NUEVOS ESPACIOS PARA LOS LAICOS

http://www.chasque.apc.org/umbrales/rev145/15_22.htm

Hoy los documentos oficiales de la Iglesia hablan mucho de "promover" a los cristianos laicos en las parroquias, de corresponsabilizarlos, de acompañarlos en su tarea evangelizadora en el mundo, pero muchas veces no se les ofrece a ellos, en sus manos, elementos de capacitación y de formación para que encaren su vida y su trabajo no como un parcial servicio a la Iglesia sino como una vocación de por vida. En realidad, abundan los cursos de teología para laicos y de formación permanente para los agentes de pastoral a nivel diocesano, pero ese público es restringido. La teología posconciliar y el conocimiento actualizado de la Biblia, por ejemplo, no han llegado al público católico.

¿PUEDE HABLARSE DE "FORMACIÓN" LAICAL?

A veces se tiene miedo a escandalizar, a que la gente no entienda y así se mantiene a la misma en estado de minoridad. Por eso encontramos a profesionales cristianos de gran actuación en la vida social que se han quedado con las nociones del catecismo de primera comunión y sólo se "alimentan" cada domingo de la homilía del sacerdote o de los discursos papales y episcopales cuyos extractos salen en los medios de comunicación. A lo largo de varios años se ha intentado "traducir" el lenguaje eclesiástico de los documentos oficiales de la Iglesia para que la gente pudiera entenderlos; pero ya es tiempo de popularizar el magisterio de la Iglesia y que el mismo pueblo hable y contribuya con sus aportes.

Evidentemente hoy no se puede entregar los sacramentos a todos los que los pidan sin un camino previo de conversión y formación; ya no es como antes cuando había una sociedad oficialmente cristiana con familias practicantes. Los responsables de la Nueva Evangelización, si se quiere una Iglesia encarnada y misionera, deben ser ahora principalmente los laicos, no ya los curas y monjas. Esto exige por parte de ellos un testimonio convincente de fe cristiana y una preparación bíblica, teológica y pastoral.

Inclusive el acceso de los laicos a la teología no debería verse como una especie de proceso de clericalización. El objetivo debería ser repensar "laicamente" la teología, en vez de seguir hablando de teología "para" laicos, como si se tratara de una teología menor para uso de los laicos, de un compendio o reducción de la verdadera teología.

La formación cristiana tiene como objetivo la "conformación con Cristo" (1Cor 6,17) y significa antes que nada una formación espiritual profunda que implique la conversión a Cristo, el gusto por la oración y por la Palabra, la vivencia de los sacramentos (en especial de la eucaristía y la reconciliación), y momentos fuertes de experiencia de Dios para así poder encarar la vida diaria desde Dios. No puede haber personas realmente comprometidas en la obra de Cristo, sin que estén antes comprometidas con Él. Es Él que debe seguir actuando en nosotros. Hay muchos cristianos, aun muy conocedores de las cosas de la Iglesia, que no están convertidos.

Es imprescindible después una formación doctrinal básica en el campo bíblico, litúrgico y moral. Hace falta también una formación pastoral actualizada después que el Concilio Vaticano II se propuso pasar de un Cristianismo de tradición a uno de convicción, de una pastoral de conservación a una de misión. Cualquier cristiano hoy en día, ya sea en grupo como individualmente, debe capacitarse en estas dimensiones; las prácticas devocionales de antaño ya no son suficientes frente a las nuevas realidades.

De esta formación integral, los principales responsables son los mismos laicos. Se trata, sobre todo, de un proceso de autoformación. Es una opción que se hace para poder seguir dignamente a Cristo que nos llama a una misión especial. Formarse no significa simplemente informarse, tener conocimientos... Significa "transformarse" (en el modo de pensar, de amar, de obrar, de vivir...) a la manera de Cristo; para que Cristo tome forma en nosotros (Gál 4,19). Hay temas que hoy interesan a todos y antes eran reservados a los presbíteros y seminaristas; el cristiano laico no puede ignorarlos ni llegar tarde con las respuestas. El obispo argentino Carmelo Giaquinta ha tenido el coraje de afirmar: "También los errores pastorales se pagan caros; hoy pagamos los efectos de una deficiente catequesis en la formación de la conciencia moral del ciudadano cristiano". El tema de la f ormación laical es acuciante y prioritario; y no debe limitarse a una élite. En muchas partes todavía se mira a los laicos como incapaces de entender ciertas cosas de la Iglesia y si se comprometen en lo social o en lo político no se los acompaña desde la Fe.

