Parábolas para la Red

 

Contenido

I: La parábola del administrador

II: La parábola del rico y Lázaro

III: La parábola del fariseo y el recaudador

 

  

 

 

I: LA PARABOLA DEL ADMINISTRADOR

Lc 16,1-13

 

 

 

Texto

                                                 

16,1 Y añadió dirigiéndose a sus discípulos:

   -Había un hombre rico que tenía un administrador,

   Y le fueron con el cuento (dieblêthê)  de que éste derrochaba (diaskorpízôn) sus bienes.

      2  Entonces lo llamó y le dijo:

   -¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión, porque no podrás seguir de administrador.

      4 Ya sé lo que voy a hacer, para que, cuando me despidan de la administración, haya quien me reciba en su casa.

      5 Fue llamando uno por uno a los deudores (khreofiletôn) de su señor

   ...y preguntó al primero:  -¿Cuánto debes a mi señor?

      6 Aquél respondió: -Cien barriles de aceite  (hekaton bátous helaíou).

    El le dijo: -Toma tu recibo; date prisa, siéntate y escribe "cincuenta".

   7 Luego preguntó a otro: -Y tú, ¿cuánto le debes?

   Éste contestó: -Cien fanegas (coros) de trigo.

   Le dijo: -Toma tu recibo y escribe "ochenta".

   8a El señor elogió a aquel administrador de lo injusto (oikónomon tês adikías) por la sagacidad con que había procedido (hoti phronímôs epoíêsen),  8b pues los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su gente que los que pertenecen a la luz.

   9 Ahora os dijo yo: Haceos amigos con el injusto dinero (ek tou mamonâ tês adikías) para que, cuando se acabe, os reciban en las moradas definitivas.

  10 Quien es de fiar en lo de nada, también es de fiar en lo importante; quien no es honrado en lo de nada, tampoco es honrado en lo importante. 11Por eso, si no habéis sido de fiar con el injusto dinero, ¿quién os va a confiar lo que vale de veras? 12Si no habéis sido de fiar en lo ajeno, lo vuestro, ¿quién os lo va a entregar?

   13 Ningún criado puede estar al servicio de dos amos: porque o aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero.

 

 

Comentario

  

¿Algunas incoherencias?

   Esta parábola ha sido considerada una de las parábolas más difíciles de interpretar del evangelio.            En el texto de la misma, según algunos, hay notables incoherencias, a saber:

   -El hombre rico, en  primer lugar, despide a su administrador sin más pruebas que las habladurías de la gente ("le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes"). Este hombre no se para ni siquiera a indagar si es verdad o no lo que le han dicho.

   -El administrador parece aceptar sin más la veracidad de la acusación, pues no se defiende en absoluto, sino que plantea una estrategia de cara al futuro: ¿qué hará para ser acogido en casa de los deudores, cuando su amo lo despida?

   -El hombre rico alaba sorprendentemente la forma de actuar del administrador, a pesar de haber oído que derrochaba sus bienes y lo pone como ejemplo de hombre sagaz.

   Para resolver estas incoherencias, los autores parten del presupuesto de que la parábola no se nos ha transmitido como Jesús la pronunció, sino que ha tenido diversos añadidos.

 

La parábola original

   De ahí que se paren a indagar cuál era el texto de la parábola original, a lo que han dado al menos  cuatro respuestas:

   1. Para algunos autores, como  J. Jeremias y J. D.  Crossan, la parábola terminaba en el v. 7, evitando poner como final la alabanza del hombre rico para con el administrador, a todas luces poco real, pues éste lo había defraudado.

   2. Un segundo grupo la  hace terminar en el v. 8a con la alabanza del señor hacia el administrador. Pero, en este caso, habría que explicar por qué el hombre rico alaba al administrador a pesar de su comportamiento deshonesto. Aunque admirase su sagacidad, tenía que haber condenado el fraude.

   3. Otros prefieren que termine en 8b y, en este caso, la parábola contrapone la sagacidad de los hijos de las tinieblas a la de los hijos de la luz, pasando el motivo del fraude a segundo lugar.

   4. Otros consideran que la parábola terminaría en el v. 9: “Haceos amigos con el injusto dinero, para que, cuando se acabe, os reciban en las moradas definitivas”. Ahora bien si la parábola termina aquí, hemos de reconocer que esta frase es más enigmática y problemática que la parábola misma.

   Pero, en realidad, más allá de lo que fuese el texto de la parábola salida de labios de Jesús, a nosotros debe preocuparnos explicar el texto tal y como lo tenemos en la actualidad. Por eso hemos de explicar la parábola sin cortarla allí donde nos resulte más incómodo o incoherente.

 

El contexto de la parábola

   Para entender el significado de la parábola, es necesario situarla en su contexto inmediato, que servirá de confirmación del mensaje de la misma (Lc 14,25-17,10).

   En Lc 14,25-34, Jesús habla de las condiciones para ser discípulo, que son dos: darle su adhesión y renunciar a lo que tienen para poner fin a la injusticia social causada por la acumulación de dinero: “todo aquel que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío”.

   En 15,1-10,  los recaudadores y descreídos responden a la llamada de Jesús que los acoge y come con ellos, razón por la que los fariseos como los letrados lo critican diciendo: "Este acoge a los descreídos y come con ellos". Jesús responde a sus críticas proponiendo dos parábolas: la del pastor que pierde una oveja entre cien y deja las noventa y nueve para buscarla, y la de la mujer que  pierde una moneda entre diez y barre toda la casa hasta que la encuentra. La oveja y la moneda representan a los recaudadores y descreídos a los que, según la teología farisea, Dios no ama, porque no cumplen la Ley, pero el Dios de Jesús ama a todos por igual.  

   En 15,11-32, para mostrar el amor de Dios hacia todos, Jesús propone la parábola del padre -pródigo en amor- hacia sus hijos: pendiente del que se ha ido e interesado en hacer entrar en la casa al que no quiere entrar, para que la familia quede definitivamente unida y aprendan tanto el uno como el otro de qué naturaleza es este padre que se prodiga en amor. Los fariseos, reflejados en el hijo mayor, no quieren hacer de los dos mundos uno, ni desean unirse a la fiesta de familia. Para ellos Dios no es padre, sino dueño.

   A continuación, en 16,1-13 sigue la parábola del administrador que termina con esta frase: "oyeron todo esto los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él"; por si no ha quedado clara su doctrina, Jesús les propone la parábola del rico y Lázaro (16,14-31).

   Los fariseos no están dispuestos a seguir a Jesús, desprendiéndose de sus bienes, ni a ir en busca de la oveja o de la moneda perdida, ni a perdonar al hermano menor para reconstruir la familia humana. Esperan un milagro del cielo para aprender el camino del desprendimiento del dinero y de la solidaridad, como se muestra en la parábola del rico y Lázaro, donde el rico dice a Abrahán: “Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a casa de mi padre porque tengo cinco hermanos: que los prevenga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento. Abrahán le contestó: Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen. El rico volvió a insistir: No, no, padre Abrahán, pero si uno que ha muerto fuera a verlos, se enmendaría. Abrahán le replicó: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no se dejarán convencer ni aunque uno resucite de la muerte”.

   Y todo ello, porque son amigos del dinero. Ese es su verdadero Dios y no el Dios verdadero.

 

 

Estructura de la parábola

 

   La parábola es como una pequeña pieza teatral con tres actos:

   vv. 1-3: planteamiento

   v.3-7: estrategia del administrador

   v.8-16: desenlace y palabras de Jesús a sus discípulos.

  

   Los personajes son también tres:

   - el hombre rico

   - el administrador y

   - los deudores (éstos, aunque parecen muchos, se reducen en la parábola a dos nada más: “preguntó al primero”; “luego preguntó a otro”. A ambos les condona parte de la deuda).

   El lector u oyente de la parábola tenderá a identificarse con alguno de los personajes de la parábola. Difícilmente lo hará con el hombre rico, por aquél entonces sinónimo de déspota; pero, más difícil lo tiene aún si se identifica con los deudores que son perdonados por alguien que derrocha los bienes de su  amo, convirtiéndose, en cierto modo, en cómplices del administrador. Tal vez entonces, no tenga más remedio que identificarse con el administrador que se garantiza el futuro renunciando al dinero.

   Hay quien ha titulado esta parábola: “Las armas del débil”, pues el administrador representa al débil que, con su sagacidad y astucia, se garantiza el futuro que los poderosos -representados por el hombre rico- le niegan, dejándolo sin trabajo. En este caso la parábola escenificaría la lucha del débil por sobrevivir en un mundo gobernado por élites ausentes y déspotas.

  

   La parábola, en todo caso, representa, como tantas otras, un caso extremo: un hombre que está a punto de ser despedido de su trabajo y que necesita actuar urgentemente para garantizarse el futuro. Su actuación no puede demorarse, porque mañana puede ser tarde, y, por ello, tiene que tomar una decisión antes de que el hombre rico lo despida.

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Comentario versículo a versículo

 

16,1Y añadió dirigiéndose a sus discípulos:

   -Había un hombre rico que tenía un administrador,

   La parábola representa una escena de la vida cotidiana en una aldea. El hombre rico, que, por ser rico, tiene también prestigio y honor, es un terrateniente  ausente,  que no cuida personalmente de sus bienes, dejándolos en manos de un administrador, fenómeno bastante común en la Galilea de tiempos de Jesús.

