EPIFANÍA DEL SEÑOR

El Martirologio romano anuncia este día como: «Solemnidad de la Epifanía del Señor, en la cual se celebra la triple manifestación del gran Dios y Señor nuestro Jesucristo: en Belén, el Niño Jesús es adorado por los magos; en el Jordán, es bautizado por Juan, ungido por el Espíritu Santo y aclamado por el Padre; en las bodas de Caná de Galilea manifestó su gloria, convirtiendo el agua en vino«. De esa triple manifestación trata el siguiente comentario.

 

LA MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

 

ORÍGENES DE LA FIESTA DE EPIFANÍA

Epifanía es una fiesta de origen oriental. El mismo nombre lo indica. También en este caso, como en navidad, la fiesta cristiana ha surgido como réplica a la heliolatría o culto solar pagano.

Los datos que nos permiten detectar los orígenes de la fiesta son escasos y tardíos. Hay, sí, un testimonio antiguo, pero va referido a una secta gnóstica extendida en Egipto y es de escasa relevancia histórica. Este testimonio nos lo facilita Clemente de Alejandría (entre el 150 y el 215). Hablando de la fiesta del nacimiento de Cristo, nos asegura que algunos lo fijan el 20 de mayo. En este contexto introduce la alusión a los gnósticos:

«Los discípulos de Bastlides festejan también el día del bautismo de Jesús y pasan toda la noche precedente en lecturas. Según ellos, esto sucedió el año quince de Tiberio César, el día 15 del mes de Tybi (10 de enero). Otros, en cambio, dicen que fue el día 11 del mismo mes (6 de enero)»1.

1 Clemente de ALEJANDRÍA: «Stromata 1, 21»; ed. C. Mondésert et M. Caster, Sources Chrétiennes 30, Paris, Cerf, 1951, 150.

Ésta es la primera noticia que tenemos de la fiesta del 6 de enero. Pero la noticia es, más bien, parca en detalles. Por otra parte, el eco que esta solemnidad ha tenido en la gran Iglesia es nulo. De hecho, Orígenes no la conoce. Habrá que esperar a finales del siglo IV para tener noticias fidedignas sobre la extensión de la fiesta de epifanía en Oriente. Los gnósticos discípulos de Basilides, a quienes se refiere Clemente en el texto citado, celebraban el nacimiento del Señor en la fecha del bautismo en el Jordán. Fue entonces, según ellos, cuando la humanidad de Jesús fue asumida por la divinidad. Ése fue el momento de su verdadero nacimiento. Y citaban aquellas palabras misteriosas que se oyeron en el momento del bautismo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto» (Lc 3, 22).

El primero que nos ofrece una información precisa sobre la existencia de la fiesta de epifanía en Egipto es precisamente un occidental: Casiano. Éste, con motivo de una visita a los monasterios de Egipto hacia el año 400, nos refiere cómo el patriarca de Alejandría enviaba una carta circular, después de la fiesta de epifanía, a todas las Iglesias que caían bajo su jurisdicción. En este contexto nos dice refiriéndose a la epifanía:

«Existe en Egipto esta antigua tradición. El día de epifanía es, al decir de los sacerdotes de la provincia, el del bautismo del Señor y de su nacimiento según la carne. Por eso este doble misterio no se celebra entre ellos, como en Occidente, en dos solemnidades distintas, sino en una sola festividad. Pues bien, después de esa fiesta de epifanía, el obispo de Alejandría envía cartas a todas las iglesias y monasterios del país para notificar las fechas en que comienzan la cuaresma y la pascua»2.

2 CASIANO: Colaciones X, 2; ed. L. M. y P. Sansegundo, vol. I, Madrid, Rialp, 1958, 468.

El testimonio de Casiano nos da pie a pensar que en esa época, a finales del siglo IV, sólo se celebraba en Egipto la fiesta del 6 de enero. Algunos conmemoraban ese día el nacimiento; otros, el bautismo del Señor.

Otro tanto ocurría en Jerusalén. En la misma época, la Iglesia de Jerusalén sólo celebraba la solemnidad del 6 de enero, conmemorando únicamente el nacimiento del Señor y sin hacer ninguna referencia a su bautismo en el Jordán.

Al final del siglo IV la fiesta de epifanía aparece ya en todas las Iglesias orientales. En un primer momento, antes de incorporar la fiesta romana del 25 de diciembre, esas Iglesias celebraban en el día 6 de enero el nacimiento del Señor y, con frecuencia, su bautismo en el Jordán. En algunas partes, incluso en esa misma fecha, se celebraba la adoración de los magos y el milagro de Caná. Al introducirse la fiesta de navidad, en cambio, la conmemoración del nacimiento del Señor se celebrará el 25 de diciembre, quedando para el 6 de enero la referencia al bautismo en el Jordán.

La fiesta de epifanía se introduce algo más tarde en Occidente. En la Galia es donde aparece por primera vez, quizás hacia el 361. En esa fiesta las Iglesias galas celebraban el nacimiento de Cristo. Hacia el 380, en la Iglesia hispana, junto con la fiesta del 25 de diciembre, se celebra también la fiesta de epifanía. En esa solemnidad se conmemora la adoración de los magos. En la Italia del Norte, hacia el 383, aún no había sido introducida la fiesta de epifanía. En todo caso, allí donde se celebraba, epifanía no revestía la importancia y el relieve que tenía la fiesta de navidad. En Roma es conocida y celebrada la doble festividad en tiempos de San León (siglo V).

El contenido que la tradición occidental asignó a la fiesta de epifanía se centraba en el triple acontecimiento: adoración de los magos, bautismo del Señor y bodas de Caná. A través de esos acontecimientos epifanía se perfila como la celebración de la manifestación del Señor; navidad quedará como fiesta del nacimiento.

