Pasos para conseguir la vocación de los hijos

Fuente: interrogantes.net
Autor: Rafael González-Villalobos

 

Primero: rezar por ellos

Como ya te dije, la vocación es una llamada de Dios. Teniendo esto presente, sobra decir que ningún consejo garantiza la obtención del resultado, si Dios no llama.

Sin embargo, la oración de un padre, y fundamentalmente la de una madre, tiene un poder inmenso cuando se trata de los hijos. A lo largo de la historia sobran los ejemplos: Jesús “cambió sus planes” en las bodas de Caná a petición de su Madre, y convirtió el agua en vino a pesar de que “no tenía previsto” realizar ese que fue su primer milagro. El mismo Señor resucitó al hijo único de una viuda, al ver las lágrimas de su madre. Y curó a la hija de la cananea ante sus súplicas. Las oraciones de Santa Mónica valieron para arrancar de Dios la conversión de San Agustín. Y como estos, muchos más.

Por eso, pido al Señor que adorne a mi familia con el lucero de alguna vocación. O con más luceros. Pídeselo tú desde ya. Aunque tu hija o tu hijo sean muy jóvenes. Incluso si aún no han nacido. Y le pido también que, en lo que de mi dependa, el terreno esté bien preparado y abonado cuando llegue el momento de la llamada. Que me dé luces en cada momento para actuar con mis hijos conforme a su Voluntad.


Segundo: crear un clima propicio

Debemos ocuparnos desde que nacen nuestros hijos en que el entorno más próximo sea favorable para que acojan adecuadamente la llamada de Dios.

Educarles desde una edad muy temprana en la adquisición y crecimiento de las virtudes humanas, porque no se tiene noticia de ningún santo que no fuera una gran mujer o un gran hombre: generosidad, para que sean capaces de dejar todo por Cristo y por los demás; lealtad, para que empeñen toda su existencia en seguir pase lo que pase y pese a quien pese el camino que vieron en un primer momento; reciedumbre, para que venzan con fortaleza las dificultades que se les presentarán a lo largo de su vida, y para que no se amilanen ante la incomprensión de los miopes “buenos” que querrán “aconsejarles” a pesar de su ceguera; magnanimidad, para que sean capaces de ilusionarse con proyectos grandes, escapando de la ramplonería materialista y hedonista; sinceridad, para que sepan en todo momento acudir a quien puede ayudarles en las dificultades; responsabilidad, para que siendo conscientes del compromiso que asumen, respondan hasta las últimas consecuencias.

Inculcarles desde la infancia una vida de piedad sincera y, en la medida de las posibilidades de cada edad, profunda. Para ello, recuerda que “fray ejemplo” es el mejor predicador. No puedo desear que recen si no me ven a mi rezar. Podemos comenzar con pequeñas oraciones, al levantarse, al acostarse, antes de las comidas; enseñarles, desde pequeños, a dar gracias a Dios por todo lo que tienen, a pedirle perdón cuando hagan algo mal, a pedir ante las necesidades propias y ajenas; llevarles con frecuencia a la Iglesia, siquiera en visitas cortas, para que sepan que allí está Jesús, y aprendan desde el principio que en la Iglesia se deben comportar de una manera especial: en silencio, sabiendo hacer una genuflexión...; enseñarles a tener un trato filial con su Madre la Virgen. A medida que van creciendo, podemos fomentar en ellos la oración confiada con su Padre; enseñarles a tener un trato más constante y frecuente, por medio de algunas oraciones, con Dios y con la Virgen María: pueden rezar parte del Santo Rosario...; que se vayan familiarizando con la vida de Jesús: que lean el Evangelio o leérselo en voz alta; y, sobre todo, que adquieran una intensa vida sacramental: es fundamental la asistencia frecuente a la Santa Misa y al Sacramento de la Penitencia.

Esmerarse en cuidar al máximo el entorno ajeno a la familia: es básico concentrar todos nuestros esfuerzos en elegir el colegio que más se adapte a los objetivos educativos que hemos establecido para nuestros hijos, pasando por encima de las dificultades y asumiendo los esfuerzos que sean precisos –económicos, de exigencia personal, de tiempo, etc.–. Igualmente, debemos conocer sus amistades, fomentando las que vemos más adecuadas e intentando soslayar las menos convenientes, todo ello “con mano izquierda”.

Buscar un tercer lugar –además de familia y colegio– donde pueda centrar su tiempo libre, en contacto con otros amigos de su edad. No olvidemos que el tiempo libre puede ser tan educativo o tan “deseducativo” como la vida de familia.


Tercero: siempre disponible

Necesitamos crear un ambiente de confianza que fomente el diálogo con la hija o con el hijo. Que puedan acudir a nosotros, si lo desean, cuando comiencen a barruntar el Amor de Dios.

Este clima no se consigue de la noche a la mañana, a los catorce años. Es preciso que vean en sus padres, no solo y fundamentalmente a un amigo, sino a un padre o a una madre, que es mucho más que un amigo, con la garantía de que va a ser escuchado, comprendido, y que le van a aconsejar pensando siempre en lo mejor para él. Eso supone que, desde que son pequeños, deben encontrarnos siempre disponibles para sus asuntos: el negocio más importante, el mejor cliente, el superior más exigente, el trabajo inaplazable, es siempre cada uno de los hijos. Posiblemente, en la infancia, interrumpirán nuestra tarea o nuestro descanso con cuestiones que, desde la visión de adulto, carecerán de trascendencia. No podemos equivocarnos: su trascendencia radica en que, si dejamos pasar esas ocasiones, cuando las materias sean más enjundiosas no acudirán a nosotros. Entonces será cuando demandemos diálogo, posiblemente con pocos resultados.


Cuarto: fomentar su “rebeldía”

Que sepan que son diferentes. Tienen que ser diferentes. Deben navegar contra corriente, porque lo más fácil es dejarse llevar, pero de balsas a la deriva Dios no puede sacar nada positivo. Para ello, somos los padres los primeros que tenemos que tomar en serio esa rebeldía: nosotros seremos diferentes, haremos lo que no hace la mayoría, y dejaremos de hacer lo que la mayoría hace. No caeremos en el consumismo absurdo de “tener por tener” aunque lo que se tenga no sirva para nada. Nos negaremos a valorar a las personas en función de lo que tienen en lugar de por lo que son. No consentiremos la negación y el rechazo sistemático del dolor, porque conoceremos su sentido cristiano. No buscaremos como bien supremo el placer físico, la comodidad, ni idolatraremos nuestro cuerpo. Si nos ven en esa actitud, con alegría y poniéndonos el mundo por montera, les haremos atractiva esa rebeldía.


Publicado en Folletos MC, "Me lo han robado".