   Que se trata de un hombre rico (en griego, plousios), posiblemente el propietario de una gran finca,  se confirma porque tiene un administrador que cuida de sus propiedades.  Como administrador, éste tratará de sacar en todo momento el mayor lucro posible de su gestión, pasando desapercibido ante su señor y sin hacer surgir el descontento entre los campesinos o aldeanos que se volverían contra él en tal caso provocando su destitución por parte del señor.

 

   Y le fueron con el cuento  de que éste derrochaba  sus bienes.

   En la parábola, los aldeanos parecen estar descontentos de la gestión del administrador y lo atacan con un rumor, un chisme entre bastidores. En aquellos tiempos no existía la contabilidad ni había sistemas de control regular de los bienes.

   “Y le fueron con el cuento” (el verbo griego empleado es diabal-lô, de donde proviene nuestra palabra “diablo”, etimológicamente calumniador o embustero). Este verbo designa la acción de alguien que acusa con una finalidad hostil.

   “Derrochar” se dice, en griego, diaskorpidsô. Este mismo verbo lo emplea Lucas en la parábola del Padre pródigo para indicar la actitud del hijo menor que derrochó su fortuna viviendo como un perdido (Lc 15,13); también aparece en la parábola de los talentos, pero aplicado al amo que, según el empleado que había recibido un talento, era "un hombre duro que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces" (Mt 25,24); se dice, por último, de Dios que "ha desbaratado los planes de los arrogantes" (Lc 1, 51). Este verbo significa, por tanto, derrochar, esparcir, desparramar, desbaratar, echar a perder los bienes de alguien. Es exactamente lo que está haciendo el administrador con los bienes de su amo.

   La parábola, sin embargo, no da detalles ni se detiene a explicar en qué o cómo había derrochado el administrador los bienes de su señor.

   Tampoco se dice en la parábola quiénes son los que fueron con ese cuento al hombre rico, pero puede suponerse que serían los aldeanos o campesinos interesados de algún modo en sacar ventaja de la situación, minando la autoridad del administrador, representante legal del hombre rico.        

   El arma que emplean  los campesinos en este caso no es ni la violencia, ni la sublevación, ni la protesta abierta o popular, sino simplemente un rumor, un chisme de aldea. Pretenden minar su autoridad y colocarse de este modo en una posición más fuerte respecto al hombre rico, sacando de este modo algún beneficio: tal vez, una recompensa por la denuncia, una rebaja o condonación de la deuda o algún  otro favor.

   El administrador de la parábola representa los intereses de la clase explotadora y depredadora. La vida diaria de los campesinos está llena de episodios de regateo y negociación para conservar lo poco que tienen y, si pueden, ganar algo más. En esta guerra cotidiana, el administrador representa al señor, negocia con los  intereses de su señor y tiene una posición de riesgo precisamente por estar entre el señor y los campesinos. Con su actuación se juega el tipo  a diario.

   El señor y su administrador controlan la vida pública de la aldea, pero no pueden controlar la trastienda de la vida de la aldea donde se cuecen todas las conspiraciones, críticas, sospechas, recelos y odios hacia los que los dominan. El ataque al administrador llega desde esta trastienda del pueblo. Se trata de una calumnia anónima, de este modo el administrador no podrá tomarse la venganza contra nadie en concreto. Esta calumnia tiene por finalidad poner al administrador en un aprieto, colocándolo a la defensiva y creando la sospecha entre él y su señor.

   La denuncia provoca una escena de encuentro entre el señor y su administrador.

 

      2Entonces lo llamó y le dijo:

   -¿Qué es eso que oigo decir de ti? Dame cuenta de tu gestión, porque no podrás seguir de administrador.

   Se trata de un juicio sumario, perentorio. El hombre rico, no sabemos por qué, se pone decididamente de parte de los acusadores. Llama la atención que actúe sin antes oír al administrador y más todavía que el administrador no intente en modo alguno defenderse de la acusación o mostrar que no ha dilapidado los bienes de su amo, rindiendo cuentas. El administrador se siente perdido y no plantea una estrategia de defensa; por lo demás, no tiene ocasión ni de explicar sus acciones, ni de responder a los acusadores. Está convencido de que de nada le va a servir justificarse, porque el señor ha decidido destituirlo del cargo. Por eso evita defenderse o probar su honradez. Se ve de golpe sin empleo: Dame cuenta de tu gestión porque no podrás seguir de administrador.

   Por esta razón plantea una estrategia oculta, a espaldas de su amo, pasándose del lado de los opresores al de los oprimidos, los aldeanos.

 

      3El administrador se dijo:

   -¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el empleo?        

   El administrador lo considera “mi señor”, expresión que muestra la relación empleado-patrono, marcando distancia en la escala social, pero, al mismo tiempo, dependencia.

   El empleo, por lo demás,  se le quita (en griego aphaireitai), acción que implica cierta violencia. El verbo aphairô significa en griego “quitar, separar, cortar, suprimir, poner fin a algo; en la voz pasiva: “ser quitado o despojado de algo”.

 

   3bPara cavar no tengo fuerzas, mendigar me da vergüenza.        

   El administrador, por desempeñar su cargo, se ha distanciado del pueblo, se ha “desclasado”: está ya más cerca del rico que de los campesinos. Ya no pertenece al grupo de quienes trabajan el campo, y tampoco quiere integrarse en el de los mendigos o indigentes sin otra salida que pedir limosna; para trabajar no tiene fuerzas; mendigar le da vergüenza.

   Por lo demás, el administrador va a perder su estatuto de privilegio, como representante del hombre rico que ha puesto su confianza en él, al ser despojado de todos sus poderes. Antes tenía capacidad para actuar en su lugar, para hacer contratos y, en general, para representar legalmente al hombre rico. El administrador, según las costumbres de la época,  no podía ser penalizado por sus errores, ni estaba obligado a pagar en caso de que perdiese bienes de su señor, pero podía ser avergonzado o despedido sin más por aquél. En todo caso, como administrador ocupaba una posición de poder, aunque muy vulnerable. Como administrador estaba siempre expuesto a la calumnia de los deudores descontentos. Se encontraba entre dos fuegos: el señor con sus exigencias y los deudores, siempre quejosos; siempre consciente de que lo que agrada a uno desagrada a los otros.

 

      4Ya sé lo que voy a hacer, para que, cuando me despidan de la administración, haya quien me reciba en su casa.

      5 Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor.

   El administrador actúa rápidamente como delegado de su señor, con su autoridad, sin dar tiempo a que los deudores se pongan de acuerdo o planteen su propia estrategia ante el señor. Los deudores caerán en la trampa, aceptando su ardid.

 

   ...y preguntó al primero:  -¿Cuánto debes a mi señor?

      6 Aquél respondió: -Cien barriles de aceite.

    El le dijo: -Toma tu recibo; date prisa, siéntate y escribe "cincuenta".

   7Luego preguntó a otro: -Y tú, ¿cuánto le debes?

   Éste contestó: -Cien fanegas de trigo.

   Le dijo: -Toma tu recibo y escribe "ochenta".

 

   El "bato" (traducido por barril) equivale a 36,5 hectólitros de aceite, correspondientes al producto de 146 olivos. El rendimiento medio de un olivo en Palestina es de 25 litros de aceite; a la venta equivalía a 1.000 denarios.

   La fanega de trigo (en griego, koros) son 275 quintales y corresponde al rendimiento de 42 hectáreas y a una suma de unos 2.500 denarios. Se trata, por tanto, de cantidades hiperbólicas, exageradas. El descuento que el administrador hace en los recibos de los acreedores es grande; según J. Jeremias es aproximadamente del mismo valor en ambos casos, ya que el aceite es mucho más caro que el trigo; expresado en dinero, representa una suma de 500 denarios. Por lo demás, en el aceite  hace el 50% de descuento, porque es susceptible de adulteración; en el trigo, sólo el 20%, porque como mercancía sólida no es falsificable.

   El administrador, en ambos casos, actúa rebajando considerablemente las cantidades que aparecen en los contratos firmados por los deudores.

    Y ¿qué pretende, en realidad, este administrador? Sencillamente que los acreedores lo reciban en su casa cuando el amo lo despida. Pretensión, por lo demás, poco verosímil en el contexto de la época, pues en la vida de aldea, una vez destituido el administrador, es poco probable que alguien -oponiéndose al señor- lo acogiese en su casa. Por eso, tal vez lo que pretendía era que se demorase su destitución, que se retirase la calumnia levantada contra él, pudiendo continuar en su cargo a cambio del favor recibido.

   En todo caso, debe quedar claro que lo que el administrador hace no es un fraude a su señor. Según los usos de la época, renuncia a la propia comisión. Cuando se hacía el contrato, se solía incluir la deuda más los intereses; el administrador debía devolver la deuda a su amo, pero se quedaba con los intereses o comisión; estos intereses estaban reflejados en el contrato; de ser esto así, no choca que el señor, al ver el comportamiento del administrador, lo alabe.

