Autor: Escuela de la fe | Fuente: Escuela de la fe

Madurez personal

La madurez humana auténtica es la coherencia entre lo que se es y lo que se profesa, hacer crecer interior y exteriormente a "la mujer".  

¿Qué buscamos con la formación humana? Sobre todo que en cada una de nosotras se logre la madurez humana auténtica, la coherencia entre lo que se es y lo que se profesa, hacer crecer interior y exteriormente a "la mujer" integral que sirva de base sólida sobre la que el Espíritu Santo edifique a la Evangelizadora de Jesucristo. La falta de esta base humana sólida es lo que a veces nos impide avanzar en nuestra santificación y puede frustrar todos nuestros buenos deseos e intenciones.

Muchas veces, por no decir siempre, los grandes proyectos y programas espirituales mueren porque falla la mujer, -no la gracia de Dios-, es decir, porque la gracia de Dios no encuentra en la consagrada esa actitud de sinceridad, fidelidad y responsabilidad; capacidad de tomar decisiones prudentes y opciones definitivas; estabilidad de espíritu; integración serena de las tendencias emotivas y pasionales bajo el dominio de la razón, de la voluntad, de la fe, del amor, en una constante apertura y donación a Dios y a los demás. No fallan en la mujer consagrada, ni el ideal, ni la ilusión, ni las ganas, ni el interés; falla simplemente la mujer, y la gracia sin la mujer no tiene sentido, porque precisamente es a la mujer a la que tiene que elevar y santificar.

Además si damos una rápida ojeada al mundo actual, se percata uno del rango de primacía que han conquistado en él las virtudes sociales: el don de ser mujeres cordiales, comunicativas, capacitadas para entablar relaciones con todas las personas, educadas, femeninas, sinceras, leales y agradecidas. Si queremos penetrar en él y llevarlo a Cristo no podemos olvidar estos aspectos externos: debemos poner al servicio de la misión todas las riquezas con que nos ha dotado el Creador.

¿Qué es lo que nos hace mujeres maduras? ¿Cómo podemos ir logrando esa personalidad madura? ¿Cómo crezco en la madurez? Siendo coherente y fiel en cumplir los compromisos que comportan el encarnar esta fisonomía que Dios quiso al elegirme a la vida consagrada. Seremos mujeres maduras en la medida que encarnemos esta fisonomía y haya una coherencia, una identidad entre lo que somos y lo que profesamos. Y esta coherencia tiene su expresión más convincente en la fidelidad y responsabilidad en el cumplimiento de los deberes contraídos con Dios, con la Iglesia, con la propia Congregación y con los demás. Se logra a través de la adquisición de hábitos, corona de virtudes, que, aunque son humanos, forman sin embargo el sustrato y clima necesario e imprescindible de toda verdadera santidad.

Los hábitos consisten en esa facilidad para practicar el bien, constante, amoroso y abnegadamente durante un periodo de tiempo que comienza en el noviciado y termina el día de nuestra muerte. Los hábitos se forman y se mantienen a través de actos concretos. Nuestra fisonomía consagrada no es más que la vivencia consciente de pequeños actos de fidelidad.