María en los Evangelios: su vida.
Enciclopedia Católica. Lo que dicen los Evangelios acerca de la vida de María.
El lector de los Evangelios se queda al principio
sorprendido al encontrar tan poco sobre María; pero esta oscuridad de María en
los Evangelios ha sido estudiada exhaustivamente por el Beato Pedro Canisius
(17), Augusto Nicolás (18), el Cardenal Newman (19) y el muy reverendo J.
Spencer Northcote (20).
En el comentario del "Magnificat" publicado en 1518,
incluso Lutero expresa su convencimiento de que los Evangelios alaban
suficientemente a María al llamarla (ocho veces) la Madre de Jesús.
En los siguientes párrafos agruparemos brevemente lo
que se conoce de la vida de Nuestra Señora antes del nacimiento de su divino
Hijo, durante la vida oculta de Nuestro Señor, durante su vida pública y
después de su resurrección.
Ascendencia Davídica de María.
S. Lucas (2:4) narra que San José se desplazó desde
Nazaret a Belén para empadronarse, "por ser él de la casa y de la familia
de David". Como si quisiera eliminar cualquier duda referente a la
ascendencia davídica de María, el evangelista (1:32,69) afirma que al niño
nacido de María sin intervención de varón le será otorgado "el trono de
David, su padre", y que el Señor Dios ha "levantado en favor nuestro un
cuerno de salvación en la casa de David, su siervo". (21)
S. Pablo también da fe de que Jesucristo "nacido de
la descendencia de David según la carne" (Romanos 1:3). Si María no
hubiera sido descendiente de David, su Hijo concebido por el Espíritu Santo no
hubiera podido considerarse "de la descendencia de David". Por ello los
comentaristas nos dicen que en el texto "En el mes sexto fue enviado el
ángel Gabriel ... a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la
casa de David" (Lucas 1:26-27); la última frase "de la casa de David"
no se refiere a José, sino a la doncella virgen que es el personaje principal
de la narración; así tenemos un testimonio inspirado directo de la ascendencia
davídica de María. (22)
Mientras que los comentaristas generalmente están de
acuerdo en que la genealogía que se encuentra al comienzo del primer Evangelio
es la de S. José, Annius de Viterbo propone su opinión, a la que ya se refirió
S. Agustín, de que la genealogía de S. Lucas describe la ascendencia de María.
El texto del tercer Evangelio (3:23) puede explicarse de forma que Heli sea el
padre de María: "Jesús ... era, según se creía, hijo de José, hijo de Heli"
(23). En estas explicaciones el nombre de María no se menciona explícitamente,
pero va implícito; ya que Jesús es el hijo de Heli a través de María.
Sus padres.
Aunque pocos comentaristas están de acuerdo con esta
opinión acerca de la genealogía de S. Lucas, el nombre del padre de María,
Heli, coincide con el nombre del padre de Nuestra Señora según una tradición
basada en la narración del Protoevangelio de Santiago, un Evang elio apócrifo
que data de finales del siglo II.
Según este documento, los padres de María eran Joaquín
y Ana. Ahora bien, el nombre de Joaquín es sólo una variante de Heli o
Eliachim, sustituyendo un nombre divino (Yavé) por otro (Eli, Elohim). La
tradición en lo que respecta a los padres de María, según el Evangelio de
Santiago, es reproducida por S. Juan Damasceno (24), S. Gregorio de Nyssa
(25), S. Germán de Constantinopla (26), Pseudo-Epifanio (27), pseudo-Hilario
(28) y S. Fulberto de Chartres (29). Algunos de estos escritores añaden que el
nacimiento de María se consiguió gracias a las fervientes oraciones de Joaquín
y Ana cuando ya tenían una edad avanzada. Así como Joaquín pertenecía a la
familia real de David, también se supone que Ana era descendiente de la
familia sacerdotal de Aaron; por ello, Cristo, el Eterno Rey y Sacerdote,
descendía de una familia real y sacerdotal (30).
La ciudad de los padres de María.
Según S. Lucas 1 :26, María vivía en Nazaret, una
ciudad de Galilea, en el momento de la Anunciación. Una determinada tradición
sostiene que fue concebida y nació en la misma casa en la que el Verbo se hizo
carne (31). Otra tradición, basada en el Evangelio de Santiago, considera
Seforis como la primera casa de Joaquín y Ana, aunque se dice que después
vivieron en Jerusalén, en una casa llamada "Probatica" por S. Sofronio de
Jerusalén (32). "Probatica", un nombre que probablemente procedía de un
estanque llamado Probatica o Betzata en S. Juan 5:2, cercano al santuario.
Aquí fue donde nació María. Alrededor de un siglo después, sobre el 750 d. de
J.C., S. Juan Damasceno (33) afirma de nuevo que María nació en Probatica.
Se dice que, ya en el siglo V, la emperatriz Eudoxia
construyó una iglesia en el lugar en que nació María, y donde sus padres
vivieron en su ancianidad. La actual iglesia de Sta. Ana se encuentra a una
distancia de menos de 100 pies de la piscina Probática. El 18 de marzo de 1889
se descubrió una cripta que encierra el sitio en que se supone que Sta. Ana
fue enterrada. Probablemente ese lugar fue en su origen un jardín en el que
Joaquín y Ana recibieron sepultura. En su época todavía estaba situado fuera
de los muros de la ciudad, unos 400 pies al norte del Templo. Otra cripta
cercana a la tumba de Sta. Ana se cree que es el lugar donde nació la
Bienaventurada Virgen; por ello, en los primeros tiempos se le llamó a esa
iglesia Sta. María de la Natividad (34). En el valle Cedron, cerca de la
carretera que lleva a la iglesia de la Asunción, hay un pequeño santuario que
contiene dos altares, que se cree que están edificados sobre las tumbas de S.
Joaquín y Sta. Ana; sin embargo, estos sepulcros pertenecen a la época de las
Cruzadas (35). También en Seforis los cruzados reemplazaron un antiguo
santuario situado sobre la legendaria casa de S. Joaquín y Sta. Ana por una
gran iglesia. Después de 1788 parte de esta iglesia fue restaurada por los
Padres Francisc anos.
Su Inmaculada Concepción: el nacimiento de María.
En lo referente al lugar de nacimiento de Nuestra
Señora, existen tres tradiciones diferentes que hay que considerar.
Primero, se ha situado el acontecimiento en Belén.
Esta opinión se basa en la autoridad de los siguientes testigos: ha sido
expresada en un documento titulado "De nativ. S. Mariae" (36) incluido a
continuación de las obras de S. Jerónimo; es una suposición más o menos vaga
del Peregrino de Piacenza, llamado erróneamente Antonino Mártir, que escribió
alrededor del 580 d. de J.C. (37); finalmente, los Papas Pablo II (1471),
Julio II (1507), León X (1519), Pablo III (1535), Pío IV (1565), Sixto V
(1586) e Inocencio XII (1698) en sus Bulas referentes a la Santa Casa del
Loreto afirman que la Bienaventurada Virgen nació, fue educada y recibió la
visita del ángel en la Santa Casa. Sin embargo, estos pontífices no deseaban
en realidad decidir sobre una cuestión histórica; el los simplemente expresan
la opinión de sus épocas respectivas.
Una segunda tradición situaba el nacimiento de Nuestra
Señora en Seforis, unas tres millas al norte de Belén, la Diocaesarea romana,
y la residencia de Herodes Antipas hasta bien entrada la vida de Nuestro
Señor. La antigüedad de esta opinión puede deducirse por el hecho de que bajo
el reinado de Constantino se erigió en Seforis una iglesia para conmemorar la
residencia de Joaquín y Ana en dicho lugar (38). S.Epifanio habla de este
santuario (39). Pero esto sólo demuestra que Nuestra Señora debió vivir
durante algún tiempo en Seforis con sus padres, sin que por ello tengamos que
creer que nació allí.