  

   8aEl señor elogió a aquel administrador de lo injusto por la sagacidad con que había procedido,  8bpues los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su gente que los que pertenecen a la luz.

   Algunos han titulado esta parábola como “parábola del administrador injusto” (o infiel) debido al desconocimiento de las leyes de la época;  pero el administrador, como hemos visto, no es injusto, sino sagaz, porque se garantiza el futuro, renunciando a su comisión, esto es, al dinero que, como administrador, le pertenecía. Esta mala interpretación de la parábola se debe a una inadecuada traducción de la expresión griega oikonomos tês adikías por “administrador injusto” en lugar de por “administrador de injusticia o de lo injusto”.

 

   Y ¿qué es lo injusto que este administrador administra? Lo injusto es el dinero, como se dice a continuación.

  

   9Ahora os dijo yo: Haceos amigos con el injusto dinero  para que, cuando se acabe, os reciban en las moradas definitivas.

   La expresión administrador de lo injusto (en griego, oikonomos tês adikias) está en paralelo con la expresión dinero injusto (en griego, mamonâs tês adikias). El dinero es calificado como “injusto” únicamente aquí en el evangelio, porque o procede de injusticia o lleva a ella. Un santo Padre decía: “el que es rico o es ladrón o hijo de ladrón”.

   En síntesis, el administrador que derrochaba los bienes de su amo (16,1) y a quien el señor le va a quitar el empleo por ello (16,2-3), no defrauda a su amo rebajando notoriamente la cantidad que le debían en especie cada uno de sus deudores, sino que, ante la imposibilidad de ganarse la vida cavando o mendigando, opta por hacer un último y sonado "derroche", ahora en beneficio propio, renunciando a la comisión que le correspondía. Así espera que los acreedores de su amo, muy agradecidos por su generosidad, lo reciban en su casa (16,4) una vez que el dueño lo haya despedido.

   Todo dinero es injusto, dice Lucas. Ahora bien: si uno lo usa para "ganarse amigos", hace una buena inversión no en términos bursátiles, ni bancarios, sino en términos cristianos y humanos. Esta es la conclusión que saca el propio Jesús, después de que el amo alabase la conducta de su administrador: Haceos amigos con el injusto dinero, designado con el término arameo mammôn, personificación de la riqueza. El injusto dinero, como encarnación de la escala de valores de la sociedad civil, sirve de piedra de toque para ensayar la disponibilidad del discípulo  para poner al servicio de los demás lo que de hecho no es suyo, sino que se lo ha apropiado en detrimento de los desposeídos y marginados.

 

      10Quien es de fiar en lo de nada, también es de fiar en lo importante; quien no es honrado en lo de nada, tampoco es honrado en lo importante. 11Por eso, si no habéis sido de fiar con el injusto dinero, ¿quién os va a confiar lo que vale de veras? 12Si no habéis sido de fiar en lo ajeno, lo vuestro, ¿quién os lo va a entregar?

   El injusto dinero es calificado aquí "lo de nada" y "lo ajeno". Lo ajeno, el dinero, se opone a "lo que vale de veras,  lo importante, lo vuestro. Y lo que vale de veras, lo importante, lo vuestro, no es el don del dinero, sino el don del Espíritu de Dios que comunica vida a los suyos  (cuánto más el Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden. cf. Lc 11,13:); aunque, para recibir el Espíritu (que es comunicación de la vida de Dios que potencia al hombre) se requiere el desprendimiento  y la generosidad hacia los demás (11,34-36).

 

   13Ningún criado puede estar al servicio de dos amos: porque o aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. La parábola termina con estas frases lapidarias, cuyo sentido es obvio: “Ningún criado puede estar al servicio de dos amos: porque o aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero”. O Dios o el dinero. La piedra de toque de nuestro amor a Dios es la renuncia al dinero. El amor al dinero es una idolatría. Hay que optar entre los dos señores: no hay término medio. El campo de entrenamiento de esta opción es el mundo, la sociedad, donde los discípulos de Jesús tienen que renunciar a su dinero y compartirlo con los que no lo tienen, con los oprimidos y desposeídos, los desheredados de la tierra.

   El afán de dinero es la frontera que divide el mundo en dos; es la barrera que nos separa de los otros y hace que el mundo esté organizado en clases antagónicas: ricos y pobres, opresores y oprimidos; el ansia de dinero es el enemigo número uno que imposibilita que el mundo sea una familia unida donde todos se sienten a comer en el banquete de la vida.

   Alguien pensará que esta explicación de la parábola es un tanto rebuscada, que hay un dinero que es justo y otro que es injusto. Pero no. La cosa es bastante clara: El Dios de Jesús es incompatible con el dios-dinero. Jesús invita a renunciar al segundo, como prueba de adhesión al primero.

     Así de tajante. Así de radical. Así de exigente. Así de claro.

 

 

 

II. LA PARABOLA DEL RICO Y LAZARO

Lc 16,14-31

 

 

              

Texto

16,14Oyeron todo esto los fariseos, que son amigos del di­nero, y se burlaban de él. 15Jesús les dijo:

-Vosotros sois los que os las dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro, y ese encum­brarse entre los hombres le repugna a Dios.

16La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan; desde en­tonces se anuncia el reinado de Dios, y todo el mundo usa la violencia contra él; 17pero es más fácil que pasen el cielo y la tierra que no que caiga un acento de la Ley. 18Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulte­rio; y el que se casa con una repudiada comete adulterio.

19Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y banqueteaba todos los días espléndidamente. 20Un pobre llamado Lázaro estaba echado en el portal, cubierto de llagas; 21habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico; por el contrario, incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas. 22Se murió el pobre y los ángeles lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. 23Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos, levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán con Lázaro echado a su lado 24y lo llamó:

-Padre Abrahán, ten piedad de mi; manda a Lázaro que moje en agua la punta de un dedo y me refresque la lengua, que padezco mucho en estas llamas.

25Pero Abrahán le contestó:

-Hijo, recuerda que en vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso ahora éste encuentra consuelo y tú padeces. 26Además, entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa, así que, aunque quiera, nadie puede cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nos­otros.

27El rico insistió:

-Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a casa de mi padre, 28porque tengo cinco hermanos: que los pre­venga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento.

29Abrahán le contestó:

-Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen.

30El rico volvió a insistir:

-No, no, padre Abrahán, pero si uno que ha muerto fuera a verlos, se enmendarían.

31Abrahán le replicó:

-Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no se deja­rán convencer ni aunque uno resucite de la muerte.

 

Comentario

 

   La parábola del rico y Lázaro se divide en dos partes:

   -en la primera se cuenta la situación del rico y de Lázaro antes de la muerte y el cambio de fortuna de ambos en el más allá (Lc 16,14-26)

   -y en la segunda se habla de la suficiencia  de la Torá (Moisés y los Profetas) para comunicar la voluntad o designio de Dios sin necesidad de otros signos aparatosos que nos lleven a dar crédito a la palabra de Dios.

   Nuestra interpretación de la parábola será unitaria mostrando la estrecha relación que existe entre ambas partes, de modo que la primera es utilizada para invitar a los ricos a cambiar su modo de relacionarse en vida con los pobres y eviten de este modo ir a parar al lugar al que fue el rico. La parábola va dirigida, por tanto, a los cinco hermanos del rico, que todavía viven y deben poner en práctica las Escrituras.

   Esta parábola se encuentra solamente en el evangelio de Lucas (16,19-31), aunque algunos comentaristas han hecho ver la relación con otros relatos extraídos del mundo rabínico (como la parábola de Bar Maayan),  egipcio (la historia de Setme y Si-Osiris) o griego (cf. Luciano, Diálogos de Gallus y Cataplus,  tema del cambio de fortuna del rico y el pobre (historia del zapatero Micillus y el rico tirano Megapentes), o casos de vuelta del mundo de ultratumbra narrados por Platón o Plutarco, entre otros.

 

Comparada la parábola con estos paralelos, llegamos a las siguientes conclusiones:

   a) mientras que los paralelos se fijan en los distintos tipos de enterramiento, la parábola se centra en la injusticia  de la desigualdad humana;    

b) mientras en los otros paralelos alguien vuelve a avisar, en la parábola llama la atención el rechazo de la súplica del rico por parte de Abrahán haciendo poner la mirada no en la espera de una revelación que venga del más allá, sino en la inexcusable injusticia de la coexistencia del rico y del pobre.

 

   La parábola fue pronunciada por Jesús como una advertencia  dirigida a los hermanos del rico que viven con toda clase de lujo, olvidándose del próximo juicio de Dios.

 

   La primera parte se divide, a su vez, en dos también: 16:19-23 es una narración en estilo indirecto; la segunda, 16,24-26 es un diálogo entre el rico y Abrahán.

 

   Primera parte

   La estructura general de la primera parte es la siguiente:

 

A (v. 19) El rico goza de todos los bienes en abundancia

                  B (vv.20-21) Lázaro, desde su miseria lo mira expectante

                          C (v.22a) Lázaro muere y se lo llevan los ángeles

                          C’ (v. 22b) Muere el rico y es enterrado.

                  B' (v.23a) El rico, desde su desgracia, lo mira expectante.