Seguramente se han hecho muchos progresos desde el Concilio, pero todos comprobamos el fenómeno insistente del clericalismo, conocemos a laicos más clericales que los mismos curas y a otros que sólo se alimentan de devociones o que sólo se remiten a lo que está "mandado". La evangelización de los adultos (y sobre todo de los agentes pastorales) es hoy todavía ocasional e insuficiente. La formación laical permanente debería ser el objetivo prioritario de una Iglesia misionera.

 

¿QUIÉN ES EL "CRISTIANO LAICO"?

La palabra "laos", significa "pueblo" en el griego antiguo y designa en nuestro caso la pertenencia al "pueblo de Dios" por el Bautismo. En el lenguaje eclesial corriente, "laicos" son los bautizados, no llamados al sacramento del Orden, que realizan su vida cristiana y misionera donde el Señor los ha puesto a vivir; normalmente se habla de "laicado" en contraposición a "clero". En el ámbito civil, la palabra "laico" es un término que se contrapone a "confesional"; es una realidad (estado, partido, escuela, cultura...) que se quiere libre de toda interferencia religiosa. En el pasado hubo épocas donde fue fuerte la injerencia de la Iglesia en los asuntos de la vida civil y allí surgió el término "laicidad" para indicar la emancipación y la legítima autonomía de ésta frente al poder eclesiástico. Se habla de "laicismo" cuando hay enfrentami ento entre las dos esferas y se busca reducir la religión a lo privado.


La Iglesia hoy rechaza el laicismo y propugna la laicidad
y la autonomía de las cosas temporales.

Después del Concilio quedó claro que la Iglesia no debe verse más en su estructura interna como una pirámide donde los que están arriba son los integrantes de la "jerarquía" (papa, obispos, curas) y los que están abajo, sin ninguna responsabilidad, los "laicos". Hay que volver a lo que era la Iglesia en los primeros tiempos: una Iglesia de comunión, convocada por Dios (ekklesia) donde todos somos iguales por el Bautismo y con la misma dignidad de hijos de Dios. Y todos somos llamados a realizar la misma misión de Cristo: como sacerdotes, profetas y pastores. Si hiciéramos una encuesta sobre la Iglesia, muchos coincidirían todavía en identificar a la Iglesia con los obispos, los curas, los religiosos y religiosas o hasta con el templo o la capilla donde se celebran las ceremonias religiosas. Es una mentalidad que sigue vigente porque todavía los laicos s on muchas veces "la planta baja" de la Iglesia y no tienen voz ni voto.

Mucha gente piensa que los sacerdotes "están más cerca de Dios" y por lo tanto son ellos el puente entre Dios y las personas. En realidad, más allá de los distintos ministerios o servicios que hay en el pueblo de Dios, todos los cristianos somos mediadores con Cristo entre Dios y los hombres. No hay dos clases de cristianos; hay tan solo distintos ministerios. El Concilio ha dejado de lado esa mentalidad ambigua, resabio de otra época, por la cual se daba en la Iglesia el predominio de la jerarquía (palabra que no existe en los evangelios) y los laicos sólo debían obedecer. La Iglesia se identificaba con la jerarquía. La misma contraposición clero-laicado debe superarse, ya que todos somos corresponsables en la Iglesia de la misma misión (si bien de distintas maneras). Primero está el pueblo de Dios y dentro de él los distintos ministerios (ordenados o no). La misma palabra "laico" (que tampoco se usa en el Nuevo Testamento) ha llegado a tener un significado negativo de no-clérigo. Muchos prefieren hablar de cristianos o de comunidad cristiana.

