La Inmaculada y el Espíritu Santo

Dra. Deyanira Flores
Marióloga

La Virgen María es la obra maestra del Espíritu Santo. Como en un cuadro bellísimo, este Divino Pintor nos muestra en la Inmaculada, por un lado, las maravillas que quiere y puede realizar en cada uno de nosotros (CIC 721); y por otro, la apertura y docilidad totales que debemos tener nosotros para con Él y Sus mociones.

En la Inmaculada vemos la conjunción perfecta entre gracia de Dios y respuesta humana. María es la persona que más gracias ha recibido de Dios y la que mejor ha correspondido a ellas.

Desde el primer instante de su vida, María fue colocada en manos del Espíritu Santo para que Él la fuera modelando y haciendo toda pura y bella, y para que la protegiera, de manera que ni el más leve pecado ensombreciera jamás su alma, toda de Dios. Por eso afirma el Vaticano II que “nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva creatura por el Espíritu Santo” (LG 56), y el Papa Juan Pablo II dice que Ella “fue confiada eternamente al cuidado del Espíritu de Santidad” (RM 8).

María fue “enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular” (LG 56) por el Espíritu Santo, el cual la colmó con todas Sus gracias y Dones. “Dios Padre la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro”, dice el Papa Pablo VI (MC 25). “Del Espíritu Santo brotó, como de un manantial, su plenitud de gracia”, y a Él se le atribuyen todas sus insignes virtudes (MC 26).

Para convertirse en la Madre de Dios, la Virgen María requería una santidad excepcional. El Espíritu Santo actúa desde el primer instante de su existencia para que ella pueda tener esa santidad. “Por primera vez en el designio de Salvación y porque Su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres” (CIC 721). “El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía que fuese ‘llena de gracia’ la Madre de Aquél en quien ‘reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col.2,9)” (CIC 722).

Desde su misma Concepción Inmaculada, María ha permanecido íntimamente unida al Espíritu Santo, convirtiéndose en “mansión estable del Espíritu de Dios” (MC 26). Por gracia especial de ese mismo Espíritu y correspondencia suya humilde, generosa y constante, la Santísima Virgen nunca pecó, nunca contristó al Espíritu Santo (Ef.4,30), nunca hizo nada que impidiera que la Santísima Trinidad pudiera inhabitar permanentemente en su alma.

En María se cumplen a la perfección las palabras de San Pablo: ella es la cristiana modelo, porque caminó y vivió siempre según el Espíritu (Rom.8,4-5; 8-9; Gal.5,16.25). Ella es la más perfecta hija de Dios, pues siempre fue guiada por el Espíritu de Dios (Rom.8,14).

Algo único une al Espíritu Santo con la Inmaculada: la concepción virginal de Cristo y la santificación de los cristianos. El Espíritu Santo formó a Cristo en cuanto hombre con la cooperación de la Virgen María, y sigue formando a Cristo en nosotros hoy con su colaboración.

Importantes autores de la Tradición como San Francisco de Asís han llamado a María “esposa del Espíritu Santo”. Con este título quieren expresar la unión tan íntima y colaboración tan estrecha que existe entre el Espíritu Santo y la Inmaculada en la Obra de la Salvación.