III. TUS PREGUNTAS SOBRE LA IGLESIA

 

 

Hemos llegado a tus preguntas sobre la Iglesia. No voy a ocultarte que me decepcionan un poco, porque son «periodísticas» y, por lo tanto, superficiales casi todas. Además, nunca dices -aunque se adivina- qué es lo que tú entiendes por Iglesia. Sólo te refieres a ella como una administradora lejana de ritos soporíferos. No parece que estés al corriente de que en nuestra Iglesia ha habido todo un Concilio Vaticano II, ni que valores las cosas buenas que están surgiendo por todas partes. Por eso te preguntas qué futuro puede tener todo esto, sobre todo en un mundo que se separa cada vez más de la moral tradicional. Además, las iglesias se vacían...

De todas formas, eres tú el que escogiste el menú de este capítulo. Yo no hice más que tomar nota.

Permíteme que te ofrezca, como un aperitivo, lo que no has pedido. Eso nos facilitará después las cosas.

 

 

LA IGLESIA Y JESÚS

 

Hay que empezar por esto.

 

¿La Iglesia está al servicio de Jesús o le hace sombra?

¿Fue Él el que la quiso, o se fundó a sí misma, después de su muerte, para llenar un vacío?

 

1. Algunos dicen que Jesús no era más que un gurú, cuya única pretensión consistía en atraer hacia el, mientras vivía, a unos cuantos discípulos. Fue después de su trágico final -trágico, pero no redentor- cuando sus amigos le habrían convertido en un Dios y habrían organizado su culto.

Para otros, por el contrario, Jesús habría sido un profeta impaciente que anunciaba la inminente venida del Reino. De ahí su desapego de las cosas de este mundo. Desgraciadamente, lo único que pasó fue la condena de un profeta excitado que había calculado mal la cuenta atrás. También aquí, a falta de otra cosa mejor, los discípulos habrían creado una institución de reemplazo, que no tenía el atractivo de la esperanza primera. A falta de pan, buenas son tortas. A falta del Reino, se crea la Iglesia. Eso es todo.

En ambos casos, Jesús habría muerto sin haber hecho el testamento y sin haber dado la más mínima consigna para que la cosa continuase después de el. De lo contrario, dicen algunos, habría dejado algunas indicaciones, aunque no fuesen muy precisas, que hubieran permitido el lanzamiento de una serie de comunidades por el mundo. No una Iglesia, sino Iglesias provisionales sin estructura obligatoria y sin organización centralizada. En definitiva, un perpetuo renacer y una constante invención' al gusto de las comunidades de base, manipuladas por algunos hábiles líderes...

 

2. Ya he respondido a estas teorías. Jesús no jugó a ser gurú. El anunció el Reino y fundó con sus Apóstoles una comunidad estable, unida en torno a Pedro (Mateo 16,13-20); una comunidad con una regla de vida y de oración; una comunidad destinada a durar hasta el final de los tiempos y que dispone de la Eucaristía para hacer presente su sacrificio, una comunidad propulsada hacia el mundo por una evangelización de larga duración; un grupo unido por el colegio apostólico, y no una federación de Iglesias, unidas por un secretario general; un cuerpo lleno de vida, y no una asociación jurídica. Por otra parte, ya te dije también que Jesús no es un hombre divinizado, sino un Dios que se humanizó libremente.

Además, el Cristo de los Evangelios no tiene nada de fanático. Por el contrario, es un hombre ponderado, que se pasa la vida calmando a sus discípulos, que no acaban de ver llegar el Reino (Lucas 19,11; Hechos 1,6), tal como ellos lo conciben. Las parábolas muestran que todo esto exige una lenta germinación (Marcos 4,26-29). Y, en cualquier caso, la última cena atestigua que Jesús no muere desprevenido: la Eucaristía inaugura un nuevo modo de presencia en provecho de una multitud que todavía no está allí. Porque, antes de que llegue el final, «el Evangelio tiene que ser proclamado a todas las naciones» (Marcos 13,10). ¡el fuego con el que el Señor desea incendiar la tierra entera todavía no ha prendido en muchos corazones! (Lucas 12,49).

 

3. El misterio pascual es el lanzamiento efectivo de la Iglesia, institución carismática. «Institución» no quiere decir «multinacional», sino «don permanente y estructurado». Si la comunidad no es estable, no es por falta de impulso, por debilidad, pereza, rutina y pesadez, sino porque Cristo no nos la ha dado para que juguemos con ella a nuestro capricho (13: Cuando respeto el ritual de la Eucaristía no es por pereza: a) es para no desviarme de la regla de la fe inventando un Canon fantasioso; b) y para no aburrirte con mis estados de ánimo o con los impulsos de mi subjetividad. Así, no te entrega un Evangelio falsificado y eres libre de rezar como quieras).

Tienes que distinguir, por lo tanto, entre el adormilamiento y la fidelidad: ésta es una tranquilidad dinámica. Perturbar la estructura que el Señor quiere para su pueblo no es avanzar, sino meterse en líos que obstaculizan su progreso. En cuanto al adjetivo «carismático», significa justamente que la institución está al servicio del Espíritu. También hoy, la prueba está en que los grupos que más inventan son los más fieles a la Iglesia; su creatividad se enraíza en lo más profundo del amor filial.

 

4. Si la Iglesia no existiese, o si se hubiese creado a sí misma, eso querría decir que Cristo no ha resucitado, que es lo que piensan el 70 por 100 de los franceses. Se lo suelo repetir a menudo a los jóvenes que siguen utilizando ese conocido slogan, «Sí a Jesús, no a la Iglesia». «En ese caso, les digo, Jesús, para vosotros, no es más que un desaparecido genial, y colocáis siempre entre los muertos al que está vivo, incluso cuando le veneráis». Emaús (Lucas 24,13-35) es un camino al final del cual el Señor desaparece para transaparecer. La Iglesia prosigue ahora la catequesis que Él inició y que calienta el corazón, Eucaristía es Él en la mesa. Esto es lo que Pedro afirma, testimonia la puesta en común de los bienes. Así pues, Cristo no es una «estrella», cuyo póster cuelgo en las pared, de mi cuarto. Mi Cristo es una comunidad viva, con sus sacramentos y su caridad.

 

5. Y sin embargo, Cristo y su Iglesia no se confunden; son como el esposo y la esposa, o bien, como la cabeza y el cuerpo La Iglesia no reemplaza, pues, al Señor, ni le sucede, dado que estas son palabras que se utilizan en caso de ausencia o muerte. Pero el Resucitado está siempre con nosotros (Marcos 28,20). El sitio ocupado por Cristo no está vacío. Él continúa desempeñando el papel que es más suyo que nunca y que nadie le podrá confiscar. La Iglesia está siempre con su esposo; no es su viuda triste, y mucho menos su viuda alegre. No puede ser una asociación encargada de gestionar la memoria de un genio muerto, cuyos dossieres guardase. Además, Jesús no escribió ni una sola línea. Es el sacerdocio, el del obispo y el del sacerdote, el que recuerda a la comunidad su dependencia de Cristo. Cuando celebra, el ministro consagrado es la vez otro y uno de tantos: forma parte del cuerpo, pero a la vez es, diferente. ¡Él impide que el cuerpo pierda la cabeza! Si las vocaciones desapareciesen, la Iglesia se convertiría en una sociedad de gestión. Ya no dependería de Cristo, sino que vendría en su auxilio. ¡el mundo al revés!