En los comienzos de la historia de la Iglesia, en un contexto de Iglesia comunión, se subrayaba más bien la tensión misionera de toda la Iglesia hacia el mundo pagano que había que evangelizar. En vez de acentuar lo negativo del laico y lo jerárquico de la Iglesia, hoy corresponde acentuar la dimensión comunitaria de la Iglesia donde no hay clases superiores o inferiores y donde todos somos llamados a la misma misión de Jesús y a la única grandeza que es la santidad. El sacramento más importante es el Bautismo y la espiritualidad bautismal nos incorpora a todos a Cristo por igual. Esto no significa que haya un solo camino de espiritualidad. Antes el clero debía ser el modelo para el laico aun en la forma de relacionarse con Dios.

Por caminos distintos todos nos encontramos alrededor de la Eucaristía, al servicio del mundo. No poder derrumbar el muro de separación entre clero y laicos era para Rosmini en 1848 una de las cinco llagas de la Iglesia. Hablando de las celebraciones litúrgicas denunciaba: "El pueblo asiste como las estatuas y las columnas del templo, sordo a las voces de su madre la Iglesia".

 

TODOS AL SERVICIO DEL MUNDO Y DE LA IGLESIA

Toda la Iglesia debe estar comprometida en la evangelización de la sociedad. Hay que superar también esta otra contraposición: el cura para la Iglesia, el laico para el mundo. El Concilio no habla de Iglesia y Mundo como dos cosas contrapuestas, sino de Iglesia en el Mundo, como encarnada en él a través de un diálogo por el cual ella aporta lo suyo pero también escucha y aprende; y trabaja junto con los hombres y mujeres de buena voluntad, aun no cristianos, en la construcción del Reino. La secularidad (= trabajo en el "siglo") es común a toda la Iglesia . No hay unos que viven en el mundo (laicos) y otros... fuera del mundo. También los obispos y presbíteros, sin asumir opciones políticas partidistas, han de comprometerse a favor de la justicia, la paz, los derechos humanos... y "embarrarse" en los temas de la vida cotidiana. Pastores y cristianos "comunes" p ueden y deben encontrarse juntos en el "siglo" para una cantidad de tareas comunes.

Cabe recordar también que toda postura eclesial tiene necesariamente una dimensión política, quiérase o no; nadie es neutral y en la medida en que no se lucha por la transformación de la sociedad, se es cómplice de la injusticia del sistema. Esto explica por qué el Papa habla, por ejemplo, de la condonación de la deuda externa o de la economía solidaria, y por qué cientos de sacerdotes y religiosas han sido asesinados por defender la justicia y los derechos de los humildes.

Por otro lado, toda la Iglesia es al mismo tiempo ministerial, con ministerios (ordenados, instituidos o de hecho) que buscan construir y fortalecer la comunidad cristiana. Lo que antes se llamaba "participación" (Pío XI) o "colaboración" (Pío XII) de los laicos con la jerarquía en la vida interna de la Iglesia, ahora se llama "corresponsabilidad" (Juan Pablo II) y hasta "protagonismo" (Santo Domingo). El Concilio enseña que los cristianos laicos trabajan en la Iglesia por vocación propia (por el Bautismo); no por hacerle un favor a los sacerdotes (que disminuyen de número) sino por un derecho y deber propio. Los laicos, a partir del Concilio, no están llamados a "colaborar" con los curas en una pastoral ya hecha y programada. Se trata de superar la doble categoría propia del modelo de cristiandad y sentirse todos corresponsables en la ela boración, toma de decisiones, aplicación y evaluación de la pastoral.

Nuestra Iglesia es todavía muy clerical. Los Consejos Pastorales y Económicos, cuando funcionan, son muchas veces poco representativos y nada deliberativos. El paternalismo de los sacerdotes hace que se eviten las consultas, que el gobierno efectivo quede en sus manos (por mayor practicidad y eficiencia) y se le encomienden a los laicos oficios y servicios en calidad de subalternos. Las mujeres, que son la gran mayoría de los agentes pastorales, participan todavía muy poco en las decisiones pastorales y de gobierno.

