TEMA 4

LA MADUREZ

DEL JOVEN ANIMADOR

DANIEL CALORIO--ANA SCANSONI  
 

Creemos que es necesario, ante todo, precisar y definir los limites en los que se sitúa nuestra reflexión, explicitando la perspectiva, el método y el contexto.

Al hablar de animadores nos referimos a adolescentes/jóvenes (16-24 años) que realizan su actividad con muchachos, adolescentes y jóvenes en una situación que podriamos llamar de voluntariado. No entramos en la definición de la animación, en sus contenidos y técnicas propias. Queremos centrarnos en el aspecto relacional que implica, en el significado que puede revestir la opción por la animación y las capacidades que se requieren para desempeñar este servicio.

La animación puede considerarse como el ejercicio de una función educativa. Se trata, en realidad, de un trabajo centrado eminentemente en la relación, en el crecimiento y desarrollo dentro del grupo. Describiremos, por tanto, algunos de los significados que esta opción puede asumir para una persona en el período en el que está construyendo y consolidando la propia identidad adulta, y presentaremos también algunos tipos o modos de "hacer" animación.

1. EL ANIMADOR EN RELACION CONSIGO MISMO Y CON LOS OTROS

Se habla de madurez en contextos y con objetivos diversos; por ejemplo, como exhortación a comportarse como persona madura, o como valoración de una plenitud no conseguida todavia; pero el término comporta, de todos modos, un conjunto de cualidades deseables. Se configura entonces como un ideal que hay que conseguir, que algunos poseen y otros no, que permite a sus detentadores formular valoraciones fundadas e incontrovertibles sobre el comportamiento propio y también de los demás.

Si nos quedamos con esta visión estática, cualquier exposición sobre la madurez corre el riesgo del malentendido, de quedar reducida a enunciar algunas reglas y recetas que garantizan el "tener" madurez.

Pretendemos, en cambio, proponer un vértice desde el cual mirar el trabajo del animador, utilizando el concepto de madurez en el sentido de capacidad de aprender desde la experiencia, de elaborar y contener el dolor mental, el riesgo, la duda, de integrar las instancias pulsionales e ideales con las exigencias de la realidad social. Por lo tanto, preferimos tratar de las capacidades y cualidades personales requeridas por el trabajo de la animación, de los problemas inevitables que se encuentran en el desarrollo de dicha actividad.

Nos encontramos frente a un doble nivel de análisis:

--intrapsíquico (en relación con la evolución interna, el conocimiento y construcción de sí mismo);

--interpersonal (relativo a su función de animador de adolescentes).

A nivel interno, el adolescente o el joven que opta por la animación tiene que clarificar una serie de puntos centrales que se refieren a su desarrollo personal.

A nivel interpersonal, el animador entra en relación con personas y grupos de adolescentes y jóvenes, que sustancialmente pertenecen a su misma etapa evolutiva, con la ventaja de la cercania de lenguajes, experiencias y problemas; pero también con el riesgo de poner en discusión soluciones que se han conquistado fatigosamente, de poner en crisís un equilibrio que todavia no está consolidado, con posibilidad de regresiones o de imponer a los demás las propias soluciones.

Por ello, nos parece oportuno presentar de una manera sintética la problemática de adolescentes y jóvenes respecto a la construcción de la identidad propia, porque con esta problemática tienen que confrontarse los animadores. Después afrontaremos algunos problemas concretos y específicos que se les presentan.

2. CONSTRUCCION DE LA IDENTIDAD EN ADOLESCENTES Y JOVENES

2.1. El adolescente y el proceso de integración de las identificaciones

La construcción de la identidad personal es algo central en la evolución psicológica del adolescente.

En el plano social el adolescente está sometido a grandes presiones para asumir compromisos que hipotecan su futuro contando con pocos datos y además inciertos: debe definirse respecto a la profesión y al estudio, al mercado del trabajo, a la carrera y a la capacidad de ganarse la vida. Está sometido a los estimulos centrífugos de la familia y a reclamos regresivos: en el intento de salir de la confusión oscila entre cuatro mundos que tienen valores propios, el de la familia, de los adultos, de los comparieros y de la sociedad.

