Más sincretismo.

 

Barack Obama en su discurso de toma de posesión del cargo de presidente de los Estados Unidos: “Somos una nación de cristianos, judíos, musulmanes, hindúes y no creyentes”.

Hispanidad, miércoles, 21 de enero de 2009

No hombre no, ni de broma: EEUU es nación cristiana porque cristianos han sido los principios que la han creado, entre ellos, el primero de todos: que el hombre es sagrado por ser hijo de Dios. Otra cosa es que, naturalmente, no sólo hay que permitir, sino abrir los brazos, a judíos, musulmanes, hindúes y ateos varios, precisamente en nombre del primer precepto cristiano: el amor. Y todo ello sólo tendrá un límite: el mencionado principio primero de la sacralidad de la persona. Quien predique -no si atentan, porque fallos los cometemos todos- contra ese principio, por ejemplo en nombre del hinduismo o del Islam, debe ser excluido.

Una vez más, Obama, un retórico, que no un dialéctico, ferozmente vacuo, confunde tolerancia y respeto. El respeto consiste en analizar los argumentos del contrario e incluso aceptarlos cuando son ciertos; la tolerancia se conforma con el compromiso de no arrearle al judío, al musulmán, al hindú o al agnóstico porque no merece la pena pegarse por idea alguna, dado que todas valen lo mismo y ninguna vale nada. De la tolerancia nace el sincretismo zapatista, obamista y preferentemente ‘bobista’: nada importa nada, así que recluyamos credos, filosofías y cosmovisiones en el interior de la conciencia. De tan necia postura han surgido todas las guerras de religión, es decir todas las guerras que en el mundo han sido. Con ese plan de vida -se lo aseguro- no se vive, tan sólo se sobrevive, pero es lo máximo que ha conseguido la generación progre que controla el discurso cultural imperante.  

Asegura El País que con Obama comienza una nueva era: ¡Anda ya! Es la vieja era progre llevada a su consumación, a su más triste consumación. Porque el progre, es decir, el hombre sin otro principio que la ausencia de principios, sin otro dogma que la negación de todo dogma el hombre para el que, como decía Caro Baroja“lo que importa es el precio de la cebada a mediados del siglo XVII”, considera que todo aquel que crea en algo es un fanático. Sí, así lo cree el nuevo “imperator” de Washington. Se lo explico en palabras de Chesterton: “La verdadera libertad consiste en ser capaz de imaginarse al enemigo. El hombre libre no es aquel que piensa que todas las opiniones son igualmente verdaderas o falsas (tal es la mejor definición del fenómeno conocido como ‘pensamiento débil’), pues eso no es libertad, sino debilidad mental. El hombre libre es aquel que ve los errores con la misma claridad que la verdad”.

Palabras que vienen al pelo del primer discurso de Obama como presidente de los Estados Unidos, y que se complementan con otra frase del genial británico, asimismo pronunciada hace un siglo: “Tener la mente abierta es como tener la boca abierta: un síntoma de estupidez”.

Obama es la culminación de la modernidad, que puede resumirse así:

1. Odio al ser humano, a quien se contempla como una lamentable molestia que hay que cuidar y alimentar, de la que hay que ocuparse de continuo. Por tanto, aborto, antinatalismo, con la promoción entusiasta de la homosexualidad y desprecio por el débil, entendido como aquel que no produce lo que consume. En resumen, Obama es aborto, homomonio y eutanasia.

2. Pensamiento débil, relativista: nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira.

3. Tolerancia: estamos dispuestos a creer en todo, también en una contradicción, por la sencilla razón de que no creemos en nada. De ahí, que el fruto lógico de dicha corriente de no pensamiento sea el sincretismo, disfrazado de religión laica universal, un credo poco numinoso y muy legalista.

4. Deificación del hombre: de los que hayan logrado sobrevivir, claro está, a la gran matanza del inicio de la vida -antes de nacer- y del abandono durante la última etapa -por senilidad improductiva o mero decaimiento físico-.

5. Otra de las notas distintivas de la modernidad, por tanto de Obama, podría resumirse así: lo grande es hermoso y poderoso. La modernidad progresista es calvinista: sometimiento de lo pequeño a lo grande, del individuo, las familias y la microempresa, al Estado o a la multinacional y, sobre todo, a los mercados. Es el imperio de lo grande sobre lo pequeño, del fuerte sobre el débil, de la tenaza contra la propiedad individual, proceso que comenzó con la tontuna de las economías de escala y las masas críticas, tan queridas de todo tipo de depredador, sea público o privado. En otras palabras, al modernismo progre le encanta tanto el Estado fuerte -naturalmente muy solidario- como las mercados y multinacionales fuertes -naturalmente con responsabilidad social corporativa-. Un estado y unos mercados y grandes empresas dedicados, preferentemente, a expoliar al individuo y expropiarle su propiedad que, en el mejor de los casos, termina siendo propiedad delegada y gestionada por políticos (contribuyentes) y por intermediarios financieros (accionistas y fondistas). La modernidad atenta contra el derecho a la propiedad privada y se ha convertido en una gigantesca expropiación global de bienes, por tanto, el enemigo número 1 de la justicia social (y si no, pregunten en Hacienda o en Banco Banif).

Este es Obama, presentado ante el mundo como el Príncipe de la Paz. Es lógico, si aceptas el aborregamiento de los cinco puntos precitados, habrá paz en el mundo. Primero, la paz de las tiranías, más tarde, la paz de los cementerios.

Mientras tanto, disfrutemos del histórico momento.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com