Hasta hace poco había en la Iglesia sólo ministerios ordenados (diaconado, presbiterado, episcopado) que son conferidos con el sacramento del Orden para cumplir las funciones de Cristo Cabeza, es decir, presidir la comunidad, discernir y organizar los distintos carismas y servicios. Los laicos casados pueden acceder al Diaconado Permanente. Los presbíteros son llamados a presidir la Eucaristía, anunciar con autoridad la Palabra, perdonar los pecados y hacer de la Iglesia una comunidad de comunidades. Todos los cristianos, en la medida que son miembros activos y responsables de la Iglesia, construyen la Iglesia y cumplen con un ministerio. Dentro de esta ministerialidad común a todos, hay algunos cristianos laicos que pueden ser llamados a ministerios específicos que tienen que ver directamente con la comunidad cristiana en cuanto tal; personas idóneas, calificadas y prepara das, públicamente reconocidas y autorizadas. Estos ministros en sentido específico son cooperadores de los pastores y deben tener una formación adecuada, sobre todo los encargados de anunciar la Palabra y estar al servicio de la ministerialidad común de los cristianos. Ahora se da la posibilidad de ministerios laicales instituidos oficialmente por la Iglesia. Los ministerios "instituidos" hasta ahora en la Iglesia universal son los del Lector de la Palabra de Dios y del Acólito en el servicio del altar; Pablo VI en un documento de 1972 ("Ministeria quaedam") nos daba el modelo para la creación de otros ministerios instituidos. Pero en la práctica las Iglesias locales han preferido limitarse a formas menos institucionalizadas de ministerios, a los que pueden acceder sin inconvenientes hombres y mujeres. Muchas diócesis han desarrollado ministerios para distintas tareas a través de un rito litúrgico presidido por el obispo, bajo la responsabilidad de la Iglesia loc al y con la exigencia de una cierta estabilidad.

También hay gran cantidad de ministerios de hecho como ser catequistas de niños y adultos, animadores de la liturgia, animadores de comunidades y grupos, responsables de la caridad y la acción social, servidores de los enfermos, etc..

Cuando se habla de una Iglesia "toda" ministerial es porque estamos llamados a formar una Iglesia toda servidora. En este sentido amplio puede decirse que "toda" la Iglesia es ministerial. Y entonces no caben sólo los que cumplen las tareas anteriores por su cuenta o dentro de grupos organizados. La participación en la vida de la Iglesia consiste para la gran mayoría de los cristianos en vivir simplemente su vida cristiana en las condiciones ordinarias de la vida en espíritu de servicio, animados por la celebración eucarística dominical. Ellos también hacen a la Iglesia, dado que el Evangelio es el principal inspirador de sus opciones ordinarias. "Agentes pastorales" es un título que suele usarse para los laicos activos en el ámbito organizativo parroquial o diocesano; sin embargo, también son agentes pastorales los que militan como cristianos en puestos de re sponsabilidad social o simplemente dan un testimonio explícito de su vida cristiana en la vida diaria. Pero al hablar de "ministerios" en sentido estricto se entiende un determinado servicio o una determinada tarea (por ejemplo, en el ámbito de dirección en la Iglesia) que debe ser reconocida como tal por la comunidad eclesial, en forma pública y oficial. El "ministro" actúa como representante de la Iglesia. Se habla de "ministerios" cuando se habla de servicios importantes ejercidos en nombre de la Iglesia y que responden a una necesidad permanente. Una cosa es la acción del cristiano en forma individual y otra la acción eclesial que representa y compromete públicamente a la Iglesia.

 

¿HAY UNA MISIÓN ESPECÍFICA PARA EL CRISTIANO LAICO?

Se ha intentado a través de los ministerios laicales desclericalizar a la Iglesia, pero muchos denuncian ahora el riesgo de una Iglesia replegada sobre sí misma y la poca incidencia actual del laico en la vida social. En la mayor parte de nuestras Iglesias locales hay un número mucho mayor de fieles laicos comprometidos en tareas catequísticas o litúrgicas, que en la pastoral social y misionera o en tareas "temporales". La experiencia en el mundo de la política se ha revelado particularmente difícil para los cristianos laicos. Debido a un prejuicio muy común que considera la política partidista como algo sucio, las comunidades cristianas no siempre confían en aquellos que aun habiendo crecido en su seno, se comprometen en ese ámbito. Lo mismo vale, por ejemplo, para el ecumenismo o el diálogo con distintas culturas y religiones. Después del Concilio, si se escuchan las voces de lo s Sínodos, la acción de los cristianos laicos en la sociedad ha disminuido; parecería haberse llegado otra vez a una doble categoría de cristianos (esta vez no entre curas y laicos, sino entre laicos comprometidos en la Iglesia y los demás que trabajan en el mundo). Todos los cristianos estamos llamados a trabajar en la Iglesia y en el mundo a la vez, pero según el Concilio hay una acentuación específica (no exclusiva) para los cristianos laicos (así como hay otra para los ordenados).

