La
Maravilla de ser Hijos de Dios
Autor: P. Angel Peña O.A.R.,
es.catholic.net
¿Has pensado alguna vez seriamente en ser santo, verdadero hijo de Dios o, dicho
de otro modo, vivir tu vida humana en plenitud? Este libro se lo dedico a todos
aquellos que desean ser hijos de Dios en plenitud y que están dispuestos a amar
sin condiciones y llegar hasta las últimas consecuencias del amor. Espero que tú
seas uno de ellos, un ser humano de verdad, y que vivas de acuerdo a tu gran
dignidad de hijo del Rey Celestial
INTRODUCCIÓN
En este libro quiero tratar de un modo sencillo del ser humano. El hombre puede
ser un "ángel" o un "demonio", pero siempre lo amará Dios y lo seguirá llamando
a una felicidad eterna. Dios, su Padre, lo ha creado por amor y para amar. Su
vocación esencial es el amor.. Amar con todo su ser, con toda su alma y con todo
su corazón, a Dios y a los demás. Ser hombre en plenitud es amar, vivir de amor,
estar lleno de Dios, fuente de todo verdadero amor.
He aquí, por tanto, su vocación humana como hijo de Dios. Si la cumple, será un
santo, porque ser santo es amar en plenitud. Ahora bien, para conseguirlo nada
mejor que vivir en íntima unión con Jesucristo, el Hijo de Dios. Ser hijo en el
Hijo. Ser hombre en el Hombre-Dios. Por Cristo, con Él y en Él... todo será más
fácil para llegar al Padre Dios, que es Amor.
¿Has pensado alguna vez seriamente en ser santo, verdadero hijo de Dios o, dicho
de otro modo, vivir tu vida humana en plenitud? Este libro se lo dedico a todos
aquellos que desean ser hijos de Dios en plenitud y que están dispuestos a amar
sin condiciones y llegar hasta las últimas consecuencias del amor. Espero que tú
seas uno de ellos, un ser humano de verdad, y que vivas de acuerdo a tu gran
dignidad de hijo del Rey Celestial.
"Somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos de Cristo" (Rom 8,17). Por eso, podemos decirle con plena confianza:
"Abba, Papá" (Rom 8,15). Vivamos, pues, al máximo la maravillosa realidad de ser
hijos de Dios
Capítulo 1: PRIMERA PARTE: El Hombre y Dios
En esta primera parte, vamos a tratar del ser humano como parte integrante de la
Creación.. El hombre es el fin y el culmen de toda la Creación y debe amar y
alabar a su Creador. Como ser humano tiene una dignidad inmensa y, además, tiene
unos derechos y obligaciones, inherentes a su realidad de persona humana, que
provienen directamente de su Padre Dios. Por eso, nadie puede quitárselos y
todos se los deben respetar. Comencemos ahora hablando de la Creación para
darnos cuenta de la maravilla de ser hijo de Dios y de su gran dignidad.
1. La Creación. El comienzo de la vida. El hombre.
2. Los derechos humanos. Atentados contra la persona.
a) Pena de muerte. b) La esclavitud. c) El racismo.
d) El machismo. e) El aborto. f) La Eutanasia.
g) Manipulación de la vida humana naciente.
h) Esterilización y anticonceptivos. i) La pornografía.
j) Violencia y tortura. k) Injusticias sociales.
3. Verdad y libertad. El sentido de la vida humana
1: La Creación. El comienzo de la vida. El hombre
LA CREACION
"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y
confusión y las tinieblas cubrían los abismos, pero el espíritu de Dios se
cernía sobre la superficie de las aguas" (Gén 1,1-2). Sí, Dios con su amor
divino dirigía desde el principio el proceso evolutivo de la Creación. La Biblia
nos habla de que todo lo creó en seis días y al séptimo día descansó. Ésta es
una manera de hablar para indicar que también Dios quiere que el hombre trabaje
seis días y descanse un día a la semana. Pero esos días, en realidad, fueron
períodos de millones de años en un proceso continuo de evolución. Y "Dios vio
que todo lo que había hecho era muy bueno" (Gén 1,31).
Según algunos científicos, Dios creó una gran cantidad de energía, surgida de
una gran "explosión" de su amor divino, materializado en energía. El amor de
Dios por sus criaturas fue el origen de todo lo que existe. Aquella primera
energía estaba compuesta de los elementos más simples del Cosmos, que se fueron
condensando y dando lugar al hidrógeno, principal componente de las estrellas y
materia prima del Universo. Y el hidrógeno se fue condensando en helio y dando
lugar a grandes explosiones atómicas, que producen el fuego y la luz de las
estrellas.
En 1948 el astrónomo George Gamow hablaba de un Universo que comenzó en un
estado de pura energía, de la cual se sintetizaban partículas simples como
protones, neutrones, electrones... en átomos cada vez más complejos a partir del
hidrógeno. Desde los años cincuenta, una serie de datos experimentales han dado
valor definitivo a la teoría de un Universo en evolución a partir de una Gran
Explosión o "Big bang", como dicen los científicos. En esta primera fase, el 90%
de los átomos eran de hidrógeno, casi un 10% por ciento de helio y una fracción
mínima de deuterio (H pesado) y de He-3. En 1965 Penzias y Wilson escucharon "el
grito del Universo al nacer" (según frase del New York Times), cuando utilizaban
un radiotelescopio para captar ondas de radio. Comprobaron una radiación de
fondo uniforme en todo el cielo, de origen desconocido. Esta radiación del fondo
cósmico, que llena el espacio con un eco de ondas de radio en la longitud de
onda de 7,35 cm era como el llanto del recién nacido Universo, que llegaba ahora
hasta nosotros después de veinte mil millones de años de su nacimiento.
El descubrimiento de los quásares (núcleos activos de galaxias), que existen a
centenares de millones de años luz de nosotros y que datan de 8 a 12 mil
millones de años, demuestran la realidad de un Universo en expansión, un
Universo en continua evolución. Se calcula que existen unas cien mil millones de
galaxias observables (otros dicen que doscientas mil millones) con cien mil
millones de estrellas cada una. Hay diferentes clases de estrellas; unas son
recién nacidas, otras tan antiguas como el Universo; unas son gigantes, otras
enanas... Las más brillantes tienen una luminosidad de un millón de veces más
que el Sol. Las más débiles tienen 100,000 veces menos luz que el Sol, pero
durarán tiempos enormemente más largos.. El Sol, que es una estrella pequeñita
del Universo, consume cuatro millones de toneladas de materia solar por segundo,
convirtiendo el hidrógeno en helio. Dista del centro de nuestra galaxia, la Vía
Láctea, que es nuestra ciudad cósmica, unos 30,000 años luz. Y tarda en recorrer
su órbita, alrededor del núcleo de la galaxia, unos 250 millones de años.
La galaxia más cercana a la nuestra es la de Andrómeda, que está a 2,24 millones
de años luz. Las estrellas más lejanas de nosotros podrían estar a miles de
millones de años luz. ¿Podemos imaginarnos lo que esto significa? ¿Miles de
millones de años viajando a la velocidad de la luz de 300,000 Km por segundo?
¿Nos damos cuenta ahora de la inmensidad y grandeza de este Universo creado para
nosotros? Nuestra mente no puede ni siquiera concebir distancias tan grandes. Y
el Universo está todavía en expansión... Ahora bien, este Universo ha tenido un
principio hace unos veinte mil millones de años. Recuerdo que, cuando estudiaba
hace treinta años, los libros hablaban que la edad del Cosmos era de diez mil
millones de años. Ahora se habla de veinte mil millones ¿Qué dirán dentro de
cien años? Pues bien, este Universo, que un día comenzó, también un día
terminará. No se puede aceptar la teoría marxista de la materia eterna y de un
Universo que ha existido siempre. La ley de la entropía nos habla de una
progresiva degradación de la energía. Cada vez aumenta un poco más el equilibrio
térmico del Universo y cada vez hay más energía "pasiva", no disponible... hasta
que llegue la muerte energética del Cosmos y tengamos un Universo "frío" y
muerto energéticamente, sin vida ni actividad. A este respecto, el desarrollo de
la termodinámica con sus leyes de conservación y degradación de la energía nos
lleva a pensar que las estrellas, que son fuentes de energía, terminarán un día
por apagarse y dejarán de brillar.
Otro punto importante a estudiar es que, según el gran físico Einstein, el
tiempo y el espacio son relativos. Esto quiere decir que un astronauta, viajando
en una nave espacial a velocidades próximas a las de la luz, podría volver a la
tierra después de doscientos cincuenta años y haber envejecido como si hubiera
vivido solamente cincuenta en la Tierra; y así lo habría sentido y creído, pues
el ritmo de su cuerpo y de su mente hubiera sido muchísimo más lento y lo mismo
el desgaste corporal. Si hubiera tenido un hermano gemelo y lo hubiera dejado a
los veinte años, viajando durante cincuenta años por el espacio a esas altísimas
velocidades, él hubiera envejecido, supongamos, unos diez años y tendría como
treinta, mientras su hermano tendría setenta.
Ciertamente que son cosas un poco hipotéticas, pero que nos dan a conocer las
maravillas del Cosmos, que todavía los científicos no alcanzan a comprender.
Muchos se preguntan sobre los agujeros negros, donde existe la antimateria...
¿Qué hay entre los espacios intergalácticos? ¿Cómo surgen las estrellas? ¿y los
quásares? ¿De dónde viene el "polvo" cósmico? ¿Cómo explicar el orden y la
armonía del Universo? Porque en todas partes se dan leyes físicas universales e
inmutables, que nos llevan a pensar en el ordenamiento del Cosmos por una mente
Superior. Por eso, en cierto modo, podemos predecir el pasado y el futuro tanto
en el micro como en el macro Cosmos. Y, si nos ponemos a pensar un poco en el
origen de la vida, ¿cómo surgieron las primeras células vivientes? ¿Acaso el
simple azar puede explicar el maravilloso mundo en que vivimos? ¿Y el orden de
los días y de las noches, de las estaciones o de los instintos de los animales?
Cada planta o animal es un mundo maravilloso de armonía y de belleza.
Pongamos un pequeño ejemplo: la maravilla diaria de la incubación de un huevo de
gallina. A partir de unos cien gramos de gelatina amorfa se construye en tres
semanas sin ayuda externa alguna, un pollito completo con todos sus órganos,
capaz de ver, de abrirse paso, rompiendo la cáscara, de comenzar a correr y a
buscar su alimento. Y todo este programa está encerrado en un puntito marrón que
sólo exige la temperatura adecuada para comenzar a desarrollarse. ¿Y qué diremos
del ser humano con su maravilloso cerebro de 10,000 millones de neuronas
enlazadas de modo indescriptible?
Todo esto es un misterio que nos sobrepasa y que nos habla de una mente
creadora. Decía el gran astrónomo Kepler: "Si un solo astro se desviara de su
órbita, se derrumbaría todo el Universo". El gran filósofo Kant afirmaba: "Sin
Dios no se puede explicar el cielo estrellado sobre mí ni la ley moral en mí". Y
Einstein decía: "Dios no juega a los dados con el Universo... Tengo la profunda
convicción de la existencia de una razón potente y superior, que se revela en lo
incomprensible del Universo".
Según todas las apariencias, nuestro Universo es todavía joven y todavía está en
expansión. Para que el sol se enfríe y llegue a ser un astro frío, se
necesitarán unos quince mil millones de años. Otras estrellas necesitarán miles
de millones de años más para apagarse, sin contar que otras siguen naciendo.
¿Hasta cuándo? Nuestra mente no puede entender tiempos tan inmensamente largos.
¿Qué será la eternidad? ¿Qué es el tiempo y el espacio? ¿Y si existen, no uno,
sino muchos Universos, como ya han supuesto algunos científicos?
EL COMIENZO DE LA VIDA
La Tierra se originó hace unos... cinco mil millones de años. Los primeros
restos atribuidos a seres vivientes unicelulares se encuentran en rocas de
Australia de 3,500 millones de años de antigüedad. Quizás la vida comenzó, según
se piensa, en el fondo del mar. Hace tres mil millones de años aparecen las
especies más antiguas de seres vivos. Después vinieron las algas marinas y los
pequeños animales y plantas más primitivos. Hace seiscientos millones aparecen
los primeros fósiles marinos vivientes sin esqueleto, parecidos a los pólipos y
medusas. Corales y otros vivientes con esqueletos externos son abundantes en
épocas un poco más recientes, así como moluscos y artrópodos que llenan muchos
museos con hermosos ejemplares de ammonites, trilobites y gran variedad de
bivaldos. Un paso crucial fue la aparición de los vertebrados, cuyo esqueleto
interno sirve de apoyo para órganos de locomoción... y surgieron los peces,
anfibios, reptiles, aves y mamíferos. Hubo un proceso evolutivo de millones de
años hasta los antropoides como el oreopiteco, australopiteco, sinántropo,
pitecántropo...
