EI dios de los cristianos, Dios de mi infancia, no hace el amor. Quizás es el único dios que nunca ha hecho el amor, entre todos los dioses de todas las religiones de la historia humana. Cada vez que lo pienso, siento pena por él.
Y entonces le perdono que haya sido mi superpapá castigador, jefe de policía del universo, y pienso que al fin y al cabo Dios también supo ser mi amigo en aquellos viejos tiempos, cuando yo creía en El y creía que El creía en mí.
Entonces paro la oreja, a la hora de los rumores mágicos, entre la caída del sol y la caída de la noche, y me parece escuchar sus melancólicas confidencias.
“Dormir me gusta, me gusta mucho, porque cuando duermo, sueño. Entonces me hago amante o amanta, me quemo en el fuego fugaz de los amores de paso, soy cómico de la legua, pescador de alta mar o gitana adivinadora de la suerte; del árbol prohibido devoro hasta las hojas y bebo y bailo hasta rodar por los suelos...
Cuando despierto, estoy solo. No tengo con quién jugar, porque los ángeles me toman tan en serio, ni tengo a quién desear. Estoy condenado a desearme a mí mismo. De estrella en estrella ando vagando, aburriéndome en el universo vacío. Me siento muy cansado, me siento muy solo. Yo estoy solo, yo soy solo, solo por toda la eternidad”[1].
Afirmar que Dios ama y que ama “en serio” no es una cuestión periférica para la fe en un Dios definido como amor y para la vida de fe que se resume en el amor. De hecho nos encontramos ante un problema de lenguaje[2], no están en juego lo que es Dios en sí mismo, sino el cómo hablar de Dios. El texto de Galeano no nos confronta a Dios en sí mismo, sino al lenguaje humano sobre Dios. Un ejemplo ilustrativo: en la Summa de Tomás de Aquino se nos muestra un Dios al que le es imposible amar algo distinto de sí mismo. En el lenguaje escolástico medieval un Dios apasionado es un absurdo metafísico:
Existe un primer ser a quien llamamos Dios. Por ser primer ser requiere ser acto puro sin mezcla alguna de potencialidad, pues la potencia es absolutamente posterior al acto. Todo lo que de una manera u otra se muda, de un modo u otro está en potencia. Por lo cual, es imposible que Dios de algún modo se mueva. Dios no puede conocer lo singular. Dios goza con una única y simple operación. Por lo mismo, ama sin pasión. Luego Dios no ama lo distinto a El mismo[3].
Uno de los puntos focales de las deliberaciones de los obispos en Aparecida fe el cómo hablar de, sobre, Dios hoy. El mismo Tomás advierte que nuestros discursos sobre Dios causan frecuentemente risa en los no creyentes[4].
1.
El Manikon Eros de Dios
El lenguaje inspirado de la Sagrada escritura poco o nada tiene que ver con el Dios del que siente lástima Galeano o con el Acto Puro que solamente puede amar sin pasión. Así lo entiende Benedicto XVI:
“Los profetas Oseas y Ezequiel, sobre todo, han descrito esta pasión de Dios por su pueblo con imágenes eróticas audaces. La relación de Dios con Israel es ilustrada con las metáforas del noviazgo y del matrimonio; por consiguiente, la idolatría es adulterio y prostitución”[5].
“Estos textos bíblicos indican que el eros forma parte del
corazón de Dios: el Todopoderoso espera el “sí” de sus criaturas como un joven
esposo el de su esposa”[6]
Yahveh, el Santo de Israel, Dios de toda la tierra, el creador y el Gohel, es el esposo de Israel (Is 54:5), y el Cantar de los Cantares es la exaltación suprema del erotismo apasionado de Dios que necesita ser correspondido por su pueblo: Llévame en pos de ti: ¡Corramos! El Rey me ha introducido en sus mansiones; por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres amado! (Cant 1:4)
Vale la pena leer y releer el monólogo del Señor ante su
amada-amante en el capítulo 16 del profeta Ezequiel: en este texto el altísimo
erotismo de Dios es sobrecogedor[7].
Dividamos el texto como en una especie de dramatización teatral:
PRIMER acto:
Personajes: Dios Una recién nacida, de origen y nacimiento cananea, por línea paterna es amorrea y por su madre hitita. Abandonada al nacer, su aspecto provoca asco.
Primera escena: Encuentro de Dios y la recién nacida en un basural, en las afueras de una ciudad multiétnica que no tiene grandes blasones.
Segunda escena: Dios habla y recuerda aquél primer encuentro.
Cuando naciste, el día en que viniste al mundo, no se te cortó el cordón, no se te lavó con agua para limpiarte, no se te frotó con sal, ni se te envolvió en pañales. Ningún ojo se apiadó de ti para brindarte alguno de estos menesteres, por compasión a ti. Quedaste expuesta en pleno campo, porque dabas repugnancia, el día en que viniste al mundo.
Aquí estamos frente al amor-hesed de Dios, que indica una actitud
profunda de "bondad".
SeGUNDO Acto:
Escena única: Pasa Dios y actúa.