La tercera tradición, la de que María nació en
Jerusalén, es la más probable de las tres. Hemos visto que se basa en el
testimonio de S. Sofronio, de S. Juan Damasceno y sobre la evidencia de
hallazgos recientes en la Probatica. La Festividad de la Natividad de Nuestra
Señora no se celebró en Roma hasta finales del siglo VII; sin embargo, dos
sermones encontrados entre los escritos de S. Andrés de Creta (m. 680)
implican la existencia de esta fiesta y nos hacen suponer que fue introducida
en una fecha más temprana en otras iglesias (40). En 1799, el décimo canon del
Sínodo de Salzburgo señala cuatro fiestas en honor de la Madre de Dios: la
Purificación, el 2 de febrero; la Anunciación, el 25 de marzo; la Asunción, el
15 de agosto y la Natividad, el 8 de septiembre.
La Presentación de María.
Según Exodo 13:2 y 13:12, todo primogénito hebreo
debía ser presentado en el Templo. Dicha ley llevaría a los padres judíos
piadosos a observar el mismo rito religioso con otros hijos favoritos. Ello
hace suponer que Joaquín y Ana presentaron a su hija, obtenida tras largas y
fervientes oraciones, en el Templo.
En cuanto a María, S. Lucas (1:34) nos dice que
respondió al ángel que le anunciaba el nacimiento de Jesucristo: "cómo
podrá ser esto, pues yo no conozco varón". Estas palabras difícilmente
pueden ser entendidas, a menos que supongamos que María había hecho voto de
virginidad, ya que cuando las pronunció estaba desposada con S. José (41). La
ocasión más adecuada para tal voto fue su presentación en el Templo. Del mismo
modo que algunos Padres admiten que las facultades de S. Juan Bautista fueron
desarrolladas prematuramente por una intervención especial del poder divino,
se puede admitir la existencia de una gracia similar para con la hija de
Joaquín y Ana (42).
Sin embargo, todo lo referido anteriormente no supera
la certeza de la probabilidad de unas conjeturas piadosas. La consideración de
que Nuestro Señor no podía rehusarle a su bendita Madre cualquier favor que
dependiera exclusivamente de su magnificencia, no tiene un valor mayor que el
de un argumento a priori. La certeza sobre esta cuestión debe depender de
testimonios externos y de las enseñanzas de la Iglesia.
Ahora bien, el Protoevangelio de Santiago (7-8) y el
documento titulado "De nativit. Mariae" (7-8), (43) afirman que Joaquín y Ana,
cumpliendo un voto que habían hecho, presentaron a la pequeña María en el
Templo cuando tenía tres años de edad; que la criatura subió sola los
escalones del Templo, y que hizo su voto de virginidad en dicha ocasión. S.
Gregorio de Nyssa (44) y S. Germán de Constantinopla (45) aceptaron este
testimonio, que también fue seguido por pseudo-Gregorio de Naz. en su "Christus
patiens" (46). Además, la Iglesia celebra la Festividad de la Presentación,
aunque no especifica a qué edad fue presentada la pequeña María en el Templo,
cuándo hizo su voto de virginidad y cuáles fueron los dones especiales
naturales y sobrenaturales que Dios le concedió. La festividad es mencionada
por primera vez en un documento de Manuel Commenus, en 1166; desde
Constantinopla, la festividad debió ser introducida en la Iglesia occidental,
donde la podemos hallar en la corte papal de Aviñón en 1371; alrededor de u n
siglo más tarde, el Papa Sixto IV introdujo el Oficio de la Presentación, y en
1585 el Papa Sixto V extendió la Festividad de la Presentación a toda la
Iglesia.
Sus esponsales con José.
Las escrituras apócrifas a las que nos hemos referido
en el párrafo anterior afirman que María permaneció en el Templo después de su
presentación para ser educada con otros niños judíos. Allí ella disfrutó de
visiones extáticas y visitas diarias de los santos ángeles.
Cuando ella contaba catorce años, el sumo sacerdote
quiso enviarla a casa para que contrajera matrimonio. María le recordó su voto
de virginidad, y confundido, el sumo sacerdote consultó al Señor. Entonces
llamó a todos los hombres jóvenes de la estirpe de David y prometió a María en
matrimonio a aquel cuya vara retoñara y se convirtiera en el lugar de descanso
del Espíritu Santo en forma de paloma. José fue el agraciado en este proceso
extraordinario.
Hemos visto ya que S. Grego rio de Nyssa, S. Germán de
Constantinopla y pseudo-Gregorio Nacianceno parecen admitir estas leyendas.
Además, el emperador Justiniano permitió que se construyera una basílica en la
plataforma del antiguo Templo, en memoria de la estancia de Nuestra Señora en
el santuario; la iglesia fue llamada la Nueva Santa María, para distingirla de
la iglesia de la Natividad. Se cree que es la moderna mezquita de Al-Aqsa
(47).
Por otra parte, la Iglesia no se pronuncia en lo que
respecta a la estancia de María en el Templo. S. Ambrosio (48), cuando
describe la vida de María antes de la Anunciación, supone expresamente que
vivía en la casa de sus padres. Todas las descripciones del Templo judío que
pueden poseer algún valor científico nos dejan a oscuras en cuanto a la
existencia de lugares en los que pudieran haber recibido su educación las
muchachas jóvenes. La estancia de Joas en el Templo hasta la edad de siete
años no apoya el supuesto de que las chicas jóvenes fueran educadas den tro
del recinto sagrado, ya que Joas era el rey, y fue obligado por las
circunstancias a permanecer en el Templo (cf. IV Reyes 11:3). La alusión de II
Macabeos 3:19, cuando dice "las doncellas, recogidas" no demuestra que
ninguna de ellas fuera retenida en los edificios del Templo. Si se dice de la
profetisa Ana (Lucas 2:37) que "no se apartaba del templo, sirviendo con
ayunos y oraciones noche y día", nosotros no suponemos que ella viviera de
hecho en una de las habitaciones del templo. (49) Como la casa de Joaquín y
Ana no se encontraba muy alejada del Templo, podemos suponer que a la santa
niña María se le permitía a menudo visitar los sagrados edificios para que
pudiera satisfacer su devoción.
Se consideraba que las doncellas judías habían
alcanzado la edad del matrimonio cuando cumplían doce años y seis meses,
aunque la edad de la novia variaba según las circunstancias. El matrimonio era
precedido por los esponsales, después de los cuales la novia perten ecía
legalmente al novio, aunque no vivía con él hasta un año después, que era
cuando el matrimonio solía celebrarse. Todo esto coincide con el lenguaje de
los evangelistas. S. Lucas (1:27) llama a María "una virgen desposada con
un varón de nombre José"; S. Mateo (1:18) dice: "Estando desposada
María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido
María del Espíritu Santo". Como no tenemos noticia de ningún hermano de
María, debemos suponer que era una heredera, y estaba obligada por la ley de
Números 36:3 a casarse con un miembro de su tribu. La ley misma prohibía el
matrimonio entre determinados grados de parentesco, de modo que incluso el
matrimonio de una heredera se dejaba más o menos a su elección.
Según la costumbre judía, la unión de José y María
tenía que ser concertada por los padres de José. Uno se puede preguntar por
qué María accedió a sus esponsales, cuando estaba ligada por su voto de
virginidad. De la misma manera que ella había obedecido la inspiración divina
al hacer su voto, también la obedeció al convertirse en la novia prometida de
José. Además, hubiera sido un caso singular entre los judíos el rehusar los
esponsales o el matrimonio, ya que todas las doncellas judías aspiraban al
matrimonio como la realización de un deber natural. María confió
implícitamente en la guía de Dios, y por ello estaba segura de que su voto
sería respetado incluso en su estado de casada.
La Anunciación: la Visitación.
Según Lucas 1:36, el ángel Gabriel le dijo a María en
el momento de la Anunciación, "Isabel, tu parienta, también ha concebido un
hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril". Sin
poner en duda la verdad de las palabras del ángel, María decidió enseguida
contribuir a la alegría de su piadosa pariente. (50) Por ello, continúa el
evangelista (1:39): "En aquellos días se puso María en camino y con
presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel." Aunque María debe haberle comunicado a José su propósito
de realizar esa visita, es difícil determinar si él la acompañó; si dio la
casualidad de que el momento de la visita coincidía con alguna de las
temporadas de fiestas en que los israelitas tenían que acudir al Templo,
habría pocas dificultades acerca de la compañía.
