Acompañar


Fuente: Biblioteca Electrónica Cristiana
Autor: Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas

 

«El mismo día, dos de ellos iban a una aldea, que dista de Jerusalén sesenta estadios, llamada Emaús, y hablaban entre sí de todos estos acontecimientos. Mientras iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó e iba con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle» (Lc 24, 1316).

Elegimos, para describir las articulaciones de acompañar, educar y formar, el episodio de los dos discípulos de Emaús. Es un pasaje significativo porque, además de la sabiduría del contenido y del método pedagógico seguido por Jesús, nos parece ver en los discípulos la imagen de tantos jóvenes de hoy, un tanto tristes y desanimados, que parecen haber perdido toda ilusión por buscar su vocación.

El primer paso, o el primer cuidado en este camino, es ponerse al lado: el sembrador o quien ha despertado en el joven la conciencia de la semilla sembrada en el terreno de su corazón, se convierte ahora en acompañante.

En la teología de la presente reflexión, se indicó como propio del Espíritu el ministerio del acompañamiento. En efecto, es el Espíritu del Padre y del Hijo quien permanece junto al hombre para recordarle la Palabra del Maestro; es también el Espíritu quien habita en el hombre para suscitar en él la conciencia de ser hijo del Padre. Es, por tanto, el Espíritu el modelo en el que se debe inspirar aquel hermano o hermana mayor que acompaña al hermano o hermana menor en búsqueda.

a) Itinerario vocacional
Definido el itinerario vocacional pastoral, nos preguntamos ahora: ¿qué es un itinerario vocacional en el plano pedagógico?

El itinerario pedagógico vocacional es un viaje orientado hacia la madurez de la fe, como una peregrinación hacia el estado adulto del creyente, llamado a disponer de sí mismo y de la propia vida con libertad y responsabilidad, según la verdad del misterioso proyecto pensado por Dios para él. Tal viaje se realiza por etapas en compañía de un hermano o hermana mayor en la fe y en el discipulado, que conoce el camino, la voz y los pasos de Dios, que ayuda a reconocer al Señor que llama y a discernir el camino que recorrer para llegar a El y responderle.

Un itinerario vocacional es, por tanto, y ante todo, camino con El, el Señor de la vida, aquel « Jesús en persona », como anota con precisión Lucas, que se aproxima al camino del hombre, hace el mismo recorrido y entra en su historia. Pero los ojos de carne, a menudo, no lo saben reconocer; y, entonces, el caminar humano permanece solitario, y el conversar inútil, mientras que la búsqueda arriesga perpetuarse en un interminable y a veces narcisista « hacer experiencias », incluso vocacionales, sin ningún resultado definitivo. Quizá la primera tarea del acompañante vocacional es la de indicar la presencia de Otro, o de admitir la naturaleza relativa de la propia vecindad o del propio acompañamiento, para ser mediación de tal presencia, o itinerario hacia el descubrimiento del Dios que llama y se avecina a cada hombre.

Como los discípulos de Emaús, o como Samuel durante la noche, con frecuencia nuestros jóvenes no tienen ojos para ver ni oídos para oir a Quien camina junto a cada uno y, con insistencia y delicadeza a la vez, pronuncia su nombre. El hermano que acompaña es el signo de esa insistencia y delicadeza; su tarea es la de ayudar a reconocer la procedencia de la voz misteriosa; no habla de sí, sino que anuncia a Otro que, sin embargo, está ya presente; como Juan Bautista.

El ministerio del acompañamiento vocacional es ministerio humilde, de la clase de humildad serena e inteligente que proviene de la libertad en el Espíritu, y que se manifiesta « con el valor de la escucha, del amor y del diálogo ». Gracias a esta libertad resuena con mayor claridad y fuerza incisiva la voz de Aquél que llama. Y el joven se encuentra ante Dios, descubre con sorpresa que es el Eterno quien camina en el tiempo junto a él, y lo llama a una opción definitiva.

b) Los pozos de agua
« Jesús cansado del viaje, se sentó junto al pozo... » (Jn 4,6): es el arranque de lo que podemos considerar un inédito coloquio vocacional: el encuentro de Jesús con la samaritana. La mujer, en efecto, a través de este encuentro, recorre un itinerario hacia el descubrimiento de sí misma y del Mesías, convirtiéndose inmediatamente en su anunciadora.

