Autor: P. Miguel Ángel
Fuentes, VE
Fuente: IVE
Los Principios Fundamentales Del Protestantismo
Sólo escritura y sola fe...
Los principios
fundamentales del protestantismo
Quienes se hayan enfrentado a “misioneros” de iglesias
protestantes y, sobre todo, a miembros de sectas que se autodenominan
cristianas (téngase en cuenta la aclaración que hemos hecho en la Nota con que
cerramos el párrafo anterior), habrán advertido que los mismos ponen
innumerables objeciones a los católicos exigiéndoles defenderse con la Biblia
en la mano (“¿dónde dice la Biblia que María fue virgen, o que se debe llamar
padre al sacerdote, o que hay que adorar las imágenes, etc., etc.”?). Algunos
católicos incautos o mal (in)formados caen en el ardid de estas personas
(aclaro que no juzgo sus intenciones, las cuales en muchos casos pueden ser
buenas) bajando a su terreno e intentando contestar sus preguntas o
fundamentar nuestros dogmas; en la inmensa mayoría de los casos no son
escuchados o reciben por toda respuesta una nueva objeción. Los protestantes,
por su parte, apabullan muchas veces con citas bíblicas que parecen –al menos
por el uso que se hace de ellas– contradecir alguna verdad católica.
Esto es muy mala táctica y nos hace entrar en el juego
que estas personas buscan. En realidad, el católico debe comenzar por
exigirles a estas personas que fundamenten con qué derecho ellos usan la
Biblia; si nos piden que digamos en qué lugar de la Biblia se encuentra
indicada tal o cual verdad, tal o cual práctica, ellos deben primero
explicarnos y fundamentarnos por qué eso debe estar en la Biblia . Nos dirán
que porque la Biblia es Palabra de Dios (lo que todo católico acepta); el
problema es que el protestante no puede demostrar que la Biblia sea Palabra de
Dios y por tanto, no tiene derecho a usarla en contra de los católicos. Los
católicos, en cambio, sí pueden demostrar que la Biblia es Palabra de Dios, y
por tanto, son ellos (es decir, el magisterio de la Iglesia católica) quienes
tienen el derecho de interpretar la Biblia. Esto qu e acabamos de decir
muestra la falencia principal de todo el protestantismo: en razón de los
principios fundamentales de su religión (y esto es común a todo el
protestantismo, tanto de las iglesias tradicionales como de las sectas de
origen protestante) no tienen modo de saber si la Biblia es Palabra de Dios o
no (de hecho afirman que es Palabra de Dios, porque esto lo han recibido de la
Iglesia católica). Vamos a demostrar este aserto que es la principal objeción
que debemos hacer a todo protestante que viene a combatir nuestra fe.
Nota: quiero aclarar que no pretendo que los
protestantes dejen de usar la Biblia; al contrario, ésta es una de las
riquezas que encierran todas las denominaciones protestantes y, hay que
reconocerlo honestamente, en muchos casos tratan los Libros Sagrados con mayor
veneración que muchos católicos. En esto hay católicos que tienen mucho que
aprender de nuestros hermanos protestantes: su amor por la Escritura, su
asidua lectura e incluso estudio, su constante recurso a ella, el usarla como
medio de oración, etc. Pero esto no quita que ellos no puedan fundamentarla y
que, por tanto, no tengan derecho a usarla para combatir a la Iglesia
católica, la cual les ha legado el don inestimable de la Palabra de Dios.
Los principios fundamentales del protestantismo son
dos: sola Scriptura (la sola Escritura) y sola fide (la sola fe; se podría
añadir un tercero: sola gratia – la sola gracia–, pero puede reducirse al de
sola fide, y ambos principios en realidad se derivan del primero, puesto que
profesan la salvación por la sola fe precisamente porque así entienden que
está revelado en la Escritura). Es el primero el que nos interesa aquí, pues
es el que hace referencia a la Biblia (el segundo es la síntesis de su
teología de la salvación y de la moral, que analizaremos más adelante).
El principio de sola Scriptura , formulado por
Lutero significa dos cosas:
(a) que la Biblia es palabra de Dios (y por tanto,
debemos creer todo lo que ella dice) y no hay más palabra de Dios que la
Biblia (por tanto, se ha de creer solamente lo que dice la Biblia, de donde
brota el rechazo de toda Tradición y Magisterio de la Iglesia).
(b) que cada uno ha de interpretarla por sí mismo
(llamado “principio del libre examen ”).
Éste es un principio universal para todos los
protestantes: sólo la Biblia es la norma de fe, y más propiamente la
interpretación que cada uno hace de la Biblia, es la norma de fe. Precisamente
esto es lo que ha llevado, desde la Reforma de Lutero, a tanta multiplicación
de iglesias protestantes y luego de sectas derivadas: cada uno interpreta
privadamente la Biblia... ¡encontrando en ella cosas diversas! Ya en vida de
Lutero ocurrió esto con los anabaptistas, a quienes él combatió incluso
militarmente.
Nuestra afirmación es la siguiente: los protestantes
no pueden demostrar ninguno de estos dos principi os, por tanto, en rigor no
pueden demostrar el valor de su religión ni pueden con honestidad objetar a
nadie nada usando la Biblia, puesto que ellos no pueden demostrar que sea
Palabra revelada por Dios.
El principio: la Biblia es palabra de Dios
Tanto los católicos como todos los protestantes creen
que la Biblia es Palabra de Dios, es decir, que los libros contenidos en la
Biblia han sido revelados por Dios. La diferencia está en que los católicos lo
creen porque la Iglesia lo enseña y ella sale de garante de esta verdad (la
Iglesia, pues, debe demostrar ella misma que tiene esta autoridad1 y luego
garantizar con dicha autoridad que tales o cuales libros han sido inspirados
por Dios).