Charles Darwin en su libro "El origen de las especies" dice que: "Hay una
grandiosidad en esta concepción de que la vida con sus diferentes fuerzas ha
sido alentada por el Creador en un corto número de formas y, mientras este
planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han
desarrollado y se están desarrollando a partir de un principio sencillo,
infinidad de formas, las más bellas y maravillosas". Hay casos sorprendentes
como el retorno al océano de grandes mamíferos como el delfín, la foca, la
ballena... con todas las modificaciones necesarias para la vida marina. No es
fácil explicar ni el cómo ni el porqué de tales cambios, que afectan al
metabolismo y a la estructura corporal de estos nuevos seres.
No se sabe si ha surgido la vida en otros planetas del Universo. Últimamente se
habla de estudios recientes de un meteorito recogido en la Antártida, que han
dado lugar a suposiciones de que hubiera habido vida microscópica en Marte hace
3,600 millones de años. Algunos piensan que de allí podría haber venido a la
Tierra. Lo cierto es que la Tierra es un planeta privilegiado y que es muy
improbable que existan formas de vida superior en otros planetas del Universo.
Hay muchas cosas que han hecho de la tierra un planeta privilegiado:
coincidencia del radio orbital con la zona habitable alrededor del Sol, masa
adecuada para una atmósfera moderada, inclinación del eje y su estabilidad
(atribuida a la presencia apropiada de la Luna), núcleo de hierro líquido y
campo magnético subsiguiente... etc.
El P. Manuel Carreira, afirma en su libro "El hombre y el Cosmos": "Un factor de
importancia transcendental para la trayectoria de la vida en la Tierra fue el
proceso catastrófico de extinción que, en diversas ocasiones, eliminó en muy
poco tiempo hasta el 90% de las especies vivientes de la Tierra en un momento
dado. Se encuentran indicaciones de cinco grandes episodios de extinción en los
últimos quinientos millones de años y, en cada caso, la evolución cambió
drásticamente de rumbo. El caso más conocido es el de la desaparición de los
grandes reptiles (dinosaurios) hace sesenta y cinco millones de años. De no
haber ocurrido, es muy dudoso que los mamíferos constituyesen hoy la forma de
vida más desarrollada. Cualquier modificación en la historia del planeta hubiera
dado como resultado la esterilidad vital o la limitación de formas vivientes...
La trayectoria de la evolución es única. No es posible predecir que algo
semejante se hubiese dado en cualquier posible repetición de la historia del
planeta".
Ciertamente, la historia de la Tierra es irrepetible.. Según estudios
científicos, cualquier alteración de los hechos concretos que se vivieron en
este planeta desde el impacto de rayos cósmicos sobre el núcleo de una célula
hasta el choque catastrófico de un meteorito gigante, hubiera cambiado la
evolución en formas imprevisibles. Y, por esto, no se puede prever el fin de la
evolución en cualquier otro planeta, aunque sea inicialmente semejante a la
Tierra.
El P. Carreira afirma en su libro "Metafísica de la materia" que "la opinión
científica considera cada vez más difícil el que se haya dado en otros lugares
el conjunto de condiciones que se dieron en nuestro planeta y que influyeron
decisivamente en su habitabilidad y en el desarrollo de la vida hasta el hombre.
Entonces, ¿existen los extraterrestres? No lo sabemos, pero no tenemos datos ni
siquiera para calcular una probabilidad con visos de valor científico". Si
existieran los extraterrestres, no serían superiores a nosotros en dignidad,
pues todos seríamos hermanos, hijos del mismo Padre celestial. Pero es muy
posible que Dios haya creado todo este inmenso Universo solamente por nosotros y
para nosotros. Que la finalidad de tantas grandezas y maravillas haya sido el
ser humano. ¿Acaso nos creemos tan pequeños como para no ser dignos de un
Universo tan grande para nosotros solos? ¿Acaso el amor de Dios no es demasiado
grande como para darnos eso y muchísimo más? ¿Acaso no nos dio a su propio Hijo
Jesucristo?
EL HOMBRE
Con relación a su cuerpo, se encuentra entre los vertebrados, con un sistema
nervioso centralizado en el cerebro y la médula espinal, y con los mismos
órganos básicos que encontramos ya en los peces para la nutrición, circulación,
locomoción, reproducción. La semejanza con los mamíferos se acentúa, cuando lo
comparamos con los primates, ya que el material genético humano coincide en un
98% con el del gorila. Pero el hombre es la criatura más perfecta de la
Creación. Una sola célula de su cerebro es más compleja que todas las galaxias
juntas. Sin embargo, ¿habrá sido el hombre, simple fruto de la casualidad o de
un Dios despótico que lo ha creado para que termine su vida con la muerte, a la
que se dirige inexorablemente el Universo entero? NO. Dios es Amor y ha dirigido
desde el principio la evolución del Universo, con amor, hacia el hombre. El
hombre es la obra maestra de la Creación y la culminación de la misma.
Ahora bien, muchos científicos, al hablar del hombre, lo consideran como mero
fruto de la evolución natural del Universo sin intervención especial de Dios.
Pero, veamos, el hombre como ser viviente existe en la tierra desde hace quizás
un millón de años, más o menos, no hay seguridad. No importa ahora discutir si
el australopiteco o el sinántropo o el pitecántropo era o no hombre, lo cierto
es que el hombre de las cavernas, que pintaba en las paredes, era esencialmente
el mismo que el hombre de hoy. Ahora bien, si el ser humano es mero producto de
la evolución natural, sería un simple animal con un cuerpo más perfecto y
desarrollado que los otros. ¿Eso es el hombre?
Hace unos años, un grupo de químicos hizo un estudio serio sobre el cuerpo
humano y concluyeron que de la grasa que tiene, podrían fabricarse siete trozos
de jabón, de su contenido de hierro podría fabricarse una llavecita. Su
contenido de azúcar bastaría sólo para una taza de té. Con su fósforo se podrían
fabricar 2,200 cabecitas de fósforos. Con su magnesio se podría hacer una
fotografía.. Si todo esto se fuera a comprar al mercado, valdría unos ¿diez
dólares? Eso es lo que vale el cuerpo humano. Pero el hombre es algo más que
cuerpo, tiene un alma inmortal que tiene un valor infinito y que ha sido creada
directamente por Dios. Por eso, la dignidad del ser humano no se basa en su
cuerpo, más o menos desarrollado, sino en su alma, que lo hace imagen de Dios.
De ahí que el hombre vale más que el Universo entero y tiene una dimensión
transcendente, pues vivirá por toda la eternidad.
Sin embargo, si nos referimos a su cuerpo humano, no debemos tener miedo a
hablar de su evolución natural. Sobre este punto, debemos aclarar que no es
dogma de fe el monogenismo, es decir, que todos los hombres desciendan de una
sola pareja humana (Adán y Eva). Así lo aclaró la Comisión bíblica Pontificia en
1919 y el Papa Pío XII en la encíclica "Humani generis". Dios pudo tomar un
grupo de primates superiores para hacerlos hombres inteligentes e hijos suyos,
elevados al orden sobrenatural. Lo que sí hay que afirmar definitivamente es una
intervención especial de Dios en este paso transcendental, que solamente pudo
darse por obra y gracia de Dios. Admitida esta intervención especial de Dios
para crear a los primeros seres humanos y darles un alma inmortal, ¿por qué no
aceptar que fuera una pareja en lugar de veinte o treinta? Así se explicaría
mejor, como dice Pío XII, el dogma del pecado original, que se transmite por
herencia desde nuestros primeros padres.
Ahora bien, Dios podía haberlos creado de la nada o del cuerpo de un primate
desarrollado. ¿Por qué no hacerlo de este último? ¿Acaso el ser humano sería más
digno, si hubiera sido creado directamente de la nada y no como parte de un
Universo en evolución? ¿Acaso Cristo hubiera sido más digno, si hubiera venido
directamente del cielo y se hubiera presentado en la tierra sin ser parte de la
humanidad, sin tener una madre humana y una familia humana? Lo que sí podemos
suponer es que en este caso de que Dios se sirviera de un primate superior, lo
haría infundiéndole el alma humana, desde el primer momento de su concepción en
el vientre de su madre, al igual que Cristo quiso hacerse hombre desde el primer
momento de su concepción en el vientre de María. De este modo, el hombre sería,
a la vez, parte de un Universo en evolución e imagen de Dios por su alma
inmortal, creada directamente por Dios.
El Papa Pío XII en 1950 ya había dicho que no había oposición entre la fe
católica y la doctrina de la evolución. Y el Papa Juan Pablo II en su mensaje a
los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias el 22-10-96 decía que la
teoría de la evolución es más que una hipótesis, pero que en el supuesto caso de
que el hombre viniera, en cuanto al cuerpo, de un primate desarrollado, debemos
admitir que el alma no es fruto natural de la evolución, sino que es creada
directamente por Dios. Dice así: "Las teorías de la evolución que consideran que
el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple
epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre.
Esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona humana... Al
llegar al hombre nos encontramos con una diferencia de orden ontológico, ante un
salto ontológico, podríamos decir. El momento del paso a lo espiritual no es
objeto de observación... Compete a la Teología deducir el sentido último del
hombre según los designios del Creador".
Debe quedar, pues, bien claro de que el hecho de que el cuerpo humano pueda ser
fruto de la evolución universal, esto no supone que lo sea también su alma. Su
alma no es producto de la evolución, sino creada directamente por Dios. El
concilio Vaticano II afirma que: "El hombre es en la tierra la única criatura
que Dios ha querido por sí misma" (GS 24).
Cuando llegó el momento escogido por Dios desde toda la eternidad, hizo su
aparición en la tierra un nuevo ser, completamente distinto de todos los
anteriores, un ser dotado de inteligencia y libertad, un ser que sabía
entusiasmarse y sabía amar, que sabía hablar y sonreír, y que levantaba su
mirada al cielo y le decía a su Creador: Padre. Era el hombre. "Dios creó al
hombre para la inmortalidad y lo hizo a su imagen" (Sab 2,23).
El hombre no es simplemente una "criatura" de Dios, porque Él lo ha creado "a su
imagen y semejanza" (Gén 1,26) y esto no se dice de ninguna otra criatura. Más
aún, al hablar de todas las otras cosas de la Creación, se nos dice que Dios las
juzgó como "buenas", pero al hablar del hombre, Dios pronuncia el superlativo
"muy bueno" (Gén 1,31). Por otra parte, se nos dice que Adán engendró a su hijo
Set "a su imagen y semejanza" (Gén 5,3). Por consiguiente, si Adán podía llamar
hijo a Set, también Dios podía llamar hijos a nuestros primeros padres. Lo que
quiere decir que nosotros podemos llamarlo Padre. Sí, somos hijos de Dios, no
criaturas de Dios simplemente. Además, si una madre puede llamar hijo, a quien
solamente le ha ayudado en la formación de su cuerpo ¡cuánto más no lo podrá
hacer Dios, a quien le ha dado lo más fundamental de su ser, que es su alma!
Ahora bien, el alma puede estar "vacía" y sin amor personal o "muerta" por el
rechazo a Dios del pecado mortal. En este caso, falta la verdadera vida divina
en el alma, por ejemplo, a quienes han muerto sin llegar al uso de razón o a
quienes, peor aún, rechazan a Dios y no lo aman. Por esto, S. Juan dice que
hijos de Dios, propiamente, son los que aman a Dios. "Todo el que ama ha nacido
de Dios" (1 Jn 4,7). ¿Por qué? Porque el amor es propio de los hijos de Dios y
en esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo (Cf 1 Jn 3,10).
El mismo Jesús dice: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán
a Dios y bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios" (Mt 5,8-9).