Yo pasé junto a ti y te vi agitándote en tu sangre. Y te dije, cuando estabas en tu sangre: «Vive», y te hice crecer como la hierba de los campos.
Aquí aparece otro aspecto del amor de Dios, la misericordia, “rahamim”.
Hesed pone en evidencia los caracteres de la fidelidad hacia sí mismo y de la
"responsabilidad del propio amor" (que son caracteres en cierto modo
masculinos), rahamin, ya en su raíz, denota el amor de la madre (rehem= regazo
materno). Este amor es totalmente gratuito, no fruto de mérito, y que bajo este
aspecto constituye una necesidad interior: es una exigencia del corazón. Es una
variante casi "femenina" de la fidelidad masculina a sí mismo, expresada en el
hesed. Rahamim implica sentimientos de ternura, paciencia y comprensión. Ante la
niña abandonada se dice Dios: ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su
mamoncillo, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran,
yo no te olvidaría (Is 49, 15). Aparece el amor, fiel e invencible de Dios,
gracias a la misteriosa fuerza de su maternidad.
TERCER Acto:
Personajes: la adolecente con los senos formados, el vello del pubis crecido y completamente desnuda… el amor erótico de Dios, que se enamora perdidamente.
Primera escena: La niña aparece crecida, se desarrollada y en edad núbil. Dios la encuentra y se sorprende de lo que descubre.
Segunda escena: Dios se enamora y la posee.
Entonces pasé yo junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo de los amores. Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo - oráculo del señor Yahveh - y tú fuiste mía.
Con unas deliciosas imágenes vemos a Dios enamorarse de la obra
de su amor. Para comentarios… léase el Cantar de los Cantares.
CUARTO acto:
Personajes: la adolecente hecha mujer… Dios no repara en gastos a la hora de engalanar y alimentar a su amada.
Escena única: El Dios amante cuida hasta de los más mínimos detalles: él mismo la bañó con agua, la perfumó, la vistió con vestidos recamados, zapatos de cuero fino, banda de lino fino y manto de seda. En esta escena dice el esposo:
Te adorné con joyas, puse brazaletes en tus muñecas y un collar a tu cuello. Puse un anillo en tu nariz, pendientes en tus orejas, y una espléndida diadema en tu cabeza. Brillabas así de oro y plata, vestida de lino fino, de seda y recamados. Flor de harina, miel y aceite era tu alimento. Te hiciste cada día más hermosa, y llegaste al esplendor de una reina. Tu nombre se difundió entre las naciones, debido a tu belleza, que era perfecta, gracias al esplendor de que yo te había revestido - oráculo del Señor Yahveh.
Todos los ajuares de la amada son regalos de un Dios amante.
quintO acto:
Personajes: Dios abandonado. La esposa infiel. Transeúntes. Imágenes. Ídolos.
Escena primera. La amada se olvida del amante Dios, se aprovecha de todos los regalos del esposo, de su belleza y de su fama para prostituirse, prodigando generosamente su lascivia a todo transeúnte. Se hace tiendas en las colinas, se fabrica imágenes de hombres para prostituirte ante ellas. En el parlamento dice Dios:
Tomaste tus vestidos recamados y las recubriste con ellos; y pusiste ante ellas mi aceite y mi incienso. El pan que yo te había dado, la flor de harina, el aceite y la miel con que yo te alimentaba, lo presentaste ante ellas como calmante aroma.
Escena segunda. La esposa se construye un prostíbulo en todas las plazas y en la cabecera de todo camino contamina su hermosura, entrega su cuerpo a todo transeúnte. La mujer, aprovechándose de la hermosura de Dios le había dado y de todos sus regalos, se olvidó de cuando su aspecto repugnante, cuando estaba completamente desnuda y agitándose en su sangre.
Estamos en el clímax del relato. Dios abandonado. El excesivo
amor de Dios no es correspondido.
Sexto acto:
Personajes: Desaparece Dios del escenario. Vemos a la esposa en proceso de degradación a medida que avanza la escena. Aparecen ídolos con hombres fornidos y ricos.
Escena primera: El abandono de Dios[8] es una degradación progresiva que llega al extremo de sacrificar a los hijos e hijas concebidos con Dios y dado a luz para Dios. Vemos a la prostituta que asesina a los hijos que había tenido con Dios y los entrega a los ídolos haciéndoles pasar por el fuego en su honor.
Escena segunda: La mujer gustó del cuerpo fornido de los egipcios, se prostituyó con asirios, con mercaderes Caldeos…
Termina el acto con la mujer harta de tantas prostituciones.
Séptimo acto:
Personaje: en el escenario vemos a la esposa sola que escucha la voz de Dios.
Escena única: En esta tragedia se abre un espacio para la comedia: la esposa no sabía que una prostituta cobra por sus favores. Habla Dios:
A toda prostituta se le da un regalo. Tú, en cambio, dabas regalos a todos tus amantes, y los atraías con mercedes para que vinieran a ti de los alrededores y se prestasen a tus prostituciones. Contigo ha pasado en tus prostituciones al revés que con las otras mujeres; nadie andaba solicitando detrás de ti; eras tú la que pagabas, y no se te pagaba: ¡ha sido al revés!
