El estudiante y la crisis de la enseñanza psicológica *

 

Presentación

Quisiera agradecer la invitación a participar en esta importante jornada de búsqueda y de fundamentación de aproximaciones cristianas a la psicología. Igualmente deseo compartirles que es para mí una bendición encontrarme aquí y tener la oportunidad de madurar en mis conocimientos sobre la antropología y psicología iluminadas por la fe.

No me cabe la menor duda de la oportunidad de este proceso que está viendo diversos ensayos en distintos lugares del mundo. La ponencia del profesor Jean Claude Larchet muestra que no sólo es una problemática que percibimos los católicos, sino que también entre nuestros hermanos de la Ortodoxia es algo que se deja sentir.

Esto es algo que hace mucho se necesitaba. No sólo magníficos esfuerzos como el de Rudolf Allers, al avanzar por un sendero de iluminar desde la fe las teorías fundamentales de Alfred Adler, sino, y muy especialmente, al recuperar las antiguas enseñanzas que dieron tan buenos resultados en el pasado y que deben servir como base para nuevos desarrollos y actualizaciones. Quizá también aquí se trate de una vuelta a las fuentes como aquella a la que nos invitaba el Concilio Vaticano II. Los trabajos de Simón Kemp sobre psicología medieval —aunque la palabra medieval empleada en el sentido de Petrarca no parece un buen calificativo para periodizar la historia— constituyen un avance en ese sentido.

Se me ha pedido que comparta con ustedes, desde mi propia vivencia y desde lo que he podido recoger de otros compañeros de estudios, cuál es la experiencia existencial del estudiante de psicología hoy en día.

Para cumplir con este cometido me he entrevistado con varios estudiantes de psicología que cursan distintos años de la carrera 1 . En estas entrevistas me he concentrado en cuatro temas que considero fundamentales para las bases de una psicología cristiana:

En las entrevistas he tocado estos temas tratando de medir qué tan presentes están en el interés personal de cada estudiante, y en ese sentido, qué tan importantes los consideran para su carrera. También he tratado de constatar qué tan presentes están en los programas a lo largo de la carrera de psicología.

Lo que haremos a lo largo de esta exposición será ir recorriendo y profundizando en cada uno de los temas de antropología señalados, ofreciendo una síntesis de las respuestas que recibí de los estudiantes para así ir sacando algunas conclusiones.

Debo señalar que he orientado mi enfoque hacia la antropología, pues estoy convencido de que es en esa dirección donde se debe encontrar una adecuada fundamentación para la psicología, que responda a la iluminación de la fe en Jesús, Nuestro Señor.

Quisiera dejar claro que la profundización que haré de estos cuatro temas antropológicos está basada en el pensamiento de Don Luis Fernando Figari, quien es fundador del Sodalicio de Vida Cristiana. Él ha mostrado una gran preocupación por el problema del ser humano y basándose en la espiritualidad de la Iglesia, viene realizando un desarrollo antropológico muy interesante del cual me voy a valer 2 .

La razón por la cual me centro en estos cuatro puntos para tratar de reflejar la experiencia del estudiante es porque considero que si estos temas antropológicos no se tienen claros y no se toman en cuenta antes que nada, lo que se construya o la ayuda que se quiera dar difícilmente va a responder al hombre de manera integral y auténtica. La fragmentación de las ciencias es un problema sumamente grave, por lo que se requiere que ciencias humanas como la psicología, precisamente, se funden en una visión integral del hombre.

Por lo dicho, estoy convencido de que un estudiante de psicología que ignore estos temas apenas podrá desarrollarse como un psicólogo fundado en la Verdad, sus respuestas serán incompletas, y sus esfuerzos por ayudar y servir a otras personas quedarán limitados por lo estrecho y defectuoso de su horizonte antropológico. Veamos entonces qué tan importantes son éstos y qué tan en cuenta los tenemos los estudiantes para formarnos como psicólogos.

