EL MISTERIO TRINITARIO
El misterio más grande que existe, la Trinidad Santísima. Dios mismo ha abierto su "corazón", su "intimidad"; ha revelado que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un sólo Dios y tres Personas que desde toda la eternidad viven en íntima comunidad, en amor recíproco y la entrega más completa.
Por
Jutta Burggraf
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CUANDO los cristianos llamamos Padre a Dios, expresamos el misterio más grande
que existe, la Trinidad Santísima.
[1]
Dios mismo ha abierto su "corazón", su "intimidad"; ha revelado que es Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
[2]
Un sólo Dios y tres Personas que desde toda la eternidad viven en íntima
comunidad, en amor recíproco y la entrega más completa.
[3]
Dios Padre engendra eternamente al Hijo.
[4]
Él, que no tiene principio, "sale de sí" y vive en otro, en el Hijo, y es lo
que es por el otro, el Hijo. (Sin Hijo no hay "Padre".) Su "personalidad"
consiste en ser Padre del Hijo, ser pura Paternidad. Está totalmente
"ordenada" hacia el Hijo, relacionada con Él, para quien, con quien y en quien
es. Al mismo tiempo, el Hijo es lo que es por el Padre. Vive del Padre, de
quien recibe todo su ser. Él está, desde toda la eternidad, perfectamente
"ordenado" hacia el Padre, relacionado con Él. (Sin Padre no hay "Hijo".) Su
"personalidad" consiste en ser Hijo del Padre, ser pura Filiación, y devolver
al Padre todo el Amor que de Él recibe continuamente. El Hijo es con el Padre,
para Él y por Él. El Espíritu Santo es el Amor recíproco del Padre y del Hijo
que, en Dios, sólo puede ser un Amor personal. Es llamado también "Regalo",
"Don"
[5]
y "expresión personal" de ese Amor.
[4]
Su "personalidad" consiste en ser puro "Nexo", eterno "Vínculo", el "Beso de
amor" entre Padre e Hijo.
[7]
Procede de la relación entre ambas Personas y, al mismo tiempo, hace posible
esa relación.
[8]
Por Él, con Él y en Él ama el Padre al Hijo y el Hijo al Padre. En el amor del
Espíritu Santo, ambos se entregan mutuamente a sí mismos y viven uno en el
otro. Así, siendo al mismo tiempo Espíritu del Padre y del Hijo, la Tercera
Persona completa la unidad y la diversidad de la Trinidad.
[9]
El misterio de la vida trinitaria nos permite vislumbrar qué significa "Dios
es amor":
[10]
Dios es don gratuito y total de sí. Las tres Personas son Dios como amor, que
derrocha amor, son amor plenamente entregado y plenamente recibido: cada una
de ellas es "para" las otras Personas, existe en relación eterna con ellas.
Las Personas divinas viven en una profunda consonancia, en verdadera "amistad"
entre sí, compenetrándose recíprocamente ("circumincessio"
El amor del Padre
De ninguna manera, Dios Padre "impera", o "ejerce un dominio" sobre el Hijo.
Él es Padre en el amor. "Tú eres mi Hijo. Yo te he engendrado hoy;"
[12]
así comienza el diálogo amoroso entre las Personas divinas. El Hijo -que es el
"Hijo de su amor", el "Bien-amado"
[13]-
responde confiadamente "¡Abba, mi Padre! -¡Papá!"
[14]
Este nombre "Papá" es la novedad más profunda del cristianismo. Indica la
extraordinaria cercanía entre el Hijo y el Padre, una intimidad sin
precedentes.
[15]
El tú y el yo del diálogo entre el Padre y el Hijo es
pronunciado en el Espíritu Santo que, misteriosamente, es una única Persona en
ambos. En el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo dicen por toda la eternidad
"Somos uno".
[16]
Padre de Jesucristo
Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre, es la plenitud de la revelación.
Él nos "abre" el misterio de la Trinidad, nos muestra la intimidad de Dios.
Sin embargo, es muy poco lo que podemos entender. A menudo nos portamos como
el Apóstol Felipe, que pidió al Señor "muéstranos al Padre". A lo cual Jesús
le respondió claramente: "¿Tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has
conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre."
[17]
Jesús es "la imagen de Dios invisible", el "rostro humano" de Dios; es "la
encarnación de la misericordia"
Padre de los hombres
Tal como el Padre, en la vida intratrinitaria, es completa "entrega" y nada
más que entrega, así es también su amor al mundo. Es Padre para su Hijo
Unigénito y para todos los hombres. Eternamente se entrega a su Hijo y en Él,
que para el Padre lo es "todo", se entrega también totalmente al mundo. El
Padre nos dona a aquél, por quien Él es lo que es; nos da a aquél por quien Él
vive. ¡El Padre se da a sí mismo!