Si al principio de su existencia la mujer amada provocaba
repugnancia… ahora provoca risa.
Octavo acto:
Personajes: Dios enloquecido y la mujer castigada.
Escena primera: Aparece en el escenario un Dios violento, enceguecido por la rabia y los celos: son incontrolables las reacciones de un eros despechado. Largo discurso de Dios:
Yo haré contigo como has hecho tú, que menospreciaste el juramento, rompiendo la alianza…
Pues bien, prostituta, escucha la palabra de Yahveh: Por haber prodigado tu bronce y descubierto tu desnudez en tus prostituciones con tus amantes y con todas tus abominables basuras, por la sangre de tus hijos que les has dado, por esto he aquí que yo voy a reunir a todos los amantes a quienes complaciste, a todos los que amaste y también a los que aborreciste; los voy a congregar de todas partes contra ti, y descubriré tu desnudez delante de ellos, para que vean toda tu desnudez.
Escena segunda: Dios aplica a su amada infiel el castigo de las mujeres adúlteras y de las que derraman sangre[9]. Entregará a su amada al furor y a los celos de los amantes, quienes arrasarán sus prostíbulos, le arrancarán sus joyas y la dejarán completamente desnuda, la lapidarán, la acribillarán con sus espadas, prenderán fuego a sus casas y harán justicia de ti, a la vista de una multitud de mujeres; yo pondré fin a tus prostituciones.
Las consecuencias de la infidelidad son trágicas.
Cae el telón:
Personajes: Dios loco de amor y la amada de nuevo joven.
Escena única: Vemos triunfar el eros loco de Dios, que dice: Desahogaré mi furor en ti; luego mis celos se retirarán de ti, me apaciguaré y no me airaré más[10]. El esposo se acuerda de su alianza en los días de la juventud de a amada, entonces ella sabrá que él es Yahveh.
La absoluta locura del erotismo divino: el eros del Altísimo no
puede no perdonar[11].
La obra termina con una nueva luna de miel.
La misión de Oseas es convertirse en presencia viva y personal del amor esponsal, de un Dios enloquecido por su amor pasional por su esposa-pueblo[12]. Oseas tiene que casarse con una prostituta y proclamar que los hijos de la prostituta serán igualmente hijos de Dios porque Dios está enamorado localmente de ella.
A pesar de lo cual en Oseas también aparece el eros despechado ¡ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido!
¡Que quite de su rostro sus prostituciones y de entre sus pechos sus adulterios; no sea que yo la desnude toda entera, y la deje como el día en que nació, la ponga hecha un desierto, la reduzca a tierra árida, y la haga morir de sed! Ni de sus hijos me compadeceré, porque son hijos de prostitución.
Oseas presenta el mismo cuadro de Ezequiel: se ha prostituido el pueblo de Dios, se ha deshonrado cuando decía: «Me iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mis bebidas.» El pueblo no entiende que el trigo, el mosto, el aceite virgen, la plata y el oro eran regalo del Señor y ¡todos los bienes de Dios lo empleaban en Baal!
En Oseas aparece otro matiz: el amor apasionado es creativo y hace que Dios invente artimañas para ganarse de nuevo a la amante infiel: el eros del Señor le cerca sus caminos con espinos y con empalizadas y la esposa infiel no encontrará más sus amantes, los perseguirá y no los alcanzará, los buscará y no los hallará.
A pesar de las explosiones de su celo -descubriré su vergüenza a los ojos de sus amantes, y nadie la librará de mi mano- Dios amante nunca pierde la esperanza en reconquistar el amor perdido: sabe que un día la infiel recapacitará y dirá: «Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora.»[13] El eros de Dios se promete volver a seducirla; la llevará al desierto y le hablará a su corazón. El eros sueña con una respuesta de la prostituta como en los días de su juventud.
Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh.[14]
Así sintetiza Benedicto XVI el mensaje de Oseas:
Oseas ante la infidelidad esponsal de Israel, profetiza en nombre
de Dios: “Voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón”
(Os 2,16). Luego, dirigiéndose a la esposa infiel, le dice: “Yo te desposaré
conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y
en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad” (Os 2, 21s). En el capítulo 11
vuelve Oseas a recordar la historia de amor entre Dios y su pueblo, un amor no
correspondido por parte de Israel (cf. Os 11, 1-6). Pero es tan fuerte y
apasionado el amor de Dios por su pueblo, que el amor triunfará: “¿Cómo voy a
entregarte, Efraín, cómo voy a soltarte, Israel? ¿Voy a entregarte como a Admá,
y tratarte como a Seboín? Mi corazón se convulsiona dentro de mí y al mismo
tiempo se estremecen mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera, no
volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios, no hombre; el Santo de Israel en
medio de ti, y no vendré con ira” (Os 11, 8s)[15].