I. La nostalgia de infinito

Al hablar de nostalgia de infinito me estoy refiriendo a la necesidad interior que toda persona experimenta de aspirar hacia algo que está fuera de sí, algo infinito. Es una tensión-hacia. Luis Fernando Figari nos da luces frente a esta realidad constitutiva del ser humano cuando dice: «La experiencia de “nostalgia de infinito” no es una aspiración pasajera, sino permanente y ligada a la existencia misma del ser humano. Es bastante más que un deseo. No es una dimensión sentimental ni abstracta; más bien, se trata de una dimensión constitutiva, real, que desde lo fondal de uno mismo apunta a la plenitud de la persona en el encuentro con la realidad trascendente desde la cual todo recibe sentido». 3 Conocemos la reflexión teológica del hombre “capax Dei”. Igualmente vemos que el actual Catecismo de la Iglesia Católica ha dado un giro existencial en su apertura al tratar en el primer capítulo de su primera parte sobre “El hombre es capaz de Dios” 4 .

Con estas palabras me parece que queda clara la importancia que tiene este tema si es que queremos entender el comportamiento del hombre y ayudar así, a que no “decodifique erradamente” sus impulsos y más bien se exprese en estados psicológicos armónicos y en una conducta coherente con ellos.

Ahora bien, debemos preguntarnos cuál es la experiencia del estudiante de psicología frente a ello, tanto en el ámbito personal como en la prioridad que se le da a lo largo de la carrera.

Haciendo una síntesis de lo fundamental de las respuestas que recogí, se puede concluir que frente a este tema capital, las respuestas tuvieron un punto en común: todos los entrevistados, de todos los años de la carrera, reconocían esta necesidad en el ser humano. Me pareció muy interesante ver que los estudiantes de los primeros años entendían esa necesidad como algo profundo en el ser humano, más profundo incluso que una necesidad psicológica. También eran concientes de que esta necesidad se debía buscar en una realidad trascendente al hombre. Muchos coincidieron en que esta realidad trascendente era Dios, y otros simplemente en un trascendente indeterminado.

En cambio los estudiantes de años más avanzados, si bien también reconocían que todo ser humano posee esta necesidad o impulso, tendían a reducirla a un plano meramente psicológico, y en muchos casos como algo no esencial para la realización personal sino como una motivación psicológica más.

Todos coincidían en que el tema era tocado en la carrera, pero tal vez de manera muy superficial y sin una respuesta clara para esa necesidad. De hecho el plantear que Dios es el único capaz de responder a lo más profundo del ser humano no es algo que se encuentre en el contexto curricular. Más bien este asunto se deja a las opciones religiosas de cada estudiante. Ni siquiera en algunas de las universidades que se proclaman abiertamente católicas se plantea como una verdad. Más aún, tampoco se propone como verdad, sino más bien como una de las alternativas de idea fuerza que impulse en la vida, en una línea semejante a la de la logoterapia de Víctor Frankl, según entiendo.

Lo primero que me parece interesante en estas respuestas que reseñamos es que todos reconocen la existencia de una nostalgia de “algo” infinito. Esta encuesta abunda en que se trata de una experiencia que todo ser humano tiene.

Es importante destacar cómo los estudiantes de los primeros años tienden a reconocer que tal nostalgia forma parte de lo más profundo del hombre, que es algo natural en el hombre viador, y que éste busca saciar esta necesidad en “algo” trascendente. Contrasta que los estudiantes que han cursado más años de estudios de la carrera de alguna manera han relativizado esa “nostalgia”. Posiblemente con lo que creen ser criterios más científicos y racionales, tienden a reducir lo más hondo de la persona a un plano psicológico. Esto que, con los Obispos en la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, podemos llamar “psicologismo”, conduce a un reduccionismo en el que este anhelo esencial en nosotros se trata simplemente como una necesidad psicológica. En esta perspectiva, Dios no tiene propiamente cabida, salvo como una especie de “placebo” que utilitariamente serviría para darle algún sentido a la existencia.