Sí, dirás, pero todo eso se mueve en el universo de los principios; en la práctica, «¿se puede decir que la Iglesia es portadora de Evangelio?» Es una pregunta que todavía hoy escuché a los alumnos de un instituto, a los que respondí sin dudarlo: «sí, en el bueno y en el mal tiempo, yo doy testimonio.» Por encima de sus grandes y pequeñas miserías, la Iglesia es una madre fiel y valiente, llena de santos y de mártires, puros reflejos de las bienaventuranzas. La música cantada se corresponde a la perfección con la música escrita, como decía Francisco de Sales.

«¿ No está la Iglesia en contradicción con Dios?», me preguntas. No sé, lo que pasa por tu cabeza ni a qué aludes, pero es un disparate pensar que la totalidad del pueblo santo y el conjunto del episcopado puedan ser la negación de lo que Dios piensa y quiere. Y fíjate que tal afirmación puede proceder tanto de «progresistas» virulentos como de «tradicionalistas» disidentes. ¿Y quién es el individuo o el grupo capaz de juzgar a 1.000 millones de hermanos de una manera tan expeditiva?

 

 

 

 

LA IGLESIA Y SUS SACRAMENTOS

 

«Lo que era visible en nuestro Redentor, de ahora en adelante está presente en los sacramentos», dice el Papa San León (siglo V) en una homilía del día de la Ascensión. Y, sin embargo, a ti, amigo mío, estos ritos te aburren. Por eso preguntas:

«¿Son necesarios los símbolos religiosos, o, más bien, todo lo que pasa, sucede en nuestro corazón?»

Estoy tentado de contestarte: «entonces, deja de abrazar a tu novia o a tu novio.» Tú objetarás: «no es lo mismo. Los hombres necesitan signos porque son hombres. Pero Dios es Dios y, por lo tanto, no vale la pena representarle. Con Él basta la intención del corazón.» el Dios del que me hablas no es el de Jesucristo. Es el Ser supremo o el gran Espíritu. En el Evangelio, Dios es el Emmanuel que viene a nosotros para que nuestros ojos le vean, nuestros oídos le oigan y nuestras manos le toquen (1 Juan 1,1). Dios es el Resucitado que sopla sobre los suyos (Juan 20,22), y que dice a Tomás, mostrándole su costado abierto: «Mete aquí tu dedo» (Juan 20,27). Es el Cristo de la Cena que nos da su cuerpo y su sangre, con la consigna de hacer este rito en memoria suya. Realmente, Dios es más humano que nosotros, pobres idealistas que degustamos nuestros pensamientos en nuestro interior, sin saber si se corresponden con los de Jesucristo...

Y, además, los signos tienen otra «utilidad»: vividos en comunidad, nos reúnen en la celebración de un mismo Señor. Hoy, el Movimiento Renovador explota a fondo los símbolos religiosos para crear asambleas menos morosas y más dinámicas.

Todavía añade: «con los objetos litúrgicos se podría alimentar a los que tienen hambre.» Es cierto. Y desde hace mucho tiempo, los grandes obispos han hecho lo que tú sugieres sin la menor duda. Recientemente, en su encíclica Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II vuelve a decir lo mismo. De todas formas, dudo mucho que se pueda ayudar a las multitudes hambrientas con las baratijas de muchas de nuestras parroquias. Y en las grandes iglesias y catedrales, los objetos de valor son propiedad de la comunidad. Por otra parte, muchos cristianos se enfadan, y con razón, al encontrar en los escaparates de los anticuarios sagrarios convertidos en bares y cálices en vasos para tomar el aperitivo. Hay que encontrar otras fuentes de financiación más rentables y más respetuosas.

Después de esto, pasas a las aplicaciones particulares, y me comentas, con mucha franqueza: «me aburro en misa, siempre con las mismas lecturas y las mismas oraciones.» No es del todo verdad. Las lecturas cambian todos los días del año. Las del domingo, incluso cada tres años. En todas ellas hay una fantástica riqueza si eres capaz de preparar tu misa y de retomar los textos leídos en ella para tu oración diaria. ¡Inténtalo! En cuanto a las oraciones, es verdad que se repiten, a pesar de que hay una gran variedad a lo largo del año litúrgico. Pero, si hubiese que inventarlas todos los días, pronto te sentirías ahogado. La repetición lenta y ferviente es la gran ley de la meditación, que rumia tranquilamente las palabras más sabrosas. ¿No retomas, con tu novio o con tu novia, en cada cita las mismas actitudes de ternura, las mismas palabras y los mismos besos? Además, si el sacerdote no dice la misa como un tren de alta velocidad, te ayudará a descubrir la profundidad, hasta entonces ignorada, de algunas frases. Para mí, repetir es un regalo: lejos de desgastar el texto, lo rejuvenece.

En el fondo, tú también lo dudas. Un joven católico me comentaba hace poco que había tenido que contestar a esta pregunta de otro joven católico, pero no practicante. «¿Porqué durante tanto tiempo la misa te ha dado lo mismo, y después todo cambió?» La respuesta es evidente: la que cambió no fue la misa, sino el chaval. Cambia, pues, también tu corazón, sin esperar para ello un gran milagro, pero pidiendo al Señor ti no pequeño. No vayas a la Eucaristía con zapatos de plomo, decidido a hundirte una vez más. Acércate a ella con un nuevo corazón, con un deseo intenso y con hombre de Dios, y participa activamente en las oraciones con tus amigos.

«¿Qué hacer, cuando se está tentado de no volver a ir a misa?» Depende de lo que entiendas por la palabra «tentado». Si, a pesar de tus esfuerzos, la Eucaristía había perdido para ti -aunque momentáneamente- todo significado, está claro que no puedes continuar haciendo una comedia. Eso sí, deberías estar absolutamente seguro de encontrarte en tal extremo. E, incluso en este caso, deberías evitar el dar un portazo sin esperanza de retorno. ¡Quizá puedas rezar de otra manera...!

Pero si la tentación se reduce a un cambio de humor, a la ley del mínimo esfuerzo, a una época de desánimo o de falta de sensibilidad, al típico qué dirán, entonces te invito a no capitular. Insiste, entra con resolución en el juego litúrgico y participa en él con todas tus fuerzas. Puedes, incluso, ofrecerte como animador litúrgico. ¡Haz algo! No pierdas una práctica que te costará mucho retomar.