El Dios de la metafísica debilita el mensaje explosivo de la Biblia. Nicolás Cabasilas[16], un teólogo ortodoxo, laico por añadidura, tiene una expresión que siempre me resultó audaz: el amor loco (manikon éros) de Dios por el hombre. Audaz hasta que la vulgarizó Benedito XVI[17].
El amor de Dios es también eros. En el Antiguo Testamento el Creador del universo muestra hacia el pueblo que eligió una predilección que trasciende toda motivación humana. El profeta Oseas expresa esta pasión divina con imágenes audaces como la del amor de un hombre por una mujer adúltera (cf. Os 3, 1-3); Ezequiel, por su parte, hablando de la relación de Dios con el pueblo de Israel, no tiene miedo de usar un lenguaje ardiente y apasionado (cf. Ez 16, 1-22). Estos textos bíblicos indican que el eros forma parte del corazón de Dios: el Todopoderoso espera el «sí» de sus criaturas como un joven esposo el de su esposa.
En la cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros. Efectivamente, eros es —como dice el Pseudo Dionisio Areopagita— la fuerza «que hace que los amantes no lo sean de sí mismos, sino de aquellos a los que aman» (De divinis nominibus, IV, 13: PG 3, 712). ¿Qué mayor «eros loco» (N. Cabasilas, Vida en Cristo, 648) que el que impulsó al Hijo de Dios a unirse a nosotros hasta el punto de sufrir las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propias?[18]
En la encíclica el Papa tiene la originalidad de aventurarse a hablar de la dimensión erótica del amor divino[19].
“Él ama, y este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros que, no obstante, es también totalmente ágape” (DCE 9). “El eros de Dios para con el hombre, es a la vez ágape. No sólo porque se da del todo gratuitamente, sin ningún mérito anterior, sino también porque es amor que perdona” (DCE 10)2.
Benedicto XVI nos remite al libro Los nombres de Dios del Pseudo Dionisio[20]. No podemos olvidar que la teología apofática es otra de las características del pensamiento del Areopagita: para él es verdadero tanto afirmar que a Dios no le corresponde propiamente ningún nombre como que le son propios todos los nombres de las cosas que existen[21].
Para Dionisio Dios no es ni alma ni inteligencia (...) no tiene ni número, ni orden, no es ni grande ni pequeño, ni igualdad ni desigualdad, ni semejanza ni desemejanza, no es inmóvil ni se mueve (...); que no vive ni es vida; que no es ni esencia, ni perpetuidad, ni tiempo; que no es ni ciencia, ni verdad, ni realidad, ni sabiduría, ni uno, ni unidad, ni divinidad, ni bien; ni espíritu, ni filiación ni paternidad, en el sentido en que nosotros podamos entenderla; ni es nada de lo que es accesible a nuestro conocimiento, que no es nada de aquello a lo que pertenece el no-ser, pero tampoco de aquello a lo que pertenece al ser.
Escapa a todo raciocinio, a toda denominación, a todo saber; no es ni tinieblas ni luz, ni error ni verdad; de ella no se puede afirmar absolutamente nada, y nada negar; y de ella no afirmamos ni negamos cosa alguna cuando hacemos afirmaciones o negaciones relativas a realidades que le son inferiores»[22].
Manteniéndonos en la dimensión apofática podemos aplicar a Dios el nombre de Eros, que para Dionisio es una creatura de Dios íntimamente relacionada con el Bien y la Belleza. Para Dionisio el Eros de Dios está presente en la Escritura, aunque no lo esté el término, no es pura especulación filosófica.
“Nadie piense que celebramos el nombre del Eros contra la Sagrada Escritura. Porque pienso que es irracional y necio el no fijarse en el valor de la intención, sino sólo en las palabras”.
“Pero para que no parezca que yo digo estas cosas con intención de cambiar la Sagrada Escritura, escuchen quienes alzan acusaciones contra el nombre del Eros: Ámala (erázati) –dice– y te salvará, abrázala y te exaltará, hónrala para que se apodere totalmente de ti”[23] .
De todos modos, en la inteligencia de las cosas divinas, los sentidos y las facultades humanas en cierta forma resultan superfluos, pues “el alma, semejante a Dios por la unión con el Desconocido, es introducida en los rayos de la Luz inaccesible a los ojos corporales”.
El eros está contenido en la atracción que la Bondad y Belleza ejercen sobre todo ser. Dios es a la vez Amor y Amable y entre el Eros y el agápe de Dios no hay diferencia, sino unidad de un único Amor, padre y causa de todos los amores que existen en el universo[24].
Para Benedicto XVI eros y agápe no son dos amores paralelos, menos aún son dos amores con una trayectoria diversa cada uno: uno, amor descendente, otro, ascendente; uno, amor oblativo, otro, posesivo; uno, amor carnal, otro, amor espiritual; uno, amor pagano, otro amor cristiano.
La teología protestante no puede despegarse fácilmente de su antropología de base pesimista y Benedicto se contrapone claramente a esta línea de pensamiento.
