Mínimos
fundamentales para ser cristianos hoy
Juan-José Tamayo
http://www.dei-cr.org/pasos.htm
1. Identidad cristiana y cambios culturales
Hablamos de "mínimos". El cristianismo no es un movimiento maximalista, al menos en sus orígenes —y menos aún en el proyecto de Jesús de Nazaret—. La revelación misma no es una transmisión de verdades inmutables que hayan de acatarse en sus más rígidas formulaciones. Es, más bien, un acto de encuentro humano-divino, una experiencia de comunicación interpersonal libre que se realiza por medio de hechos y palabras liberadores. El momento actual, a su vez, no es, culturalmente hablando, tiempo de rigideces dogmáticas impuestas autoritariamente por poderes superiores que no se sabe muy bien a quién representan. La revelación de Dios, el movimiento de Jesús y los tiempos actuales coinciden precisamente en su carácter histórico, vivo y dinámico.
Nunca tenemos... una visión perfecta de la identidad cristiana de sentido. No cabe, por otra parte, dejarla nunca fijada de una vez para siempre... La identidad cristiana una y la misma jamás es igual, sino proporcionalmente igual
1 .
En materia de identidad doctrinal no podemos dar
por válida la idea del desarrollo homogéneo del dogma según la entendía la
neoescolástica: como una especie de explicitación de lo implícito. La identidad
se traduce en inculturación de la fe, como pongo de manifiesto en mi
colaboración para la revista Frontera (Valencia, mayo de 1999). La fe cristiana
no está vinculada necesariamente a una sola y única cultura, ni siquiera en la
Biblia, como muestra, magistral y magisterialmente, el Concilio Vaticano II en
la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual.
La identidad cristiana, por paradójico que parezca, no se volatiliza con los
cambios culturales, ni se diluye con el diálogo interreligioso, ni se deteriora
con los conflictos.
La identidad cristiana permanece en las rupturas y los cambios culturales, y no basada en lo que antiguamente —y, además, de manera puramente intelectualista— se llamaba "identidad homogénea" (que, por lo demás, no es históricamente comprobable)
2 .
En el título digo también "fundamentales". Me estoy
refiriendo al nivel de la profundidad, de las opciones, o mejor de las
convicciones, sin que ello connote enrocamiento, seguridad o cerrazón.
Fundamental remite a fundamentos. Los climas postmodernos —tan extendidos hoy—
tienden a negar los fundamentos de lo real —cuánto más de la fe—; se mueven en
los terrenos movedizos de la fragmentariedad y del pensamiento débil, del
relativismo y la deconstrucción, del final de las ideologías y utopías. No hay
adhesiones firmes, sólidas, consistentes. Y, sin embargo, en medio de la
fragmentación de la verdad y de las creencias, hay que mantener las convicciones
y las opciones que nacen de la fe.
"Para ser cristianos". Con esta expresión estamos apuntando a una identidad
concreta, la cristiana, que debe articularse armónicamente con otras identidades
que conviven en cada uno de nosotros —la personal-interior, la cultural-popular,
la sociopolítica, etc.— y dialogar con otras identidades religiosas y
culturales. "Hoy", no en los cuatro primeros siglos del cristianismo, ni tampoco
en el siglo XXIII. Aquí y ahora, en el presente, en medio del pluralismo
cultural y religioso, al que ya me he referido. Pero se trata de un hoy que
hunde sus raíces en el ayer y valora en sus justos términos la tradición como
ámbito histórico de sentido. El cristianismo no es un invento reciente. Viene de
lejos. Tiene un largo recorrido. Quien se adhiere a Jesús hoy no puede pretender
partir de cero. Ha recibido una herencia que no puede devaluar o dilapidar,
aunque tampoco sobredimensionar o absolutizar. El hoy con raíces en el pasado
—tradición— no puede quedarse en la añoranza de lo que fue ni instalarse
cómodamente en el presente o en el pasado. Tiene que mirar al futuro con
imaginación, creatividad y, sobre todo, con esperanza.
El hoy remite a la relevancia que en cada época están llamados a tener el
cristianismo como religión histórica y los cristianos como hombres y mujeres que
viven su fe en la historia. Ello exige la necesidad de reformular la fe en los
nuevos escenarios culturales. Pues las expresiones de la fe
...pueden volverse enteramente irrelevantes, en sus figuras histórico-culturales, para las generaciones posteriores, e incluso pueden vaciarse de sentido en una pura repetición material: porque las generaciones anteriores han expresado sus más profundas convicciones cristianas de fe en el interior de un campo semántico diferente, en otro sistema de comunicación y mediante otra visión de la realidad
3 .Creo que la crisis de relevancia a la que se ve sometido hoy el cristianismo no es tanto por la renuncia a la tradición, cuanto por su tendencia al doctrinarismo.
