Autor: P. Jesús Martí Ballester

 

La invasión del Espíritu de Dios en el mundo

El dinamismo de la Iglesia.

 

1 Comienza el tiempo del Espíritu Santo, Espíritu Creador, Señor y dador de vida quien, a su vez, es el protagonista principal del libro de los Hechos. El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor. Impresiona el ver que esta última Palabra que Dios envía, la de su Hijo, sea dicha con tanta precariedad. Por qué no será este hablar postrero de Dios una Palabra apabullante y turbativa, sino humilde y libre como todas las suyas. Acampó su Palabra en nuestras tierras condenadas a tantos exterminios, y abrió su Tienda para encontrarse con nosotros en el Encuentro más estremecedor y decisivo, a fin de estrenar la felicidad, la verdadera humanidad y la dicha bienaventurada de un amor sin precio ni ficción. ¿Podemos tener acceso a cuanto dijo Jesús en su arameo, en su Oriente Medio, hace tantos años ya? Aquí nos lo jugamos todo. Porque este todo se reduce a saber si aquello que ocurrió entonces, es posible que vuelva a suceder hoy, aquí y ahora. Y Pentecostés es la gracia de perpetuar día tras día, lugar tras lugar, lengua tras lengua, la Palabra y la Presencia de Jesús. Así lo prometió Él: “Os he dicho todo estando entre vosotros, pero mi Padre os enviará al Espíritu Santo para que os enseñe y os recuerde todo lo que yo os he dicho”. Ésta ha sido la promesa cumplida de Jesús. Y la historia cristiana da cuenta que en todo tiempo, en cada rincón de la tierra, y en todas las lenguas, Jesús se ha hecho presente y audible cuando ha habido un cristiano y una comunidad que ha dejado que el Espíritu Santo enseñe y recuerde lo que el Padre nos dijo y mostró en Jesús. El Espíritu prometido por Jesús les hace continuadores de aquella maravilla, cuando hombres asustados y fugitivos, comienzan a anunciar el paso de Dios por sus vidas en cada una de las lenguas de los que les escuchaban. Debemos ser portadores de otra Presencia y portavoces de otra Palabra, más grande que las nuestras, permitiendo que también en nosotros el Espíri tu enseñe y recuerde a Jesús, como testigos de su Reino, de la Bondad y Belleza propias de una nueva creación, en donde la vida de Dios y la nuestra pueda brindar en copa de bienaventuranzas.

2. El autor recurre al lenguaje metafórico cuando intenta describir su venida: Utiliza el ruido de un viento recio, las lenguas como llamaradas, y la comunicación en lenguas extranjeras Hechos 2,1. De una manera semejante a como hoy se intenta describir el momento de la creación por la teoría del bing-bang, como una explosión fabulosa, el autor sagrado, en este caso Lucas, forcejea con los símbolos para transmitirnos el terremoto suave que interiormente acontece en el mundo con la invasión del Espíritu de Dios, como una inmensa botella de champán que estalla y rebosa.

3. El cuarto evangelio nos dice que el Señor "sopló sobre los discípulos para comunicarles el Espíritu Santo" Juan 20,19. En claro paralelismo con la descripción de la creación del primer hombre, cuando Dios "sopló en sus narices" (Gn 2,7); y con el mandato del Señor a Ezequiel: "Sopla sobre estos huesos para que revivan" (Ez 37). El "soplo", "viento", "aliento", en castellano; "ruaj","pneuma", en hebreo y en griego, son sinónimos de Espíritu. El Don pues, del Espíritu comunicado a sus discípulos la tarde de la Resurrección y el de Pentecostés, son descritos de la misma forma que la creación del hombre, cuando el Señor creó en él la vida. “En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era caos, confusión y oscuridad y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”(Gn 1,1) Todo esto indica que estamos en el origen de una humanidad nueva, de una nueva creación. Allí, caos y confusión. El Espíritu convierte el caos en cosmos. Crea belleza desde el horror de la fealdad. Orden, desde el cataclismo. Limpieza desde la basura. Esta evolución no ha sido repentina e inmediata. Ha durado millones de años. La ciencia se esfuerza por analizar. Pero desde luego no fue obra de una casualida d ciega. Sino de un Amor inicial y constante que perdurará hasta el final. Acontecerán descubrimientos inauditos, inventos beneficiosos, pero en todo ellos aletea el Espíritu Creador siempre: “Mi Padre siempre trabaja”. “El Espíritu de Dios, que con admirable Providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución”, testifica el Vaticano II. Crece el orden y la vida, la belleza y los maravillosos descubrimientos, pero con ellos, también la cizaña. Esta prevalece por más dañina, pero el triunfo será del buen grano, bello y limpio.