El adolescente se encuentra, pues, frente a una serie de tareas, de preguntas sobre el propio sentido de la existencia y de poder llegar a ser alguien y a algo:

--¿cuál es el propio puesto como hombre/mujer?

--¿cuáles son los principios y valores a los que merece la pena adherirse u oponerse?

--¿qué objetivos debe proponerse en el campo del trabajo y en qué dirección debe ir?

--¿qué relación instaurar con las personas del otro sexo?

--¿qué futuro puede construirse?

Como puede verse, se trata de un trabajo interno complejo y urgente, que comporta alegria, pasión y dolor, sufrimiento, desilusión, toda la gama de las emociones humanas.

Es un proceso de integración y organización de las identificaciones y de las rnodalidades de solución de los problemas precedentes en algo nuevo. La adolescencia puede posibilitar a la persona poner a punto la capacidad de autonomía, de seguridad de si, fundada en una base sólida de autoestima, trabajo e intimidad.

Es el momento de la realización de si mismo, de las fantasías y de los proyectos. Se es "potente", se puede generar, se pueden poner a prueba las propias ideas. Cambia, por consiguiente, la valoración y organización del tiempo. Aumenta el tiempo privado, del mismo modo que al iniciar la adolescencia se constituye un espacio privado interno del cual quedan excluidos los adultos.

Dentro de este período tan turbulento se van consolidando las distintas modalidades de tratar consigo mismo, los prcpios problemas, emociones, impulsos, con la elaboración de decisiones, con la estructuración del tiempo y de las relaciones, con la experiencia de la pérdida de una relación determinada con las figuras paternas.

De esta manera se hace posible responder a las exigencias sociales (de la familia y de la sociedad) teniendo en cuenta las propias necesidades sin excluir ninguna de las instancias en juego.

2.2. La juventud y las relaciones de integración social

A la salida de la adolescencia la persona con una condición evolutiva suficientemente buena, está equipada con un sentido sólido de identidad personal para afrontar el paso sucesivo: la juventud. Esta etapa evolutiva que está emergiendo en nuestra área cultural manifiesta un espacio-tiempo ulterior antes del ingreso en el mundo adulto, que se caracteriza desde un punto de vista psicosociológico por la asunción de compromisos conyugales y de carreras.

La juventud constituye una postura interlocutora frente a la sociedad. Los jóvenes se encuentran en situaciones (laborales, afectivas...) transitorias, interrogándose si, dónde, cómo, cuándo entrar a formar parte del sistema.

Dos tareas fundamentales a afrontar se presentan al joven:

--la negociación de la relación individuo-sociedad, es decir, la decisión entre cambiarse a sí mismo y a la sociedad o acomodarse;

--la diferenciación y precisión de la imagen interiorizada de la sociedad, es decir, la clarificación de las cuestiones de ética social relativas, por ejemplo, al precio del éxito.

Desde el punto de vista emocional es un periodo de oscilación entre el sentido omnipotente del yo, que puede orientarse en cualquier dirección, el miedo a quedar encajado y cristalizado en un espacio que resulte como el final de propia capacidad de crecimiento y cambio, y el sentido del absurdo que se deriva de este estado en que los compromisos quedan suspendidos.

Con el reconocimiento de sí mismo y de la sociedad, de los límites propios y ajenos, sin negar ninguno de los términos de la relación termina el tiempo de ausencia de compromiso frente a las instituciones sociales. No hay ya necesidad de proclamar los propios compromisos, porque estos resultan evidentes por las opciones que se hacen.

3. INTERROGANTES ANTE LA MADUREZ INTERPERSONAL Y PROFESIONAL

Pasamos ahora a algunos problemas e interrogantes planteados al animador por desempeñar una función educativa específica:

--a qué modelos referirse;

--qué retribución esperar;

--qué relación establecer entre animador y grupo.

3.1. Modelos implicitos que orientan la propia función

La opción por la animación se sitúa dentro de una pluralidad de significados que determinan no sólo el peso y la función para el desarrollo afectivo del sujeto, sino también las modalidades relacionales de desarrollo.

