Emmanuel Mounier (1905 - 1950) y el personalismo cristiano.

¨... toute personne a une signification telle qu´elle ne peut être remplacée à la place qu´elle occupe dans l´univers des personnes...¨

El personalismo cristiano ha sido uno de los fundamentos que han permitido la renovación de la vida social de la postguerra, después de la IIª Guerra Mundial su apuesta decidida en favor de la integridad de la persona se ha dejado sentir hasta nuestros días, y la influencia de la publicación de la Revista ¨Esprit¨que plantea debates en campos muy diversos como la política, la filosofía, los movimientos sociales, ... hacen de su fundador uno de los pensadores cristianos más influyentes del siglo XX.

Un enfoque de la Psicología Cristiana comprometida por las personas y sus comunidades, capaz de responder a las exigencias esenciales del espíritu humano desde una perspectiva personal, social y comunitaria.

1. El pensamiento contemporáneo del siglo XX.

Emmanuel Mounier interpretó la crisis de la civilización del siglo XX, y es uno de los intelectuales que mejor comprendió las principales corrientes del pensamiento contemporáneo.

El humanismo de Marx o el comunismo, que en su misma esencia, supone una crítica violenta contra la religión, y de Nietzsche o el nihilismo, que es la aversión más absoluta y brutal contra el cristianismo y la fe en Dios.

El psicoanálisis de Freud que aun cuidando bien de declararse ateo, desde sus primeros escritos se interesó por el problema religioso, pero no alcanza nada más. Por consiguiente, su descubrimiento no parece utilizarlo más que para justificar y reforzar su posición inicial, que reconocido entre los discípulos heterodoxos de la escuela vienesa, en Fromn llega a una propuesta de socialismo humanista que muestra sus simpatías por las teorías marxistas.

El existencialismo de Sartre que es una de las manifestaciones más representativas del Occidente contemporáneo, y tuvo su apogeo en la Francia de la segunda postguerra o en Alemania, y pretende ser la expresión de un nuevo humanismo ateo, como el de Camus que aunque negó formalmente su pretendida adscripción a la escuela de Sartre y al humanismo marxista, recibe una influencia incontestable de Nietzsche que rechaza la existencia de Dios.

El humanismo científico o positivismo de Russell que critica la trascendencia y la moral religiosa, y eleva la visión científica a un imperativo ético.

El personalismo cristiano como respuesta a este clima de incredulidad antepone un realismo espiritual, la afirmación del valor absoluto de la persona humana, que para el cristiano se funda sobre el dogma de fe que el hombre está hecho a imágen y semejanza de Dios.

2. Una profunda vocación personal y cristiana.

La persona es vocación, esta es una de las afirmaciones en las que se apoya el personalismo cristiano, el sentido de una trascendencia que en lo más profundo de nuestro ser humano nos llama a la superación, y que el hombre escucha en cuerpo y alma porque es un ser encarnado.

La profunda vida espiritual de E. Mounier, que sobre todo se esforzó en la meditación y oración, da a luz una filosofía que aparece como una síntesis de los valores del humanismo contemporáneo, y que en un acto de fe afirma el valor absoluto de la persona humana.

El personalismo cristiano rechaza a la vez los materialismos históricos o dialécticos que rebajan al hombre a la materia, y las ideologías sociales que lo reducen a una idea, y propugna un ¨realismo espiritual¨.

La bancarrota de Wall Street (1929) y la crisis del capitalismo presentaba dos explicaciones: la primacía del dividendo sobre el trabajo, y del consumo sobre la producción; se oponían una crisis de la estructura, de su economía y mercado, que necesitaba un cambio de sistema, y una crisis del hombre, de sus costumbres y valores, que proponía un cambio de sociedad.

Estas dos realidades, afirma E.Mounier se superponen indisociablemente, y traza las condiciones esenciales, la crisis es, a la vez, de la economía y sus estructuras, del hombre y espiritual.

Las estructuras cambian a las personas, y a la inversa, las personas pueden cambiar las estructuras.

Por esta razón, E. Mounier por medio del pensamiento y la acción pretendió promover una nueva civilización del mañana, basada tanto en estos valores individuales y privados que habían sido preconizados por los diversos existencialismos, como en los valores colectivos y comunitarios, que principalmente habían sido asumidos por el marxismo, y que a la luz de la Doctrina Social del Magisterio de la Iglesia han adquirido su verdadera dimensión en el valor de la persona humana y el bien común.

La persona con vocación y carisma en una comunidad cristiana al servicio de la Iglesia.

E. Mounier considera necesario restablecer la jerarquía moral de las necesidades, se debe operar una reforma de las estructuras y realizar una comunidad fundada en el respeto de las personas, y su afirmación radical es que los cristianos son los más indicados para llevar a cabo esta tarea. Para esto, una revolución es necesaria, ha de ser personal y comunitaria.

La vocación es la llamada a una superación en el sentido de una elevación, de una trascendencia, y su exigencia es la continua conversión, a la que sigue la ¨interiorizacion¨ (presencia de sí mismo) y la ¨meditación¨ (reflexión profunda), y finalmente la ¨comunión¨ (diálogo en común) con Dios. En esta experiencia es donde se fundan los valores del silencio y el retiro, y la noción definitiva de la persona se descubre sólo en el cristianismo: el fundamento objetivo absoluto es Dios creador y centro de valores. El movimiento profundo del ser que empuja al hombre hacia una comunión con los demás, coincide con una experiencia fundamental que es la comunicación.

E. Mounier es realista y la comunicación se le revela en términos de oposición (...existir es decir sí, es aceptar, es adherirse, ...saber decir no, saber protestar, ... saber decidirse ...) y resulta beneficiosa si acaba en diálogo, la vida personal es afirmación y negación sucesivas de sí mismo. Para que la familia, la escuela, la nación, etc ... sean una auténtica comunidad, es la misma sociedad la que ha de ayudar a sus miembros a ser personas.

El hombre, aunque sumergido en la naturaleza, puede evadirse de ella por una doble capacidad: la de comprender y la de transformar. El trabajo, más que una obligación, es una necesidad fundamental para humanizar y descubrir la solidaridad, y finalmente para promover la vocación personal y social, su fidelidad y responsabilidad con la comunidad.

El realismo espiritual del personalismo cristiano se sitúa en un nivel elevado y eficaz, a nivel de profeta, testigo de lo trascendente, con aquel, se opone la libertad al miedo de vivir, su seguridad está basada en la paciencia y la confianza, el sufrimiento, si es el don de sí que corona todos los demás, adquiere un valor fundamental, y la contemplación es la cumbre de esta lucha incesante consigo mismo, con la naturaleza y con los demás, con un fin que alcanzar, que buscar, es la visión de un ideal, virtud de fortaleza, llamada de lo absoluto, el hombre contemplativo y trabajador, el triunfo del amor y la caridad, el valor redentor de la obra humana una vez asumida por la gracia divina.

Para el cristiano, cada persona está creada a imágen de Dios, llamada a estar en el seno de la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo, y a obrar mediante la acción del Espíritu Santo, que en unidad con el Padre y el Hijo, alcanza la concepción mística de la Trinidad.

Por otra parte, no se puede aspirar al progreso sin un fin determinado en nombre de la fe. E. Mounier identifica en Dios la finalidad suprema del avance del mundo, por el que el hombre se entrega a lo esencial de su dignidad personal entera y absoluta.