A' (v. 23b) Lázaro goza de todos los consuelos en el seno de Abrahán)

 

   (cf. John W. Sider, Interpretar las parábolas. Guía hermenéutica de su significado,  San Pablo, Madrid 1997,  p. 110).

 

   La primera parte tiene tres secciones:

   1ª: vv.19-20: se presentan los personajes.

   2ª: v. 22a: muerte del pobre .

   3ª: 22b-23: muerte del rico.

 

 

La presentación de los personajes se hace en paralelo:

A Había un hombre rico

    B Un pobre llamado Lázaro

          A que se vestía de púrpura y lino

    B estaba echado en el portal, cubierto de llagas

A y banqueteaba todos los días espléndidamente

    B había querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico

 

La segunda sección de la primera parte es un  diálogo cuidadosamente construido en dos bloques:

   la súplica del rico a Abrahán: Padre Abrahán

  la respuesta de Abrahán al rico: y Abrahán dijo: hijo

 

   El comienzo de estos dos diálogos es quiástico y expresa claramente la relación: de padre a hijo.

 

   La intervención del rico comienza con dos imperativos, seguidos de dos subjuntivos: “ten piedad de mi; manda a Lázaro que moje en agua la punta de un dedo y me refresque la lengua”.

   La respuesta de Abrahán está formada por dos cláusulas compuestas de modo quiástico:

   A en vida te tocó a tí lo bueno

      B y a Lázaro lo malo

      B por eso éste encuentra consuelo

   A y tú padeces

  

Pero no solamente se invierten los destinos de cada uno, también en vida el rico aparece primero y Lázaro después; luego, muere primero el pobre y, a continuación, el rico:

               A Rico

                 B Lázaro

                 B Lázaro

               A Rico

 

Lázaro es un sujeto pasivo: no habla ni hace nada en la parábola.

                                 

Segunda parte

   La segunda parte de la parábola recoge la insistencia del rico para que envíe a Lázaro a casa de su padre

   La estructura es paralela:

A Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a casa de mi padre porque tengo cinco hermanos

                    B  Tienen a Moisés y a los Profetsa

A  No, no, Padre Abrahán, pero si uno que ha muerto fuera a verlos

                    B Si no escuchan a Moisés y a los profetas no se dejarían convencer ni aunque uno resucite de la muerte.

  

   El cambio de suerte  del rico y Lázaro en el más allá se presentan mediante contrastes extremos:

 

El rico

en este mundo

El pobre

en este mundo

El pobre

post mortem

El rico

post mortem

v.19: habían un hombre rico que vestía de púrpura y lino y banqueteaba todos los días espléndidamente

vv.20-21: Un pobre llamado Lázaro estaba echado en el portal, cubierto de llagas; habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico; por el contrario, incuso se le acercaban los perros para lamerle las llagas

v. 22a Se murió el pobre y los ángeles lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán.

vv.22b-23aSe murió también el rico, y lo enterraron.

23a Estando en el lugar de los muertos

v.25aa: Pero Abrahán le contestó: Hijo, recuerda que en vida te tocó a ti lo bueno

vv.25ab: y a Lázaro lo malo

v.25bapor eso ahora éste encuentra consuelo

25bb

y tú padeces

                         

   El versículo 26 deja clara constancia de lo irreversible de la situación de ambos en el más allá. La parábola no hace alusión a las cualidades o virtudes morales de los personajes. Condena a uno y  premia a otro por su riqueza o su pobreza respectiva sin más. Lo que no se dice en la parábola no es relevante y no hay que suponerlo. Lo que está mal es que en este mundo haya ricos y pobres, la fuerte desigualdad en las condiciones de vida de los dos hombres (vv.19-21).

   Y es que muchos no han entendido que la parábola no trata del más allá, sino del más acá, de las duras condiciones de vida de unos y de las carencias totales de otros. Esto resulta claro porque la parábola no termina en el más allá, sino que continúa con el ruego de que envíe un ángel a los cinco hermanos del rico que viven para que no vayan a parar donde su hermano..

   Sin embargo, la solución que se da en la primera parte es claramente judía, va dirigida a los fariseos que consideraban que, con sus buenas obras, se ganaban el cielo y que Dios premiaba a los buenos y castigaba a los malos. De ser así el reino de Dios sería la manifestación de la justicia de Dios de cara a la injusticia. Pero el más allá resultaría igualmente injusto que el más acá, conservándose las mismas desigualdades que aquí abajo. Más injusto todavía que el más acá, porque no se puede comparar la brevedad de esta vida con la eternidad del más allá.

 

LECTURA COMENTADA

 

Primera parte

   Ésta es la única parábola en la que un personaje tiene nombre propio y también la única en que se presenta una escena de ultratumba. Estas dos particularidades adquieren gran importancia a la hora de determinar su significado.

 

1ª sección

   19Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino

   Que se trata de un hombre rico, queda patente por sus vestidos y  hábitos de comida: "Se vestía de púrpura y lino" (el lino era un tejido importado de Egipto); la púrpura es señal de realeza o de poder oficial. En Ap 18,12 la púrpura y el lino se mencionan entre las mercancías que llevan los mercaderes;  según Prov 31,22, la esposa ideal viste de lino y púrpura.

   Que la púrpura es signo de realeza aparece en Jue 8,26: “el rey de Media lleva vestidos de púrpura” y, en Ester 8,15, Mardoqueo viste de púrpura y lino. Estos vestidos colocan al hombre rico entre la élite social, posiblemente entre la élite urbana, la clase que controla la riqueza, el poder y que detenta todos los privilegios. El rico viste y vive como los reyes.

 

   19b y banqueteaba todos los días espléndidamente.

     El rico come como se viste, con exceso. Se trata de un banquete distinto de la comida de cada día. Un banquete suntuoso (en griego, lamprós, espléndidamente), pero que tiene lugar todos los días. Lo restringido al tiempo festivo, lo tiene al alcance todos los días el rico. Tal vez se trate, como han dicho algunos, de un rico saduceo que considera que su riqueza es la bendición de Dios para su vida. Por ser saduceo, no cree en el más allá y, por tanto, debe  disfrutar de esta bendición en el más acá. Para los saduceos, Dios premia a los buenos y castiga a los malos en vida.

   Con esta descripción se presenta a un rico que está en lo más alto de la escala social, muy distante por supuesto de la audiencia que tenía Jesús normalmente: gente de pueblo, campesinos, etc.

 

      20Un pobre llamado Lázaro estaba echado delante de la puerta, cubierto de llagas; 21habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico.

   La presentación del pobre se hace de modo paralelo a la del rico. El texto griego coincide hasta en las palabras:

anthrôpos 

hombre

tis

cierto

ên

había

plousios

rico

ptôkhós

un pobre

 

tis

cierto

 

onómati ládsaros

de nombre Lázaro

 

   La presentación del primer hombre termina diciendo que es rico; la del segundo empieza resaltando que es pobre (un pobre). El primero no tiene nombre, el segundo tiene nombre propio: se llama Lázaro, que significa "Dios ayuda" (Elcazar). El rico está lleno de posesiones, el pobre está vacío, pero tiene un nombre que contiene una promesa (“Dios ayuda”). 

   Lázaro es un pobre (en griego, ptôkhós, palabra derivada del verbo ptôssô yo me agacho, me inclino; ptôkhós es alguien que va con la cabeza baja, que pide limosna; de ahí mendigo, tan pobre que necesita de la ayuda de los otros para sustentarse. Esta palabra aparece 30 veces en los sinópticos; de éstas, 10 en el Evangelio de Lucas, de las que 5 va acompañada de otras palabras a las que el término se asocia semánticamente como “cautivos, ciegos y oprimidos (4,18-19; cf. Is 61,1-2), los que pasan hambre y lloran (6,20; cf. Mt 5,3-6), ciegos, leprosos, sordos y muertos (Lc 7,22; cf. Mt 11,5), lisiados, cojos y ciegos (Lc 14,21) a los que hay que invitar cuando se de un banquete en lugar de a los parientes y vecinos ricos (Lc 14,13); Además de en la primera bienaventuranza, dirigida a los discípulos, ptôkhós se dice de una viuda necesitada “que era pobre y echaba unos cuartos en el cepillo, mientras los ricos echaban grandes donativos” (Lc 21,3; cf. Mc 12,42-43).

   La palabra ptôkhós, por tanto, designa a una persona que no tiene recursos materiales y que, por ello, tiene que vivir de la limosna de otros: un mendigo.. Nunca se utiliza en sentido figurado.

  

   La situación del mendigo Lázaro es extrema, por la descripción que se nos da de él y por el contraste que ofrece con la situación del rico:

   -El rico está vestido de púrpura y lino/ Lázaro, cubierto de llagas.  Nada se dice del vestido de Lázaro; parece como si las llagas fuesen su vestido.

   -El rico está dentro de la casa/ Lázaro fuera/ en el portal.

   El rico y el pobre están cerca, pero separados por una puerta. La puerta marca la barrera entre ambos, la frontera entre las élites y los que no cuentan: los mendigos.  La puerta puede servir para dejar entrar (abrir) o para impedir entrar o salir (cerrar), según esté abierta o no. El relato no nos dice nada al respecto. ¿Utilizará el rico la puerta para llegar en ayuda de Lázaro?

