La realización moral de la persona humana


Gonzalo Beneytez
 



 

PRESENTACIÓN

TEMA I. EL HOMBRE: CUERPO Y ESPÍRITU

A) La unidad psicosomática humana

1. El cuerpo humano

2. El psiquismo humano: la afectividad

3. La conciencia

4. La autoconciencia

B) La dimensión espiritual de la persona

1. La persona humana y la verdad: la inteligencia humana

2. La búsqueda del sentido de la vida

3. El conocimiento de Dios

TEMA II. LA LIBERTAD

1. La libertad es una característica de la voluntad

2. La libertad y la verdad

3. Libertad y autodominio

4. La libertad entendida como autodeterminación

TEMA III. LA PERSONALIDAD Y EL EQUILIBRIO AFECTIVO

1. Los tres ámbitos de la personalidad

2. El desequilibrio de la personalidad

3. La educación de los sentimientos

TEMA IV. PERSONA Y SOCIABILIDAD

1. La intimidad personal

2. La comunicación humana

3. Ámbitos de convivencia

4. La comunión personal

5. El problema de conciliar individuo y sociedad

6. Noción de persona humana

TEMA V. LA DETERMINACIÓN DE UN PROYECTO DE VIDA

1. La necesidad de definir un proyecto de vida

2. El problema del sentido de la vida

3. Factores fundamentales del proyecto de vida

4. El concepto de vocación

5. Sentido de los compromisos

6. La elaboración del proyecto de la vida

7. La gestión de la crisis del proyecto

TEMA VI. LA CONCIENCIA MORAL

1. La conciencia moral

2. La formación de la conciencia moral

3. El juicio de la conciencia

4. Perspectiva histórica de la Ética

TEMA VII. VIRTUDES HUMANAS

1. Noción de virtud moral

2. La riqueza interior de la persona

3. El orden interno de la persona

4. La convivencia

5. La vida matrimonial y familiar

6. El trabajo

7. Afán de aprender

TEMA VIII. ENAMORAMIENTO Y MATRIMONIO

1. La vocación esponsal de la persona humana

2. Enamoramiento

3. Del enamoramiento al amor esponsal

4. El compromiso matrimonial

5. El noviazgo

TEMA IX. PROCREACIÓN Y EDUCACIÓN

1. La vocación a la fecundidad

2. La experiencia del embarazo

3. Matrimonio: escuela de amor y fecundidad

4. El matrimonio en el proyecto creador

TEMA X. LA SEXUALIDAD HUMANA

1. La sexualidad y la vocación esponsal de la persona

2. La sexualidad integrada en la donación de la persona

3. La sexualidad desintegradora de la persona

TEMA XI. LA VOCACIÓN DEL HOMBRE AL TRABAJO

1. El valor humanizador del trabajo

2. Trabajo, familia y sociedad

3. Dimensión religiosa del trabajo

4. Trabajo y desarrollo personal

5. La moral profesional

 

 

PRESENTACIÓN

El tema central del presente estudio es la persona humana

La persona humana: esa realidad tan cercana, tan íntima, tan propia... y a la vez tan difícil de comprender, tan inabarcable, tan misteriosa.

Nada parece tan interesante de estudio como el ser del hombre. Nada tan extensamente estudiado por la filosofía de todos los tiempos... y sin embargo, nada tan enigmático y difícil de explicar como esa realidad que se condensa en el concepto de persona humana.

Por otra parte es tarea irrenunciable de todo hombre afrontar el problema de la comprensión de la propia existencia. No se puede vivir sin sentido, sin buscar el sentido de la existencia, sin dar un determinado sentido a la existencia. Pero... ¿tiene sentido la existencia humana?

Necesitamos dar respuesta al enigma del sentido de la vida. Cada mañana necesito encontrar un motivo para levantarme, para ir al trabajo, para luchar por sobrevivir en un mundo antagónico, para soportar injusticias, agresiones, dificultades, sufrimientos, injusticias... ¿vale la pena vivir? ¿vale la pena luchar por ser cívico, honrado, solidario? ¿vale la pena sacrificarse por los demás, fundar una familia, traer hijos al mundo...? Si al final nos vamos a morir, ¿qué sentido tiene luchar y sufrir tanto en esta vida?

Hay un conjunto de problemas ineludibles que toca a todo hombre afrontar: el problema del dolor, del mal, el sentido del esfuerzo, el sentido de la convivencia con los demás humanos, el sentido de la vida familiar, profesional, social, el sentido moral de la existencia, el más acá u origen de la vida humana, el más allá de la existencia terrena o valor trascendente de la vida...

Por eso necesitamos saber qué es el hombre: porque solo desde una comprensión de lo que soy puedo encontrar el sentido de mi existencia. Sólo si soy capaz de dar un sentido a las diversas dimensiones de la vida, y a la vida en su totalidad, mi existencia será verdaderamente humana. Sólo si acierto a entenderme como lo que realmente soy podré alcanzar una vida acorde a mi ser y a mi dignidad. Sólo la verdad del hombre permite al hombre vivir en coherencia con su dignidad. Quien desconoce su dignidad acaba negándola con su conducta.

Hay por tanto mucho en juego: lo que nos jugamos es configurar la propia existencia y la vida social de acuerdo o no con lo que nos corresponde como humanos. Lo que está en juego es nuestra humanidad: la humanidad en sentido global. Y solo desde una comprensión cabal de lo que es el hombre se puede alcanzar su realización de modo existencial.

No pretendo en estas líneas resolver este gran enigma, tan solo animar, sugerir, facilitar algunos puntos de reflexión para ayudar al lector a que afronte por sí mismo esta tarea que nadie puede ni debería osar eludir.

Tema I. El hombre, cuerpo y espíritu

A) La unidad psicosomática humana

1. El cuerpo humano

El hombre se compone de cuerpo, psique y espíritu. El hombre es un ser corporal y espiritual. La corporalidad y la espiritualidad del hombre son distintas, no se confunden, pero al mismo tiempo se integran y se complementan en la unidad del ser humano.

El cuerpo humano es un compuesto de elementos materiales comunes al resto de las sustancias del universo. El cuerpo humano realiza las actividades específicas corpóreas comunes a los demás seres animales del universo: nutrición, crecimiento, respiración, digestión, moción, relación y reproducción. El cuerpo realiza esta actividad de manera autónoma.

El cuerpo humano está dotado de la capacidad de reaccionar ante los estímulos y cuerpos externos con el fin de aprovechar para su propio beneficio las sustancias que vienen de fuera y repeler lo que puede dañarle. Esta cualidad, denominada reactividad, está regida por el principio de conservación de la vida. La vida es un valor automáticamente salvaguardado por la naturaleza humana.

El cuerpo humano se encuentra integrado en una realidad superior que podemos llamar unidad psicosomática. Se trata de un cuerpo unido a una estructura psíquica por la que el sujeto siente el cuerpo y vive insertado en el mundo material a través del cuerpo. Por el cuerpo la unidad psicosomática humana se relaciona con el mundo: lo ve, lo huele, lo oye, lo siente, lo experimenta, lo vivencia de manera humana.

2. El psiquismo humano: la afectividad

La dimensión psicológica de la persona humana (psique, en griego) constituye una unidad con el cuerpo. El hombre posee una constitución psicosomática: una unidad dinámica corpórea y al mismo tiempo psíquica por la que puede realizar actividades diversas:

—específicamente corpóreas: la digestión de alimentos, la respiración, el movimiento local: andar, correr...

—específicamente psíquicas: los actos de los sentidos externos e internos: ver, oler, sentir alegría, sufrir pasiones como la ira, etc.

El psiquismo humano está constituido por un entramado muy rico de afecciones denominadas sentidos, sentimientos, emociones, pasiones, deseos… Algún autor ha dicho que el hombre se haya sumergido en un cierto "laberinto sentimental" [1]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

La psicología humana es en cierto modo semejante a la psicología de los animales más desarrollados. Desde el punto de vista psicológico el hombre parece ser más inepto que algunos animales que poseen sentidos más desarrollados y aprenden a ser autosuficientes con más facilidad y rapidez. La psicología humana posee una mayor plasticidad o capacidad de desarrollo aunque sea más lento. Ahora nos interesa destacar que la psicología humana tiene la capacidad de integrarse con las facultades espirituales. Más adelante estudiaremos que su actividad está a caballo entre la materialidad del cuerpo y la espiritualidad de lo propiamente personal del hombre.

Algunos animales poseen un psiquismo semejante al humano; e incluso –en cierto modo– más desarrollado: las águilas tienen una vista superior a la humana. La diferencia estriba en que el psiquismo animal representa la cúspide de su naturaleza. La conducta animal corre enteramente por cuenta de este psiquismo. La psicología animal sigue pautas más o menos predeterminadas: el animal actúa según el dinamismo que se deriva de su psicología: una psicología limitada, cerrada a un mundo limitado, que algunos llaman "perimundo" [2]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

El psiquismo establece las pautas más elementales de la conducta. Gracias al psiquismo cada hombre conoce en primer lugar el estado del propio cuerpo. Cada hombre "siente" su cuerpo. Puede sentirse bien: con energía, con fuerza..., o puede sentirse mal: cansado, nervioso, con malestar físico. Gracias a este sentido corporal puede percibir un mal corpóreo (por ej.: una herida, una mala digestión, un dolor de cabeza, una corriente eléctrica, o la presencia de un mosquito sobre la piel...), elaborar un diagnóstico (tengo la gripe, tengo cansancio, ) y así poner el remedio oportuno (tomar la medicación oportuna, reposar unos días en cama...).

El psiquismo permite al hombre, en segundo lugar, adquirir un conocimiento sensible de los objetos externos y entablar una relación básica con ellos beneficiosa para el hombre. Por medio del psiquismo el hombre percibe la bondad o malicia de un objeto externo y reacciona ante él; ya sea para apropiárselo o para rechazarlo.

No obstante el conocimiento que el psiquismo humano tiene de los objetos externos es parcial; se limita a los aspectos fenoménicos del objeto; a su apariencia. Un niño pequeño —precisamente porque vive todavía muy condicionado por el psiquismo— tiende a llevarse a la boca lo que tiene un color llamativo y lo chupa o lo come, sin plantearse la posibilidad de que pueda sentarle mal.

Las instancias afectivas humanas actúan por sí mismas de manera autónoma. Cabe decir que son ciegas si se analizan desde el punto de vista del conocimiento de la verdad. Necesitan la luz de la inteligencia. Los afectos y sentimientos son educables: hay que reconducir la vida afectiva y pasional hacia los verdaderos valores de la persona humana.

El psiquismo humano nos conduce a la realidad de la conciencia. La diferencia esencial entre la actividad estrictamente corporal y las activaciones psíquicas estriba en que las segundas son afecciones que se manifiestan en la conciencia.

3. La conciencia

Cada hombre vive sumergido en un flujo de experiencias causadas por la percepción del propio cuerpo y el mundo externo en el que vive el hombre. El hombre experimenta todo eso en su interioridad, en su intimidad subjetiva. Estas experiencias son vividas por la subjetividad consciente del sujeto personal de una manera íntima, como vivencias personales. Estas vivencias constituyen ese flujo interior que denominamos conciencia. La conciencia es el ámbito en el que el hombre experimenta interiormente todo el conjunto de vivencias subjetivas referentes a sí mismo y al mundo circundante.

En la conciencia confluyen las experiencias de la realidad objetiva y el sujeto que las experimenta. Por ejemplo, cuando siento sed, percibo la necesidad de beber junto con la experiencia del «yo». El que tiene sed soy yo. Experimento a la vez «sed» y «yo». El yo subjetivo acompaña todas mis experiencias. Dicho de otra manera, todas las experiencias se viven de manera subjetiva, se viven por el sujeto como propias. La conciencia humana siempre es autoconciencia: incluye la conciencia de sí mismo.

4. La autoconciencia

La conciencia de uno mismo o conciencia del yo viene a ser el común denominador de todas las experiencias psíquicas. Desde que me despierto hasta que me duermo soy consciente de mí mismo como el sujeto de todas las afecciones psíquicas. De esta manera va desarrollándose la imagen del «yo», aparece el conocimiento de mí mismo, el conocimiento de mi propia identidad o autoconocimiento.

¿Quién soy yo? Yo me percibo como el sujeto de mis afecciones psíquicas: yo soy un sujeto que ve, huele, sueña, imagina, recuerda, siente hambre, y frío... Yo soy quien siente la mano, el brazo, la pierna... todo mi cuerpo. Este cuerpo que siento, lo siento como mío. Por tanto yo soy mis afecciones psíquicas y el cuerpo por el que siento esas afecciones. Ese cuerpo es sentido como mío: es mi cuerpo.

El proceso de la autoconciencia se lleva a cabo por la relación con el resto de los seres que rodean al «yo»: las personas y cosas que rodean al «yo» humano desde la infancia. Poco a poco cada hombre adquiere noción de su identidad por relación al mundo en que vive. Mi «yo» aparece configurado dentro de un conjunto de seres, de manera especial por relación a un «tu» personificado casi siempre en la figura de la madre, del padre, los hermanos y los demás: vecinos, amigos... La autoconciencia se desarrolla en el encuentro y la comunicación con otros hombres.

En resumen: «yo» soy algo: un cuerpo; soy un sujeto consciente: un psiquismo; soy un alguien que convive y se comunica con otros... ¿qué más? El «yo» descubre que además de paciente soy un agente de sus actos: soy capaz de inventar mis propios actos; soy capaz de realizar elecciones propias: soy autor de mi propia existencia: soy libre.

Van apareciendo poco a poco otras realidades «psíquicas» como son las voliciones, los pensamientos, las dudas, la reflexión... y con ello el desarrollo del lenguaje humano. El yo debe enfrentarse ahora al problema de la libertad y al problema de la búsqueda del sentido de la vida y del propio ser. El yo se torna problema de sí mismo. Vemos que el yo nace como «yo psicológico»: como sujeto de vivencias psíquicas. Luego se conforma como «yo espiritual»: como ser que toma conciencia plena de sí como autor libre y configurador de su propia vida. Es así como el yo alcanza una conciencia más completa de sí, conoce su ser en sí: el «yo ontológico».

B) La dimensión espiritual de la persona

La cúspide de la naturaleza humana no es el psiquismo sino el espíritu. El principio dinámico superior es la voluntad. La voluntad representa lo más humano. Cada hombre es capaz de determinar de algún modo su conducta por medio de las elecciones que realiza constantemente. El ejercicio de la voluntad precisa de la inteligencia.

1. La persona humana y la verdad: la inteligencia humana

El hombre posee la capacidad grandiosa de conocer —por medio de los sentidos, la imaginación, la inteligencia…— y de estimar, valorar y amar todo lo bueno que encuentra a su alrededor. Un primer acercamiento a la verdad nos los proporcionan los sentidos, los sentimientos... Pero el conocimiento cabal de la realidad nos lo aporta la inteligencia. La verdad propiamente dicha sólo se alcanza en el conocimiento intelectual. Las verdades más profundas acerca del hombre son difícilmente alcanzables.

El hombre es un ser abierto a la realidad. El hombre ha sido creado para vivir en la verdad: de la verdad y para la verdad. He aquí la nobleza del hombre: ser capaz de mantener una relación objetiva respetuosa con la realidad; una relación que no pretende someter la realidad para su uso y disfrute sino vivir de acuerdo a la realidad.

La verdad es patrimonio del hombre, pero un patrimonio que debe conquistar a lo largo de su vida. La búsqueda de la verdad exige actuar libres de prejuicios. Hemos de evitar etiquetar con precipitación a las personas y los acontecimientos; hemos de evitar juzgar de manera trivial la realidad. La realidad posee siempre en sí misma una mayor riqueza de como la conocemos. Hay que evitar el juicio definitivo: dejar abierta la puerta para aceptar ulteriores aspectos que todavía no conocemos y estar dispuestos a matizar y corregir los juicios que hemos hecho sobre la realidad.

Cada hombre debe desarrollar su capacidad intelectual y procurar progresar paulatinamente en la conquista de una verdad que nunca se alcanza de manera absoluta. Hay que desear profundizar en la realidad; no quedarnos en la superficie, en la apariencia que nos ofrecen los sentidos y sentimientos. Hemos de perder el miedo a pensar.

De lo que se acaba de exponer se pueden proponer algunas sugerencias prácticas:

—Hay que atreverse a pensar por cuenta propia: plantearse sin miedo las grandes cuestiones de la vida. Una actividad provechosa consiste en escribir lo que uno piensa. Escribir lo que se piensa ayuda a pensar.

