Notas sobre la belleza, el arte y el cine

 

Patricia Gutiérrez-Otero

 

 

“La Belleza es también (al igual que la Bondad y la Verdad) lugar de visitación de Dios. Por ende, el arte, dedicado a buscar y plasmar lo bello en un sentido muy amplio, también muestra lo divino.” En este pequeño –pero sugerente- artículo de Patricia Gutiérrez-Otero, se nos propone algunas consideraciones sobre la belleza y sus manifestaciones en el arte y el cine.

 

 

            I. Un día, por los años ochenta, uno de nuestros miembros del consejo de redacción, Georges Voet, buscó al gran teólogo católico Hans Urs von Balthasar en su casa de Suiza. Georges quería pedirle un discernimiento sobre su misión en la vida: la filosofía o el cine. Von Balthasar lo acogió y lo introdujo en su estudio tapizado de libros. En seguida le confesó que él nunca había visto una película. No había tenido tiempo de hacerlo. Su vida había estado dedicada al estudio, la lectura, la escritura, la traducción... No había tenido tiempo para el cine, no podía ayudarle a discernir. Despidió a Georges con un gran abrazo en la puerta de su casa. Antes de despedirse, von Balthasar dijo que de la televisión tenía una opinión: “era diabólica”. El diablo, recordemos, es aquel que divide. No explicó más. No era necesario. Para mí tampoco es necesaria la explicación. Mi intuición para comprenderlo me basta.

 

II. En teología, von Balthasar reivindicó a la Belleza como trascendental después que ésta había sido opacada por sus hermanas: la Bondad y la Verdad. La Belleza es también lugar de visitación de Dios. Por ende, el arte, dedicado a buscar y plasmar lo bello en un sentido muy amplio, también muestra lo divino. Sin embargo, a pesar de su gran apertura a la experiencia estética, el teólogo suizo era, como diría Giovanni Sartori, un homo sapiens por excelencia. Para von Balthasar, como para cualquier intelectual, la razón discursiva, la capacidad de abstracción, de análisis, de síntesis es importante para decir que la belleza y el arte son lugar de la visitación de lo inefable. Para alcanzar esta capacidad intelectual nos es necesario, afirma Sartori, pasar por la articulación de la palabra, por la lectura y la escritura. Recordemos, sin embargo, que von Balthasar consideró que su mayor aportación al mundo no era su propia obra teológica, sino el dictado que tomaba de las revelaciones personales de Dios a la mística Adrienne von Speyr y sus propias traducciones a su lengua natal, el alemán, de poetas y novelistas como Paul Claudel, Charles Péguy, Georges Bernanos... El valor que el teólogo suizo le da a una forma de conocimiento más alta que el lenguaje puramente conceptual, nos recuerda la hermosa anécdota sobre Santo Tomás de Aquino: después de una gran experiencia mística en la que le fue dado contemplar someramente la gloria de Dios, exclamó: “Todo lo que he escrito es paja”. Gracias a Dios no quemaron esa paja, lo que nos hubiera privado de joyas como la Summa Theologica; sin embargo, desde ese momento hasta su cercana muerte, Tomás dejó de escribir. La experiencia de Dios que había tenido rendía vanas sus palabras.

 

Así como el arte es una forma de develamiento de lo real más ligada con el aspecto intuitivo de lo real más ligada con el aspecto intuitivo de la inteligencia que con su aspecto discursivo, así también el arte es muchas veces sobrepasado por el develamiento indecible de la unión con Dios. Esto se expresa a través de las palabras que se usan para hablar de la última aspiración humana: el deseo de la visión de Dios o el deseo de la unión amorosa con Dios. Aunque, como he dicho, la unión con Dios es más alta que su visión, el sentido de la vista nos permite mantener la distancia necesaria para no caer en una fusión oceánica con Dios, peligro que siempre corre el místico. El sentido de la vista, el mismo Tomás lo dijo, es el más intelectual de los sentidos humanos. Ver es de cierta manera mantenerse a distancia. Quizás esto es la salvaguarda final de nuestra propia identidad en relación con la divina. En teología, el “deseo de la visión de Dios” expresa la más alta aspiración del hombre; en el lenguaje místico, esta aspiración se expresa mediante el deseo de la unión con Dios. Mantener las dos expresiones es indispensable.

 

            III. El cinematógrafo, última de las grandes artes de Occidente, puede tener una capacidad “diabólica” de separación del hombre de sí mismo y de los otros como la televisión o puede ser un verdadero arte. Su lenguaje es complejo: imagen en movimiento, montaje, sonidos, palabras humanas, discursos, silencios... Lo importante es lo que se hace con todos estos recursos. Los grandes artistas utilizan todos estos elementos como medios expresivos para tratar de decir algo que no podrían decir de otra manera. El uso tan personal de estos recursos permite que alguien, como el cineasta francés Rohmer, pueda dedicar más de diez minutos a elaboradas discusiones filosóficas que tienen lugar entre sus personajes. Todo se vale para plasmar algo que sólo el artista puede decir, en particular cuando trata de modelar algo que pertenece al universo de lo divino o de lo intensamente humano. Empero, así como el director de cine que es artista usa sus medios para expresarse, así el verdadero lector de cine ve y vuelve a ver las películas de estos autores para encontrar lo que quisieron decir o lo que se dijo a través de ellos; algo similar a como se lee poesía. No basta ver El espejo de Andrei Tarkovski una sola vez para saber qué quiso decir el autor, aunque es también cierto que ver esta película una sola vez causa una impresión en el espectador abierto al encuentro con el arte que difícilmente lo deja indiferente. Una manera distinta de ver al mundo, una develación, se coló a través de todas aquellas en que un director supo manejar sus recursos de manera tal que no sólo hizo cine, sino, sobre todo, arte.

 

 

 

Fuente: Revista Ixtus. Espíritu y cultura, 2003, Número 39, Año X.

 

Remitido por Sergio Ruben Maldonado [bgolem2000@yahoo.com.mx]