Muchos teólogos, no obstante, dan el nombre de hijos de Dios, solamente, a
quienes han recibido el bautismo y han recibido la filiación divina en
Jesucristo. Sin embargo, como diría Rahner, hay en el mundo muchos millones de
hijos de Dios y cristianos anónimos por haber aceptado a Dios en su corazón, por
Jesucristo, aunque no lo sepan. Dice el Catecismo de la Iglesia que"todo hombre
que, ignorando el Evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la
voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que
semejantes personas habrían deseado explícitamente el bautismo, si hubiesen
conocido su necesidad" (Cat 1260). Es lo que se llama bautismo de deseo. Lo
mismo podemos decir de los niños que mueren sin bautismo. "La misericordia de
Dios y la ternura de Jesús con los niños nos permiten confiar en que haya un
camino de salvación para ellos" (Cat 1261). Por todo esto, nosotros llamaremos
hijos de Dios, en general, a todos los hombres, por ser imagen de Dios; aunque,
en sentido pleno, sólo lo sean los bautizados que viven con amor su fe en
Jesucristo.
¡Qué grande es el hombre como hijo de Dios! Dios, su Padre, pensó para él las
más grandes maravillas y los mejores dones para regalárselos. Los teólogos y la
misma Palabra de Dios nos hablan del don de la impasibilidad: no padecería dolor
ni enfermedades corporales. De la inmortalidad: no moriría nunca y pasaría de
este mundo al reino definitivo como por un sueño tranquilo. Sí, tendría que
trabajar y superarse y realizarse como ser humano, pero sin angustia por el pan
de cada día, porque tenía una ciencia infusa, infundida naturalmente por Dios, a
la vez que un equilibrio sicológico excelente, sin esa inclinación al pecado tan
marcada en nosotros.
Realmente, era un ser admirable, un hijo de Dios, brillante de luz y de amor y
de paz... hasta que vino el pecado. Y quedó privado de aquel paraíso en que
vivía. La Palabra de Dios nos habla del jardín del Edén, del que fue "expulsado"
(Cf Gén 3,24), o mejor dicho, del que él mismo se privó... Lo cierto es que "por
un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte
pasó a todos los hombres, porque todos habían pecado" (Rom 5,12). Pecaron
nuestros primeros padres y todos nosotros sufrimos las consecuencias y perdimos
esa herencia de dones preternaturales. ¡Maldito pecado! Todos los sufrimientos
de todos los hombres de todos los tiempos y todas las muertes tienen su origen
en un solo pecado. ¡Qué desgracia para la humanidad!
Pero Dios seguía siendo nuestro Padre y nos levantó del fango y nos prometió un
Salvador para que no perdiéramos la esperanza de llegar a Él y nos concedió su
perdón. Entonces, los hombres volvieron de nuevo a sonreír y sus ojos volvieron
a brillar y su corazón volvió a llenarse de amor y de paz. Pero ya sabemos que
podemos perder esta luz y este amor y paz, si nos alejamos de nuestro Padre y
nos dejamos llevar por el pecado. Sin embargo, Él siempre nos espera como el
Padre del hijo pródigo para estrecharnos en sus brazos y decirnos con infinito
amor: "Hijo mío". Respondamos a su amor, diciéndole con todo nuestro amor cada
día: "Padre mío, yo te amo".
Gracias, Señor, por el hombre creado a tu imagen y semejanza. "Oh Señor, ¿qué es
el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste
poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el
mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies" (Sal 8,2-6)
"En tu sabiduría formaste al hombre para que dominara sobre tus criaturas...
Dame, pues Señor, la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número
de tus hijos" (Sab 9,2-4).
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2: Los derechos humanos. Atentados contra la persona
LOS DERECHOS HUMANOS
El hombre no es un eslabón más de una cadena evolutiva que puede llevar a un
superhombre, como dicen algunos. Su valor como persona es inconmensurable, no se
puede medir con categorías humanas, porque depende de Dios, que lo ha creado
para ser su hijo por toda la eternidad. El ser hijo de Dios le da una dignidad
personal por encima de todo lo creado. "Su dignidad personal es su bien más
precioso por el que supera a todo el mundo material. Y vale no por lo que tiene,
sino por lo que es... Su dignidad como persona se manifiesta en todo su fulgor,
cuando se considera su origen y su destino" (CL 37). Este origen y destino es
Dios mismo.
Por eso, cuando alguien no acepta a Dios ni reconoce que el hombre es su hijo,
tampoco acepta la dignidad personal del ser humano. Entonces, el hombre "queda
expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de instrumentalización que lo
convierten miserablemente en esclavo del más fuerte. Y el más fuerte puede
asumir diversos nombres: ideología, poder económico, sistemas políticos
inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de
comunicación... De nuevo, nos encontramos frente a una multitud de personas,
cuyos derechos fundamentales son violados, a veces también como consecuencia de
la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes
civiles... ¿Quién puede contar los niños que no han nacido, porque han sido
matados en el seno de sus madres, los niños que crecen sin afecto ni educación?
En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y
trabajo, les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna de
seres humanos" (CL 5).
Por esto, debemos aclarar que los derechos humanos brotan inmediatamente de la
dignidad de la persona humana y son inviolables e inalienables. Nadie, ni una
persona particular ni un grupo ni autoridad ni el Estado, puede modificarlos y
mucho menos eliminarlos, porque tales derechos provienen directamente del mismo
Dios.
En la declaración universal de los derechos del hombre, hecha por las Naciones
Unidas el 10 de Diciembre de 1948, se reconoce la dignidad de la persona humana
de todos los hombres y afirma los derechos de todos sin distinción. El Papa Juan
Pablo II en la jornada mundial por la paz (1-1-99) decía que "la dignidad de la
persona humana es un valor transcendente, reconocido siempre como tal por
cuantos buscan sinceramente la verdad... Y dentro de los derechos del hombre, la
libertad religiosa es como el corazón mismo de los derechos humanos. Se le debe
reconocer a la persona, incluso la libertad de cambiar de religión, si así lo
pide su conciencia. Nadie puede ser obligado a aceptar por la fuerza una
determinada religión, sean cuales fueran las circunstancias o motivos".
Veamos ahora más en concreto estos derechos humanos, según los describe el Papa
Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris: "Todo ser humano tiene derecho a la
existencia, a la integridad física, a los medios indispensables para un nivel de
vida digno, especialmente en cuanto se refiere a la alimentación, vestido,
habitación, descanso, atención médica y a los servicios sociales necesarios...
Tiene también derecho natural al debido respeto a su persona, a la buena
reputación, a la libertad para buscar la verdad y, dentro de los límites del
orden moral y del bien común, para manifestar y defender sus ideas, para
cultivar cualquier arte y, finalmente, para tener una objetiva información de
los sucesos públicos. También nace de la naturaleza humana el derecho a
participar de los bienes de la cultura y, por tanto, el derecho a una
instrucción fundamental y a una formación de acuerdo al grado y desarrollo de la
propia comunidad política... Entre los derechos del hombre hay que reconocer
también el que tiene de honrar a Dios según el dictamen de su conciencia y
profesar la religión privada y públicamente... el derecho a la libertad en la
elección del propio estado y, por tanto, a crear una familia, con igualdad de
derechos y deberes entre el hombre y la mujer o también a seguir la vocación al
sacerdocio o la vida religiosa... Tiene el derecho de trabajar en tales
condiciones que no sufran daño la integridad física ni las buenas costumbres y
que no se le impida el desarrollo como persona. Con relación a la mujer, las
condiciones de trabajo deben ser conciliables con sus exigencias y con sus
deberes de esposa y de madre... De modo especial, hay que poner de relieve el
derecho a una retribución del trabajo, determinada según los criterios de la
justicia y suficiente para que el trabajador y su familia lleven un nivel de
vida conforme a su dignidad humana.
También brota de la naturaleza humana el derecho a la propiedad privada sobre
los bienes, incluso productivos. También todo hombre tiene el derecho de reunión
y de libre asociación, a la libertad de movimiento y de residencia dentro de su
comunidad política de la que es ciudadano, y también el derecho de emigrar...
Los derechos naturales recordados hasta aquí están inseparablemente unidos en la
persona que los posee con otros tantos deberes. Al derecho de todo hombre a la
existencia, por ejemplo, corresponde el deber de conservar la vida. Al derecho a
un nivel de vida digno, el deber de vivir dignamente, y al derecho a la libertad
en la búsqueda de la verdad, el deber de buscarla cada día más amplia y
profundamente. Esto supuesto, a un determinado derecho natural de cada uno
corresponde la obligación en los demás de reconocérselo y respetárselo... Una
convivencia humana bien organizada exige que se reconozcan y se respeten los
derechos y deberes mutuos. De aquí se sigue que cada uno debe aportar
generosamente su colaboración a la creación de un ambiente apropiado en el que
los derechos y deberes se ejerciten cada vez con más empeño y rendimiento... Una
convivencia humana debe ayudar al hombre a elevarse hacia su fin transcendente,
a llegar a Dios, a crecer en el camino del amor, a dar lo mejor de sí mismo, a
compartir juntos la belleza en sus múltiples manifestaciones, a vivir una vida
noble y digna de seres humanos, ejerciendo mutuamente sus derechos y
obligaciones".
Sí, el ser humano tiene derecho a vivir de acuerdo a su dignidad y tiene unos
derechos que todos deben respetar, aun cuando esté disminuido por enfermedades
físicas o sicológicas e, incluso, aunque haya caído en los vicios más
degradantes o en los crímenes más horrendos. Su valor como persona no depende de
su bondad ni de sus cualidades humanas o de su salud, ni mucho menos de su
dinero, belleza, condición social o poder público. Su valor está en su alma,
creada a imagen y semejanza de Dios, y de ahí dimanan todos sus derechos
fundamentales. Su alma vale más que todos los tesoros del mundo entero. Por eso,
vivir plenamente como hombre, amando y respetando a los demás, es su tarea de
todos los días. Y Dios, su Padre, le sigue diciendo desde lo más íntimo de su
corazón: "Hijo mío, tú puedes, tú debes, tú eres capaz".
ATENTADOS CONTRA LA PERSONA HUMANA
a) LA PENA DE MUERTE
Aproximadamente, la mitad de los países del mundo mantienen en sus legislaciones
la pena de muerte. Sin embargo, cada día son más numerosos los países que apoyan
su abolición, porque la consideran como un atentado contra el derecho
fundamental de todo ser humano a la vida. El derecho de la sociedad a la
legítima defensa no quiere decir que deba acudir a la pena de muerte como el
único medio para disuadir a los criminales. Está comprobado que la pena de
muerte no disminuye los asesinatos, pero lo que sí está demostrado es que,
muchas veces, se ha matado a inocentes y esto sí hay que evitarlo a toda costa.
Además, en algunos casos, los criminales pueden regenerarse en prisión y llegar
a ser buenos ciudadanos.
De todos modos, ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal por sus
crímenes. Si vemos el caso de Caín, Dios lo castiga y lo envía al destierro,
pero dice: "Si alguien mata a Caín, será siete veces vengado" (Gén 4,15). Dios
no quiere que lo maten y, por eso, le puso una señal para que nadie que lo
encontrara le hiciera daño. Dios, que es justo, es también misericordioso. No
hay verdadera justicia sin misericordia.
Ahora bien, a lo largo de la historia de la Iglesia siempre se ha aceptado, como
un derecho normal del Estado, el aplicar la pena de muerte a ciertos criminales.
En la primera redacción del Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 se decía:
"La Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de la legítima
autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito,
sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte" (Cat
2266). Sin embargo, en la edición típica latina, es decir, en el texto
definitivo, publicado en Setiembre de 1997, se hacen algunas correcciones. Entre
ellas, cuando se habla de la pena de muerte, se dice que, aunque en el plano
teórico puede ser lícita, para su aplicación deben concurrir ciertas condiciones
especiales. Debe haber total seguridad de la responsabilidad del reo, y que no
haya otro camino para castigar su delito y para que pueda redimirse. Lo cual
haría, de hecho, prácticamente inviable este último recurso.
Por eso, aclarando este punto, el mismo Papa, en el encíclica "Evangelium Vitae",
ha dicho: "La medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas
atentamente sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del
reo, salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la
sociedad no sea posible de otro modo. Hoy, sin embargo, gracias a la
organización cada vez más adecuada de la institución penal, estos casos son ya
muy raros, por no decir prácticamente inexistentes" (EV 56).