[23]
Se entrega al mundo, para salvarlo, para purificarlo, para redimirlo: "Tanto
amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito."
[24]
Anticipo de esa entrega total es el sacrificio de Abraham, en el cual un padre
humano "no perdonó" a su propio hijo (Isaac).
[25]
La redención, por tanto, no es, ni mucho menos, un frío negocio jurídico, de
acuerdo al cual se debe realizar un sacrificio para calmar a una majestad
iracunda. No es necesario reconciliar a Dios Padre con la humanidad. Es Él
quien reconcilia a los hombres consigo, al precio de su propio Hijo.
[26]
Es Él quien da a los hombres una nueva vida y les regala su gracia.
[27]
Toda la iniciativa proviene del Padre.
[28]
Cuando Él envía a su Hijo al mundo, no le "manda lejos" de sí, no le aparta de
sí. Dado que Él vive en su Hijo, también viene con Él al mundo. Que el Padre
realice la redención mediante el sacrificio de su Hijo, significa, de alguna
manera, que el sacrificado es Él mismo. La redención es la historia del amor
de Dios por el mundo, del amor del Padre unido con el Hijo en el Espíritu
Santo, una historia que supera con mucho la capacidad del entendimiento
humano.
También en su Pasión dolorosa muestra Cristo el rostro del Padre. Al mirar al
Crucificado, podemos vislumbrar algo de ese amor infinito, de esa entrega
total y completa, "hasta el fin".
[29]
"El Redentor del Universo, al ser inmolado, vence. Dios, dueño de todo lo
creado, no afirma su presencia con la fuerza de las armas... sino con la
grandeza de su amor infinito."
[30]
La clave para entender el misterio se encuentra precisamente en el infinito
amor de Dios, Amor que es una de las tres Personas divinas. En el Espíritu
Santo es Dios un Padre amoroso -Padre de Jesucristo y Padre nuestro- y todas
sus obras son paternales. La muerte de Cristo es uno de los misterios
contenidos en los planes divinos. El Padre no condena a muerte, sino
que más bien salva, rescata,
[31]
incluso glorifica en la muerte.
[32]
Él está ininterrumpidamente en el Hijo con el Espíritu Santo. Sus enemigos han
dado muerte a Jesús; pero Dios invierte -da la vuelta, por así decirlo- al
sentido de su muerte. Lo que era condena y vergüenza, Dios lo convirtió en
entrada en la gloria.
[33]
El acto propio de Dios no es la muerte, sino la Resurrección. En el Espíritu
Santo, el Padre despierta a su Hijo de la muerte, para regalárnoslo de nuevo y
mostrarnos, definitivamente, su amor infinito.
[34]
Padre revelado por el Espíritu
Estas manifestaciones de la misericordia divina, las conocemos por la gracia
de la fe, que nos comunica el Espíritu Santo. "Nosotros -escribe San Atanasio-
sin el Espíritu somos extraños y lejanos de Dios. Si, por el contrario,
participamos del Espíritu, nos unimos a la divinidad."
[35]
El Espíritu es, misteriosamente, Dios en nosotros, que nos permite
tratar a Jesucristo, el Dios con nosotros; nos hace entender, cada vez
más, las enseñanzas del Hijo de Dios y nos lleva hacia el Padre eterno. Es
"Vínculo de amor" en la intimidad trinitaria, y también lo es en la creación:
une a los hombres con Dios y entre sí.
Tanto Jesucristo como el Espíritu Santo revelan a la primera Persona de la
Trinidad en su riqueza insondable. Ambos, de alguna manera, representan al
Padre "que está en el cielo". Por esto, Jesús puede llamar "hijos" ("hijitos")
a sus apóstoles,
[36]
y los cristianos no dudan en invocar al Espíritu Santo con el nombre del
Padre, en una oración famosa, la secuencia del domingo de Pentecostés: Veni,
Pater pauperum.
[37]
Sin embargo, los testimonios del Hijo y del Espíritu parecen subrayar diversos
aspectos del único misterio divino. Jesucristo nos muestra, en primer lugar,
al Padre suyo y nuestro: un Padre absolutamente bueno y misericordioso,
que no quiere el sufrimiento de sus hijos, pero tampoco evita la Cruz para
llevar hacia la plena madurez espiritual a todos los que ama. El Espíritu
Santo, en cambio, a la vez que nos cristifica -hijos en el Hijo- nos esclarece
los aspectos maternales de Dios. Es Él quien nos cuida, alimenta,
protege y educa. Derrama el amor divino en nuestros corazones,
[38]
y actúa en lo más profundo de nuestro ser.
[39]
"¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en
vosotros?"