En este tema es preocupante constatar cómo se mutila una dimensión esencial de la persona bajo información psicológica parcial. Con ello, la capacidad de los futuros profesionales para responder en su pensamiento y en su práctica a eso que hemos llamado nostalgia de infinito estará seriamente comprometida.

Desearía culminar este punto señalando que Figari ha planteado como gravísimo mal de nuestro tiempo lo que llama “agnosticismo funcional”. Se trata de una postura neutra o agnóstica que pone a Dios entre paréntesis al tratar alguna materia o en la vida misma. “Dios existe, pero al tratar este asunto, en la práctica, lo hago como si no existiera”, sería un lema propio del agnóstico funcional. Dejo anotado que en cuanto la psicología es una disciplina o para algunos “ciencia” humana, es inaceptable que se excluya a Dios de su horizonte, quizá por razones de corriente ideológica o de trasbordo de métodos de las ciencias exactas, en cuya problemática no voy a entrar. Si nos ponemos en el plano humano y con efectivas aspiraciones de seriedad es imposible descartar o expatriar la variable Dios en una aproximación al ser humano y su psicología.

II. Creado a imagen y semejanza de Dios

Para nosotros cristianos guarda una inmensa relación con esta nostalgia de infinito el hecho de que el hombre es creado por Dios a su imagen y su semejanza. Cabe preguntarse qué implica esta citada frase del Génesis y cómo toma esto el estudiante de psicología.

Podríamos partir por preguntarnos ¿qué dice Dios de sí mismo?

Encontramos, por ejemplo, en el Éxodo: «Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”» (Ex 3,14)... Más adelante, ya en el Nuevo Testamento, encontramos que la Primera Carta de San Juan nos dice: «Dios es Amor». Dios es amor, Dios que ES, ES amor, el ser de Dios es Amor, una realidad misteriosa pero a la vez reveladora. Una realidad que ilumina la vocación del ser humano.

Dios Amor crea al ser humano y lo crea a su imagen y semejanza, como nos lo revela el primer capítulo del Génesis, y también el libro de la Sabiduría y las hermosas líneas del Salmo 8. Esta característica de ser creado a imagen y semejanza de Dios sella al ser humano en su realidad más profunda.

Profundizando un poco más, podemos decir que Dios, que es y permanece siendo, crea al ser humano dándole “ser” e invitándolo “a permanecer”, según el ser que Dios le ha dado, es decir, a imagen de Dios. El hombre imagen de Dios, trae en sí un dinamismo que lo lleva a permanecer siendo lo que es en su realidad profunda. Es así que desde la conciencia y la coherencia con este dinamismo de permanencia el ser humano es impulsado a permanecer siendo desplegándose en el amor, en una sincera y auténtica apertura hacia el Tú divino y hacia los tú humanos. Este despliegue es también un dinamismo que trae todo hombre en lo más profundo de sí y que lo lleva a realizarse en la semejanza con la cual fue creado.

Siguiendo con planteamientos de Luis Fernando Figari, expuestos en publicaciones y conferencias, podemos reseñar que toda esta realidad dinámica se da en un plano ontológico, donde la mismidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, posee estos dos dinamismos fundamentales: de permanencia y despliegue. Por ellos, la persona se encaminará a su realización en la medida en que descubra en sí la imagen de Dios Amor y se despliegue permaneciendo en su Amor.

El ser humano se presenta como una unidad bio-psico-espiritual. Desde esta visión unitaria del hombre encontramos que los dinamismos fundamentales de permanencia y despliegue, que se encuentran en el plano ontológico de la persona, se expresan también en un plano psicológico, apareciendo como necesidades de seguridad y significación. Esta perspectiva psicológica la podemos encontrar ya en algunas escuelas del siglo XX, pero la reflexión sobre ellas se puede trazar por siglos.

Por seguridad entendemos la búsqueda del ser humano de ser y permanecer siendo. Queda claro que esta necesidad se relaciona más directamente con el dinamismo ontológico de permanencia. Mientras que la significación guarda una relación más directa con el dinamismo de despliegue, ya que se refiere a la búsqueda del hombre de aceptación y de expresión de amor a sí mismo y los demás. Obviamente estas necesidades no están cerradas en su propia lógica sino que requieren de cualificaciones de orden moral que permitan valorar la orientación que sigan.