Como se ha visto, por el Bautismo todos somos "consagrados"; pertenecemos a Dios en Cristo. El rito de la consagración (de los reyes, sacerdotes y profetas) en el pueblo de Israel se hacía con óleo perfumado, el mismo que recibimos nosotros en el Bautismo (el Crisma, de donde viene la palabra "Cristo"). Con Cristo nosotros también somos "ungidos" por el Espíritu y enviados a evangelizar a los pobres... (Lc 4,18); todos los cristianos somos misioneros gracias al Bautismo, pero de una manera diversificada. Los cristianos laicos tienen la misión específica de evangelizar la sociedad, el "siglo" y "contribuir desde adentro y a modo de fermento a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas. Dios les comunica la particular vocación de buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios" (Christifideles L aici n. 31). Por consiguiente, el cristiano laico tiene una "particular vocación", así como la tienen los sacerdotes y religiosos, y debe ser respetado (y apoyado) en el cumplimiento de esa misión. Pablo VI en "Evangelii Nuntiandi" (n. 70) declara que la tarea primera e irrenunciable del cristiano laico no es ayudar al desarrollo de la comunidad cristiana (tarea principal de los pastores) sino la actividad evangelizadora en el campo de lo social, lo familiar, lo económico, lo político, lo cultural... a través del testimonio y la palabra.

El documento de Santo Domingo lamenta "la dedicación de muchos laicos de manera preferente a tareas intraeclesiales... con la consecuencia de que el mundo del trabajo, de la política, de la economía... no son guiados por criterios evangélicos" (n. 96). En una hermosa síntesis afirma el documento de Puebla: "Los laicos deben ser hombres de Iglesia en el mundo sin dejar de ser hombres del mundo en el corazón de la Iglesia" (n. 786).

Cuando se habla de "promoción de los laicos" en la Iglesia, no se quiere significar la clericalización de los laicos ni la promoción de los ministerios laicales, sino que sean reconocidos como sujetos eclesiales plenamente responsables de la evangelización allí donde se encuentran. Hoy se reconoce a los cristianos por ir a Misa (cristianos practicantes); deberían reconocerse sobre todo por ser discípulos de Jesús en la vida diaria. Y cuando se habla de laicos "comprometidos", esta palabra no debe referirse en primera instancia a los que integran una asociación o movimiento o asumen tareas parroquiales, sino a los laicos que viven su compromiso de fe en el mundo. El gran peligro de muchos laicos en las parroquias es encerrarse dentro de un pequeño círculo y allí quedarse. El laico comprometido se nota no tanto por cómo habla de Dios y cita el Evangelio, sino po r cómo desde Dios habla de la familia, de lo vecinal, del mundo del trabajo, de la política, etc.. Hay cristianos capaces que están dispuestos a trabajar por la Iglesia pero no por los derechos humanos o por la justicia y la buena política como si estas cosas no tuvieran nada que ver con el Reino de Dios y el Evangelio. Así, con estos pecados graves de omisión, se deja el campo abierto a otras ideologías no cristianas y a los corruptos. Por otra parte, este compromiso laical evangelizador no implica necesariamente asumir responsabilidades especiales en la sociedad, para las cuales hace falta la necesaria idoneidad, sino sobre todo un testimonio cristiano coherente en la vida y el trabajo diario. En muchas naciones durante las persecuciones la fe cristiana se conservó y transmitió simplemente a través del ejemplo y el testimonio de vida de cristianos comunes.

 

¿TIENEN INCIDENCIA PÚBLICA LOS CRISTIANOS LAICOS?