[40]
pregunta San Pablo. Aunque las tres Personas divinas viven conjuntamente en el
alma en gracia,
[41]
es el Espíritu quien nos "toca" primero y tiene una singular acción en el alma
en gracia. Nos mueve desde dentro hacia el bien, limpia el corazón, es "fuente
de consuelo,...
El Espíritu "viene en ayuda de nuestra debilidad".
[44]
Entra hasta el fondo del alma y toca las fuentes de nuestra actividad, "con la
dulzura del amor y con la eficacia de la omnipotencia.
El Espíritu comunica consuelo y paz a los cristianos, les hace fuertes y
maduros en el seguimiento de Cristo,
[47]
y les ayuda a conocer y querer cada vez más al Padre que ha entregado su
propio Hijo para que seamos felices. Dios no es Madre, pero tiene dimensiones
maternales que nos revela, muy particularmente, el Espíritu Santo. Es un Padre
absolutamente bueno y nos ama, a cada uno de nosotros, "más que todas las
madres del mundo pueden querer a sus hijos,"
[48]
como dice el beato Josemaría Escrivá de Balaguer.
Nota final
Una mirada hacia el misterio trinitario nos esclarece que el Dios de los
cristianos no tiene nada que ver con aquel "soberano solitario" contra el que
luchan racional y, sobre todo, emocionalmente algunos representantes de la
teología feminista. En Dios hay lugar para el otro, para los demás. En su
interior se nos descubre un nosotros eterno, una vida de amor y entrega
infinitos entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. La divinidad la posee
el Padre en la absoluta comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo. En la
Trinidad, "la totalidad de la Persona es apertura a la otra, paradigma
supremo de la sinceridad y libertad espiritual a la que deben tender las
relaciones interpersonales humanas."
[49]
Existe en Dios completa unidad y, a la vez, se pueden descubrir diferencias
constantes que nada tienen que ver con diferencias jerárquicas o de grados de
importancia. Las mujeres que profundicen en este misterio no pueden sentirse
oprimidas o heridas por estos nombres masculinos de Dios. Padre e Hijo les
revelan precisamente que la distinción es igual de originaria e importante que
la igualdad, que es justamente ella la que hace posible la comunión divina.
Comprender esto significa poder aceptar las diferencias entre las personas
humanas como enriquecimiento. Y se comprende cómo llegar al auténtico
desarrollo del propio yo: en la dedicación afectuosa al otro, al tú divino y
al humano.
[41]
Desde siempre ha habido intentos de explicar los nombres divinos desde lo
trinitario y demostrar que Dios Padre, que engendra al Hijo de sí mismo desde
la eternidad, no podría llamarse de la misma manera Madre eterna. Cf.
Hans Urs von Balthasar: Die Würde der Frau, en Internationale
katholische Zeitschrift Communio 11 (1982/4), p. 351. - Pero tenemos que
reconocer que no sabemos dar las últimas razones de los nombres de Dios.
[42]
El Hijo y el Espíritu Santo son iguales al Padre no como principios autónomos,
como si fueran tres dioses, sino en cuanto que reciben del Padre toda la vida
divina, la divina "esencia". Se distinguen del Padre y recíprocamente sólo en
la diversidad de las "relaciones"
[43]
Ciertamente, la teología trinitaria ha sido elaborada, en los primeros siglos
de la era cristiana, con la ayuda de la filosofía grecorromana. Pero no
podemos prescindir de las fórmulas elaboradas en los primeros Concilios, como
lo intentan algunos teólogos, para conseguir, por ejemplo, la "inculturació
[44]
Con respeto a la generación eterna cf. TOMAS DE AQUINO: Summa contra
gentiles IV, c.11, n.9.
[45]
Act 2,38ss.; 11,17.
[46]
Cf. JUAN PABLO II: Encíclica Dominum et vivificantem (18.5. 1986), n°
10.
[47]
Cf. JUAN PABLO II: La Santísima Trinidad, 2. ed., Madrid 1986, p.33.
[48]
Además de las relaciones de origen y de un "orden de procedencia" hay,
misteriosamente, también una penetración recíproca y simultánea entre las tres
Personas divinas. Cf. TOMAS DE AQUINO: Summa theologiae I, 42, a.5, c.
[49]
Esta doctrina se encuentra expresada claramente en Tomas de Aquino: Summa
theologiae I, qq. 28-38 y en Alberto Magno: Summa theologiae I, tr.9,
q.37ss.
[50]
1 Io 4,16.
[51]
Cf. Io 13,1.
[52]
Ps 2,7. - Act 13,33.
[53]
Co 1,14. - El hecho de que el Padre engendra al Hijo "con amor" hace
referencia a la actuación del Espíritu Santo en lo más profundo de la
Santísima Trinidad.