Los protestantes también creen que la Biblia es
Palabra de Dios y la tienen en gran veneración (y ésta es una de sus riquezas,
como ya hemos dicho), pero no pueden demostrarlo, no lo pueden probar, lo cual
hace que su religión sea un fideísmo (creen sin poder explicar por qué creen);
esto demuestra que su principio es falso y todo cuanto edifican sobre ello es
también falso. De hecho, usando el mismo principio del protestantismo, se
podría concluir que también son Palabra de Dios el Corán, los libros Vedas, o
los escritos de cualquier loco que dice tener revelaciones divinas.
1 Esto lo demuestra a través de distintas vías que
conforman lo que se denomina el tratado apologético sobre la Iglesia. Puede
verse cualquiera de los tratados tradicionales como el de Albert Lang,
“Teología fundamental”, Rialp, Madrid 1966, tomo II; Vizmanos-Riudor,
“Teología fundamental”, BAC, Madrid 1966, etc.
Para entender esto debemos tener en cuenta que la
Biblia no es un libro único, sino una colección de libros y escritos (eso
quiere decir la expresión “ta biblía” en griego: los libros, plural neutro de
biblíon): son cartas, profecías, historias, etc., algunas escritas antes del
nacimiento de Jesucristo y otras después. Estos libros y cartas no han sido
los únicos escritos religiosos de la antigüedad, ni siquiera los únicos dentro
del pueblo judío. De hecho, circularon en los tiempos bíblicos otros libros
que la Iglesia no admitió como inspirados (por ejemplo los llamados apócrifos,
como el Libro de Enoc, el Libro de los secretos de Enoc, el libro de los
Jubileos, el Testamento de Leví, los Salmos de Salomón, etc.; véase lo que
diremos más adelante sobre los apócrifos del Antiguo Testamento); con mayor
razón muchos de los apócrifos del Nuevo Testamento que son escritos
provenientes de diversos ambientes, muchos de ellos gnósticos de los siglos II
y siguientes2). Para formar la Biblia, por tanto, hubo que elegir entre todos
los escritos (cosa que no se hizo en un momento, porque hasta la muerte del
último apóstol no estuvieron compuestos todos los libros)3. Si no fuera por la
Iglesia, que hizo este trabajo, no sabríamos cuáles son los libros inspirados
por Dios (y por tanto, “Palabra de Dios”), y si la Iglesia no f uera infalible
no podríamos tener seguridad de que esos libros son efectivamente inspirados
por Dios (esos libros y no otros).
Los protestantes, al no aceptar la autoridad de la
Iglesia, (no aceptan magisterio alguno ni tradición), no
2 Se puede ver sobre este tema la voz Apócrifos en,
Francesco Spadafora, Diccionario Bíblico, Ed. Litúrgica Española, Barcelona
1968, 44-51. También lo diremos más adelante indicando la bibliografía.
3 Véase lo que diremos más adelante al tratar el tema
del Canon bíblico.
pueden saber por qué admiten que la Biblia es Palabra
de Dios. La aceptan y punto; no saben por qué ni lo pueden demostrar y los
intentos de prueba que hacen caen en silogismos viciosos. Por eso aceptan la
Biblia como Palabra de Dios, pero con la misma seguridad que para los mormones
tiene el Libro de Mormón, o para los musulmanes el Corán, o los textos Vedas
para los hindúes. Si los protestantes no aceptan que estos libros (el Corán,
el Rig Veda, et c.) sean inspirados, deben reconocer que tampoco pueden probar
que sean inspirados los suyos (la Biblia).
El problema surge del hecho de que los protestantes se
contradicen y se refutan a sí mismos, al afirmar dos cosas contradictorias:
(a) que la Biblia es Palabra de Dios; (b) que sólo hay que creer lo que está
en la Biblia. Pero ¡en ningún lugar de la Biblia se dice que la Biblia (toda
ella, es decir los 47 libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo
Testamento) es Palabra de Dios!
Decimos que los protestantes, al afirmar que la Biblia
es palabra de Dios, sosteniendo al mismo tiempo que sólo se debe creer a lo
que dice la Biblia , se contradicen porque la Biblia en ninguna parte afirma
que ella (toda ella) es palabra de Dios.
Los protestantes dicen que sólo hay que admitir las
verdades claramente expresadas en la Biblia, pero ¿en qué texto de la
Escritura se afirma el principio de que “la Biblia es Palabra de Dios” o de
que “sólo la Escritur a es norma de fe”? Sólo puede aducirse, como más
próximo, el texto de San Pablo: toda Escritura es inspirada por Dios y útil
para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia (2Tim
3,16); pero este texto no dice qué límites –o alcances– tiene la expresión
“toda Escritura”: ¿a qué libros se refiere? ¿todo libro escrito en el mundo?
¿son los libros que se contienen en la Biblia actual?; en tal caso, ¿cómo
sería, puesto que algunos no estaban todavía escritos al escribir eso San
Pablo4 ? El pasaje sólo puede ser entendido como referido a la utilidad de los
libros inspirados (en el sentido de toda Escritura inspirada por Dios es útil
para ...) pero no con intención de delimitar cuál es esa Escritura inspirada.
De este modo, para los protestantes sólo la Biblia es regla de fe... pero en
la misma Biblia no se dice cuál es la Biblia (o sea el conjunto de libros
inspirados), lo cual (aun haciendo caso omiso a que algo que se prueba a sí
mismo no tiene valor de prueba) dej a a los protestantes sin norma de fe... a
menos que la pidan prestado a la tradición, sin reconocerlo. Con toda razón
tuvo que aceptar esto el mismo Lutero –en su Comentario sobre San Juan– al
decir: “Estamos obligados de admitir a los Papistas que ellos tienen la
Palabra de Dios, que la hemos recibido de ellos, y que sin ellos no tendríamos
ningún conocimiento de ésta”.