Por último, me planteas esta pregunta: «¿Después de la comunión se siente algún cambio? ¿Se es diferente de otros días?». Si se comulga con fervor y se toma el tiempo necesario para «digerir» el don de Dios antes de volver al trabajo, seguro que sí. No se tienen necesariamente estremecimientos viscerales, pero uno se siente habitado por una presencia, que es la de toda la Trinidad. Porque la Eucaristía conduce a la Trinidad. Se entra así en la paz, y esta paz es la que alimenta nuestra caridad, y, en determinados momentos, nos hace encontrar las palabras precisas para tal situación. ¡Inténtalo...! Además, la comunión te hará descubrir, con toda seguridad, la adoración eucarística. Entonces querrás encontrarte en presencia de tu Señor, porque habrás cogido gusto a su cuerpo. No hagas caso a los que dicen que el pan fue hecho para ser comido y no para ser mirado. Si no te paras a mirar, no sabrás a quién comes.

Simplemente te pondrás en la cola de los que van a comulgar porque forma parte de la ceremonia, un rito de participación social, al que todo buen español «tiene derecho».

Me encuentro también con una pregunta sobre el sacramento de la Penitencia: «¿Hay que confesarse a un sacerdote, o es suficiente con dirigirse directamente a Dios?» Te agradezco que me hayas planteado esta pregunta, aunque me suena a pregunta de adulto, pues, habitualmente, los jóvenes reaccionáis ante el sacramento del perdón de otra forma. Es evidente que tampoco para vosotros es fácil ir a confesaros con un sacerdote, pero vuestra generación se confía con mayor facilidad. Tenéis, además, toda una serie de organizaciones especializadas en aconsejaros. Y en todas las reuniones, asambleas, peregrinaciones juveniles.... disponéis de momentos previstos para la celebración del perdón, con numerosos sacerdotes a vuestro servicio. Sacerdotes con los que soléis ser más espontáneos de lo que nosotros lo éramos a vuestra edad. Se puede decir, pues, que las cosas se asientan y, al menos, no son más difíciles.

Pero el sacramento es algo más que una consulta: es un acto de Dios. Si realmente adoras al Dios-Amor, y no a otra divinidad, un día te dirá lo que le dijo a Pablo en el camino de Damasco: «entra en la ciudad, y allí, se te dirá lo que tienes que hacer» (Hechos 9,6). El se es Ananías, el responsable de la comunidad. El Señor ha querido necesitar a los hombres y te remite a ellos, no para deshacerse de ti, sino para perdonarte con un corazón y una voz humanos. No intentes pasar por encima de la Iglesia: ofenderías al Señor y perderías el tiempo. Acoge la ternura donde te es ofrecida, y llora un buen rato si el corazón te lo pide. Después comprenderás que hasta ese momento te habías equivocado de Dios.

No olvides lo que acabo de decirte respecto a los hombres (le Iglesia, que es el tema que voy a abordar a continuación. No son jefes; son padres. Uno de ellos se llama incluso «el Santo Padre».

 

 

 

EL PERSONAL DE LA IGLESIA

 

EL PAPA

 

Cuando Juan Pablo II va de visita a cualquier país del mundo es acogido por decenas de miles de jóvenes que le aplauden con entusiasmo, incluso en Marruecos o en otros países musulmanes. A pesar de ello, me planteas preguntas sobre él, directas y sin miramientos, como soléis hacer siempre los jóvenes.

 

Su función

 

En primer lugar, preguntas sin contemplaciones:

«¿Para qué sirve el Papa?»

 

Personalmente, preguntaría:

«¿Quién es el Papa y cuál es su función en la Iglesia y en el mundo?»

 

Porque el Papa no es un utensilio, sino alguien, una persona con corazón. Para responderte, te remito directamente al Evangelio.

 

Í . El Papa es el sucesor de Pedro. No es que esté al mismo nivel que Pedro, porque él no ha visto a Jesús ni antes ni después de su Resurrección. Pero posee el mismo carisma que Pedro. Los Papas se suceden unos a otros en la sede de Pedro y su carisma es el de ser el cimiento del edificio, el fundamento que sostiene los muras e impide que se agrieten (Mateo 16,18). Por eso Jesús dio a Simón el sobrenombre de Cefas.  ¡Un sobrenombre poco corriente en su época y que no debió sentar muy bien a su suegra!

En la Iglesia católica hay, pues, un principio visible de unidad, a diferencia de lo que sucede en la Iglesia ortodoxa, donde la comunión es únicamente espiritual, sin ningún signo tangible. Bien practicado, el ecumenismo es algo excelente e indispensable, pero la unidad querida por Cristo es mucho más profunda que una simple confederación de Iglesias, aunque ésta pudiera ser un primer paso para lograrla. El secretario general del Consejo Ecuménico no es un Papa, sino un coordinador.

 

2. El servicio de la unidad no es una tarea administrativa, sino que su objetivo es la preservación y la fortificación de la fe, sobre todo en los momentos difíciles. Este es el papel que Jesús confió a Pedro horas antes de que le negase. Para ello, le dijo, llamándole por su antiguo nombre, el de un hombre débil como todos los demás: «Simón, Simón, Satanás os reclama para cribaros, como a la arena, pero Yo he rezado por ti, para que tu fe no desfallezca. Así pues, tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lucas 22,31-34). Página emocionante, en la que se ve cómo el Señor, sin hacerse ilusiones, confiere a Pedro una gracia capital. El Papa es, pues, pecador, pero infalible, aunque no siempre, sino únicamente en los actos solemnes de su función, es decir, cuando define la fe y las costumbres. No hagas como ciertos teólogos que, para destruir la infalibilidad, empiezan por exagerarla para poder ridiculizarla mejor. Tampoco veas en ello un acto autoritario, sino un carisma, es decir, una ayuda dada por el mismo Espíritu para que no sucumbamos al vértigo, una especie de freno en la pendiente, si lo prefieres, aunque la imagen sea demasiado negativa.

Fíjate que algunos textos del Evangelio, como el que acabo de citarte, confrontan tres realidades: Pedro, Satanás y la Cruz. Satanás induce a Pedro a rechazar la Cruz (Mateo 16,21-23), pero Pedro, una vez que ha vuelto de su traición, preserva a la Iglesia de sucumbir a esta tentación. Sí, el papel de Papa es impedimos que «nos avergoncemos del Evangelio» (Romanos 1, 16), rechazando la Cruz. En una época dominada por el vértigo, «tanto a derecha como a izquierda», Juan Pablo II asume su función con una firmeza llena de bondad. ¡Es infinitamente menos autoritario que algunos pensadores, para quienes todo el mundo es infalible..., menos el Papa!

 

3. El Papa es el obispo de Roma. No es, pues, un superjefe de los obispos, sin ser él mismo obispo. No es tampoco el presidente de las Iglesias unidas. Forma parte de lo que se llama el colegio episcopal, así como Pedro pertenecía al grupo de los Doce, y es en el grupo donde lleva a cabo su función: ejercer no una primacía honorífica (¿dónde habla el Evangelio del honor humano?, ¿se habría preocupado Jesús de las dignidades ... ?), sino real. Esta autoridad no confisca la de los obispos, ni los reduce a meros delegados o vicarios; no interviene continuamente en sus asuntos. ¡el Papa aguanta mucho más que cualquier presidente o jefe de gobierno! Y, sin embargo, es una autoridad real y universal.