No es cuestión por lo tanto de sustituir hoy a los curas con los laicos debido a la disminución de los sacerdotes ni de condenar a éstos a un sacramentalismo exasperado (basta pensar en las carreras dominicales de ciertos sacerdotes para dar Misa en varias capillas). El presbítero seguirá siendo el responsable y animador principal de las comunidades, de la oración y la Palabra (lo de la falta de sacerdotes es otro tema); los laicos que manifiesten una idoneidad especial colaborarán en cantidad de tareas de las que antes se había apropiado el cura, sin olvidar que su principal tarea evangelizadora es fuera del templo, en el mundo. Si es cierto que se nota el vacío que deja la escasez de ministros ordenados, es más cierto aún que llama la atención la ausencia de la voz de los laicos cristianos frente a los grandes debates de la Iglesia y de la sociedad de hoy. Son los laicos los que pueden realmente abordar los problemas concretos y puntuales de la vida, por ejemplo del matrimonio y la familia, con la competencia y la libertad necesaria sin representar oficialmente a la Iglesia. ¿Cuántos católicos laicos han leído o estudiado algunas de las cartas que el Papa ha enviado a lo largo de estas décadas? ¿Cuántos católicos saben dar una explicación sensata sobre temas como los sacramentos, la Biblia, la moral sexual, la doctrina social de la Iglesia? Hay católicos que dicen: "personalmente estoy en contra del aborto, del divorcio, la eutanasia, la pena de muerte... pero no puedo imponer mis opiniones a los demás". Es que en realidad no saben como expresar sus puntos de vista, especialmente en público. No se trata de imponer nada a nadie, sino de proponer nuestras ideas con franqueza y valor. Juan Pablo II en "Novo Millennio Ineunte" dice: "Para que el testimonio cristiano sea eficaz, especialmente en áreas delicadas y controvertidas, es importante qu e se haga un esfuerzo especial para explicar bien las posiciones de la Iglesia, dejando bien claro que no se trata de imponer una visión basada en la fe a los no creyentes".

Ya Pío XII, por otra parte, había defendido la opinión pública dentro de la Iglesia en los asuntos de libre opinión (Osservatore Romano 18/2/50). El pensamiento del papa era el siguiente: "También la Iglesia es un cuerpo vivo y si no hubiera opinión pública en su interior, le faltaría algo; se trataría de un defecto del que serían responsables tanto los pastores como los fieles". También Pablo VI ha dicho: "La Iglesia pide al laicado católico ser informada sobre lo que piensa respecto de innumerables problemas de la vida diaria y social, mejor conocidos por ellos que por el clero". Los pastores son invitados a pedir consejo, también crítico, sobre todas las cosas de libre discusión aun a nivel teológico y más todavía a nivel pastoral... Cuando a la Iglesia se la defiende mal, se le hace más daño que cuando se la ataca. La opinión pública en la Iglesi a incluye necesariamente la crítica, la que debe brotar de la verdad y el amor; ésta es más difícil pero más útil a la Iglesia que una defensa ciega y fundamentalista.

El problema no es sólo traducir el lenguaje eclesiástico para que la gente lo entienda, sino que los pastores escuchen más al pueblo cristiano; para eso hace falta dejarlo hablar y animarlo a expresarse. En la Iglesia se nota muchas veces una actitud de autocensura y miedo, por la que se llega a pensar una cosa y a decir públicamente otra. Hay temas tabú sobre los cuales los curas no hablan ni en el confesionario ni afuera y muchos cristianos hacen sus opciones de conciencia al margen del magisterio oficial creando así, como se ha dicho, un cisma silencioso. Es un preciso deber de piedad filial decir la verdad en la Iglesia, informar a los pastores y no tratarlos como irresponsables o desinformados. Es sabido que hay pastores que, aun bajo una aparente capa de amabilidad, no admiten la crítica por considerarla una agresión, ni ningún tipo de debate en la Iglesia como si a ellos le s tocara hablar siempre desde el púlpito; pero se le hace así un gravísimo daño a la Iglesia.