Para escapar de este problema –que algunos
protestantes reconocen al menos a medias– algunas sectas han afirmado que
saben que la Biblia es palabra de Dios por el efecto que les produce su
lectura .
Pero esto es evidentemente erróneo pues, como señalaba
el P. Colom en su opúsculo mencionado más arriba:
(a) Implica una nueva contradicción con sus
principios, pues ellos dicen creer solamente lo que está en la Biblia y la
Biblia en ninguna parte dice que se puede conocer que un escrito es palabra de
Dios por el efecto que produce
4 Esta carta, que parece ser de los últimos escri tos
de San Pablo, debe ser datada poco antes del año 67 (1Tim y Tito son del 65),
siendo anterior al Apocalipsis (hacia el año 95), al Evangelio de Juan y a la
1Juan –posteriores al Apocalipsis. De los mejores estudios sobre las llamadas
“epístolas pastorales de san Pablo” (Tito, 1 y 2 Timoteo) es la obra del
profesor de la Universidad de Fribourg, Suiza, Ceslaw Spicq, Les Épitres
Pastorales, Tomo I y II, Gabalda Ed., París 1969. Su lectura . Efectivamente,
¿dónde dice la Biblia que por sus efectos los lectores sabrán que la Biblia es
revelada?
(b) Además es clarísimo que las cosas que se han
añadido a la Biblia y las frases o palabras mal traducidas, no son palabra de
Dios. Si fuese verdad que ellos pueden conocer si un escrito es palabra de
Dios por el efecto que les produce su lectura, entonces al leer algo añadido a
la Biblia o mal traducido, sabrían que no es palabra de Dios por no
producirles el efecto que dicen que les produce la lectura de la Biblia,
palabra de Di os. Pero hagan la prueba de hacer leer a cualquier protestante
(pastor o simple fiel, porque el principio debe valer para todos, hasta para
el más sencillo) diversos textos, algunos de los cuales deliberadamente mal
traducidos y que disciernan –por los efectos producidos– cuál es palabra de
Dios y cuál no es... No pueden hacerlo porque el principio es falso.
El P. Colom relata lo siguiente: “Una vez, hablando en
Asunción (Paraguay), con dos misioneros mormones, y diciendo ellos en su Credo
(Art. 8°): Creemos que la Biblia es la palabra de Dios hasta donde está bien
traducida , les pregunté cómo sabían ellos si estaba bien traducida. Me
respondieron que ‘por la imposición de manos que habían recibido’. Para
probarles que no era verdad lo que decían, les propuse presentarles cien
textos de la Biblia, algunos de ellos expresamente mal traducidos por mí.
Entregaría un ejemplar de los cien textos a cada uno
de ellos para que, por separado, pusiesen una cruz a los m al traducidos. Si
era verdad lo que decían (que por la imposición de manos que habían recibido
conocían si un texto de la Biblia estaba bien traducido) los dos coincidirían
al señalar con una cruz los mal traducidos. No aceptaron. Incluso uno de ellos
se desdijo, confesando que él no podía conocer si un texto estaba mal
traducido. ¿Aceptarían los protestantes que dicen conocer que la Biblia es
palabra de Dios por el efecto que les produce su lectura, la prueba que les
propuse a los misioneros mormones? Y, en cuanto a éstos, si creen en la Biblia
en cuanto esté bien traducida, y no saben cuándo está bien traducida, ¿pueden
creer en la Biblia?”
(c) ¿Por qué, si nosotros tenemos la misma naturaleza
que los miembros de las sectas protestantes, al leer la Biblia no advertimos
que sea palabra de Dios por el efecto que nos produce su lectura? Y si
nosotros no lo advertimos, tampoco ellos los advertirán; por tanto, es falso
lo que dicen.
Además, si esto fuese verdad, para saber que un
escrito no es palabra de Dios, habría que leerlo para advertir que no produce
aquel efecto y, por lo tanto, no es palabra de Dios. ¿Y han leído las sectas
todo lo que se ha escrito en el mundo para decir que sólo lo que está en la
Biblia es palabra de Dios? Si no han leído todos los libros, cartas,
periódicos, revistas, etc., que se han escrito en el mundo, ¿cómo saben que
sólo lo que está en la Biblia es Palabra de Dios?
Por este motivo, el que no haya más libros inspirados
que los que tenemos en la Biblia es doctrina de la Iglesia católica, no de la
misma Biblia.
Nota: Soy consciente de que al traspasar el
peso de la prueba sobre la Iglesia, estoy pasando el problema de la Sagrada
Escritura al Magisterio y a la Tradición; éstos deben demostrar su autoridad
divina (o sea, conferida por Dios) con pruebas históricas y milagros, de lo
contrario, tampoco estaríamos obligados a creerles a ellos. La historia de la
teología católica jamás ha soslayado este tema, creando precisamente los
tratados teológicos De vera religione (“sobre la verdadera religión”) y De
vera Ecclesia (“sobre la verdadera Iglesia”), para atender a estas cuestiones.