El Santo Padre se desmarca netamente de una concepción de oposición entre eros y agápe, muy presente en la teología protestante de gran parte del siglo XX, por influjo de teólogos como Heinrich Scholz, Anders Nygren, Emil Brunner, Karl Barth. El agápe es descrito por ellos como el amor desinteresado, que se da en lugar de imponerse; excluye por principio todo lo que sea amor a sí mismo, y está en contradicción con cualquier motivación inspirada por la exigencia de felicidad, es fundamentalmente “sin causa” y creador de valores mediante su “espontaneidad”. Eros, por su parte, es lo contrario del agápe. No es creador ni espontáneo. Es un amor de naturaleza egocéntrica y poseedora. Nygren: “Del eros no hay ningún camino por sublime que sea que conduzca al agápe”. Y Barth: “Cualquier matiz de tolerancia concedido al amor erótico sería un aspecto decididamente anticristiano”[25].
En la encíclica el de Dios eros es totalmente agápe, y el agápe divino está poseído por la fuerza poderosa del eros. El eros-agápe de Dios se hace carne y sangre en Jesús de Nazaret:
“La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito” (DCE 12).
El eros-agápe de Dios, encarnado en Cristo, se hace presente en la historia del hombre con la venida del Verbo al mundo (cf. Jn 3,15s), y es llevado a su máxima totalidad y radicalidad en el misterio de la Cruz.
“El Padre es el Amor que crucifica, el Hijo es el Amor crucificado, el Espíritu Santo es el poder invencible de la Cruz”, ha dicho magníficamente el Metropolita de Moscú, Filaretes. En cierto sentido, es la Crucifixión común en la que cada Persona de la Trinidad tiene su propia manera de participar en el Misterio. La Cruz vivificante es la única respuesta al proceso del ateísmo en el reino del mal[26].
Jesús padece porque no es un apático. La apatía no es unos de los nombre del Dios revelado. A lo largo y ancho de la Biblia, el eros de Dios es un amor apasionado… frecuente locamente apasionado: el Señor pierde la cabeza, e irrumpe violentamente cegado por sus celos: Desencadenaré mis celos contra ti, y te tratarán con furor, te arrancarán la nariz y las orejas, y lo que quede de los tuyos caerá a espada; se llevarán a tus hijos y a tus hijas, y lo que quede de los tuyos será devorado por el fuego (Ez 23:25).
El amor del Señor es el amor de la esposa y el esposo en el lecho nupcial, donde los amantes experimentan la fuerza irresistible de la atracción amorosa, manteniendo la propia identidad en la mutua entrega. Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido (Jer 20:7)[27].
“Se da ciertamente una unificación del hombre con Dios sueño originario del hombre-, pero esta unificación no es un fundirse juntos, un hundirse en el océano anónimo de lo divino; es una unidad que crea amor, en la que ambos -Dios y hombre- siguen siendo ellos mismos y, sin embargo, se convierten en una sola cosa: ‘El que se une al Señor, es un espíritu con él’, dice san Pablo (1Co 6,17)” (DCE 10).
Aquí viene uno de los problemas de la atracción amorosa de Dios, verdaderamente apasionada; Yahveh es un Dios celoso: Yahveh, tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso (Dt 4, 23s). Estos celos de Dios son el exceso mismo de su amor y que se aparecen como cólera y fuego divinos, que arrasan y consumen todo a su paso[28].
El eros de Dios reclama un amor de exclusividad, no puede permitir que el hombre tenga otros amantes y corra tras ellos, busque el amor en la prostitución idolátrica.
Dios busca, “persigue” a la ser humano amado hasta que logra introducirlo o reintroducirlo en el dinamismo deslumbrante y exagerado de su amor. Es la pasión simbolizada en la amada que busca a su amado en el Cantar de los Cantares que no descansa hasta que lo encuentra y goza de su presencia y de su amor.
Jesús expresa en sus parábolas ese amor de Dios que corre tras la oveja, que busca la moneda, que espera a su Hijo.
“Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja perdida, de la mujer que busca el drama, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar” (DCE 12).
El amor apasionado no se fija en la respuesta de amor por parte de la persona amada, sino más bien en la pasión que alienta en el corazón del amante. A este género de amor pertenece el amor apasionado de Dios, pues es un amor que perdona. La Cruz es la cátedra más encumbrada y sublime del amor que perdona, del amor que transforma la justicia en perdón. “A partir de allí se debe definir ahora qué es el amor” (DCE 12; cf. también el n. 6b). Jesucristo es el paradigma acabado del amor llamado a ser enteramente eros-agápe.
La tragedia de los profetas consiste en la aparente no-coherencia de las promesas de Dios-Hesed. ¿No eres tú desde antiguo, Yahveh, mi Dios, mi santo? ¡Tú no mueres! Muy limpio eres de ojos para mirar el mal, ver la opresión no puedes. ¿Por qué ves a los traidores y callas cuando el impío traga al que es más justo que él? (Hab 1, 12-13) ¡Ay! ¿serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas? (Jer 15, 18). Seguimos con un problema de lenguaje: Cómo pensar y cómo hablar del amor loco de Dios en medio del sufrimiento de los pobres de nuestras tierras.