Por ejemplo, supongamos que un peligroso terrorista o criminal es condenado a
cadena perpetua y, por la corrupción de las autoridades o por la deficiencia en
el servicio de vigilancia, se escapa de la cárcel y vuelve a matar y lo cogen y,
otra vez, se escapa y vuelve a seguir matando. En este caso extremo, la pena de
muerte podría ser el único medio de la sociedad para poder defenderse de un
incorregible criminal y salvar así la vida de otros ciudadanos. Pero, con
frecuencia, la realidad es muy distinta. Hay pena de muerte por traición a la
patria, cuando en tiempo de guerra uno deserta por miedo o por haber dado datos
al enemigo bajo tortura.
Y en tiempo de paz, cuántos excesos se cometen sin considerar la dignidad del
homicida e, incluso, su arrepentimiento sincero y, a veces, hasta su inocencia.
Y se los mata en los países civilizados en la silla eléctrica, en cámaras de
gas, con inyecciones letales u otros métodos peores. En USA, por ejemplo, de
1977 a 1998 han ejecutado a 487 reos. Actualmente hay 3,517 condenados a muerte.
El año 1997 fueron ejecutados 74 (47 en el Estado de Texas). En este Estado, el
3 de Febrero de 1997 fue ejecutada Karla Tucker, convertida en la prisión, a
pesar del clamor mundial para su absolución.
¿Acaso no basta en la mayoría de estos casos acudir a otros medios incruentos
para castigar su delito? Según la revista Newsweek de USA y, de acuerdo a
investigaciones realizadas en 1998, de los 487 ejecutados en ese país, 75 eran
totalmente inocentes. Por eso, la Iglesia aboga por la abolición total de la
pena de muerte, ya que los casos extremos en que podría aplicarse son muy raros
y los abusos que se dan en la práctica son muchos. Así lo pidió expresamente el
Papa Juan Pablo II la noche de Navidad de 1998. En otras ocasiones, ha hablado
del "recurso innecesario a la pena de muerte" (EA 63).
Escuchemos lo que decía S. Agustín hace muchos siglos: "¿Eres juez? Primero
júzgate a ti mismo para que puedas juzgar con conciencia limpia a los demás.
Mira sobre ti mismo y, si tú escuchas al prójimo como a ti mismo, castigarás el
pecado, pero no al pecador. Si alguno resistiera y no quisiera corregirse...
persigue tal resistencia, esfuérzate por corregirla y suprimirla, pero de tal
modo que se condene al pecado y se salve al hombre. Porque una cosa es el hombre
y otra el pecado. Al hombre lo hizo Dios, el pecado es obra del hombre. Perezca
lo que hizo el hombre y sálvese la obra de Dios. Por consiguiente, no te atrevas
jamás a llegar hasta la pena de muerte en tus sentencias para que, al condenar
el pecado, no perezca el hombre. No castigues con la muerte para que haya margen
para el arrepentimiento.
Debéis ser duros contra el mal y atacarlo, pero no contra el hombre que lo
comete. Contra el mal, habréis de ser incluso crueles, pero no contra quien ha
sido hecho como vosotros. Todos, jueces y delincuentes, habéis sido sacados de
la misma cantera, habéis tenido el mismo artífice. No me opongo, en modo alguno,
que se usen las penas, pero que se usen con amor, aprecio y voluntad sincera de
ayudar al delincuente a corregirse" (Sermo 13,7-8). Y decía: "Odia al pecado,
pero ama al pecador".
b) LA ESCLAVITUD
Durante muchos siglos de la historia humana, la esclavitud fue una de las lacras
de la humanidad. Unos hombres se arrogaban el derecho de propiedad sobre otros
hombres y tenían sobre ellos todos los derechos, incluso de vida y muerte, como
si fueran objetos, simplemente, porque los habían comprado o los habían tomado
como botín de guerra. Un triste capítulo de la historia humana es la trata de
negros, propiciada incluso por países cristianos, para llevar mano de obra
barata al Nuevo Mundo. Sin embargo, los Papas habían aclarado bien este punto.
El 2 de Junio de 1537, en la bula "Sublimis Deus", Paulo III denunciaba a los
que creían que los indios debían ser tratados como animales irracionales, sin
alma. De ahí surgieron las "Leyes de Indias", en las que se prohibía la
esclavitud de los indígenas, aunque en la práctica hubo muchos abusos.
El Papa decía en la bula anterior: "Declaramos que estos indios así como todos
los pueblos que la cristiandad pueda encontrar en el futuro no deben ser
privados de su libertad y de sus bienes, aunque no sean cristianos, y que, al
contrario, deben ser dejados en pleno gozo de su libertad y de sus bienes". El
Papa Urbano VIII (1623-1644) excomulgó a los que retuvieran indios como
esclavos. Pero, en la práctica, los países cristianos aprobaron la trata de
negros al igual que hoy día muchos países cristianos aprueban el aborto.
Lo triste es que aún hoy día sigue existiendo la esclavitud en algunos países
musulmanes. Y todavía existe la trata de blancas, de mujeres usadas contra su
voluntad como prostitutas. Así fueron usadas muchas mujeres orientales, esclavas
sexuales del ejército japonés durante la segunda guerra mundial. Peor aún es la
esclavitud de niños para el placer de los pederastas o la "adopción" de niños
pobres, para hacer de ellos donadores de órganos en países ricos.
La esclavitud actual reviste distintas formas, a veces solapadas como
prostitución o contratos "libres" de trabajo que son una especie de trabajos
forzados. Lo que sí debe quedar claro es que para Dios "no hay judío o griego,
no hay siervo o libre, varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Gal
3,28). El mismo S. Pablo le escribe a Filemón sobre su esclavo Onésimo, que se
había escapado, que lo reciba de nuevo "no ya como siervo, sino más que siervo,
como hermano amado, muy amado para mí y mucho más para ti, según la carne y
según el Señor" (Film 16). Cuando uno es cristiano, ya no puede ver a los otros
como esclavos o simples siervos, sino como hermanos queridos en el mismo Señor.
c) EL RACISMO
Muchas veces, se considera a otros seres humanos inferiores por su raza, cultura
o religión. Hitler creía en la superioridad de la raza aria y, por eso, mató a
seis millones de judíos. También determinó la castración de todos los que eran
subnormales. En muchos países comunistas se dejaba morir a los desahuciados o
enfermos mentales, porque eran económicamente inútiles. En algunos países,
todavía existe, en la práctica, una especie de "apartheid" o racismo contra la
población aborigen más pobre e inculta, a quien se desprecia y se considera
inferior, como a los parias de la India. También se desprecia a los refugiados,
a los inmigrantes, a las minorías de otros pueblos. Hoy se trata de fomentar el
racismo, queriendo conseguir en laboratorio, por procreación in vitro o
clonación, a hombres con características especiales, que sean superiores a
otros. Incluso, son peligrosos ciertos nacionalismos, que llegan a despreciar a
otros pueblos y, a veces, se llega a la "limpieza étnica" como en Yugoslavia. Es
importante que cada uno se identifique y ame a su país, su religión o cultura,
pero no hasta el punto de despreciar a los otros pueblos. Antes que ciudadano de
un país o miembro de una religión, es un ser humano y debe obedecer primero a
Dios y a su conciencia antes que al Gobierno de su patria o a las órdenes de sus
jefes políticos o militares. Aun en medio de la guerra más cruel, hay que ser
compasivos y humanos, porque todos los hombres somos hermanos en Dios y tenemos
la misma dignidad. Todos valemos lo mismo ante Dios; para Él no hay inferiores
ni superiores.
En la convención de la ONU de 1965 se afirmó que "toda doctrina de superioridad,
fundada en la diferenciación entre razas, es científicamente falsa, moralmente
condenable y socialmente injusta y peligrosa". Así habló también el Concilio
Vaticano II en Gaudium et Spes Nº 29. El Papa Juan XXIII en la Pacem in terris
decía: "Ningún grupo humano se puede engreír de poseer sobre otros una
superioridad de naturaleza". Por eso, esperamos que un día haya más respeto
entre los hombres y más tolerancia con los que no son como nosotros. Ojalá que
desaparezcan para siempre las guerras de religión; los grupos terroristas, que
quieren imponer sus ideas por la fuerza; grupos, como el Ku Klux Klan de los
Estados Unidos, que ejercen violencia contra judíos, negros y católicos; y todos
los grupos que fomentan el racismo o apoyan leyes de extranjería antihumanas.
"Todos los hombres tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Redimidos por
Cristo, disfrutan de la misma vocación e idéntico destino. Por eso, toda
discriminación de los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o
cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión,
debe ser eliminada por ser contrario al plan de Dios" (GS 29). Ciertamente,
"entre los seres humanos existen diferencias y, a veces, enormes en el grado de
saber, virtud, capacidad de invención y posesión de bienes materiales. Pero esto
nunca puede justificar el propósito de hacer valer la propia superioridad para
sojuzgar de cualquier modo que sea a los otros. Antes bien, esta superioridad
comporta una mayor obligación de ayudar a los demás para que logren en esfuerzo
común la propia perfección. En realidad, no existen seres humanos superiores por
naturaleza, sino que todos los seres humanos son iguales por su dignidad
natural, en razón de la dignidad de su naturaleza humana" (Pacem in terris).
Por eso, examina tu conciencia y mira a ver si eres racista y cuántas veces has
despreciado a los otros, creyéndote superior. Ojalá que seas verdadero hijo de
Dios y puedas decir a cada ser humano que pase a tu lado: TU ERES MI HERMANO.
d) EL MACHISMO
El machismo es una mentalidad muy común entre ciertos hombres, que les hace
creer en la superioridad del hombre sobre la mujer y que, muchas veces, la
somete a desprecios y maltratos, especialmente en el ambiente doméstico. En
algunos países, todavía existen leyes discriminatorias: no pueden votar u ocupar
ciertos cargos públicos ni tienen los mismos derechos que el varón en cuanto a
la herencia o decisiones económicas familiares. En China todavía se las
considera de menos valor que el hombre y, con frecuencia, se las mata al nacer.
Recordemos las leyes de algunos países fundamentalistas musulmanes que les
prohiben ir por la calle con el rostro descubierto o trabajar fuera de casa e,
incluso, se las mutila, cortándoles el clítoris, para evitar que sientan mucho
placer sexual y así puedan guardar mejor la fidelidad; como si fueran propiedad
de sus esposos, que se creen tener derecho para usarlas como objetos de placer
hasta en cosas contra natura. Y cuántas veces se les ha impuesto la
esterilización en contra de su propia voluntad. "La Iglesia deplora como
abominable la esterilización, a veces programada de las mujeres, sobre todo, de
las más pobres y marginadas, que es practicada a menudo de manera engañosa sin
saberlo las interesadas. Esto es mucho más grave, cuando se hace para conseguir
ayudas económicas a nivel internacional" (EA 45). O también, cuando se les
engaña para ser esterilizadas, ya sea con beneficios económicos o por intereses
políticos.
¡Durante cuántos siglos la mujer estuvo relegada al ámbito de su propia casa sin
poder estudiar en las Universidades ni tener voz ni voto en las decisiones
políticas! Por esto, el Papa Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris dice
que: "Hoy día la mujer sabe que no puede ya consentir ser considerada y tratada
como un instrumento y exige ser considerada como persona en paridad de derechos
y obligaciones como el hombre, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en
la vida pública".
El Papa Juan Pablo II, en la carta apostólica "Mulieris dignitatem", al hablar
de la dignidad de la mujer aclara: "Lo que dice S. Pablo de que las mujeres
deben estar sometidas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de
la mujer (Ef 5,22) debe entenderse de un modo nuevo, es decir, como una sumisión
recíproca... no solamente sumisión de la mujer al marido... Todas las razones en
favor de la sumisión de la mujer al hombre en el matrimonio se deben interpretar
en el sentido de una sumisión recíproca de ambos en el temor de Cristo".
Por eso, hay que recalcar que ambos, hombre y mujer, como seres humanos
partícipes de la misma naturaleza, tienen los mismos derechos y la misma
dignidad, aunque sean diferentes. Y de la misma manera que hay que rechazar el
machismo hay que rechazar el feminismo, que considera que la mujer debe
liberarse del hombre y ser independiente con derecho a la libertad sexual, a
abortar, cuando quiera, y a vivir como quiera... Más que imitar al hombre, la
mujer debe ser lo que es y sentirse orgullosa de su vocación de amor, viendo en
María un modelo. Ser mujer no es ser inferior al hombre. De hecho, la persona
humana más perfecta que ha existido, existe y existirá, ha sido una mujer:
María.