El honor y el rigor de la verdad nos obligan a decir que la Iglesia primero
debe probar su autoridad divina; luego –probada aquélla– podrá garantizar el
valor revelado de sus Escrituras
Hace ya muchos años el mismo P. Colom afirmaba: “Llevo
más de veinte años pidiendo a las sectas protestantes, a sus fieles, a sus
pastores, que me prueben —por escrito, para que conste lo que han dicho—, que
la Biblia es palabra de Dios. Lo he pedido en conferencias, por radio, en más
de treinta mil hojas que se han repartido, personalmente,... Nadie ha
contestado. Un pastor adventista del Séptimo día muy conocido, hará unos
veinte años que me prometió que lo probaría. A los pocos días confesó que no
lo podía probar. Hace unos meses, otro pastor adventista prometió lo mismo,
para c onfesar después —hay testigos— que no lo puede probar. Otros que
también prometieron probarlo, han callado. Verían, como vieron los
adventistas, que no lo pueden probar. Por esto, cuando los católicos son
visitados por algún miembro de las sectas, con la Biblia en la mano y la
intención de quitarles la fe, pídanles que, antes de abrir la Biblia, les
prueben por escrito que la Biblia es palabra de Dios... Y si se atreven a
probarlo, que me escriban”.
Nota: Cuando decimos “probar” nos referimos a
una “demostración” científica; la fe en la Palabra de Dios no se opone a la
demostración de los fundamentos de la fe (no del contenido de la misma fe).
Por tanto, hablamos de probar con razonamientos verdaderos, regidos por las
leyes universales de la lógica (aunque sean expuestos en lenguaje sencillo y
popular), de lo contrario, no hay prueba que valga (las que me han intentado
dar algunas personas o caen en peticiones de principio –círculo vicioso–
usando como argume nto probatorio aquello a lo que deberían llegar como
conclusión; o usan términos equívocos, etc.).
A veces sucede que cuando un católico les pide a los
miembros de las sectas que prueben que la Biblia es palabra de Dios, éstos le
preguntan si él cree que lo es, y si lo cree, ¿para qué probárselo? No hay que
caer en este sofisma, puesto que los católicos creemos que la Biblia es
Palabra de Dios apoyándonos en la autoridad del magisterio de la Iglesia . Por
el contrario, si algún protestante nos responde así, habría que decirle:
“¿Usted cree que la Biblia es Palabra de Dios por el mismo motivo que lo creo
yo ? Porque si cree por el mismo motivo, entonces está aceptando que la
Iglesia católica es la Iglesia verdadera fundada por Jesucristo y que tiene
autoridad infalible para determinar qué libros son inspirados por Dios y
cuáles no. En tal caso: ¡bienvenido al catolicismo!”
Otro problema serio se presenta para los protestantes
con las traducciones de la Biblia. La Biblia es palabra de Dios; pero la
Biblia inspirada por Dios no ha sido escrita en nuestras lenguas modernas.
Algunos de sus textos originalmente fueron escritos en hebreo y otros en
griego. Nosotros tenemos traducciones de la Biblia; y toda traducción, al no
poder verter en la lengua a la que quieren traducir, toda la riqueza del
original, tiene que añadir expresiones para hacerse entender, las cuales
añaden o quitan palabras al texto original. Esto lo hace notar la misma
Biblia, puesto que el libro del Eclesiástico comienza con un prólogo del
traductor (nieto de Jesús ben Sirá, autor del libro) que reconoce lo
siguiente: “Las palabras hebreas pierden mucho de su fuerza trasladadas a otra
lengua. Ni es sólo este libro, sino que la misma Ley y los Profetas, y el
contexto de los demás libros, son no poco diferentes de cuando se anuncian en
su lengua original ”5 .
5 Libro del Eclesiástico, Prólogo, vv. 15-26. Algunos
no consideran canónico este prólogo en cuan to no parece pertenecer al mismo
libro del Eclesiástico, sino que es una traducción del original; pero es
importante su testimonio para ver este problema que estamos señalando.
Ahora bien –nuevamente recurro a los argumentos del P.
Colom–, cuando las sectas se presentan con la Biblia, se les puede preguntar:
“¿Esto es la Biblia o una traducción de la Biblia?”. Han de decir que una
traducción. “Si es una traducción —añada el católico— ¿dónde dice la Biblia
que se puede traducir? ¿Dónde dice la Biblia que esta traducción está bien
hecha y no contiene errores?, pues, según ustedes hemos de creer solamente lo
que dice la Biblia”. Para probar que la Biblia se puede traducir y que la
traducción está bien hecha y no contiene errores, hace falta una autoridad
distinta de la Biblia —puesto que la Biblia no lo dice— y posterior a ella y a
la traducción, autoridad que las sectas no admiten.
No hay más palabra de Dios que la Biblia
El principio que guía al protestantismo sobre la
Biblia (la Biblia es Palabra de Dios) implica también que “sólo la Biblia” es
fuente de autoridad; o sea, no hay otra regla de fe que la Biblia; con esto
los protestantes rechazan toda otra autoridad y magisterio. He de señalar que
no ha sido ésta una postura defendida siempre por Lutero, ya que él, al menos
en 1519, todavía se remitía a la autoridad del Papa (escribía Lutero estas
palabras a León X: “Postrado a los pies de tu Beatitud me ofrezco con todo lo
que soy y poseo. Vivifícame, mátame, llámame, revócame, apruébame, como te
plazca. Conozca por tu voz la voz de Cristo que en ti preside y habla; si
merezco la muerte, no la rechazaré”6 ). Fue al ver fulminadas como heréticas
varias de sus doctrinas que se separó de todo aquello que restringiera su
libertad doctrinal. Desde entonces Lutero proclama que la Biblia y sólo la
Biblia es regla única, suficiente, suprema de la fe, juez 6 Praefatio thesium,
edición de 1519; citado por Alberto Vidal Cruañas, Ne cesidad del magisterio
de la Iglesia y autoridad del mismo para defender e interpretar las Sagradas
Escrituras (sin datos de edición). Soberano y sin apelación de toda
controversia doctrinal. El protestantismo, así, no es más que el principio de
la libertad y del individualismo aplicado en materia religiosa.
