OPCIONES PERSONALES

PARA LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO

Gonzalo Fernández

http://www.cmfapostolado.org/recursos/areasapostol/laicos/Laicosconprisa/4%20OpcionespersonalesGonzalo.htm

 

 

A. CONTENIDO

 

0. Por el cambio: más allá de un slogan electoral.

1. Cinco tesis en busca de cristianos reflexivos.

2. La acción transformadora a través de las opciones personales.

2.1. Los tres niveles

2.2. El compromiso personal.

2.2.1. El estado de vida.

2.2.2. La profesión.

 

 

 

A. El sufi Bayacid dice acerca de sí mismo: "De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo. A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho. Ahora que soy viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: Señor, dame la gracia de cambiarme a mi mismo. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida". (Tony de Mello).

 

 

0. Por el cambio: más allá de un slogan electoral

 

Si el mundo fuera lo que está llamado a ser no sería preciso hablar de transformación. Pero es evidente que no. El folleto sexto ilustra de manera elocuente el mal que nos aqueja.

 

A veces -es verdad- las preocupaciones se refieren sólo al ámbito doméstico. Andamos de cabeza porque el fontanero no llega cuando nos había prometido, porque no hay forma de atajar un dolor de muelas o porque han descontado de la nómina mensual más de lo previsto. En otras ocasiones, se trata de asuntos de más envergadura: la armonía conyugal, el futuro de los hijos, el sentido de las ocho horas diarias de trabajo. Y no faltan -siempre que se dé un mínimo de capacidad reflexiva- las preocupaciones fundamentales: el mal momento del mundo, el sentido de la historia, la situación de la Iglesia, nuestra propia mediocridad espiritual.

 

En cualquier caso, la distancia entre lo que vivimos y lo que percibimos como ideal es tan palpable que la llamada a trabajar por reducirla se convierte en aguijón constante. Y es entonces cuando surge la pregunta: ¿Sirve la fe cristiana para modificar la realidad? Cuando uno no se contenta con respuestas apresuradas y tópicas, experimenta una desazón. Si la fe fuera verdaderamente potente, ¿cómo se explica que, al cabo de dos mil años, no haya conseguido cambiar más sustancialmente los amales de nuestro mundo? Más aún: ¿Cómo interpretar el hecho de que en el origen de muchos de ellos se encuentran actitudes y estrategias nacidas en las culturas más impregnadas por ella?

 

Esta inquietud se despliega: ¿Tiene el cristianismo alguna solución alternativa frente al capitalismo y al comunismo? ¿Existe una economía, una política, una ciencia que puedan ser llamadas "cristianas"? ¿Qué aporta, en definitiva, el evangelio a la transformación del mundo?

 

1. Cinco tesis en busca de cristianos reflexivos

 

    1. 1.1._     Tesis Primera: La transformación cristiana nace del ser más que del hacer

 

Desde hace un par de siglos, la cultura europea ha ido reduciendo la mayor parte de sus ideales ilustrados (libertad, igualdad, fraternidad) hasta someterlos todos al rasero del mero pragmatismo. Este parece ser el criterio último que rige hoy la economía, la política y aun las relaciones sociales en general. Sólo lo útil merece la pena. Sólo aquello que es rentable (independientemente de sus dimensiones de verdad, bondad o belleza) sirve para construir el hombre y la sociedad.

 

También la Iglesia ha caído en esta tentación moderna del pragmatismo activista. Durante este tiempo ha puesto en marcha numerosas iniciativas en casi todos los campos. Aunque tales obras han servido, por lo general, para paliar muchas necesidades humanas (en el terreno de la salud, de la educación, etc.), no es fácil saber si han resultado verdaderamente transformadoras.

 

Cuando se hacen cosas por puro pragmatismo, sin la fuerza que les otorga la autenticidad, el ser de quien las hace, no se aborda el problema en su raíz, por más que se consigan frutos aparentes[1].