También este pasaje trasluce la soberana libertad de Jesús en buscar dondequiera y en quienquiera a sus mensajeros; pero, también es llamativo el cuidado, por parte de Aquél que es el camino del hombre hacia el Padre, de cruzarse con la criatura a lo largo de sus caminos, o de esperarla donde más evidente y viva es su espera. Es cuanto se puede deducir de la imagen simbólica del « pozo ». Los pozos, en la antigua sociedad judaica, eran fuentes de vida, condición básica de supervivencia de un pueblo siempre preocupado por la penuria de agua; y es precisamente en torno a este símbolo, el agua para y de la vida, donde Jesús construye con delicadísima pedagogía su aproximación a la mujer.

Acompañar a un joven quiere decir identificar « los pozos » de hoy: todos los lugares y momentos, los desafíos y expectativas, por donde antes o después todos los jóvenes deben pasar con sus ánforas vacías, con sus interrogantes no expresados, con su suficiencia arrogante pero a menudo sólo aparente, con su deseo profundo e indeleble de autenticidad y de futuro.

La pastoral vocacional no puede ser « de espera », sino actuación de quien busca y no se da por vencido hasta que no haya encontrado, y se hace encontrar en el lugar y en el « pozo » justo, allí donde el joven da cita a la vida y al futuro.

El acompañante vocacional debe ser « inteligente », desde este punto de vista, uno que no impone necesariamente sus preguntas, sino que parte de las del joven mismo, de cualquier tipo que sean; o es capaz -si fuera preciso- de « suscitar y estimular la cuestión vocacional, que vive en el corazón de cada joven, pero que espera ser sacada a la luz por verdaderos formadores vocacionales ».(99)

c) Coparticipación y con-vocación
Realizar acompañamiento vocacional significa ante todo compartir: el pan de la fe, de la esperanza en Dios, de la fatiga en la búsqueda, hasta compartir también la vocación: no para imponerla, evidentemente, sino para atestiguar la grandeza de una vida que se realiza según un designio de Dios.

El rol comunicativo típico del acompañamiento vocacional no es ni el didáctico o exhortativo, ni tampoco el de amistad, por un lado, o, por el otro, el del director espiritual (entendido éste como quien imprime inmediatamente una dirección precisa a la vida de otro), sino que es el papel de la confessio fidei.

Quien realiza acompañamiento vocacional testimonia la propia opción o, mejor, su particular elección por Dios, da a conocer -no necesariamente con palabras- su camino vocacional, y, por tanto, da a conocer también o deja traslucir, la fatiga, la novedad, el riesgo, la sorpresa, la grandeza.

De esto deriva una catequesis vocacional de persona a persona, de corazón a corazón, rica de humanidad y originalidad, de ardor y fuerza convincentes; una animación vocacional sapiencial y experiencial. Un poco como la experiencia de los primeros discípulos de Jesús que « fueron y vieron dónde moraba, y permanecieron con El aquel día » (Jn 1,39); y tanto les debió impresionar aquella experiencia que Juan, después de muchos años, recuerda que « eran cerca de las cuatro de la tarde ».

Se hace animación vocacional sólo por contagio, es decir, por contacto directo, porque el corazón está lleno y la experiencia de la grandeza continúa cautivando. « Los jóvenes están muy interesados en el testimonio de vida de las personas que están ya en un camino espiritual. Sacerdotes y religiosos deben tener el valor de ofrecer signos concretos en su camino espiritual. Por esto es importante dedicar tiempo a los jóvenes, caminar a su paso, buscarlos allí donde se hallan, escucharlos y responder a las preguntas que surgen en el encuentro ». (100)

Precisamente por esto el acompañante vocacional es también un entusiasta de su vocación y de la posibilidad de transmitirla a otros; es testigo, no sólo convencido, sino feliz, y por tanto, convincente y creíble.

Sólo así el mensaje abarca la totalidad espiritual de la persona, corazónmente-voluntad, proponiendo algo que es verdadero-grande-bueno.

Es el significado de la con-vocación: nadie puede pasar junto al anunciante de una tan « buena noticia » sin sentirse atraído, « totalmente » llamado, en cada nivel de su personalidad, y continuamente llamado, por Dios, ciertamente, pero también por tantas personas, ideales, situaciones inéditas, retos diversos, mediaciones humanas de la llamada divina.

Entonces el signo vocacional puede ser percibido mejor.


 

Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas

"Nuevas vocaciones para una nueva Europa"
 



 

Notas:

(99) Proposiciones, 9.

(100) Proposiciones, 22. Y también, « el renacer del interés por el Evangelio y por una vida entregada radicalmente a él en la consagración, depende en gran parte del testimonio personal de los sacerdotes y religiosos contentos de su vocación. La mayoría de los candidatos a la vida consagrada y al sacerdocio atribuye su propia vocación a un encuentro con un sacerdote o consagrado » (ibidem, 11).