Manteniendo el criterio de que el hombre es una unidad bio-psico-espiritual, estos dinamismos fundamentales de permanencia y despliegue los encontramos también presentes en un plano somático, con sus propias expresiones.

Todas estas dimensiones que hemos venido recorriendo rápidamente tienen que ser vistas como una unidad, entrelazadas unas con otras, por lo que al aproximarse a la realidad del ser humano viador no se puede prescindir de ninguna de ellas si es que se quiere dar una auténtica visión.

No es poco importante, como vemos, que la persona sea imagen y semejanza de Dios. No hemos pretendido incursionar en los debates sobre el alcance del sentido de imagen y semejanza en sus implicancias teológicas. No es nuestro campo y lo debemos dejar a los especialistas en teología.

Veamos ahora qué lugar ocupa este hecho en la experiencia del estudiante, qué tanta importancia se le da en los programas de algunas universidades, qué tan en cuenta se tiene al querer ayudar a otras personas y qué tanto se conoce su profunda implicancia en el ser humano.

Como común denominador de todas las respuestas sobre este tema está la ignorancia frente a lo que significa ser creados a imagen y semejanza, y qué implicancias tiene ello en la naturaleza del ser humano.

Todas las respuestas fueron sumamente superficiales. Pero, aun así, fue factor mayoritario el reconocer como muy importante el hecho de que no se debía omitir el haber sido creados por Dios a su imagen y semejanza, pues, decían, al tratar a una persona y buscar ayudarle como psicólogos se debe tener en cuenta cuáles son sus características naturales. Fue general la opinión de que este punto no es tocado para nada dentro de los programas durante la carrera de psicología.

Sobre todo los estudiantes de los primeros años opinaban que el tema debía ser tratado como algo fundamental dentro de la carrera, más allá de la fe personal de cada estudiante. Consideraban que estando en una sociedad de raíces cristianas es lógico hacerlo, que es importante conocer a cabalidad los planteamientos de la Iglesia sobre el ser humano pues son una ayuda a la práctica que se tendrá como psicólogos, y que si alguien no estaba de acuerdo con que se estudiara esto no debía ser motivo para no enseñarlo pues se enseñan tantas otras cosas con las que no todos están de acuerdo y sin embargo aparecen en los programas, sin importar si hieren o no a la fe.

Me llamó la atención que a pesar de que no se conoce a profundidad la importancia que tiene este tema para el ser humano, igual es considerado por la gran mayoría de los estudiantes de los primeros cursos, y algunos de finales de carrera, como fundamental para el psicólogo.

¿Por qué esta desigualdad? ¿Por qué los más jóvenes están más interesados en temas que puedan iluminar la realidad del ser humano y los de cursos más avanzados no? ¿Acaso es un asunto que se refiere a los ideales con que se empieza y que luego son opacados por una presentación funcional e ideologizada de la carrera? ¿O es un efecto de aquel agnosticismo funcional que pone a Dios entre paréntesis o lo excluye definitivamente y que a lo largo de los años va afectando la experiencia personal y de estudios del alumno? Son interrogantes que dejaremos abiertos.

III. El pecado y su presencia en el hombre

Por la fe bien sabemos que el pecado hiere a la persona y es por el pecado que el ser humano es incapaz de realizarse según el amor, que como hemos visto es lo único que responde a su ser. No entraremos al tema del pecado original, pero lo suponemos. Cuando el hombre peca, haciendo mal uso de su libertad, ve opacada su imagen y perdida su semejanza, es decir, la imagen que lleva al hombre a permanecer siendo se ve como nublada por las tinieblas del pecado y la semejanza que le permite desplegarse según la imagen, se pierde, se destruye. Existen otras interpretaciones, pero esta parece ser la más tradicional entre los Padres de la Iglesia.

