Uno de los personajes de las Escrituras que más me fascina, que más misterios y riquezas envuelven, que más simbolizan la perfecta esencia humana, tan falible, tan sencillamente verdadera, la simpleza que le saca el jugo a las enseñanzas de Cristo a pesar de sus defectos, aquel quien significa la perfecta relación entre Cristo y el hombre... aquel viejo y tosco pescador, protagonista de uno de los pasajes bíblicos que me hace escarapelar la piel de emoción cada vez que lo leo...

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SIMÓN, ME AMAS?

Miles de personas se congregaban en las prédicas de Jesús buscando solamente curación. Miles fueron los que lo recibieron con palmas en su entrada en Jerusalén. Y esos miles fueron los que pidieron luego su muerte y lo cambiaron por un criminal.

De esos miles, sólo unos cientos se le acercaron verdaderamente interesados en su mensaje. Pero ninguno lo defendió en el juicio, nadie pidió su justa libertad ni abogó por su inocencia.

De esos cientos, varias decenas fueron sus discípulos y seguidores creyentes de que Él era el Mesías, pero ninguno se arriesgó a ayudarlo en el camino de su calvario, nadie se le acercó a darle agua o a limpiarle las heridas en la frente y en el cuerpo.

De esas decenas Jesús eligió a 12, los más cercanos, sus discípulos, aquellos que vivían, comían, dormían y andaban con Él, aquellos a quienes pasaba todo el día enseñándoles. Ninguno de estos amigos íntimos pudo mantenerse despierto haciendo guardia ni se quedó con Él en la hora de la verdad, todos huyeron despavoridos cuando lo apresaron, pues no querían morir con o como Él.

De esos 12, el más cercano, el que siempre hablaba con Él, a quien Él dirigía la mayoría de sus palabras y enseñanzas, aquel que le juró nunca dejarlo ni negarlo... Aquel lo negó por miedo, a pesar de su bien conocido coraje y temeridad, lo abandonó también. Aquel, el impulsivo, el tosco, el pescador, Simón Pedro.

-Cara a cara ante Él, después de tragarme mis palabras: “Yo Señor? Negarte?.. ¡Jamás!... te lo juro”. A calor de las brasas en donde buscaba yo calor, en medio de esa infausta noche, Su silueta cruzó el patio y el primer rayo de sol desnudó mi vergüenza ante sus ojos. El gallo cantó. Me miró... Sus ojos me traspasaron las entrañas. La tristeza brotó del alma a chorros. Desesperación... Dolor... Traición... Lo había traicionado, yo... yo que nunca juré dejarlo solo y que pelearía por Él... No me mires así Señor... No quise hacerlo, no quise decirlo... Oh, nooo!! No me mires así, perdóname!!, no te vayas!!!!!! NOOOOO!!!!!!!! ...Oh Dios mío, qué he hecho!!... Quiero morirme. ¿Cómo puede hacerlo?

Horas después lo golpearon, lo torturaron, le hicieron caminar con su cruz a cuestas, lo desnudaron humillándolo... Estaba tan solo, ni siquiera sus amigos más queridos... nadie... Pedro no soportó su traición, huyó también y lloró amargamente.

Al atardecer de aquel día lo mataron, después de torturarlo, le clavaron la carne a un madero.

Tres días después fue una conmoción saber que su tumba estaba vacía.

-¿Él resucitó?, ¿será cierto, su promesa se cumplía?

Corrió a verlo...

-Si es cierto, la tumba está vacía!!!!

Días después, Pedro estaba pescando junto a seis discípulos más, en su barca... Aún con la tristeza en el rostro, aún con el recuerdo de la mirada del Maestro clavada fijamente en él...

Siempre recordaría su mirada, hasta el último día de su vida, a cada minutos... con cada respiración... con cada latido... su vergüenza, su dolor, su traición, manchando esos tres años a Su lado. Cada vez que viera una silueta cruzar junto a las brasas encendidas por las noches, se acordaría, pensaría que talvez sería Él con su mirada acusadora presta, y lloraría nuevamente... siempre.

Un extraño en la orilla cercana interrumpió su tristeza.