 

Jesús no fue un pragmático[2]: no escribió libros que contuvieran fórmulas de cambio social, no consiguió -ni pretendió- liberar a su nación del yugo romano, no superó las desigualdades sociales, no resolvió el problema de la lepra o del hambre. Salvo pequeños signos, no puede ser considerado, en sí mismo, como un gran transformador. Y, sin embargo, grandes transformadores de la historia se han inspirado en él. En realidad, él fue más radical que cualquier pragmatista. No se contentó con arreglar los males de su tiempo, sino que inauguró un cambio de autenticidad más transformador que cualquier sistema, cualquier ideología. Curó la raíz de la que nacen todos los males.

 

 

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

1. ¿Estoy convencido de que toda verdadera transformación nace del ser?

2. ¿Cómo se puede valorar el activismo de muchos seglares comprometidos?

3. ¿Entiendo lo que significa actuar según la lógica del misterio pascual?

 

1.2. Tesis Segunda: En toda transformación hay una resistencia que vencer y una gracia que desarrollar

 

La gran novedad de Jesús y, por tanto, la gran novedad de todo cristiano, es haber mostrado, con su muerte y resurrección, que en el centro de la negatividad y del pecado emerge la fuerza sanadora de Dios. La muerte de Jesús es el resultado de una realidad refractaria que se niega a ser cambiada, el fruto del pecado que envuelve cuanto existe. La muerte en cruz significa el fracaso humano de la acción transformadora. Por eso la cruz de Jesús cura todo optimismo fácil que cree posible cambiar las cosas sin ir a la raíz o que llama transformación a lo que es sólo un cambio de apariencia. En la cruz de Jesús se reconocen todos los que han luchado sinceramente y siguen luchando por la transformación del mundo y, sin embargo, experimentan a cada paso que los resultados no se corresponden con sus esfuerzos, que hay una extraordinaria carga de resistencia difícilmente superable. Ignorar este hecho supone no haberse adentrado en la verdad de las cosas, no haber comprendido esa negatividad que la teología cristiana llama pecado original. Uno quiere ser honestamente mejor y, al cabo de los años, se descubre mediocre. Quiere modificar su entorno y, después de muchos intentos, sólo consigue provisorios. ¿Qué cristiano no ha sentido alguna vez esta frustración?

 

La fe nos asegura, sin embargo, que en la cruz, en la negatividad, en el fracaso, en el anti-Dios, Jesús experimenta la insólita fuerza reactiva del Padre. Al salmo 22 ("Dios mío, ¿por qué me has abandonado?") sucede el salmo 30 ("Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu"). De la fosa de la muerte emerge el alma de la resurrección. Esta es la gran novedad cristiana y la raíz de todo verdadero cambio. La victoria de Cristo cura todo pesimismo, toda desconfianza absoluta en la posibilidad de transformar el mundo desintegrado por el mal. Donde el cristiano se abaja por amor hasta perderse, donde experimenta la muerte como consecuencia de una vida entregada, donde muere grano podrido, allí se produce la verdadera transformación. Esta es la extraña lógica del misterio pascual, la única que permite superar la vía estrecha del pragmatismo y entender la transformación como ser (autenticidad) y no tanto como hacer (apariencia).

 

1.3. Tesis Tercera: El cristiano aporta la cruz, pero no posee soluciones técnicas para transformar el mundo

 

La fe en el Crucificado/Resucitado no es una ciencia. Por eso no "sirve" para explicar la teoría de la relatividad o encontrar una vacuna eficaz contra el SIDA. La fe no es una técnica. Por eso no "sirve" para realizar trasplantes de hígado o estirar la nómina fin de mes. La fe se presenta en el mercado de las ideologías como una menesterosa. Nadie, por el hecho de ser cristiano, vence el cáncer o fertiliza los desiertos del Sahel[3].

 

Pero la fe que brota de la muerte/resurrección sabe que hay una palabra eficaz de Dios pronunciada sobre el mundo y sabe que en el amor se expresa lo que Dios es y lo que el hombre está llamado a ser. Y sabe que el amor significa perder la vida para encontrarla. Desde esta experiencia, el cristiano se vuelve creador, busca los medios que sirven para expresar amor[4]: "No es costumbre el Espíritu Santo suplir con sus dones la falta culpable de competencia" (E. Schillebeeckx).