Encontrarás dos tipos de hombres en la Iglesia: unos (los galicanos), con un «complejo antirromano» subido; otros (los ultramontanos), que saltan por encima de su diócesis y se proclaman inmediatamente ciudadanos de la Iglesia universal. Evítalos a los dos. No elijas. Cógelo todo. No ames al Papa para despreciar mejor a tu obispo. No te aferres a tu obispo para oponerte mejor al Papa. Estos son juegos estériles de países ricos, europeos y americanos. La autoridad es un todo indisoluble. Para un obispo, el Papa no es una amenaza, sino una ayuda preciosa. Algo que se nota mucho en los países pobres o perseguidos (14: el Estado perseguidor intenta siempre aislar a la Iglesia local para dominarla mejor).

Para el Papa, el obispo no es un «subordinado» gruñón que se limita a gestionar sus problemas locales, sino un hermano que, en su Iglesia particular, hace latir el corazón de la Iglesia universal.

 

4. Por ser el obispo de Roma, el Papa es elegido, no por el conjunto de los obispos, ni siquiera por un sínodo (en una especie de elección a dos vueltas), sino que es elegido por el colegio cardenalicio, que constituye el Senado de la Iglesia romana. Afortunadamente, el colegio cardenalicio es cada vez más internacional, pero no por eso deja de estar menos unido a la Santa Sede. Más que ningún otro, Juan Pablo II, a pesar de ser polaco, se afana en cumplir su función episcopal en su diócesis, aunque se haga ayudar en ello, sin contentarse con gobernar el conjunto de la Iglesia. Si participas en una audiencia de los miércoles, y si hay diocesanos de Roma, verás hasta qué punto el Papa se interesa por ellos.... Y ellos por él.

 

Su vida

 

En tus preguntas pasas revista a todos los tópicos, desde los grifos de oro del Vaticano hasta la piscina de Castelgandolfo, que, a tu juicio, escandaliza a la gente. A mí, no. ¿Es un lujo una piscina? ¡Y un Papa deportista es algo genial! Y en cuanto a los famosos grifos, te propongo que subas a ver los apartamentos privados de Juan Pablo II. Verás que no hay gran lujo en ellos. ¡Tus estrellas preferidas, a las que perdonas todo, seguramente tienen mucho más confort en sus apartamentos de Marbella o de Miami!

Por otra parte, los edificios representan un patrimonio difícil y costoso de conservar. El gobierno español tiene estos mismos problemas con sus monumentos históricos, que no son funcionales, pero son difíciles de conservar y que, además, no se pueden demoler. ¿Por qué, entonces, tantas protestas contra el Vaticano? Después de todo, es un patrimonio: la gran casa de toda la humanidad. No suelen ser los más pobres los que más se quejan de ello, porque allí se sienten como en su casa. Además, es bello. A mí, que formo parte del pueblo, me gusta.

 

También cuestionas los viajes de Juan Pablo II en tus preguntas:

 

«¿Para qué sirven estos viajes oficiales?

-¿Por qué el Papa se hace aclamar como una estrella?

-¿Por qué, en sus numerosas visitas por todo el mundo, el Papa hace gastar sumas importantes de dinero que podrían darse a los pobres?

-Cuando es recibido en el aeropuerto por un jefe de Estado, ¿el Papa es recibido como obispo o como soberano? ¿No resulta algo ambiguo todo esto?»

 

Es verdad que, desde Pablo VI, los Papas viajan mucho, y cada vez más. Habíamos perdido la costumbre de que los Papas viajasen y, por eso, sus viajes siguen sorprendiendo. Pero, ¡qué difícil es contentar a los católicos! Cuando permanecía tranquilamente en su casa, recibiendo a los cardenales y a los embajadores, se decía que olía a cerrado. Y cuando sale, se dice que hace turismo. ¡Es el cuento del padre, el hijo y el asno ...! Yo, en cambio, estoy loco de contento de que el Santo Padre no permanezca encerrado en sus 44 hectáreas (¡con piscina!). Le vemos y nos ve. No viene a pasearse ni a tirar de las orejas a los episcopados nacionales, sino a reunirse en torno suyo con nuestros pastores y a animarnos. Nos habla y eso nos hace mucho bien.... aunque a veces se alargue un poco... ¿Se puede llamar turismo a sus cabalgadas agotadoras, en las que hay que viajar, sonreír constantemente, hablar en una lengua desconocida y abrazar a los niños? ¿Se pueden llamar shows a esas asambleas tormentosas, como en Nicaragua, o al inevitable cortejo de homosexuales, como en Amsterdam, o al de las monjas americanas que reclaman el sacerdocio? De tal manera, que Juan Pablo II es recibido con más delicadeza en los países no cristianos o poco cristianos, como Marruecos o Japón. Lo que más me llama la atención de sus viajes son esos raros momentos de calma, en lo que se ve a nuestro Juan Pablo sentado en su sillón, con los ojos cerrados y la cabeza entre la manos, sólo con su Dios. ¡Esta capacidad de recogimiento, en medio de una inmensa multitud, es algo impresionante!

Desde los acuerdos de Letrán (1929), el Vaticano es considerado como un Estado independiente. Este estatus le concede al jefe de la Iglesia una mayor independencia (como se pudo constatar durante la última guerra). Pero esto no engaña a nadie. El Papa no es primordialmente un jefe de Estado. ¡Tiene otras muchas cosas que hacer, además de gobernar sus 44 hectáreas! Cuando visita un país, es recibido como un soberano extranjero, con el himno nacional del país en cuestión y el himno pontificio (por cierto, no muy bonito). Esto le complica la vida, porque tiene que pedir y obtener el permiso del  correspondiente gobierno, y debe saber muy bien donde pone los pies. Pero tranquilízate; desde el mismo instante en que baja del avión, Juan Pablo II proclama inmediatamente que ha venido a llevar a cabo una misión pastoral, lo que despeja cualquier ambigüedad. Y, aunque mide sus palabras, no duda en hablar de justicia social y poner el dedo en la llaga, aun en presencia de los potentados y poderosos, que no suelen poner buena cara. Los periodistas, que están siempre al acecho, han publicado algunas de estas muecas desaprobadoras de determinados gobernantes.