[54]
Mc 14,36. - Rom 8,15. - Gal 4,7. - "Abba" e "Imma" (Papá
y Mamá) son las primeras palabras que un niño puede balbucear; expresan
confianza y algo que le es muy familiar. Contienen una "reacción", una
respuesta que da el niño a quienes le dan amor.
[55]
Juan Pablo II destaca que, en las religiones del antiguo Oriente, la divinidad
era invocada como padre ya en el segundo y tercer milenio antes de Cristo.
También en el Antiguo Testamento, en catorce textos de gran importancia (Is
63,16; Ex 4,22), Dios es llamado Padre (del pueblo de Israel). "Pero,
cuando se profundiza en la predicación de Jesús, surge un descubrimiento
absolutamente nuevo: la palabra "Abba", el término con que los niños llamaban
en arameo a su "papá"." El hecho de que Dios es "Papá", es la revolución
teológica traída por Jesús. Cf. Zenit, 10.3.1999.
[56]
Cf. Io 10,30.
[57]
Io 14, 8ss.
[58]
JUAN PABLO II: Encíclica Dives in misericordia (30.11. 1980), nº 2.
[59]
Cf. Io 1,18: "A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que
está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer".
[60]
Cf. Io 8,42: "Yo he salido de Dios". - Cf, Io 13,3; 17,18; 27s.
[61]
Io 14,20. - Cf. también Io 6,57; 15,10.
[62]
1 Tim 6,16.
[63]
Para profundizar en el misterio del "sufrimiento de Dios", en contraposició
[64]
Io 3,16. - Cf. también Rom 8,32: "Él que no perdonó a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros".
[65]
Cf. Gn 22,16.
[66]
Cf. Rom 5,10; 2 Cor 5, 18-22. - 1 Io 4,14: "Nosotros
hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo como salvador
del mundo".
[67]
Desde el punto de vista del hombre, éste puede ofender a Dios: "el pecado es,
ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con Él"; "el pecado se
levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones."
CEC, nn.1440 y 1850. - Sin embargo, en realidad, Dios no "se queda ofendido".
Él es Amor (lo cual, en realidad, endurece, no palia la gravedad del pecado).
Ofrecer el sacrificio de la Misa es bueno para el hombre, pues a través
de Él se dirige a su salvación y es "salvado".
[68]
Cf. Io 5,19 ss; 5,30; 8,29.
[69]
Cf. Io 15,13.
[70]
Josemaría Escrivá de Balaguer: "La muerte de Cristo, vida del cristiano", en
Es Cristo que pasa. Homilías, 4. ed., Madrid 1973, nº 100.
[71]
Cf. Hebr 5, 7-9.
[72]
Previas a la Pasión de Jesús escuchamos las palabras divinas: "Lo he
glorificado y de nuevo lo glorificaré." Io 12,28.
[73]
Cfr. Act 2,36: "Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien
vosotros habéis crucificado"
[74]
JUAN PABLO II destaca: "En el sacrificio de Cristo se revela el infinito amor
del Padre por el mundo." Zenit, 10.3.1999. -Por otro lado, la Resurrección es,
por supuesto, obra de la Trinidad y, por tanto, también Cristo resucita por su
propia virtud. Cf. 2 Cor 5,15: "resucitó por ellos"; también Act
3,26; 26,23.
[75]
SAN ATANASIO: Discursos contra los arrianos, III, 24.
[76]
Mc 10,24; Io 13,33.
[77]
Cf. la secuencia del domingo de Pentecostés: "Ven, Espíritu divino, manda tu
luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido...
[78]
Cf. Rom 5,5; Col 1,22.
[79]
El Espíritu Santo inhabita con su esencia divina increada en el alma en
gracia.
[80]
1 Cor 3,16.
[81]
A causa de la unión íntima e inseparable de las Personas divinas, el envío del
Espíritu trae consigo la presencia del Padre y del Hijo. "Si alguno me ama,
guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y habitaremos en
él." Io 14,23.
[82]
Cf. Manfred HAUKE: La discusión sobre el simbolismo femenino de la imagen
de Dios en la pneumatología, en Scripta Theologica 24 (1992/3),
pp.1005-1027.
[83]
Cf. la secuencia del domingo de Pentecostés, cit., p.854. La versión latina
está en el Missale Romanum, cit., p.855s.
[84]
Rom 8,26.
[85]
Luis M. MARTÍNEZ: El Espíritu Santo, 6. ed. Madrid 1959, p.40.
[86]
"La muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu
victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?... Gracias sean dadas a Dios que
nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo." 1 Cor 15,54s. 57
[87]
Cf. Cant 8,6: "Fuerte como la muerte es el amor."
[88] Josemaría Escrivá de Balaguer: Camino, 38. ed., Madrid 1983, nº
267.
[89]
JUAN PABLO II: La Santísima Trinidad, cit., p.40s.