Desde este punto de vista, el proyecto de animación, como cualquier otro proyecto formativo, a pesar de la multiplicidad de sus realizaciones personales, se confronta con una serie de modelos y de imágenes paradigmáticas que se pueden sintetizar en las siguientes:

--dar una buena forma, plasmar (el formador);

--ayudar a dar a luz, a emerger potencialidades inhibidas (el maieuta);

--curar y restaurar llevando a un estado de salud/normalidad (el terapeuta);

--interpretar, ayudar a tomar conciencia de las razones de la conducta (el analista );

--hacer cambiar la sociedad (el militante);

--dedicarse a la gente, cargar con sus problemas para solucionar las injusticias (el salvador).

Si por una parte estos modelos de relaciones se refieren a fantasías profundas, y a estructuras espec;f;cas de la personalidad, por otra parte, pueden llevar a la teoría pedagógica y pueden verse como funciones que se ejercen dentro de un rol y de un contexto laboral, o como riesgos a los que están sometidas todas las personas que quieren realizar un trabajo de formación, y por lo tanto también el trabajo de animador.

3.2. Retribución al trabajo de animador

En una primera aproximación para un trabajo que comporta un derroche grande de energias, sobre todo psiquicas, el animador interviene en el grupo y en las relaciones personales, entregando su capacidad afectiva, las dotes humanas y creativas, para ayudar al grupo a superar tensiones, a crecer. Puede trabajar en una situación feliz o muy dif icil y problemática. Cuenta con el entusiasmo con que ha hecho la opción, pero no con los medios que le permitirían responder adecuadamente a los problemas suscitados.

Tiene ante sí un trabajo difícil. Faltando los elementos contractuales externos (tiempo, dinero) que delimitan y especifican roles y relaciones, es posible la confusión sobre el tiempo que hay que dedicar, sobre la disponibilidad requerida y prestada. Y no hay duda que el trabajo de la animación se realizará con mayor pasión, capacidad de comprensión y respuesta a las necesidades del otro, cuanto es más clara la delimitación del campo en el que obrar, de los objetivos y medios; pero también serán más claros, sobre todo, las propias necesidades, los motivos y el sentido de la opción del animador. Entonces el animador encontrará una retribución segura, aunque no sea en dinero. Podrá ser, como en todo trabajo desarrollado, la satisfacción de verlo bien realizado, la gratitud que proviene de quien se ha beneficiado de nuestro servicio, la posibilidad de sentirse partícipe de los cambios personales y sociales, la satisfacción de haber logrado un buen servicio en sintonia con los propios ideales, el descubrimiento de situaciones nuevas, el encuentro con experiencias y personas nuevas, etc.

Si el animador no siente, junto a la fatiga y a las frustraciones, esta "retribución", debería quizá preguntarse qué sentido tiene para él la animación, qué significado ha tenido tal cpción, a qué otras necesidades personales responde.

3.3. ¿Cómo establecer una relación auténtica con los otros?

Por encima de lo que el animador dice o hace, los adolescentes perciben lo que es realmente como persona. El mismo modelo educativo elegido sirve de indicador del estado interior y relacional del animador. Esquemáticamente se podria afirmar que todo rol educativo puede seguir dos caminos:

--el primero es la propuesta de reglas, proyectos, programas, datos que hay que aceptar y a los que hay que acomodarse;

--el segundo es la posibilidad de una relacion auténtica en la cual las personas puedan ser lo que realmente son, expresar acuerdo o desacuerdo.

Esta segunda postura permite un trabajo real y significativo, porque favorece un encuentro transformador entre personas que intercambian reciprocamente por el mero hecho de encontrarse. Al animador no se le pide en su actividad una perfección mágica y omnipotente, sino tener la libertad interior que le permita acoger cuanto acontece en sí mismo y cuanto al otro manifiesta. La parte fundamental de su trabajo está en su capacidad de relación. Es una dote peculiar que ninguna tecnica puede dar. No se le pide no tener problemas, ni tener todas las soluciones, sino tener conciencia de los problemas para no proyectarlos en los demás, y tener paciencia para buscar las soluciones en orden a las necesidades del grupo y de cada uno en particular, reflexionando y buscando un modo de animación creativo que favorezca el crecimiento del grupo.