Nos queda la inevitable cuestión de la financiación de los viajes, que suele recaer en los católicos del país visitado. ¡Después de todo, tienen derecho a darse este gusto! Pero, incluso en este punto, déjame que me ría un poco contigo. ¿Sabes cuánto cuestan los desplazamientos habituales de nuestras personalidades políticas? Además, Juan Pablo II no tiene la culpa de haber recibido tres balas en el vientre un trece de mayo, y que, como consecuencia de ello, haya que movilizar un contingente importante de policía para protegerle. Si caes en la cuenta de la importancia espiritual de un viaje pastoral, lo entenderás perfectamente. Tu crítica -o la que un adulto te ha soplado- procede seguramente de que no ves la importancia de estas visitas que nos reúnen y nos animan. A no ser que no tengas el más mínimo interés en escuchar al Papa recordarte, en tu propia patria, alguna exigencia mortal que detestas. Interrógate sobre este punto. ¿Cuántas cosas no eres capaz de perdonar a las personas que quieres? Y en cuanto a las pobres, el Papa también va a verles, y ellos están felices de recibirlo sin reparar en gastos. Porque no sólo de pan vive el hombre... (15: Después del paso de un terrible ciclón que arrasó el sur de obispo de La Reunión pensaba anular el viaje del Papa, programado para tres meses después, para que el dinero fuese destinado a los siniestrados. Pero la gente le decía: «de ninguna manera, Padre, también nosotros necesitamos un signo de esperanza».)

 

¿No existe también la pobreza espiritual, como la tuya, por ejemplo?

Alguna vez me pregunto: «¿qué haría si el Papa entrase ahora mismo en esta sala?» yo respondo sin dudarlo: una gran aclamación y un círculo familiar a su alrededor... su isla, el

 

Su enseñanza

 

Esto es lo que les hace «pupa» a algunos: la doctrina.

 

«¿Admite las ideas del Papa sobre el sexo?»

 

¡Yo, sí, y por Completo, y un gran número de jóvenes también! Para justificar mi respuesta no voy a darte todo un curso, pero sí voy a proponerte un discernimiento previo, es decir aclarar tu malestar. Sígueme, amigo.

 

1. Cuando un pastor se pronuncia sobre un determinado punto, es para clarificar un problema debatido; de lo contrario, su enseñanza no tendría interés alguno. Interviene, pues, en un debate agitado y toma partido resueltamente. En estas condiciones es normal que sus documentos susciten diversas reacciones, y, por lo tanto, contestación. Evidentemente, los medios de comunicación insistirán mucho más en las posturas de los recalcitrantes que en las de las los satisfechos: es una de las reglas del periodismo.

En Teología se dice, a veces, que un texto del magisterio debe ser «recibido» por toda la Iglesia. Recibido en el sentido de «acogido en la fe», y no en el sentido de que sea «votado». ¿Por qué? Hoy hablamos mucho de los profetas. Pues bien, estos valientes personajes suscitaron la contradicción y llorarán: piense en Jeremías debatiéndose en el cieno en el fondo de la cisterna y jurando que, si lo hubiera sabido, nunca habría dicho sí a Yahvé (Jeremías 20,7-18). Además, su enseñanza no fue aceptada porque criticaba la manera habitual de comportarse de los israelitas. ¿Quiere eso decir que su enseñanza era falsa o inoportuna? ¡De ninguna manera; al contrario, daba en el clavo! Si, cuando sale una encíclica, todos los cristianos dijesen: «¡Bravo, Santo Padre, genial, nos habéis dicho lo que ya sabíamos!», eso significaría que el Papa habría perdido el tiempo y la tinta, escribiendo un texto inútil. Por lo tanto, en cierto sentido, la contestación es una buena señal. Muestra que, descubriendo la herida, el Santo Padre puso sal en ella y no azúcar. La sal quema, pero mata los microbios.

 

2. ¿Por qué no nos damos cuenta de todo esto? Porque nuestra sensibilidad ha cambiado. Hace un siglo, León XIII hacía vociferar a una parte importante de la burguesía, al publicar una encíclica sobre la miseria del mundo obrero (Rerum Novarum, 1891), y, cuarenta años después, Pío XI constataba que la herida todavía no estaba cicatrizada. ¿Se equivocaba el Papa? ¡Qué va! Hoy todo el mundo lo reconoce e incluso afirma que debería haberlo hecho antes. ¿A qué se debe este cambio? Porque hoy estamos ya acostumbrados a escuchar a nuestros pastores hablar de la cuestión social (algunos no hablan de otra cosa), y nos parece algo absolutamente normal... De la misma manera, dentro de algún tiempo, que espero que sea corto, los cristianos verán como algo normal que la Iglesia hable de moral sexual, porque, con el paso del tiempo, habrán caído en la cuenta del carácter profético de las enseñanzas actuales, y de la valentía de los Papas que se atrevieron a desafiar a la opinión pública.

Hoy, como hace un siglo, los que se oponen al Papa utilizan, sin darse cuenta, los mismos argumentos. Unos argumentos de sobra conocidos:

 

a) La Iglesia se sale de su terreno: es lo que decía, hace ya mucho tiempo, un almirante al obispo de Orleans, a propósito de un problema de Defensa nacional.

 

b) La Iglesia no conoce nada sobre el tema: es lo que decían los economistas liberales de los tiempos de León XIII.

 

c) La Iglesia va contra la marcha de la Historia: también lo decían Hitler y Stalin.

 

d) No se puede moralizar sobre el sexo: lo mismo que no se podía moralizar sobre la política en el período de entreguerras.

 

Así pues, amigo mío, pregúntate de dónde proviene tu reacción. ¿Por qué eres tan hipersensible en ciertos puntos y nada sensible en otros? ¿Por qué rechazas categóricamente el racismo y, sin embargo, toleras la prostitución? ¿Se trata de una convicción razonada? ¿Cuál? ¿O se trata, más bien, del miedo a no pensar como la mayoría?

 

3. El Papa no es un farmacéutico, sino un pastor. Es lo que respondí a una chica de un instituto que me decía: «Soy cristiana, pero tomo la píldora, ¿qué piensa usted de ello?»

a) que no debe disociarse el amor del don de la vida;

b) que el don de la vida no debe disociarse del amor.  Esta es la verdad. Y una verdad inalterable... Y liberadora. Y añadí: a) Todo depende de lo que quieras hacer tomando la píldora. b) ¿Estás segura de no arruinar tu cuerpo con ella?  (16: Buscar en las encíclicas «lo prohibido» o «lo permitido» es no entender nada de nada. En realidad, la Iglesia no cesa de repetir continuamente lo mismo, ya sea por boca de Juan XXIII o de Juan Pablo II)

 

4. El recuerdo de una exigencia moral no funciona como algo meramente mecánico, dado que es algo que se propone a una conciencia responsable de sus actos. Es verdad que una ley es siempre una ley y comporta un imperativo que no se puede esquivar ni diluir. No se puede decir del «amarás al Señor con todo tu corazón»: es una simple indicación que no reviste carácter obligatorio alguno. Sin embargo, y sin querer atenuar el rigor de la exigencia, la conciencia humana puede dar pasos hacia ella. Cristo nunca te reprochará que estés en camino, si ese camino tiene una meta. Lo que sí te reprocharía, seguramente, es que arrojaras la ley a la basura, tachándola de estúpida. La vida moral es el camino de una alegre humildad.