Esto lo expresan las diversas denominaciones de
diversas maneras: “Las Sagradas Escrituras son la única regla de fe y práctica
para el cristiano”; “La Biblia, sólo la Biblia, nada sino la Biblia, he aquí
la religión del Protestantismo evangélico”; “La Biblia, y solamente la Biblia:
he aquí la única norma de fe”.
Pero este principio es contradictorio, pues –como ya
hemos señalado– si la Biblia es la única norma de fe, ¿en dónde dice la Biblia
eso? ¡“Sólo hay que creer lo que dice la Biblia”!, ¡pero precisamente esto no
lo dice la Biblia! Por eso, si se ha de creer solamente lo que dice la Biblia,
y la Biblia no dice que se ha de creer solamente lo que ella dice, no se ha de
creer solamente lo que ella dice.
Además, este principio va en contra de la misma
Biblia, porque la Biblia dice que se han de creer cosas que no están en la
Biblia. Así, por ejemplo, San Juan, al final de su Evangelio, escribe: Hay,
además de éstas, otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se
escribiesen una por una, ni en todo el mundo creo que cabrían los libros que
se escribieran (Jn 21,25). Y al terminar su tercera carta escribe: Muchas
cosas tenía que escribirte, mas no quiero escribirte con tinta y pluma; mas
espero verte pronto, y hablaremos de viva voz (3Jn 13-14). San Pablo, por su
parte, manda que se transmita lo que se oyó: Lo que oíste de mí, garantizado
por muchos testigos, esto confíalo a hombres fieles, quienes sean idóneos para
enseñar a su vez a otros (2Tim 2,2); Conserva sin detrimento la forma de las
palabras sanas que de mí oíste (2Tim 1,13). Por esto también nosotros hacemos
gracias a Dios incesantemente de que, habiendo vos otros recibido la palabra
de Dios, que de nosotros oísteis, la abrazasteis no como palabra de hombre,
sino tal cual es verdaderamente, como palabra de Dios (1Tes 2,15); Os
recomendamos, hermanos, en el hombre de nuestro Señor Jesucristo, que os
retraigáis de todo hermano que ande desconcertadamente y no según la tradición
que recibieron de nosotros (2Tes 3,6).
Así, volvemos a las palabras de Colom, cuando los
miembros de algunas sectas preguntan al católico: “¿Dónde está en la Biblia
tal o cual cosa?”, refiriéndose a una doctrina católica que según ellos no
está en la Biblia, hay que preguntarles: “¿Y dónde dice la Biblia que se ha de
creer solamente lo que ella dice?”, señalándoles después los textos de San
Juan y de San Pablo de los párrafos anteriores.
El principio de la libre interpretación de la
Biblia
Según la doctrina del protestantismo en general y
también de las sectas derivadas de él, no es la Iglesia ni ninguna otra
autoridad externa, s ino cada individuo, el que tiene que interpretar la
Biblia. Esto se denomina “libre examen”: cada uno interpreta privadamente la
Escritura con la ayuda del Espíritu Santo.
En la Declaración de Fe bautista se lee: “Cada ser
humano tiene el derecho de estudiarla (a la Biblia) para sí y está en el deber
de seguir sus sacrosantas enseñanzas”. “El protestantismo —leemos en otro
escrito protestante— es un testimonio histórico en favor del derecho de libre
examen y libre interpretación de las Sagradas Escrituras”. “Solamente el libre
examen debe interpretar la Biblia”, escribía un Pastor protestante.
Debido a este principio, las Biblias protestantes se
publican sin notas, dejando al lector la interpretación de lo que lee.
Es el Espíritu Santo –dicen— el que tiene que enseñar
al que la lee lo que dice la Biblia. En vez de la autoridad de la Iglesia, la
inspiración privada.
Sin embargo, este principio es falso e insostenible
por varios motivos muy fue rtes.
En primer lugar, no es bíblico. ¿Dónde dice la Biblia
que cada uno debe interpretar la Biblia por sí solo sin ayuda de ningún
magisterio? En ninguna parte; y si –basados en el principio de la “sola
Escritura”– los protestantes sólo aceptan lo que dice la Biblia, entonces
deberían rechazar este principio porque no se encuentra formulado en ningún
lugar. Por el contrario, hay que decir que el principio es anti-bíblico,
puesto que si vamos a lo que dice la Biblia vemos que en ella no se dice que
cada uno lea la Biblia y la interprete por sí solo, sino que les sea predicado
y explicado lo que ella contiene. Es lo que hace Jesús con los discípulos de
Emaús (cf. Lc 24,13 y ss). Más aún, en este episodio Jesús critica a sus
discípulos por no entender lo que dicen las Escrituras: ¡Oh, insensatos y
tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! (Lc 24,25). O
sea, que los discípulos, habiendo leído (u oído en la Sinagoga) la Palabra de
Dios, no les había basta do con su sola interpretación para entender la
verdad. A los apóstoles se les manda, antes de la ascensión de Cristo a los
cielos, que vayan y prediquen la Buena Nueva –el Evangelio– a todas las
gentes, diciéndoles que quienes les crean se salvarán (cf. Mc 16,16); quienes
crean la predicación de los apóstoles; no se les manda escribir Biblias y
repartirlas y dejar a cada fiel a solas con el Espíritu Santo.