En su obra Hablar de Dios desde el sufrimiento inocente, Gutiérrez se abocó de lleno al problema de encontrar un lenguaje adecuado para hablar de Dios desde la perspectiva del sufrimiento injusto de los pobres latinoamericanos[29]. Para un teólogo latinoamericano el discurso sobre Dios es una de las cuestiones centrales del método teológico: "...se trata, para nosotros, de encontrar un lenguaje sobre Dios en medio del hambre de pan de millones de seres humanos, la humillación de razas consideradas inferiores, la discriminación de la mujer en especial aquella de los sectores pobres, la injusticia social hecha sistema, la persistente y alta mortalidad infantil, los desaparecidos, los privados de libertad, los sufrimientos de pueblos que luchan por su derecho a la vida, los exilados y refugiados, el terrorismo de diverso signo… no es un tiempo pasado, es -desgraciadamente- un cruel presente y un tenebroso túnel en el que aún no se ve salida"[30].
Sólo desde el "Crucificado" es posible encontrar un lenguaje correcto para hablar del amor loco de Dios. Desde la cruz de Cristo es posible iniciar la búsqueda de una manera de hablar de Dios que tome en serio la experiencia humana en su totalidad. Cristo traspasado en la cruz es la revelación más impresionante del amor de Dios, un amor en el que eros y agápe, lejos de contraponerse, se iluminan mutuamente. La contemplación silenciosa de la cruz es imprescindible para pensar y para hablar de Dios, para hacer teología. Esta será un hablar enriquecido por un callar capaz de dar la vida por amor. Solo un apasionado puede entender la pasión.
Para Dionisio, el amor loco de Dios solo se puede conocer a Dios mediante la ignorancia (agnosía). Una buena dosis de agnosticismo es muy sana y sanadora a la hora de hablar sobre Dios. Descartando progresivamente todo lo que puede ser conocido puede acercarse al desconocido en las tinieblas de la ignorancia absoluta[31].
En el mismo sentido afirma Benedicto XVI:
San Agustín da a este sufrimiento nuestro la respuesta de la fe: «Si
comprehendis, non est Deus», si lo comprendes, entonces no es Dios. (Sermo
52, 16: PL 38, 360.) (DCE 18)
En la Cruz Dios es "impotente" ante el mal, ante el dolor y la muerte de hijo amado. La Biblia puede revelarnos a Dios todopoderoso, pero, especialmente, el Nuevo Testamento nos revela a un Dios débil, que se hace "débil" con los débiles. Un Dios débil, impotente, desnudo de todo poder en el pesebre y hasta de toda humanidad en la cruz.
La experiencia que el Dios-Poder es el dios-ídolo, el dios de las clases dominantes que matan y crucifican: “La idolatría trae la muerte del pobre, el dinero victima a los desposeídos"[32]. Dios el no poderoso, el débil explica "La racionalidad de un proyecto histórico que no viene de las clases dominantes, sino de los de abajo. Proyecto que denuncia una sociedad construida en beneficio de unos pocos y que anuncia un orden social hecho en función del pobre y oprimido"[33]
Para J.L. Segundo el problema no está en saber si Dios existe o no, sino en qué imagen nos hacemos de Dios y de acuerdo a qué Dios vivimos. En otras palabras, creemos que divide mucho más profundamente a los hombres la imagen que se hacen de Dios que el decidir luego si algo real corresponde o no a esa imagen"[34].
La Iglesia tiene que revisar en qué medida la es responsable de presentar un "rostro inauténtico de Dios" ante los ateos (GS 19).
"...América latina, en su lucha por su liberación no se enfrenta a la «muerte de Dios», sino a la tarea de «la muerte de los ídolos» que la esclavizan y con los cuales se confunde a menudo a Dios"[35].
La imagen ideológica de Dios es precisamente esa que otorga sentido a lo que no tiene sentido. El monoteísmo radical que confiesa un Dios todopoderoso obliga a afirmar que es bueno y justo lo que, si no dependiera de ese poder, sería injusto e inhumano. Como la muerte de un niño inocente o la división de la sociedad en ricos y miserables. El Dios del "poder" exime a la humanidad de crear una historia diferente, sólo debe dar cuenta de sus pecados y aceptar el castigo[36]. La teología convertida en la ideología (ideodología) crea dioses que se acomodan al «si Dios quiere» o al «Dios mediante». En este dios está tranquilo el opresor y se resigna el oprimido. "Todo lo que sea asociar a Dios y su voluntad con esos acontecimientos, aunque parezca una inofensiva muletilla del lenguaje corriente, tiene una profunda influencia ideológica y deshumanizadora”[37].