2. Radicación de la fe en el mundo de la marginación
Los mínimos fundamentales para ser cristianos hoy no pueden formularse en abstracto ni vivirse desde las nubes. Tienen una ubicación concreta: la experiencia humana en toda su densidad y complejidad, conforme a la dialéctica persona-comunidad, individuo-sociedad, integración-exclusión, teoría-práctica, realidad-utopía, tradición-futuro, razón-corazón, vida-muerte, esperanzas-desesperanzas, angustias-tristezas, gozos-dolores, liberación-opresión, fiesta-luto, amor-desamor, centro-límite, conjetura-error, proyecto-fracaso, sentido-sin sentido, bien-mal, positividad-negatividad, presencia-ausencia, finitud-anhelo de infinitud, paz-violencia, gracia-pecado, inmanencia-trascendencia, naturaleza-historia, etc. Ya lo recordó lúcidamente el Concilio Vaticano II al comienzo de la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (GS 1-2).
3. El sufrimiento de las víctimas
Yendo al fondo de la experiencia humana nos encontramos con el sufrimiento, que nos convierte en "humanidad doliente". El fenómeno del dolor es universal al tiempo que inexplicable, inesquivable al tiempo que injustificable, inmerecido al tiempo que sin sentido, insoportable al tiempo que no racionalizable.
Existe en nuestra historia un exceso de sufrimiento y de mal, una exuberancia salvaje de dolor que se resiste a cualquier explicación o interpretación. Es demasiado el sufrimiento inmerecido y absurdo para poder racionalizarlo en clave ética, hermenéutica y ontológica. Hay un sufrimiento que no puede soportarse ni siquiera "por una buena causa", en el que los hombres, sin razón alguna, son simplemente víctimas de la brutalidad de una causa malvada que beneficia a otros. Además, este sufrimiento recorre de principio a fin la historia humana; es el hilo rojo que permite reconocer cada fragmento histórico precisamente como historia humana: la historia es "una ekumene de sufrimiento"
5 .
Las diferentes experiencias humanas han de
someterse a la crítica de las historias de sufrimiento, que son historias para
no dormir o, si se quiere, para inquietar las conciencias instaladas e
interpelar en la búsqueda de una praxis capaz de vencer —o aliviar— el
sufrimiento en la historia humana y en la naturaleza —que también sufre, porque
tiene sensibilidad—. Interpretar el sufrimiento dentro de los parámetros de las
teorías optimistas de la Ilustración sobre la naturaleza del ser humano y del
futuro de la humanidad me parece un acto de cinismo.
Vivimos en un mundo de víctimas, que remite derechamente a la existencia de
verdugos. Dicho mundo es una nueva edición, aumentada y refinada, de Auschwitz 6
. Si Auschwitz fue, hace algo más de cincuenta años, el mal total, el
holocausto, la vergüenza de la humanidad, hoy lo es la exclusión de miles de
millones de seres humanos, la muerte de hambre de cuarenta millones de personas
indefensas que no tienen ningún tribunal al que recurrir para defender su
inocencia y presentar las alegaciones contra los culpables. Las víctimas
constituyen el gran relato macabro de nuestro tiempo. Sin embargo, sobre ellas
se tiende un tupido velo de silencio, de indiferencia y encubrimiento. Cuando no
queda más remedio que reconocer su existencia porque los hechos, tozudos como
son, lo ponen de manifiesto, se intenta defender la necesidad de las mismas
buscando una justificación o un sentido de los que carecen.
Jesús se muestra contrario a las víctimas —sean animales o personas—, en la
línea de los profetas, defensores de una religión ética, no cúltico-sacrificial.
La autenticidad de la religión de Jesús no radica en la práctica de sacrificios,
sino en el ejercicio de la compasión con el prójimo dolorido (projimidad
compasiva). "Misericordia quiero, no sacrificios", es su consigna recogiendo el
legado profético de Israel. Esta es, a mi juicio, la novedad del cristianismo,
que la historia posterior —bien se tratara de los enemigos del cristianismo,
bien de sus seguidores— no supo captar. Lo que, con el correr de los siglos, se
impuso fue la interpretación sacrificial de la vida y la muerte de Jesús,
conforme al esquema de la violencia de lo sagrado, inherente a la mayoría de las
religiones cultuales. Pero dicha interpretación no responde a la lógica
histórico-liberadora de su vida, que busca la reconciliación de los seres
humanos mediante la opción por los pobres, el trabajo por la justicia y la
construcción de la paz.