—Es provechoso comunicar lo que pensamos sobre los temas profundos de la vida humana y contrastarlo con otras personas venciendo el pudor que ha veces nos detiene para hablar de estos temas. Es necesario aprender a dialogar, aprender a escuchar y razonar nuestros puntos de vista de manera desapasionada: aceptar lo que aportan los demás y ofrecer nuestra aportación a los demás.

—Conviene elaborar un plan de lecturas, y disponer a la semana de un tiempo para leer o estudiar. Antes de iniciar una lectura conviene asesorarse bien sobre la bibliografía más adecuada a nuestros intereses de tipo literario, histórico, filosófico, teológico...

—Es provechoso transcribir en fichas los textos de las ideas y sugerencias más interesantes de los textos leídos. Poco a poco podremos disponer de un fichero ordenado por temas que resultará enriquecedor repasarlo de vez en cuando.

2. La búsqueda del sentido de la vida

En todo hombre hay un anhelo irresistible de verdad, de deseo de saber, de comprender más profundamente el sentido de la vida, del más allá… Necesitamos dar respuestas a los grandes interrogantes de la vida: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿quién soy?, ¿qué debo hacer en la vida?

Los grandes interrogantes del hombre nos llevan a la búsqueda del sentido de la vida, a la razón de ser del mundo y del hombre. El hombre se termina preguntando tarde o temprano sobre la causa última del mundo, sobre su Creador, sobre el Ser absoluto que sostiene el mundo y da razón de su origen y finalidad última. En definitiva el hombre termina preguntándose sobre Dios.

3. El conocimiento de Dios

La filosofía clásica afirma que el hombre puede conocer a Dios de diversas maneras. En este texto no pretendo ocuparme de este tema, tan solo manifestar que el hombre de hoy necesita aprovechar este legado filosófico para reemprender el acceso filosófico a la existencia y el ser de Dios y así redescubrir el fundamento divino de su existencia, la dimensión trascendente de su ser y el sentido religioso de su vida.

Aquí deseo tan solo destacar que la contemplación del mundo permite descubrir a Dios como Causa de todos los seres contingentes del universo y Causa del orden y perfecciones del mundo. El pensamiento humano alcanza a comprender que el mundo reclama la existencia de un Ser no sometido a la contingencia, esto es, un ser que sea en sí mismo subsistente.

La filosofía clásica entiende que las perfecciones que encontramos en el universo deben existir de manera plena y perfecta en la Causa absoluta del universo. Dios es el Ser absoluto: subsiste por Sí mismo, no necesita ni depende de nada ni de nadie, carece de origen: es eterno. De esta manera conocemos a Dios como creador: como ser inteligente, bueno, providente…

El conocimiento de Dios a partir de los seres contingentes —la así llamada vía cosmológica— se complementa con el conocimiento de la esencia divina a partir de las cualidades más perfectas que encontramos en el hombre. La llamada vía antropológica permite profundizar en el conocimiento de Dios como suma Verdad y Amor: como Ser Personal, y constituye un campo de gran interés para la Teología Natural.

Tema II: La libertad

1. La libertad es una característica de la voluntad

En el tema anterior hemos considerado la existencia de los apetitos, pasiones o impulsos de la afectividad hacia bienes de tipo sensible. Percibimos que determinados objetos nos atraen sensiblemente; nos apetecen. El psiquismo humano está predispuesto para sentir agrado hacia todo aquello que le conviene al cuerpo o a la mente; por ejemplo: descansar tras un esfuerzo físico o psíquico, beber cuando se produce una cierta deshidratación, comer cuando se está en ayunas, u otras actividades como dormir, pasear, o hacer deporte...

Nos apetecen muchas cosas pero no siempre las hacemos. ¿Por qué? La respuesta es que si no actuamos siempre por lo que más nos apetece hacer es porque existe en nosotros una capacidad superior al apetecer. Esa capacidad es el querer. Querer es una capacidad humana que ordinariamente está vinculada a la capacidad de apreciar algo que se capta como valioso. El querer remite a una decisión, es consecuencia por tanto de haber realizado una elección tras sopesar los pros y contras mediante la inteligencia.

La voluntad es la capacidad por la que el hombre quiere y decide. Los hombres sentimos apetencias pero podemos decidir seguir un curso distinto de lo que más nos apetece. Aquí podemos apreciar que la voluntad goza de una cierta superioridad respecto a la afectividad. La voluntad es la capacidad suprema del hombre en el orden de la decisión. El hombre se caracteriza por actuar según lo que decide por la voluntad. La capacidad de decidir se denomina «libertad».

Todo el día estamos decidiendo. Decido levantarme, salir, hacer esto o lo otro, hacerlo de esta manera o de la otra. Hablo con esta persona porque lo decido, y le digo lo que voy decidiendo decirle... y así actúo habitualmente a lo largo de toda la vida. Vivir es en cierto modo decidir.

Muchas veces tomamos decisiones poco importantes; como el menú que elijo cuando voy a comer a un restaurante. Otras decisiones son más importantes: iniciar un noviazgo. Hay decisiones por las que comprometo mi futuro: firmar unas letras de crédito en un banco, elegir una carrera o casarme con una determinada persona.

Vivir bien supone aprender a decidir bien. La vida requiere aprender a tomar decisiones: pensar bien las decisiones sobre los asuntos más comprometedores de la vida. La vida requiere tomar decisiones sobre el uso de ciertos recursos disponibles, el modo de resolver determinados problemas y retos coyunturales, y —en general— la manera de sacar el mayor partido posible a la vida.

La libertad es una capacidad y a la vez una responsabilidad. Hay que aprender a ser libres, hay que aprender a usar bien la libertad. En algunas ocasiones elegir es difícil, pues a veces no sabemos bien qué queremos, o tenemos la impresión de que queremos cosas contradictorias. La madurez humana consiste en definir el tipo de persona que deseo realmente ser y obrar de manera coherente.

2. La libertad y la verdad

Decidir con libertad significa sopesar las diversas posibilidades. La libertad requiere pensar bien las elecciones posibles. Quien actúa por apetencias, por inercia, por lo que hacen los demás, por la moda... tiene bastante menguada su libertad. Hay que esforzarse por tener en cuenta las diversas circunstancias, los riesgos, las consecuencias... de las propias decisiones.

La libertad reclama conocimiento de la verdad. Actuar bien produce satisfacción. Actuar de manera precipitada, con atolondramiento, sin prever las consecuencias nos suele provoca un sentimientos de desazón. Además nos sentimos obligados a reparar las consecuencias de una mala decisión. Nos pasamos la vida lamentando malas decisiones, reparando lo que hemos hecho regular o mal y sacando experiencias para decidir mejor en el futuro.

A veces pensamos que ser libre es elegir sin condicionantes, con total independencia del mundo que nos rodea: hacer lo que me viene en gana con pura espontaneidad. Esta concepción de la libertad es en el fondo una ilusión. La elección requiere tomar conciencia de lo que es verdaderamente bueno para mí. La elección requiere conocimiento de la verdad sobre lo que soy, puedo y debo hacer en medio de las circunstancias en las que se desarrolla mi vida. Las circunstancias condicionan mi elección, pero no necesariamente la determinan. Aunque las circunstancias nos influyen, nos condicionan, no nos determinan: existe espacio para la libertad. La libertad es la capacidad de encaminar la propia vida según el bien conocido, según el verdadero bien. La persona es el ser capaz de hacerse cargo de la realidad circundante y tomar una postura personal.

Cada persona se forja un ideal de vida; y actúa y decide según ese ideal. En este sentido se dice que la persona posee una cierta autonomía o capacidad de obrar libremente. No debemos confundir autonomía con libertad de conciencia: no nos corresponde decidir lo que es bueno o malo, sino que hemos de buscarlo, y actuar conforme a la verdad. Sin verdad no hay verdadera libertad. La libertad consiste en la capacidad de elegir lo bueno, no de decidir que algo sea bueno. La grandeza del hombre estriba en que no solo es capaz de conocer la verdad sino también de obrar según la verdad, de vivir en la verdad.

3. Libertad y autodominio

Si un hombre decide adelgazar, no le basta con tomar la decisión seguir un régimen de comidas de adelgazamiento. Es preciso llevarla a cabo y para eso debe vencer las tendencias psíquicas que le llevarían a desobedecer esa decisión. Ese hombre debe vencer la tentación de abandonar el régimen de comidas cuando le apetezca y debe esforzarse en cumplirlo. La libertad incluye autodominio. La libertad exige el autodominio de los dinamismos psicosomáticos, esto es, la autonomía o dominio de la persona por medio de su voluntad sobre sus sentimientos y pasiones.

La grandeza humana estriba en la capacidad de conducir mediante la voluntad los apetitos del psiquismo y actuar en último término no según el dictado de las pasiones sino según la verdad del objeto que se tiene delante. El hombre puede vencer el desengaño de la apariencia (de lo que aparece apetecible o desagradable) e instalarse en el mundo de la verdad —en el mundo real— (de lo realmente conveniente o nocivo).

Por esto la libertad se vive en ocasiones como un drama, como un esfuerzo costoso por llevar a cabo las propias decisiones en medio de una tormenta de dudas, incertidumbres, desganas, inapetencias y pasiones que oscurecen y dificultan seguir la dirección elegida. La madurez es la capacidad de caminar seguro y estable hacia la consecución del objetivo elegido, sin claudicar ante las dificultades y contratiempos. La libertad reclama fortaleza para vencer las tendencias anímicas contrarias. Para ser verdaderamente libres se requiere fuerza de voluntad. La voluntad se fortalece con esfuerzo.

4. La libertad entendida como autodeterminación

Cuando actúo soy autor, creador libre y responsable, de mis actos. La responsabilidad es una propiedad de la persona por la que es capaz de asumir la autoría de los propios actos con todas sus consecuencias. Cuando la persona es consciente de haber actuado mal siente la necesidad de rectificar y reparar el mal hecho.

Cuando actúo soy autor de mi acción. Pero hay algo más: mi acción revierte en mí mismo. Las decisiones que tomo me involucran a mí mismo. Cuando decido perdonar a un agresor me hago misericordioso. Cuando ayudo desinteresadamente a alguien me hago servicial. Cuando doy con abundancia a quien me pide me hago generoso. Y si digo una mentira me hago mentiroso. La conducta permanece en el sujeto agente. Configuro mi ser según mis obras.

Cada día, la persona humana configura su ser, se hace a sí mismo: cada hombre es "escultor" de sí mismo. En esto consiste ser persona humana, en esto consiste la libertad en la vida terrena. Cada uno es en cierto modo "padre" e "hijo" de sí mismo. Somos fruto y resultado de nuestras decisiones. «Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz» [3]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

El ejercicio de la libertad tiene una gran trascendencia en la persona. Las acciones humanas no quedan perdidas en la temporalidad, en el pasado. El modo de actuar queda grabado en la persona pues las acciones configuran nuestra personalidad. Con el tiempo cada persona va adquiriendo unos hábitos, un temperamento, un modo de ser, un estilo personal de vida humana que es resultado de las decisiones que cada uno toma, del tipo de conducta que cada uno determina libremente.

Tal vez el lector puede haber tenido la experiencia de haberse encontrado en alguna ocasión con un viejo conocido, al que nota muy cambiado. Antes era amable, cordial, simpático... Al cabo de los años se ha vuelto huraño, desconfiado, taciturno, grosero... Se le ha agriado el carácter. Y no es culpa del clima, o de una enfermedad, o de las compañías. Es culpa de la actitud que ha adoptado. Tal vez ese hombre ha adoptado esa actitud de una manera un tanto inconsciente, pero al fin y al cabo la ha adoptado él y él es el responsable último de su conducta y de su modo de ser. La libertad nos configura de una determinada manera humana y moral. La libertad introduce al hombre en la dimensión moral de la persona.

Tema III: La personalidad y el equilibrio afectivo

1. Los tres ámbitos de la personalidad

La subjetividad personal es el ámbito interior de la persona. Está constituido por el conjunto de las vivencias del sujeto personal. Estas vivencias se componen de una gran riqueza de contenidos psíquicos de diversa naturaleza: representaciones sensibles, emociones, sentimientos, afectos, pasiones... Además la mente humana concibe ideas e intuiciones sobre la realidad, elabora juicios, toma decisiones, realiza actos de voluntad como querer, amar, y muchas otras actividades. Todo eso forma parte de la subjetividad de cada individuo personal. Cada persona vive de alguna manera inmersa en su propia subjetividad.

De manera simplificada se puede decir que la intimidad se compone de afectos, ideas y voliciones. Afectividad, inteligencia y voluntad son las fuentes principales que nutren la intimidad humana. Cada hombre debe desarrollar estas capacidades fundamentales y debe establecer una correcta armonía entre las tres.

2. El desequilibrio de la personalidad

La madurez es fruto del equilibrio de las tres facultades señaladas. Cuando alguna de las tres se desintegra de las demás se cae en ciertas deformaciones del carácter como las siguientes:

Sentimentalismo: configura un carácter en el que la conducta humana depende primordialmente de la afectividad. Todo se valora y mide por el modo en que se siente y percibe la realidad según la afectividad. La persona subyugada primordialmente por la dinámica afectiva tiende a ser irascible, apasionada, voluble... Los estados de ánimo y las apreciaciones superficiales de la realidad dominan la conducta. Tiende a ser superficial, cambiante, impredecible; incapaz de compromisos estables y convicciones firmes y duraderas.

Intelectualismo: es el modo de ser de la persona cultivada primordialmente en el mundo intelectual, dedicada excesivamente al estudio, la lectura... Se encuentra muy polarizada hacia las ideas, las teorías, el pensamiento y a consideraciones abstractas de la realidad. Por contrapartida desarrolla poco la dimensión afectiva en las relaciones con los demás y suele ser un tanto fría, distante, poco comunicativa, poco práctica en la resolución de los problemas cotidianos de la vida.

Voluntarismo: es la hipertrofia de la voluntad. El hombre voluntarista actúa movido sobre todo por un afán de libertad. Tiende a tomar decisiones propias y llevarlas a cabo sin atender apenas a los motivos, razones y sentido de la actuación. El voluntarismo mueve a decidir sin motivación objetiva, sin considerar suficientemente los condicionantes, y de una manera un tanto arbitraria: por una afirmación de pura libertad entendida como un valor absoluto.

El voluntarismo tiende al activismo: actuar, hacer, moverse... sin rumbo y sin sentido. El voluntarista es rígido, inflexible, poco razonable, dominante, impositivo... Carece de capacidad para hacerse cargo del modo en que influye y afecta su conducta a los demás. Desestima los sentimientos, las formas, la elegancia, la amabilidad... Busca ante todo la eficacia, los resultados, los efectos cuantitativos y pragmáticos. Suele adolecer de falta de visión estética de la vida.

3. La educación de los sentimientos

El hombre debe aprender a sentir la realidad, apreciar y gustar el mundo. No basta con ver. Hay que aprender a mirar, apreciar la realidad, discernir la belleza. Hay que discernir las cualidades de los hombres con los que convivimos, intuir su mundo interior: sus alegrías y penas, los motivos de sus sufrimientos, sus expectativas e ilusiones... La empatía es la capacidad de experimentar unas vivencias afectivas semejantes a las que padece otra persona. Es muy conveniente saber "empatizar" con quienes convivimos.

Los sentimientos humanos constituyen un dinamismo humano autónomo: el hombre los experimenta en la conciencia de manera pasiva. Los sentimientos surgen como una reacción natural de la sensibilidad humana ante los sucesos de la vida y el comportamiento de las demás personas. Solemos pensar que ante los sentimientos no cabe más salida que padecerlos pasivamente. Si son agradables, disfrutarlos, y, si son desagradables, sufrirlos con resignación.

¿Podemos influir de manera voluntaria en nuestro mundo afectivo y sentimental? Cabe responder que en cierta manera sí es posible. Tenemos experiencia de que podemos adoptar actitudes distintas ante los sentimientos. El tipo de actitud que tomemos depende en buena manera de cada uno. Cada hombre debe aprender a adoptar una actitud inteligente ante las situaciones que vive y los sentimientos que suscitan estas situaciones. De manera que la respuesta no sea meramente espontánea sino fruto de una elección consciente.