La casa de Isabel ha sido localizada en varios
emplazamientos según los diferentes escritores: ha sido situada en Machaerus,
unas diez millas al este del Mar Muerto, o en Hebrón, o de nuevo en la antigua
ciudad sacerdotal de Jutta, unas siete millas al sur de Hebrón, o finalmente
en Ain-Karim, la tradicional S. Juan-en-la-Montaña, unas cuatro millas al
oeste de Jerusalén. (51) Sin embargo, los tres primeros sitios no poseen
ningún monumento conmemorativo del nacimiento o de la vida de S. Juan; además,
Machaerus no estaba situada en las montañas de Judá; Hebrón y Jutta
pertenecían a Idumea, después de la cautividad babilónica, en tanto que Ain-Karim
está situada en las "montañas" mencionadas en el texto inspirado de S. Lucas.
Después de un viaje de unas treinta horas, María
"entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lucas 1:40). Según la
tradición, en la época de la visitación Isabel no vivía en su casa de la
ciudad sino en su villa, a unos diez minutos de la ciudad; antiguamente este
lugar estaba señalado por una iglesia superior y otra inferior. En 1861 se
erigió sobre los antiguos cimientos la pequeña iglesia actual de la
Visitación.
"Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el
niño en su seno". Fue en este momento cuando Dios cumplió la promesa hecha
por el ángel a Zacarías (Lucas 1:15), "desde el seno de su madre será lleno
del Espíritu Santo"; en otras palabras, el niño que Isabel llevaba en su
seno fue purificado de la mancha del pecado original. Se desbordó la plenitud
del Espíritu Santo en el alma de su madre, "e Isabel se llenó del Espíritu
Santo" (Lucas 1:41). Así, tanto la madre como el hijo fueron santificados
por la presencia de María y del Verbo Encarnado (53); llena como estaba del
Espíritu Santo, Isabel "clamó con fuerte voz: ¡Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor
venga a mí? Porque así que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó
de gozo el niño en mi seno. Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se
le ha dicho de parte del Señor" (Lucas 1:42-45). Dejemos a los
comentaristas la explicación completa del pasaje precedente, y centremos
nuestra atención sólo en dos puntos:
· Isabel comienza su saludo con las mismas palabras con las que el ángel había terminado su salutación, mostrando de esta manera que ambos hablaban por inspiración del Espíritu Santo.
·
Isabel es la primera en llamar a María por su título
más honorable "Madre de Dios".
La respuesta de María es el
cántico de alabanza denominado comunmente Magnificat, por la primera palabra
de su texto en latín; el "Magnificat" ha sido tratado en un artículo separado.
El evangelista termina su relato de la Visitación con las palabras: "María
permaneció con ella como unos tres meses y se volvió a su casa" (Lucas
1:56). Muchos ven en esta breve frase del tercer evangelio una sugerencia
implícita de que María permaneció en casa de Zacarías hasta el nacimiento de
Juan el Bautista, mientras que otros niegan tal implicación. Dado que la
Festividad de la Visitación fue emplazada el 2 de julio por el cuadragésimo
tercer canon del Concilio de Basilea (1441 d. de J.C.), el día siguiente a la
octava de la Festividad de S. Juan Bautista, se ha deducido que posiblemente
María permaneciera con Isabel hasta después de la circuncisión del niño; pero
no hay más pruebas que corroboren esta suposición. Aunque la Visitación es
descrita con tanta precisión en el tercer evangelio, su festividad no parece
haberse celebrado hasta el siglo XIII, cuando fue introducida a través de la
influencia de los franciscanos; fue instituida oficialment e en 1389 por
Urbano VI.
El embarazo de María llega a conocimiento de José.
Después del regreso de casa de Isabel, "se halló haber concebido María del
Espíritu Santo" (Mateo 1:18). Dado que entre los judíos los esponsales
constituían un verdadero matrimonio, el uso del matrimonio después del tiempo
de los esponsales no era nada extraño entre ellos. Por ello, el embarazo de
María no podía sorprender a nadie mas que al mismo S. José. La situación debió
haber sido extremadamente dolorosa tanto para él como para María, ya que él no
conocía el misterio de la Encarnación. El evangelista dice: "José, su
esposo, siendo justo, no quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto"
(S. Mateo 1:19). María dejó la solución a esta dificultad en manos de Dios, y
Dios informó en su momento al asombrado esposo de la verdadera condición de
María. Mientras José "reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció
en sueños un ángel del Señor y le dij o: José, hijo de David, no temas recibir
en casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu
Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a
su pueblo de sus pecados" (Mateo 1:20-21).
No mucho después de esta revelación, José concluyó el ritual del contrato de
matrimonio con María. El Evangelio dice sencillamente: "Al despertar José
de su sueño hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa
a su esposa" (Mateo 1:24). Si bien es cierto que deben haber pasado al
menos tres meses entre los esponsales y el matrimonio, durante los cuales
María permaneció con Isabel, es imposible determinar con exactitud el lapso de
tiempo transcurrido entre las dos ceremonias. No sabemos cuánto tiempo después
de los esponsales le anunció el ángel a María el misterio de la Encarnación, y
tampoco sabemos cuánto duró la duda de S. José antes de que fuera iluminado
por la visita del ángel. Teniendo en cuenta la edad a la que las doncellas
judías se convertían en casaderas, es posible que María diera a luz a su Hijo
cuando contaba alrededor de trece o catorce años de edad. Ningún documento
histórico nos dice qué edad tenía en realidad en el momento de la Natividad.
El viaje a Belén.
Lucas (2:1-5) explica cómo José y María viajaron desde Nazaret hasta Belén
obedeciendo un decreto de César Augusto que ordenaba un empadronamiento
general.
Se dan varias razones por las que María debe haber acompañado a José en este
viaje: es posible que ella no deseara perder la protección de José durante
este periodo crítico de su embarazo, o puede que haya seguido una inspiración
divina especial que la impulsaba a marchar para que se cumplieran las
profecías referentes a su divino Hijo, o también puede que fuera obligada a ir
debido a la ley civil, ya fuera como heredera o para satisfacer el impuesto
personal que había que pagar por las mujeres mayores de doce años. (5 4)
Dado que el empadronamiento había atraído a multitud de extranjeros a Belén,
María y José no encontraron sitio en la posada de la caravana y tuvieron que
alojarse en una gruta que servía de refugio para los animales. (55)
María da a luz a Nuestro Señor.
"Estando allí, se cumplieron los días de su parto" (Lucas 2:6); este
lenguaje no deja claro si el nacimiento de Nuestro Señor ocurrió
inmediatamente después de que José y María se hubieran alojado en la gruta, o
varios días después. Lo que se narra acerca de los pastores "estaban
velando las vigilias de la noche sobre su rebaño" (Lucas 2:8) muestra que
Cristo nació durante la noche.
Después de dar a luz a su Hijo, María "le envolvió en pañales y le acostó
en un pesebre" (Lucas 2:7), señal de que no sufrió dolores ni debilidades
en el parto. Esta deducción coincide con las enseñanzas de algunos de los
principales Padres y teólogos: S. Ambrosio (56), S. Gregorio de Nyssa (57), S.
Juan Damasceno (58), el autor de Christus patiens (59), Sto. Tomás (60), etc.
No era adecuado que la madre de Dios estuviera sujeta al castigo pronunciado
en Génesis 3:16 contra Eva y sus hijas pecadoras.
Poco después del nacimiento del niño los pastores, obedientes a la invitación
del ángel, llegaron a la gruta "y encontraron a María, a José y al Niño
acostado en un pesebre" (Lucas 2:16). Podemos suponer que los pastores
divulgaron las felices nuevas que habían recibido durante la noche entre sus
amigos en Belén, y que la Sagrada Familia fue recibida por alguno de sus
habitantes piadosos en un alojamiento más adecuado.
La Circuncisión de Nuestro Señor.
"Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al Niño, le
dieron el nombre de Jesús" (Lucas 2:21). El rito de la circuncisión se
llevaba a cabo bien en la sinagoga bien en el hogar del niño; es imposible
determinar dónde tuvo lugar la circunci sión de Nuestro Señor. De todos modos,
su Bienaventurada Madre debe haber estado presente durante la ceremonia.
La Presentación.