Este principio es también anti-bíblico porque
contradice lo que señala San Pedro en su segunda carta hablando de las cartas
de Pablo: en las cuales [epístolas] hay algunas cosas difíciles de entender,
las cuales los indoctos y poco asentados tuercen, lo mismo que las demás
escrituras, para su propia perdición (2Pe 3,16). Pedro reconoce explícitamente
que los poco preparados (“amatheis” en griego significa estúpidos, rústicos,
groseros; y “astêriktoi” inestables y mal afirmados; la Neo Vulgata traduce
“indocti
et instabiles”) la tuercen y mal interpretan; por
tanto la libre interpretación que hacían estos tales de los escritos paulinos
no provenía del Espíritu Santo sino del diablo, puesto que desembocaba en “su
propia perdición” (“tên idían autôn apôleian”). San Pedro califica estos
escritos paulinos como “dusnoêtos”, es decir, difíciles. “Dus” en griego es un
prefijo peyorativo indicando que no son fáciles de entender.
También es testimonio de Pedro el que toda profecía de
la Escritura no se hace por propia interpretación (2Pe 1,20). Pedro desconfía
de los autodidactas incompetentes que entienden y comentan los textos a su
manera (¿pero cómo podría tacharse así a cualquier persona si el Espíritu
Santo realmente guiase a cada cual en la interpretación personal de la
Biblia?). El término “epilusis”, usado por Pedro quiere decir “solución de un
enigma, interpretación” (cf. su uso en Gn 40,8; 41,16), “respuesta a una
investigación” (cf. Hch 19,39). Por este motivo Jesús explicaba las parábolas
a sus discípulos (cf. Mc 4,34) y no los dejaba a solas con el Espíritu Santo
(como hubiera hecho si se hubiese guiado por los principios protestantes).
Este versículo de Pedro como señala Spicq en su comentario a las cartas
petrinas7 , opone “Escritura” a “interpretación personal”, y recuerda que
“idios” (= propia; el texto griego dice “ídias epilúseos”) puede significar
“por su propia cuenta”, “por sí mismo”; es la acusación que Clemente hace a
Simón el Mago, a saber: que quiso “alegorizar las palabras de la Ley a su
propia manera (idia prolépsei)”8 ; esta acepción está confirmada por el verbo
con un genitivo: “ginesthai tinos” (= convertirse en propiedad de alguien,
apropiarse de algo) de tal modo que la traducción literal del versículo sería:
“ninguna profecía puede ser interpretada 7 Cf. C. Spicq, Les Épitres de Saint
Pierre, Gabalda Ed., Paris 1966, pp. 224-226. 8 Ps. Clemente, Homilia 2,22. No
se trata de Clemente Romano sino de otro Clemente, denominado “Pseudo”
Clemente para diferenciarlo del pontífice del mismo no mbre como algo propio
de cada uno”. San Pedro no va más allá indicando quién debe interpretar las
palabras de Dios con autoridad, pero el texto es suficiente para manifestar
que proclamar un principio de interpretación privada (o libre examen, que es
igual) es contrario a su pensamiento. Pensar que el Espíritu Santo inspira
acertada y autoritativamente a todo el que lee por su cuenta la Escritura, es
responsabilizar al Espíritu Santo de toda fantasía personal y ¡va contra lo
que dice el mismo texto bíblico! Todo esto dicho de modo positivo equivale a
postular la necesidad de una interpretación oficial (de la cual no se habla en
el texto de Pedro).
Este principio, además, destruye la unidad de la
Iglesia porque produce anarquía doctrinal y caos teológico, puesto que cada
fiel puede interpretar como “el Espíritu le inspire”, pero de hecho, muchos
cristianos –de buena fe, pensamos– se creen inspirados con interpretaciones
diversas y contradictorias, como se ve por el permane nte desmembramiento de
las iglesias protestantes en nuevas sectas y movimientos. “Resulta que, dice
el P. Colom, al leer un mismo pasaje de la Biblia, unos entienden una cosa, y
otros otra, aunque sea contradictoria de la primera. Leyendo la misma Biblia,
unos dicen que hay un solo Dios, y otros, que hay varios dioses; unos creen
que Jesucristo es Dios, y otros lo niegan; unos dicen que hay infierno, y
otros que no lo hay; unos entienden que hay que bautizar a los niños, y otros
que sólo a los adultos; y así en tantas cosas en que difieren entre ellas los
centenares de sectas protestantes. Ahora bien, ¿puede el Espíritu Santo, que
es Dios, inspirar cosas contradictorias? ¿Puede decirle a uno que hay un solo
Dios y a otro que hay varios dioses? ¿A uno, que Jesucristo es Dios, y a otro,
que no lo es? El Espíritu Santo no puede mentir, ni puede decir la Biblia
—palabra de Dios— cosas contradictorias. Entonces, el principio del libre
examen, defendido por las sectas como norma inmediata de fe, que les señala lo
que han de creer, es falso, y falsa también, por consiguiente, la religión que
lo enseña”. Incluso vemos que importantes autores han dado, en el curso de su
vida, interpretaciones diversas de algunos pasajes de la Biblia. Si el
Espíritu Santo inspira a quien la lee, ¿es que el Espíritu Santo se ha
desmentido de sus anteriores inspiraciones?
Igualmente, este principio es falso porque puede ser
mal usado (y de hecho ha sido mal usado) por nuestras pasiones desordenadas
que, en muchos casos, tienden a buscar interpretaciones que no exijan un
cambio de vida sino que sean proclives a la indulgencia moral. Así, entre
algunas de las primeras sectas protestantes se buscó justificar la poligamia
(con el creced y multiplicaos de Gn 1,28), el Parlamento inglés justificó el
casamiento de Enrique VIII con Ana Bolena porque en 1Sam 1,5 se encuentra el
texto amaba a Ana (se refiere al padre de Samuel), y así podría justificarse
cualquier cosa.
Este p rincipio es también impracticable porque muchos
tienen imposibilidad física (no saben o no pueden leer), como niños,
analfabetos, ciegos, incultos, etc.; y otros tienen imposibilidad moral
(quienes cuentan con poco tiempo o poca capacidad mental).