En el mundo de la empresa se dice que el buen directivo debe aprender a actuar ante las personas y situaciones de una manera no reactiva (espontánea) sino proactiva [4]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

La madurez humana requiere aprender a «sentir de manera cabal» la realidad. La madurez humana requiere una adecuada educación de los sentimientos. Educar los sentimientos significa comprender de alguna manera por qué se siente la realidad como se siente, conocer los estados anímicos personales, ser capaz de dar una cierta interpretación de los estados anímicos que sufrimos, saber relativizar la excesiva carga sentimental que a veces sufrimos, fomentar sentimientos adecuados ante la realidad que percibimos.

El hombre actúa habitualmente según lo que decide hacer. La voluntad es la capacidad de decidir. La voluntad es la capacidad de imperar la orientación de nuestros actos. Es la facultad que reclama fuerza: la fuerza de la voluntad es un valor humano porque significa actuar según las propias decisiones. Pero la voluntad reclama la luz de la razón porque no es razonable actuar por el simple motivo de que me he decidido a hacerlo así: porque sí. La voluntad reclama actuar por motivos verdaderos, por lo que verdaderamente entiendo que es bueno para mí.

En no pocas ocasiones la persona debe actuar al margen o contra los impulsos afectivos y sentimentales. Lo logra gracias al imperio de la voluntad orientada por la verdad conocida intelectualmente. Sin embargo el equilibrio de la personalidad alude a la conveniencia de que los sentimientos se armonicen en lo posible con la voluntad. Es difícil actuar habitualmente al margen o contra los sentimientos. Querer a los demás requiere involucrar las capacidades afectivas y educar la afectividad para que se integre con los valores conocidos por la inteligencia y queridos por la voluntad. La madurez humana requiere la adecuada integración de la afectividad con la voluntad y la inteligencia. La voluntad —capacidad de decidir y querer— debe mover a la inteligencia a iluminar los valores humanos que deben regir la vida e inducir a los afectos a apreciar afectivamente esos bienes humanos. Hay que impulsar y potenciar la afectividad en el gusto por lo bueno.

La persona debe detenerse a considerar los aspectos valiosos de los demás y dejar que los afectos se nutran, se desarrollen hacia esos bienes. Así se puede aprender a querer más a una persona, con mayor afectividad. De igual manera se pueden corregir los sentimientos de ira o cólera, de odio o rencor. No debemos dejar que nos dominen. Podemos examinar cuál es la causa objetiva que provoca esos sentimientos, desenmascarar así la incongruencia objetiva de la carga emotiva que experimentamos y controlar de manera oportuna su influencia en nosotros.

A veces nos sentimos molestos por el comportamiento de una persona; nos resulta antipática, pero desconocemos el motivo o razón objetiva de esa molestia: ¿por qué me cae tan mal este individuo? Si uno analiza lo que le pasa puede llegar a conclusiones muy diversas.

Puede suceder, por ejemplo, que la molestia sea un sentimiento de antipatía infundado, ocasionado por un particularidad física de esa persona: me desagrada su porte descuidado, o su timbre de voz. Puede ser que la antipatía venga provocada por su carácter, sus gustos, los temas insulsos sobre los que suele conversar...

Tras ese análisis la conclusión más razonable consiste en aprender a tolerar ese modo de ser, quitar importancia a esas desavenencias, y no dejarse arrastrar por la antipatía. Además conviene fomentar sentimientos de aprecio hacia esa persona reconsiderando y remarcando sus buenas cualidades.

Si observo que una persona me cae mal porque su conducta es inmoral puedo intentar ayudarla a rectificar y reparar su mala conducta. De este modo lograré mitigar los sentimientos adversos y emprender una actitud razonada y positiva ante los escollos de la convivencia con esta persona.

Tema IV: Persona y sociabilidad

En los tres primeros temas nos hemos centrado en algunos aspectos concernientes a la dimensión más bien interna de la persona: la dimensión psico-somática y la vida espiritual, el equilibrio interno de la persona, la capacidad de actuar con autonomía: la libertad interior.

Ahora vamos a fijarnos en la dimensión más bien externa de la persona: la capacidad de relacionarse con otras personas. Entendemos que ambas dimensiones son fundamentales para comprender adecuadamente a la persona.

1. La intimidad personal

Cada persona vive habitualmente pendiente y ocupada con el mundo exterior: interesada por conocer las noticias del mundo en el que vive, estar al tanto de los familiares, amigos, vecinos, llevar a cabo las tareas previstas... Vivimos ordinariamente volcados hacia lo de fuera, hacia la vida social.

En otros momentos preferimos quedarnos solos. La soledad es necesaria para considerar los acontecimientos externos y la actitud personal que tomamos ante esas situaciones. Nos conviene alternar momentos de compañía con momentos de soledad.

Imagina que asistes invitado a una fiesta de amigos. Te dedicas a alternar con unos y otros; escuchas, hablas, disfrutas de la conversación, te ríes, bailas, paseas... Al día siguiente te detienes a recordar lo que pasó en aquella fiesta. Deseas repasar los sucesos que te llamaron la atención, las personas que conociste, los comentarios que oíste, el efecto que causaste en alguna persona que te cayó bien y te gustó... Te preocupa el efecto negativo que provocó algún comentario poco oportuno que hiciste y sacas el propósito de no caer en una vulgaridad semejante en la próxima ocasión. Repasas tus intervenciones, analizas los aciertos y errores, sacas conclusiones, juzgas el comportamiento de las demás personas, haces planes futuros, decides nuevas estrategias... Todo eso lo haces pensando, reflexionando, recordando, juzgando... La asistencia a la fiesta fue una actividad marcadamente exterior. Te volcaste hacia lo de fuera, te diste a la vida social. Esta segunda actividad reflexiva es de carácter interior, íntimo, interno.

Necesitamos combinar la convivencia con los demás —la vida exterior— con la reflexión, la vida interior. Las dos formas de vida forman parte del ser de la persona.

En la intimidad se fraguan las convicciones, los gustos, el aprecio por las personas, el interés por determinados proyectos. En la intimidad se forjan las actitudes fundamentales de la vida, los planes, las elecciones cotidianas. En la intimidad defino mi propia personalidad. Sin intimidad la vida personal discurriría como el agua que se pierde por una acequia. Es preciso desarrollar la interioridad personal. La existencia personal es tanto más plena en cuanto que la vida interior es más profunda.

Al mismo tiempo hemos de reconocer que la vida no se reduce a interioridad. La vida humana se desarrolla precisamente en el entramado de las relaciones personales y en la confrontación con los acontecimientos externos. Esas situaciones establecen las condiciones en las que el sujeto debe crecer, aprender y madurar. Ese es el campo en el que la persona puede y debe realizarse. Hay que saber encontrar el justo equilibrio entre vida exterior y vida interior. La vida interior precisa apertura hacia fuera, abrirse al mundo exterior. Esta apertura es precisamente la comunicación.

2. La comunicación humana

La comunicación es una capacidad esencial de la existencia humana. La persona dispone de muchos medios de comunicarnos con los demás.

El cuerpo es tal vez el medio más básico de comunicación con los demás. Se ha dicho que el rostro es el reflejo del alma. Podríamos añadir que no sólo el rostro; todo el cuerpo es el medio por el que una persona refleja el estado anímico interior. Las posturas, los gestos, el modo de mirar, la posición de las manos, la cercanía física... son el lenguaje primordial con el que comunicamos a los demás nuestra postura personal ante los asuntos y las circunstancias que vivimos.

La comunicación corporal se prolonga por medio del lenguaje oral, el diálogo, la conversación. Por la conversación salimos de la soledad propia de la intimidad y compartimos la riqueza de la intimidad con los demás. Por la escucha permitimos que el prójimo nos revele su intimidad. Surge así el diálogo, la comunicación, el encuentro personal entre los hombres: la comunión entre las personas. Todos necesitamos abrir el corazón: manifestar las alegrías, penas, proyectos, dificultades... para desahogarnos, para encontrar consuelo, recibir ayuda, superar la ignorancia y ganar seguridad.

La comunicación es una capacidad específica de relación entre las personas. La comunicación es la puerta del hombre a la cultura y hacia su propia humanización. Por la comunicación aprendemos desde lo más básico hasta lo más trascendente de la vida. Los hombres poseemos la capacidad de comunicar lo que conocemos, lo que sentimos, queremos y amamos. Podemos así ayudarnos a conocer la verdad y vivir en la verdad. Gracias a la comunicación cada persona percibe en el fondo lo que más necesita: saberse comprendido, valorado y amado como persona.

3. Ámbitos de convivencia

De manera natural cabría decir que las primeras experiencias que acompañan a una criatura humana desde que nace son de amor: el amor de los padres, el amor paterno-filial. El niño reclama sentirse querido desde el nacimiento. El hijo va discerniendo poco a poco que su vida se origina y desarrolla en íntima conexión con el amor mutuo de sus padres. Esta atmósfera de amor es de vital importancia para su equilibrio y estabilidad psíquica.

La convivencia que normalmente se da entre hermanos abre un horizonte nuevo al niño: la relación de fraternidad. La convivencia familiar, el diálogo, el intercambio y disfrute de bienes, la compartición de cosas, de tareas domésticas, de proyectos familiares, de ideas... todo eso contribuye poderosamente al desarrollo humano del niño y a la toma de conciencia de su condición personal.

La convivencia con otros niños: en el colegio, en el tiempo libre, por la participación en juegos, aficiones, deportes... fomenta el desarrollo de las cualidades básicas de la persona. Se descubre la amistad. Se comprende que ser persona es vivir en convivencia. Y si la convivencia es de confianza y amistad el niño se desarrolla mejor. La educación debe ayudar a cada hombre a desarrollar su personalidad, su carácter, la capacidad de convivir pacífica y armónicamente con los demás.

Desde la pubertad se despierta la inclinación sexual hacia la convivencia con personas del otro sexo. Se experimenta el enamoramiento cargado de fuerza emocional y pasional. El amor juvenil otorga una nueva profundidad a la relación personal: se entiende que la persona es digna de ser amada de una manera superior a cualquier otra realidad del mundo.

El amor emocional pierde poco a poco su fuerte carga afectiva y puede adquirir una forma más objetiva y voluntaria. Se profundiza en el conocimiento mutuo y se empieza a amar al otro de una manera más inteligente, más humana, más madura. El enamoramiento madura hacia formas de amistad con una compenetración humana más o menos profunda.

El enamoramiento puede insinuar la posibilidad de consolidar esa relación hasta el punto de hacerse perdurable y definitiva mediante un compromiso mutuo de entrega absoluta. Se alcanza así la forma más alta de amor: el amor esponsal, amor absoluto entre un hombre y una mujer: amor incondicionado, único, exclusivo, estable y fecundo. Sobre el amor esponsal nos ocupamos más detenidamente en el tema VIII.

La vida humana es convivencia, relación, familia, amistad, sociedad… El hombre se siente llamado a la concordia, la solidaridad, la ayuda, comunicación y promoción mutua, el afecto y amor. Todos somos distintos, pero podemos establecer unas pautas de convivencia que respeten las legítimas diferencias y permitan establecer cauces de entendimiento y colaboración en los que cada uno ponga los talentos propios al servicio de los demás y todos pueden obtener beneficios mutuos.

En la sociedad occidental se extiende por desgracia el fenómeno de la soledad. La soledad tiene una etiología muy compleja; pero cabe discernir que la raíz de este problema se debe a todo un conjunto de deficiencias sociales de tipo cultural: el afán de autosuficiencia, la superficialidad de las relaciones interpersonales basadas primordialmente en la utilidad o el interés pragmático... y en definitiva el individualismo de raíz liberal. La sociedad moderna tiene ante sí el reto de fomentar la conciencia social de la persona: la convicción de que el desarrollo del bien común constituye el mejor modo de asegurar la consecución del mayor bien personal.

4. La comunión personal

Llamamos comunión personal a la específica relación humana que se establece entre un grupo de personas que se encuentran aunadas por una forma de convivencia, un conjunto de actividades y bienes que les permiten alcanzar una cierta realización personal. El objeto constitutivo de la comunión puede ser de muy diverso tipo: proyectos de vida, aficiones, creencias, ideales, valores, intereses prácticos... La comunión personal establece lazos estables de convivencia, colaboración y ayuda mutua que permiten realizar modos de existencia y alcanzar bienes humanos que serían inasequibles individualmente.

La comunión personal perfecciona a las personas en alguna faceta humana según la naturaleza del bien común compartido. Las principales formas de convivencia destinadas a propiciar la comunión personal deberían ser sin duda el matrimonio y la familia. En segundo lugar —y sirviendo de complemento a éstas— deberían darse manifestaciones de verdadera comunión personal en las diversísimas formas de convivencia que constituye el tejido social: cualquier ámbito de trabajo, las empresas de producción y servicios, los centros comerciales, los centros de enseñanza y formación profesional, los lugares de recreo y diversión, las asociaciones de tipo lúdico, los centros de vida religiosa… Todo el entramado social debería ser lugar de promoción y desarrollo moral de las personas que allí conviven.

5. El problema de conciliar individuo y sociedad

El problema de la relación del individuo con la sociedad se ha planteado a nivel teórico por la filosofía política y la sociología. Se han ofrecido multitud de teorías y soluciones prácticas, entre las que podemos mencionar algunas:

Hobbes entiende que el hombre es naturalmente insolidario y egoísta y busca ante todo satisfacer sus propias pasiones. La sociedad está permanentemente amenazada por la guerra de unos contra otros. La solución que plantea Hobbes es que todos los individuos se pongan de acuerdo en establecer una autoridad revestida de gran poder —el Estado Leviatán— que garantice la paz social.

—el estructuralismo de Durheim establece la disolución del individuo en la sociedad. El individuo es una abstracción; lo único real es la sociedad en su conjunto.

—el liberalismo pretende recuperar al individuo y defender su libertad; postula la limitación del poder del Estado al espacio mínimo imprescindible a fin de preservar la autonomía del individuo.

—el Personalismo contemporáneo ve la sociedad como el ámbito de realización de la persona. La persona se realiza gracias a la comunión de bienes que se puede establecer en el tejido social, en la relación con los demás.

Las posturas radicales que postulan una pugna irreconciliable entre el individuo y la sociedad y que abocan por un totalitarismo socializante (el nacionalsocialismo de Hitler, la revolución stalinista o maoista) o por un liberalismo a ultranza han ido moderándose a lo largo del siglo XX y actualmente se proponen –de manera menos violenta– modelos de armonizar el bien del individuo y de la sociedad.

A este respecto la doctrina social de la Iglesia, desarrollada por Juan Pablo II en los documentos Laborem exercens, Centesimun annum, y Solicitudo rei socialis, ofrece una visión constructiva del problema social que apela al individuo a comprometerse con responsabilidad en el desarrollo del progreso social.

La tesis principal de la Iglesia queda recogida en la magistral sentencia del Concilio Vaticano II: «el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» [5]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

El individuo se realiza como persona en la medida en que propicia el bien social. A su vez la política solo se justifica en la medida que defiende y propicia la dignidad absoluta del ser humano y su libertad.

El respeto y promoción de la dignidad humana es para la Iglesia un principio fundamental de su doctrina social en cuanto que ha recibido de su fundador, Jesucristo, la revelación del hombre como imagen del Creador, y el mandato de organizar la vida social como familia. En este sentido Juan Pablo II ha señalado que la solidaridad es un concepto que tiene una profunda raigambre en la cultura cristiana.

6. Noción de persona humana

Llegados a este punto de nuestro estudio sobre la persona parece que estamos en condiciones de enunciar una definición de la persona basada en la enumeración los rasgos principales que hemos estudiado.

Cabe definir la persona humana como un ser consciente, inteligente, libre, autónomo, con capacidad de autodeterminación, y llamado a comunicarse y vivir en comunión con las demás personas.

La persona es el ser que posee al menos de manera originaria y potencial un ámbito de intimidad o interioridad tal que le capacita para:

—conocer la verdad, apreciar la belleza y aspirar a la bondad.

—actuar con libertad, ser autónomo, dueño de sí, forjarse el propio destino en la vida, determinarse a sí mismo.

—relacionarse con otros seres personales mediante múltiples formas de comunicación: dialogar, intercambiar conocimientos y valores y emprender proyectos de vida conjuntos.

—el amor recíproco, incondicionado y absoluto: establecer una relación de comunión con otras personas, y constituir familia, amistad, sociedad.

—la religiosidad; entendida como una cierta relación personal con Dios basada en la conciencia de la absoluta dependencia en el ser respecto de Dios, que conduce al consiguiente deber moral de agradecer el ser recibido y corresponder según la propia vocación al proyecto creador, en una actitud de escucha, adoración y sumisión al Creador.