El mismo Juan Pablo II, denunciando los pecados de la Iglesia, exigió más transparencia a todos. Se dice a veces que no hay que informar sobre ciertas cosas ni emitir opiniones críticas para no crear escándalo. Esta postura si es generalizada deja que los problemas persistan y se agraven como ha sucedido con los curas pedófilos de Estados Unidos; favorece y alimenta además la hipocresía en la Iglesia. Lo que más se ha criticado en Estados Unidos es que en vez de encarar estos graves problemas del abuso sexual, los pastores hayan dedicado la mayoría de sus esfuerzos a ocultarlos frente a la opinión pública y a pagar transacciones. Frente al secretismo excesivo que hay en la Iglesia, hay que recordar lo que Jesús dijo: "Yo he hablado abiertamente ante el pueblo" (Jn 18,20).

Muchas veces no se dice con respeto y sinceridad lo que se piensa, se calla en público y se habla en privado y además se justifican estos pecados de omisión con la obediencia o la prudencia. El Concilio nos ha enseñado que la verdadera obediencia a Dios debe pasar por el diálogo y el discernimiento comunitario de la voluntad de Dios, obviamente con la ratificación final de la autoridad correspondiente (la última palabra es de la autoridad, pero no la única). En cuanto a la prudencia, estamos enfermos de prudencia. Juan Pablo II ha sido claro en su mensaje de comienzos de siglo: "Navega mar adentro".

Hoy los obispos insisten mucho en la necesidad y urgencia de la formación del laico en el compromiso socio-político. Por otra parte, a muchos laicos lo social, lo económico, lo político les parece algo ajeno a su ser cristiano. Se sigue dando ese fenómeno denunciado por el Concilio que es el divorcio entre la fe y la vida. Está muy difundido entre los mismos laicos el "espiritualismo" que es la mentalidad de los que creen que el solo hecho de vivir personalmente en profundidad la vida espiritual, es suficiente para cambiar automáticamente la sociedad. El ser personas piadosas, si esto no influye hacia afuera, no es un atajo que nos dispensa de la necesidad del estudio de la realidad compleja de hoy y de la lucha en comunión con todos los hombres y mujeres de buena voluntad para el cambio social. Es que desgraciadamente todavía los problemas sociales no son asumidos por part e de muchos en su misma realidad como parte del núcleo de la fe, sino de la periferia de la fe. Con esta visión espiritualista, difícilmente se superará la etapa caritativa y asistencial.

Nos quejamos de los malos políticos. Alguien podría preguntarnos: ¿Qué tipo de evangelización o catequesis hace la parroquia sobre estos temas socio-políticos? ¿Cómo se acompaña a los cristianos que se comprometen en estos campos? ¿Hay lugar para ellos en la parroquia para que desde la fe puedan encontrarse y compartir sus luchas? ¿O más bien una vez que ingresan en la militancia terminan de alejarse de la Iglesia acompañados por la indiferencia general?

Hace falta una Iglesia más abierta a la persona, más comprometida con los problemas reales de la gente, menos dogmática, menos atada al poder. Los templos parroquiales siguen estando en el centro de nuestros pueblos y ciudades, pero en las barriadas pululan los templos evangélicos. Los evangélicos se acercan a los pobres, tratan de resolverles los problemas individuales de la droga, del alcoholismo, etc., pero no cuestionan las estructuras injustas de la sociedad y así los pobres siguen siendo pobres. Inclusive hay varias asociaciones y movimientos laicales católicos que buscan satisfacer las íntimas aspiraciones personales, sin dar respuesta a los problemas concretos de la vida social.

Se trata de una visión espiritual que podríamos llamar "intimista" y que no se preocupa por asumir la opción preferencial por los pobres de la Iglesia latinoamericana ni por dar su aporte en orden a la transformación de la vida social en el espíritu de Jesucristo, como enseñan los mismos documentos de la Iglesia.

 

¿QUÉ SIGNIFICA UNA ESPIRITUALIDAD BAUTISMAL?