 

1.4. Tesis Cuarta: Los carismas laicales subrayan la instrumentalidad dentro de la plural comunión de la Iglesia

 

En el folleto segundo se presenta la Iglesia como una comunión y en el tercero se estudian los carismas y ministerios como instrumentos interpersonales para su desarrollo. ¿Hay algo que caracterice a los carismas laicales, alguna nota que, en medio de su natural diversidad, ponga de relieve lo común?

 

Si la Iglesia es -tal como la concibe el Vaticano II- un signo e instrumento del Reino, a los carismas laicales les compete subrayar la instrumentalidad; es decir, la contribución positiva y creadora a la tarea de transformar la realidad y humanizar la historia.

 

Existen algunos carismas (todos los que, no sin cierta violencia conceptual, englobamos bajo la categoría de "vida religiosa") que ponen el acento, más bien, en la dimensión simbólica de la Iglesia. Estando en el mundo, y a veces extraordinariamente insertos, los religiosos subrayan el "no ser de este mundo". El celibato, la austeridad compartida y el sometimiento libre a un proyecto común, sin ser rasgos exclusivos de una clase, expresan históricamente y en condiciones de cierta "anormalidad", la dimensión escatológica del Reino.

 

Pero, porque la Iglesia no es sólo símbolo sino también instrumento, existen carismas al servicio de la instrumentalidad, entendida ésta, no en clave activista (como si unos hicieran cosas y otros no), sino como llamamiento a la transformación de las estructuras mundanas desde el interior de ellas mismas: el matrimonio, la familia, la empresa, el estado, etc.

 

La fe no crea un sistema político propio. Son los cristianos los que, insertándose en la política, intentan ponerla al servicio de la dignidad humana. La fe tampoco crea un sistema económico singular. Son los cristianos quienes, desde el interior de las estructuras económicas, se esfuerzan por ponerlas al servicio de la igualdad y la solidaridad.

 

Y puesto que, en el orden instrumental, no existe normalmente un único camino cristiano, la pluralidad de opciones es, no sólo legítima, sino típica de los carismas laicales.

 

1.5. Tesis Quinta: En toda transformación, los fines tienen que prevalecer sobre los intereses, lo esencial sobre lo indispensable

 

A veces se afirma con algo de ingenuidad que la unidad de la Iglesia exige comunión en los fines, y que la necesaria diversidad implica pluriformidad en los medios. Aunque el principio general puede ser aceptable, en la práctica no es tan fácil deslindar algunos fines de los medios necesarios para llevarlos a cabo. Por ejemplo: el respeto a la vida en su estado inicial (fin, ¿puede prescindir del rechazo explícito del aborto (medio)?

 

Hay algunos fines que exigen necesariamente algunos medios. Pero el problema va aún más lejos. En ocasiones, el conflicto se plantea, no entre los fines y los medios, sino entre los fines y los intereses. En palabras de José M. Castillo: "En la iglesia coexisten dos grandes fuerzas de signo estrictamente contradictorio: de una parte, la fuerza de los fines evangélicos que la iglesia no se cansa de predicar constantemente; de otra parte, la fuerza de los intereses antievangélicos que, en realidad, subsisten en la misma iglesia. Ahora bien, la consecuencia práctica y concreta que se sigue de todo esto es que la organización eclesiástica neutraliza la fuerza del mensaje evangélico que la misma iglesia no cesa de proclamar ante los hombres"[5].

 

Con otros términos, es sugerente también lo que indica Marcel Légaut[6].

 

Esta tensión es lo que hace de la fe cristiana algo "inservible" a los ojos del transformador pragmático. ¡Cuántos cristianos comprometidos con su entorno han pretendido acelerar la eficacia de sus acciones políticas y económicas sin preocuparse de que los medios se ajustasen y participasen de las características del fin" Esto no significa defender una suerte de "purismo", como si los cristianos pasáramos de puntillas por el mundo. Contra tal purismo nos previene Jesús. (Aquí iría la nota 7 pero no está en la columna de la derecha?????) Significa, más bien, creer que la verdadera transformación no se produce en el orden de las apariencias sino en la raíz de las cosas. Ciertos proyectos, aunque no logren su punto final pueden ser transformadores si estimulan y salvaguardan la autenticidad en los grados intermedios. La bondad de una transformación n se puede medir sólo por el fruto final sino también por la humanización que va produciendo en su desarrollo.