Tema V: La determinación de un proyecto de vida

1. La necesidad de definir un proyecto de vida

La libertad es una experiencia de poder. El joven ve la vida por delante llena de posibilidades. Con el tiempo se cierran algunas puertas pero al mismo tiempo la experiencia del pasado abre otras posibilidades nuevas.

El gran reto consiste en saber invertir bien el tiempo, las energías, las capacidades personales que uno dispone. El problema consiste en elegir bien los objetivos que deseamos alcanzar y definir correctamente el estilo de vida que nos gustaría cultivar.

¿Qué hago con mi libertad? ¿A dónde voy?

Todo hombre se pregunta en un determinado momento de la vida: ¿qué quiero hacer con mi vida?, ¿qué espero recibir y qué pretendo aportar al mundo, a la sociedad, a los demás?, ¿qué rastro quiero dejar con mi existencia?, ¿qué clase de persona quiero ser?

En la película "La fortuna de vivir" aparece una escena en la que una madre de familia cuida a su hija enferma. Esta mujer no cesa de quejarse y protestar, está siempre malhumorada y maltratando a los demás. En una ocasión una hija de seis años le pregunta:

—"mamá: ¿por qué te empeñas en ser mala?

La madre se queda pensativa y le responde:

—"no lo sé, hija mía".

A veces nos sucede que no sabemos por qué nos comportamos de una determinada manera. No hemos acabado de plantearnos seriamente qué tipo de persona deseamos ser. Nos falta determinar mejor el propio proyecto de vida.

¿Qué quieres ser de mayor?

Este es el gran interrogante que todos nos hemos hecho desde pequeños. Es la pregunta por el contenido fundamental de nuestro proyecto de vida.

Un ejemplo simplificado de proyecto de vida podría enunciarse de la siguiente manera: «Seré arquitecto, me casaré con una chica muy guapa, viviremos en una casa con jardín a las afueras de la ciudad. Tendremos un coche todoterreno para ir toda la familia de pesca los fines de semana. Viajaremos con frecuencia, procuraremos estar muy unidos, tendré muchos amigos y haré mucha vida social. No me perderé ningún partido de liga de mi equipo preferido y además...».

Todos soñamos con un determinado estilo de vida, y procuramos poco a poco definirlo y realizarlo en la medida de nuestras posibilidades.

2. El problema del sentido de la vida

El proyecto de vida está relacionado con el problema del sentido de la vida. El proyecto de vida debe dar una respuesta satisfactoria al problema del sentido de la vida.

Tarde o temprano todos hemos de enfrentarnos con el problema más importante y profundo de la vida: la búsqueda del sentido de la existencia. Necesitamos dilucidar las razones últimas, los motivos determinantes por los que trabajar, luchar y sufrir.

Me decía un amigo: «yo necesito saber por qué me levanto cada mañana». Es verdad, necesitamos saber a dónde vamos y en definitiva el tipo de persona que queremos ser. Y es que en esta vida uno persevera en la lucha por conseguir objetivos ambiciosos sólo cuanto tenemos unas convicciones fuertes por lograr aquello que nos hemos planteado.

El proyecto de vida no se limita a la determinación de un conjunto de actividades que me auto-impongo realizar: ser médico, casarme, formar una familia, viajar, divertirme con amigos... Es eso; pero es mucho más. Es además el modo de vivir, el modo de relacionarme con los demás, es la ética que deseo inspire mi conducta, es el estilo de vida, la clase de persona que deseo llegar a ser.

El problema del sentido de la vida remite al problema de la verdad. La grandeza de la existencia humana estriba en la capacidad de conocer la verdad y de obrar y vivir según la verdad conocida.

El estilo de vida refleja de alguna manera las convicciones personales de cada hombre. Quien tiene una idea pobre de sí mismo en cuanto persona, llevará a cabo un proyecto humano pobre. Una concepción acertada sobre el hombre conduce a un estilo de vida capaz de alcanzar una verdadera realización humana. Cada biografía pone de manifiesto las convicciones de fondo de una determinada persona. La vida es al fin y al cabo el "campo de prueba" de las ideas de cada persona.

3. Factores fundamentales del proyecto de vida

a) Los gustos y aficiones personales.- A la hora de atisbar el proyecto de vida se han de valorar, como es natural, las propias capacidades, gustos o aficiones personales hacia los que uno se siente más inclinado: el arte, la producción industrial, el comercio, la gestión empresarial, las relaciones sociales... Todo eso va definiendo un tipo de actividad, una profesión, un estilo de vida.

La orientación profesional de los padres, la influencia de los profesores, las experiencias de amigos... va alumbrando un conjunto de posibilidades más o menos atractivas e interesantes. Algunas se ven lejanas o demasiado ambiciosas. Poco a poco las nieblas del futuro se van disipando y aparecen proyectos cada vez más asequibles, atinados, adecuados a las propias capacidades.

b) La coyuntura social.- Junto a los gustos personales juega un papel importante la coyuntura social.

Determinadas circunstancias familiares —invalidez de algún familiar, una crisis económica, por citar unos ejemplos— pueden obligar a iniciar una determinada actividad profesional antes de lo deseado para mantener económicamente a la familia, dejando de lado la formación profesional.

La coyuntura social puede condicionar mucho el tipo de vida de las personas. Piénsese por ejemplo en aquellos que viven en países en guerra, con recursos económicos escasísimos, en penuria, con hambre, sin libertad, en una dictadura, con un gobierno corrupto, con un sistema educativo, académico o universitario muy deficiente.

Otras veces la coyuntura socio-económica propicia la dedicación profesional a una determinada área: pensemos en quienes viven en zonas donde prima una actividad industrial determinada: fábricas de textiles por ejemplo. No hay duda que la demanda social propicia que muchos trabajadores se dediquen a aquello que les ofrece con más facilidad medios de subsistencia independientemente de sus preferencias.

Las circunstancias sociales pueden repercutir decisivamente en el tipo de actividad profesional que tomemos. El ambiente cultural donde vivimos suele influir notablemente en nuestro estilo de vida —en las aficiones, modos de divertirse, en la vida familiar—, y en nuestras ideas: principios cívicos, valores morales, creencias religiosas...

En la actualidad la vida social se ha diversificado notablemente: la sociedad se ha hecho pluricultural. En un mismo hábitat social conviven personas de credos, culturas, lenguas, razas y estilos de vida diversísimos.

Con todo se tiende a imponer modas o estilos de vida predominantes. Tenemos el peligro de que el individuo quede sumergido en un tipo de vida estandarizado y la existencia se diluya en una corriente dominante en la que todo parece estar pensado y organizado desde instancias superiores.

Ante la globalización hemos de salvaguardar la libertad del individuo, de la persona humana entendida como sujeto autónomo de decisiones, capaz de protagonizar su propia vida con una actitud crítica ante la coyuntura social presente y el patrimonio cultural heredado, capaz de discernir los valores y advertir las deficiencias morales.

Es preciso que cada hombre adopte una postura personal ante la coyuntura social y cultural en la que vive. Esto es precisamente el proyecto de vida personal. Es la determinación de los principales objetivos que se desean alcanzar en la vida, del estilo de vida y el modo de conseguir la propia realización personal.

4. El concepto de vocación

A la hora de definir el proyecto de vida tiene mucha influencia en la conciencia de cualquier hombre los modelos de vida que cabe percibir en la cultura en la que nos encontramos. La imagen del héroe que aparece en la literatura o en el cine, la imagen del hombre triunfador que difunden los mass media, constituye una fuente de modelos o proyectos de existencia que ejercer una influencia no pequeña en los individuos. En este sentido los líderes ejercen una gran influencia en cada ámbito social.

Los medios de comunicación presentan constantemente propuestas que pretender convertirse en modelos de existencia imitables: en proyectos de vida para todos.

En la actualidad se requieren modelos de conducta atractivos que despierte en muchos hombres los altos ideales hacia los que orientar la vida: prototipos humanos cuya fuerza persuasiva estribe sobre todo en una fuerte carga estética capaz de entusiasmar a las jóvenes generaciones humanas.

En la cultura actual se entiende por «vocación personal» aquel conjunto de aspiraciones que el sujeto descubre en su interior que le llevan a desarrollar sus más nobles energías en la promoción propia y del bien común.

No es utópico pensar que el gobierno en una empresa deba velar al mismo tiempo por el bien propio de la empresa como tal, el de empresario, el de los empleados y el de los clientes. El gobierno de la empresa consiste en el arte de distribuir con equilibrio y justicia las cargas que cada cual debe sostener así como los beneficios que merece percibir. La empresa bien llevada logra que al final todos salgan ganando.

Plantear el proyecto personal como «vocación» significa discernir en las motivaciones que pueden inspirar el proyecto de vida una cierta voz que nos llama y alienta desde lo más profundo de nuestro ser hacia el bien común. El concepto de «vocación» reclama incluir el sentido de la solidaridad como un deber fundamental de la vida personal, a la vez que permite superar una visión egoísta e insolidaria del «proyecto personal».

Para la antropología cristiana el concepto de vocación es clave para entender la persona humana. El hombre es ante todo un ser llamado por Dios para realizar una misión en el mundo. Cada hombre viene al mundo con una vocación divina. Se trata de una misión que consiste en colaborar de alguna manera en la construcción del Reino de Dios en el mundo. La vocación cristiana exige integrar el propio proyecto de vida en el gran proyecto divino de la Creación según el modelo de Jesucristo.

El concepto cristiano de vocación sitúa el proyecto de vida en el contexto trascendente de la existencia humana. La existencia humana alcanza su fundamento más sólido y su sentido más alto gracias al concepto de vocación divina. El proyecto de vida puede alcanzar su sentido trascendente más amplio cuando atiende a la vocación divina.

5. Sentido de los compromisos

El proyecto de vida comprende un conjunto de aspectos: gustos personales, libertad, sentido de responsabilidad y solidaridad, sentido religioso de la existencia, realización personal... Poco a poco vamos percibiendo con más claridad la importancia del valor del «compromiso» que subyace en un verdadero proyecto personal.

Un verdadero proyecto humano incluye el sentido moral profundo de la existencia humana. Hasta tal punto es así que cabe decir que un verdadero proyecto humano reclama un auténtico compromiso personal en relación a uno mismo, a Dios y a los demás hombres.

La consecución de cualquier proyecto requiere establecer ciertos compromisos con uno mismo y con otras personas. Si me propongo llevar a cabo un determinado proyecto profesional debo comprometerme a realizar un conjunto de tareas y someterme a un determinado plan de trabajo. Si mi proyecto profesional se integra en un programa en equipo con otras personas debo comprometerme con esas personas para cumplir lo pactado y confiar que los demás también lo cumplan. Si las partes integrantes son fieles se lograrán alcanzar los objetivos previamente marcados.

La estabilidad es un factor de calidad. Gracias a la estabilidad se logra la promoción del trabajador, la calidad de trabajo, el bien de la empresa. Por esto es muy importante la constancia, la estabilidad, la perseverancia para culminar los proyectos, llevarlos a término y adquirir madurez y consolidar la calidad de la actividad y del trabajador.

Hay proyectos humanos que sólo se pueden alcanzar por la colaboración estable de un grupo más o menos numeroso de personas que desempeñen con fidelidad los compromisos adquiridos. Un hospital —por poner un ejemplo— crea la expectativa de ofrecer medios sanitarios a un conjunto de enfermos. Esa entidad logrará sus objetivos sólo si las personas contratadas cumplen los compromisos adquiridos con esa entidad. La eficacia depende de esto.

Un compromiso es la promesa de colaboración estable con otras personas en la consecución de un conjunto de beneficios personales y sociales. Podemos definir el concepto «empresa» —en sentido genérico— como aquella institución resultante de la asociación de un conjunto de personas aunadas en el desempeño de una serie de actividades dirigidas a la consecución del objetivo buscado.

Toda empresa consta de personas, fines y actividades. Pero lo más importante de una empresa es el espíritu que aúna a las personas integrantes: el espíritu de compromiso con los ideales y objetivos de la empresa. Se dice que una empresa está sana o verdaderamente viva cuando las personas integrantes se encuentran vinculadas establemente entre sí por un verdadero espíritu de compromiso con la empresa.

La realización social de la persona se verifica en el cumplimiento de compromisos en proyectos valiosos y estables. La libertad humana es la facultad personal que posibilita la determinación y consecución de compromisos. La libertad está destinada a la constitución de compromisos. La libertad alcanza su pleno sentido cuando sirve a la consecución de proyectos humanos que contribuyen a la realización de la persona.

No hay que tener miedo a comprometerse. Sin compromisos la persona no puede realizarse como tal ni puede concebirse sociedad alguna.

En la película "La vida es bella" un padre de familia asume el papel de hacer feliz a los miembros de su familia en unas circunstancias muy difíciles. De esta manera lleva a cabo la vocación personal a la que se siente llamado.

En la película "La habitación de Marwin" se escucha a la protagonista decir "he sido muy feliz porque he amado mucho". Con ese comentario esta mujer manifiesta haber encontrado el sentido de su vida en la atención a su padre enfermo.

Las relaciones humanas se basan en compromisos estables, en la confianza mutua en el empeño por cumplir los compromisos adquiridos.

Ante el peligro de caer en una existencia individualista atomizada espacio-temporalmente, los compromisos ligan a los hombres entre sí y pueden otorgar un sentido global a la existencia y su más noble valor y trascendencia. Las relaciones humanas más importantes y necesarias se basan y verifican por la asunción y cumplimiento de compromisos de futuro estables.

La sociedad se edifica sobre la base de un conjunto de compromisos asumidos libremente destinados a la construcción de una hábitat social que permita el crecimiento y desarrollo de cada ser humano y de la familia humana en su conjunto. La sociedad se basa en la confianza mutua; en el acuerdo mutuo de atender y no traicionar las expectativas de los demás.

La hora de embarcarse en un gran proyecto.- A lo largo de la vida aparecen momentos especiales en los que surge la posibilidad de embarcarse en un nuevo proyecto. Nos encontramos como el viajero que se halla en el puerto y se plantea la duda de si tomar un determinado barco que le conducirá hacia un puerto atractivo pero al mismo tiempo un tanto incierto y arriesgado.

En la vida surgen ocasiones en las que podemos disponer del presente y del futuro como un todo e invertir ese todo en la realización de un proyecto que nos parece tan atractivo e interesante que merece la pena afrontar los riesgos y sacrificios que conlleva.

La aparición de un compromiso en un gran proyecto pone de manifiesto de una manera muy significativa el poder y la grandeza de la libertad humana. Situaciones de este tipo permiten descubrir un sentido profundo de la existencia humana. Se experimenta que la vida es libertad, y la libertad proporciona la posibilidad de llenar la vida de sentido. La vida adquiere de esta manera una dimensión y unos horizontes antes insospechados.

El ser de una persona se conmensura con los propios ideales morales: aquello por lo que vive, lucha, trabaja, se esfuerza... aquello que alegra el corazón, aquello por lo que un hombre sueña, por lo que se levanta por la mañana, por lo que está dispuesto al sacrificio, por lo que está dispuesto a dar la propia vida. Los ideales marcan la dimensión de la existencia humana.

6. La elaboración del proyecto de la vida

Señalamos algunas sugerencias para la elaboración del proyecto de vida:

A) Magnanimidad.- Es propio de un espíritu joven y magnánimo soñar con ideales grandes, ver la vida llena de posibilidades y desear trabajar con ilusión en proyectos ambiciosos. Conviene alentar esos proyectos, alimentar iniciativas, encender la ilusión de emprender grandes proyectos en la vida.

En un segundo momento habrá que estudiar la viabilidad, la posibilidad de llevarlos a cabo, los medios que habrá que arbitrar, las energías que habrá que invertir, el tiempo de ejecución... Ya habrá tiempo de ejercitarse en la constancia y en la superación de dificultades. Lo que ahora interesa es saber soñar. Quien no sueña con metas altas pierde algo fundamental de la vida. Quienes se afanan por apagar iniciativas, los agoreros de malos presagios, deberían aprender a callar y no anestesiar la vitalidad del espíritu humano.

B) Proyectos compartidos y solidarios.- El proyecto de vida debe ser un proyecto compartido con otros. Dice un proverbio africano: «para llegar rápido ve tu solo, para llegar lejos vamos todos juntos». La persona sola no puede llegar lejos. La colaboración es la clave para el progreso y perfeccionamiento humano. Un verdadero proyecto humano debe ser solidario. Debe ofrecer una contribución al bien común.