 

5. No reduzcas todo a tu problema personal. Cuando el Papa escribe un documento importante, está pensando en la sociedad internacional. Así, cuando en 1968, Pablo VI escribió la tan discutida encíclica «Humanae vitae», sabía muy bien que las grandes potencias preferían pagar programas de esterilización a los países del Tercer Mundo que ayudarles a desarrollarse: ¡lo primero era mucho menos costoso! Y cuando Juan Pablo II -o el cardenal Ratzinger- abordan cualquier problema de bioética, lo primero que denuncian es la inquietante deriva que está tomando actualmente la ciencia. En efecto, al principio cualquier práctica parece absolutamente normal e inofensiva, pero es el primer paso del aprendiz de brujo en la manipulación del ser humano. ¿Quién sabe a dónde nos puede conducir? Tanto más que este tipo de ciencia se produce por vez primera en la historia. Además, hay que tener en cuenta que los individuos están siempre influenciados por la cultura global dominante y terminan por no poder resistir a su influjo. ¿No te parece que todo esto merece una reflexión?

 

6. En el fondo, lo que te da miedo es ir en contra de la opinión mayoritaria. Pero, en esto, como en otras muchas cosas, no podrás ser cristiano sin aceptar ser diferente. Seguramente tu padre sabe lo que cuesta ser honrado en los negocios. Pues en esto es exactamente lo mismo. El día en que lo aceptes y decidas vivirlo alegremente serás libre (17: «Usted habla de libertad, pero defiende la autoridad del Papa» me dices ¡Por la sencilla razón de que esta autoridad me permite ser libre!), sin que ello signifique que eres un héroe ni un cascarrabias desagradable.

 

 

 

LOS SACERDOTES

 

No me planteas pregunta alguna sobre los obispos. En cambio, sí hay muchas sobre los sacerdotes, y la mayoría de ellas son preguntas mediatizadas, como si no fueses más que un espejo de la sociedad. Hay, sobre todo, una cuestión que repites continuamente, como un loro, y es la que hace referencia al matrimonio de los curas:

 

«¿Por qué no se casan los sacerdotes?

-¿Por qué los clérigos no pueden tener hijos?

 

-Si Dios quiere nuestra felicidad, ¿por qué prohíbe el matrimonio de los curas

 

Las chicas se preocupan más por las religiosas. Una de ellas hace una pregunta como si las monjas fuesen el harén del Santo Padre:

 

«¿Por qué el Papa prohíbe a las monjas casarse? ¿Por qué las guarda todas para él? Es muy egoísta».

 

Siento muchísimo todo esto como sacerdote feliz de serlo. Y lo que más me aflige es que no hagas un esfuerzo para comprender mi corazón. ¿Cuál es mi problema? Mi problema es que he entregado mi vida a Jesús para que venga su Reino, y su Reino no acaba de llegar. Mi problema es encontrarme a menudo, en bautizos y matrimonios, con gente que apenas tiene fe y que, sin quererlo, me hacen hacer una comedia. Mi problema es aguantar a los niños en la catequesis, ayudar a los jóvenes a convertirse de verdad, entrar en contacto con el mayor número de personas y encontrar las palabras justas para hacerlo. Mi problema es acoger a los heridos y orientarles lentamente hacia la curación; sostener a los militantes comprometidos en la vida familiar, social, o en la acción caritativa. Mi problema es conciliar las obligaciones de mi agenda con las imprevistas que surgen; mantener el tiempo de oración aunque me cueste; acompañar a los moribundos... Y tú, para consolarme, me dices, con un tono lleno de compasión: «cásese y todo se arreglará.» No conoces nada del corazón del cura, y la única canción que le cantas es la del matrimonio. Es exactamente como en la película de Scorsese: ¡en la cruz, Jesús consuma su sacrificio por la salvación de todos los hombres, está en el paroxismo de su caridad, se retuerce de dolor.... Y el cineasta le propone las caricias y los mimos de María Magdalena! ¡Grotesco y repugnante!

Mi dolor de cura no procede de dormir sólo en una cama, sino de constatar que la gente intenta siempre buscarme otra «razón social» distinta a la que anida en mi corazón. ¡Como si no se viese a las claras que estoy enamorado de Jesús! Lo mismo suele ocurrirles a los monjes, a quienes muchos turistas confunden con fabricantes de queso...

Es evidente que no conoces el sacerdocio. ¿Y el matrimonio? A finales de 1988 estuve tres días en un instituto, sometido a toda clase de preguntas por parte de los chavales. Algunas están recogidas aquí. Como no podía ser menos, entre ellos proliferaron las preguntas sobre el sexo. Después de haber hecho el recorrido a todos los problemas relativos a la sexualidad (aborto, divorcio, anticonceptivos, relaciones prematrimoniales ... ), me plantearon el problema del celibato «forzado» de los curas. De pronto, me enfadé. No soy malo, pero tengo un carácter fuerte. Entonces, les dije: «¡Ah, mis canallas! Acabáis de destruirme por completo el matrimonio, y después de la carnicería, venís a ofrecerme los pedazos en un plato. ¿Lo hacéis aposta u os estáis burlando de mí?... Vosotros no queréis curas casados: un matrimonio legítimo y feliz es demasiado retro para vosotros... Lo que queréis son sacerdotes amancebados, divorciados, vueltos a casar (con monjas, mucho mejor), abortistas, homosexuales... Dejadme que os diga una cosa: ¡vosotros no queréis mi felicidad, sino mi complicidad, porque mi vivencia alegre del celibato os avergüenza y no la soportáis. Y si defendéis a los sacerdotes que no se encuentran a gusto en su estado, no es por ellos, sino por vosotros, porque su desgracia os complace: ¡por fin, los curas van a ser como todo el mundo, en vez de singularizarse en lo imposible! ... » Intenta imaginar sus caras asombradas. Estos ratos de indignación los he vuelto a repetir en varias ocasiones, y siempre con el mismo éxito.

 

Podría hacer como Jesús que, de vez en cuando, actuaba como los gallegos, es decir, respondía a una pregunta con otra (Mateo 21,23-37). Podría decirte: «explícame primero qué es lo que entiendes por matrimonio y yo te diré después por qué no me he casado.» Pero no voy a hacerte esperar más. No me he casado porque el Señor me ha dispensado del matrimonio y la Iglesia se ha aprovechado de ello para llamarme al sacerdocio. Estoy tan contento de pertenecer a mi Dios que no me imagino entregándome a una mujer. Por otra parte, con el nunca estoy solo. Soy feliz consagrándome enteramente a la paternidad espiritual. Loco de alegría por no tener el corazón dividido. Loco de alegría por encontrarme ya en la ternura del Reino, donde el matrimonio ya no existirá.

 

Esto es todo, amigo mío. Y no me eches en cara que desprecio el matrimonio. Creo en él mucho más que tú.

 

 

 

 

LA IGLESIA, SU PRESENTE Y SU FUTURO

 

Siento que en el fondo de tu corazón bulle una pregunta inquietante:

 

«¿Hay que ser cristiano o moderno?»

 

A la que se añade esta otra:

 

«La Iglesia está acabada, ¿por qué, entonces, perder el tiempo evangelizando?»