El Papa Juan Pablo II en la encíclica "Redemptoris Mater" afirma que "la mujer
debe vivir dignamente su feminidad, mirando a María. A la luz de María la
Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza que es espejo
de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación
total del amor, la fuerza, la laboriosidad infatigable, y la capacidad de
conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo" (Nº 46).
"La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás. La
fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual se une a la conciencia de que
Dios le confía al hombre, es decir, al ser humano... La mujer es fuerte por la
conciencia de esta entrega, es fuerte por el hecho de que Dios le confía al
hombre, siempre y en cualquier caso, incluso en las condiciones de
discriminación social en la que pueda encontrarse. Esta conciencia y esta
vocación fundamental hablan a la mujer de la dignidad que recibe de parte de
Dios mismo y todo ello la hace fuerte y la reafirma en su vocación de mujer" (MD
30).
El hecho de que las mujeres en la Iglesia Católica no puedan ser sacerdotes "no
significa una menor dignidad ni una discriminación hacia ellas, sino la
observancia fiel de una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del
Señor del Universo" (OS). En esto seguimos simplemente la enseñanza de Jesús.
Jesús podía haber escogido mujeres, especialmente a su propia madre, y no lo
hizo. Él conocía el futuro y, por eso, no podemos suponer que se debió solamente
a motivos históricos o circunstanciales. Que la mujer no pueda ser sacerdote no
quiere decir que sea menos que el hombre, sino que es distinta y a cada uno Dios
le da misiones diferentes en la sociedad, así como dentro de la propia familia.
Por eso, el Papa Juan Pablo II dice en la misma carta apostólica "Ordinatio
sacerdotalis": "declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno facultad de
conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser
considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia". Es, pues, una
doctrina, que no es discutible, sino definitiva y "debe ser considerada siempre,
en todas partes y por todos los fieles como perteneciente al depósito de la fe"
(Respuesta de la Congregación para la doctrina de la fe del 28-10-1995). De
todos modos, dice el Papa en la misma carta: "el único carisma superior, que
debe ser apetecido, es el amor. Los más grandes en el Reino de los cielos no son
los ministros (sacerdotes), sino los santos".
e) EL ABORTO
Es un gran atentado contra la vida de seres humanos inocentes, indefensos y
todavía por nacer. Frecuentemente, son los propios padres quienes deciden la
muerte, como si tuvieran derecho a decidir quién puede vivir o morir. Cada año
son cerca de setenta millones de seres humanos que son abortados. Una injusticia
que clama venganza al cielo. ¿Acaso los padres sólo ven su propia comodidad?
¿Dónde están los derechos de esos hijos, que desean nacer, y a quienes Dios les
ha dado la vida con infinito amor? Cada día crece más la amenaza contra estos
niños aún no nacidos, porque va creciendo una mentalidad hedonista, que busca el
placer y evita los hijos. Cada día son más también los anticonceptivos abortivos
disponibles.
Con relación a las técnicas para practicar el aborto, debemos decir que son,
ciertamente, salvajes. En el método de succión, se introduce un tubo por la
vagina y se aspira el feto hasta que es sacado del útero completamente
desmembrado. La dilatación y el legrado consisten en introducir un cuchillo
curvo en el útero y se despedaza al niño para poder sacarlo a pedazos. Otras
veces, se aplica una inyección de una solución concentrada de sal para que muera
el niño y la madre lo dé a luz ya muerto. O la histerectomía, que se practica en
los últimos meses, con cesárea, para sacar al niño y aprovecharlo, como si fuera
un animalito, para la confección de fármacos y cremas. Por eso, debemos tener
claro, como dice el concilio que "El aborto y el infanticidio son crímenes
abominables" (GS 51) Y "quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en
excomunión" (Cat 2272 y canon 1398). El Catecismo de la Iglesia católica afirma
que "la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el
momento de la concepción . Desde el primer momento de su existencia, el ser
humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el
derecho inviolable a la vida" (Cat 2270).
El famoso abortista, convertido católico, Bernard Nathanson, después de haber
practicado personalmente más de 5,000 abortos decía: "Estoy convencido de que la
vida comienza en el momento de la concepción y debe ser inviolable". El Dr.
Lejeune, famoso catedrático de genética fundamental de la Universidad de París
afirma que "abortar es matar, aunque el cadáver sea muy pequeño". Por eso,
legalizar el aborto es legalizar la pena de muerte para estos niños no nacidos.
Y el país que legaliza el aborto, de algún modo, está matando su propia alma.
Porque nadie puede disponer de la vida, sólo Dios es el dueño de la vida y nadie
tiene derecho a quitársela a sí mismo o a los demás. Como diría Sta. Isabel a
María, y se puede aplicar a todas las mujeres: "Bendito es el fruto de tu
vientre" (Lc 1.42).
En la encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II dice: "¿Cómo es posible
hablar de dignidad de toda persona humana, cuando se permite matar a la más
débil e inocente?... El derecho originario e inalienable a la vida se pone en
discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de
una parte de la población, aunque sea mayoritaria... De ese modo, la democracia,
a pesar de sus reglas va por un camino de totalitarismo fundamental... El Estado
tirano presupone poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos,
desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de la utilidad pública,
que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos. Parece que todo
acontece en el más firme respeto de la legalidad, al menos cuando las leyes que
permiten el aborto o la eutanasia son votadas, según las, así llamadas, reglas
democráticas. Pero, en realidad, estamos sólo ante una trágica apariencia de
legalidad, donde el ideal democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce
y tutela la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas
bases... ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de las
discriminaciones entre las personas, declarando a algunas dignas de ser
defendidas mientras a otras se niega esta dignidad? (Nº 20).
Por eso, "con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus sucesores en
comunión con los obispos de la Iglesia Católica, confirmo que la eliminación
directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral.
Esta doctrina es corroborada por la S. Escritura, transmitida por la Tradición
de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal... Nada ni
nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente sea feto o embrión,
niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie, además, puede
pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su
responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna
autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo" (Nº 57).
"Algunos intentan justificar el aborto, sosteniendo que el fruto de la
concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía
considerado una vida humana personal. En realidad, desde el momento en que el
óvulo es fecundado se inaugura una nueva vida, que no es la del padre ni la de
la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás
llegará a ser humano, si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de
siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que,
desde el primer instante, se encuentra fijado el programa de lo que será ese
viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien
determinadas... Por eso, el ser humano debe ser respetado y tratado como persona
desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se
le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente, el derecho
inviolable de todo ser humano inocente a la vida" (Nº 60).
Decía la M. Teresa de Calcuta: "Cuando las madres son capaces de matar a sus
propios hijos concebidos en su seno, ya todo se puede esperar, ya no hay
compasión, ya no hay moral, la sociedad está perdida". De aquí surge la
conclusión de que todos los que se precien de ser humanos y no solamente los
católicos, deben defender la vida de estos niños aún no nacidos. Dice el Papa:
"Defiende, respeta, ama y sirve a la vida, a toda vida humana. Sólo siguiendo
este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y
felicidad" (Nº 5).
f) LA EUTANASIA
Es otro grave atentado contra el derecho a la vida. Nadie tiene derecho a
disponer de la vida de otro y ni siquiera de su propia vida. Solo Dios es el
único Señor de la vida. Para Él no hay vidas inútiles. Nadie viene al mundo por
casualidad. Toda vida humana tiene un sentido y una finalidad en sus planes
divinos. Como dice el Papa Juan Pablo II: "La vida humana, aunque débil y
enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad" (FC 30). No se
puede hablar de matar "por piedad" a los niños que nacen con graves deficiencias
o a los ancianos en estado terminal o a quienes estén ya desahuciados, quizás
sea más exacto hablar de comodidad de la familia, de evitarse sacrificios y
dispendios económicos. En una palabra, hablar de egoísmo, que procura librarse
de todo lo que le molesta, porque falta, precisamente, piedad y amor.
Frecuentemente, se dan casos de familias que deciden interrumpir tratamientos
sencillos y poco costosos como el equipo de oxígeno o la sonda para alimentar al
enfermo, para que muera "de una vez". Pero esto no se puede justificar, es falsa
piedad, que más bien busca evitarse molestias por tiempo indefinido. ¿Qué
sabemos nosotros de los planes de Dios? ¿Acaso no puede seguir bendiciendo al
enfermo en ese estado terminal o darle una oportunidad para arrepentirse y
purificarse?
Ahora bien, la Iglesia acepta que puedan interrumpirse tratamientos médicos muy
costosos, peligrosos o desproporcionados a los resultados que se puedan obtener,
aunque pueda venir la muerte de modo natural. Las familias no están obligadas a
estos tratamientos muy costosos, que no pueden afrontar. "Con esto no se
pretende provocar (directamente) la muerte, se acepta sólo no poder impedirla.
Estas decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene
competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales,
respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente"
(Cat 2278). "El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo,
incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la
dignidad humana, si la muerte no es pretendida ni como fin ni como medio, sino
solamente prevista y tolerada como inevitable" (Cat 2279).
Fuera de estos casos, no se puede aceptar la eutanasia y mucho menos
legalizarla. En este caso, se miraría con desconfianza al médico que tiene la
misión de sanar y no de matar. Además habría casos en que podría tomarse esa
decisión para evitarse problemas, para apropiarse cuanto antes de la herencia,
eliminar testigos incómodos o enemigos indeseables, competidores peligrosos,
familiares molestos o para aprovechar sus órganos cuanto antes.
Si vemos los hechos concretos, la ley de la eutanasia, dada en 1939 por el III
Reich de Hitler, envió a la muerte a 100,000 personas minusválidas, y no
necesariamente en estado terminal, por considerarlas sin valor y económicamente
inútiles. Actualmente, en Holanda, donde se ha aprobado esta ley, el 2% de las
muertes son por eutanasia, lo que significa 18,000 personas al año. Por eso, la
Iglesia ha hablado sobre este asunto de tanta actualidad, pues en muchos países
se pretende ya legalizarla. Dice Juan Pablo II: "De acuerdo al magisterio de mis
predecesores y en comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que
la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios en cuanto eliminación
deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se
fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por
la Tradición de la Iglesia y enseñada por el magisterio ordinario y universal" (EV
65). "El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede
pretender legitimar" (EV 73). Por eso, en caso de campañas públicas para
legalizarlas o para cumplirlas, si ya están legalizadas, no hay que seguirlas
por respeto a nuestra propia dignidad y a la de los demás. "En caso de una ley
injusta, que admita el aborto o la eutanasia, nunca será lícito someterse a ella
ni participar en campañas de opinión en favor de una ley semejante ni darle el
apoyo del propio voto" (EV 73).
Nunca me olvidaré del caso que leí en una revista. Ocurrió en Estados Unidos. Un
papá fue al hospital a ver a su hijo recién nacido y, al ver que había nacido
mongólico, lo tomó en sus brazos y, desesperado, le golpeó la cabeza contra el
suelo y lo mató. ¿Acaso ese niño no tenía derecho a vivir? ¿Acaso su vida no
valía nada? Muchas veces, hablamos de los derechos humanos como si la mamá
tuviera derecho a abortar o los padres pudieran tener derecho a practicar la
eutanasia con sus hijos que nacen enfermos.... ¿Y el niño no tiene derechos? ¿Y
dónde están los derechos de Dios? ¿Acaso ese niño no es hijo de Dios, a quien ha
creado con infinito amor? ¿Quién puede arrogarse el derecho de matar y quitar la
vida de otro? ¿Acaso se puede justificar el matar "por piedad"? ¿para que no
sufra? Quizás Dios pudiera decirnos, como a Caín: "La sangre de tu hermano, está
clamando a Mí desde la tierra" (Gén 4,10).
g) MANIPULACION DE LA VIDA HUMANA NACIENTE
Éste es otro grave atentado a la dignidad de las personas. Por eso, en la
instrucción de la Congregación para la doctrina de la fe, publicada el 22 de
Febrero de 1987, se afirma que nadie puede manipular ni experimentar con
embriones producidos en laboratorio, que son verdaderos seres humanos. Es
inmoral producir seres humanos en laboratorio como material biológico disponible
y menos aún destruir estos embriones humanos "sobrantes", como ocurre en muchos
centros de fecundación artificial de los países "desarrollados". ¿Desarrollados?
¿o subdesarrollados en el espíritu?