En este sentido la constitución de un matrimonio y de una familia significa ordinariamente el mejor modo de contribuir al bien social; pues nada hay más social que contribuir al nacimiento y desarrollo de una vida humana. La familia representa ordinariamente el contenido principal de un proyecto de vida.

C) La concreción del proyecto.- La concreción del proyecto es una tarea difícil pero tan necesaria como lo es para un Estado moderno contar con una Constitución o Carta Magna. Cada persona necesita definir de la manera más clara posible el marco en el que desea encuadrar la existencia. Solo así la vida logra afianzarse sobre unos cimientos firmes y deja de vagar por derroteros inciertos, sin rumbo propio, a merced de los vientos predominantes, al dictado de hombres que tratan de manipular e imponer su dominio sobre los demás.

El proyecto ha de determinar los principales valores humanos que se desean encarnar. Consciente de los rasgos del propio carácter, la persona debe perfilar las cualidades humanas que desea incorporar a su modo de ser. El proyecto marcará un tono de vida abierto a los demás, comunicativo, acogedor, amable, sereno, sencillo, sincero, fuerte, exigente, justo... Ha de ser cada uno quien determine la personalidad que desea adquirir con el paso de los años y decidir libremente quien desea ser.

D) La revisión del rumbo.- La vida exige —como cualquier navegación— una permanente revisión de la localización y rumbo de la propia nave. Cada hombre debe recordar con frecuencia sus ideales, profundizar en ellos, consolidarlos, renovarlos y ratificar el empeño por alcanzarlos.

E) La perseverancia ante las dificultades.- Nos acecha siempre el peligro de la dejadez, la rutina, la inercia. Es preciso mantener joven el espíritu renovando la firmeza de los propios ideales y la ilusión por crecer y desarrollar las propias capacidades. La persona debe luchar por su realización hasta el final de su existencia. El proyecto personal nunca está realizado del todo.

7. La gestión de la crisis del proyecto

Con el paso del tiempo pueden aparecer momentos en que nos sintamos insatisfechos con el tipo de vida que llevamos. Ciertos ideales parecen dejar de motivarnos, perdemos la ilusión por determinados proyectos que parecen pertenecer a un pasado obsoleto. Tal vez nos sentimos defraudados por las personas con las que convivimos, con quienes esperábamos disfrutar una vida atractiva e interesante. La convivencia puede entrar en crisis y con ello también todo el proyecto de vida y los compromisos adquiridos.

Hemos de indagar qué es realmente lo que está fallando en el propio planteamiento de la vida. ¿Será que me he equivocado a la hora de elegir el norte de mi vida?, ¿habré puesto mi corazón en unos objetivos incapaces de llenarme de verdad?, ¿dónde falla el planteamiento de mi vida?, ¿por qué no soy feliz?

A veces esta situación reclama una revisión drástica del planteamiento global de la existencia. En otras ocasiones la crisis se puede resolver como un paso adelante en el proceso de maduración en el proyecto.

Los pequeños conflictos de convivencia —en el matrimonio, con los amigos o colegas de profesión, etc.— pueden acabar en una ruptura dramática cuando no se acierta a aceptar una humillación, un defecto personal o un modo distinto de valorar un aspecto determinado de la vida... Si se aprende a perdonar, a pasar por alto un descuido, y a aceptar un modo distinto de ver las cosas, esas dificultades se convierten en un modo de madurar y afianzar la propia capacidad de convivir con los demás.

De igual modo cualquier dificultad de la vida que pone en crisis de alguna manera el proyecto de vida puede servir para madurar ese proyecto y los compromisos inherentes: para perfilarlo mejor, renovarlo, mejorarlo, impulsarlo, consolidarlo... La vida ofrece constantemente la puesta a prueba de la solidez del propio proyecto de vida y la posibilidad de madurar los compromisos adquiridos.

Tema VI: La conciencia moral

1. La conciencia moral

La conciencia moral es la facultad que capacita a la persona para percibir la cualificación moral de sus acciones u omisiones. La autoconciencia moral emite "el juicio que define el valor moral del acto: el bien o mal contenido en él" [6]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->. Se trata de una función de la conciencia ligada al intelecto, pues tiene por misión conocer "la verdad en el ámbito de los valores, ante todo morales" [7]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

La verdad sobre los valores morales permite establecer la normatividad moral: el conjunto de principios que orientan a la persona para realizar el bien. La verdad posee, dentro de la estructura de la persona, un poder normativo: una capacidad de dictar normas que determinan el verdadero bien de la persona en el obrar. La normatividad es fruto y consecuencia de la existencia de los valores, que se conocen de modo objetivo, y por ello se pueden dar normas objetivas referentes a ellos.

La noción de deber se halla íntimamente conectada con la de normatividad y con la participación de la acción en la verdad. La verdad acerca de los valores establece una normatividad que tiene carácter de deber, que se impone al hombre como una algo que se debe realizar.

La experiencia del deber manifiesta la dependencia de la acción humana respecto de la verdad. Al experimentar el deber de realizar una determinada acción constatamos la existencia de un determinado valor que reclama de nosotros una determinada conducta. La verdad del valor constituye la base de la formación del deber: "el poder normativo de la verdad (...) explica los deberes en cuanto referidos a los valores" [8]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->. Dicho de otro modo: la verdad sobre el bien establece el fundamento de la normatividad moral [9]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->. A su vez, la normatividad expresa y encierra un determinado deber: "cuanto más profundo es el convencimiento de que una norma indica un bien verdadero, tanto más fuerte es la obligación o deber que genera" [10]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

La experiencia del deber pone de manifiesto la vinculación de la libertad con la verdad. La normatividad moral, en cuanto que significa la dependencia de la verdad en el obrar, no anula o coarta la libertad, sino que es su expresión más clara.

2. La formación de la conciencia moral

La formación de la conciencia moral es la tarea autoeducadora que realiza el sujeto humano a fin de alcanzar un buen discernimiento de la verdad sobre los valores morales. La formación moral se nutre del ejemplo aportado por modelos humanos valiosos y atractivos. La vida ejemplar de algunas personas puede constituir el mejor patrón de conducta de ciertas actitudes morales fundamentales para la formación moral: respeto, honradez, solidaridad, lealtad, servicio, generosidad... Las biografías de ciertos personajes de la historia suele constituir un buen marco de referencia para la educación de la conciencia moral. La buena Literatura puede también jugar un papel importante en la educación moral, en cuanto que ofrece una galería de modos de comportamiento paradigmáticos ejemplares o execrables.

El conocimiento de los valores morales ejemplificados en determinadas personas permite asimismo determinar el proyecto de vida: el conjunto de objetivos que un hombre se propone conseguir a lo largo de su vida así como los valores o estilo moral con que desea configurarse a sí mismo. El proyecto de vida obedece a una voz interior que la persona escucha en su interior y es a la vez la respuesta moral a esa vocación.

3. El juicio de la conciencia

Ante las posibles opciones que presenta la vida en cada momento la conciencia debe iluminar la mente para elegir bien. La conciencia puede adoptar diversas posturas ante una coyuntura concreta de la vida:

En unos casos la conciencia propone, sugiere, invita, impulsa al sujeto a tomar una determinada opción.

Otras veces desecha, desestima, rechaza una posible actuación.

En ocasiones duda o queda perpleja sobre la conveniencia o no de actuar de una determinada manera.

Otras veces el sujeto siente temor o incertidumbre ante una situación presente o futura que no sabe resolver adecuadamente.

También la conciencia puede enjuiciar las acciones pasadas: detestarlas (experimentando remordimiento, arrepentimiento) o encomiarlas (sintiendo satisfacción interior por la obra realizada).

La autoconciencia moral se halla lejos de realizar una mera función teórica: la definición del bien y el mal. El carácter marcadamente práctico de la autoconciencia moral viene dado por desempeñar una cierta función de puente entre el conocimiento objetivo de los valores morales y las circunstancias individuales en las que se ejerce la acción. Su misión propia "no es meramente cognoscitiva (...) sino que consiste también en hacer depender el acto de la verdad conocida" [11]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->. Para obrar bien no basta con conocer lo bueno, se precisa también el querer obrar bien, y además superar con fortaleza las dificultades que se presentan. La autoconciencia moral interviene integrada en la dinámica de la voluntad, que asume los dictados de la conciencia moral y encauza la acción de acuerdo a ellos.

4. Perspectiva histórica de la Ética

Se denomina Ética aquella parte de la filosofía centrada en el estudio y análisis de la conducta humana con el objeto de discernir las normas morales que permiten orientar la conducta humana —los actos libres de la persona— hacia la realización de la vocación personal de cada hombre. La Ética establece indicadores hacia la consecución de una vida lograda, una vida humana plena, y en definitiva la felicidad.

La Ética debe discernir en las biografías de hombres y mujeres que han destacado por sus cualidades humanas y su ejemplaridad las pautas para ofrecer modelos de existencia imitables, una fuente de inspiración para orientar la existencia humana. De esa fuente puede la Ética extraer principios y valores humanos que están implícitos en esos modelos de vida.

A lo largo del tiempo se han ido elaborando un conjunto de teorías sobre el ideal de vida humana. Esas teorías, que constituyen el cuerpo de la Ética, pretenden proporcionar un conjunto de principios capaces de orientar la conducta de los hombres hacia la plena realización moral.

Aristóteles elabora uno de los primeros tratados de Ética. En su Ética a Nicómaco lleva a cabo un estudio profundo de la acción humana. Nos dice que la acción es buena desde el punto de vista moral cuando el sujeto realiza una elección correcta basada en la verdad sobre el bien del hombre de acuerdo con su naturaleza [12]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

El concepto de naturaleza humana, extraído en definitiva de la metafísica, significa el concepto clave de la Ética clásica. La naturaleza humana contiene la verdad sobre el hombre; y es por tanto la clave para dilucidar el bien del hombre. La bondad o maldad de cualquier acción humana se definía a partir del concepto de naturaleza humana: es moralmente plausible toda acción acorde a la naturaleza racional y social del hombre. Es reprobable toda conducta que repugna lo humano así entendido. La naturaleza humana significa para la Ética el marco normativo que permite determinar qué acciones son afines a la noción de hombre y cuales denigran al hombre, son reprobables y deben condenarse por la Ética.

La Ética posee por tanto un ideal de la vida lograda, de la vida auténticamente humana. Este ideal establece aquel conjunto de principios que expresan la vida humana íntegra, plena, beata y satisfactoria; esto es una vida en la que el sujeto alcanza la realización humana integral y plena según sus posibilidades. Estos principios de la ética deben ser rectores de la conducta de todo hombre que quiera alcanzar su plenitud humana, su plenitud moral, su felicidad.

De esta manera la Ética enseña que todo hombre que desee alcanzar su realización humana debe:

—ordenar los afectos y pasiones según la razón (templanza),

—atender a las exigencias de los derechos y deberes en la convivencia con los demás hombres (justicia),

—discernir atinadamente la conducta más acorde según las circunstancias (prudencia).

—superar las dificultades que se presenten (fortaleza).

Las cuatro virtudes capitales expresan el núcleo de la integridad moral de cualquier hombre según la Ética clásica.

El Cristianismo recibió con buenos ojos muchas aportaciones de la moral natural de la cultura grecorromana. Basta considerar la recepción que tuvieron autores como Aristóteles, Cicerón, Séneca, etc., en numerosos Padres de la Iglesia y teólogos medievales.

Durante siglos la Moral heredera de la tradición aristotélica centró sus esfuerzos en el análisis moral de la acción humana, distinguiendo tres aspectos fundamentales: objeto moral, intención y circunstancias. Se ocupó de definir el objeto moral de las acciones y llevó a cabo estudios minuciosos sobre la especie moral de las acciones, tanto virtuosas como pecaminosas.

Con el tiempo este planteamiento de la moral se transmitió a la conciencia de muchos hombres de una manera notoriamente empobrecida. Es verdad que tal vez la enseñanza de la moral se polarizara excesivamente en una complejidad de análisis de la conducta, en una agotadora casuística, que pudo dificultar a la mayoría de los hombres el discernimiento cabal del punto central y fundamental: aquello que es verdaderamente humano y acorde con la naturaleza humana.

La ética parecía perder su capacidad de orientar la conducta y la vida de los hombres tal vez por ceñirse demasiado a la analítica de las acciones humana. La moral se presentaba a los ojos de muchos como un normativismo: un conjunto de normas señalizadoras de los límites del bien y del mal moral: "cumple estas obligaciones porque son el deber", "evita estas acciones porque son pecaminosas".

Con el tiempo, para muchas personas, la moral se redujo a un código de preceptos que limitaban el ejercicio de la libertad. Se pensaba que la moral así concebida no hacía sino cortar las alas del espíritu humano, dificultar su desenvolvimiento espontáneo, encorsetar la vida según unas normas limitadoras y, en definitiva, alienar el espíritu humano. Era necesario renovar la ética para que recuperara su misión de orientar al hombre a discernir el sentido de los valores morales y motivar su desarrollo según su vocación personal individual.

La crisis de la metafísica que aconteció en la edad moderna terminó privando a la Ética de la noción de naturaleza humana. Este concepto se tornó una noción vacía y sin sentido. Desde entonces la Ética se dedicó a buscar otras nociones en las que fundarse: el puro deber moral (Kant), los valores (Scheler), la utilidad (Bentham)...

El liberalismo planteó una renovación de la Ética dirigida una destruir todo canon moralizante y liberar el espíritu humano de toda traba de la conciencia. Se invitaba así al individuo a actuar con espontaneidad y en definitiva sin más ética que la del respeto de la libertad ajena.

Tras el subjetivismo relativista en el que había caído la Ética, a lo largo del siglo XX el Personalismo trata de recuperar la objetividad de la Ética a partir del concepto de persona entendido como un valor moral absoluto. Sin renegar del legado de la metafísica –más bien asumiéndolo– era preciso redescubrir el ser del hombre atendiendo a ciertos aspectos fundamentales como la subjetividad, la libertad, la conciencia y el orden social.

En este contexto se postuló que la Ética debía recuperar la misión de estimular hacia el logro de la excelencia humana planteando grandes horizontes de vida, sobre todo en la etapa juvenil de la existencia. La Ética debía fomentar en cada hombre la ilusión de alcanzar la plenitud personal de manera íntegra y magnánima.

El Personalismo pretende superar el conflicto de normativismo y libertad recuperando la verdad objetiva como la gran promotora y salvaguarda de la libertad. El cometido de la Ética Personalista consiste en promocionar y conducir a plenitud el ser de la persona. Su lema fundamental tiene por enunciado: "sé el que eres"; "sé en plenitud quien ahora eres en germen".

Según este planteamiento, la Ética centra su tarea en despertar la vocación de la persona y promover actitudes de fondo verdaderamente humanas. La formación ética se dirige a renovar el corazón del hombre, su grandeza de espíritu: fomentar una actitud ante los demás llena de respeto e interés por propiciar el mayor bien de cada hombre. Y el mayor bien del hombre significa el encuentro de su puesto en la sociedad, el desarrollo de lo mejor de sí y su ofrecimiento a la sociedad. Según esta orientación, la Ética puede asimismo orientar la acción concreta y facilitar la elección más correcta en cada momento.

Tema VII: Virtudes humanas

1. Noción de virtud moral

Hemos considerado que la persona humana tiene la capacidad de determinar por medio de la libertad su propia conducta. La acción libre, fruto de una decisión voluntaria, tiene una propiedad denominada «moralidad»; esto es, una cualidad que consiste en la contribución positiva o negativa a la perfección o realización de la persona en cuanto tal. La acción moralmente buena es aquella que obedece al bien de la persona, al desarrollo positivo de su ser personal considerado en sí mismo y en el contexto social y religioso de la persona.

La filosofía griega puso de manifiesto que mediante la acción libre la persona adquiere un desarrollo ontológico. El ser de la persona se engrandece o se degrada, progresa o degenera, mejora o empeora sustancialmente. Este engrandecimiento o empobrecimiento moral se expresa a nivel ontológico mediante el concepto de hábito.

Los hábitos derivados de las acciones moralmente buenas se denominan virtudes. Los que proceden de acciones defectuosas o perniciosas desde el punto de vista moral se denominan vicios. En el contexto personalista en el que se escriben estas páginas, las virtudes manifiestan la orientación de la conducta que contribuye a la realización de la persona en cuanto tal. El estudio de las virtudes nos permite explicar en qué consiste «ser una buena persona». Nos permite explorar las principales pautas que permiten alcanzar una mejor realización personal.