Según la ley del Levítico 12:-8, toda madre judía de un varón hebreo tenía que
presentarse cuarenta días después de su nacimiento para su purificación legal;
según Exodo 13:2 y Números 18:15, el primogénito tenía que ser presentado en
esa misma ocasión. Cualesquiera que fueran las razones que María y el Niño
hubieran podido tener para reclamar una excepción, el hecho es que acataron la
ley. Sin embargo, en vez de ofrecer un cordero, presentaron el sacrificio de
los pobres, que consistía en un par de tórtolas o de pichones. En II Corintios
8:9, S. Pablo dice a los corintios que Jesucristo "siendo rico, se hizo
pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza".
Aún más agradable a Dios que la pobreza de María fue la prontitud con que
ofreció a su divino Hijo para la complacencia de su Padre Celes tial.
Después de que se hubieron llevado a cabo los ritos ceremoniales, el santo
Simeón tomó al Niño en sus brazos y dio gracias a Dios por el cumplimiento de
sus promesas; hizo una llamada de atención sobre la universalidad de la
salvación que iba a venir a través de la redención mesiánica "la que has
preparado ante la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las gentes
y gloria de tu pueblo, Israel" (Lucas 2:31 sq.). María y José comenzaron
ahora a conocer más plenamente a su divino Hijo; ellos "estaban
maravillados de las cosas que se decían de El" (Lucas 2:33). Como si
quisiera preparar a su Bienaventurada Madre para el misterio de la cruz, el
santo Simeón le dijo: "Puesto está para caída y levantamiento de muchos en
Israel y para blanco de contradicción; y una espada atravesará tu alma para
que se descubran los pensamientos de muchos corazones" (Lucas 2:34-35).
María había padecido su primer gran dolor cuando José había dudado al tomarla
por esposa; su segundo gran dolor lo experimentó cuando oyó las palabras del
santo Simeón.
Aunque el incidente de la profetisa Ana había tenido una relación más general,
ya que ella "hablaba de Él a cuantos esperaban la redención de Jerusalén"
(Lucas 2:38), debe haber aumentado en gran medida el asombro de José y María.
La visita de los Magos.
Tras la Presentación, la Sagrada Familia bien volvió directamente a Belén, o
bien fue primero a Nazaret y de allí a la ciudad de David.
De todos modos, después de que "los magos de Oriente" hubieron sido
guiados hasta Belén por Dios, "entrados en la casa, vieron al Niño con
María, su madre, y de hinojos le adoraron, y abriendo sus alforjas, le
ofrecieron dones, oro, incienso y mirra" (Mateo 2:11). El evangelista no
menciona a José; no porque no estuviera presente, sino porque María ocupa el
lugar principal junto al Niño. Los evangelistas no han contado cómo dispusier
on María y José de los regalos ofrecidos por sus ricos visitantes.
La huida a Egipto.
Poco después de la partida de los magos, José recibió el mensaje del ángel del
Señor para que huyera a Egipto con el Niño y su madre, debido a los malvados
propósitos de Herodes; la pronta obediencia del santo varón es descrita
brevemente por el evangelista con las palabras: "Levantándose de noche,
tomó al niño y a la madre y partió para Egipto" (Mateo 2:14). Los judíos
perseguidos siempre habían buscado refugio en Egipto (cf. III Reyes 11:40; IV
Reyes 25:26); en tiempos de Cristo, los colonos judíos eran especialmente
numerosos en la tierra del Nilo (61); según Filón (62) eran al menos un
millón. En Leontopolis, en el distrito de Heliópolis, los judíos tenían un
templo (160 a. de C.-73 d. de J.C.) que rivalizaba en esplendor con el templo
de Jerusalén. (63) Por todo ello, la Sagrada Familia podía esperar hallar en
Egipto una cierta ayuda y protección.
Por otra parte, era necesario un viaje de al menos diez días desde Belén para
alcanzar los distritos habitados más cercanos de Egipto. No sabemos qué camino
tomó la Sagrada Familia en su huida; pudieron haber tomado la carretera
ordinaria a través de Hebrón; o pudieron marchar vía Eleutheropolis y Gaza o
también pudieron haberse dirigido al oeste de Jerusalén hacia la gran
carretera militar de Joppe.
Apenas existe algún documento histórico que nos pueda servir de ayuda para
determinar dónde vivió la Sagrada Familia en Egipto, y tampoco sabemos cuánto
duró este exilio forzado. (64)
Cuando José recibió por el ángel la noticia de la muerte de Herodes y la orden
de volver a la tierra de Israel, él, "levantándose, tomó al niño y a la
madre y partió para la tierra de Israel" (Mateo 2:21). La noticia de que
Arquelao reinaba en Judea impidió a José establecerse en Belén, como había
sido su intención; "advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea ,
yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret" (Mateo 2:22-23). En todos
estos detalles, María sencillamente se dejó guiar por José, que a su vez,
recibió las manifestaciones divinas como cabeza de la Sagrada Familia. No es
necesario señalar el intenso dolor de María ante la temprana persecución del
Niño.
La Sagrada Familia en Nazaret.
La vida de la Sagrada Familia en Nazaret fue la propia de un comerciante pobre
normal. Según S. Mateo 13:55, la gente del pueblo preguntaba: "¿No es éste
el hijo del carpintero?"; la pregunta, tal y como viene expresada en el
segundo evangelio (Marcos 6:3) muestra una ligera variación, "¿No es acaso
el carpintero?". Mientras José ganaba el sustento para la Sagrada Familia
con su trabajo diario, María atendía las labores del hogar. S. Lucas (2:40)
dice brevemente de Jesús: "El Niño crecía y se fortalecía lleno de
sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El". El Sabath semanal y las
grandes fi estas anuales interrumpían la rutina diaria de la vida en Nazaret.
Nuestro Señor es hallado en el Templo.
Según la ley de Exodo 23:17, sólo los hombres estaban obligados a visitar el
templo en las tres festividades solemnes del año; pero las mujeres se unían a
menudo a los hombres para satisfacer su devoción. S. Lucas (2:41) nos informa
de que "Sus padres (del Niño) iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la
Pascua".
Probablemente dejaban al niño Jesús en casa de amigos o parientes durante los
días que duraba la ausencia de María. Según la opinión de algunos escritores,
el Niño no dio ninguna señal de su divinidad durante los años de su infancia,
con el propósito de aumentar los méritos de la fe de José y María, basada en
lo que habían visto y oído en el momento de la Encarnación y el nacimiento de
Jesús. Los Doctores judíos de la Ley sostenían que un chico se convertía en
hijo de la ley a la edad de doce años y un día; después d e ésto, estaba
obligado por los preceptos legales.
El evangelista nos proporciona aquí la información de que "cuando era ya de
doce años, al subir sus padres, según el rito festivo, y volverse ellos,
acabados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo
echasen de ver". (Lucas 2:42-43). Esto ocurrió probablemente después del
segundo día de fiesta, cuando José y María regresaban con otros peregrinos
galileos; la ley no exigía una estancia más larga en la Ciudad Sagrada.
Durante el primer día, la caravana hacía generalmente un viaje de cuatro
horas, y pasaba la noche en Beroth, en la frontera norte del antiguo reino de
Judá. Los cruzados construyeron en este lugar una preciosa iglesia gótica para
conmemorar el dolor de Nuestra Señora cuando "buscáronle entre parientes y
conocidos, y al no hallarle, se volvieron a Jerusalén en busca suya"
(Lucas 2:44-45). El Niño no fue encontrado entre los peregrinos que habían
venido a Beroth en el prim er día de viaje; tampoco le encontraron el segundo
día, cuando José y María regresaron a Jerusalén; no fue hasta el tercer día
cuando "le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores,
oyéndolos y preguntándoles...Cuando sus padres le vieron, se maravillaron, y
le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? Mira que tu padre y yo,
apenados, andábamos buscándote" (Lucas 2:40-48).
La fe de María no le permitía temer que un mínimo accidente le ocurriera a su
divino Hijo; pero percibió que su conducta habitual de docilidad y sumisión
había cambiado por completo. Este sentimiento era la causa de la pregunta, por
qué Jesús había tratado a sus padres de aquella manera. Jesús respondió
simplemente: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me
ocupe en las cosas de mi Padre?" (Lucas 2:49). Ni José ni María tomaron
estas palabras como una reprimenda; "Ellos no entendieron lo que les decía"
(Lucas 2:50). Un escritor reciente ha sugeri do que el significado de la
última frase debe ser entendido "ellos (es decir, los que estaban presentes)
no entendieron lo que les (es decir, a José y a María) decía".