Utilizar un embrión humano como objeto o instrumento de experimentación es un
delito contra la dignidad del ser humano, que tiene derecho al mismo respeto
debido al niño ya nacido y a toda persona humana.. La práctica de mantener en
vida embriones humanos para fines experimentales o comerciales, es completamente
inmoral. Incluso, los cadáveres de estos embriones o fetos humanos deben ser
respetados y evitarse cualquier práctica comercial para obtener productos
nuevos. La misma congelación de embriones, aunque se realice para mantener en
vida al embrión, constituye una ofensa al respeto debido a los seres humanos.
Tampoco es lícito experimentar con embriones humanos en orden a la investigación
científica.
Hoy día muchas parejas de esposos acuden a los médicos para tener hijos por
fecundación o inseminación artificial. Pero esto es inmoral, lo mismo si se hace
con espermas u óvulos de otro que no sea el esposo o la esposa, como si se trata
de mujeres viudas, solteras o no casadas legítimamente. Pero también lo es, aun
cuando sea con elementos propios de los esposos, ya que, para que pueda
implantarse y ser viable un embrión, es preciso producir varios más, que van a
morir hasta que se consiga el éxito, y nadie tiene derecho a matar a otros seres
humanos para obtener algo, aunque sea bueno. El fin no justifica los medios.
Los laboratorios no pueden ser fábricas de seres humanos. Un caso especial, que
tiene mucha actualidad, es el de la clonación de seres humanos en el futuro.
Hasta ahora sólo se ha conseguido en animales. Y se trata de una técnica
reproductiva para conseguir seres "idénticos", al menos en cuanto al cuerpo. Se
unen el núcleo de una célula viva del donante, que se quiere clonar, con un
óvulo sin núcleo y se implanta en un útero. El ser resultante tendría todas las
características del donante. Si éste es un hombre sería, a la vez, padre y madre
de su hijo. Si es mujer, tendría un hijo sin padre. Pero, aparte de esto
¿cuántos seres humanos deberían morir para conseguir un solo éxito? Para obtener
la oveja Dolly en Inglaterra, se hicieron 277 fusiones y sólo ocho tuvieron
éxito y sólo uno de estos ocho embriones llegó a feliz término.
Por eso, la reproducción clonal es totalmente inmoral. Si esto se hiciera
realidad, se crearían grupos de seres humanos idénticos físicamente para ciertas
cosas, con lo que se podría fomentar el racismo o las diferencias sociales, se
perdería el sentido profundo de la maternidad, se acabaría el sentido de
familia, de filiación, de matrimonio. Muchas mujeres preferirían tener hijos
idénticos a ellas sin necesidad de un padre, incluso podrían evitar los
problemas del embarazo con úteros artificiales. Sin embargo, debemos aclarar que
el alma humana no se puede clonar y que siempre habría diferencias entre los
seres clonados, como los hay entre los gemelos univitelinos. Además, ¿cuántos
traumas tendrían que sobrellevar estos niños sin padre ni madre auténticos? Si
un niño no deseado, nace con traumas ¿cuántos más tendrá el que no ha tenido
durante nueve meses el amor de una madre y ha vivido en un mundo vacío y sin
luz, en un útero de una mujer alquilada o de un útero artificial? Veamos lo que
nos dice Margaret Brown, una joven de 20 años, estudiante de biología en Texas.
Sus declaraciones aparecieron en 1994 en el semanario "Newsweek". Ella es fruto
de inseminación artificial y no conoce a su padre.
"Tengo el sueño recurrente de estar flotando en la oscuridad, mientras giro sin
parar cada vez más de prisa en una región sin nombre, fuera del tiempo. Me
empiezo a angustiar y quiero poner los pies en la tierra para encontrarme a mí
misma. Soy una persona engendrada por inseminación artificial, alguien que nunca
conocerá la mitad de su identidad (padre)... No veo cómo alguien puede privar
conscientemente a otro de algo tan básico y esencial como es su herencia.
Aprecio enormemente los sacrificios de mi madre y el amor de mi familia. Pero,
incluso acunada por el amor de la hermana de mi padre legal, siento como si
estuviera tomando prestada la familia de otro. Los hijos no son bienes de
consumo o posesiones. Son personas con idénticos intereses en el proceso".
Maravilloso testimonio, que debemos tener en cuenta para valorar al ser humano
en toda su dimensión y no solamente la corporal o la de este mundo pasajero,
pues tiene un destino eterno. Cada ser humano es irrepetible. Dios no hace
fotocopias y el alma que nos da a cada uno es distinta y la crea personalmente
con un amor infinito y particular.
El ser humano no puede ser fruto de técnicas científicas. La persona humana debe
ser fruto del amor de sus padres. No se puede admitir que los medios técnicos
sustituyan al acto conyugal. Por eso, la Iglesia sólo acepta aquellos medios
artificiales que vayan destinados exclusivamente a facilitar el acto natural de
los esposos para que alcance su propio fin de la fecundación. Sólo se puede
ayudar para que el acto conyugal consiga el efecto deseado.
Evidentemente, hay que evitar a toda costa los intentos de fecundación
artificial entre gametos animales y humanos, la gestación de embriones humanos
en úteros de animales o en úteros humanos de alquiler (que no es su madre) y
mucho menos aceptar la construcción de úteros artificiales para un embrión
humano. Igualmente es inmoral cualquier intento de producir seres humanos en
laboratorio sin conexión alguna con la sexualidad humana sea por fisión gemelar,
partenogénesis... Asimismo debe ser totalmente evitado obtener seres humanos
determinados o seleccionados en cuanto al sexo, estatura, color, etc., por
intervención del patrimonio cromosómico (Cf Cat 2275). Según este mismo número
del Catecismo son "lícitas solamente las intervenciones sobre el embrión humano
que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos
desproporcionados y que tengan como fin su curación, la mejora de sus
condiciones de salud o su supervivencia individual".
De todo esto, podemos concluir que el ser humano desde su concepción es un ser
vivo, biológicamente humano, que tiene un destino humano y que tiene ya
programadas todas las cualidades que tendrá el día de mañana. Por eso, hay que
respetarlo desde el día de su concepción en el seno materno.
h) ESTERILIZACION Y ANTICONCEPTIVOS
Estos métodos de regulación de nacimientos son antinaturales y van contra la
dignidad del ser humano. Además, en muchos países, los gobiernos presionan a los
más pobres para someterse a estos métodos, abusando de su ignorancia y, a veces,
se los chantajea a cambio de alimentos necesarios para el sustento familiar. Con
relativa frecuencia, el someterse a la esterilización (ligadura de trompas o
vasectomía) en malas condiciones higiénicas, en poblados alejados, ha traído
graves consecuencias para la salud de los pacientes, incluso la muerte. La
esterilización es en sí misma una mutilación corporal, que va en contra de la
misma dignidad de la persona, cuando no hay causas justificables.
Decía el Papa Pablo VI en la encíclica "Humanae vitae": "Hay que excluir como
método de regulación de nacimientos la esterilización directa, perpetua o
temporal, tanto del hombre como de la mujer". Lo mismo podemos decir de los
anticonceptivos artificiales, que, al no ser naturales, son de alguna manera
inhumanos y van contra la misma persona. En primer lugar, hay que descartar los
DIU (dispositivos intrauterinos, como las espirales, T de cobre, etc.), pues son
abortivos y, por tanto, criminales. En cuanto a las píldoras, hay algunas como
la RU-486, que son claramente abortivas. Otros productos como Microgynon,
Nordette, Depoprovera... son también abortivos. Pero, aunque no lo fueran, está
comprobado que todas las píldoras son dañinas para la salud. Algunas
asociaciones de USA han enumerado hasta 18 enfermedades que pueden producir
estas píldoras, como la embolia, ataques al corazón y, algunos dicen, que
incluso el cáncer.
Con relación a las cremas o jaleas, la firma norteamericana Johnson & Johnson ha
sido demandada varias veces por el nacimiento de hijos deformes, concretamente
con relación a la jalea Orthogynol. Y no olvidemos a la famosa píldora
Thalidomida, con la que nacían los niños sin brazos. Si la Iglesia aceptara como
buenos los anticonceptivos no abortivos, todos se sentirían libres para usarlos,
incluso los jóvenes no casados, se podrían comprar en cualquier tienda, como si
fueran caramelos, habría una intensa campaña por televisión y esto no haría más
que fomentar el libertinaje sexual y los abortos.
Por eso, los profesionales cristianos tienen que poner su objeción de
conciencia, cuando les obliguen a realizar operaciones de esterilización o
colocar DIU. Los farmacéuticos cristianos deben rechazar vender todos estos
métodos artificiales, que, a la larga, son dañinos para la salud física, síquica
y espiritual de las personas. La Iglesia solamente acepta los métodos naturales
de Ogino-Knaus, de temperatura y el de Billings. Este último, según la OMS
(Oficina Mundial de la Salud) de la ONU, tiene hasta un 98,5% de eficacia y
seguridad sin efectos negativos colaterales.
Muchos gobiernos alientan campañas de planificación familiar con la idea de que
"somos muchos y pobres y, estando menos, seremos más ricos". Pero, como decía
Pablo VI en la ONU, en Octubre de 1965, el problema no es suprimir comensales,
sino en multiplicar el pan. No se adelantaría nada, siendo menos personas, si
seguimos siendo tan irresponsables e inmaduros como antes. Lo importante no es
tener más, sino ser más como personas. Aparte de que es una falacia, como lo han
probado economistas de fama internacional, el decir que, siendo menos, tendremos
más dinero.
En conclusión, como dice el Papa Juan Pablo II: "La Iglesia condena como ofensa
grave a la dignidad humana y a la justicia todas aquellas actividades de los
gobiernos o de otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier
modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por
consiguiente, hay que condenar con energía cualquier violencia ejercida por
tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización
y del aborto procurado" (FC 30).
i) LA PORNOGRAFIA
Es otro grave atentado contra la dignidad de las personas. A través de revistas,
videos, películas y espectáculos pornográficos se va fomentando el libertinaje
sexual con todo lo que conlleva de degradante para la persona y de disgregación
para las familias. En muchos casos, la pornografía actúa como cómplice indirecto
de graves agresiones sexuales como violaciones, secuestros, adulterios, etc. La
pornografía lleva al menosprecio de los demás y a verlos sólo como objetos de
placer, suprimiendo la ternura y el verdadero amor. De ahí la grave
responsabilidad de quienes tienen en sus manos, como propietarios o directores,
los medios de comunicación social, ya que pueden manipular las conciencias de
mucha gente fácilmente influenciable.
El Consejo Pontificio para las comunicaciones sociales publicó un documento en
Mayo de 1989 sobre "Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales". En
este documento se dice: "Nadie puede considerarse inmune a los efectos
degradantes de la pornografía y la violencia... Los niños y los jóvenes son
especialmente vulnerables y expuestos a ser sus víctimas. La pornografía y la
violencia sádica desprecian la sexualidad, pervierten las relaciones humanas,
explotan a los individuos, especialmente mujeres y niños, destruyen el
matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la
fibra moral de la sociedad.
Quienes hacen uso de estos productos no sólo se perjudican a sí mismos, sino que
también contribuyen a la promoción de un comercio nefasto... Ciertos programas
de televisión pueden condicionar a las personas condicionables, sobre todo niños
y jóvenes, hasta el punto de que lleguen a considerar normal, aceptable y digno
de ser imitado, todo lo que ven. Esto es especialmente cierto para los que están
afectados de ciertas enfermedades mentales".
A veces, gritamos contra los violadores depravados, que abusan de los niños,
pero no hablamos de la culpa que tienen los responsables de los medios de
comunicación que fomentan el libertinaje sexual. Con la excusa de la libertad de
expresión fomentan el libertinaje, como si todo se pudiera decir, ver o hacer.
En esto también tienen mucha culpa las autoridades civiles por permitir este
libertinaje que hace perder los valores morales. Se deben dar leyes de control
para la protección de niños y jóvenes, en especial, y controlar esta industria
lucrativa del sexo, que da muchos beneficios económicos; pero que hace tanto
daño a la sociedad. Los padres de familia deben denunciar ciertos programas y
hacer frente común para presionar a las autoridades y a estos medios de
comunicación.
El Papa Juan Pablo II en su mensaje del 25-1-1994, con ocasión de la XXVIII
jornada mundial de las comunicaciones sociales decía: "La televisión puede dañar
la vida familiar, difundiendo valores y modelos de comportamiento degradantes,
emitiendo pornografía e imágenes de brutal violencia, inculcando el relativismo
moral y el escepticismo religioso, difundiendo mensajes distorsionados o
información manipulada sobre los hechos y problemas de actualidad, transmitiendo
publicidad de explotación, que recurre a los más bajos instintos, exaltando
falsas visiones de la vida, que obstaculizan la realización del recíproco
respeto de la justicia y de la paz".