León XIII imagina que la solución de la cuestión social se logra si todos se hacen terciarios franciscanos. De ese modo siguiendo el ejemplo de San Francisco:
"Quedará perfectamente establecida la armonía entre ricos y pobres, cosa en que con tanto empeño trabajan los sociólogos, una vez sentado y fijado que la pobreza no está exenta de dignidad; que conviene que el rico sea misericordioso y espléndido y que el pobre viva conforme con su suerte y con su industria, y puesto que ni uno ni otro han nacido para estos bienes perecederos, ambos habrán de llegar al cielo, el uno ejercitando la paciencia, el otro la liberalidad.”[38]
Para Ronaldo Muñoz en este continente llamado cristiano, en nombre de Dios las minorías privilegiadas saben luchar en nombre de Dios para defender sus propiedades y su civilización; también en nombre de Dios las mayorías luchan por sobrevivir apenas a la diaria erosión de la pobreza. “En estas mismas mayorías empobrecidas, en nombre de Dios los más aceptan resignados su condición de miseria y sometimiento; y en nombre de Dios muchos van despertando y organizándose para una lucha de liberación colectiva".[39]
Aquél «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34; Mt 27,46) deja al descubierto el escándalo del abandono de Jesús por parte de su Padre, escándalo que no puede ser suavizado con nada. Si hubo tal abandono -al menos en cuanto a lo que Jesús pudo experimentar-, éste "trastrueca y critica nuestras ideas de Dios".
"Esta nueva forma de ser de Dios para con Jesús, llámesele abandono, silencio o simplemente distanciamiento o inacción de Dios, es lo más hiriente de la muerte de Jesús. Dicho en términos sistemáticos, en la cruz, el pecado aparece con mayor poder que el Padre Dios"[40].
En América Latina "no ganaríamos mucho, en efecto, con discurrir sobre la existencia de Dios, si no precisamos antes de qué Dios hablamos"[41]. Y afirmamos que en su erotismo loco, inexplicablemente loco Dios ama preferencial y gratuitamente a los pobres.
Los crucificados de la historia esperan la salvación. Y saben que para ello es necesario el poder; pero desconfían de lo que sea puro poder, ya que éste siempre se les ha mostrado contrario a lo largo de la historia.
¿Es creíble el poder de Dios para el pueblo crucificado? Para responder a esto es necesario volver de nuevo a Jesús crucificado y reconocer en él la presencia de Dios y la expresión del amor de Dios que entrega a su Hijo por amor[42].
En la cruz de Jesús aparece en primer lugar la impotencia de Dios. El eros divino llegó hasta el extremo de compartir los horrores de la historia, así ha llegado a su cumbre la cercanía de Dios a los hombres, iniciada en la encarnación. La cruz es la afirmación tajante de que nada en la historia ha puesto límites a la cercanía de Dios a los hombres.
Dios asume la cruz en solidaridad y amor con los crucificados, con los que sufren la cruz. La cruz de Jesús es la demostración más acabada del inmenso amor de Dios a los crucificados[43].
La Cruz vivificante es la única respuesta al proceso del ateísmo en el reino del mal. Se puede aplicar a Dios la noción más paradójica, la de la debilidad, que significa la salvación mediante el libre amor: Dios se presenta y declara su amor, y pide que le paguen con la misma moneda;... rechazado, espera a la puerta... Por todo el bien que nos ha hecho no pide a cambio más que nuestro amor; como pago de nuestro amor, nos perdona todas nuestras deudas.
Frente al sufrimiento, frente a toda forma
del mal, la única respuesta adecuada es decir que Dios es débil y que no puede
sino sufrir con nosotros. Débil, en efecto, no en su omnipotencia, sino en su
Amor crucificado...[44]
Hay que recuperar un pensar a Dios y un hablar sobre Dios desde el Cristo de los evangelios, el Jesús histórico, cuyas huellas y doctrina siguieron los apóstoles durante los años de su ministerio público. El manantial de un nuevo lenguaje sobre Dios en América Latina no lo encontramos en el Cristo de la reflexión teológica de las escuelas, sino en Jesús de Nazareth, pobre y de madre pobre, de donde nace el imperativo del seguimiento del Dios hecho hombre pobre[45].
A ese Cristo, nacido desnudo, desnudo muerto, se lo puede seguir solamente estando desnudo. El Cristo emperador, soberano vestido de oropeles, reflejado en los atavíos de los sobreaños civiles y eclesiásticos del Medievo, es contrapuesto al Cristo desnudo de los movimientos laicales evangélico-pauperísticos de los siglos XI-XIII.
De los Valdenses se dijo (entre 1173 y 1176): "Esta gente no tiene casa propia, caminan de dos en dos, con los pies desnudos, sin alforjas, poniendo todas las cosas en común, a ejemplo de los apóstoles, desnudos siguen a Cristo Desnudo". En la vida de S. Norberto de Xanten, fundador de los premostratenses (1083-1134) se dice: “Nudam crucem nudus utique sequi deberet”. “Nudum nudus sequar”. Esta expresión se le atribuye a San Jerónimo[46] y permea toda la literatura del movimiento penitencial medieval.
El hombre sólo consigue ser verdadera imagen - semejanza de Dios en Cristo por el Espíritu si se decide a seguir tras los pasos, huellas y doctrina de Jesús crucificado y débil. Solamente desnudos y en cruz somos verdadera imagen histórica del histórico hijo de Dios.