Es tan impracticable este principio que los
protestantes mismos lo practican sólo cuando les conviene (muchas veces sin
ninguna mala voluntad). Por ejemplo, muchos de ellos se enojarán al leer estas
cosas y tratarán de refutarlas, pero ¿con qué derecho? Si son fieles a su
principio, ¿por qué no me dejan tranquilo interpretando por mi cuenta la
Biblia? ¿Acaso el Espíritu Santo no puede ser quien me inspira a mí estas
cosas al leer la Biblia? Y si me las inspira a mí, ¿qué tienen ellos que venir
a enseñarle a mi Maestro interior? Todo protestante que intenta enseñarnos
algo o corregirnos en alguna cuestión bíblica, traiciona el principio de libre
examen. Cuando un miembro de una secta nos pregunta: “¿dónde dice la Biblia
tal o cua l cosa?”, si uno le respondiera: “me lo inspiró el Espíritu Santo al
leer una carta de San Pablo”, él debería callarse, respetando su principio. Si
no respondemos así, es por honestidad y porque no se debe mentir y nosotros
sabemos que ese principio es falso. Tal vez algún miembro de una secta piense
que el Espíritu Santo lo inspira a él o a los miembros de su iglesia o secta y
no a nosotros. En tal caso, ¿con qué derecho? ¿dice la Biblia en algún lugar
que sólo inspirará al Pastor Jiménez o al Ministro Bermúdez, o a tal o cual
persona y no a las demás? El principio del libre examen es, por eso, el
principio del antimagisterio: no hay maestros en cuestiones de fe. Pero esto,
vale para todos, empezando por los pastores protestantes, quienes deben
limitarse a imprimir Biblias y regalarlas callándose la boca.
Este principio además es desmentido por todos
(¡t-o-d-o-s! ) los protestantes y miembros de sectas, pues todos ellos
reparten, regalan y leen traducciones de la Biblia, y no los textos
originales. Y toda traducción es una versión, es decir, una interpretación.
Basta leer las interminables discusiones filológicas y exegéticas entre
escuelas y profesores del mismo ambiente protestante (tómese el trabajo de ir
a una Biblioteca y pida algunos ejemplares de revistas bíblicas protestantes y
verá que se discute sobre el sentido de innumerables pasajes bíblicos). Por
eso, toda traducción es una interpretación dada por un autor determinado
(incluso en versiones en lenguas originales, pues hay muchas variantes en los
diversos manuscritos y los exegetas deben elegir; véase, por ejemplo, la
versión del Nuevo Testamento griego de Nestlé-Aland –protestante– con todas
sus notas conteniendo diversas variantes del texto. Si cada uno debe leerla e
interpretarla solo, con la ayuda del Espíritu Santo, ¿por qué la lee en una
traducción que es ya una interpretación dada por otro autor? Y si la
interpretación de ese autor es válida y me sirve, entonces ¿por qué la Iglesi
a católica no puede enseñar a interpretar la Biblia si cualquier traductor lo
hace? ¿Acaso no aceptan el magisterio interpretativo de Reina-Valera los
protestantes que leen su versión, o los que usan la King James Version? ¿Acaso
Lutero no tradujo –o sea, interpretó– y enseñó sus interpretaciones al legar a
sus fieles su versión de la Biblia? ¡Cierto que lo hizo, incluso anulando
pasajes que a él no le parecían inspirados! Y si Lutero podía ser maestro de
los demás, entonces no respetó su propio principio. Al menos ¿con qué derecho
se quita esta autoridad a los obispos, papas y sacerdotes católicos pero se
concede a los traductores y pastores? Me parece que ésta es una variante de la
ley de “la regla para ti, y no hay regla para mí”.
El principio del libre examen encierra una gigantesca
contradicción. Los protestantes niegan que la Iglesia católica sea infalible,
pero luego aceptan que cada uno de ellos es infalible en su interpretación de
la Biblia. Si ellos son infalibl es, ¿por qué no puede ser infalible el Papa?
Y si el Papa es infalible (y todo el que lee la Biblia es infalible en su
interpretación de la Biblia, al menos en lo personal según el principio
protestante) ¿por qué no puede enseñar a otros algo en lo cual él es
infalible?
Si ellos (los protestantes) no son infalibles, ¿por
qué se ponen a objetarnos a los católicos las cosas que creemos? Si no son
infalibles, los equivocados pueden ser ellos. ¿Por qué tenemos que ser
nosotros los equivocados? Y si todos somos infalibles pero todos creemos cosas
diversas, entonces, ¿qué es la infalibilidad?
Lamentablemente, con estos principios no cae la
infalibilidad sino la Iglesia y la misma Biblia.
Los principios protestantes conducen a la negación de
la autoridad divina de la Biblia, como lamentablemente ha ocurrido a muchos
estudiosos y teólogos protestantes que han terminado en el racionalismo
negando todo valor histórico –primero– y revelado –al fin– a los text os
revelados.
Quiero terminar con el testimonio de un ex pastor
protestante, Bob Sungenis: “Al hojear la pila de libros católicos que (unos
amigos ex protestantes convertidos al catolicismo) me habían enviado, lo
primero que examiné fue la idea protestante de sola scriptura , la noción que
sólo la Biblia tiene autoridad. Fue como una cachetada en la cara cuando me di
cuenta de la verdad de la reivindicación católica que sola scriptura es una
doctrina falsa, una tradición de los hombres. La Biblia (y por extensión sola
scriptura ) fue la doctrina a la que dediqué mi vida. Al estudiar la enseñanza
católica contra sola scriptura me di cuenta, instintivamente, de que todo el
debate entre el catolicismo y el protestantismo podría resumirse en el
concepto de la autoridad. Cada doctrina que uno cree está basada en la
autoridad que uno acepta. Decidí comprobar esta teoría de los Reformadores
pidiéndole a muchos estudiosos y pastores protestantes que me ayudaran a
encontrar sola s criptura en la Biblia. En esta etapa, no me sorprendió que
ninguno pudiera darme una respuesta convincente.
