En los pasajes evangélicos se
muestra la absoluta iniciativa de Dios en la historia humana para el
advenimiento de la salvación, y que ésta se inserta en la historia misma, como
muestran las genealogías de Jesús.
A Jesús, concebido por el Espíritu Santo y sin concurso de varón, se le puede
comprender mejor como el nuevo Adán que inaugura una nueva creación a la que
pertenece el hombre nuevo redimido por él (1 Cor 15,47; Jn 3,34).
La virginidad de María es además signo de su fe sin sombra de duda y de su
entrega plena a la voluntad de Dios. Incluso se ha dicho que por esa fe María
concibe a Cristo antes en su mente que en su vientre, y que “es más
bienaventurada al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne
de Cristo” (S. Agustín). Siendo virgen y madre María es también figura de la
Iglesia y su más perfecta realización.