 

INTERCAMBIO DE FIESTAS Y DE FECHAS ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE

Esta breve reseña, inspirada en la excelente monografía de Bernard Botte3, nos revela un fenómeno común a los orígenes de otras fiestas o ciclos. Las fiestas cristianas, en la antigüedad, no se instituyen a golpe de decreto de la noche a la mañana, como ocurre en la actualidad. Es la ley de la vida la que se impone. El desarrollo cultual es fruto, más bien, de procesos de maduración que no se reproducen de manera idéntica en cada Iglesia. Es un proceso vivo, lento y progresivo al mismo tiempo. Sin traumas. Como todo organismo vivo, las Iglesias van enriqueciendo sus calendarios particulares de manera progresiva, incorporando los nuevos elementos y asimilándolos paulatinamente, hasta su consolidación plena y orgánica. Este proceso no sólo se advierte con referencia a la fecha de las fiestas, sino también respecto al contenido de las mismas.

3 Les origines de la Noel et de i'epiphanie, Louvain, Mont César, 1932.

Tratándose de las fiestas de navidad y epifanía hay que destacar un hecho sorprendente. Me refiero al intercambio de fechas y de fiestas que se opera entre Oriente y Occidente. Occidente exporta a las Iglesias de Oriente la fiesta de navidad, y Oriente, a su vez, exporta a Occidente la fiesta de epifanía. Este hecho refleja unos poderosos vínculos de comunicación entre las dos grandes Iglesias. Dentro de la innegable autonomía que caracteriza a todas las Iglesias durante los primeros siglos, llama la atención la vigorosa comunión que reina en los comportamientos fundamentales. Nunca como en esa época se supo combinar mejor el respeto a las tradiciones propias de cada Iglesia con el obligado respeto a los elementos fundamentales, respecto a los cuales se mantuvo una unidad indiscutible. Quienes han cultivado la historia comparada de la liturgia son testigos cualificados de este fenómeno. En todo caso, los orígenes de las fiestas de navidad y epifanía y su recíproca expansión en Oriente y Occidente reflejan un inapreciable sentido eclesial de apertura y una capacidad impresionante para asumir y encarnar elementos nuevos.

Queda colgando aún un interrogante: ¿por qué las Iglesias de la antigüedad eligieron esas fechas para celebrar el misterio de la manifestación del Señor? ¿Pensaban acaso las comunidades primitivas que el nacimiento del Señor había tenido lugar históricamente en esas fechas? Nada nos induce a pensar que la Iglesia primitiva pretendiera celebrar en esos días el aniversario del nacimiento de Jesús. De hecho, todos los esfuerzos por fijar la época del año en que nació Jesús han sido vanos. La ausencia de datos serios a este respecto es total. Con todo, es cierto que se han ensayado algunos intentos de respuesta, pero basados en cálculos alegóricos, fruto más bien de la fantasía, que carecen por completo de validez histórica. Por ejemplo, en la obra De Paschae computu, compuesta en el 243, después de un largo proceso de malabarismos simbólicos, se llega a la conclusión de que Jesús nació el 28 de marzo, cuatro días después del equinoccio de primavera, que corresponde al cuarto día de la creación, cuando Dios creó el sol. Pero este cálculo, sin fundamento histórico alguno, hay que relacionarlo con la tendencia a fijar el nacimiento del Señor en conexión con el culto solar.

Cuando la Iglesia de Roma fija la fecha del 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Cristo no lo hace por motivos históricos, como si intentara celebrar en esa fecha el aniversario del nacimiento. La elección de esa fecha está claramente motivada por la fiesta pagana del Natalis Invicti. La fiesta cristiana será una réplica o una cristianización del culto al sol.

En Oriente ocurre otro tanto. Por un relato de San Epifanio de Salamina sabemos que el 6 de enero se celebraba en Egipto una fiesta pagana de tipo solar. Así se expresa Epifanio:

«En muchos sitios los charlatanes que inventan los ritos idolátricos, para engañar a los adoradores de ídolos que confían en ellos, celebran una fiesta grandiosa precisamente en la noche que precede al día de la epifanía... Hay que citar en primer lugar la fiesta que se celebra en Alejandría en el llamado Koreion, esto es, en un templo majestuoso que se levanta en el recinto sagrado de Kore. Permanecen despiertos toda la noche, cantando algunos himnos y tocando la flauta para acompañar los cantos que entonan en honor del ídolo. Entonces, terminada la celebración nocturna, al canto del gallo, descienden con una antorcha a una especie de capilla subterránea y recogen un ídolo de madera desnudo, colocado sobre una peana... Luego llevan al ídolo en procesión dando siete vueltas en el recinto interno del templo al son de flautas y tambores y cantando himnos; terminada la procesión, llevan al ídolo a su sede subterránea. Si se les pregunta qué misterio es éste, responden: Hoy, a esta hora, Kore, la virgen, ha dado a luz a Aion»4.

4 Epifanio de SALAMINA: Panarion 51, 22: GCS II, 284-287.

La lectura de esta narración y las sorprendentes afinidades con la fiesta cristiana le hace a uno barruntar que, sin excluir el fondo histórico de los hechos, Epifanio, al describir los ritos paganos, ha reflejado de forma seguramente inconsciente el desarrollo y el contenido de la solemnidad cristiana. En todo caso, queda patente de nuevo la relación de la fiesta cristiana con las fiestas solares paganas. En efecto, parece ya probado que el dios Aion ha sido asimilado en la antigüedad a Helios.