En este tema tan solo se pretende enumerar y explicar muy brevemente algunas virtudes agrupadas en diversas familias.

2. La riqueza interior de la persona

El espíritu humano requiere motivaciones fuertes para adquirir compromisos de entidad que llenen la vida de contenido y sentido. Esas motivaciones son fruto de convicciones firmes, ideales y valores profundos por los que vale la pena luchar. Es preciso propiciar desde la infancia el descubrimiento de ideales capaces de entusiasmar en la construcción de un mundo más humano. Es preciso despertar el afán de liderazgo; la hora actual reclama nuevos líderes que sean artífices de una sociedad capaz de renovarse a sí misma.

El bien de la persona requiere el cultivo de las capacidades intelectuales: la cultura, el saber intelectual, el desarrollo de la capacidades de pensar, reflexionar, indagar sobre las grandes cuestiones humanas, el amor a la sabiduría...

Entre los hábitos que forman parte de este campo cabría destacar los siguientes:

El interés por la cultura: el deseo de conocer los fenómenos más destacados del patrimonio cultural, social e histórico en el que se vive. La persona necesita profundizar en las raíces de la propia nación o pueblo y de los avatares históricos que dar razón de la configuración social y cultural actuales. Sólo así se puede encontrar el sentido de las principales instituciones y principios que configuran la vida social y política en la que nos encontramos.

El autoconocimiento de las propias capacidades y limitaciones, de las posibilidades de hacer el bien y del deber de reparar los posibles daños cometidos hacia terceros.

El interés por conocer el propio entorno: las personas y los acontecimientos sociales más relevantes de nuestro medio más cercano.

La sinceridad: capacidad de comunicar a los demás la información sobre los sucesos que tienen derecho a saber sobre uno mismo y los demás.

La humildad intelectual, que consiste en la aceptación de la propia ignorancia y los errores que cometemos en el discurso comunicativo con los demás. Todos tenemos experiencia de lo fácil que resulta —en esas conversaciones que muchas veces surgen espontáneamente— caer en una dinámica de crítica, difamación o calumnia —de personas y actuaciones— sin disponer de información o elementos de juicio y motivos para llevarla a cabo. Esta virtud fomenta la cautela y prudencia a la hora de establecer juicios de valor sobre personas y sucesos.

3. El orden interno de la persona

La condición corporal, sensible y afectiva del hombre condiciona de alguna manera toda su existencia. Hemos de cuidar bien el cuerpo, alimentarlo, vestirlo, ejercitar sus capacidades físicas para que se desarrolle sanamente: hacer deporte, evitar riesgos excesivos de perjudicar la salud, curar convenientemente las enfermedades.

Además se requiere educar convenientemente la percepción, los sentidos, los sentimientos, los afectos, las pasiones, el gusto... La psicología humana requiere aprendizaje, desarrollo, cultivo de capacidades. Es preciso aprender a ver, a fijarse, sentir la realidad, los valores, la belleza, la estética.

El buen gusto o educación en el vestir, en el comer, en el hablar; la elegancia y corrección en el trato con los demás, el cultivo del gusto por la belleza, por el arte en sus más variadas manifestaciones: la literatura, la música, la pintura... constituye un verdadero tesoro humano, que a todos nos compete cultivar y enriquecer progresivamente.

Es preciso cultivar el conocimiento de sí mismo: los estados anímicos que atravesamos con objeto de no darles más importancia de la que tienen y superar estados de decaimiento o euforia evitando actuaciones imprudentes. Además se deben cultivar sentimientos positivos que nos permitan captar mejor las situaciones dolorosas y gratificantes en la convivencia con los demás: aprender a simpatizar con los demás; esto es, participar de alguna manera en los sentimientos ajenos.

Para saber estar, para amar, para darse a los demás es preciso poseerse correctamente: es preciso aprender el autodominio. Este dominio respectos a los propios sentimientos, afectos, pasiones permite desarrollar un conjunto de virtudes, entre las que cabe destacar:

La templanza. Es el orden adecuado que establece el espíritu sobre las instancias anímicas afectivas, sentimentales y emotivas de la persona.

La sociedad occidental ha caído en una espiral de consumismo exagerado, en un vivir para producir y gastar motivados por un descontrolado afán de disponer, usar, tener... que con frecuencia lleva al hastío, a la supervaloración de los medios materiales convertidos en fines, al deterioro de la ecología... Es preciso reeducar el uso y compartición de los bienes a fin de no hacernos esclavos del disfrute de las cosas sino que éstas sirvan al verdadero bien de las personas, la convivencia y la solidaridad humana.

La economía entendida como la virtud reguladora de la dimensión económica de la persona: el uso y disfrute de los recursos humanos con sentido de solidaridad, la consecución y uso del dinero, la moderación del gasto, al arte de comprar lo que conviene, cuando conviene y donde conviene.

La castidad. Es la educación de las facultades sexuales de la persona. La castidad permite mitigar, desarrollar y encauzar la emotividad, la afectividad y las pasiones venéreas hacia la entrega amorosa requerida para la realización de la vocación esponsal de cada persona. Sobre esta virtud nos ocuparemos más detenidamente en el tema X dedicado a la sexualidad.

4. La convivencia

Cabe señalar un conjunto de virtudes que contribuyen a una armónica convivencia con los demás:

La humildad: virtud que capacita para valorar debidamente los asuntos y cualidades personales y apreciar las cualidades y necesidades de los demás. Esta virtud permite al sujeto integrarse correctamente en la convivencia con los demás, evitando una desmedida dependencia de los demás o una excesiva autosuficiencia.

—El interés por conocer y atender a cada persona,

—El respeto hacia cada persona, a la libertad y demás bienes personales,

—La tolerancia y comprensión hacia otras maneras legítimas de pensar, decidir y comportarse,

—La adaptabilidad: capacidad de amoldarse al modo de ser de los demás en la convivencia social y de manera especial en el ámbito familiar.

—La solidaridad: disponibilidad para el servicio hacia los demás. En primer lugar se debe una atención especial hacia los más cercanos: los familiares, colegas de trabajo, vecinos... pero luego se extiende también —en la medida que resulta posible— hacia personas indigentes; limitadas por la edad, la enfermedad, la pobreza, etc.

—la paciencia ante las dificultades y deficiencias propias y ajenas.

—la disposición de ayudar a mejorar a los demás.

—la amabilidad: capacidad de ser cordial y agradable con los demás.

—la capacidad de hacer amistad con el mayor número de personas. La amistad es fruto y raíz de muchas virtudes humanas.

5. La vida matrimonial y familiar

La convivencia propia de la vida matrimonial exige el cultivo de unas virtudes específicas que contribuyen a la maduración y fidelización del compromiso de amor matrimonial.

La convivencia matrimonial requiere un conjunto de virtudes que fomentan un clima íntimo y profundo de comunicación con el cónyuge, de interés por las menudencias de cada jornada, de respeto y consenso a la hora de tomar decisiones, las muestras de afecto, ternura y disponibilidad en las relaciones conyugales.

El afecto marital debe estar animado por una actitud abierta y generosa hacia la fecundidad. El cultivo de la maternidad o paternidad incluye muchas virtudes que contribuyen poderosamente a la realización humana y a su religiosidad pues conforma al hombre de una manera singular con el Creador. No hay mayor bien social que la contribución de recursos humanos al tejido social, sobre todo si se trata de personas bien educadas, responsables, respetuosas y solidarias.

La educación de los hijos fomenta el desarrollo humano de los padres: el sentido de la solidaridad, el civismo, la generosidad, la paciencia, la fortaleza, la capacidad de amar de manera gratuita y desinteresada propia de la paternidad. La ejemplaridad requerida en la educación de los hijos fomenta la mejora de los padres en el plano moral. La necesidad de inculcar buenos hábitos en los hijos suele contribuir a la madurez moral de los padres.

6. El trabajo

En el ámbito de la actividad laboral se pueden desarrollar un conjunto de virtudes específicas:

—El orden: capacidad de jerarquizar convenientemente las tareas según su importancia objetiva, y la precedencia que cada una merece, sin dejarse llevar por la mera urgencia o por apetencias subjetivas,

—La constancia y fortaleza para llevar a cabo las tareas dificultosas sin claudicar o dejarlas antes de llegar a término,

—El afán de promocionarse y perfeccionar la calidad del trabajo.

—El espíritu de colaboración en el trabajo en equipo para atender de la mejor manera al conjunto de la empresa, sacrificando en ocasiones particularismos o apetencias personales.

7. Afán de aprender

La madurez humana requiere cultivar una cierta deportividad en la vida moral. Esta deportividad moral consiste básicamente en saber aceptar los errores sin darles excesiva importancia, sacar experiencia positiva y re-emprender la lucha sin dejarse dominar por el pesimismo ocasionado por los fracasos del pasado. La madurez moral tiene mucho que ver con el espíritu joven que induce a saber levantarse ante los fracasos.

Atendiendo a la capacidad humana de rectificar los desaciertos cometidos cabe mencionar una familia de virtudes orientadas a facilitar el aprendizaje y mejora de la conducta:

—la capacidad de examinar la conducta propia con objetividad,

—el deseo de aprender y recibir correcciones y consejos,

—la flexibilidad para adoptar otros modos de conducta mejores,

—el reconocimiento de los propios errores, la petición de perdón, y la reparación de los perjuicios provocados a terceros.

Tema VIII: Enamoramiento y matrimonio

1. La vocación esponsal de la persona humana

La persona humana alcanza su realización personal por medio de la comunicación de amor. El ejercicio del amor interpersonal es la actividad que mejor posibilita y más contribuye a la realización de la persona en cuanto tal. Esta concepción de la persona nos ofrece una clave fundamental para entender el ser del hombre, el sentido de la libertad y la orientación fundamental de la ética.

En el tema IV, 3 hemos estudiado diversas formas en que puede realizarse la persona en la relación, comunicación y amor con las demás personas. Tras repasar algunas de las manifestaciones del amor humano, vimos que el amor esponsal es la forma suprema de amor. El amor esponsal es el ámbito de maduración en el amor humano. Por el amor esponsal la persona debe alcanzar la realización de una faceta fundamental del su ser: la dimensión esponsal.

La persona humana posee una doble modalidad: hombre y mujer, con una específica complementariedad sexual, que la capacita para realizarse en el amor esponsal. El amor esponsal tiene su origen remoto en el enamoramiento.

2. Enamoramiento

El enamoramiento es un estado emocional marcado por un fuerte sentimiento de atracción hacia otra persona. Se descubre en la otra persona algo especial, atractivo: belleza física, talento, expresividad, alegría, estilo de vida, modo de pensar, ocurrencias, gracia humana… Se descubre algo único e irrepetible que llama la atención, y resulta muy atractivo; se desea la compañía de esa persona, su cercanía física. La estima, cariño, fortaleza, seguridad, orientación, estabilidad y equilibrio humano que se recibe del otro provoca un gran deseo de poseer a esa persona: la propia existencia se siente notablemente reforzada gracias a la convivencia con esa persona. El enamorado entiende que «la persona amada significa un gran valor para sí mismo».

Quien se enamora procura fomentar en la persona amada un vínculo afectivo semejante. Desea que el amor sea recíproco: un verdadero diálogo amoroso, una comunicación amorosa. Cuando la atracción es mutua aquella relación se vuelve «un valor para nosotros». Nos sabemos mutuamente necesitados y llamados a ayudarnos. Se procura a toda costa dar estabilidad a esa relación.

3. Del enamoramiento al amor esponsal

En un segundo momento del proceso de maduración en el amor, se advierte con nueva profundidad que el «amado es persona»: un sujeto libre y autónomo, un valor en sí único e irrepetible, merecedor de todo el respeto. Ahora cada uno se sabe en cierta manera destinado a «vivir para el otro». Ahora no importan tanto los sentimientos cuanto el proyecto de construir un consorcio de vida en el que cada uno sea valorado y querido con amor esponsal.

El amor esponsal es un amor pleno, definitivo, total, ilimitado, incondicional y absoluto: es el amor que nos merecemos como personas, y al que estamos llamados en cuanto esposos. La madurez en el amor consiste en querer al otro buscando su bien personal, su plenitud humana: su realización humana en la dimensión esponsal de la persona.

4. El compromiso matrimonial

La unión matrimonial consiste en el compromiso de empeñarse en llevar a cabo la mutua realización esponsal de la persona. El matrimonio nace del compromiso mutuo de construir cada día esa forma de convivencia amorosa, armónica, de afirmación y enriquecimiento humano que permite alcanzar este fin. El matrimonio es un gozoso ámbito estable de humanización para los cónyuges en el que cada uno aprende a dar y sacar lo mejor de sí y del cónyuge en aras de la realización de la vocación al amor esponsal.

La mayoría de los hombres y mujeres descubren en el matrimonio el cauce adecuado para dar y recibir el amor que precisan para alcanzar la realización personal en la plena y fecunda entrega y recepción de sí mismos; para darse y ser recibido esponsalmente y constituir ese ámbito de entrega y amor recíprocos y de donación de vida que denominamos matrimonio.

Ser esposos reclama una incesante llamada a consolidar el amor mutuo, a la obediencia al proyecto matrimonial. Los cónyuges deben ejercitarse continuamente en el deseo de valorar cada día más al otro cónyuge, servirle, enriquecerlo, educarle, ayudarle para que sea dada día más inteligente, más amable... mejor ciudadano, mejor trabajador, mejor esposo, mejor padre, mejor persona.

Por ser núcleo de humanización de los cónyuges, el matrimonio deviene asimismo cuna de fecundidad. Los cónyuges se realizan plenamente como personas ejercitando la capacidad grandiosa de hacer conjuntamente una donación gratuita de vida personal. Se trata de la posibilidad de colaborar con Dios en la creación de criaturas humanas. Dios ha querido que cada ser humano venga al mundo en un ámbito cálido de amor constituido por la colaboración libre de un hombre y una mujer. Ser esposos es disponerse a ser padres.

La concepción cristiana del matrimonio señala una serie de puntualizaciones. En primer lugar que la persona de la que alguien se enamora es un hijo de Dios, un ser sagrado que propiamente no se pertenece ni nos pertenece; porque propiamente pertenece a su Creador. Ahora bien, Dios ha creado cada persona para realizarse según una determinada vocación esponsal.

Aquella pareja se sabe de esta manera destinada a contribuir de una determinada manera a la realización del proyecto divino condensado en la expresión: «hagamos al hombre». Descubren que esa relación humana que desean consolidar tiene una índole religiosa, en cierto modo sagrada: es un proyecto inspirado por Dios, es una vocación divina.

Dios quiere involucrar a los hombres en el proyecto humano, de modo que los hombres no seamos sujetos pasivos sino activos en el proyecto creador y santificador de la familia humana. El amor humano que se constituye de manera estable y fecunda en la familia es la forma básica por la que el hombre vive su vocación divina, religiosa y humana a la vez.

5. El noviazgo

El enamoramiento da paso a un gran dilema que se podría enunciar con el siguiente interrogante: «me he enamorado de esta persona; pero... ¿soy realmente capaz y estoy dispuesto a amar a esa persona para facilitarla en todo lo posible su realización humana integral? Y esta persona... ¿está dispuesta a hacer lo mismo conmigo? ¿estamos capacitados y tenemos voluntad de llevar a cabo este proyecto humano?»

El proyecto matrimonial reclama discernir si este hombre y esta mujer concretos están capacitados y dispuestos a contribuir al mutuo desarrollo y maduración de sí mismos y del cónyuge como esposos. La misión del noviazgo consiste en discernir y resolver este dilema.

Es un error difundido en nuestro tiempo considerar el noviazgo como una especie de «matrimonio a prueba»: vivir como si se estuviera casado, probar qué tal se vive así y decidir casarse para darle carácter estable, oficial y público a este estado. Esta concepción del noviazgo adolece de un planteamiento empobrecedor: no se vive para entregarse, para hacer feliz al otro, para perfeccionarle, para ayudarle a realizarse en un proyecto familiar magnánimo. Todo parece reducirse a gustarse, encontrar un compañero agradable de convivencia, un compañero sentimental con el que resulta fácil y grata la convivencia. Esta mentalidad lleva a probar al otro, como se prueba qué tal se siente uno con unos zapatos o un coche nuevo. Detrás de este planteamiento se descubre una antropología utilitarista, una concepción pobre de la persona que no alcanza a discernir su valor absoluto y trascendente.