Cuánta responsabilidad tienen también los padres de familia para controlar lo
que ven sus hijos y que no se contaminen con tanta "telebasura" que nos inunda.
Muchas veces, es preferible apagar la televisión, incluso ante programas buenos,
para dar lugar al diálogo familiar, que se ha perdido, frecuentemente, por culpa
de la televisión. Pero no hablamos sólo de televisión, sino también de revistas,
videos, espectáculos y todo lo que fomenta el sexo, como si fuera el principal
valor de la vida e imprescindible para ser feliz.
En todo esto, el Estado debe asumir su responsabilidad, pues, como dice el Papa
Juan Pablo II: "los medios de comunicación masiva son, con frecuencia
destructores de la personalidad al presentar el sexo, el placer, la violencia...
como los máximos valores. Más bien, deben fomentar los valores fundamentales del
matrimonio como son la unidad, la fidelidad y el amor".
Sin embargo, a veces se fomentan y se defienden públicamente, incluso en
películas, actitudes contrarias a la naturaleza con la excusa de defender los
derechos humanos y de que todos tienen derecho a ser felices. Me refiero
concretamente a la homosexualidad. A este respecto, hay que aclarar que la
orientación homosexual, en principio, no es pecado, puede existir sin culpa
personal. Lo que sí es siempre pecado es el acto homosexual. Pero muchos
homosexuales y lesbianas se sienten discriminados, porque desean formar
matrimonios con los mismos derechos que las parejas normales, e incluso adoptar
niños. En algunos países, ya se les han dado estas facilidades legales. Pero una
cosa es lamentar los desprecios y violencias contra ellos, que, como personas,
merecen todo respeto y tienen la misma dignidad que los demás... Y otra cosa muy
distinta es querer institucionalizar una orientación particular, que podría
servir de modelo para otros y ser una referencia social, como otra alternativa
al matrimonio normal. ¿Y qué podríamos decir de esos niños educados por parejas
de homosexuales? ¿Acaso no tienen derecho a una vida sicológicamente normal?
Aléjate de la pornografía y de todo lo que ensucie tu corazón y tu alma. Respeta
tu dignidad de hijo de Dios.
j) VIOLENCIA Y TORTURA
Son incontables las formas de violencia y tortura que la maldad humana ha podido
inventar para hacer sufrir a otros seres humanos, sus hermanos. Desde la
violencia doméstica hasta los atentados terroristas, desde las violaciones
sexuales hasta las torturas más sádicas, desde el asesinato sin piedad hasta el
genocidio de poblaciones enteras. Por eso, es inmoral el uso de bombas de gran
poder destructor o los bombardeos indiscriminados, que matan muchos seres
inocentes.
Y ¿qué decir de la guerra? En toda guerra las primeras víctimas son los mismos
soldados, que mueren a millares. Recuerdo la película "Salvar al soldado Ryan"
de Spielberg. En ella aparece el capitán Müller que dice: "Cada vez que mato a
un hombre, me siento más lejos de casa". Sí, se siente más lejos de los suyos.
Porque ¿quién le ha explicado al soldado por qué tiene que matar a otro
semejante? Simplemente, el Alto Mando decide y ellos obedecen. En esa película
se siente la idea de que cada soldado también tiene una madre, que no son
simples números en las fichas del ejército. Son personas individuales, son gente
con alma, son seres humanos, al igual que los que consideran enemigos. Por eso,
en el caso de que uno tenga que ir a la guerra, no debe olvidar que los otros
son también seres humanos y hacer la guerra lo más humana posible, teniendo
compasión y misericordia con los vencidos y evitando el odio y la violencia
sádica o las torturas contra ellos.
Y ¿qué diremos de los niños-soldado, que en ciertos países se envía a la guerra?
Niños aún se les adiestra para matar y, a menudo, son empujados a hacerlo. ¿Qué
futuro tendrán estos niños que, desde pequeños, han aprendido a odiar y no amar?
¡Cuántos problemas sicológicos y humanos tendrán después para insertarse en la
sociedad! Por eso, hay que evitar a toda costa el odio, que lleva a la violencia
y la tortura.
Decía el concilio Vaticano II que "todo cuanto atenta contra la vida como los
homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio
deliberado, cuanto viola la integridad de la persona humana, como por ejemplo
las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para
dominar la mente ajena, cuanto ofende la dignidad humana como son las
condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las
deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes
o las condiciones laborales infamantes, degradan la civilización humana,
deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al
honor debido al Creador" (GS 27). En algunos países todavía se cortan las manos
y dedos a los ladrones, se castra a los violadores y se flagela y fusila en
público.
¿Cómo es posible que seres humanos puedan hacer sufrir sin piedad a sus
hermanos? Hablando de torturas, éstas pueden ser con descargas eléctricas,
quemaduras por todo el cuerpo, maltratos físicos de toda índole, casi
ahogamientos con agua, incluyendo sustancias fétidas, mutilaciones, violaciones,
pero nada puede justificar esta barbarie, ni siquiera la seguridad del Estado
para obtener información de los enemigos o terroristas. Estas torturas pueden
ser también torturas sicológicas con interrogatorios interminables, con lavados
de cerebro para tratar de imponerles determinadas ideas, internamiento en
clínicas siquiátricas... y no hablemos de secuestros, campos de concentración,
deportaciones o trabajos forzados, etc., etc.
Nunca la violencia y la tortura será un camino para la paz. La violencia
engendra violencia. Por eso, decía el Papa Juan Pablo II en el Perú, el
3-2-1985: "Nunca se justifica el crimen como camino de liberación.. El mal nunca
es camino hacia el bien... La lógica despiadada de la violencia no conduce a
nada. Ningún bien se obtiene contribuyendo a aumentarla... La violencia no es un
medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre y a quien la practica...
El odio nunca será camino para la paz, sólo el amor y el perdón nos llevará a la
paz personal y social... Se hace, pues, necesaria una auténtica y radical
conversión del corazón del hombre".
No hay que olvidar nunca que el ser humano tiene derecho a una vida digna y a su
integridad corporal y que nadie, ni siquiera abusando de la debilidad o
ignorancia del otro, puede quitarle este derecho como ocurre, a veces, en el
caso de enfermos mentales o, peor aún, de las esterilizaciones (que son
mutilaciones) de poblaciones enteras, engañadas y presionadas sicológicamente
para evitar tener más hijos. Los ignorantes y débiles no pierden sus derechos
humanos ni tienen menos derechos que los sabios y poderosos. La violencia y la
tortura en cualquiera de sus formas es antihumana y, por tanto, anticristiana,
ya que ser cristiano es ser radicalmente humano.
k) INJUSTICIAS SOCIALES
Hay muchas clases de injusticias sociales, una de las más palpables es la del
salario injusto, pues muchos patrones ven al trabajador como un objeto y a su
trabajo como una mercancía, que ellos compran al mejor precio. Por eso, cuando
hay poco trabajo y mucha demanda, pueden abusar de los trabajadores indefensos,
que tienen que trabajar en lo que sea al precio de lo que sea. Aún es más
dramática esta situación, cuando se refiere a inmigrantes o ilegales, que en
ciertos países están desprotegidos, sin seguros y con salarios mínimos, debajo
de lo normal del país.
Por eso, hay que tener muy en cuenta, como decía el Papa León XIII en la
encíclica "Rerum Novarum" y lo recalca Juan Pablo II en la "Centesimus annus",
que el trabajo es una actividad ordenada a proveer las necesidades de la vida y,
en concreto, a su conservación; y que el trabajo tiene una dimensión social, por
su íntima relación con la familia del trabajador. De ahí que el salario debe ser
familiar y alcanzar para el sustento de la familia. Según el Banco mundial, hay
en el mundo unos 1,116 millones de personas, que sobreviven con menos de un
dólar diario per cápita. Por esto, es urgente que las personas, las empresas y
los países ricos superen una visión egoísta de la vida y dejen su pasión
obsesiva de "tener más" a costa de quien sea y de lo que sea. Porque no sólo hay
que mirar a los beneficios económicos, sino que hay que procurar crear nuevos
puestos de trabajo para dar una vida digna a muchas familias. Esto quiere decir
que los ricos no pueden mirar solamente a sus propios intereses económicos y
guardar su dinero en Bancos internacionales o usarlo solamente para su propia
diversión y viajes de placer, sino que deben ver la manera de colaborar con sus
países en la construcción de una sociedad, donde los bienes sean mejor
distribuidos y haya más trabajo para todos. La "huida de capitales" puede ser
una grave injusticia contra los propios connacionales.
Para la defensa de los trabajadores "la Iglesia aprueba y defiende la creación
de sindicatos. Éste es un derecho natural y el Estado no puede impedir su
formación, pues debe tutelar los derechos naturales y no destruirlos.
Prohibiendo tales asociaciones, se contradiría a sí mismo" (CA 7).
En ciertas circunstancias "la huelga puede ser moralmente legítima, cuando
constituye un recurso inevitable, si no necesario, para obtener un beneficio
proporcionado. Pero resulta moralmente inaceptable, cuando va acompañada de
violencias o también, cuando se lleva a cabo en función de objetivos no
directamente vinculados con las condiciones de trabajo o contrario al bien
común" (Cat 2435). La Iglesia enseña que la propiedad privada no es un derecho
incondicional y absoluto, pues tiene una función social. Dios da los bienes para
todos y nadie puede apropiárselos de modo absoluto, sino que debe ayudar con
ellos a los demás. Esto mismo decía Pablo VI en la encíclica "Populorum
Progressio", añadiendo que "el bien común, algunas veces, exige la expropiación
si, por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la
miseria que de ello resulta a la población, del daño considerable producido a
los intereses del país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la propiedad
colectiva" (CA 24).
Con relación a los contratos, decía León XIII que "el consentimiento de las
partes, si están en situaciones demasiado desiguales, no basta para garantizar
la justicia del contrato... y esto vale también para los contratos
internacionales" (RN 10 y Cat 2434). Por esto mismo, Juan Pablo II, hablando de
la deuda externa de los países pobres decía: "No es lícito exigir o pretender su
pago, cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que
llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede
pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables.
Hay que encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de las deudas
compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al
progreso" (CA 35).
Igualmente, en la encíclica "Sollicitudo rei socialis" afirma que hay que dar a
los pobres no sólo de lo que nos sobra, sino hasta de lo necesario. Dice que "la
Iglesia tiene la convicción de que ella misma y sus ministros y cada uno de sus
miembros están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no
sólo con lo superfluo, sino hasta con lo necesario. Ante casos de necesidad no
se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos
preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos
bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello" (Nº 31).
La Iglesia, en toda cuestión social, recalca el valor del ser humano. Por eso,
hay que evitar las condiciones degradantes de trabajo, en ambientes malsanos,
sin protecciones ante los peligros, y denunciar los abusos y acosos sexuales
para conservar el puesto de trabajo. Vivimos en una época de crisis de valores.
Para muchos, los conceptos de amor, libertad, trabajo, derechos humanos no
significan lo que realmente son por su naturaleza. Hablan de amor como si fuera
libertinaje sexual; de libertad como si todo pudiera hacerse sin cortapisas de
ninguna clase; y, cuando hablan de derechos humanos, hablan solamente de los
suyos. En este contexto, la mujer es vista, muchas veces, como objeto de placer,
los hijos como un obstáculo para la felicidad de los padres, la familia como una
institución que quita la libertad, el trabajo como algo pesado que hay que
evitar. Es la civilización de lo fácil y de lo cómodo. Por eso, hay que
revalorar el trabajo de la persona, como necesario para su realización personal.
Decía Juan Pablo II en España el 7-11-82 que "el trabajo es un deber moral. Es
un acto de alegría y se convierte en alegría: alegría profunda de darse a la
propia familia y a los demás... Por eso, hay que hacer bien el trabajo. No se
puede rehuir el deber de trabajar ni trabajar mediocremente, sin interés, y sólo
por cumplir, sino hacerlo bien para realizarnos debidamente". Puesto que
"mediante el trabajo, el hombre no sólo transforma la naturaleza, adaptándola a
las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en
un cierto sentido, se hace más hombre" (LE 9). El trabajo dignifica al hombre y
lo llena de la alegría de Dios, siempre que sea digno y honrado, y en
condiciones dignas. Porque "el trabajo es para el hombre y no el hombre para el
trabajo" (Cat 2428) y "el que no quiera trabajar que no coma" (2 Tes 3,10).