Pero además de esta connotación solar o heliolátrica, la fiesta oriental de epifanía apunta a otra fiesta pagana relacionada con las aguas. En la misma obra Epifanio relaciona la fiesta del 6 de enero con el milagro de Caná, cuando Jesús cambió el agua en vino:

«Por eso, en muchos sitios, hasta nuestros días, se reproduce el prodigio divino que tuvo lugar entonces a fin de dar testimonio a los incrédulos: dan fe de esto en muchos sitios fuentes y ríos cambiados en vino. Esto ocurre en la fuente de Cibyra, ciudad de Caria, en el momento en que los servidores sacan el agua, al decir: llevadlo al maestresala. La fuente que está en Gerasa confirma este mismo testimonio. Nosotros hemos bebido de la fuente de Cibyra y nuestros hermanos de la fuente que está en Gerasa en el Martyrium. Muchos en Egipto lo afirman del Nilo. También el 11 de Tybi (6 de enero), según los egipcios, todos irán a sacar agua y la pondrán aparte tanto en Egipto como en otros países»5 y 6

Esta tradición de las aguas convertidas en vino que Epifanio vincula a la fiesta del 6 de enero es de origen pagano. Así lo demuestran numerosos testimonios de la época. Diodoro de Sicilia asegura que «los Teianos aportan como signo del nacimiento del dios entre ellos la existencia de una fuente en su ciudad que hace brotar, en épocas determinadas, un vino muy agradable».

Esta referencia a las aguas fue asumida por el cristianismo y vinculada también a la fiesta de epifanía. Ello explica el doble contenido que se asignó en Oriente a esta fiesta, en la cual se celebra, por una parte, el nacimiento de Cristo y, por otra, el bautismo del Señor en el Jordán o las bodas de Caná. En todo caso, han sido estas costumbres religiosas paganas, vinculadas al 6 de enero, las que han motivado la fijación del contenido. Nunca se pretendió, en cambio, establecer esas fechas por motivos históricos.

5Epifanio de SALAMINA: Panarion 51, 30: GCS II, 301.
6
Bibl. hist. III, 66.


EL CONTENIDO TEOLÓGICO Y ESPIRITUAL DE EPIFANÍA

Navidad y epifanía surgen en la Iglesia como dos fiestas idénticas. En lugares distintos, en fechas y con nombres distintos, pero con un mismo contenido fundamental. Al menos en su fase original, ambas solemnidades celebraron el nacimiento del Señor. Sin embargo, después de un proceso de sedimentación, al asentarse ambas fiestas definitivamente en Oriente y Occidente se configuran con perfiles distintos, hasta ofrecer un contenido específico con matices propios e independientes. Éstos son precisamente los aspectos que vamos a intentar detectar y definir.

El contenido de la fiesta de epifanía aparece claramente definido en dos antífonas, ya existentes en el antiguo breviario y que la nueva Liturgia de las Horas ha conservado en su oficio: «Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial 'Esposo, porque en el Jordán Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del Rey y los invitados se alegran por el agua convertida en vino» (Antífona para el Benedictus). Y en la antífona para el Magníficat en II Vísperas: «Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: Hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos».

La tradición popular ha vinculado siempre la fiesta de epifanía con el episodio de los reyes magos. Lo cual se justifica, en efecto, por las referencias que hacen a los magos casi todos los elementos propios de la fiesta, tanto en la misa como en el oficio. Sin embargo, las dos antífonas citadas vienen a ser como la clave de interpretación de todo el conjunto. Esto nos obliga a considerar el contenido de la fiesta desde la perspectiva que señalan dichas antífonas.

En primer lugar, epifanía no se centra en un hecho o episodio concreto. El foco de interés, en el que polariza la atención de la Iglesia al celebrar esta solemnidad, se sitúa más allá de los hechos. Por otra parte, el criterio básico que se ha puesto en juego al instituir esta fiesta no hay que entenderlo en clave histórica o cronológica. La constelación de solemnidades que siguen a la fiesta del 25 de diciembre no celebran, sin más, los acontecimientos de la infancia ni se siguen según un orden cronológico. La clave de interpretación no es histórica. Hay que buscarla en otra línea de carácter teológico.

A mi entender, tanto navidad como epifanía –pero sobre todo epifanía– celebran el misterio de la manifestación del Señor. La misma significación del vocablo griego lo indica. Los distintos episodios que entran en juego a lo largo de la fiesta (adoración de los magos, bautismo de Jesús en el Jordán, bodas de Caná, presentación en el templo, etc.), tanto el día 6 de enero como en días sucesivos, deben ser interpretados, no en la desnudez pura y simple del episodio, sino como momentos importantes en los que Jesucristo se manifiesta como Hijo de Dios y como Mesías salvador. Éste es el aspecto nuclear, el que llena de sentido y de coherencia interna el contenido de la fiesta.

Para estructurar de algún modo la presentación de epifanía, vamos a tomar de su riqueza interna, como punto de referencia, las dos antífonas citadas al principio. Ahí se señalan tres acontecimientos. Vamos a analizarlos. Pero con el criterio que acabamos de establecer. Ésta es la única clave de interpretación posible para entender el enfoque y el contenido de esta fiesta.

 

1. La adoración de los magos

Sobre este hecho gira especialmente la fiesta de epifanía. Sobre todo en Occidente. Hay que prestarle, por tanto, una atención especial. Lo cual no significa que pretendamos ahora emprender una investigación exegética del relato bíblico. Tampoco nos interesa ahora analizar la historicidad o no del hecho narrado en el Evangelio (Mt 2, 1-12), o si los magos fueron reyes o no, o si eran dos, tres o más. Todo esto escapa a la preocupación de la Iglesia cuando se reúne para celebrar la fiesta de epifanía. El sentido del acontecimiento hay que entenderlo desde la perspectiva en que lo hace la Iglesia en su liturgia, o tal como los Padres lo han interpretado en sus homilías. Todo hay que apreciarlo desde la óptica del misterio de la manifestación. Ésta es la clave.