Me citaban versículos que hablaban de la veracidad e
imposibilidad del error en la Biblia, pero no me podían citar una frase que
dijera explícitamente que las Escrituras son las únicas que tienen formalmente
autoridad suficiente.
Curiosamente, algunos de estos protestantes tuvieron
la honestidad de admitir que en ningún sitio de la Biblia se enseña sola
scriptura , pero compensaban esta laguna diciendo que la Biblia no tiene que
enseñar sola scriptura para que la doctrina sea cierta. Pero yo me di cuenta
de que esta posición era insostenible. Porque si sola scriptura –la idea que
la Biblia es formalmente suficiente para los cristianos– no es enseñada en la
Biblia, sola scriptura es una propuesta falsa y contradictoria en sí.
Al estudiar las Escrituras a la luz del material que
me había sido enviado, empecé a ver que la Biblia señala a la Igle sia –y no a
sí misma– como la máxima autoridad en
asuntos doctrinales y espirituales (cf. 1Tim 3,15; Mt
16,18-19; 18,18; Lc 10,16).
(...) Reconocí que la Biblia, aunque contiene la
revelación inspirada por Dios, no puede ser la ‘autoridad’ máxima, pues
depende de personas que razonan para observar lo que dice y, más importante
aún, para interpretar lo que significa. Además, sabía que la Biblia nos
advierte que contiene información difícil y confusa que puede ser (si no
tiende a ser) tergiversada en un sinfín de interpretaciones falsas e
imaginarias (cf. 2Pe 3,16).
Durante los años que anduve perdido en el desierto
teológico del protestantismo, siempre supe que había algo equivocado, pero no
sabía exactamente qué. Ahora empezaba a enfocar el problema y a discernir las
partes del rompecabezas. Mientras más profundizaba, más me daba cuenta del
daño que la teoría de sola scriptura había hecho a la cristiandad. La más
evidente en este sentido era el protestantismo mismo: una enorme masa de
denominaciones en conflicto y desacuerdo, ocasionado por su propia naturaleza
de ‘protesta’ y desafío, una interminable proliferación de caos y
controversia.
Mis diecisiete años de estudios bíblicos protestantes
me aclararon una cosa: Sola scriptura era un eufemismo para ‘sola ego’. Lo que
quiero decir es que cada protestante tiene su propia interpretación de las
Escrituras, y, claro está, cree que la suya es superior a la de los demás.
Cada uno da su punto de vista, asumiendo que el Espíritu Santo le ha guiado a
esa interpretación personal”9 .
· * * * *
9 Bob Sungenis, De la controversia a la consolación,
en: Patrick Madrid, Asombrado por la verdad, Basilica Press, Encinitas,
Estados Unidos 2003, p. 135-137.
Hasta aquí nuestro capítulo principal y central.
Quiero terminar con dos cuestiones.
La primera es reiterar lo que dijimos más arriba:
mi intención no es privar a los protestantes de la Biblia; és ta es una
extraordinaria riqueza que ellos valoran mucho y que les hace mucho bien; y en
muchos casos son un ejemplo para muchos católicos que no valoran la Palabra de
Dios como debieran. Mi intención no ha sido otra que mostrarles y
recordarles que, si bien ellos poseen la verdadera Revelación, (aunque
incompleta, desde nuestra perspectiva), ésta la han heredado –históricamente
hablando– de la tradición católica, y se las ha garantizado el magisterio
católico. Es la Iglesia católica, en su tradición y magisterio de los primeros
siglos, la que ha juntado, custodiado, preservado y discernido los libros con
que hoy todos los cristianos (tanto católicos como no católicos) alimentamos
nuestras almas. Pero los principios por los cuales los protestantes creen que
deben interpretar la Biblia sin magisterio alguno, los lleva a la destrucción
del principio fundamental de su fe, no a preservarlo.
Lo segundo es que, en todas las respuestas que
seguirán en los próximos capítulos, debe tenerse en cuenta que no se ha de
responder a los no católicos que ponen objeciones a partir de la Biblia sobre
los temas que ellos quieren discutir, sino llevarlos a la cuestión
fundamental: que demuestren por qué usan la Biblia; si ellos no quieren ir a
ese campo, habrá que recordar aquel aleccionador episodio de Nuestro Señor (Mc
11,27-33):
Mientras (Jesús) paseaba por el Templo, se le
acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dijeron:
“¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para
hacerlo?”. Jesús les dijo: “Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré
con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los
hombres? Respondedme”.
Ellos discurrían entre sí: “Si decimos: ‘Del cielo’,
nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Pero ¿vamos a decir acaso:
‘De los hombres?’” (tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un
verdadero profeta). Por tanto, respondieron a Jesús: “No sabemos”. Y Jesús
entonces les dijo: “Entonces tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”.
Bibliografía: Albert Lang, Teología fundamental, Rialp,
Madrid 1966; Vizmanos-Riudor, Teología fundamental, BAC, Madrid 1966;
Denzinger-Hünerman, El magisterio de la Iglesia (Enchiridion Symbolorum
Definitionum et Declarationum de rebus fidei et morum), Herder, Barcelona 1999
(para evitar confusiones lo citaré siempre como DS, que corresponde a la
edición anterior –Denzinger-Schöensmetzer–, más conocida y usada).