Muy distinta del espiritualismo es la "espiritualidad" que todo bautizado debe tener como resorte profundo de su actividad. Tampoco hay que confundir espiritualidad con devociones, religiosidad o prácticas espirituales; ni con la ascesis o el esfuerzo de superación en la virtud. Mucha gente piensa que el sacerdote o la religiosa está más cerca de Dios porque se dedica a las "cosas espirituales", mientras que el cristiano laico se dedica a las "cosas materiales"; pero este dualismo es antievangélico. "Espiritualidad" no deriva de "espíritu" con minúscula como opuesto a "materia", sino del Espíritu Santo cuyo soplo anima a todo ser humano y a toda la vida humana. Se trata de vivir "según el Espíritu" (con mayúscula), así como enseña san Pablo en Romanos 8,9; y mantenerse abiertos a su acción que desde el Bautismo orienta nuestra vida cotidiana. La espiritualidad no es una parte de la vida sino la vida entera guiada por el Espíritu.

Se trata entonces de una experiencia de fe que integra lo "religioso" (oración, sacramentos, etc.) con las demás dimensiones de la vida: la familia, el trabajo, lo social..., buscando en todo la voluntad de Dios. No hace mucho tiempo la santidad parecía ser más bien un "alejamiento" del mundo y no un compromiso para "transformar" el mundo, así como enseña hoy la Iglesia: "El modelo de santidad de los laicos debe integrar la dimensión social de la transformación del mundo según el Plan de Dios" (Sínodo de los Laicos, Mensaje al pueblo de Dios, n. 4). La santidad era reservada de alguna manera a los monjes, sacerdotes y religiosas/os...

Decía el Concilio en la "Lumen Gentium": "Todas las obras (de los cristianos laicos), oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si son sobrellevadas pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo" (34).

Afirma el documento de Puebla: "Que el laico no huya de las realidades temporales para buscar a Dios, sino que persevere, presente y activo, en medio de ellas y allí encuentre al Señor... dando a toda su actividad y presencia en el mundo una inspiración de fe y un sentido de caridad cristiana" (n. 797). Y la "Christifideles Laici" recuerda: "Los laicos deben santificarse, o sea llegar a la perfección de la caridad, en la vida profesional y social ordinaria, considerando las actividades de la vida ordinaria como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los hermanos". El Sínodo de Obispos de 1988 afirmaba también: "Hoy la santidad no es posible sin el compromiso por la justicia y sin la solidaridad con los pobres y los oprimidos" (Mensaje al pueblo de Dios).

Obviamente que vivir la espiritualidad bautismal como sacerdotes, profetas y pastores implica "un contacto frecuente con la Palabra de Dios, la intimidad con el Señor en la Eucaristía, en los sacramentos y en la oración diaria" (Puebla n. 798). Sintetizando, la persona espiritual no es la que solamente reza, sino la que además de rezar lucha por llevar adelante el gran proyecto de Jesús, el Reino; contemplativa en la acción y activa en la contemplación. En este sentido se entiende la frase profética del gran teólogo del Concilio Karl Rahner: "El cristiano del futuro será un místico o no será nada". Es bueno preguntarse si en nuestras parroquias, mientras van creciendo los grupos y las actividades, crece también la gente a nivel de espiritualidad y de compromiso con Cristo. Si los presbíteros "colaboran" con los laicos ayudándolos espiritualmente desde l a comunidad cristiana para lo que es su tarea evangelizadora en el mundo. Si se predica una espiritualidad bautismal cuya clave es el servicio ("Yo no vine para ser servido sino para servir"), la que nos coloca más al nivel del testimonio que de la palabra.

Todos debemos dejar la postura de "padres, maestros y doctores" como nos pide el evangelio, para transformarnos en servidores.

El Concilio había soñado una Iglesia comunitaria y servidora que anunciara con renovado entusiasmo a Jesús. El mismo Pablo VI invitaba a no concentrar los esfuerzos en el interior de la Iglesia y decía: "La parábola del Buen Samaritano ha sido el paradigma de la espiritualidad del Concilio" (Discurso de Clausura, 7/12/65). Quizás los modelos de santidad de nuestro tiempo sean el p. Charles de Foucauld que nos enseñó el amor a los pobres como compartir y la madre Teresa de Calcuta que nos enseñó el amor a los pobres como servicio. Son escasos aún los modelos laicos pero en este esfuerzo de desclericalización de la Iglesia, resultará cada vez más evidente la santidad de los cristianos comunes.

Primo Corbelli