Lo mismo que el acontecimiento salvador fue revelado prodigiosamente a los pastores (Lc 2, 8-20), del mismo modo, de manera también prodigiosa, fue manifestado a unos extranjeros -magos o reyes, da lo mismo- por medio de una estrella. Es indudable que en este gesto revelador es Dios quien actúa, quien intenta desvelar el misterio e iluminar los ojos de los magos. El episodio de la «estrella» hay que descifrarlo según el contexto y la mentalidad oriental. La estrella no sólo anuncia el nacimiento de un gran personaje; en el antiguo Oriente, el rey y el heredero del trono eran llamados generalmente «estrellas». Por eso la estrella de los magos no es solamente el símbolo del rey Mesías, sino su misma personificación.

¿Cómo se revela el Señor en epifanía? Algunos testimonios patrísticos -numerosos, por cierto- nos permiten entender que los magos, al presentar sus dones al niño de Belén, le reconocieron como rey, como Dios y como hombre. Como a rey le ofrecieron oro, incienso como a Dios y mirra como a hombre. Así lo entendieron algunos Padres. Por ejemplo, San León Magno:

«¿De dónde viene, en efecto, que estos hombres (los magos), abandonando su patria sin haber visto aún a Jesús y sin saber nada, no habiendo visto lo que iba a ser objeto de una veneración tan justa, de dónde viene que hayan escogido unos presentes tan apropiados para ofrecérselos? Es porque, además de la belleza de la estrella que había sido percibida por sus sentidos corporales, instruyó su corazón el resplandor, más brillante aún, de la verdad. Por eso, antes de emprender las fatigas del viaje, entendieron que se les indicaba a alguien que había de ser honrado como rey, significado por el oro; ser adorado como Dios, significado por el incienso, y considerado como hombre, significado por la mirra»7.

7 León MAGNO: Sermón 34: CC 138,181-182.

Sin embargo, la tradición popular, que ha considerado la epifanía como la «fiesta de reyes», ha puesto el énfasis en el aspecto «real» de Cristo. Él es el rey de reyes. Por eso la fiesta llegó a convertirse en un reconocimiento de la realeza de Cristo, en una celebración de Cristo-Rey. Con todo, hay que tener en cuenta que la tradición antigua nunca consideró reyes a los magos, a excepción de Tertuliano. Según el autor africano, los magos eran reyes venidos de Arabia. Más aún: la celebración de la realeza de Cristo hay que entenderla como una extensión del reconocimiento de Cristo como Señor, Salvador y Mesías. Por tanto, «es al Kyrios, creador de todas las cosas, Señor de los siglos y de los imperios, aparecido en la carne y venido para establecer su reinado mesiánico en la plenitud de los tiempos, al que se dirige el homenaje de la Iglesia en esta solemnidad de la epifanía»8. En este sentido hay que entender las palabras del canto de entrada en la misa de la fiesta: «Mirad que llega el Señor del señorío: en la mano tiene el reino, y la potestad, y el imperio».

8 Joseph LEMARIÉ: Navidad y epifanía. La manifestación del Señor, Salamanca, Sígueme, 1966, 230.

Es indudable que sólo desde la fe, y por una iluminación interior, han podido los magos reconocer y descubrir al Mesías en el insignificante niño de Belén. Porque sólo la fe permite ver más allá de las apariencias, ver en profundidad. El comportamiento de los magos, en este sentido, descifrando el significado de la estrella, correspondiendo puntualmente a su llamada, poniéndose en camino, trayendo consigo sus regalos y postrándose reverentes ante el niño de Belén, dista mucho del comportamiento de los judíos. La actitud de acogida y de reconocimiento de los magos -«hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo» (Mt 2, 2)- nada tiene que ver con la insensibilidad y ceguera de los judíos -«vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» (In 1, 11)-. Esta diferencia de actitud y de respuesta entre los magos -gentiles y extranjeros- y los judíos -pueblo elegido- es subrayada con énfasis por los Padres de la Iglesia. Así, San Efrén, en uno de sus himnos:

«Los magos que "estaban lejos" se han alegrado, cuando los escribas "que estaban cerca" se han entristecido. El profeta (Balaán) ha revelado su texto; Herodes, su furor. Los escribas han presentado precisiones; los magos han aportado sus dones. ¡Cosa asombrosa! Las gentes de la casa (los judíos) han acudido al Niño con espadas y los extraños han acudido a él con dones»9.

En el mismo tono se expresa en Occidente San Máximo de Turín en un sermón pronunciado en la fiesta de epifanía:

«A su entrada en el mundo Cristo encontró en los magos las primicias de la fe salvadora. Entre los judíos y los gentiles se desarrolló entonces un combate que puso a prueba la incredulidad y la fe. En el nacimiento de Cristo, los caldeos se alegraban, pero Jerusalén, sus habitantes y sus dirigentes estaban atemorizados. El judío perseguía, el mago adoraba; Herodes aguzaba la espada, el mago preparaba sus dones»10

9 San EFRÉN: Hymn. de Nativitate Christi 3, 10: ed. T. J. Lamy, Sancti Ephrem Syri Hymni et Sermones, tomo II, Malines, 1882-1902, 468.
10 Máximo de TURÍN: Homilía 12 para la Epiphanía: PL 57,288.