El resto de la juventud de Nuestro Señor.
Después de esto, Jesús "bajó con ellos, y vino a Nazaret" donde comenzó
una vida de trabajo y pobreza, de la cual dieciocho años son resumidos por el
evangelista en estas pocas palabras, "y les estaba sujeto,... crecía en
sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres" (Lucas 2:51-52).
La vida interior de María es señalada brevemente por la expresión inspirada
del escritor "y su madre conservaba todo esto en su corazón" (Lucas
2:51). Una expresión análoga había sido usada en 2:19, "María guardaba todo
esto y lo meditaba en su corazón". Así, María observaba la vida diaria de
su divino Hijo, y crecía en su conocimiento y amor a través de la meditación
sobre lo que veía y oía. Ciertos escritores han señalado qu e el evangelista
indica aquí la última fuente de la que obtuvo el material contenido en sus dos
primeros capítulos.
La virginidad perpetua de María.
Relacionados con el estudio de María durante la vida oculta de Nuestro Señor,
nos encontramos los aspectos referentes a su virginidad perpetua, su
maternidad divina y su santidad personal. Su virginidad sin mácula ha sido
suficientemente considerada en el artículo sobre el Nacimiento de la Virgen.
Las autoridades citadas entonces mantienen que María permaneció virgen cuando
concibió y dio a luz a su divino Hijo, y también después del nacimiento de
Jesús. La pregunta de María (Lucas 1:34), la respuesta del ángel (Lucas
1:35,37), la manera de comportarse de José durante su duda (Mateo 1:19-25),
las palabras de Cristo dirigidas a los judíos (Juan 8:19), muestran que María
conservó su virginidad durante la concepción de su divino Hijo.
En cuanto a la virginidad de María después del parto, no es n egada ni por las
expresiones de S. Mateo "antes de que conviviesen" (1:18), "su
primogénito" (1:25), ni por el hecho de que los libros del Nuevo
Testamento se refieran repetidamente a los hermanos de Jesús. (66) Las
palabras "antes de que conviviesen" significan probablemente "antes de
que viviesen en la misma casa", refiriéndose al tiempo en que sólo estaban
desposados; mas incluso si estas palabras fueran entendidas como vida marital,
sólo afirman que la Encarnación tuvo lugar antes de que tal relación fuera
establecida, y sin implicar por ello que ésta tuviera lugar después de la
Encarnación del Hijo de Dios.
Lo mismo debe decirse de la expresión "No la conoció hasta que dio a luz a
su primogénito" (Mateo 1:25); el evangelista nos dice lo que no ocurrió
antes del nacimiento de Jesús, sin sugerir que ello ocurriera después de su
nacimiento. (68) El nombre "primogénito" se aplica a Jesús tanto si su madre
continuó siendo virgen como si dio a lu z a otros hijos después de Jesús;
entre los judíos era un nombre legal (69), de modo que su aparición en el
Evangelio no puede extrañarnos.
Finalmente, "los hermanos de Jesús" no son ni los hijos de María ni los
hermanos de Nuestro Señor, en un sentido estricto del término, sino sus primos
o los parientes más o menos cercanos. (70) La Iglesia insiste en que con su
nacimiento el Hijo de Dios no disminuyó sino que consagró la integridad
virginal de su madre (oración secreta en la Misa de Purificación). Los Padres
se expresan también en un lenguaje similar en lo que se refiere a este
privilegio de María. (71)
La maternidad divina de María.
La maternidad divina de María está basada en las enseñanzas de los Evangelios,
en los escritos de los Padres y en la definición expresa de la Iglesia. S.
Mateo (1:25) testifica que María "dio a luz a su primogénito" y que El
fue llamado Jesús. Según S. Juan (1:15) Jesús es la Palabra hecha ca rne, la
Palabra que asumió la naturaleza humana en el vientre de María. Como María era
verdaderamente la madre de Jesús, y Jesús era verdadero Dios desde el primer
momento de su concepción, María es en verdad la madre de Dios. Incluso los
Padres más antiguos no dudaron en extraer esta conclusión, como puede verse en
los escritos de S. Ignacio (72), S. Ireneo (73), y Tertuliano (74). El
conflicto de Nestorio que negaba a María el título de "Madre de Dios" (75) fue
seguido por las enseñanzas del Concilio de Efeso, que proclamó que María era
Theotokos en el verdadero sentido de la palabra. (76)
La santidad perfecta de María.
Unos pocos escritores patrísticos expresaron sus dudas acerca de la presencia
de defectos morales menores en Nuestra Señora. (77) S. Basilio, por ejemplo,
sugiere que María sucumbió a la duda al oír las palabras del santo Simeón y al
presenciar la crucifixión. (78) S. Juan Crisóstomo es de la opinión que María
habría sentido miedo y preocupación si el ángel no le hubiera explicado el
misterio de la Encarnación, y que demostró un poco de vanagloria en las
fiestas de las bodas de Caná y al visitar a su Hijo durante su vida pública
acompañada de los hermanos del Señor. (79) S. Cirilo de Alejandría (80) habla
de la duda de María y su desesperanza al pie de la cruz. Mas no se puede
afirmar que estos escritores griegos expresen una tradición apostólica, cuando
lo que expresan son sus opiniones singulares y privadas. Las Escrituras y la
tradición están de acuerdo en atribuir a María la más grande santidad
personal; es concebida sin la mancha del pecado original; muestra la mayor
humildad y paciencia en su vida diaria (Lucas 1:38, 48); demuestra una
paciencia heróica en las circunstancias más difíciles (Lucas 2:7,35,48; Juan
19:25-27). Cuando se contempla la cuestión del pecado, María constituye
siempre una excepción.(81)
La total exclusión de María del pecado es confirmada por el Concilio de Trento
(Sesión VI, Canon 23): "Si alguien dice que el hombre una vez justificado
puede durante su vida entera evitar todo pecado, incluso venial, como la
Iglesia mantiene que hizo la Virgen María por un privilegio especial de Dios,
sea reo de anatema". Los teólogos afirman que María fue inmaculada, no por la
perfección esencial de su naturaleza, sino por un privilegio divino especial.
Mas aún, los Padres, al menos desde el siglo V, mantienen casi unánimemente
que la Bienaventurada Virgen nunca experimentó los impulsos de la
concupiscencia.
El milagro de Caná.
Los evangelistas relacionan el nombre de María con tres sucesos diferentes en
la vida pública de Nuestro Señor: con el milagro de Caná, con su predicación y
con su pasión. El primero de estos incidentes es narrado en Juan 2:1-10:
"...hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue
invitado también Jesús con sus discípulos a la boda. No tenían vino, porque el
vino de la bo da se había acabado. En esto dijo la madre de Jesús a éste: No
tienen vino. Díjole Jesús: Mujer, ¿qué nos va a mi y a ti? No es aún llegada
mi hora."
Se supone naturalmente que uno de los contrayentes estaba emparentado con
María, y que Jesús había sido invitado a causa del parentesco de su madre. La
pareja debe haber sido bastante pobre, ya que el vino estaba de hecho
agotándose. María desea salvar a sus amigos de la vergüenza de no poder
agasajar adecuadamente a sus invitados, y recurre a su divino Hijo. Ella
simplemente expone su necesidad, sin añadir ninguna petición. Al dirigirse a
las mujeres, Jesús emplea de modo uniforme la palabra "mujer" (Mateo 15:28;
Lucas 13:12; Juan 4:21; 8:10; 19:26; 20:15), una expresión utilizada por los
escritores clásicos como un tratamiento respetuoso y honorable. (82)
Los pasajes citados arriba muestran que en el lenguaje de Jesús el tratamiento
"mujer" tiene un significado sumamente respetuoso. La frase "qué nos va a
mi y a ti" se traduce al griego ti emoi kai soi, que a su vez corresponde
a la frase hebrea mah li walakh. Esto último sucede en Jueces 11:12; II Reyes
16:10; 19:23, III Reyes 17:18; IV Reyes 3:13; 9:18; II Paralipómenos 35:21. El
Nuevo testamento muestra expresiones equivalentes en Mateo 8:29; Marcos 1:24;
Lucas 4:34; 8:28; Mateo 27:19. El significado de la frase varía según el
carácter del que habla, abarcando desde una muy pronunciada oposición a una
conformidad cortés. Un significado tan variable le hace difícil al traductor
encontrar un equivalente igualmente variable. "Qué tengo que ver contigo",
"esto no es asunto mío ni tuyo", "por qué me causas tantos
problemas", "déjame asistir a esto", son algunas de las
traducciones sugeridas. En general, las palabras parecen referirse a una mayor
o menor oportunidad que intentan eliminar. La última parte de la respuesta de
Nuestro Señor presenta menos dificultades para el intérprete: "No es aún
llegada mi hora" no puede referirse al preciso momento en que la necesidad
de vino requerirá la intervención milagrosa del Señor, ya que en el lenguaje
de S. Juan "mi hora" o "la hora" se refiere al tiempo predestinado para algún
suceso importante (Juan 4:21,23; 5:25,28; 7:30; 8:29; 12:23; 13:1; 16:21;
17:1).