Tema IX: Procreación y educación

1. La vocación a la fecundidad

El matrimonio es un ámbito en el que marido y la mujer están llamados a amarse de manera plena: haciendo una donación absoluta de sí mismo al cónyuge en cuanto a la realización de la dimensión esponsal de la persona. Por ser absoluto debe ser único, estable, incondicionado y fecundo. En el tema anterior nos hemos referido a las primeras características. Ahora nos centramos en el aspecto de la fecundidad.

Ser fecundo no se reduce a intervenir directamente en la procreación de seres humanos. Un hombre se hace fecundo — en el sentido amplio del término, en la dimensión espiritual de la persona— por su contribución a desarrollar la humanidad de los demás, en cuanto que fomenta en los demás su realización personal. El amor consiste en hacer bien a una persona: facilitarle algo de lo que carece en cualquiera de sus dimensiones personales: corporal, psíquica, afectiva o espiritual. Amar a una persona es hacer desinteresadamente un don de sí a esa persona buscando su bien personal. Amar es donarse, dar vida a otro: es ciertamente hacerse fecundo.

Hay muchas maneras de ser humanamente fecundo: la ayuda a los demás, el trabajo realizado como servicio, el ejemplo de vida, la transmisión de valores, el desarrollo del bien común de la sociedad… Darse a los demás por amor es el modo de realizarse uno mismo haciéndose fecundo. El «yo» se desarrolla y alcanza su realización integrándose y contribuyendo al bien del "nosotros". Donde el "yo" se siente satisfecho es en la felicidad del "nosotros".

La forma más profunda, íntima y capaz de contribuir a la realización de la persona es el «nosotros» de la familia. Hombre y mujer se sienten llamados desde lo más profundo de su ser a ser «esposo y esposa»: ser matrimonio, y a desplegar su ser personal en la constitución de una familia. El pleno desarrollo humano personal y del cónyuge exige la realización humana como padres que se verifica ordinariamente en la procreación y educación de los hijos.

2. La experiencia del embarazo

Durante el embarazo la madre vive una experiencia única: ella constituye el "hogar" de una criatura personal que vive en total dependencia de su madre. De la madre depende la vida y el desarrollo normal de esa criatura en un periodo decisivo de la vida. La madre es el "nido" del hijo y el esposo viene a ser el "vigía", que extrema sus cuidados para proteger y ayudar a la esposa en esta misión. Los padres están invitados a ofrecen al hijo una donación gratuita y desinteresada de amor. El hijo percibe de esta manera que el amor es el factor constituyente de su ser.

Los padres significan la ley de la gratuidad de la existencia humana para el hijo. Desde su concepción el hijo reclama los cuidados de la madre: depende totalmente de ella. A su vez la madre reclama una mayor atención por parte del esposo, que debe suplir a la madre en otras tareas. La disponibilidad de los dos está al servicio del hijo.

3. Matrimonio: escuela de amor y fecundidad

El hijo se desarrolla como persona en cuanto es tratado como tal, en cuanto se fomenta que él ingrese y protagonice ese ámbito de afecto, confianza, veracidad, respeto e intimidad que es la comunión familiar. La educación requiere un clima de confianza, exigencia y unidad por parte de los padres. Si los padres están unidos, la familia funciona bien. La unidad de los padres llena de seguridad a los hijos y fomenta el abandono en los cuidados paternos.

La familia reclama comunicación, intimidad. La intimidad es el alma de la familia y se forja en las reuniones de familia, en la apertura de la intimidad de cada uno de los miembros hacia los demás, en la confianza mutua. En ese ámbito de intimidad se puede desarrollar la educación de padres e hijos. En la familia se aprende a valorar a cada persona, se aprende a querer incondicionalmente a los demás, se aprende a ser libre y a cultivar cuanto precisa el ejercicio de la libertad: el autodominio, la responsabilidad, la exigencia y la fortaleza.

La familia tiene la misión social de constituir una escuela de virtudes. Todos deben contribuir al más perfecto desarrollo y formación humana de los demás. Todos deben contribuir a que cada uno cultive y saque de sí lo mejor para sí mismo y para hacer partícipes a los demás. Si hay confianza, si el hijo se sabe comprendido y perdonado, si se sabe incondicionalmente querido, buscará en la familia la ayuda que necesita. Buscará la orientación adecuada en los momentos de incertidumbre, se sentirá confirmado en sus convicciones personales y animado a promover los valores humanos aprendidos.

En el ámbito familiar se aprende a convivir y a respetar a los demás; se descubre y se desarrolla la capacidad de amistad, de solidaridad, de trabajo y servicio hacia los demás. De esta manera los padres preparan al hijo para asumir los retos de la vida humana: prolongar la familia y contribuir al desarrollo sano de la sociedad. Los hijos extienden hacia los demás y proyectan hacia el futuro los valores humanos heredados de los padres. Los hombres logran de esta manera trascender el ámbito espacio-temporal en el que viven y se hacen de alguna manera «supra-temporales» por los valores eternos donados a los demás hombres.

El ejercicio de la paternidad no se reduce a procrear y educar a los hijos. Por la paternidad la persona puede cultivar y desarrollar un aspecto fundamental de su ser: hacerse humano dando humanidad, cultivar los valores humanos transmitiéndolos a los hijos, hacerse persona formando personas. La experiencia de la paternidad pone de manifiesto los primeros beneficiados de ser padres son los mismos padres. Gracias a los hijos los padres pueden ejercitar esa dimensión fundamental de la persona que es la «paternidad» y alcanzar de esta manera la realización humana.

4. El matrimonio en el proyecto creador

El matrimonio está llamado a hacerse fecundo en el orden de la procreación: traer hijos al mundo consiste en la colaboración con Dios en el acto de originar personas humanas. La fecundación y gestación de una criatura humana en el seno materno es un fenómeno antropológico de una especial hermosura por el que los hombres somos co-actores con Dios en el maravilloso proceso del origen y desarrollo de una vida humana. Se trata de una singular participación en el acto de la creación del hombre.

Dios ha querido que cada hombre nazca y se desarrolle en esa cuna de humanidad y fecundidad que es el matrimonio. Sólo en el matrimonio se dan las condiciones adecuadas para el nacimiento y desarrollo de la persona humana. En el matrimonio se unen las voluntades de los esposos con la de Dios para traer al mundo a un ser que reclama ser querido incondicionalmente.

Los padres deben ser conscientes de que el hijo es persona: un bien en sí, un bien religioso, sagrado. El embarazo es una experiencia religiosa singular. La madre ha sido constituida en un santuario destinado al nacimiento y desarrollo de una criatura amada por Dios por sí misma. Marido y mujer se hacen conscientes de encontrarse involucrados en una gozosa acción sagrada.

La vocación a la fecundidad se prolonga en la educación de cada hijo. El hijo ha sido engendrado por los padres gracias a un don que ha sido otorgado por Dios. Los padres son administradores de ese don. Cada criatura humana es hijo de Dios. Cada hombre es amado por Dios desde toda la eternidad. Dios ha querido a cada hombre con un proyecto vocacional específico, personal. Sólo Dios puede determinar el sentido vocacional del hijo. Los padres deben amar incondicionalmente ese bien absoluto que es el hijo; no pueden instrumentalizarlo: deben respetar a cada hijo. Deben atender sus necesidades: ayudarle a descubrir el sentido de su vida, su vocación divina. Deben educarle para afrontar como persona los grandes retos de la vida.

Tema X: La sexualidad humana

1. La sexualidad y la vocación esponsal de la persona

La sexualidad es una cualidad esencial de la persona humana. La sexualidad modula el ser de la persona humana en sus tres constitutivos principales: corpóreo, psíquico y espiritual, según la dualidad varón-mujer. Esta modalidad capacita a la persona humana para realizar la vocación personal de una manera específica.

La sexualidad es ante todo una dotación humana que posee cada persona y la cualifica para ser amada y amar a los demás. La sexualidad es una riqueza humana que posee para ser ofrecida, entregada y al mismo tiempo para ser recibida por el otro como un valor personal. La sexualidad engloba un conjunto de valores humanos destinados a la comunicación y a la entrega mutua que se hace fecunda en ese ámbito de comunión profunda propio del matrimonio.

Las cualidades humanas propias de la masculinidad y la feminidad constituyen además una capacitación específica para el desempeño de determinadas tareas en los diversos ámbitos del tejido social: profesional, cultural, etc. La mujer posee ordinariamente, en virtud de su feminidad, un conjunto de cualidades –elegancia, tacto humano, delicadeza, sensibilidad estética, etc.– que la capacitan de manera superior al varón en el desempeño de determinadas tareas en el ámbito de las relaciones sociales; por poner un ejemplo, en la atención de enfermos, clientes, pasajeros...

Vamos a ceñirnos en los aspectos más básicos de la sexualidad, en referencia a las relaciones de amistad, matrimonio y familia.

Desde la pubertad se despierta en las personas el impulso sexual hacia las personas del otro sexo. Se despierta la atracción emocional y pasional; se descubre en las personas del otro sexo virtualidades atrayentes, complementarias. El hombre admira a la mujer y viceversa. Se desea la compañía del otro, la comunicación, el afecto, la ternura... Poco a poco nace el enamoramiento. El enamoramiento significa el descubrimiento de una dimensión fundamental de la vida. La compañía del otro otorga a la vida un valor y significado preponderante.

Al estudiar la naturaleza del matrimonio hemos considerado las bases conceptuales precisas para afrontar ahora el estudio del sentido moral de la sexualidad. El matrimonio y la familia constituyen el ámbito propio para que las capacidades sexuales se desarrollen en orden a la realización integral, armónica y moral de la persona.

La sexualidad, como hemos visto, incluye fenómenos somáticos y psíquicos que no son voluntarios sino autónomos, automáticos. Por lo general, cada persona aprende a percibir cada vez mejor la naturaleza de los sentimientos, emociones, pasiones y deseos de tipo sexual que se despiertan en determinadas circunstancias y el tipo de conducta que le impulsan a realizar. Cada persona puede aprender asimismo a ejercer un cierto dominio sobre esos impulsos: incitarlos, fomentarlos, mitigarlos, evadirlos, etc., a fin de comportarse de la manera que le parece más apropiada. Cada persona sabe que debe educar su comportamiento sexual y configurar su conducta de manera autónoma, según un criterio personal, voluntariamente elegido.

La sexualidad constituye un patrimonio humano destinado al amor. El modo de orientar esa dotación en la vida práctica puede contribuir a su desarrollo o a su degradación. La sexualidad se desarrolla correctamente cuando la persona orienta esas capacidades hacia el verdadero amor. Se degrada cuando la capacidad de amar se pervierte por el egoísmo del sujeto que busca solo una satisfacción sensible. Toda acción humana que afecta de alguna manera a la dimensión sexual de la persona es laudable desde el punto de vista ético si contribuye a la realización personal de cada hombre y es detestable si la dificulta o impide.

El juicio ético sobre un acto de tipo sexual ha de tener en cuenta la vocación personal del sujeto agente. La Antropología personalista pone de manifiesto que la persona se realiza en el ejercicio de su vocación al amor esponsal, ordinariamente en el matrimonio. Orientar toda la capacidad personal de amar hacia la realización del cónyuge como persona, como esposo, requiere una esmerada educación de las pasiones, sentimientos, afectos, sentidos, imaginación, mente, inteligencia y voluntad... a fin de dirigir estas capacidades –todo el ser de la persona– día tras día, hacia el fortalecimiento y consistencia de la vida matrimonial; de una vida matrimonial que mira a la plenitud humana del cónyuge y les capacita al mismo tiempo para ser engendradores y educadores de nuevas criaturas: para ser buenos padres de familia si los condicionamientos físicos lo permiten.

La Antropología de raigambre judeo-cristiana corrobora esta tesis al afirmar que el hombre está llamado a la fecundidad; a colaborar en el proyecto creador de Dios por medio de la capacidad procreadora, e intervenir en el desarrollo de la familia humana de acuerdo al mandato: "creced y multiplicaos". La dualidad sexual de la persona humana está orientada a este fin. El matrimonio y la familia constituye el baluarte fundamental para llevar a cabo el proyecto divino de la creación humana.

La sexualidad humana juega un papel muy relevante en las relaciones humanas más íntimas y profundas requeridas para verificar la donación y fecundidad inherentes a la realización de la vocación esponsal de la persona. El modo de orientar la sexualidad tiene una repercusión considerable en la configuración ética de una persona. El juicio ético sobre la sexualidad debe atender al modo en que ésta se orienta hacia el matrimonio y la familia.

La persona que orienta la sexualidad con una tendencia prioritaria hacia búsqueda de experiencias placenteras contradice el verdadero sentido antropológico de la sexualidad: tiende a degradar la consideración del otro según la capacidad que tiene de proporcionar sentimientos de placer, se instrumentaliza la relación personal; se tiende a rebajar al otro a objeto de placer, se empobrece progresivamente la relación humana, se deteriora la capacidad de entrega y sacrificio por el verdadero bien del otro.

Si no se modera y se somete la tendencia al placer hacia el bien integral de la persona se deteriora la capacidad de adquirir compromisos estables de amor incondicionado y fecundo, se incapacita para amar a la persona como valor absoluto, para la constitución de una verdadera familia, de un verdadero matrimonio; se pierde por ello la capacidad de vivir una existencia verdaderamente personal y realizar la propia vocación personal.

La sexualidad tiene una implicación importante en la realización personal de cada hombre. La sexualidad humana no puede cabalgar por unos derroteros diferentes al de la vocación y realización de la persona en el amor-donación salvaguardado en el matrimonio, en el compromiso estable, indisoluble e incondicionado y fecundo del matrimonio. El motivo es que la sexualidad humana constituye un todo único con la persona, y está destinada desde sus aspectos somáticos, psíquicos y espirituales a la constitución de ese proyecto de comunión de vida y amor que denominamos matrimonio y familia.

Cabe distinguir una doble actitud moral ante los impulsos de la sexualidad:

—Someter el ejercicio de las capacidades sexuales hacia los requerimientos de la vocación esponsal de la persona.

—Destinar la capacidad y ejercicio de la sexualidad hacia la búsqueda de placer sexual al margen de los requerimientos de la vocación esponsal.

2. La sexualidad integrada en la donación de la persona

La primera actitud pone de manifiesto la intrínseca implicación de la sexualidad con el amor esponsal, indisoluble y fecundo. Los actos que se derivan de esta actitud son moralmente plausibles. La persona humana consciente del gran valor de su vida y de la sexualidad procura fomentar en su vida una auténtica donación de sí en el respeto y promoción del valor de la persona.

a) Desde la adolescencia: Procura orientar la afectividad, la emotividad y los sentimientos hacia la apertura y entrega hacia los demás. Procura fomentar la amistad profunda y generosa con los demás, desea querer a toda persona con la estima y aprecio que merece, fomenta el espíritu de servicio, el trabajo ordenado y exigente. La llamada al respeto hacia el otro exigen una esmerada educación de los modos de vivir las relaciones humanas: el modo de comportarse ante los demás en multitud de manifestaciones: en las conversaciones, en el vestido, las posturas, el modo de mirar, etc.

Procura que el trato y la amistad con personas hacia las que se siente una especial atracción sea respetuosa y delicada. Se descubre un modo elegante de mantener la compostura en el trato con esas personas evitando situaciones embarazosas, tentaciones fuertes difíciles de dominar.

Evita ambientes y espectáculos donde se difunde una actitud sexual desordenada.

b) Durante el noviazgo: Procura que madure progresivamente la capacidad de entrega al otro: el aprecio, el interés por el otro, la armonía en la convivencia, el ejercicio de la comunicación, la preparación hacia la futura vida matrimonial.

Procuran que el verdadero amor –no solo la pasión– protagonice manifestaciones de afecto delicadas y respetuosas.

c) En el matrimonio: Se ha de fomentar cada día un mayor amor hacia el cónyuge manifestado en las muestras de comprensión y afecto, la comunicación, el servicio y el deseo de satisfacerle debidamente en las relaciones conyugales. El afán de donarse en un clima de confianza serán la mejor defensa hacia los agentes nocivos: enamoramientos hacia terceros, temores y celos.

Se procura mantener una actitud abierta a la vida: desear los hijos, en los que se ve la encarnación del amor matrimonial, aceptando con gusto los sacrificios que supone la crianza y educación de la prole.