Efectivamente, los Padres han dado rienda suelta a su ingenio y a su pluma a fin de subrayar, casi hasta la caricatura, el comportamiento distinto de los magos y de los judíos. Los magos, procedentes del paganismo, son considerados como las primicias de la Iglesia venida de la gentilidad y escindida de la Sinagoga. La de los magos, su actitud ante el niño de Belén, es interpretada como expresión anticipada de la fe de la Iglesia. Ellos mismos son figura de la Iglesia. De una Iglesia abierta y sin fronteras, no cerrada a los límites de la raza o de la sangre, sino universal; no esclava de la ley, sino libre. A la vuelta de cada año los magos nos traen como una bocanada de aire fresco, un retoño de juventud y de universalidad para la Iglesia.

Cada año, en efecto, al celebrar la fiesta de epifanía, la Iglesia hace suyos los sentimientos de los magos y actualiza de algún modo el misterio de la epifanía. Como los magos, así también la Iglesia se siente llamada por Dios, estimulada y sorprendida por la luz de su presencia. Como los magos, también la Iglesia, desde la fe, descubre el resplandor de la estrella y descifra su significado. Cada año la Iglesia recorre el camino de la búsqueda, siguiendo el resplandor de la estrella, tanteando el terreno, a medias entre la luz y la oscuridad. Cada año también, en la fiesta de epifanía, la Iglesia se aproxima al Señor en su misterio de humanidad y cercanía para adorarle y ofrecerle sus dones. Más aún: el mismo Cristo, en manos de su Iglesia, se convierte en don supremo ofrecido al Padre como homenaje de gratitud, como expresa la oración sobre las ofrendas de la misa: «Mira, Señor, los dones de tu Iglesia, que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo, tu Hijo, que en estos misterios se manifiesta, se inmola y se da en comida».

Al celebrar la fiesta de epifanía, también la Iglesia, al igual que los magos, para penetrar la hondura del misterio, debe ver en profundidad, más allá de las apariencias. Así como los magos descubrieron al Mesías salvador en el Niño de Belén, también la Iglesia debe descubrir a través y más allá del pan y del vino la presencia viva del Dios hecho hombre. Sólo entonces, cuando la sintonía espiritual entre la Iglesia y los magos es total, sólo entonces la fiesta de epifanía se convierte para nosotros en misterio de iluminación y de salvación.

 

2. El Bautismo de Jesús en el Jordán

En el calendario actual, reformado después del Vaticano II, el bautismo de Jesús es objeto de una fiesta especial. Se celebra el domingo que sigue inmediatamente a la fiesta de epifanía. Sin embargo, a tenor de la antífona que cité al principio, este acontecimiento debe ser interpretado en el entorno de la fiesta de epifanía y no como una fiesta autónoma e independiente.

Hay un punto de convergencia en el que coinciden el episodio de los magos, el bautismo en el Jordán y las bodas de Caná: el tema de la manifestación. A través de esos acontecimientos, Jesús de Nazaret se ha revelado como Hijo de Dios, como Mesías y Salvador de todos los hombres. Por eso, la fiesta de la epifanía va más allá de los simples episodios históricos y celebra, en un clima de gozosa hondura teológica, la manifestación del Señor.

«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto» (Mt 3, 17). Éstas son las palabras que se oyeron al salir Jesús del agua, después de haber sido bautizado por Juan. Estas palabras, que son una proclamación solemne de la divinidad de Jesús, son recogidas por los tres sinópticos y Juan se hace eco de ellas cuando asegura: «Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios» (Jn 1, 34). También se oyó la voz misteriosa en otras ocasiones solemnes, como en el Tabor cuando la transfiguración (Mt 17, 5) y a raíz de la entrada triunfal en Jerusalén (Jn 12, 28). En el caso del bautismo, la voz del Padre, que testifica la divinidad del Hijo, queda corroborada con la presencia del Espíritu en forma de paloma. De este modo, el acontecimiento del Jordán no sólo es una manifestación de la divinidad de Jesús, sino un testimonio solemne de la Trinidad, como lo expresa un texto litúrgico griego que se canta el día de la fiesta:

«Después de tu bautismo en el Jordán, Señor, fue manifestada la adoración debida a la Trinidad; porque la voz del Padre dio testimonio de ti, dándote el nombre de Hijo muy amado, y el Espíritu, bajo la forma de una paloma, confirmaba la verdad irrefutable de esta Palabra, Cristo Dios, que ha aparecido y que has iluminado el mundo, gloria a ti»11

11 Joseph LEMARIÉ: Navidad y epifanía..., o.c., 263.

En el momento de ser bautizado en el Jordán, Jesús no sólo se manifiesta en su condición de Hijo de Dios, sino también como Mesías Rey. Cuando se acerca al Bautista, Jesús se solidariza con todos aquellos hombres que se sienten pecadores e impuros e imploran el perdón de Dios. Él se considera un pecador más. Pero cuando al salir del agua el Espíritu se posa sobre él, Jesús se convierte en un consagrado, ungido por el Espíritu como Mesías Rey. En la medida en que la humillación de Jesús es más patente, al hacerse como un pecador con los pecadores, la respuesta del Padre es entonces más elocuente y significativa. Esa respuesta se concreta en la presencia del Espíritu, que le unge espiritualmente, consagrándolo Mesías, Sacerdote y Rey.