Por ello, el significado de la respuesta de Nuestro Señor es: "¿Por qué me
importunas pidiéndome tal intervención? El momento señalado por Dios para tal
intervención no ha llegado todavía"; o "¿por qué te preocupas? ¿no ha llegado
el momento de manifestar mi poder?" El primero de estos significados implica
que gracias a la intercesión de María, Jesús adelantó el momento dispuesto
para la manifestación de su poder milagroso (83); el segundo significado se
obtiene al tomar la segunda parte de las palabras de Nuestro Señor como una
pregunta, como hizo S. Gregorio de Nyssa (84), y también como la versión árabe
del "Diatessaron" de Tatiano (Roma, 1888). (85) María comprendió las palabras
de su divino Hijo en su sentido correcto; ella avisó sencillamente a los
camareros, "Haced lo que El os diga" (Juan 2:5). No hay posibilidad de
explicar la respuesta de Jesús como una denegación de la petición.
María durante la vida apostólica de Nuestro Señor.
Durante la vida apostólica de Nuestro Señor, María logró pasar casi
completamente inadvertida. Al no ser llamada para ayudar directamente a su
Hijo en su ministerio, no quiso interferir en su trabajo con una presencia
inoportuna. En Nazaret era considerada como una madre judía corriente; S.
Mateo (3:55-56; cf. Marcos 6:3) presenta a la gente del pueblo diciendo:
"¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María, y sus
hermanos Santiago y José, Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre
nosotros?". Dado que la gente deseaba, por su lenguaje, rebajar la
consideración de Nuestro Señor, debemos deducir que María pertenecía al orden
social inferio r de la gente del pueblo. El pasaje paralelo de S. Marcos dice,
"¿No es éste el carpintero?", en lugar de "¿No es éste el hijo del
carpintero?" Puesto que ambos evangelistas omiten el nombre de S. José,
debemos suponer que ya había muerto antes de que este episodio sucediera.
A primera vista, pudiera parecer que Jesús despreciaba la dignidad de su
Bienaventurada Madre. Cuando le dijeron: "Tu madre y tus hermanos están
fuera y desean hablarte. El respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi
madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos,
dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera que hiciere la
voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana,
y mi madre". (Mateo 12:47-50; cf. Marcos 3:31-35; Lucas 8:19-21).
En otra ocasión "levantó la voz una mujer de entre la muchedumbre y dijo:
Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste. Pero El dijo: Más bien,
dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lucas 11:27-28).
En realidad, en ambos pasajes Jesús sitúa el lazo que une el alma con Dios por
encima del lazo natural de parentesco que une a la Madre de Dios con su divino
Hijo. Esta última dignidad no es menospreciada; es utilizada por Nuestro Señor
como un medio para hacer ver el valor real de la santidad, dado que obviamente
los hombres lo aprecian con más facilidad. Por tanto, en realidad Jesús
ensalza a su Madre del modo más enfático, dado que ella superó al resto de los
hombres en santidad no menos que en dignidad. (86) Muy probablemente María se
encontraba también entre las santas mujeres que atendían a Jesús y a sus
apóstoles durante su ministerio en Galilea (cf. Lucas 8:2-3); el evangelista
no menciona ninguna otra aparición pública de María durante los viajes de
Jesús a través de Galilea o de Judea. Sin embargo, debemos recordar que,
cuando el sol aparece, aun las más brillantes estrellas se tornan invisibles .
María durante la Pasión de Nuestro Señor.
Dado que la Pasión de Jesucristo tuvo lugar durante la semana pascual, se
espera naturalmente encontrar a María en Jerusalén. La profecía de Simeón se
cumplió en su plenitud principalmente durante los momentos de sufrimiento de
Nuestro Señor.
Según una tradición, su Bienaventurada Madre se encontró con Jesús cuando
cargaba con la cruz camino del Gólgota. El Itinerarium del Peregrino de
Burdeos describe los lugares memorables que el escritor visitó en el 333 d. de
J.C., pero no menciona ninguna localidad consagrada a este encuentro entre
María y su divino Hijo. (87) El mismo silencio domina en el llamado
Peregrinatio Silviae que solía localizarse en el 385 d. de J.C., pero que
últimamente ha sido emplazado en 533-540 d. de J.C. (88) Mas un plano de
Jerusalén que data del año 1308 muestra la iglesia de S. Juan Bautista con la
inscripción "Pasm. Vgis", Spasmus Virginis, el desmayo de la Virgen. D u rante
el curso del siglo XIV, los cristianos comenzaron a localizar los
emplazamientos consagrados a la Pasión de Cristo, y entre ellos se encontraba
el lugar en el que se dice que María se desmayó al ver a su Hijo sufriendo.
(89)
Desde el siglo XV se encuentra siempre "Sancta Maria de Spasmo" entre las
estaciones del Camino de la Cruz, erigidas en varias partes de Europa a
imitación de la Vía Dolorosa de Jerusalén. (90) El hecho de que Nuestra Señora
debería haberse desmayado a la vista de los sufrimientos de su Hijo no está
muy de acuerdo con su comportamiento heroico al pie de la cruz; a pesar de
ello, debemos considerar su calidad de mujer y madre en su encuentro con su
Hijo camino del Gólgota, mientras que es la Madre de Dios al pie de la cruz.
La maternidad espiritual de María.
Mientras Jesús colgaba en la cruz, "estaban junto a la cruz de Jesús su
Madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús,
vi endo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la
Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y
desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa". (Juan 19:25-27).
El oscurecimiento del sol y los otros fenómenos naturales extraordinarios
deben haber asustado a los enemigos del Señor lo suficiente como para que no
interfirieran con su madre y con los pocos amigos que permanecían al pie de la
cruz. Entre tanto, Jesús había orado por sus enemigos y había prometido el
perdón al buen ladrón; al llegar ese momento, El tuvo compasión de su desolada
madre, y aseguró su porvenir. Si S. José hubiera estado vivo, o si María
hubiera sido la madre de aquellos que son llamados hermanos o hermanas de
Nuestro Señor en los Evangelios, tal medida no hubiera sido necesaria. Jesús
utiliza el mismo título respetuoso con el que se había dirigido a su madre en
las fiestas de las bodas de Caná. Ahora El confía a María a Juan como su
madre, y desea que María considere a Juan como su hijo.