 

Estás inquieto y te preguntas:

 

«¿Se puede ser joven y cristiano hoy?»

 

Anteayer la pregunta era todavía más radical:

 

«¿No ha pasado totalmente de moda el Evangelio?»

 

¿El Evangelio? Claro que no. La Buena Noticia continúa siendo anunciada y creída. La Palabra no cesa de convertir corazones y originar nuevas comunidades, que relevan con ventaja a las viejas comunidades que desaparecen. Más aún, allí donde los católicos han bajado la guardia, otras confesiones más audaces se lanzan sobre el terreno. ¡Realmente, el Evangelio es inquebrantable!

Pero una cosa es el Evangelio y otra cosa distinta es la Iglesia. Esta es portadora del Evangelio, pero el portador puede cansarse aunque su carga permanezca intacta. ¿Qué es lo que más fatiga al portador: el camino, las piedras, los obstáculos externos... o la misma carga de cuya eficacia se duda? Dicho de otra forma, ¿la dificultad de creer en Cristo procede de tu entorno... o de tu propio corazón?

 

Intentemos pensarlo juntos.

 

1. El cristianismo es una religión insólita y mucho más frágil e inestable que las demás. Para nuestro Dios es una empresa arriesgada y azarosa. En vez de quedarse tranquilo en su cielo, fuera de nuestro alcance, el Señor quiso caminar entre nosotros y se entregó a las manipulaciones de los hombres, que pueden triturarle a su gusto. Y no estoy hablando sólo y, sobre todo, de los enemigos de Dios, sino de los mismos bautizados, que pueden ser los primeros falseadores de su fe. ¿Por qué? Porque la fe cristiana tiene la extraña capacidad de deshacerse desde el interior, a causa del relajamiento de sus miembros o de su verdad mal entendida. Alguien ha dicho que el cristianismo era la única religión susceptible di, suprimirse a sí misma, llevando sus principios hasta el final Llevados hasta el final... de la incoherencia, los citados principios ya no son evangélicos. Porque las bienaventuranzas, que nos prometen la persecución, no nos invitan al suicidio. N mucho menos al suicidio alegre.

 

Voy a ponerte cuatro ejemplos para ilustrarte los posibles patinazos.

 

a) La Encarnación es Emmanuel, Dios-con-nosotros. Pero con tanto insistir en el «con nosotros», olvidamos que es Dios el que está «con nosotros». Estamos llegando, sin darnos cuenta, a un humanismo no religioso o antirreligioso. ¿No se ha llegado incluso a decir que Cristo había sido el primer ateo? el pobre Jesús se ha hecho atrapar completamente por la tierra y la Encarnación se ha convertido en su enterrado¡ Es un riesgo que no existe, por ejemplo, en el Islam, donde Dios está allá, el hombre aquí, y cada uno en su sitio.

 

b) La misericordia es algo realmente formidable. Pero puede conducir a entender el perdón como una complicidad. Es algo que se desprende de una de tus preguntas: «Si Dios nos ama tal como somos, ¿por qué tenemos que cambiar?» Así, Dios pasa de ser una exigencia a convertirse en una connivencia.

 

c) el respeto de la conciencia es algo fundamental, pero, mal entendido, conduce al subjetivismo, en cuyo caso la sinceridad reemplaza a la verdad. Con ello, la misión desaparece y se termina diciendo que evangelizar a un budista es hacerle un mejor budista. Y cuando la falta de coraje se suma a la falta de convicción, el mismo misionero suele convertirse al budismo (casándose con una budista, por ejemplo). De esta forma, la cosa de la vuelta por completa.

 

d) La libertad de los hijos de Dios es una felicidad, pero, malentendida, puede degenerar en permisividad. Pablo lo decía: «En efecto, vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no sea esta libertad pretexto para vivir según las pasiones» (Gálatas 5,13). Lo que falta en todo esto es el discernimiento, el único capaz de descubrir a este Satanás que se disfraza de ángel de la luz (2 Corintios 11,14). Porque el diablo sabe muy bien que la belleza del cristianismo es también su debilidad. Así pues, amigo mío, ya ves que temo mucho más a la ceguera que a la persecución, y a la estupidez interior mucho más que a la violencia externa.

 

2. Pero, por las mismas razones, la fe cristiana posee una capacidad constante de resurrección. Mira la historia de la Iglesia: es un continuo y renovado surgimiento de bellas figuras y creaciones, nuevos santos y nuevas iniciativas. Toda una serie de insurrecciones espirituales que llegan siempre en el mejor momento, y cuando más falta hacen. Así, mientras centenares de sacerdotes morían en condiciones horribles durante la Revolución Francesa, el Señor hacía crecer al joven Juan María Vianney, fruto de su heroico sacrificio. Por lo tanto, deja de hablar de las «posibilidades» de la fe en el futuro. Posibilidad, suerte o azar son palabras paganas dirigidas a una Diosa caprichosa. Pero el cristiano no adora a ningún poder anónimo. Su suerte es el don que procede de un Dios personal y amoroso, y este don se llama gracia. La gracia no es una casualidad, aunque llegue de improviso. Tampoco es el resultado de un cálculo estimativo de probabilidades, porque interviene cuando menos se le espera. Piensa en la pesca milagrosa en el lago Tiberíades. No estaba programada, pero tampoco fue fortuita. «¡Es el Señor!», grita Juan, que identificó de pronto la silueta del hombre en la orilla (Juan 21,7). ¡Tú haz como él y olvídate de los sondeos!

 

3. Los medios de comunicación no cesan de repetirnos que la Iglesia muere, que la práctica religiosa se hunde, que las Iglesias se cierran, que los cristianos se convierten al Islam, que los mismos curas ya no creen, y, como el administrador prudente (Lucas 16,1-8), buscan un trabajo en otra parte, cuando todavía están a tiempo. Y todo esto te impresiona a pesar de que habría mucho que discutir sobre todo ello. La práctica habitual se hunde, pero la fe militante se afianza. Los intelectuales desvarían, atrapados por el mundo, pero aumentan considerablemente las peregrinaciones populares. Hay iglesias que cierran, pero se están construyendo otras muchas en los barrios nuevos de las grandes capitales. Los cristianos se convierten al Islam, pero también hay musulmanes que entran en la Iglesia cuando se hallan en países libres. Ha habido una caída considerable del número de curas, pero está surgiendo una joven generación de calidad. Para responder a esta cuestión que te preocupa, en la revista «Familia cristiana» me contenté con abrir mi cuaderno y contar lo que había hecho durante un trimestre. Era la única respuesta elocuente...