En conexión con esta referencia a Cristo Mesías-Rey hay que señalar también la alusión a Cristo-Templo. La presencia del Espíritu al salir Jesús del agua hace del bautismo en el Jordán uno de los momentos más significativos y complejos de la vida de Cristo. El Espíritu le consagra como Mesías-Rey-Sacerdote. Pero también le constituye en templo espiritual, templo del Espíritu, morada de Dios entre los hombres. Por eso epifanía celebra el misterio de la cercanía de Dios, del Dios que ha plantado su tienda entre nosotros. Así lo constata J. Lemarié: «El bautismo es la consagración del rey Mesías, gran sacerdote y templo a la vez del culto en espíritu y en verdad12. Más aún: al relacionar esta referencia a Cristo-Templo con el conocido capítulo 47 de Ezequiel, donde el profeta habla de la fuente del templo, la tradición patrística afirma que del templo espiritual, que no es otra cosa sino el cuerpo a la vez inmolado y glorificado del Señor Jesús, brotan las aguas vivas del Espíritu. Estas aguas vivificadoras son la Palabra vivificante del Evangelio y los sacramentos que iluminan y fecundan el corazón de los creyentes.

Joseph LEMARIÉ: Navidad y epifanía..., o.c., 273.

«Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29; 36). Estas palabras las pronuncia Juan Bautista al ver a Jesús que se acerca. Hay que entenderlo, por tanto, en el contexto del bautismo en el Jordán. Indudablemente, al llamar Juan a Jesús «cordero» está haciendo referencia a la actitud del «siervo doliente», que asume los defectos, impurezas y pecados del pueblo a fin de ofrecerse a Dios en sacrificio de expiación y de alabanza. Cristo es el verdadero «cordero» que se entrega a la muerte por los pecados de la humanidad.

Estas alusiones a Cristo, «siervo doliente» y «cordero inmolado», nos sumergen de lleno en el tema de la pascua. La referencia al bautismo en el Jordán, como misterio de humillación y de glorificación, hace que la fiesta de epifanía constituya el inicio y la prefiguración de todo el misterio pascual.

Por todo ello, parece claro que epifanía no es sólo la manifestación del Hijo de Dios hecho hombre, sino también un misterio de salvación y de liberación. Así lo da a entender San Gregorio Nacianceno en un sermón que leemos actualmente en el oficio de lecturas de la fiesta del bautismo del Señor:

«Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él. Juan está bautizando y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y, sin duda, para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa... Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego 13.

13 Gregorio NACIANCENO, Oratio 39, 14-16: PG 36, 350-354.

Estas palabras de Gregorio Nacianceno reflejan bien la manera como ha entendido la tradición cristiana el bautismo en el Jordán en su dimensión salvífica, como misterio de muerte y de resurrección. En relación con el bautismo aparecen referencias al tema del diluvio, considerando entonces a Cristo como el nuevo Noé, el hombre justo, principio de una humanidad nueva, liberada del caos del pecado en el mismo seno de las aguas. La paloma significaría, en ese contexto, el término de las hostilidades entre Dios y el hombre; por otra parte, señalaría el inicio de una nueva era en la que Dios reconcilia consigo al hombre y le envuelve en un abrazo de amistad.

El bautismo en el Jordán evoca igualmente la epopeya del Éxodo, como acontecimiento liberador, especialmente en el paso del mar Rojo. El bautismo de Jesús ha destruido en el seno de las aguas a todas las fuerzas del mal, lo mismo que las olas del mar ahogaron al faraón con su ejército.

Todas estas referencias, que pertenecen al campo de la tipología bíblica, subrayan la dimensión salvífica y liberadora de la fiesta de epifanía. Ese día no sólo celebramos la manifestación del Señor como Hijo de Dios, ungido por el Espíritu y constituido Mesías-Rey. En la fiesta de epifanía la comunidad cristiana experimenta además la acción salvadora de Cristo, muerto y resucitado. Por el bautismo, que culminó en su muerte, Cristo ahogó las fuerzas del mal y destruyó para siempre el poder del pecado.

Los testimonios litúrgicos son muy numerosos. Me voy a limitar, sin embargo, a citar unas estrofas de un himno que se canta por la noche en la liturgia armenia en la octava de epifanía:

«El salvador ha aparecido y ha salvado a este mundo de las mentiras del enemigo, concediendo la gracia de la adopción por medio del bautismo. El salvador ha roto la cabeza del dragón en el Jordán y con su poder ha salvado a todos los hombres. Renovando al hombre viejo, el salvador vuelve hoy al bautismo a fin de restaurar por el agua la naturaleza corrompida y concediéndonos en su lugar una vestidura incorruptible»14

14 Textos citados por J. LEMARIÉ: Navidad y epifanía..., op. cit., 305.

Queda por señalar un aspecto que, a mi juicio, reviste una especial importancia. Me refiero a la dimensión nupcial del bautismo. Así lo señala la antífona que nos ha servido como punto de partida: «Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque en el Jordán Cristo la purifica de sus pecados». Evidentemente estas palabras de la antífona están inspiradas muy directamente en aquellas otras de San Pablo: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 25-27).

Las ideas centrales que subyacen en ambos textos son las mismas. La Iglesia es la Esposa de Cristo. El amor de Dios se ha volcado sobre ella de manera inagotable. Ése es el punto de arranque del que depende todo el misterio nupcial que vincula a Cristo con la Iglesia. Pero antes de consumar esas nupcias, la Iglesia debe ser lavada, purificada y embellecida. Ese baño de purificación ha tenido lugar en el Jordán. La Iglesia ha sido purificada en las aguas bautismales en comunión con la humanidad de Cristo. Al salir de las aguas la Iglesia se manifiesta como una novia joven, embellecida y dispuesta para los desposorios con su celestial Esposo. El banquete nupcial, de claras connotaciones escatológicas, queda prefigurado en las bodas de Caná y actualizado sacramentalmente en el banquete eucarístico. En este sentido, epifanía es una fiesta nupcial. La novia aparece ya engalanada después del baño purificador; los invitados (los magos) han acudido ya con sus dones; y la mesa del banquete ya está dispuesta con el pan de la abundancia servido y los vinos de solera a punto de ser escanciados.