 

2. La acción transformadora a través de las opciones personales

 

2.1. Los tres niveles

 

De todo lo dicho se pueden extraer algunas conclusiones:

 

 

 

 

En los apartados siguientes se desarrolla el compromiso en el nivel personal. Los folletos quinto y sexto desarrollan los niveles relacional y estructural respectivamente.

 

 

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

1. Qué significa la dimensión instrumental de la Iglesia?

2. ¿Estás de acuerdo en que la instrumentalidad caracteriza a los carismas laicales? ¿Qué perspectivas y peligros pueden darse?

3. Intenta pensar algunos ejemplos tomados de la vida eclesial en los que se vea que los intereses han oscurecido los fines.

 

 

B. La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. (...) Los propios cónyuges, hechos a imagen de Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de personas, vivan unidos con el mismo cariño, modo de pensar idéntico y mutua santidad (GS, 52).

 

 

2.2. El compromiso personal[8]

 

Todo lo dicho en las cinco tesis del apartado 1 constituye el fundamento y el criterio interpretativo de lo que sigue.

 

De entre las diversas opciones que la persona realiza para configurar su vida, destacamos dos que pueden ser verdaderos cauces de compromiso: el estado de vida[9] y la profesión.

 

2.2.1. El estado de vida

 

Para la gran mayoría de los laicos, el matrimonio y la familia son los cauces de su vida personal. Esta experiencia de amor personal, indisolubre y fecundo es una experiencia genuinamente humana. Cuando se simboliza en el sacramento no pierde su humanidad sino que manifiesta que su logro es, ante todo, un don de Dios y no tanto el resultado de un esfuerzo. Cuando esta perspectiva se pierde, entonces lo mejor puede ser vivido más com una carga que como una liberación.

 

Un refrán ruso[10] advierte de la envergadura de la opción matrimonial. Es, en efecto, una coyuntura crítica:

 

 

 

Desde lo que el matrimonio significa y desde la experiencia de muchos casados, parece inprescindible que en el matrimonio se comparta un proyecto vocacional, puesto que se trata de una opción que afecta a la totalidad de la persona. Esto implica una educación de la afectividad que evite el repliegue y estimule el riesgo y el compromiso.

 

Cuando un matrimonio se siente signo del amor de Dios y vive su proyecto de familia como signo de la Iglesia, entonces matrimonio y familia se convierten en "comunión para la misión". Las traducciones pueden ser muy variadas:

 

 

 

 

 

 

También el celibato puede ser un cauce de la vocación laical. Cuando es elegido o aceptado por el Reino -y no por motivaciones egoístas o por complejos y cobardías- da una tonalidad especial a la profecía y a la donación. Hay laicos que hacen de su celibato una dimensión de su compromiso por transformar el mundo según Cristo a partir de la disponibilidad que crea. Para compromisos de frontera, ¿no puede haber laicos que acepten el don del celibato como una opción personal?

 

2.2.2. La profesión

 

Es, normalmente, el camino por el que el cristiano puede participar en las estructuras socio-laborales para crear un tipo nuevo de sociedad.

 

A la hora de abordar los criterios de elección es imposible no tener en cuenta el desempleo endémico que padecemos: no siempre es posible elegir lo que se crea más conveniente. En cualquier caso, parece evidente que los criterios de un cristiano no deben ser el prestigio social, la sola ganancia económica o el poder que la profesión implica. El cristiano debe optar profesionalmente con la perspectiva de influir en las estructuras sociales para hacerlas más libres y más justas, sabiendo que tal opción comporta siempre un riesgo y que no todos pueden asumirlo en la misma proporción.

 

Como en el caso del matrimonio, las perspectivas prácticas son muy diversas:

 

 

 

 

Otros muchos aspectos[11] pueden ser abordados, desde la propia experiencia, en la reflexión del grupo.