 

4. Por otra parte, los medios de comunicación saben muy bien que la Iglesia no muere, que está prodigiosamente viva, y, eso les inquieta. Sí, amigo mío, contrariamente a lo que piensas, la Iglesia da miedo a algunos a causa de su vitalidad: nadie se ensaña con un cadáver. Por eso los «buitres» atosigan con todas sus fuerzas al León de Judá o al Emmanuel  porque estas comunidades son vigorosas y evangelizadora.. Por eso también lanzan sospechas sobre las reuniones de jóvenes, acusándolas de triunfalistas o de conformismo gregario. Por eso preocupa el éxito de Juan Pablo II. En cuanto a los nuevos movimientos carismáticos, después de haberlos despreciado como una ingenuidad cantante y gesticulante, se les comienza a valorar. Libros y revistas hablan con inquietud del «retorno de las certezas», del renacimiento del «fundamentalismo» o de la aparición de «nuevos integrismos». Y. además, se culpa a los grupos editoriales de sostener la reaparición de lo retro. Ya ves, cada uno se defiende como puede, blandiendo palabras como espantapájaros.

 

5. La tentación de la sociedad es hacer callar a la Iglesia. Dado que rehúsa hacerse cómplice, que, al menos, se encierre en su silencio. Se ha llegado, incluso, a hablar de un apartheid blando para ella. Pero, como la Iglesia se defiende, se continúa descalificando a sus pastores más conocidos. Y se habla de clericalismo, de secta y de intolerancia. (¿Quién es el intolerante? ¿No es, acaso, la misma sociedad, que hace callar todas las voces discordantes?)

 

Lo que más rabia me da es que algunos cristianos sucumben y se convencen de que el mundo tiene razón. Por eso reclaman para la Iglesia su «encarnación» en un mundo absolutamente «secularizado», y le piden que se adapte en nombre de la pureza del Evangelio y del respeto a la «modernidad» (pero, ¿no estamos ya en la «postmodernidad»?). Invocan, incluso, el despojo de los místicos..., e intentan ganar para su causa al mismo Charles de Foucauld. No escuches estas canciones que huelen a 1968. Una cosa me sorprende. Antes, los mayores se empecinaban en conservar el pasado, lo cual es comprensible. Hoy, en cambio, se afanan en todo lo contrario, como si el futuro necesitase su permiso para existir. Pero, después de todo, ¿el futuro que nos anuncian no es un pasado reciente? Estaba pensando en eso anteayer, entresacando de mi biblioteca las obras de un autor difunto ya superadas. ¡Dios mío, qué rápido pasan las cosas y el tiempo! Sé muy bien que a mis libros les va a suceder lo mismo. De hecho, podría ponerles una advertencia, como la que se coloca en los yogures: «consumir preferentemente antes de...» Sólo pido a Dios que no me convierta en un «antiguo combatiente de la vanguardia» o en «un conservador de mi propia revolución ....».

 

6. Debes amar apasionadamente el mundo contemporáneo, como los santos han amado su época, para hacer frente a sus necesidades. Piensa en Juan Bosco, o en Ignacio de Loyola. Pero eso no quiere decir que seas un ingenuo. La sociedad va a intentar neutralizar a la Iglesia por todos los medios. En primer lugar, haciéndola callar, argumentando que el cristianismo, como todas las religiones, pertenece al dominio privado. Algo que rechazo en nombre del Concilio Vaticano II, que ha pedido a los Estados que no impidan a las comunidades recordar sus principios ni aplicarlos en la vida social (Dignitatis humanae n. 4). Los Papas anteriores han dicho lo mismo a los Estados totalitarios, sobre todo Pío XI. Entiéndelo bien. La Iglesia no pide reinar ni imponer sus leyes. En esto, nuestro mundo está secularizado y, sin duda, es mejor así. Pero, dado que es una Iglesia, y no una secta; dado que cree en una Buena Nueva, que es algo diferente a una opinión; dado que trae la salvación, y no una bagatela.... por todas estas razones es «experta en humanidad» (Pablo VI). Cristo no trae una verdad para el cristiano, sino una verdad para el hombre. La Iglesia no impone esta verdad a nadie, pero la proclama bien alta, incluso si molesta a algunos. La Iglesia no incendia los cines que proyectan «malas películas», pero tiene todo el derecho del mundo a declarar que una determinada producción ofende la conciencia de muchos. La Iglesia no juzga a los ministros y a los médicos que, ante la amenaza galopante del SIDA, piensan, en conciencia, que hay que utilizar preservativos, pero tiene todo el derecho del mundo para decir que ésa no es la verdadera solución del problema, y que este procedimiento no debe convertirse en una incitación a la anarquía moral para los jóvenes.

 

7. La sociedad puede utilizar también otras tácticas con la Iglesia:

 

a) Neutralizarla educadamente, asimilando, por ejemplo, los lugares de culto a lugares culturales, o eximiendo de impuestos el dinero entregado para el culto...

 

b) O neutralizarla despiadadamente, haciendo prácticamente imposible, por ejemplo, a los médicos y a las enfermeras el derecho a la objeción de conciencia en materia de aborto. Y esto es la más pura intolerancia y negando libertad de conciencia.

 

8. Lo que apena a algunos católicos es ver que algunos pronósticos del último concilio no se han cumplido, es decir, que el mundo no se ha convertido tan rápidamente ni tan globalmente como se esperaba, gracias a la actitud más conciliadora de la Iglesia. Es una pena, pero la historia no se detiene en 1964. Creo que debemos proseguir con todas nuestras fuerzas la tarea iniciada por el Vaticano II, pero, como decía Maurice Clavel, «ir al mundo» no es «rendirse al mundo». Personalmente, y poniendo la palabra entre comillas, espero una especie de «persecución» larvada, de tipo administrativo por ejemplo, en la medida en que el Estado vea confirmarse la renovación de la Iglesia. En el fondo, no tiene importancia. Al final, «todo, es gracia».

 

9. Me preguntas: ¿cristiano o moderno? Yo no escojo. Ni la madre Teresa, ni el Abbé Pierre, ni un matrimonio que ha adoptado dos niños subnormales, ni Jean Vanier, ni Roger Schutz. Y, que yo sepa, no son dinosaurios... ¡Tira tu vergüenza a la papelera! ¡Tienes que estar orgulloso de Jesús!

 

«Iglesia, mi amor, Iglesia, mi madre:

Sólo corres haciéndote cautiva

del amor del Hijo de Dios.

Iglesia rechazada, Iglesia escarnecida:

 

Mi amor cura tus heridas,

y tus sufrimientos transfiguran mi vida.

el secreto de los pobres, que son tu fuerza,

es toda nuestra alegría.

 

Tu canto de alabanza despierta mi corazón,

 tu silencio habla más alto que todos los gritos.

 Tu pasión se hace Eucaristía.

Por la verdad de tu libertad,

haces de mí lo que soy.

 

Felicidad de ofrecer la vida por la Esposa elegida,

en su pobreza y en su esplendor.

 Comunión en la felicidad de su Bien Amado,

luz de los que han perdonado,

salvación de la humanidad.

 

Has besado la cadena de tus pies y de tu cuello,

cadena de oro, cadena de amor

que te une a Jesús y a María.

Algunas flores sólo brotan entre

las lágrimas, las lágrimas de la sangre y del amor de Dios» (18: Poema compuesto por Marie-Anne Petit).