El pecado afecta al hombre motivando una mala decodificación de sus movimientos interiores. Al no poder “ver” su imagen, al encontrarse ciego frente a su ser, el despliegue de la persona no va a orientarse según el sentido con el que fue creado. Se llega incluso a desconocer buena parte de lo que la naturaleza recta le dicta, como se puede ver en diversas culturas, incluso en la cultura de muerte que hoy en día no vacila en legitimar mediante leyes estatales el aborto, por ejemplo. El ser humano se encuentra condicionado en su capacidad de amar, ya que ha perdido la semejanza al apartarse del amor al Creador y caer en las tinieblas del pecado.

Esta errada decodificación de los dinamismos fundamentales lleva a cada persona que se encuentra sumergida en el pecado a resolver sus necesidades psicológicas de seguridad y significación y sus correspondientes somáticas en la búsqueda de sucedáneos, de falsos ídolos. A falta de una recta lectura y percepción de su mismidad, se presenta una experiencia interior de vacío, de quiebre y la persona tiende a llenar este vacío, no realizándose en el amor, que es lo que la va a hacer feliz, sino buscando, con desorden y angustia, su felicidad en los falsos ídolos del tener, poder y el poseer placer, los tres grandes ídolos de nuestro tiempo.

Así vive la persona esclavizada por el pecado. Esa fue la condición de nuestros primeros padres luego de la caída original, fruto del mal uso de su libertad; esa es la esclavitud de toda persona que no reconoce su auténtica identidad y opta por los falsos ídolos ya mencionados.

La experiencia de los estudiantes de psicología frente a esta realidad es muy preocupante: muchos no reconocen que el pecado afecta verdaderamente al hombre, lo toman como una manera “simbólica” de explicar los males, pero no como el causante real de éstos. Para la gran mayoría de estudiantes de psicología la existencia del demonio es un invento de las personas para explicar el origen del mal, pero no creen en su existencia real. Incluso se puede decir que existencialmente no reconocen el pecado en sus propias vidas, y tienden a relativizar lo que la Iglesia enseña que es pecado. Esto va parejo con una explosión de subjetivismo que hace que cada quien se convierta en juez y parte sobre sí mismo, y formule sus opciones en términos de derechos u otros semejantes. Llama la atención el influjo de corrientes secularizantes y erradas de psicología como un telón que cubre y esconde la realidad. Por ejemplo el freudismo, cuya naturaleza de ideología y hasta de culto, ha sido señalada por no pocos, llamándose psicología dinámica o bajo otros nombres, lleva a una deformación de la conciencia moral de tal naturaleza que el pecado se convierte en una opción legítima, afectando así la existencia de no pocos estudiantes.

Hay una coincidencia amplia en considerar que el tema pecado no está presente dentro del programa de psicología de las universidades de los alumnos encuestados. Pero fueron muy pocos los que creían que debía estarlo. Quienes consideraban importante tratarlo eran personas más comprometidas con la fe.

Se da, por lo tanto, una ignorancia sobre el tema, no se conocen las verdaderas y profundas consecuencias del pecado sobre todo el ser humano, no hay una visión sobrenatural del origen del mal. En este caso tanto los alumnos iniciales como los avanzados no muestran un diferencial significativo y aunque los mayores son más explícitos en referir que los pecados serían problemas psicológicos, los de años iniciales también expresan una vaga idea en esa perspectiva, lo que hace pensar que dicha visión ideologizada se ha abierto paso en la sociedad, quizá incluso a través de los cursos de psicología escolar.

Se presentan en este caso diversas situaciones sumamente graves que van más allá de la experiencia o la instrucción universitaria llevando el problema a una dimensión más amplia, pero sin dejar de hacer notar que ese vago o confuso sentir va adquiriendo forma en la medida en que un reduccionismo psicologista se va imponiendo en la mente y experiencia del alumno de psicología.