3. La sexualidad desintegradora de la persona

En la segunda actitud que examinamos, la sexualidad actúa al margen del amor de donación esponsal y fecundo. La persona se vuelca voluntariamente de modo primordial hacia los aspectos emocionales, sensibles y pasionales de la actividad sexual. El resultado de esta actitud es una cierta desintegración interna de la persona. La sexualidad emplea un lenguaje egoísta, la persona se encierra en sí misma. Cuando el hombre pone su ideal al servicio del disfrute pasional se envilece su capacidad espiritual, se contradice su vocación al amor desinteresado, se deteriora la capacidad de solidaridad. Ese uso pervertido de la sexualidad provoca un replegamiento sobre sí mismo que fomenta una actitud de dominio perjudicial para la verdadera comunicación y la comunión con los demás.

Esta actitud da lugar a actos que son moralmente reprobables porque desligan la sexualidad de la vocación al don de sí en el vínculo matrimonial o la desligan de su orientación hacia la fecundidad:

a) El ejercicio de la sexualidad al margen de la entrega dentro del matrimonio adopta varias modalidades:

—masturbación, cuando se actúa de manera individual.

—fornicación, cuando se efectúa entre personas no casadas.

—adulterio, cuando se realiza por una persona casada y por tanto se daña el compromiso conyugal.

b) La mentalidad antinatalista en el ejercicio de la sexualidad conduce a desgajar la sexualidad de su intrínseca dimensión procreadora. La sexualidad es esencialmente capacidad de afirmar la vida humana, de procrear como cónyuges, de quererse como cónyuges afirmando la paternidad que es constitutiva de la vocación personal.

Quien elimina del acto sexual la dimensión procreadora introduce un elemento perturbador que pervierte el acto pues lo priva de la dimensión de donación gratuita que inspira todo el proyecto creacional de mundo. La criatura que reduce el acto sexual a su aspecto placentero, se distancia de la lógica vital de la Creación, desnaturaliza la actividad sexual eliminando su razón de ser más genuina e introduce un elemento nocivo en el dinamismo sexual: el hombre se erige en árbitro y juez del orden moral inherente al proyecto creador y se adjudica la capacidad de manipularlo reorientándolo hacia sus apetencias placenteras. Lo que es de suyo un acto fecundo de donación de vida y potencialmente constitutivo de personas humanas se degradada por el egoísmo individualista de una mentalidad hedonista.

"Cuando los esposos, mediante el recurso a la contracepción, separan estos dos significados [unitivo y procreativo] que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como ‘árbitros’ del designio divino y ‘manipulan’ y envilecen la sexualidad humana, y, con ella, la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación ‘total’. Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, la contracepción impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro completamente; se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal" [13]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

c) La actitud antinatalista puede llegar al asesinato por parte de los progenitores de la criatura concebida aún no nacida. El aborto es gravemente inmoral.

Como conclusión cabe señalar que es preciso fomentar en todos los miembros de la sociedad la educación de la sexualidad pues está en juego en ello el verdadero desarrollo de la sociedad y de las personas que la integran.

Tema XI: La vocación del hombre al trabajo

1. El valor humanizador del trabajo

El concepto «trabajo» puede definirse como la actividad humana encaminada a la obtención de los recursos básicos para la subsistencia propia y de los demás. El trabajo es también un cauce de desarrollo de las capacidades humanas, un ámbito de realización personal y social; de comunicación y colaboración con otros hombres en la consecución de proyectos sociales.

En el trabajo entra en juego todo lo que es el hombre: la naturaleza física, la psicología, la espiritualidad, su relación con el mundo físico, vegetal, animal, la comunicabilidad y la comunión con los demás hombres y con Dios. El trabajo es con frecuencia una actividad costosa y sacrificada, pero es también para muchos una fuente de satisfacciones humanas y de progreso material y espiritual.

2. Trabajo, familia y sociedad

En los capítulos anteriores hemos considerado que el hombre nace en el seno de una familia y se desarrolla armónicamente en el contexto de una comunión familiar. La vida familiar exige la satisfacción de las necesidades básicas de las personas que integran la familia (la alimentación, el cuidado de la casa, la atención a las personas…). La familia constituye naturalmente la primera fuente de trabajo y debe ser asimismo una escuela de solidaridad en el trabajo.

La sociedad se constituye por la agrupación de familias. La vida familiar se debe complementar con todo un conjunto de actividades en el ámbito social destinadas a la obtención de los medios básicos para la subsistencia familiar, u otros fines de interés personal o familiar: bienes de consumo, actividades de formación profesional o cultural, medios de diversión, amistad... Surgen de esta manera relaciones sociales de contenido muy diverso: industrial, comercial, académico, científico, cultural, artístico, lúdico, religioso... que constituyen la diversidad del cuerpo social. El sano desarrollo de la sociedad requiere un correcto enfoque de las actitudes y relaciones laborales de los ciudadanos.

La vida social no debe menoscabar la vida familiar sino protegerla y fomentarla, porque la raíz de la sociedad es la familia. La familia tiene a su vez la misión de preparar hombres que lleven a cabo el desarrollo y enriquecimiento de la vida social. Familia y sociedad se complementan mutuamente. El trabajo establece el puente de unión entre la familia y la sociedad. La familia es escuela de humanidad, y por tanto de trabajo. El trabajo debe ser un servicio a la sociedad entera: debe velar por el bien común de la sociedad. Por esto mismo, todo trabajo debe velar por el bien de cada familia: debe respetar ante todo los requerimientos de toda familia.

3. Dimensión religiosa del trabajo

Según la tradición judeocristiana el trabajo guarda relación con la dimensión religiosa del hombre. En el Génesis se encuentra el primer evangelio del trabajo. Dios creó al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara. Por medio del trabajo, Adán podría comer sus frutos, vivir y mejorar sus condiciones de vida. El trabajo no es un castigo de Dios sino algo connatural al hombre; algo bueno en sí para el hombre: el hombre debe trabajar no solo por los frutos que obtiene con su trabajo, sino porque el trabajo hace bueno al hombre. El trabajo tiene una dimensión religiosa trascendente en cuanto que puede realizarse como colaboración en el proyecto creador de Dios.

El Génesis señala asimismo que Dios encargó al género humano una misión fundamental: «Henchid la tierra: sometedla y dominad» (Gen 1, 28). Se señala de esta manera algo importante: Dios quiere que el hombre contribuya al desarrollo del plan creador. «En la palabra de la divina Revelación está inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado» [14]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.

El hombre ha sido creado «ut operaretur», para trabajar, para llevar a cabo el progreso y desarrollo del hombre y, en definitiva, para llevar a cabo el plan creador: «hagamos al hombre». El trabajo hace de alguna manera al hombre porque el trabajo configura la vida humana, configura las relaciones humanas, la sociedad, la cultura, la nación, la política, el Estado...

El Génesis señala que nuestros primeros padres fueron expulsados del Paraíso terrenal como consecuencia del pecado. Un efecto del pecado es el sufrimiento que va unido al trabajo: «trabajarás la tierra con el sudor de tu frente y la naturaleza te negará sus frutos» (Gen. 3, 17-19). El trabajo está vinculado al esfuerzo, la fatiga, la dificultad…

También se dice que Caín y Abel ofrecían a Dios los frutos de su trabajo. De esta manera se significa que, pese al pecado, el hombre no pierde su relación con Dios: el sentido de total dependencia y sumisión al Creador. Por el trabajo el hombre muestra la sujeción que debe a su Creador a la vez que le expresa la honra, agradecimiento y alabanza debidas. El trabajo posee un profundo sentido religioso: a Dios le agrada el trabajo de Abel, porque le ofrece sus mejores frutos. Ciertamente Abel trabaja para Dios. Dios está en el horizonte supremo de su vida y por consiguiente de su trabajo.

La actitud de Caín es netamente diversa. Su actitud moral se pone de manifiesto cuando mata a su hermano por envidia. El trabajo y las relaciones humanas de tipo laboral ponen de manifiesto la calidad moral de las culturas y los hombres. En el mundo laboral hemos asistido en ocasiones a la explotación del hombre por el hombre. El desorden moral que anida en el corazón del hombre, la soberbia, el afán de dominio… han dado lugar a un perversión del valor humano del trabajo.

4. Trabajo y desarrollo personal

En el trabajo cabe distinguir dos dimensiones fundamentales:

a) transitiva: el objeto del trabajo; la obra realizada. Por ejemplo: construir una casa.

b) intransitiva: el desarrollo técnico y moral que adquiere el sujeto agente del trabajo durante el trabajo; capacitación profesional, desarrollo de virtudes morales: justicia, solidaridad, laboriosidad...

En la concepción del trabajo y de la empresa debe darse prioridad al carácter personal del trabajador. El primer valor de la empresa es el valor de cada trabajador entendido como persona. Cada persona es un valor en sí mismo: un valor absoluto que reclama respeto y aprecio.

El trabajador debe sentirse protagonista de la empresa en la que trabaja: debe sentirse valorado, motivado para dar lo mejor de sí en el trabajo. Hay que destacar la importancia de mejorar paulatinamente la propia formación profesional, promocionarse, aprender a trabajar cada día mejor. En nuestros días se subraya con acierto la importancia de promover el desarrollo del trabajador como persona. Se destaca la necesidad de promocionar la participación responsable del trabajador en el bien global de la empresa alentando el espíritu de iniciativa, la creatividad, la integración con los demás miembros de la empresa y con los clientes, el desarrollo de buenas relaciones humanas.

A lo largo de la historia se puede observar que el trabajo y las relaciones laborales han sido en muchas ocasiones una realidad degradante y deshumanizadora. Se podrían citar algunos procesos históricos —la Revolución industrial, por ejemplo— que dieron lugar a métodos perniciosos de organización social de trabajo. Es frecuente advertir la existencia de empresas en las que su organización interna sigue un esquema mecanicista que reduce el trabajo a una tarea predominantemente técnica, compartimentada, artificial, burocrática… y, como consecuencia, estresante y deshumanizadora para los trabajadores empleados.

En el trabajo el hombre se retrata a sí mismo: manifiesta su grandeza y su miseria, su capacidad de entrega solidaria y su egoísmo. En el trabajo se refleja la calidad moral de la vida humana. El hombre debe aprender a trabajar: debe humanizar el trabajo y debe humanizarse por medio del trabajo.

5. La moral profesional

Toda actividad profesional influye de alguna manera en el bien común de la sociedad. El modo de trabajar, el efecto transitivo del trabajo, repercute para bien o para mal en el desarrollo moral de los demás. La deontología profesional es la parte de la ética referida a los aspectos morales del trabajo profesional. El ejercicio de su profesión plantea en ocasiones situaciones comprometedoras desde el punto de vista moral. El modo de afrontar esas situaciones tiene gran relevancia moral en la sociedad.

Cabría citar numerosos ejemplos de situaciones en las que el trabajo profesional posee una gran relevancia moral.

El médico puede verse involucrado en la atención de pacientes que le piden su colaboración en actividades que propiamente son ajenas a la Medicina: la mujer que desea abortar, el enfermo deprimido que desea morir, la mujer que se plantea tener hijos por medio de la fecundación artificial, la señora que solicita fármacos anticonceptivos, la que pide ser esterilizada... De una manera u otra el médico refleja una actitud ante el valor de la vida, la dignidad del embrión en el seno materno, el sentido del sufrimiento, el modo de afrontar la vejez...

El periodista que recibe un testimonio sobre una acción escandalosa de un político se encuentra ante el dilema de publicar o no esa información. Decisión que exige valorar la conveniencia de cerciorarse sobre la veracidad de esa información, el derecho a publicar esas hechos, los perjuicios que puede provocar a terceros, el efecto social...

El abogado que trabaja en un despacho y recibe un cliente que le pide llevar a cabo un trámite de divorcio, el funcionario que recibe una comisión a cambio de firmar un permiso de obras... De una manera u otra cada uno trabaja de acuerdo con su propia concepción de la justicia y según honradez profesional. Su trabajo contribuye a configurar la sociedad de una manera más o menos justa dependiendo en buena medida de la talla moral del trabajador.

El político tiene la misión de gestionar el gobierno de asuntos públicos referentes a la sanidad, la enseñanza, la legislación sobre la familia, el orden público, las relaciones internacionales, la ecología, el gasto público, el trato a inmigrantes, la atención de personas discapacitadas... Con frecuencia se encuentra en la tesitura de afrontar situaciones de gran trascendencia moral, a veces nada fáciles de gestionar, tales como la permisión de la práctica del aborto, el modo de tramitación del divorcio, la educación religiosa en los colegios, la determinación del status jurídico de las parejas homosexuales, la participación en conflictos internacionales, asuntos relativos a la moralidad pública como el régimen de la publicidad, la protección de la ecología, la ordenación urbanística, la contaminación ambiental y acústica, la telebasura, la conveniencia de otorgar subvenciones a determinadas ONGs o asociaciones...

Un político determina de una manera u otra el marco de libertad y de respeto mutuo básicos para el desarrollo social. El político debe comprometerse ante todo con el verdadero bien social, y éste no consiste solo en la permisión del mayor grado de libertad posible por parte de los individuos o en un progreso meramente material. Con su actitud fomenta o menosprecia los valores humanos referentes al origen y desarrollo de la vida y la convivencia armónica y justa entre los hombres.

El profesor de enseñanza primaria, secundaria o universitaria tiene el deber de transmitir unos conocimientos sobre un área concreta del saber. Al impartir las clases con frecuencia aborda asuntos colaterales relacionados más o menos directamente con temas de moral. El profesor de historia que explica temas como la colonización de América, la Revolución industrial o las guerras mundiales del Siglo XX no podrá quedar al margen de los atropellos de los derechos humanos que se cometieron entonces.

Cada profesor refleja de manera explícita e implícita una actitud ante la vida, ante las personas, ante los grandes problemas de la existencia. Todo profesor influye de una manera u otra en la visión de la vida de los alumnos: tiene la capacidad de influir positiva o negativamente en la formación humana, moral y espiritual de los alumnos.

¿Cómo no referirnos a la influencia que puede ejercer sobre un público más o menos numeroso un productor de películas de cine? Los realizadores de series televisivas seguidas por miles y a veces millones de personas deben ser conscientes del modo en que influye en los telespectadores –en el modo de pensar y de juzgar la realidad– los contenidos morales de esas series: la trama, los diálogos, los argumentos, las actitudes de los personajes ante determinadas coyunturas...

El diseñador de ropa de moda influye notablemente en el modo de vestir de muchas personas, y algo parecido sucede con el comerciante de tiendas de vestidos. También el escritor de novelas, o el publicista o el fabricante de juguetes... influyen —cada uno a su manera— en el modo de pensar y de ser de adultos y niños. Y así concluiríamos que todo profesional influye de alguna manera en el resto del cuerpo social.

Es preciso por tanto que cualquier profesional considere en conciencia la influencia moral de su trabajo en el cuerpo de la sociedad y procure promover mediante el trabajo el bien moral de la sociedad.

Notas

[1]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Cfr. Marina, J.A., El laberinto sentimental, Anagrama, Barcelona, 2002. En esta obra ofrece un interesante estudio de los sentimientos.

[2]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Cfr. Llano, A., Interacciones de la biología y la antropología II: El hombre, en AA.VV. Deontología Biológica, en www.unav.es/cdb/dbindice.html. Se señala en este artículo que Uexküll es el iniciador de la "Umweltforschung" o investigación de los ambientes vitales, es decir, de la Ecología. Es él precisamente quien introduce la noción de Umwelt: ambiente o perimundo. El "Umwelt" es el todo estructural englobante, en el que vive el ser orgánico.

[3]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> San Gregorio de Nisa, Ex Homilíis in Ecclesiásten [Hom. 6: PG 44, 702-703].

[4]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Covey, Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, Paidós, Barcelona, 1997.

[]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Gaudium et Spes n.24.

[6]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Wojtyla, K., Persona y acción, BAC, Madrid 1982, p.185.

[7]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Ibidem. p.186.

[8]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Ibidem, p.189.

[9]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Cfr. Ibidem, p.190: "el valor fundamental de las normas reside en la verdad sobre el bien que se objetiva en ellas (...). La esencia de las proposiciones normativas de la moral o del derecho se encuentra en la verdad sobre el bien que se objetiva en ellas".

[10]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Ibidem, p.191.

[11]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Ibidem, p.181.

[12]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Cfr. Libro III, cap 4: "habemos de decir que, en general y en realidad de verdad, aquello es de amar, que es de su naturaleza bueno, pero que cada uno ama lo que le parece bien, y que el bueno ama lo que es de veras bueno, y el malo lo que le da gusto".

[13]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Juan Pablo II, Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio", n. 32.

[14]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]--> Juan Pablo II, Encíclica "Laborem exercens", 25b.