1.    Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia  viva de que tú estás  conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor.  Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios  y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2.      La palabra de Dios

Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada -dice tu Dios-. Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-. (Is 54,8)

Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: "¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con lujo? Los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti." Os digo que entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan. Aunque el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él." Al oírlo, toda la gente, incluso los publicanos, que habían recibido el bautismo de Juan,  bendijeron a Dios. Pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos. (Lucas 7,24-30).

1.     En la 1ª lectura nos habla la liturgia de hoy de la fidelidad de Dios a su alianza con el pueblo, en términos de amor esponsal. Israel –la esposa- ha sido infiel. Ello le llevó al exilio. Pero Dios es esposo fiel: “con cariño te reuniré…, con misericordia eterna te quiero.” Con este lenguaje entrañable Dios muestra los planes de salvación que tiene para con su pueblo: le ofrece el perdón, le muestra su afecto, le invita a retornar con él. ¿Nuestra vida no repite la historia de Israel? Dios, como a Israel,  nos ha llamado gratuitamente a su amistad, a  su alianza, y nosotros hemos roto la alianza una y otra vez alejándonos de él por el pecado. Pero el amor de Dios es más fuerte que nuestro pecado, nos ama con misericordia eterna, por eso siempre nos acoge y perdona. Así de grande y fuerte es tu amor, Señor. Hoy, con toda humildad y gozo, quiero escuchar lo que me dices: “con misericordia eterna te quiero.” Gracias, Señor. Que no vuelva a traicionar más tu amor.

 

2.     En el Evangelio, Jesús  alaba al Bautista. Un hombre de temple, austero, que no se echó atrás a la hora de cumplir su misión. Que no se sometió a lo que se llevaba. El que era “más que profeta”, el precursor, “el mayor de los nacidos de mujer”, pero que no buscó brillar él, sino que brillara Jesús a quien le preparó el camino, que clamó llamando a la conversión. Los que escuchaban se alegraron de esas alabanzas, incluso los publicanos que habían aceptado el bautismo de Juan, “pero los fariseos y los maestros de la ley, que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos.” Señor, que yo escuche tus llamadas; que te acoja, que te deje entrar en mi vida. ¡Qué triste, Señor, si haciéndome el sordo a tus llamadas, llego a frustrar  tus designios de salvación para conmigo, como los fariseos! No lo permitas, Señor. Y tú, María, Madre buena, ruega para que no siga siendo duro de corazón y no acaezca en mí esa desgracia.

 

3.     Avanza el Adviento, Señor; sigo oyendo las llamadas insistentes que me haces a volver a ti. A retornar a tu amor. ¡Cómo necesito estas llamadas tuyas, Señor! Porque ¡cuántas veces, durante el año litúrgico que ha terminado,  me he desviado de tus caminos, me he alejado de tu amor! Quiero retornar a ti, Señor;  quiero sentirme querido por ti; quiero estar siempre contigo para siempre.

 

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y de estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te responde... Y pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

 

P. JESUS ANIORTE