Entre los escritores más tempranos, Orígenes es el único que considera la
maternidad de María sobre todos los creyentes en este sentido. Según él,
Cristo vive en todos los que le siguen con perfección, y así como María es la
Madre de Cristo, también es la madre de aquel en el que Cristo vive. Por ello,
según Origenes, el hombre tiene un derecho indirecto a reclamar a María como
su madre, en la medida en que se identifique con Jesús por la vida de la
gracia. (91) En el siglo IX, Jorge de Nicomedia (92) explica las palabras de
Nuestro Señor en la cruz de forma que Juan es confiado a María, y con Juan
todos los discípulos, convirtiéndola en madre y señora de todos los compañeros
de Juan. En el siglo XII Ruperto de Deutz explica las palabras de Nuestro
Señor estableciendo la maternidad espiritual de María sobre los hombres,
aunque S. Bernardo, el ilustre contemporaneo de Ruperto, no cita este
privilegio entre los numeros os títulos de Nuestra Señora. (93)
Posteriormente, la explicación de Ruperto de las palabras de Nuestro Señor en
la cruz se volvió más y más común, tanto es así que en nuestros días se la
puede hallar prácticamente en todos los libros de piedad. (94)
La doctrina de la maternidad espiritual de María está contenida en el hecho de
que ella es la antítesis de Eva: Eva es nuestra madre natural ya que es el
origen de nuestra vida natural; por tanto, María es nuestra madre espiritual
ya que es el origen de nuestra vida espiritual. Una vez más, la maternidad
espiritual de María se basa en el hecho de que Jesús es nuestro hermano, ya
que es "el primogénito entre muchos hermanos" (Romanos 8:29). Ella se
convirtió en nuestra madre desde el momento en que accedió a la Encarnación
del Verbo, la Cabeza del cuerpo místico cuyos miembros somos nosotros; y ella
selló su maternidad al consentir al sacrificio sangriento en la cruz que es la
fuente de nuestra vida sobrenatu ral. María y las santas mujeres (Mateo 17:56;
Marcos 15:40; Lucas 23:49; Juan 19:25) presenciaron la muerte de Jesús en la
cruz; probablemente, ella permaneció durante el descendimiento de su Cuerpo
sagrado y durante su funeral.
El Sabath siguiente fue para ella tiempo de dolor y esperanza. El decimoprimer
canon de un concilio que tuvo lugar en Colonia, en 1423, instituyó contra los
husitas la festividad de los Dolores de Nuestra Señora, emplazándola en el
viernes siguiente al tercer domingo después de Pascua. En 1725 Benedicto XIV
extendió la festividad a toda la Iglesia, y la emplazó el viernes de la Semana
de Pasión. "Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa"
(Juan 19:27). Si vivieron en Jerusalén o en otro lugar no puede ser
determinado a partir de los Evangelios.
María y la Resurrección de Nuestro Señor.
La narración inspirada de los incidentes relacionados con la Resurrección de
Cristo no menciona a María; mas tampoco pretenden ofrecer una narración
completa de todo lo que Jesús hizo o dijo. Los Padres también guardan silencio
en cuanto a la participación de María en las alegrías del triunfo de su Hijo
sobre la muerte. Sin embargo, S. Ambrosio (95) afirma expresamente: "María
por tanto vio la Resurrección del Señor; ella fue la primera que la vio y
creyó. María Magdalena también la vio, aunque todavía dudó".
Jorge de Nicomedia (96) deduce de la participación de María en los
sufrimientos de Nuestro Señor que, antes que todos los demás y más que todos
ellos, ella debe haber participado en el triunfo de su Hijo. En el siglo XII,
una aparición del Salvador resucitado a su Bienaventurada Madre es admitida
por Ruperto de Deutz (97), y también por Eadmer (98), S. Bernardino de Siena
(99), S. Ignacio de Loyola (100), Suárez (101), Maldon. (102) etc. (103). El
hecho de que Cristo resucitado se haya aparecido primero a su Bienaventurada
Madre coincide al menos con nuestras piados as expectativas.
Aunque los Evangelios no nos lo dicen expresamente, podemos suponer que María
estaba presente cuando Jesús se apareció a varios de sus discípulos en Galilea
y en el momento de su Ascensión (cf. Mateo 28:7, 10, 16; Marcos 16:7). Más
aún, no es improbable que Jesús visitara repetidamente a su Bienaventurada
Madre durante los cuarenta días después de su Resurrección.
[17] de B. Virg., l. IV, c. 24
[18] La Vierge Marie d´apres l´Evangile et dans
l´Eglise
[19] Letter to Dr. Pusey
[20] Mary in the Gospels, London and New York, 1885,
Lecture I.
[21] cf. Tertul., de carne Christi, 22; P.L., II, 789;
St. Aug., de cons. Evang., II, 2, 4; P.L., XXXIV, 1072.
[22] Cf. St. Ignat., ad Ephes, 187; St. Justin, c.
Taryph., 100; St. Aug., c. Faust, xxiii, 5-9; Bardenhewer, Maria Verkundigung,
Freiburg, 1896, 74-82; Friedrich, Die Mariologie des hl. Augustinus, Cöln,
1907, 19 sqq.
[23] Jans., Hardin., etc.
[24] ho m. I. de nativ. B.V., 2, P.G., XCVI, 664
[25] P.G., XLVII, 1137
[26] de praesent., 2, P.G., XCVIII, 313
[27] de laud. Deipar., P.G., XLIII, 488
[28] P.L., XCVI, 278
[29] in Nativit. Deipar., P.L., CLI, 324
[30] cf. Aug., Consens. Evang., l. II, c. 2
[31] Schuster and Holzammer, Handbuch zur biblischen
Geschichte, Freiburg, 1910, II, 87, note 6
[32] Anacreont., XX, 81-94, P.G., LXXXVII, 3822
[33] hom. I in Nativ. B.M.V., 6, II, P.G., CCXVI, 670,
678
[34] cf. Guérin, Jérusalem, Paris, 1889, pp. 284,
351-357, 430; Socin-Benzinger, Palästina und Syrien, Leipzig, 1891, p. 80;
Revue biblique, 1893, pp. 245 sqq.; 1904, pp. 228 sqq.; Gariador, Les
Bénédictins, I, Abbaye de Ste-Anne, V, 1908, 49 sq.
[35] cf. de Vogue, Les églises de la Terre-Sainte,
Paris, 1850, p. 310
[36] 2, 4, P.L., XXX, 298, 301
[37] Itiner., 5, P.L., LXXII, 901
[38] cf. Lievin de Hamme, Guide de la Terre-Sainte,
Jerusalem, 1887, III, 183
[39] haer., XXX, iv, II, P.G., XLI, 410, 426
[40] P.G., XCVII, 806
[41] cf. Aug., de santa virginit., I, 4, P.L., XL, 398
[42] cf. Luke, i, 41; Tertullian, de carne Christi,
21, P.L., II, 788; St. Ambr., de fide, IV, 9, 113, P.L., XVI, 639; St. Cyril
of Jerus., Catech., III, 6, P.G., XXXIII, 436
[43] Tischendorf, Evangelia apocraphya, 2nd ed.,
Leipzig, 1876, pp. 14-17, 117-179
[44] P.G., XLVII, 1137
[45] P.G., XCVIII, 313
[46] P.G., XXXVCIII, 244
[47] cf. Guérin, Jerusalem, 362; Liévin, Guide de la
Terre-Sainte, I, 447
[48] de virgin., II, ii, 9, 10, P.L., XVI, 209 sq.
[49] cf. Corn. Jans., Tetrateuch. in Evang., Louvain,
1699, p. 484; Knabenbauer, Evang. sec. Luc., Paris, 1896, p. 138
[50] cf. St. Ambrose, Expos. Evang. sec. Luc., II, 19,
P.L., XV, 1560
[51] cf. Schick, Der Geburtsort Johannes´ des Täufers,
Zeitschrift des Deutschen Palästina-Vereins, 1809, 81; Barnabé Meistermann, La
patrie de saint Jean- Baptiste, Paris, 1904; Idem, Noveau Guide de Terre-Sainte,
Paris, 1907, 294 sqq.
[52] cf. Plinius, Histor. natural., V, 14, 70
[53] cf. Aug., ep. XLCCCVII, ad Dardan., VII, 23 sq.,
P.L., XXXIII, 840; Ambr. Expos. Evang. sec. Luc., II, 23, P.L., XV, 1561
[54] cf. Knabenbauer, Evang. sec. Luc., Paris, 1896,
104-114; Schürer, Geschichte des Jüdischen Volkes im Zeitalter Jesu Christi,
4th edit., I, 508 sqq.; Pfaffrath, Theologie und Glaube, 1905, 119
[55] cf. St. Justin, dial. c. Tryph., 78, P.G., VI,
657; Orig., c. Cels., I, 51, P.G., XI, 756; Euseb., vita Constant., III, 43;
Demonstr. evang., VII, 2, P.G., XX, 1101; St. Jerome, ep. ad Marcell., XLVI
[al. XVII]. 12; ad Eustoch., XVCIII [al. XXVII], 10, P.L., XXII, 490, 884
[56] in Ps. XLVII, II, P.L., XIV, 1150;
[57] orat. I, de resurrect., P.G., XLVI, 604;
[58] de fide orth., IV, 14, P.G., XLIV, 1160; Fortun.,
VIII, 7, P.L., LXXXVIII, 282;
[59] 63, 64, 70, P.L., XXXVIII, 142;
[60] S umma theol., III, q. 35, a. 6;
[61] cf. Joseph., Bell. Jud., II, xviii, 8
[62] In Flaccum, 6, Mangey´s edit., II, p. 523
[63] cf. Schurer, Geschichte des Judischen Volkes im
Zeitalter Jesu Christi, Leipzig, 1898, III, 19-25, 99
[64] The legends and traditions concerning these
points may be found in Jullien´s "L´Egypte" (Lille, 1891), pp. 241-251, and in
the same author´s work entitled "L´arbre de la Vierge a Matarich", 4th edit.