-No, no hemos pescado nada, no tenemos nada para darle!!!!... Qué?... ¿Que mejor echemos las redes para el otro lado? Si, claro!!!!! Mucha diferencia...

Y de repente las redes estaban atestadas de pescado que amenazaba hundir la barca... Como en los viejos tiempos, como aquel día en que conoció al Maestro...

Entonces Juan dijo: “Es Él!!!...”

-No, no puede ser... Si... Maestro... Y ahora que me dirá? Qué hará conmigo después de lo que le hice?...

Y sin pensarlo Pedro se tiró al agua y nadó frenéticamente hacia la orilla, hacia el extraño... El Maestro... Estaba vivo... Era cierto... Llegó a sus pies y los besó. Ya no importaba lo que el Maestro le hiciera, cualquier castigo sería poco, pero no importaba... solamente quería estar a su lado, tenerlo cerca, estar a sus pies, besar sus llagas, llorar en su regazo, pedirle perdón...

Nuevamente ante el fuego de las brasas la silueta del Maestro se le acercaba. Su miradas se cruzaron otra vez, como en aquel negro amanecer. Pedro tenía miedo, pero aceptaría lo que fuese que le dijera el Maestro. Cristo le sonrió y le miró fijamente... Era la misma mirada de aquella noche, siempre esa misma mirada de amor del Maestro... Sólo que esa noche su vergüenza y desesperación no le permitieron contemplar el amor y el perdón... La misma mirada... la misma sonrisa que extrañaba, que recordaba...

Simón, me amas?...

Cuántas veces dicen las Escrituras que Cristo le hizo esa pregunta a Pedro?... Cuántas?... NINGUNA... Cristo le preguntó a Simón, no a Pedro. Pedro era la roca fuerte, Simón era la caña quebradiza, la debilidad, la infidelidad, la traición, la vergüenza. Pedro era el título que le dio Cristo, la confianza. Simón era el hombre... Cristo le hablaba al hombre.

Pedro volvió a llorar, pero esta vez de amor, pues la tristeza que viene de Dios construye a diferencia de la tristeza que viene del mundo, la que destruye. Pedro pudo resarcir sus faltas, una a una, de los mismos labios de Cristo, por la iniciativa del mismo Cristo. Él quiso perdonarlo antes de que Pedro se lo pidiera, Él sabía de su tristeza, de su vergüenza, e hizo lo más grande que se puede hacer por una amigo que sufre en busca el perdón... ir hacia él para perdonarlo. Cristo ya lo había perdonado en la cruz, pero quería escuchar de los labios del mismo Pedro que lo amaba y se arrepentía... y fue a su encuentro en el Tiberias después de que resucitó.

...Cuántas veces tú y yo resultamos heridos, tristes y avergonzados por la debilidad de nuestro “Simón”, de ese lado débil nuestro que al recordar la mirada de Cristo ante la traición se acongoja y se siente perdido, creyendo que aquel recuerdo triste nos perseguirá hasta la muerte. El perdón no consiste en olvidar, simplemente en dejar de recordarlo con dolor, recordarlo, si, pero como lección aprendida... Ese es el perdón de Cristo, el perdón que nos permite seguir luchando, no importa la falta, el perdón que nos hace crecer...

Simón, me amas?...

...Si Señor, pero... pero.... yo soy así. Todavía no puedo quitarme este rencor por esa persona, no puedo perdonarme por lo que hice, no me acepto como soy, todavía tengo miedo de tantas cosas...

Simón, dime, me amas?...

...Pero te insulto todos los días, tengo malos pensamientos, obro mal, paro borracho, no te cumplo, le fallo a los míos siempre... no soy confiable...

Si, si si, ya se, pero... me amas?...

Pero...

Nada más contéstame? Quiero oírlo de ti, quiero perdonarte y amarte para que no te duela más...

Si Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo...

Entonces sígueme, para siempre... Ve y lucha por mi Iglesia que te necesita...

El secreto de la santidad no es tratar de no caer nunca, sino de luchar por mantenerse fiel en el camino, a pesar de lo que somos, aceptándonos y ofreciendo nuestra lucha al Maestro...

¡Si Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo...!

Autor: JHONNY M.R.