Laicismo y tolerancia

Diario de Navarra

Fernando de Meer
profesor de Historia Contemporánea

La lectura del artículo de Zabala Urra sobre el laicismo me produjo una cierta preocupación intelectual. Me pareció que el núcleo de su argumentación podía ser algo contradictorio. Casi sin darse cuenta escribe «las sociedades laicas y secularizadas dan acogida y son tolerantes con las creencias religiosas, pero son incompatibles con las versiones integristas que tienden a convertir sus dogmas propios en obligaciones generalizadas y generalizables».

Ahora bien, ¿cómo distinguimos las creencias religiosas de las versiones integristas? ¿cómo es posible que sociedades laicas fundamentadas, y cito su texto, «en discursos no confesionales y por lo tanto, [son] discutibles» sean capaces de definir las versiones integristas de la religión? ¿No sucederá que toda religión revelada por Dios es para un laicista una forma de integrismo?

Un ejemplo puede servir de ayuda. Un laicista -todos tenemos acceso a buenos diccionarios- piensa que una mujer o un hombre de nuestro tiempo debe hacer una distinción radical entre vida social y religión. Más aún, lo que caracteriza a un moderno es haberse liberado de toda concepción religiosa y hacer de su razón crítica el único criterio de su verdad.

Un católico entenderá con palabras del Concilio Vaticano II que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado», y por ello Cristo «manifiesta al hombre el propio hombre». En este caso procedemos a partir de una realidad dogmática, que para un católico no es una «obligación generalizada» sino un saberse poseído por una verdad que libera.

Para un católico no existe una concepción antropológica del hombre y de la mujer puramente racional, aunque naturalmente comprende que haya personas que intenten conseguirlo; lo que existe es una antropología abierta a lo sobrenatural en la que se fundamenta la visión de la mujer y el hombre más plenamente humana y racional.

Para un laicista, el modo en el que un católico cree en Dios, ama a Dios sobre todas las cosas, cree en la divinidad de Jesucristo, en la existencia del pecado original y del pecado, afirma una visión de la sexualidad desde una antropología cristiana, etc., serán versiones integristas.

Pienso que vale la pena considerar lo siguiente: cuando una sociedad laica se declara incompatible con lo que llama versiones integristas de las creencias religiosas, ¿no se está convirtiendo en una «sociedad integrista laica»? Lo que tratarán los ideólogos de esa sociedad es hacer una pedagogía para que todos los ciudadanos sean laicistas. Esto se deduce con bastante claridad de unas palabras que cita José Ramón Zabala: «En la escuela pública sólo puede resultar aceptable como enseñanza lo contrastable científicamente y lo civilmente establecido como válido para todos: los derechos fundamentales de la persona y otros constitucionalmente establecidos».

Pero ¿se puede decir a estas alturas de la historia que, desde un pensamiento anclado en la sola razón crítica, hay derechos civilmente establecidos como válidos para todos? Basta pensar en el derecho a la vida limitado por el aborto, por el asesinato de niños con graves malformaciones, y por la aplicación de fármacos que causan la muerte a los ancianos.

En mi opinión se trataría de pensar razonablemente: dado que existen hombres y mujeres que son creyentes, y que su comportamiento religioso no es un atentado al orden público -a no ser que sólo el hecho de ser creyente sea ya un atentado- y la fe religiosa tiene consecuencias sociales, consideremos cómo se puede establecer un régimen de libertad en el que todos puedan vivir con plenitud lo que son las consecuencias sociales de su fe.