4. San Ireneo de Lyon, en su Tratado contra las herejías dice: ”Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del hombre, para así, permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por las manos de Dios, realizando en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo. Lucas nos narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones. Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Defensor que nos haría capaces de Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no recibe el agua, así también n osotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto. Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu. El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de prudencia y sabiduría, Espíritu de consejo y de valentía, Espíritu de ciencia y temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quien nos acusa, tengamos también un Defensor, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, r ecibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses”.

5. Lucas acumula imágenes para sugerimos que Pentecostés fue similar a la gran teofanía del Sinaí. El período abarca los mismo días: cincuenta después de Pascua, igual que el fragor de huracán y las llamaradas de fuego. El Pentecostés judío conmemoraba el don de la Ley en el Sinaí, y Dios eligió el mismo día para enviar al Espíritu Santo, porque se inauguraba la nueva Ley. Aquella era externa, ésta interior grabada, no en tablas de piedra, sino en el corazón con el fuego del Espíritu. Esta dinamiza desde dentro; no para someter esclavos, sino para educar hijos en la libertad: “Donde está el Espíritu del Señor, allí esta la libertad” (2Co 3,17), libertad “para servirnos por amor los unos a los otros” (Ga 5,13).

6. Hoy es, pues, el aniversario del nacimiento de la Iglesia. Apenas nacida del Espírit u, rompe los cerrojos del cenáculo y se asoma al balcón de la historia para abrazar de una mirada a la humanidad entera. Es lo que pone de relieve san Lucas, el historiador de la universalidad de la Iglesia. Al oír el ruido del huracán, acudieron los habitantes de Jerusalén y los peregrinos venidos a la fiesta de Pentecostés desde todas las regiones del Imperio romano. Lucas enumera una docena de ellas siguiendo la dirección de oriente a occidente, señalando el camino que emprenderá el Evangelio en su expansión.

7. La Iglesia, nacida del Espíritu, “hace suyos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo” (GS 1). Y en el afán de llegar a todos los hombres, les hablará en sus propias lenguas. No se encerrará en una lengua, por sagrada que sea. Mientras en el templo de Jerusalén y en el monasterio de Qumrán se alababa a Dios sólo en hebreo, los apóstoles reciben del Espíritu el don de hacerse entender en una multitud de lenguas e xtranjeras: "¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?". Pero las lenguas de fuego del día de Pentecostés insinúan que el Espíritu da a la Iglesia un lenguaje ardiente como el fuego del amor, que todos los hombres entienden. Y hoy más que nunca hace falta el amor, no un amor de bellas palabras, sino un amor solidario capaz de compartir. Esta mañana de Pentecostés el fuego ha prendido sobre la colina de Sión y se propagará de ciudad en ciudad hasta la capital de los Césares y hasta el confín del mundo. Se refería a este fuego Jesús cuando dijo: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviese ya ardiendo!" (Lc 12,49).

8. “¿Qué es esto!” se decían extrañados los peregrinos judíos que habían venido a Jerusalén, para los cuales la religión no era más que un código anquilosado de ritos externos. ¡Es Pentecostés del Espíritu! -les dice Pedro en pie con los Once; es una ráfaga de aire fres co que echa fuera el olor encerrado de la antigua Ley. Desde el Vaticano II sopla este mismo viento en la Iglesia. Es el aire fresco que entró al abrir la ventana, como dijo el Beato Juan XXIII. Fue la gran manifestación del Espíritu, un despertar de la primavera. Pedro abrió de par en par el balcón del cenáculo y nos ha dicho: ¡Es Pentecostés!