   -El rico banquetea todos los días espléndidamente/ Lázaro habría querido llenarse el estómago (en griego, khortadsô= saciarse de comida) con lo que caía de la mesa del rico. Esta frase puede referirse a las migajas de pan que los comensales utilizaban para limpiarse las manos, a manera de servilleta; se limpiaban las manos con pan y lo echaban debajo de la mesa.

   Las diferencias entre ambos personajes son extremas y reflejan el esquema de una sociedad dividida en ricos y pobres que se encuentran próximos unos de otros, pero separados (dentro y fuera de la casa).

   En aquella sociedad agraria era inútil pensar en un ideal de igualdad; cuando más, el rico daba limosna o daba trabajo; pero la relación, en todo caso, era de sumisión y dependencia de uno al otro,  fuese rico dadivoso o patrono.

  

      21bpor el contrario, incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas.

   Los perros que se acercan para lamerle las llagas no son animales domésticos, sino perros callejeros, semisalvajes, verdadera plaga del mundo antiguo. En  1Re 14, 9-12, el profeta Ajías profetiza contra el rey Jeroboán y le dice: "Te has portado peor que tus predecesores, haciéndote dioses ajenos... por eso yo voy a traer la desgracia a tu casa: exterminaré a todo israelita que mea a la pared, esclavo o libre y barreré tu casa a conciencia, como se hace con el estiércol. A los tuyos que mueran en poblado los devorarán los perros y a los que mueran en descampado los devorarán las aves del cielo. Lo ha dicho el Señor" (cf. 1Re 16,4; 21,23.24). De Josafat se dice: "Llevaron al rey a Samaría, y allí lo enterraron. En la alberca de Samaría lavaron el carro; los perros lamieron su sangre, y las prostitutas se lavaron en ella, como había dicho el Señor" (1Re 22,37-38; cf. también 1 Re 21,19).

   A pesar de que los perros se acercaban para lamerle las llagas, a Lázaro se le sigue describiendo totalmente pasivo: no hace otra cosa que estar echado en el portal; estar echado (en griego, ebéblêto) es un verbo derivado de ballô, que se emplea para indicar una persona afligida, postrada, paralizada, alguien que ha sido  arrojado o echado fuera.

   No sólo no actúa, sino que tampoco habla. Lázaro es pobre, mendigo, está echado y ni siquiera pide. Es lo menos que podría hacer. Desde el punto de vista religioso, se le puede considerar también impuro, por las llagas que tiene. Los perros callejeros, animales también impuros, se le acercan.

   Lázaro podía ser algún hijo desheredado, o tal vez un campesino que se había ido a la ciudad a la búsqueda de trabajo para salir de la miseria del campo; de no encontrarlo, se habría visto dispuesto a mendigar.

   La parábola presenta una escena bastante poco real, ya que este tipo de personas con frecuencia se encuentra en las afueras o a las puertas de las ciudades, pero en modo alguno a las puertas de las casas de los ricos. Los personajes de esta parábola son, como en tantas otras, personajes extremos.

    Los oyentes, a pesar de todo, esperan que el rico ponga remedio a esa situación, ya dándole de comer lo que caía de su mesa, ya dándole trabajo.

   Pero el relato de la vida de  ambos acaba aquí.

 

2ª sección

      22(Sucedió que) se murió el pobre y los ángeles lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán (lit.: fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán).

   Por estar en el portal de la casa, el oyente de la parábola se ha hecho tal vez la idea de que el pobre iba a entrar o el rico iba a salir para que se produjese el encuentro entre ambos. Sin embargo, la narración toma otro curso.

   Con la muerte del pobre, toda relación entre ambos queda suspendida. Incluso muerto, Lázaro aparece totalmente pasivo: los ángeles lo reclinaron a la mesa al lado de Abrahán.

   En primer lugar debemos observar que la parábola no alude al entierro del pobre; aunque tampoco dice que no fuese enterrado, por lo que debe suponerse. La falta de enterramiento se consideraba un escándalo y una maldición no sólo en el Judaísmo, sino en el Mediterráneo antiguo en general. Lázaro es llevado directamente al seno de Abrahán. La expresión indica el lugar de honor en el banquete

 

      22aSe murió también el rico, y lo enterraron

    Del rico se dice expresamente que lo enterraron. La vida del rico termina con su entierro. Es importante hacer notar esto, porque indica que su vida entera estuvo marcada por el favor y la bendición de Dios. Su vida de lujo y comodidad culminó con un honorable enterramiento; ninguna desgracia le ocurrió que pueda ser interpretada como un acto de juicio y condena de parte de Dios.

   Los dos mueren. Pero la descripción de la muerte es claramente diferente en ambos, invirtiendo su estado.

   -Si antes se había hablado primero del rico y después del pobre (había un hombre rico... un pobre); ahora muere primero el pobre, después el rico.

   -El destino del pobre se describe: fue llevado al seno de Abrahán; la muerte del rico simplemente se constata: fue enterrado; no se da pista de su estado después de la muerte.

   -El pobre está ahora dentro: al lado de Abrahán;  el rico está fuera: enterrado.

  

      23Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos, levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán con Lázaro, echado a su lado...

   Un nuevo contraste: el rico está en el lugar de los muertos; Lázaro, en el seno de Abrahán. La separación que tenían en vida, continúa después de la muerte. El rico ve a Abrahán de lejos con Lázaro, pero está en medio de tormentos; el pobre está con Abrahán. Aunque separados, cada uno puede ver el estado en que se encuentra el otro, lo que aumenta el sufrimiento del rico.

   El rico además conoce el nombre de Lázaro (vio de lejos a Abrahán con Lázaro). Su nombre se cita, porque Dios ha cumplido su promesa, aunque un poco tarde: después de la muerte, Dios ha ayudado (el-azar) a Lázaro, al fin.

   ¿Por qué han ido a parar cada uno a un lugar diferente? ¿Por no haber socorrido el rico a Lázaro, por no haberle dado hospitalidad? No se dice. La hospitalidad es tan importante para los judíos que  Abrahán dejó de estar con Dios para atender a los extranjeros que se le habían presentado (cf. Gen 18,1-3: “El Señor se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres de pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo...”. De donde se sigue que la hospitalidad es más grande que honrar la presencia de Dios (o Shekinah; cf.  Midrash sobre los Salmos 18.29.

 

      24y lo llamó: -Padre Abrahán, ten piedad de mi; manda a Lázaro que moje en agua la punta de un dedo y me refresque la lengua, que padezco mucho en estas llamas.

   Por  primera vez en el relato el rico trata de salvar la sima que hay entre él y Lázaro. Se dirige a Abrahán, porque Abrahán es el modelo de hospitalidad. El rico da dos órdenes: ten compasión de mi y manda a Lázaro... Los ricos actúan siempre dando órdenes para ser obedecidos. No se pregunta por qué está entre llamas. Ahora sabemos que el rico conocía a Lázaro, pues lo cita por su nombre; no se trataba de un mendigo anónimo para él. Además si Abrahán es su padre, también lo es de Lázaro, por lo que el rico debía haberlo reconocido en vida como un hermano; en realidad eran hermanos, hijos de un mismo padre: Abrahán.

   Habiendo perdido su puesto de honor, el rico pide que Lázaro alivie, aunque sea por un solo momento, su miserable situación.  El pobre, como es habitual, permanece pasivo. La súplica se dirige a Abrahán, no a Lázaro.  Ni siquiera pide un vaso de agua que no se le niega a nadie; sólo mojar en agua la punta de un dedo para que le refresque la lengua. Pero así como Lázaro en vida no recibió ni siquiera lo que caía de la mesa del rico, ahora el rico no recibirá ni siquiera el frescor del dedo de Lázaro mojado en agua para refrescar la lengua.

   Al parecer, en el más allá Lázaro tiene agua fresca; el rico, sin embargo, está entre llamas. El rico pide que Lázaro moje en agua la punta de un dedo, dato que contrasta con la abundancia que tenía en vida (banquetes: pan / carne / agua / vino). El rico nadaba antes en la sobreabundancia, ahora se halla en la más extrema indigencia.

  

      25Pero Abrahán le contestó: -Hijo, recuerda que en vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso ahora éste encuentra consuelo y tú padeces.  26Además, entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa, así que, aunque quiera, nadie puede cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta nosotros.

   Que Dios premia a los buenos y castiga a los malos en la otra vida es doctrina farisea; Jesús, sin embargo, ha proclamado su bienaventuranza para los pobres en esta vida, en esta tierra (Lc 6,20).

   Ahora se pone en contraste el antes y el después. La situación de ahora es la contraria de ayer. Antes los separaba una puerta, ahora un abismo. La puerta era franqueable, el abismo no.

   La separación entre el rico y el pobre es ya definitiva. La situación dentro-fuera, ahora-antes que ha existido a lo largo de la parábola se confirma como definitiva y sancionada por Dios: se abre una sima inmensa en griego estêriktai, pasivo teológico,  está abierta (por Dios) una sima inmensa.

   El rico, que en vida no había dado ningún paso para encontrarse con Lázaro, quiere que éste cruce ahora la sima inmensa que hay entre ambos. Pero él no da ni siquiera con el deseo un paso.