IV. Jesucristo, Único Reconciliador

Durante las entrevistas, al pasar a la última pregunta que gira en torno al Señor Jesús y la importancia que tiene o debería tener en un psicólogo y en la carrera de psicología, el rostro de las personas que entrevistaba entre que mostraba sorpresa, desconcierto o una expresión que parecía decir ¿estás loco o qué? Era obvio que casi a la totalidad le costaba hacer un enlace entre Cristo y el tema de la psicología. En la práctica hay una ruptura entre la conciencia de lo que la luz de Cristo puede aportar para entender la problemática psicológica del ser humano y la psicología como profesión.

Las respuestas en su gran mayoría fueron muy superficiales y vacías, casi expresadas para no ofender a quien preguntaba. A la casi totalidad le parecía algo cerrado y fuera de lugar presentar al Señor Jesús y sus enseñanzas dentro del programa de psicología. Fueron pocos los que creían necesario el modelo de Cristo para poder ayudar a otras personas, tanto como modelo para el psicólogo como para el paciente.

Quisiera sólo remarcar que así como el pecado daña al hombre en lo más profundo de sí, sólo Jesucristo es capaz de sanarlo, sólo Él puede reconciliar la herida hecha por el pecado a causa del mal uso de la libertad. Esto hace necesario abordarlo en la psicología así como profundizar en las cuatro rupturas de las que habla el Papa en la exhortación Reconciliatio et paenitentia.

El Concilio Vaticano II ha sido claro al indicar en la Gaudium et spes 22 la centralidad del Señor Jesús en el descubrimiento que el ser humano está invitado a hacer de su propia identidad. En la exhortación Ecclesia in America, en el número 10, este tema se explicita aún más, en perspectiva antropológica y teológica. Cristo ilumina la imagen del ser humano y restaura la semejanza perdida. Por el efecto restaurador que tiene Cristo en la naturaleza de la persona, ésta puede distinguir sus dinamismos de permanencia y despliegue de manera correcta; es decir, se da una recta decodificación de los dinamismos fundamentales de permanencia y de despliegue. Así, el hombre va a buscar realizarse ya no en los falsos ídolos, sino que su despliegue estará orientado hacia valores como el servicio, la comunicación generosa de sus bienes y la vivencia de la virtud, donde se va a realizar en el amor.

Siendo el hombre una unidad bio-psico-espiritual, la Luz de Cristo va a iluminar toda esta realidad, llevando al ser humano a un equilibrio en sus tres dimensiones: la biológica, la psicológica y la espiritual.

«El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado», leemos en la GS 22. Ante la profundidad de esta afirmación cabe preguntarse, ¿puede uno llamarse auténtico psicólogo, si es que no trata de que la persona se conforme más y más con Aquél que ilumina la identidad y misterio del ser humano? Obviamente ese debe ser el objetivo de fondo de todo psicólogo católico. Pero como vemos, la experiencia concreta del estudiante de psicología —del futuro psicólogo— está muy lejos de esta aproximación coherente con la fe. La importancia de Cristo como el único que responde a los anhelos más profundos del ser humano queda reducida muchas veces a un mero pietismo personal sin consecuencias en el campo de estudio ni en la vida profesional. La disciplina psicológica se aparta de la fe. En lo que algunos llaman “ciencia psicológica”, Cristo no tiene lugar. El tema lleva al divorcio de fe y vida, al divorcio de la profesión y la fe.

Existencialmente, este agnosticismo funcional empieza a hacer efecto como se ha podido constatar en las diferencias entre las respuestas de alumnos que empiezan sus estudios y quienes están ya avanzados en ellos. Hay pues una esclavitud a los reduccionismos que ha echado raíces en los estudios de psicología. No se puede descartar que el proceso que me atrevo a llamar de “agnosticisación funcional” vaya cobrando más víctimas en la medida en que el alumno está más expuesto a la perspectiva con que son enseñadas las materias de psicología y a la ausencia de cursos que completen la visión expresada en ellas. Me parece que este asunto que hemos expuesto someramente es muy preocupante pues a la luz de la fe y de una antropología cristiana es claro que se mutila al ser humano en sus dimensiones más esenciales por querer dar una explicación reducida a unas hipótesis de positivismo psicológico a su comportamiento.