Cristo desnudo en el pesebre, desnudo en la Cruz, despojado e impotente en la eucaristía, puro acto de amor amante, es una buena manera de hablar del amor erótico de Dios. Nuestro lenguaje sobre Dios se ha ido revistiendo de ropajes culturales que hacen irreconocible al Padre de Jesús desnudo.
La ropa con la cual vestimos a Jesús, tanto
en la imaginería como en la teología y espiritualidad, o es propia de las clases
dominantes, o adhiere a la ideología monárquica rechazada por Jesús, o lo ubica
en tiempos y culturas que no son los nuestros.
En su Testamento Francisco de Asís resume su conversión en el encuentro con el leproso: como estaba en pecados, le parecía muy amargo ver leprosos. El mismo Señor lo condujo en medio de ellos, y desde ese momento todo lo que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo.
San Buenaventura identifica aquél leproso
con el mismo Cristo (Leyenda Mayor 1.5): Francisco descubre que Cristo es un
leproso. Cristo hace explotar en mil pedazos el rico y apasionante mundo creado
por el hombre que busca su propia definición. Ante Cristo todo el lenguaje
acerca de Dios entra en crisis, se tambalea hasta los cimientos. El Dios que no
tiene principio y nace, la eternidad hecha historia, la omnipotencia limitada y
sujeta, la libertad esclava, el triunfo del fracaso, la vida muerta, el
impasible padeciendo. El Cristo leproso relativiza, redimensiona, redefine, todo
lenguaje sobre Dios y todo discurso sobre el hombre.
El desafío de los cristianos del Siglo XXI es superar la apatía. Todos recordamos a Juan Pablo II cuando en el discurso inaugural de la IV Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, en octubre de 1992, asentaba las tres líneas de fuerza de la nueva evangelización, es decir, el nuevo ardor, los nuevos métodos y las nuevas expresiones. Uno se pregunta si un cristianismo entusiasta no puede correr el mismo peligro de todos los fundamentalismos. Si no podemos convertirnos en nuevos Elías degollando a los profetas de Baal[47] o en modernos inquisidores que piden al maestro fuego del cielo para destruir a los que lo rechazan (Lc 9, 54)
Francisco de Asís, el apasionado, puede ser un modelo para el cristiano apasionado del siglo presente: el pesebre, la cruz y la eucaristía son el lente peculiar desde el cual entiende el eros del hombre y de Dios.
El pesebre, o el misterio de un Dios hecho niño. Es el Dios impotente, pobre, sin propiedad de ninguna especie, el Dios que no sabe hablar y que ensucia los pañales. El Dios que llora y que da sus primeros pasos así como aprende a decir sus primeras palabras. Frente a este Dios ‑frente a esta imagen de hombre en el cosmos‑ sólo cabe la admiración, la ternura, la alegría. El canto maravillado ante lo pequeño que nace, ante lo poco que crece, ante lo nuevo que despunta. Es la mirada tiernísima de la madre que limpia con placer "la suciedad" del hombre-Dios, que alimenta adecuadamente al Dios-niño, que contempla arrobada sus gestos más insignificantes.
Francisco elabora una antropología a través de este lente del Dios-niño. Con la misma ternura trataba a un mísero gusano salvándolo piadosamente de la pisada de los hombres, con la misma ternura encaraba al pecador, gusano vil, miserable y mísero, pútrido y hediondo, ingrato y malo. Con el mismo eros amaba a su iglesia pecadora y la protege de la pisada de los hombres.
El Dios-niño le devuelve la mirada del hombre de los orígenes, capaz de maravilla, de admiración. El misterio del pesebre le proporciona una antropología positiva, alegre, fraterna, unitiva.
Pero una antropología fundada sobre la historia de Jesús se apoya también sobre la historia de los hombres semejantes a Cristo: está marcada por el encuentro con el no-hombre, con el leproso-símbolo-de-todas-las-lepras[48].
La eucaristía, por fin, es la presencia de Dios amante, comprometida, afectiva, amorosa, alegre y sufriente porque solidaria hasta las últimas consecuencias. Es presencia callada, humilde, escondida, respetuosa. La Eucaristía es el espíritu de la anticruzada. La antítesis (la tesis contraria) del matar por la fe. Es el respeto por el proceso ajeno y por el error de los demás. Es el amante que sabe crecer con el ritmo del amado, acción de gracias por todo crecimiento del ser querido, y entrega total de la propia vida, sin nada reservarse, hasta la última capacidad de sufrimiento solidario, para dar la vida por el objeto del amor.
18 de Julio 933
20000 - Maldonado
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* J. BORMIDA, Doctor en Teología por la Facultad de San Buenaventura “Seraphicum” (Roma), Profesor de Teología Dogmática en la Facultad de Teología del Uruguay “Mons. Mariano Soler”.
[38] Auspicatu concesssum, 1882. La cita pertenece a una recopilación de principio para la Democracia Cristiana de Pío X. En RODRÍGUEZ F.., Doctrina Pontificia III Documentos sociales, BAC, Madrid 1956.