He aquí cómo han cantado las comunidades cristianas de Oriente el misterio nupcial de Cristo y de su Iglesia:

«Oh Iglesia, esposa de Cristo, que por su sangre te has salvado del error y de la esclavitud de los siglos y del fruto de los demonios, levanta tu voz de alabanza y de acción de gracias hacia el Hijo que te ha desposado en el agua y que, por su bautismo, ha purificado tus manchas y te ha dado su cuerpo para alimentarte y por bebida espiritual la sangre, gracias a la cual te curas todos los días con tus hijos. Rindo honor y acción de gracias al Hijo que te ha salvado»15.

15 Rituale Armenorum, ed. F. C. Conybeare, Oxford 1905, 312.

«Gloria a ti, esposo espiritual, que has dispuesto todo gozo para tu prometida cuando la has desposado de entre todos los mortales, y que has celebrado en su honor una fiesta maravillosa nupcial en el río Jordán cuando en tu amor te elevas entre las multitudes de Judá para ser bautizado por tu siervo»16.

16 Rituale Armenorum, op. cit., 34S.

 

3. Bodas de Caná

El milagro de Caná es susceptible de múltiples visiones y de variadas consideraciones piadosas. Aquí hay que entenderlo en el marco de la perspectiva epifánica.

Como casi todo el Evangelio de Juan, este pasaje contiene numerosos elementos de carácter simbólico que debemos descifrar para penetrar todo su contenido. Hay además una frase que, a mi juicio, puede ser la clave de interpretación del episodio, especialmente desde la perspectiva epifánica en la que estamos situados. Ante la delicada insinuación de la madre ano tienen vino» (Jn 2, 3)-, Jesús asegura que aún no ha llegado su «hora». Se refiere a la hora de su glorificación en la cruz, de la plena manifestación de su poder salvador; la hora de entregar a sus discípulos la copa rebosante de su sangre, expresión de la totalidad de su vida entregada y rota para la salvación de todos los hombres. Aún no ha llegado su hora. A pesar de ello, sí que va a brindar ahora a sus discípulos un apunte, una anticipación simbólica de ese momento. Por eso les va a ofrecer el vino nuevo y generoso de las bodas, anticipación misteriosa de la copa nupcial de la Eucaristía y del banquete mesiánico. Los discípulos así lo intuyeron; al menos así lo interpretó Juan desde la perspectiva de su Evangelio: «Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él» (Jn 2, 11).

«Manifestó su gloria». Ésta es la clave de interpretación de todo el pasaje en el contexto que impone la fiesta de epifanía. El milagro de Jesús fue un «signo» expresivo de esa gloria. No por lo que tuvo de gesto milagroso, sino por la fuerza expresiva del vino nupcial, símbolo anticipado de la acción pascual de Jesús, entregada y perpetuada para la Iglesia en el banquete nupcial de la Eucaristía, en el que se celebra para siempre el amor total de Cristo a su esposa la Iglesia.

«Y creció la fe de sus discípulos en él». Ellos, los discípulos, encarnan y anticipan la fe de la misma Iglesia. La gloria del Señor, manifestada en Caná, iluminó poderosamente el rostro de sus discípulos. En ese rostro iluminado se vislumbra ya la faz de la Iglesia de todos los tiempos, en cuyos ojos brilla la luz de la fe. Desde aquel momento la Iglesia quedó impactada por la gloria del Señor, y su fe en Cristo Mesías fue creciendo de día en día.

Así lo han entendido también los Padres de la Iglesia. Voy a citar, como testimonio más sobresaliente, unas palabras de Severo de Antioquía:

«En nombre de la Iglesia esta Madre de Jesús, la Virgen Madre de Dios, cuando estaba presente en la comida de las bodas y cuando vio que el vino (es decir) la palabra doctrinal que había sido dada a la Sinagoga de los judíos, había faltado, porque como taberneros sus doctores, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, habían mezclado con el agua de sus propias doctrinas débiles y humanas... y como quería inducir a Cristo a la misericordia, en nombre de la Iglesia, la Madre de Jesús dijo: no tienen vino, obligándole casi a dar el vino místico de los misterios. Por esto Jesús le respondió: ¿Qué a mí y a ti, mujer?, mi hora no ha llegado todavía. No ha llegado el tiempo de que derrame el vino perfecto y místico antes de que yo lleve la cruz y derrame mi sangre, y que el paráclito venga sobre aquellos que están en la tierra' 17.

17 Severo de ANTIOQUÍA: Homilíe 26: PO 26, 3, 1947, 388.

Hay además toda una serie de elementos simbólicos que, aunque sea muy brevemente, debo señalar. Por una parte hay una referencia pascual en la alusión a los tres días con que Juan inicia la narración: «Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea» (Jn 2,1). Esta referencia pascual evoca en nosotros el recuerdo de la resurrección de Jesús y la poderosa transformación que se operó en él. Entonces fue cuando la gloria de Jesús se manifestó en plenitud.

Más importante todavía es el simbolismo del «esposo. Al transformar el agua en vino y proporcionar de este modo maravilloso el vino del banquete nupcial, Jesús asumió el papel que correspondía al joven esposo de Caná. Pero en realidad lo que hizo Jesús fue dejar patente su condición de verdadero esposo de la Iglesia y de la humanidad entera, asumida en la encarnación. Los discípulos, agrupados en derredor de Jesús, nos ofrecen en Caná una imagen viva de la Iglesia esposa.