   La parábola mantiene que las divisiones en la otra vida son una réplica de las de ésta, pero éstas no son resultado de la voluntad divina, sino de la falta de sensibilidad humana. Si el rico hubiese franqueado la puerta, su destino post mortem hubiese sido diferente.

   Esta parábola, dirigida a los fariseos, muestra la mentalidad farisea respecto al más allá. Jesús es un excelente pedagogo que toma siempre como punto de partida la situación de los destinatarios de sus parábolas, partiendo siempre de su lenguaje e ideas.

 

Segunda parte

   La parábola -que comenzó en el más acá y pasó a describir la situación en el más allá del rico y Lázaro-, vuelve de nuevo a la tierra. Si la situación de Lázaro y el rico son ya de por sí irremediables, no lo es todavía la de los cinco hermanos del rico.

 

      27El rico insistió: -Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a casa de mi padre, 28porque tengo cinco hermanos: que los prevenga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento.

   El rico cambia de método. Antes daba ordenes, ahora simplemente suplica a Abrahán para que envíe a Lázaro a casa de su padre y avise a sus cinco hermanos, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento. El rico piensa en términos de familia solamente: su padre y sus cinco hermanos; quiere salvar a los de su clase de un desastre como el que padece.

En total son seis hermanos, o lo que es igual una serie incompleta, una familia incompleta: Lázaro haría el de siete; Lázaro es hijo de Abrahán también y, por tanto, hermano del rico. Pero no es tenido como tal por el rico.

En el evangelio de Juan se habla de seis tinajas de agua  -lo incompleto por ineficaz, porque estaban vacías (Jn 2,6); otras veces lo incompleto es aquello que espera y anuncia lo completo: así  "la hora sexta" describe la entrega de Jesús en su aspecto de muerte (Jn 19,34), pero que ha de culminar en la resurrección; "el día sexto" es el de la actividad de Jesús, que ha de terminar con la creación del hombre (Jn 12,1). las seis fiestas que aparecen en el evangelio de Juan anuncian la pascua definitiva, en la que se comerá la carne del cordero de Dios (19,28-30) (cf. J. Mateos-F. Camacho, Evangelio, figuras y símbolos, Córdoba, El Almendro, pág. 86).

  

      29 Abrahán le contestó: -Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen.

   Abrahán le responde no haciendo caso a su súplica y dando una orden: que escuchen a Moisés y a los profetas. Es un mandato que hay que cumplir para no caer en el lugar de tormento. Dt 15,4-5 dice así: “Es verdad que no habrá pobres entre los tuyos, porque te bendecirá el Señor, tu Dios, en la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte para que la poseas en heredad, a condición de que obedezcas al Señor, tu Dios poniendo por obra este precepto que yo te mando hoy”.

 

   30El rico volvió a insistir: -No, no, padre Abrahán, pero si uno que ha muerto fuera a verlos, se enmendarían.. 31Abrahán le replicó: -Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, no se dejarán convencer ni aunque uno resucite de la muerte.

   El rico cree que Abrahán  ha perdido los papeles y no sabe que hay que emplear otros métodos con su familia: pide un privilegio, un tratamiento especial para los suyos, algo que se salga de lo común. La élite requiere métodos especiales. El rico  representa a la clase dirigente que se desentiende del pueblo. Para el rico no basta con las Escrituras, sino que hay que enviar a Lázaro personalmente. Pero Abrahán no accede. El rico que no acertó a considerar a Lázaro en vida hermano y familiar (hijo de Abrahán como él), ahora no acierta a oír a Abrahán. Sus palabras no le parecen ni convincentes ni adecuadas. Sigue pidiendo señales que no se le van a dar.

   Esta parábola pone de relieve la sima inmensa que existe entre ricos y pobres ya en esta tierra; viven juntos, separados solamente por una puerta que nunca llega a abrirse; unos lo tienen casi todo y otros no tienen nada. La riqueza -en cuanto acumulada y fuente de desigualdad social- lleva al Hades, porque o procede de injusticia o lleva a la injusticia y a la desigualdad. Lázaro es la imagen de la sistemática opresión y destrucción de vida llevada a cabo por los ricos.

   Lo que se condena en la parábola no es la riqueza en sí, sino la riqueza en cuanto que genera clases sociales extremas y antagónicas con una puerta como barrera entre ellas, sin posibilidad de reconocer en los otros al hermano, hijo de un mismo padre, Abrahán.

   Los fariseos, a quienes va dirigida la parábola, no han hecho caso de la enseñanza de la Escritura que se precian de observar. Pretendiendo ser fieles a la ley, descuidan lo principal: el amor a los demás (Lc 11,42).             Los fariseos (=los cinco hermanos que han quedado en la casa) no hacen caso del AT que, especialmente a través de los profetas, denuncia la opresión de los pobres.

 

 

 

 

 

III. LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL RECAUDADOR

Lc 18,9-14

 

 

Texto

 

9Refiriéndose a algunos que estaban plenamente con­vencidos de estar a bien con Dios y despreciaban a los demás, añadió esta parábola:

10-Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo, el otro recaudador. 11El fariseo se plantó y se puso a orar para sus adentros: "Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás hombres: ladrón, injusto o adúltero; ni tam­poco como ese recaudador. 12Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano. 13El recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levan­tar los ojos al cielo; se daba golpes de pecho diciendo:

"¡Dios mío, ten piedad de este pecador!"

140s digo que éste bajó a su casa a bien con Dios y aquél no. Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.

 

 

Comentario

 

La mayor parte de las parábolas de Jesús tiene como telón de fondo la vida de las aldeas de Galilea y refleja distintas experiencias de vida del campesinado. Solamente unas pocas se salen de este marco. Una de éstas es la del fariseo y el recaudador que se sitúa en contexto urbano y, más en concreto, en el mismo corazón de la ciudad de Jerusalén: el templo.

En la parábola aparecen dos personajes: uno, el fariseo, que se cree justo, pero no resulta serlo; otro, el recaudador, que no lo es, pero vuelve a casa justificado.

Esta parábola va dirigida, como se dice al principio, a los discípulos, algunos de los cuales “estaban plenamente convencidos de estar a bien con Dios y despreciaban a los demás”. Quienes actúan así participan de la actitud e ideología fariseas, emitiendo un doble juicio: 1) sobre sí mismos, estando plenamente convencidos de estar a bien con Dios; 2) sobre los demás, a quienes consideran seres despreciables. Esto les lleva a centrarse en ellos mismos.

 La parábola da respuesta a esta pregunta: ¿Qué actitud hay que adoptar ante Dios?

 

Los personajes de la parábola

   Los personajes de la parábola son dos: el fariseo y el recaudador, diametralmente opuestos el uno al otro, como suele suceder en tantas otras parábolas del evangelio.

 

Pero comentemos paso a paso la parábola.

 

10Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo, el otro recaudador.

La parábola presenta a dos hombres que suben al recinto del templo a orar, posiblemente a la hora de uno de los dos sacrificios del día, tal vez en el de la tarde. Después de la ofrenda del sacrificio vespertino y mientras se quemaba el incienso, los judíos oraban reunidos en el atrio del templo.

   Al principio se nombra primero al fariseo y después al publicano; este orden se invertirá al final, donde el publicano pasa a primer término y el fariseo al último: “os digo que éste (el publicano) bajó a su casa a bien con Dios y aquél (el fariseo) no”, según este esquema:

fariseo

publicano

éste

aquél

   Según este esquema, el publicano aparece en el centro de atención.

 

   La ubicación de ambos en el recinto del templo es importante, porque el templo era el lugar propicio para obtener la purificación y redención de los pecados. Junto con la Torá,  que daba soporte ideológico al papel del templo dentro del pueblo y explicaba la naturaleza de las obligaciones hacia él, el templo dominaba la vida del pueblo, tanto de Galilea como de Judea.  La influencia y atracción del templo se extendía incluso más allá de las fronteras de Palestina llegando a toda la  Diáspora, como lo mostraba claramente la obligación del pago del impuesto al templo por parte de los judíos de la diáspora.  Pagar ese impuesto se había convertido en tiempos de Jesús en un acto de devoción hacia el templo, porque éste hacía posible que los judíos mantuviesen una relación saludable con Dios que había dado la existencia al pueblo y los había convertido en una gran nación.

[El pago del impuesto se consideraba, por tanto, no un don o contribución que los judíos hacían al templo, sino un modo de cancelar la inmensa deuda contraída por el pueblo para con Dios. Al mismo tiempo era el modo de asegurarse el favor de Dios en orden a obtener dones de Dios, como por ejemplo, una buena cosecha para el año siguiente;  no contribuir económicamente a la tarea de mantenimiento del templo podía producir calamitosas consecuencias, pues Dios castigaría a quien no lo hiciera. Ésta era la ideología que los fariseos trataban de inculcar al pueblo.

   Este sistema de tributación beneficiaba directamente al templo e indirectamente a la ciudad. En todo caso eran las élites sacerdotales o laicas (sumos sacerdotes, saduceos y fariseos) quienes, gracias a estos ingresos de los judíos de Palestina y de la Diáspora, consolidaban su poder frente al resto de la población. Incluso aunque los campesinos tuviesen que empobrecerse a costa de pagar este impuesto, deberían hacerlo; si no contribuían, eran denigrados y estigmatizados socialmente por los fariseos; a toda esta gente que no cumplía sus obligaciones para con el templo se les denominaba‘am- ha-caretz, gente de la tierra (= chusma).      