4. CONDICIONES MENTALES Y EMOTIVAS PARA LA RELACION CON EL OTRO

Hemos descrito rápidamente los problemas de maduración intrapsíquica e interpersonal que debe afrontar el animador joven. Intentamos ahora proponer algunas "condiciones" que hagan posible el trabajo del animador. Son de dos tipos: las primeras se refieren a las actitudes personales; las segundas, a algunas tareas de la institución educativa hacia los jóvenes animadores.

De cuanto hemos dicho hasta aqui se desprende que el animador cuanto más tiene una visión realista de sí mismo y de sus necesidades, tanto más es capaz de aco~er correctamente las del otro. El animador no necesita, pues, "estar sin mancha y sin miedo", sino ser consciente de sus manchas y miedos.

4.1. Saber escuchar, saber esperar

Saber esperar y escuchar (a sí mismo, al otro, al grupo) es una de las condiciones más difíciles porque --sobre todo los más jóvenes-- se inclinan a obrar con inmediatez, casi con automatismo.

La dificultad de esta actitud reside en la paciencia que requiera la espera, en la frustración que puede comportar la situación, en la tendencia a descargar el esfuerzo de la búsqueda del sentido de la acción. Además, tenemos nuestras propias defensas que nos llevan a negar, a no ver la parte de la realidad que nos resulta desagradable, a proyectarla sobre los otros y, por lo tanto, a distorsionarla.

Conocer implica una mente abierta, no preocupada por algo, libre de preconceptos y pre-juicios. Un orden mental de este tipo nos permite acercanos al muchacho, al grupo, no of uscar o confundir sus exigencias con nuestra visión particular y acoger su propia realidad.

Esto es posible sólo si tomamos en serio los sentimientos, deseos, emociones y fantasías propios de los otros. Esto permite al muchacho y al grupo ser él mismo y no tener que mutilar las partes menos productivas o racionales de sí mismo. Facilita una relación creativa, un grupo original y dinámico, no estereotipado y estático. Esto significa respetar no lo que el grupo "produce", sino también sus emociones, deseos y todo su mundo fantástico.

En síntesis, esta cualidad de apertura mental, de capacidad de escucha y espera, de respeto de las emociones propias y del otro, sitúa al animador en una postura de recepción activa de los mensajes que provienen de su mundo interior y de la red de relaciones que constituyen su campo de trabajo.

4.2. Contener el dolor, la duda, el conflicto

Sólo aparentemente es la adolescencia un período alegre y divertido. Los adolescentes se encuentran con frecuencia emotivamente mal (depresión, tristeza...) y es real su sufrimiento mental, aunque puede aparecer sin fundamento. El adolescente o el grupo proyectan en el animador la tensión emotiva. El animador ha de "tenerla" en su mente porque de esta manera puede tratarla el adolescente sin ser aplastado, y puede experimentar la relación con una persona capaz de acoger estos aspectos pesados y dolorosos sin desorganizarse, logrando utilizarlos para los fines del crecimiento de la relación, del grupo.

Se trata de tolerar la expresión de los sentimientos del otro, reales y no sólo idealizados, la parte que ama y la que odia, la omnipotente y la impotente, la responsable y la irresponsable, la fiel y la rebelde. De esta manera, el grupo mismo, aceptando el conflicto mejorará las relaciones mutuas y será más dinámico. No correrá el peligro del consenso a cualquier coste, ni de la exclusión de quien tiene ideas distintas o quien disiente. También es probable que el grupo proyecte agresividad, rabia, impotencia al animador, que se sentirá entonces lleno de estas emociones. Podrá comprender lo que sucede y el motivo de todo ello, solamente tolerando el rechazo y teniendo viva la confianza de llegar a una solución.

En todas las situaciones descritas se trata de que el animador sepa tener dentro de si, duda y miedo de lo que no es conocido, previsto, controlado, programable. Al principio, incluso no sabe si "esperando y escuchando" está haciendo un buen trabajo de contención y elaboración, si tolerando el rechazo tendrá una relación más confiada. Este riesgo está implícito en toda situación humana de relación.

Con esta actitud, el animador pondrá a disposición del grupo una seguridad afectiva constante, como fuente de esperanza de que, a pesar de las dificultades, es posible hacer, pensar e imaginar juntos.