Los Padres de la Iglesia se han manifestado siempre sumamente sensibles al misterio nupcial que une a Cristo con su Iglesia. El vino nupcial ofrecido por Jesús en Caná simboliza la donación del Espíritu Santo. Las seis tinajas de piedra, reservadas para las purificaciones rituales, eran símbolo de la ley antigua. El mismo número seis evoca una idea de imperfección. Por eso la transformación del agua en vino simbolizó el paso de la imperfección de la ley a la nueva existencia en el Espíritu. La vinculación del vino a la donación del Espíritu aparece con frecuencia en la literatura patrística. Así en Gaudencio de Brescia:

«El hecho de que el vino de las bodas se agotase significa que los gentiles no poseían aún el vino del Espíritu Santo. Había venido a faltar el vino nupcial del Espíritu Santo porque el tiempo de los profetas que le servían al pueblo judío había desaparecido. En efecto, hasta Juan han profetizado los profetas y la ley. Desde entonces nadie podía, pues, servir el vino espiritual a los gentiles que morían de sed"18.

18 Gaudencio de BRESCIA: Sermón 8: PL 20,896.

Finalmente, es importante destacar la presencia de María en este momento. Ella, que estará presente junto a Jesús en la cruz cuando llegue la hora de su manifestación suprema, lo está ahora ya en esta primera manifestación de su gloria a los discípulos. «El Señor quiere que la primera manifestación de su gloria, delante de aquellos que con su fe son en realidad las primicias de la Iglesia, dependa así en cierta manera de su madre"19

19 J. LEMARIÉ: Navidad y epifanía..., op. cit., 336.

 

4. La Manifestación del día cuarenta: Hypapante (Presentación en el Templo, Purificación) (*)

Hasta la reforma litúrgica del Vaticano II, la solemnidad que la Iglesia celebra el día 2 de febrero se llamaba «Purificación de nuestra Señora" y era considerada fiesta mariana. Actualmente, después de la reforma litúrgica, se denomina Presentación del Señor» y se considera fiesta del Señor. Este dato, aparentemente insignificante, nos permite vincular la fiesta del 2 de febrero al bloque de epifanía. En realidad se trata de la "epifanía del día cuarenta», cuando el Señor se manifestó como un sol resplandeciente, desde los brazos de María, al pueblo de Israel representado por los dos ancianos Simeón y Ana. Por eso esta fiesta, cuando fue importada desde Oriente, fue llamada Hypapante, encuentro con el Señor. Las liturgias occidentales respetaron este título durante algún tiempo. Incluso se encuentra en algunos sacramentarios del siglo VIII. A partir de los siglos X y XI comenzó a ser denominada «Purificación de la bienaventurada Virgen María». Desde entonces fue considerada fiesta de la Virgen y sin ninguna conexión con el misterio de la manifestación del Señor.

Hoy, sin embargo, como acabo de indicar, se ha recuperado el sentido original de esta fiesta y se interpreta en el marco de la epifanía. La misma procesión, que en Occidente estuvo dotada desde el principio de un cierto colorido mariano, ha sido reorientada actualmente en conexión con el tema original de la manifestación. Así se desprende de la monición que precede al rito de la procesión en el nuevo Misal Romano.

El sentido de la fiesta aparece bellamente reflejado en estas estrofas de un himno bizantino:

«He aquí, pues, que la salvación ha aparecido en Israel; la luz resplandece sobre aquellos que estaban sentados en las tinieblas. Llevado por la Virgen, nube ligera, el Señor brilla como el sol, salvando a aquellos que gritan: Bendito el que viene, Dios nuestro; gloria a ti. Que las sombras de la ley se disipen: ha llegado Cristo, la esperanza de las naciones. Ha aparecido el Verbo, la verdad ha resplandecido. Venid, pueblos, adorad a Cristo, portado sobre los brazos del anciano, y gritad con fe: Bendito seas tú, que has venido, Dios nuestro, gloria a ti»20.

Después de un amplio sondeo de testimonios, sobre todo orientales, J. Lemarié resume así el contenido de esta fiesta: «El objeto primero y esencial de la contemplación y de la alabanza eclesial no es otro sino la aparición, la manifestación del Señor, el encuentro divino de Cristo y de su pueblo, Israel y la Iglesia, figurado por Simeón y Ana la profetisa»21

20 Texto citado por J. LEMARIÉ: Navidad y epifanía..., op. cit., 416.
21 J. LEMARIÉ: Navidad y epifanía..., op. cit., 410.

JOSÉ MANUEL BERNAL LLORENTE

ORACIÓN. Señor, tú que en este día revelaste a tu Hijo Unigénito a los pueblos gentiles, por medio de una estrella, concede a los que ya te conocemos por la fe poder contemplar un día, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria.

El Bautismo del Señor

Cuando la solemnidad de la Epifanía del Señor se celebra el día 6 de enero, la fiesta del Bautismo del Señor se celebra el domingo siguiente, último día del ciclo de Navidad-Epifanía.

En los lugares donde la solemnidad de la Epifanía se traslada al domingo, y este domingo cae en los días 7 u 8 de enero, la fiesta del Bautismo del Señor se celebra el lunes siguiente.

El contenido teológico y espiritual del Bautismo del Señor se ha tratado ya dentro del marco general de la Epifanía o manifestación del Señor, que comprende: la adoración de los magos, el bautismo de Jesús en el Jordán, y las bodas de Caná, los tres momentos clave de la manifestación de Jesús, a los gentiles, al pueblo de Israel y a los discípulos.