9. Pero para que aparezcan las flores de la vida tiene que ser removida la muerte. Por eso se comunica el don del Espíritu Santo como poder contra el pecado: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados". Esa es, pues, la misión del Espíritu Santo, que es enviado para actualizar constantemente en la historia a Jesucristo, su Persona, sus palabras y sus obras. Podemos decir que el Espíritu Santo es la presencia activa y la acción presente del Señor glorificado en la Iglesia y en el mundo, actuando tanto individualmente como comunitariamente.

10. Es el Espíritu Santo el que actúa e n la misión de la Iglesia, descubriéndole campos nuevos de acción, tareas nuevas, e impulsándola a tomar iniciativas nuevas, fecundando siempre su acción. Por eso debe estar atenta a los signos de los tiempos, que llevando siempre una iniciativa divina, hay que saberla discernir con perspicacia y con docilidad, magnanimidad y humildad y sin pusilanimidad.

11. Siempre que se confiesa a Cristo en el mundo, se hace presente el Espíritu, y cuando se va construyendo la comunidad y ésta va creciendo, allí está el Espíritu dando dinamismo y siendo la fuente del crecimiento.

12. El Espíritu es la fuerza que impulsa la vida de los creyentes. Por eso nos exhorta Pablo: "Andad en Espíritu y no según la carne" (Gal 5,16); "Si vivís según la carne, moriréis, si según el Espíritu, viviréis" (Rm 8,10). Los cristianos deben producir los frutos del Espíritu: "Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, domininio de sí" (Gál 5,22).

1 3. El Espíritu es el que nos abre a Dios: ora en nosotros con gemidos inefables y nos permite decirle "Abbá", "Padre" (Rm 8,15); y el que nos hace abrirnos a los hermanos: "Vosotros fuisteis llamados a la libertad; pero que no sea motivo para servir a la carne, sino servíos unos a otros, mediante la caridad" (Gál 5,13). En fin, el Espíritu nos convierte en pequeños cristos que multiplican su presencia y su acción en el mundo.

14. El Espíritu Santo nos revela la realidad verdadera de la creación. Por eso para el creyente nada es pequeño ni trivial: todo es don y gracia. Cosas, sucesos pequeños y ordinarios, también los grandes acontecimientos. En todo debe saber descubrir el cristiano la huella del Espíritu y todo debe ser motivo de gozo y de acción de gracias. Pero sobre todo, se manifiesta la acción del Espíritu Santo, allí donde se produce una vida nueva, o donde se impulsa la perfección en todos los órdenes, sobre todo en el esfuerzo de los hombres y de los pueblos a f avor de la vida, de la justicia, de la libertad, de la paz.

15. Allí donde los hombres se despojan de su egoísmo, se reúnen en la caridad, se perdonan y disculpan, se hacen mutuamente el bien y se ayudan, está de manera especial presente el Espíritu. Porque el hombre se encuentra a sí mismo y avanza por el camino de la perfección, no cuando se entrega a los impulsos del egoísmo, sino cuando da, ofrece, comparte. Donde hay caridad se anticipa la plenitud y la transformación del mundo.

16. El hombre encuentra su perfección más profunda donde su condición de persona es aceptada y respetada incondicional y definitivamente. Sólo Dios puede aceptar al hombre de esa manera. Y le acepta de hecho en su amistad y le hace partícipe de su vida por el Espíritu Santo. Una vez entroncado en Dios el hombre y salvado y santificado, es capaz de manifestar los frutos de esta santidad y amistad en su trato con los hermanos: en su afabilidad, disposición siempre atenta a ayudar, e n su comprensión y tolerancia, en su generosidad. Y como la comunicación con Dios es la perfección mas honda del hombre, el que se abre a la acción del Espíritu Santo, queda lleno de paz interior, de consuelo y de gozo espiritual. La resurrección de Jesús marca el acontecimiento fundamental que hizo posible el nacimiento de la primitiva comunidad cristiana. Pero ésta no comprendió todo el alcance de la resurrección hasta después de la venida del Espíritu Santo.

17. Al recibir la comunión ejercitemos nuestra profunda fe en la llegada a nosotros del Espíritu que disipe el fragor del mal y de las tinieblas que todavía nos vencen; ahuyente el caos del desorden y abrillante la belleza de nuestra vivir hasta hacernos hombres divinos. ¡“Ven Espíritu Santo; Ven, no tardes”! ayuda maternal de la Madre de la Iglesia, también subida al Cielo..