La praxis liberadora de Jesús viene a desenmascarar la lógica sacrificial tan
presente en la cultura occidental, actualmente bajo una modalidad laica, como ha
demostrado F. Hinkelammert 7
. La liberación que Jesús aporta a la historia humana y a la naturaleza no
necesita apelar a la violencia —ni divina ni humana—, ni a los sacrificios, y
menos aún a las víctimas. La reconciliación entre los seres humanos hoy tampoco
precisa de salvadores que entreguen su vida por los demás al modo bonzo. Lo
expresa atinadamente R. Girard:
La humanidad entera se encuentra ya enfrentada a un dilema ineludible: es necesario que los seres humanos se reconcilien por siempre sin intermediarios sacrificiales o bien que se resignen a la extinción próxima de la humanidad
8 .4. Dios, Jesús y el Espíritu, en el horizonte de la vida
A partir de las experiencias de marginación-exclusión y del sufrimiento de las víctimas, y en lucha contra la marginación y las víctimas, es como, a mi juicio, hay que reformular los mínimos fundamentales para ser cristianos hoy. De los marginados a Dios: he aquí el primer movimiento. Pero no el Dios del Olimpo descansando plácidamente en su mundo celeste sin preocuparse de los problemas de la humanidad y de la naturaleza, sino el Dios del éxodo que ve la miseria del pueblo oprimido en Egipto, oye el grito de desesperación por causa de los capataces, conoce realmente sus sufrimiento, se acuerda de su alianza con los patriarcas, se preocupa por él y asume el compromiso de liberarlo (Ex. 2, 23-25; 3, 7). El Dios de los profetas, que apunta con el dedo acusador a los causantes de la pobreza y cuyo conocimiento no consiste en complejas elucubraciones mentales para unos pocos iniciados, sino en la práctica de la justicia. El Dios que cuida de la naturaleza —no la maltrata—, disfruta de su belleza —no la desdeña— y consigue que el lobo pazca con el cordero y que el niño juegue con el áspid sin que ésta le haga daño. El Dios que hace nacer el sol para buenos y malos para que todos caminen en la luz y los malos salgan de la oscuridad.
5. Comunidad cristiana: fraternidad-sororidad
El Espíritu de Dios y de Jesús se manifiesta en la comunidad cristiana. La comunidad es la estructura básica de la existencia humana y el espacio social en que va tejiéndose nuestra identidad, abierta al "tú", al "nosotros". Es, a su vez, el tejido religioso que va conformando la identidad cristiana en comunión con los hermanos y hermanas que comparten la fe en Jesús de Nazaret. En ella encontramos un espacio liberado donde vivir de manera liberadora la experiencia gozosa de la fraternidad-sororidad.
Quiso el Señor santificar y salvar a los seres humanos no aisladamente y separados entre sí sino formando un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente (LG 9).
La Iglesia tiene una dimensión institucional como
expresión de su visibilidad y, quizá también, como condición necesaria para su
continuidad y pervivencia. No obstante, lo institucional no agota la totalidad
de la Iglesia. En cuanto comunión de comunidades, lo que la anima —o debe
animarla— es el Espíritu —que no discrimina entre hombres y mujeres—, no el
poder —que tiene tendencia a estructurarse patriarcalmente—. El criterio de
organización son los carismas, y no la jerarquía. Ello da lugar a la
configuración de la Iglesia conforme al binomio comunidad-carismas, frente a la
actual oposición clérigos-laicos.
La Iglesia no es un fin en sí misma. Está al servicio del reino de Dios, cuyos
destinatarios privilegiados son los pobres. Estos constituyen, entonces, la
verdadera razón de ser de la Iglesia, el principio de su estructuración,
organización y misión, y el lugar socio-teologal donde debe ubicarse 10
.