3: Verdad y Libertad. El sentido de la vida humana
VERDAD Y LIBERTAD
Muchos de nuestros contemporáneos son hombres superficiales, que no tienen ideas
personales, que orienten con fuerza su vida. Por eso, van por la vida sin rumbo,
desorientados, según el viento de la moda o de la opinión. Para ellos, no hay
prohibiciones ni limitaciones. Y caen en el permisivismo: todo está permitido. Y
de aquí surge en ellos el relativismo, que es hija natural del permisivismo.
Todo es relativo, cualquier cosa puede ser buena o mala, positiva o negativa,
depende. Lo único absoluto es que todo es relativo. Y se llega al escepticismo,
a dudar de todo, y viene la tolerancia total y la indiferencia pura, porque si
no podemos tener certezas seguras, entonces hay que vivir intensamente y a todo
placer, a como dé lugar. Es la civilización "light", que evita todo esfuerzo y
sacrificio. Es el hombre "desombrecido", como diría Quevedo, que se hace menos
hombre al alejarse de Dios y encerrarse en un egoísmo brutal, que se olvida de
los demás.
Para ellos, lo que otros llaman verdad es sólo una opinión más. Lo único que
vale es la libertad: pensar, hablar, obrar y creer, de acuerdo a lo que cada uno
considere lo mejor. "Muchos autores, en su crítica demoledora de toda certeza e
ignorando las distinciones necesarias contestan incluso las certezas de la fe" (FR
91). "Hay algunos sistemas filosóficos que, engañando al hombre, lo han
convencido de que puede decidir autónomamente sobre su propio destino y su
futuro, confiando sólo en sí mismo y en sus propias fuerzas. Pero la grandeza
del hombre jamás consistirá en eso. Sólo la opción por la verdad será
determinante para su realización personal. Solamente en este horizonte de la
verdad comprenderá la realización plena de su libertad y de su llamado al amor y
al conocimiento de Dios como realización suprema de sí mismo" (FR 107).
Algunos han llegado a exaltar la libertad hasta el punto de considerarla como
norma absoluta y fuente de los valores. De este modo, sólo la conciencia
personal tendría el derecho de decidir sobre lo que es bueno y malo. "Lo que es
bueno para mí es bueno para todos". Pero cada uno tiene la obligación de buscar
la verdad objetiva, que es válida, no sólo para mí, sino para todos los hombres.
Porque hay principios fundamentales, que son universales e inmutables. Así como
hay actos intrínsecamente malos, malos de por sí, independientemente de las
circunstancias. Una obra mala no se hace buena por hacerlo por un fin bueno, por
ejemplo, robar para dárselo a los pobres. "Algunos dicen: hagamos el mal para
que venga el bien. Éstos bien merecen la propia condena" (VS 78). "Sólo las
acciones que están conformes al bien, al verdadero bien del hombre, conducen a
la vida" (VS 72). El fin no justifica los medios.
S. Agustín decía: "En cuanto a los actos que son por sí mismos pecados, como el
robo, la fornicación, la blasfemia y otros actos semejantes ¿quién osará afirmar
que, cumpliéndolos por motivos buenos, ya no serían pecados o, conclusión más
absurda, que serían pecados justificados?". Hay principios fundamentales que
están inscritos en la conciencia y que todos deben respetar, pues el bien está
de acuerdo a la verdad objetiva de lo que es realmente bueno para la realización
personal del hombre.
Por eso, es tan importante que nuestra libertad se base en la verdad, ya que
como dice Jesús: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32).
"Estas palabras encierran una exigencia fundamental y, al mismo tiempo, una
advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como
condición para una auténtica libertad... Después de dos mil años, Cristo aparece
como Aquel que trae al hombre la libertad, basada en la verdad, Aquel que libera
de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces
en el alma del hombre, en su corazón y en su conciencia" (RH 12). "La verdad no
es creada por cada uno o por grupos humanos especiales, la verdad existe, la
verdad universal, a la que todos deben someterse, y esta verdad en último
término es Dios, que es quien da sentido a la vida del ser humano. Por eso, se
comete pecado cuando el hombre, sabiéndolo y queriéndolo, elige, por el motivo
que sea, algo gravemente desordenado. En efecto, en esta elección está ya
incluido un desprecio del mandato divino, un rechazo del amor de Dios hacia la
humanidad y hacia toda la creación... y el hombre se aleja de Dios y pierde el
amor" (VS 70).
Lamentablemente, muchos hombres actuales desconfían de encontrar la verdad,
porque ésta ha sido, con frecuencia, presentada con dogmatismo, intolerancia o
fanatismo. Por eso, no creen en una verdad absoluta, sino en una verdad
relativa, la que emana de las urnas y se convierte en ley por el poder de los
votos. Pero esta verdad, periódicamente cambiante en cada consulta electoral, no
puede satisfacer el corazón humano que busca razones firmes y seguras en que
anclar la propia existencia. La verdad debe ser eterna y para todos. La verdad
no puede ser fruto del consenso de la mayoría, pues, de este modo, podrían
justificarse los más graves errores y crímenes contra la humanidad como el
aborto. Tampoco podemos aceptar, con algunas filosofías del escepticismo o del
nihilismo, que no se puede llegar a conocer nunca la verdad, que somos demasiado
pequeños para llegar a estar seguros de lo que es la verdad definitiva. Esto
llevaría también a decir que no se pueden asumir compromisos totales y
definitivos, como si el hombre fuera un ser provisional, "vivir al día"; porque
lo que hoy dicen que es bueno o verdadero, mañana pueden decir que es malo y
falso. NO, hay que decirles a estos seguidores de la nada y del absurdo que Dios
es VERDAD, que es LUZ, que es AMOR y Él, con su sabiduría infinita, nos ha
creado y nos enseña la verdad definitiva para que no nos equivoquemos y podamos
vivir para la eternidad.
Por eso, ha puesto en nuestros corazones la ley natural que Él mismo ha escrito
en nuestra naturaleza y que a través de nuestra conciencia, nos dice lo que nos
conviene para nuestra realización personal. Y esto es lo mismo para todos los
seres humanos. Podemos decir que la ley natural es la voz de Dios, que llega a
nosotros a través del entendimiento o de la conciencia. Esta ley natural es la
base y fundamento de la Moral y de los derechos humanos fundamentales para todos
los hombres, aunque la conciencia o conocimiento de esta ley natural pueda ser
mal interpretada en algunos, por efecto de sus pecados, cultura o educación.
"La conciencia es el sagrario del hombre en el que está solo con Dios, cuya voz
resuena en lo más íntimo de sí mismo... En lo profundo de su conciencia, el
hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, pero que debe obedecer y
cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándolo
siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello.. En
obedecer esta ley escrita por Dios en su corazón está su dignidad humana y según
ella será juzgado" (GS 16). "La dignidad humana exige que el hombre actúe según
su conciencia" (GS 17).
Hay, pues, que buscar con ahínco la verdad y el bien en nuestra vida. Dios nos
habla a través de nuestra conciencia. Sus mandamientos no son órdenes
caprichosas, sino señales para que no equivoquemos el camino. ¿Qué diríamos de
aquel hombre que se dijera a sí mismo al ir por la carretera: yo no obedezco las
señales de tráfico? ¿Quién ha puesto estas señales aquí? ¿Por qué voy a tener
que obedecer a un desconocido? ¿Por qué no puedo ir a la izquierda, cuando la
señal indica ir por la derecha? Si así piensa y actúa y va a la izquierda,
probablemente caerá en el barranco y se matará. Eso les pasa a los hombres que
no quieren escuchar la voz de su Padre de Dios a través de su conciencia y
quieren seguir sus propias ideas. Hombres que todo lo discuten y creen que sus
ideas son las mejores. Son los soberbios, que no aceptan imposiciones de nadie y
se creen más sabios que el mismo Dios. Por eso, seamos razonables y responsables
para ser libres de verdad. Solamente la verdad, que Dios nos enseña, nos dará la
verdadera libertad, para llegar a ser hombres auténticos, plenamente humanos,
llenos de luz y de amor.
EL SENTIDO DE LA VIDA HUMANA
Decía Blas Pascal: "Cuando considero la escasa duración de mi vida absorbida en
la eternidad, que la precede y que la sigue, el pequeño espacio que lleno y que
veo, hundido en la infinita inmensidad de los espacios, que ignoro y que me
ignoran, me estremezco y me asombro de verme aquí y no allí. Porque no hay razón
alguna para estar aquí y no allí, para existir ahora y no en otro momento.
¿Quién me ha puesto aquí? ¿Por orden y mandato de quién me ha sido asignado este
lugar y este tiempo? ¿Por qué está limitado mi conocimiento? ¿Mi estatura? ¿Mi
duración a cien años y no a mil? ¿Qué razón ha tenido la naturaleza para darme
lo que tengo y no otra cosa?" Son preguntas que desde siempre han torturado al
ser humano y que los filósofos con la sola luz de la razón todavía siguen
contestando. ¿Quién soy yo? ¿A dónde voy y de dónde vengo? ¿Qué hay después de
la vida?
La respuesta será diferente según se acepte o no a Dios. Si Dios no existe, y la
vida humana no es un don de Dios, entonces, lógicamente, el ser humano no es más
que un ser viviente en la inmensidad del Universo, un organismo, que, a lo sumo,
ha alcanzado un grado de perfección más elevado. Y la vida humana será solamente
una "cosa", que es de su exclusiva propiedad y puede manipularla y manejarla a
su gusto y capricho. Por eso, cuando se oscurece el sentido de Dios, se cae
fácilmente en el materialismo brutal, que es el caldo de cultivo para el egoísmo
y la búsqueda descontrolada del placer a cualquier precio.
Siguiendo esta lógica, se valorará al ser humano, no por lo que "es" como
persona, sino por lo que "tiene, hace o produce", según su utilidad. De ahí
viene la supremacía del más fuerte sobre el débil y se margina como seres sin
valor a los ancianos, pobres, enfermos, etc., etc. De aquí viene una cultura de
"muerte", que propicia la anticoncepción, el aborto y la eutanasia para evitar
problemas y conseguir mejor el bienestar material. Y se olvidan los valores
espirituales... Y el hombre se queda cada día más vacío y triste
existencialmente, porque su vida carece de sentido y todo termina con la muerte.
Y vienen los suicidios y la violencia para conseguir el poder y el placer.
Por todo esto, debemos admitir que el ser humano sólo tiene sentido en Dios, por
Dios y para Dios. De ahí le viene su grandeza, como hijo de Dios, y la raíz de
todos sus derechos y deberes como persona humana. Visto así, el hombre es la
obra más hermosa de la creación. No hay en la inmensidad impensable del Cosmos
un ser más fascinante que el ser humano. Es su creación más fina. Es como una
chispita de amor divino, que se alza continuamente hacia las "estrellas", hacia
lo alto, hacia su Padre Dios. Decía Haecker que "el hombre es un ser abierto a
horizontes infinitos". León Bloy diría que "el hombre es un peregrino de lo
Absoluto". No puede satisfacerse con las cosas materiales de este mundo, tiene
sed de horizontes sin límites, de mares sin orillas, en una palabra, tiene sed
del infinito de Dios. Su deseo de felicidad es demasiado grande para que pueda
colmarse con las pobres satisfacciones de este mundo material. Y, por eso, busca
siempre a Dios, su Padre, para encontrar en Él la satisfacción de todas sus
aspiraciones y el sentido de su vida. Ha sido creado por amor y para amar. Por
lo cual, siente constantemente una atracción natural hacia Dios, que es Amor.
Dios, su Padre, le ha dado la vida con mucho amor, como una prolongación de su
amor. El material de que está hecho el hombre es amor. Por lo cual, el hombre
que no ama y se cierra al amor, se vuelve antinatural y antihumano. Su vocación
como ser humano es el Amor. Y en este camino del amor, Jesucristo es el modelo y
el camino. Él es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre.
"Jesucristo es la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la
vida" (EA 10). Para llegar a Dios debemos hacerlo por medio de Cristo. "Dios nos
da la victoria por medio de Jesucristo" (1 Co 15,57). Por Cristo, con Él y en Él
se esclarece toda nuestra existencia y la razón de nuestro vivir.
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