Autor: Gustavo Aguilera
Los niños deben saber que existe el demonio
El demonio existe y hay que enseñarlo con claridad y serenidad.
No me resisto a compartir con ustedes un hecho que me hizo reflexionar mucho. Hace varias semanas conversé con un amigo sacerdote que trabaja en Roma. Le acaban de asignar la dirección de un colegio que cuenta con kinder y primaria. La primera cosa que pidieron los padres de familia al padre Juan fue la clase de religión para sus hijos. Y manos a la obra. Todo comenzó sobre ruedas: los niños aprendiendo quién era Dios, quién era Cristo y cuánto nos amaba; aprendieron lo del Arca de Noé, la vida de Moisés, la vida de Abraham, los mandamientos, los angelitos buenos y los malos... Y aquí es donde comenzaron los problemas, la clase de los ángeles caídos a los niños de sexto:
—Jóvenes, ese ángel malo se rebeló contra Dios y
no quiso servirle. Ahora busca hacernos pecar para evitar que lleguemos al
cielo y seamos felices con Dios toda la eternidad.
No se imaginan, ni sospechan —ni de lejos— la revolución que se le armó al
padre en cuanto los niños comentaron en sus casas lo que habían aprendido
ese día. Le llovieron notas, cartas, llamadas, amenazas y citas urgentes:
—¡¿Cómo es posible que les enseñen esas cosas,
esas historias medievales para meter miedo; ya no son maneras esas de
inculcar la religión a los niños de hoy?! ¡Qué anticuados con esas fábulas!
Y otras cosas por el estilo y otras en otro estilo que no sería educativo
poner aquí.
Después de escucharlas con paciencia, el padre Juan se puso serio y les
preguntó que si les daban a sus hijos la pizza cruda o bien cocida.
—Pues claro que bien hecha.
—Pues nosotros sólo queremos darles una doctrina católica completa y no a
medias.
Evidentemente muchas no quisieron entender y siguieron furibundas. Pero no
por mucho tiempo. Dos noticias que salieron en los periódicos dejó claro que
el padre Juan estaba en la verdad. La primera fue la desaparición de una
hermosa niña de tres años al sur de Italia. La segunda, el brutal asesinato
a sangre fría de sor María Laura, al norte del país, cerca de Milán.
Después de varios días de intensa búsqueda, la policía había encontrado el
cuerpecillo de la hermosa niña de tres años con signos de violencia y
totalmente calcinado. Pronto se desvelaron los terribles móviles del brutal
asesinato. El cadáver se hallaba en las cercanías de unas ruinas, donde se
decía que celebraban misas negras. Uno de los detenidos confesó que la
habían utilizado para un rito satánico; abusaron de ella y le prendieron
fuego. Los criminólogos dijeron que parecían indicios de que la víctima
había sido quemada viva; los asesinos lo negaban. La noticia salió en la
primera plana de los grandes diarios de Italia.
Tras las oportunas investigaciones, se esclarecía, también, el asesinato de
sor María Laura Mainetti, religiosa de sesenta años. Tres jonvencitas
(ninguna pasaba de los diez y seis años) la habían apuñalado más de diez
veces, mientras ella invocaba a nuestro Señor. Le destrozaron la cabeza
salvajemente con una gran piedra. Se trató, también, de un rito satánico.
Una de las asesinas recon oció que días antes habían hecho un pacto con el
Demonio. Se habían hecho un corte en la mano y después de verter todas un
poco de sangre en un vaso, la bebieron (excepto una que no pudo vencer la
repugnancia). La calle donde fue asesinada sor María Laura estaba llena de
signos satánicos rayados en las paredes.
A pesar de ser contemporáneos, estos crímenes no
tenían conexión alguna. Cada uno en un extremo de la bota itálica. Este dato
me dio escalofríos porque significa que los ritos satánicos están más
extendidos de lo que me imaginaba. Seguramente esas pobres muchachas y
muchachos asesinos no tuvieron un padre Juan que les explicara la fábula
medieval del Demonio.
Hay que explicar a los niños la existencia de ese ser que se negó adorar y
servir a Dios. Y decirles que no debemos tenerle miedo. Satán es como un
perro negro, grande y feo que está atado a una cadena. Si uno se mantiene a
distancia, jamás le morderá. ¿Qué cosas nos acercan a él? Creo que el vivir
en peca do grave, el asistir a sesiones espiritistas o a que nos lean la
mano, las cartas o el café; escuchar música satánica y todas esas cosas que
nos atraen por misteriosas. Aunque el misterio más grande es ver cómo nos
desaparece el dinero de los bolsillos. Ya les podrían ir poniendo impuestos
a los adivinos.
El demonio existe y hay que enseñarlo con claridad y serenidad. Y nunca para
que se comporten bien nuestros niños por temor a él, sino para que estén
preparados y sepan mandarlo a volar cuando se les presente con ofertas
deslumbradoras. No sea que caigan en el engaño, como les ocurrió a las tres
jovencitas asesinas. Las buenas mamás enseñan a sus hijos a cuidarse de los
autos, de las armas, de los cables de luz, de la droga, del alcohol; y sobre
todo de Satanás, que les puede estropear lo más precioso que tienen: sus
almas puras.