(Cairo, 1904).
[65] As to Mary´s virginity in her childbirth we may
consult St. Iren., haer. IV, 33, P.G., VII, 1080; St. Ambr., ep. XLII, 5, P.L.,
XVI, 1125; St. Aug., ep CXXXVII, 8, P.L., XXXIII, 519; serm. LI, 18, P.L.,
XXXVIII, 343; Enchir. 34, P.L., XL, 249; St. Leo, serm., XXI, 2, P.L., LIV,
192; St. Fulgent., de fide ad Petr., 17, P.L., XL, 758; Gennad., de eccl. dogm.,
36, P.G., XLII, 1219; St. Cyril of Alex., hom. XI, P.G., LXXVII, 1021; St.
John Damasc., de fide orthod., IV, 14, P.G., XCIV, 1161; Pasch. Radb., de
partu Virg., P.L., CXX, 1367; etc. As to the passing doubts concerning Mary´s
virginity during her childbirth, see Orig., in Luc., hom. XIV, P.G., XIII,
1834; Tertul., adv. Marc., III, 11, P.L., IV, 21; de carne Christi, 23, P.L.,
II, 336, 411, 412, 790.
[66] Matt., xii, 46-47; xiii, 55-56; Mark, iii, 31-32;
iii, 3; Luke, viii, 19-20; John, ii, 12; vii, 3, 5, 10; Acts, i, 14; I Cor.,
ix, 5; Gal., i, 19; Jude, 1
[67] cf. St. Jerome, in Matt., i, 2 (P.L., XXVI,
24-25)
[68] cf. St. John Chrys., in Matt., v, 3, P.G., LVII,
58; St. Jerome, de perpetua virgin. B.M., 6, P.L., XXIII, 183-206; St.
Ambrose, de institut. virgin., 38, 43, P.L., XVI, 315, 317; St. Thomas, Summa
theol., III, q. 28, a. 3; Petav., de incarn., XIC, iii, 11; etc.
[69] cf. Exod., xxxiv, 19; Num., xciii, 15; St.
Epiphan., haer. lxxcviii, 17, P.G., XLII, 728
[70] cf. Revue biblique, 1895, pp. 173-183
[71] St. Peter Chrysol., serm., CXLII, in Annunt. B.M.
V., P.G., LII, 581; Hesych., hom. V d e S. M. Deip., P.G., XCIII, 1461; St.
Ildeph., de virgin. perpet. S.M., P.L., XCVI, 95; St. Bernard, de XII praer.
B.V.M., 9, P.L., CLXXXIII, 434, etc.
[72] ad Ephes., 7, P.G., V, 652
[73] adv. haer., III, 19, P.G., VIII, 940, 941
[74] adv. Prax. 27, P.L., II, 190
[75] Serm. I, 6, 7, P.G., XLVIII, 760-761
[76] Cf. Ambr., in Luc. II, 25, P.L., XV, 1521; St.
Cyril of Alex., Apol. pro XII cap.; c. Julian., VIII; ep. ad Acac., 14; P.G.,
LXXVI, 320, 901; LXXVII, 97; John of Antioch, ep. ad Nestor., 4, P.G., LXXVII,
1456; Theodoret, haer. fab., IV, 2, P.G., LXXXIII, 436; St. Gregory Nazianzen,
ep. ad Cledon., I, P.G., XXXVII, 177; Proclus, hom. de Matre Dei, P.G., LXV,
680; etc. Among recent writers must be noticed Terrien, La mère de Dieu et la
mere des hommes, Paris, 1902, I, 3-14; Turnel, Histoire de la théologie
positive, Paris, 1904, 210-211.
[77] cf. Petav., de incarnat., XIV, i, 3-7
[78] ep. CCLX, P.G., XXXII, 965-968
[79] hom. IV, in Matt., P.G., LVII, 45; hom. XLIV, in
Matt. P.G., XLVII, 464 sq.; hom. XXI, in Jo., P.G., LIX, 130
[80] in Jo., P.G., LXXIV, 661-664
[81] St. Ambrose, in Luc. II, 16-22; P.L., XV,
1558-1560; de virgin. I, 15; ep. LXIII, 110; de obit. Val., 39, P.L., XVI,
210, 1218, 1371; St. Augustin, de nat. et grat., XXXVI, 42, P.L., XLIV, 267;
St. Bede, in Luc. II, 35, P.L., XCII, 346; St. Thomas, Summa theol., III. Q.
XXVII, a. 4; Terrien, La mere de Dieu et la mere des hommes, Paris, 1902, I,
3-14; II, 67-84; Turmel, Histoire de la théologie positive, Paris, 1904,
72-77; Newman, Anglican Difficulties, II, 128-152, London, 1885
[82] cf. Iliad, III, 204; Xenoph., Cyrop., V, I, 6;
Dio Cassius, Hist., LI, 12; etc.
[83] cf. St. Irenaeus, c. haer., III, xvi, 7, P.G.,
VII, 926
[84] P.G., XLIV, 1308
[85] See Knabenbauer, Evang. sec. Joan., Paris, 1898,
pp. 118-122; Hoberg, Jesus Christus. Vorträge, Freiburg, 1908, 31, Anm. 2;
Theologie und Glaube, 1909, 564, 808.
[86] cf. St. Augustin, de virgin., 3, P.L., XL, 398;
pseudo-Justin, quaest. et respons. ad orthod., I, q. 136, P.G., VI, 1389
[87] cf. Geyer, Itinera Hiersolymitana saeculi IV-VIII,
Vienna, 1898, 1-33; Mommert, Das Jerusalem des Pilgers von Bordeaux, Leipzig,
1907
[88] Meister, Rhein. Mus., 1909, LXIV, 337-392; Bludau,
Katholik, 1904, 61 sqq., 81 sqq., 164 sqq.; Revue Bénédictine, 1908, 458;
Geyer, l. c.; Cabrol, Etude sur la Peregrinatio Silviae, Paris, 1895
[89] cf. de Vogüé, Les Eglises de la Terre-Sainte,
Paris, 1869, p. 438; Liévin, Guide de la Terre-Sainte, Jerusalem, 1887, I, 175
[90] cf. Thurston, in The Month for 1900, July-September,
pp. 1-12; 153-166; 282-293; Boudinhon in Revue du clergé français, Nov. 1,
1901, 449-463
[91] Praef. in Jo., 6, P.G., XIV, 32
[92] Orat. VIII in Mar. assist. cruci, P.G., C, 1476
[93] cf. Sermo dom. infr. oct. Assumpt., 15, P.L.,
XLXXXIII, 438
[94] cf. Terrien, La mere de Dieu et la mere des homm
es, Paris, 1902, III, 247-274; Knabenbauer, Evang. sec. Joan., Paris, 1898,
544-547; Bellarmin, de sept. verb. Christi, I, 12, Cologne, 1618, 105-113
[95] de Virginit., III, 14, P.L., XVI, 283
[96] Or. IX, P.G., C, 1500
[97] de div. offic., VII, 25, P.L., CLIX, 306
[98] de excell. V.M., 6, P.L., CLIX, 568
[99] Quadrages. I, in Resurrect., serm. LII, 3
[100] Exercit. spirit. de resurrect., I apparit.
[101] de myster. vit. Christi, XLIX, I
[102] In IV Evang., ad XXVIII Matth.
[103] See Terrien, La mere de Dieu et la mere des
hommes, Paris, 1902, I, 322-325.