6. Los sacramentos: la imaginación simbólica
Los cristianos reunidos en comunidad celebran festivamente la fe como don y gracia a través de los sacramentos. Los sacramentos tienen su inserción en la vida. Con ella forman una unidad, como expresa Leonardo Boff en el título de uno de sus libros: Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Sin embargo la dimensión sacramental es, quizá, el aspecto más problemático de la experiencia de la fe hoy. El mundo simbólico está pasando por una crisis de gran calado en nuestra cultura, que repercute directamente en los sacramentos cristianos. Vivimos en la "era de los símbolos rotos", decía con razón Paul Tillich. "Somos hoy esos hombres que no han concluido de hacer morir los ídolos y que apenas comienzan a entender los símbolos", observa certeramente otro Paul, Paul Ricoeur
11 . Vivimos, añado yo, en tiempos de razón instrumental o, si se prefiere, de reduccionismo racionalizante, caracterizada por una sobredosis cognoscitiva donde impera el abstracto mundo de las ciencias modernas. La razón moderna ha ido renunciando poco a poco a los mitos por considerarlos formas prefilosóficas y precientíficas de pensar. Se muestra insensible a los símbolos, cuyos códigos de sentido no entiende. Desestima la narración como forma de comunicación por considerarla ingenua.7. Fe, esperanza y amor: el cristianismo vivido
La experiencia cristiana tiene su primer y principal despliegue en las virtudes llamadas "teologales": fe, esperanza y caridad. Sin ellas, el cristianismo sería una gran abstracción sin relación con la vida, una construcción mental con gran coherencia lógica, es verdad, pero que no tendría existencia más allá de las mentes sesudas de los teólogos y las teólogas.
1E.
Schillebeeckx, Los hombres, relato de Dios. Salamanca, Sígueme, 1994, pág. 80.
2Ibid.,
pág. 82.
3Ibid.,
pág. 81.
4He
intentado hacer una teología desde el mundo de la marginación y la exclusión
sociales en J.-J. Tamayo, La marginación, lugar social de los cristianos.
Madrid, Trotta, 1999 (3a. ed.); Id., Teología, pobreza y marginación. Una
reflexión desde Europa. Madrid, PPC, 1999.
5E.
Schillebeeckx, Cristo y los cristianos. Gracia y liberación. Madrid,
Cristiandad, 1983, pág. 707. Cf. J.-J. Tamayo, "El dolor, el sufrimiento y la
muerte. Reflexiones desde la fe", en Pastoral Misionera (Madrid) No. 152 (1987),
págs. 52-68.
6Mientras
escribo este artículo se está produciendo el ataque de la OTAN a Yugoslavia por
la intransigencia de Milosevic, que ha dado lugar al desplazamiento de más de
medio millón de kosovares —una cuarta parte de la población— en condiciones
infrahumanas.
7F.
Hinkelammert, Sacrificios humanos y sociedad occidental. San José, DEI, 1991.
8R.
Girard, El misterio de nuestro mundo. Salamanca, Sígueme, 1982.
9Tomo
la expresión del título de uno de mis libros recientes: Por eso lo mataron. El
horizonte ético de Jesús de Nazaret. Madrid, Trotta, 1998. La secuencia de este
libro es: "Apareció un hombre libre"; "Que realizó prácticas de liberación"; "Y
por eso lo mataron".
10Cf.
J. Sobrino, Resurrección de la verdadera Iglesia. Santander, Sal Terrae, 1981;
J.-J. Tamayo, Hacia una comunidad de iguales. Madrid, Nueva Utopía, 1991; Id.,
Iglesia profética, Iglesia de los pobres. Madrid, Trotta, 1994.
11P.
Ricoeur, Freud: una interpretación de la cultura. México D. F., Siglo XXI, 1987
(7a. ed.), capítulo II, 1.
12He
desarrollado estos aspectos nuevos de los sacramentos en J.-J. Tamayo, Los
sacramentos, liturgia del prójimo. Madrid, Trotta, 1995. Cf. también J. L.
Segundo, Los sacramentos, hoy. Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1971; L. Boff, Los
sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Bogotá, Indo-American Press,
1975; J. M. Castillo, Símbolos de libertad. Salamanca, Sígueme, 1981; C.
Floristán, Los sacramentos, signos de liberación. Madrid, Fundación Santa María,
1986; L. Maldonado, Sacramentalidad evangélica. Santander, Sal Terrae, 1987.
13La
idea de la fe como totalidad es desarrollada magistralmente por J. Sobrino, La
fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas. Madrid, Trotta, 1999. Sobrino se
inspira directamente en Karl Rahner, su maestro, e indirectamente en Xavier
Zubiri, maestro de Ignacio Ellacuría.
14Cf.
E. Bloch, El principio esperanza. Madrid, Aguilar, 1977-1980, 3 vols.; J.
Moltmann, Teología de la esperanza. Salamanca, Sígueme, 1969; J.-J. Tamayo,
Religión, razón y esperanza. Estella, Verbo Divino, 1992.