Marido y mujer cara a cara
Las apariencias no siempre reflejan la realidad.


Autor: Iliano Piccolo
Fuente: Masalto.com
 

Es frecuente encontrarse y observar en la calle a una pareja, él y ella tomados de la mano, caminando por la vereda, conversando, sonriendo... rumbo a algún destino desconocido.

Cualquiera diría que se trata de una pareja feliz, dos novios o esposos que se quieren y que tienen el mundo en sus manos. Es natural pensar que hay amor entre los dos.

Sin embargo, todos sabemos que las apariencias no siempre reflejan la realidad. Muchas parejas de esposos que quizá caminan en la calle despreocupadas y felices, en la intimidad de su interior y del propio hogar cargan con problemas muy pesados y a veces graves, con dificultades que llegan a deteriorar y destruir la vida matrimonial, hasta provocar la ruptura de aquel lazo de amor y de comunión que un día los unió.

Cuando se produce la explosión tal vez queden muy pocos recursos para remediar la situación. Es triste constatarlo, pero cada vez es más frecuente escuchar: Ya es demasiado tarde. Y hay, además, quien piensa estar exento del riesgo de encontrarse un día sin saber qué hacer para reconstruir un amor que se fue desmoronando poco a poco.

El amor es comunicación

Quizá valga la pena recordar a las parejas que están iniciando una vida en común y a aquellas que ya han recorrido un buen tramo de la vida matrimonial, que todo empezó con un encuentro, seguido de un sentimiento de atracción, de un tiempo de convivencias y conocimientos y con la decisión de formar un hogar.

Esto se sabe de sobra. Lo que tal vez no se conoce bien es el proceso interno del encuentro y unión que se dio desde el principio y que desembocó en el matrimonio. Entre los varios factores de este proceso, el más profundo es el de la comunicación.

Probablemente haya quien diga que lo fundamental es el amor. Es cierto, el amor es la esencia del matrimonio, pero este amor es por naturaleza comunicación, entrega de una persona a otra, donación plena de dos vidas que deciden ser una sola para lo que queda del propio futuro.

Cuando dos personas, en este caso un hombre y una mujer, se encuentran y deciden establecer una relación durable, cada una se abre a la otra y ofrece su intimidad al conocimiento de ella.

Después aparece el sentimiento que estrecha los lazos de la relación y los estimula a una mayor apertura, hasta que deciden entregarse definitiva y plenamente uno al otro.

En la práctica las cosas son un poco más complejas, pero en el fondo eso es lo que acontece. Por lo que se ve, entonces, el primer paso es la apertura.

El riesgo de la falta de apertura

En el noviazgo la apertura empieza siendo superficial hasta que, con el tiempo, se va volviendo más honda y seria, como debiera suponerse en el matrimonio.

El riesgo más grave que corren dos personas, primero en el noviazgo y después en el matrimonio, es que se interrumpa ese proceso y que haya un verdadero retroceso, causado por una actitud de individualismo y cierre de la propia interioridad con respecto al otro.

Actualmente eso sucede con demasiada frecuencia, tanto en el matrimonio como en las relaciones humanas en general. Cuando esto acontece, el resultado más obvio es el de dos personas que conviven como extraños, soportándose mutuamente mientras haya algún motivo válido para ello: hijos, necesidades de relaciones físicas, dinero, profesión o apariencia.

Cuando desaparece este motivo se produce la separación y la ruptura, que hoy es favorecida por el divorcio.

Es curioso observar cómo en estos últimos tiempos muchas parejas llegan a divorciarse después de 25 ó 30 años de matrimonio (cuando los hijos son mayores o casados, cuando han disminuido las necesidades fisiológicas, cuando se ha logrado cierta estabilidad económica...). Quizá esos esposos hayan convivido durante varios años como perfectos extraños.

Las características de la apertura

Si la apertura es tan importante, es necesario y urgente que cada pareja revise las características de la misma:

Apertura a nivel personal. Cada quien tiene ante sí a otra persona, con una dignidad que no admite la manipulación, como si se tratara de un objeto.

Apertura de la propia interioridad. No se trata de una postura meramente externa, para guardar las apariencias. Hay muchas parejas que aparecen como un modelo de convivencia y comunicación y que, sin embargo, viven muy distantes y cerradas entre sí. Se trata más bien de una apertura que permita ver con claridad y limpidez el mundo interior de los pensamientos, de los afectos, de las aspiraciones, de los ideales, de los temores, etc.

Apertura a través de los signos corporales. Palabras, gestos, detalles, ternura, etc. A veces se encuentran esposos que tienen que adivinar lo que el propio cónyuge siente o piensa, porque éste parece una estatua fría e inmóvil.

Apertura disponible a la entrega total e incondicional. Sin rinconcitos privados, como si se pudiera estar casado y al mismo tiempo vivir otra vida privada, como si se pudiera conciliar la palabra todo (todo tuyo o toda tuya) con la palabra excepto (menos esto o lo otro).

La falta de comunicación, que es auténtica falta de amor, puede tener como causa determinante la falta de apertura.

En una evaluación periódica de la propia vida matrimonial conviene analizar precisamente este aspecto: la actitud de apertura hacia el propio cónyuge.

Cuestionario para la evalución

Se sugiere que cada cónyuge conteste por separado este cuestionario. Después cada quién lo intercambiará con el otro y, finalmente, dialogarán sobre los resultados.

Para que esta actividad tenga un alcance práctico, sería oportuno que ambos tomaran acuerdos concretos para el mejoramiento de la relación conyugal y que revisaran los avances dos o tres veces al año, en una fecha preestablecida.

1.- ¿Puedo pensar en mi vida de casado (o casada) al margen de mi cónyuge? ¿Tenemos todos los planes y proyectos en común o ya los hemos olvidado desde hace tiempo?

2.- ¿Creo sinceramente seguir enamorado (enamorada) de mi cónyuge o estoy con él/ella sólo porque creo que es lo más cómodo, porque tengo hijos, o porque no he tenido motivos graves para separarme de él?

3.- ¿Quiero a mi cónyuge como es, con sus cualidades y defectos, o hay algo que todavía no soporto en él/ella?

4.- ¿Mi cónyuge realmente me conoce como soy o hay muchos rinconcitos que él/ella desconoce y que a mí me interesa que sigan desconocidos?

5.- ¿Pienso tener una actitud de verdadera entrega y de donación total a mi cónyuge, o ahí la llevo, tratando de conciliar mis intereses egoístas con las responsabilidades de mi matrimonio?

6.- ¿Intento compartir todo lo que soy y lo que tengo con mi cónyuge, aún lo que considero más mío y que más me cuesta dar?

7.- ¿La educación de los hijos la considero tarea de los dos juntos y esta ocupación nos une cada vez más, o pienso que uno debe preocuparse de la economía y el otro de la educación?

8.- ¿Me ha molestado contestar este cuestionario? ¿Puedo decir honestamente que lo contesté con sinceridad, o no he querido hacerlo?, ¿por qué?