   En tiempos de Jesús, Palestina estaba sometida a un duro sistema de impuestos. Había que pagar a los romanos impuestos de peaje (puesto de los arbitrios) y de tierra (contribución rústica y urbana).

Estos impuestos no revertían en bien del pueblo, sino que iban directamente a parar a las arcas romanas. Ahora bien, este cobro de impuestos no lo hacían los romanos directamente, sino indirectamente, adjudicando puestos de arbitrios y aduanas a los mejores postores, que solían ser gente de las élites urbanas o aristocracia. Estas élites, sin embargo, no regentaban estas aduanas, sino que, a su vez, dejaban la gestión de las mismas a gente sencilla, que recibía a cambio un salario de subsistencia. Los recaudadores de impuestos practicaban sistemáticamente  el pillaje y la extorsión de los campesinos. Debido a esto,  el pueblo tenía hacia estos cobradores de impuestos la más fuerte hostilidad y eran odiados por todos, por ser colaboracionistas con el poder romano. La población odiaba a estos recaudadores, que eran considerados con frecuencia como ladrones. Tan desprestigiados estaban que, por ejemplo, no podían ser admitidos en la haburá (comunidad judía) y se consideraba que ni siquiera podían obtener el arrepentimiento de sus pecados, pues para ello tendrían que restituir  todos los bienes extorsionados, más una quinta parte. Y como éstos trabajaban siempre con público diferente, se consideraba que era imposible que pudiesen restituir lo robado a quienes habían extorsionado. Se cree que estos recaudadores eran arrendatarios extraídos de un bajo nivel social, que, por lo común, no encontraban otro empleo, llevando a cabo la tarea de recabar impuestos para otros arrendatarios más ricos. Esto hace pensar que el recaudador de la parábola era un blanco fácil de los ataques del fariseo, pues era pobre, socialmente vulnerable, virtualmente sin pudor y sin honor, un paria considerado como extorsionador y estafador y un adúltero de la ley divina.

Además de este impuesto para el poder romano, existían diversos impuestos que tenían la finalidad de contribuir al mantenimiento del templo y de su personal, que eran presentados bajo forma de obligación religiosa.

En realidad había que pagar tres tipos de tasas diferentes al templo:

1) la anual u oferta de los primeros frutos, probablemente del 1 al 3% de los producido;

2) el primer diezmo anual, para mantener a los sacerdotes y levitas del templo y

3) el segundo diezmo, que se utilizaba con fines diversos, durante el ciclo de seis años entre años sabáticos.

El total del producto del campo que había que pagar estaba, por tanto, entre el 21 y el 23 por ciento. Dado que la economía de muchos campesinos se desenvolvía a nivel de subsistencia, la suma total de las obligaciones religiosas en cuestión de impuestos era muy elevada. Pero las autoridades religiosas no estaban dispuestas a disminuir la carga y perder los privilegios.

La combinación del sistema de impuestos del templo y de los romanos hacía que los campesinos se viesen cada vez más postergados, no pudiendo en muchos casos atender estas obligaciones.

Aunque el pago del impuesto a los romanos no se podía eludir, pues estaba respaldado por el ejército, sí se podía evadir el  del templo, aunque a cambio de afrontar el ostracismo social y ser envilecidos por las autoridades del templo. El número de los que se negaban a pagar estos impuestos al templo era muy numeroso

Los fariseos se mostraban arduos defensores de este impuesto y participaban activamente a través de las sinagogas en la tarea ideológica de convencer al pueblo para que cumpliese esta obligación.

En la parábola se muestra  claramente el énfasis que pone el fariseo en pagar el diezmo de todo lo que gana, como muestra de estar a bien con Dios.

 

La escena de la parábola tiene lugar probablemente en uno de los atrios del templo, donde coinciden, aunque separados entre sí y del resto de la asamblea, los dos personajes.

   Las razones que tiene el fariseo para colocarse aparte están relacionadas también con el tema de la pureza ritual: no quiere correr el riesgo de contraer impureza rozando el vestido de un ‘am- ha-caretz, esto es, uno de aquellos judíos ignorantes de la Ley que no observaban las reglas de pureza y no tenían escrúpulos en quedarse con el diezmo de la cosecha.

El recaudador se sitúa también a distancia, consciente de su impureza ritual,         probablemente porque, de no ser así, le hubiera hecho el vacío el resto de los orantes. Colocándose lejos, evita ser avergonzado por los oficiales del templo.

   Tanto el fariseo como el recaudador están situados aparte de la comunidad: el fariseo  está por delante, el recaudador por detrás; uno se considera por encima de los demás; el otro es señalado como pecador por la comunidad.

 

11El fariseo se plantó y se puso a orar par sus adentros: “Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco como ese recaudador. 12Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano”.

En la oración del fariseo aparecen cuatro verbos en singular y en primera persona: eukharistô te doy gracias; ouk eimi no soy; nesteuô ayuno; apodekatô pago el diezmo. El fariseo está centrado en sí mismo, en lo que hace.  Sabe lo que no es, pero no sabe quién es en realidad. La parábola lo llevará a reconocer quién es el, precisamente no por lo que hace (ayunar, dar el diezmo), sino por lo que deja de hacer: relacionarse con los demás.

Por su forma, esta oración es de acción de gracias. En la Gemara (comentario a la Misná)  se transmite una oración que ejemplifica el mandamiento de orar al entrar o salir de la beth ha-midrash casa de estudio o  escuela judía. La Misná dice que el rabino al dejar la casa de estudio debe dar gracias; el Talmud refiere la oración que debe rezar: “Te doy gracias, Señor, mi Dios,  porque me has puesto con los que se sientan en la casa de estudio (beth ha-midrash) y no  con los que se sientan en las esquinas de la calle (para Rashi,  éstos son tenderos o gente ignorante). Yo me levanto temprano y ellos se levantan temprano, pero yo me levanto para (estudiar) las palabras de la Torá y ellos se levantan para charlas frívolas; yo trabajo y ellos trabajan, pero yo trabajo y recibo recompensa y ellos trabajan, pero no reciben recompensa; yo corro y ellos corren, pero yo corro para la vida del mundo futuro y ellos corren para el foso de la destrucción”.

La estructura de esta oración es semejante a la del fariseo. El Talmud  no dice que el orante sea un engreído u ostentoso. El rabino da gracias a Dios, porque Dios lo ha bendecido, haciéndolo capaz de estudiar la Torá.

Una oración semejante aparece en la Tosephta (comentario a los profetas): R. Judá dijo:  uno debe proferir tres oraciones cada día:  Bendito (sea el Señor) que no me hizo pagano, pues todos los paganos son nada delante de él (Is 40,17); bendito sea Él, porque no me hizo mujer, pues la mujer no tiene obligación de cumplir la Ley; bendito sea Él porque  no me hizo un hombre ignorante, porque el ignorante no es precavido para evitar los pecados.

En estas oraciones          se marcan los límites de quién está dentro y quién está fuera del sistema. El fariseo da gracias porque no es como el resto, al que el mapa social considera de fuera del sistema, aunque llama la atención que se diga que va al templo a orar  uno al que el sistema del templo considera excluido, un recaudador, ladrón por excelencia, que no puede ser elegido como testigo en un juicio al igual que los pastores, ni pertenecer a la haburá o comunidad de judíos piadosos.

Con relación a lo que hace el fariseo hemos de notar que ayuna dos veces por semana y paga el diezmo de todo lo que gana. Hace, por tanto, más de lo que está mandado en la Torá. No se trata, como suele decirse,  de una persona autosuficiente, arrogante o moralmente superior, sino de alguien que quiere ser piadoso y  hace más de lo que requieren las exigencias del templo para con los que pertenecen al sistema. Su oración, por su forma y contenido, lo distingue como ideal de hombre piadoso.

 El sistema del templo también indica cuál es el lugar para el recaudador: está a distancia, sin ni siquiera atreverse a levantar los ojos al cielo, postura  habitual del orante judío. Pertenece al grupo de los que están fuera del sistema.

El recaudador ora de modo parecido a quien está de duelo: golpea su pecho; este gesto es señal de luto y de desesperanza (cf. Lc 23,48: a la muerte de Jesús “todas la multitudes que se habían reunido para ver el espectáculo, viendo lo que había ocurrido, fueron regresando a la ciudad, dándose golpes de pecho”). Está, además, separado del grupo de los que se reúnen para orar (=dar gracias). Su oración no es de acción de gracias,  sino de súplica: “Ten piedad de mi, que soy hombre pecador”. El recaudador conoce bien cuál es su sitio de acuerdo con el sistema  del templo.

 

La intervención de ambos consta de dos elementos, aunque desiguales en extensión: la posición corporal y la oración que hacen. La postura del fariseo se describe brevemente,  pero su oración es larga; la postura corporal del recaudador, por su parte, se describe minuciosamente, pero su oración es muy breve,  sólo seis palabras.