Conclusión

Para concluir quisiera hacer una reflexión personal basada en mi propia experiencia como estudiante de psicología sobre dos realidades que me han preocupado mucho en el tiempo que llevo estudiando.

Un primer punto es la prescindencia de autores católicos dentro de la historia de la psicología. No hay ningún autor católico que sea estudiado seriamente, y de ser citado no es tratado a profundidad y muchas veces en vez de generar un interés en los estudiantes generan anticuerpos por la manera como son planteadas sus posturas. Esto ocurre dentro de todos los ramos que llevo recorridos en la carrera. Por el contrario se ensalza de manera absurda a algunos personajes que tienen de fondo una serie de teorías que afectan negativamente al ser humano en muchos sentidos.

Me atrevería a decir que al lado de un secularismo cultural y del mencionado agnosticismo funcional metodológico y vital, hay también un miedo a mostrar la riqueza del pensamiento católico dentro del campo psicológico, por lo menos en algunas universidades de Santiago abiertamente católicas. Esa actitud lamentable afecta la seriedad de la formación en psicología así como la ulterior práctica profesional al acercarse al ser humano aferrándose a posturas psicológicas erradas desde su raíz pero que son expuestas como grandes iluminadoras de la realidad de la persona y sus complejidades mentales.

El segundo punto que quisiera compartir ya lo he adelantado, pero quisiera resaltarlo pues afecta directamente la vivencia de la fe y la existencia de las personas. A partir de estas entrevistas que he realizado he constatado de primera mano cómo muchos estudiantes conforme va avanzado la carrera y se les va dando conocimientos parciales y que muchas veces caen en mero psicologismo, experimentan un aumento del divorcio entre su fe y su carrera de psicólogos, y la posibilidad de integrar estas dos realidades se va haciendo cada vez más difícil.

En este sentido, la experiencia existencial del estudiante de psicología me parece muy confusa y a la vez preocupante. Constato que si uno no tiene una profundización en la fe ni un fundamento claro sobre el ser humano, lo que no es muy común, se termina por absorber conocimientos que en muchos casos van directamente en contra de lo que la fe nos enseña sobre el ser humano. Sé del caso de una psicoanalista que fue a un grupo de reflexión cristiana. Una mujer inteligente y conocedora de su escuela. A la cuarta reunión expresó que a pesar de su interés en los temas religiosos que se trataban veía que la aproximación intelectual que subyacía a los mismos se oponía al psicoanálisis y que prefería retirarse del grupo pues veía un conflicto entre el cristianismo y el freudismo. Los temas eran la exposición y estudio del Catecismo de la Iglesia. Los estudiantes no tienen la claridad de esta psicoanalista que vio una oposición entre Cristo y su afiliación a la corriente de pensamiento de Sigmund Freud. Los estudiantes recibimos indiscriminadamente un conjunto de enseñanzas sesgadas. El continuo escucharlas, además de la problemática propia de cada cual, lleva a un progresivo enfriamiento de la fe, a una ruptura de fe y vida, y culmina con casos tristes, demasiado frecuentes, de personas que optan por un investigador y expositor de psicología —bueno, malo o mediocre— contra el Señor de la Vida, Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, hombre perfecto y modelo de todos los seres humanos.

Muchas gracias.


*

Texto de la ponencia presentada por el autor en las Jornadas de Psicología y Pensamiento Cristiano realizadas en la Pontificia Universidad Católica Argentina, 27 y 28 de agosto de 2004. Ha sido publicado en el libro Bases para una Psicología Cristiana. Actas de las Jornadas de Psicología y Pensamiento Cristiano, Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 2005.

1

Esta investigación de campo ha sido realizada en diversas universidades en Santiago de Chile.

2

Obviamente en esta exposición me hago responsable de la forma de exponer los puntos según mi personal entender.

3

Luis Fernando Figari, Nostalgia de infinito, Fondo Editorial, Lima 2002, p. 8.

4

Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 27ss.