POLÍTICAS, POLÍTICOS Y TRUHANES

JAVIER BOSQUE

ECLESALIA.- ¡Que poco se habla de nuestras obligaciones políticas! Sin embargo es imprescindible reflexionar sobre esta resbaladiza cuestión. No tenemos ningún derecho a quejarnos si no hemos cumplido con la seria obligación de votar con cabeza. No basta con votar, hay que hacerlo con inteligencia.

Por desgracia todavía quedan demasiados resentimientos y hay quien vota visceralmente con el bando del abuelo. Es un voto muerto, un voto esclavo de los odios y prejuicios del pasado. Hoy las diferencias entre partidos están más sobre el papel que en la realidad. Basta mirar a otros países desarrollados para darse cuenta de la escasa diferencia entre gobiernos de un signo u otro. Y es que el margen de maniobra es escaso y las reglas económicas condicionan la política real. El objetivo por excelencia es el empleo y la prosperidad del país. La verdadera diferencia, la que olvidamos al votar, está en la capacidad, preparación y honradez de los que tienen que conducirnos.

Lo más sensato, por tanto, es preservar la libertad y la lucidez. Es decir, no ser rehén de ningún partido, porque ninguno tiene la verdad total ni sabe hacer milagros. La división entre derecha e izquierda es una antigualla y fragmenta la integridad humana. Por ejemplo, en la defensa de los valores espirituales del hombre muchos nos sentimos derechistas a ultranza frente al materialismo zurdo; sin embargo, en la defensa de la solidaridad nos situamos más a la izquierda que los siniestros oficiales. ¿Qué hacer ante esta esquizofrenia que los partidos representan? Lo realista es darse cuenta de que ningún partido, ningún gobierno, puede satisfacer todas nuestras aspiraciones, ninguno llega al óptimo. No cabe otra decisión que votar al menos malo, al que menos contradiga mis ideales y, sobre todo, al que haya demostrado su honradez y su capacidad para hacernos avanzar. Podemos aplicar aquí la máxima evangélica: “Por los frutos los conoceréis”.

Por eso no cabe la indiferencia ni la superficialidad. Es moralmente exigible mirar si el programa a votar contiene propuestas contrarias a mis convicciones, si la catadura humana de los candidatos es fiable. El error a la hora de votar es grave porque perjudica al votante y al resto de la sociedad. No es fácil discernir en un sector con tanto camuflaje. Por eso hay que agudizar la observación e identificar a los políticos que debemos evitar.

Evitables son, por ejemplo, los “políticos sacamuelas” de incontinente verborrea que ofrecen elixires de todos los colores, que tienen solución para todo. Improvisan constantemente y sacan de su carromato cualquier ungüento con tal de atrapar a los ingenuos. A poca lucidez que conservemos, es fácil darse cuenta de que estos políticos, como los sacamuelas de antaño, buscan su beneficio y no son de fiar.

Evitables son, con toda certeza, los “políticos de presa” que se lanzan al cuello del adversario para despedazarlo. No se centran en su programa, como parecería lógico esperar, sino que se dedican a difamar, a calumniar, a desprestigiar, a desangrar al adversario. Poco o nada se sabe de las soluciones concretas que aportan, de las ideas que oponen, su estrategia es herir y matar. Su praxis política se asemeja a la de esos antros donde se envisca un perro contra otro hasta encarnizar. Por extraño que parezca, esta raza política tiene éxito entre las masas que buscan el morbo y el espectáculo.

Para estos políticos rastreros todo está permitido, como si la política no fuese una noble actividad humana regida por la racionalidad, la moralidad y el buen gusto. Para ellos no existe la cortesía parlamentaria, ni la capacidad de exponer educadamente -ardorosamente si se quiere- sus argumentos. Toda su habilidad consiste en asestar el navajazo certero en el momento oportuno. Son, incluso, físicamente reconocibles. Basta con observar sus rostros hoscos, sus ceños fruncidos, sus palabras agrias, sus gestos violentos.

Deberíamos exigir a los políticos, como mínimo, un previo poder ejemplarizante. Tendrían que atraernos y no provocarnos vergüenza ajena. ¿Cómo pueden pretender gobernar quienes no se conducen con dignidad ni compiten humanamente? Hemos olvidado el principio de los clásicos: “que gobiernen los mejores”. Los mejores en capacidad, en sabiduría, en experiencia; los mejores en dignidad, en honradez, en humanidad. No podemos consentir que en nuestros modernos hemiciclos se instalen “los más feroces”.

Evitables son, por fin, los “políticos indecentes y deshonestos”, los que sólo buscan su supervivencia o enriquecimiento. Si lo que motiva a un político es su vocación de servicio a la comunidad, a estos falsos políticos les impulsa el egoísmo. Son peligrosos porque trepan el poder a toda costa y no tienen barreras morales. Sin duda merecen más confianza quienes, teniendo su carrera asegurada en la vida privada, se lanzan a los riesgos de la vida pública por pura vocación de servicio.

Otros truhanes se alimentan en la ciénaga política. Cada uno puede, con inteligencia e interés, descubrirlos y evitarlos. Nos jugamos la prosperidad de todos y, más importante, nuestro camino de humanización.