El fariseo ayuna y paga el diezmo; y por medio de dos  conjunciones comparativas se describe diciendo que  no es como los demás ni como el recaudador. Por su parte el recaudador realiza dos gestos: 1) no se atrevió ni a levantar los ojos y 2) se daba golpes de pecho diciendo: ¡Dios mío, ten piedad de este pecador!

Hay que pensar que la actitud del fariseo es sincera y que el evangelista lo presenta como un justo auténtico, reconocido como tal en su ambiente. Se trata de un hombre piadoso, un hombre ideal, prominente entre los miembros de la congregación, porque encarna la meta de la obediencia a la Torá. Da gracias a Dios y cumple con creces los mandamientos de Dios, expiando vicariamente los pecados del pueblo. La oración condena el comportamiento injusto y recomienda una vida de acuerdo con la estricta moral farisea.

Pero su oración no es tan inocente. Lo que parecen tres clases diferentes de pecadores a las que él alude (ladrón, injusto, pecador)  se puede entender como tres modos de describir al recaudador. La expresión griega ê kai hôs “ni como” conecta términos semejantes. Así la condena del pecado se convierte en denuncia del pecador. El fariseo avergüenza públicamente al recaudador, y consiguientemente, cuestiona su derecho a estar cerca de la congregación de los reunidos para orar. De este modo proclama su honor e invita a la comunidad a separarse de él y, consiguientemente, a echarlo fuera.

   La oración del fariseo muestra que cumple mucho más de lo que está mandado: La Torá prescribe ayunar el día de la expiación (Yom kippur) (Lv 16,29-31; cf. 23,27.29.32; Nm 29,7) y posiblemente en algunas otras contadas ocasiones (Neh 9,1; Est 9,31; Zac 8,19). Pero este fariseo, al igual que los de su grupo,  ayuna dos veces a la semana: lunes y jueves. Según una tradición judía tardía, el jueves subió Moisés al Sinaí y el lunes descendió, tras encontrarse con Yahvé.

No sólo ayuna más de lo mandado, también con relación al pago del diezmo cumple más de lo prescrito. El libro del Deuteronomio (14,22-23) manda pagar solamente el diezmo del  trigo, del mosto y del aceite y de los primogénitos de reses y ovejas; el fariseo, sin embargo,  paga el diezmo de “todo lo que posee”.

 

13El recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; se daba golpes de pecho diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de este pecador!”

La acción del recaudador se describe por tres verbos en tercera persona puestos en boca del narrador: “se  quedó a distancia y no se atrevía  ni a levantar los ojos al cielo; se daba golpes de pecho”. Su oración es mucho más breve que la de fariseo: “Dios mío, ten piedad de este pecador”.

El recaudador reconoce con gestos y palabras que es pecador y en esto consiste su oración.        

La actitud del recaudador, que se queda a distancia, se caracteriza negativamente por un gesto que no se atreve a hacer (levantar los ojos) y positivamente por otro que hace (se daba golpes de pecho).

   Este recaudador no es un funcionario de Roma, sino un judío a quien se le ha subarrendado un puesto de aduana a cambio de un salario de subsistencia, como ya se ha dicho.

No es de extrañar que si ésta era su procedencia social, no se atreviese a levantar los ojos y se diese golpes de pecho, señal de extrema pena y angustia.

¿Por qué se da golpes de pecho? El pecho es la sede del corazón, la fuente del mal y del pecado. El recaudador no necesita  enumerar una lista de pecados, como el fariseo lo hace de virtudes, porque éste ya lo ha hecho por él. Golpearse el pecho se ha entendido como gesto de contrición o arrepentimiento (así aparece en textos cristianos a partir del s. IV. El mismo valor tiene en un texto judío tardío (Midrash Qohelet 7,2, citado por Billerbeck, II, p.-247) y en la novela judeo-helenística de José y Aseneth (10,1.15). Pero este gesto hay que entenderlo en el mundo bíblico, judío y helenístico, como se ha dicho con anterioridad, como expresión de una emoción intensa y terrible provocada por un duelo o por una situación desesperada. De ahí que este gesto haya que entenderlo también como expresión de desesperación, unida a lamentaciones. El profeta Nahún (2,8) relata cómo las esclavas se golpeaban el pecho cuando se llevaban prisionera a su señora.

   Levantar los ojos al cielo es un gesto que se hace cuando se ora  y así aparece en el Nuevo Testamento (Mc 6,41; Jn 11,41; 17,1; Mc 7,34).

   Pero este gesto tiene significado también fuera de contexto de la oración. Así en Henoc 13,5 se dice que los vigilantes “no podían hablar ni siquiera levantar los ojos al cielo, pues les daba vergüenza de su pecado y de su condenación”. Flavio Josefo (Ant. XI, 143) cuenta cómo Esdras, en una situación en la que los responsables del pueblo se hicieron culpables de un grave crimen, se avergonzó de mirar al cielo. Si el publicano rehúsa hacer este gesto es que tiene conciencia de su estado de pecador.

   La oración del publicano es extremadamente breve.  Se ha querido ver en ella una alusión al Salmo 51, aunque es difícil atribuir al publicano el sentimiento de profunda contrición que se desprende del salmo.  En todo caso de ella se desprenden tres cosas:

1)     Que el publicano es perfectamente consciente de su estado de pecador.

2)     Que pide socorro.

3)     Y que su desesperanza no es total, porque de otro modo no se dirigiría a Dios. 

En síntesis: por su comportamiento y palabras, el publicano manifiesta que asume su condición de pecador.

   Pero, a diferencia de Zaqueo (Lc 19,8), el publicano no dice una palabra de su intención de reparar las injusticias cometidas. El silencio del narrador en este punto es, sin duda, significativo, dada la importancia que tenía la reparación para obtener el arrepentimiento y el perdón. Según la Misná, el Yom kippur, es decir, el día del perdón, la institución más eficaz para la expiación y perdón de los pecados del mundo judío, no puede borrar las faltas cometidas contra el prójimo sin reparación y reconciliación previa.  Sorprende en nuestra parábola que el perdón se le conceda al pecador sin que éste haya cumplido las condiciones habitualmente requeridas.

 

14Os digo que éste bajó a su casa a bien con Dios y aquél no. Por que a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.

Ambos, el fariseo y el recaudador, dejan el templo y vuelven a sus casas. Dejan el espacio religioso para volver al espacio secular y el narrador de la parábola hace notar que el recaudador bajó a su casa a bien con Dios (dediakaiomenôs) y el fariseo no.

Aquí entra el factor sorpresa que hay en tantas parábolas: ¿Qué es lo que ha ido mal? ¿Qué señal de arrepentimiento ha mostrado este recaudador? ¿Ha hecho algo para reparar o devolver lo robado, como hizo Zaqueo (Lc 19,1-9)?  ¿Por qué termina así la parábola, si el recaudador no hace realmente nada, ni se compromete a nada y el fariseo no tiene de nada de que arrepentirse?  La parábola ha sido considerada una relato ejemplar, pero en realidad aquí no se recomienda ser ni como uno ni como otro, sino que se muestran  dos actitudes frente a frente.

Más bien el mensaje de la parábola es otro y sencillo: el mapa del sistema, que coloca a unos dentro y a otros fuera, no funciona, pues hay quien cree estar dentro y está fuera, y hay quien se cree excluido y está dentro.         Algo semejante sucede en la parábola del samaritano.

   En el relato se ha presentado al fariseo como un justo y ahora se dice que este justo no es reconocido; debe haber algo en él que resulte inaceptable a los ojos de Dios. Sin embargo, el recaudador, al que se nombra con un “ese” despectivo, no es en modo alguno despreciable.

 ¿Qué pecado ha cometido el fariseo? Tal vez solamente uno: mirar despectivamente al recaudador y a los pecadores que él representa. El fariseo se separa del recaudador y lo excluye del favor de Dios.

Dios, justificando al pecador sin condiciones, adopta un comportamiento diametralmente opuesto al que el fariseo le atribuía con tanta seguridad. El error del fariseo es el de ser “un justo que no es bueno con los demás”, mientras que Dios acoge graciosamente incluso al pecador. Esta parábola proclama, por tanto, la misericordia como valor fundamental del reino de Dios.

   La parábola termina con una inversión inesperada: “al que se encumbra (el fariseo) lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán”.

Con su comportamiento el recaudador rompe todas las expectativas y esquemas, desafía la pretensión del fariseo, del templo con sus medios  redentores y reclama ser oído por Dios, ya que no lo era por el sistema del templo y por la teología oficial, representada por el fariseo. 

Las palabras de Jesús plantean a vez un abanico de preguntas: ¿Sobre qué base? ¿Por qué palabra? ¿Cómo puede Dios hablar fuera de los canales oficiales? Si el recaudador es justificado por una gracia tan imprevisible como ésta, ¿entonces quién no puede estar incluido? Y si los recaudadores y los pecadores se justifican  en el mismo recinto del templo, ¿qué habrá que decir del sacerdocio del templo y de sus escribas que declaran que nada semejante es posible?

   Si la interpretación de la parábola es ésta, entonces uno puede vislumbrar por qué Jesús fue estigmatizado como amigo de recaudadores y de pecadores y por qué fue crucificado finalmente por las élites de Jerusalén con la ayuda de los romanos y el pueblo.