4.3. ¿Cómo elaborar la propia experiencia?

Para establecer una relación auténtica es necesario soportar el esfuerzo de la relación aqui-ahora, pero sobre todo es necesario "aprender de la experiencia".

El rol del animador es eminentemente plástico. Seria bueno que supiera y pudiera someter a discusión y verificar todcs los caminos que pueden llevar a dar una respuesta adecuada a las necesidades del adolescente.

Ciertamente, una persona con un tipo de relaciones rígidas consigo mismo y con los demás, tendrá dificultades en la relación con los adolescentes, que ponen todo en discusión, contestan o "ignoran" refugiándose en su mundo.

El animador se encuentra, por lo tanto, en la necesidad de clarificar y comprender si tales comportamientos se deben a su "mal" trabajo o a la pena de su "buen" trabajo.

El animador debe experimentar en primera persona para dar significado a las emociones y a los sentimientos que él mismo ha vivido en la experiencia práctica. Por ello, es crucial para el animador joven individuar cómo y dónde elaborar el duro e interesante proceso de aprendizaje.

4.4. Necesidad de esclarecer las motivaciones

Además, la posibilidad de realizar las funciones descritas presupone la autenticidad de las motivaciones y la claridad de intenciones respecto a la opción por la animación.

Puede suceder que el animador quiere animar a los otros para animarse en realidad a si mismo; estimular el tiempo libre ajeno porque no sabe organizar el propio, porque tiene necesidad de un grupo de referencia dentro de una estructura que lo protege de la soledad, o por otros motivos. Es importante que todo esto lo tenga claro el animador y los responsables de la animación de los animadores para no "usar" inconscientemente a los otros para las propias necesidades.

En efecto, aunque todo esto suceda de buena fe, el resultado no cambia, en el sentido que el otro se sentirá "usado", poco escuchado o comprendido y no se llegará a establecer la relación auténtica de la que hemos hablado.

4.5. Dos modalidades reductivas

La falta de este trabajo de clarificación personal engendra confusión y favorece situaciones de ambiguedad e instrumentalización que obstaculizan el crecimiento personal. A modo de ejemplo, analizaremos dos modalidades relacionales que suponen un peligro en todo proyecto formativo: el salvador y el seductor.

--Un modo tipico y muy difundido de relacionarse en este campo es el de salvador, es decir, el propio de quien se sitúa en el papel de salvar, de ayudar a los otros. La postura de base expresada en la necesidad de ayudar a los otros, de curar, salvar, educar, se manifiesta en querer prestar ayuda a costa de todo, en dar consejos no pedidos, en buscar las soluciones a problemas que el otro no ha planteado. El animador satisface su necesidad de sentirse "bueno", a gusto consigo mismo y en el propio grupo, capaz de dar algo bueno al otro, que queda en la situación complementaria de quien es menos bueno, maduro, capaz y, por tanto, necesitado. El adolescente es instrumentalizado en cuanto es necesario para explicar la actividad de ayuda del animador; puede sentirse no respetado en su individualidad personal y vivir como intrusiones indebidas las intervenciones del animador; o bien, puede adherirse pasivamente a este tipo de relaciones acomodándose a las exigencias del animador, malogrando la propia autenticidad y autonomia.

--La otra modalidad de relación, fundada en la inseguridad de base del agente sobre el propio rol, capacidad y valor, la constituye la seducción. Es el caso del animador que se deja "adorar" un poco por los adolescentes. Más que estar atento a sus necesidades, comprenderlas y colaborar con ellos, tiende a que lo amen, lo comprendan, lo ayuden. Quien ha tratado con niños y adolescentes puede comprender lo gratificante que resulta su entusiasmo, el afecto que expresan, y, al mismo tiempo, el esfuerzo que requiere la función educativa, lo duro que resulta el tener que decir "no", el poner límites, el proporcionar vinculos y puntos de vista distintos, el no prevaricar. Juntas estas dos caras de la moneda, posibilitan una relación de crecimiento, de encuentro real entre el animador y el muchacho. En cambio, haciendo "enamorarse" de si al adolescente, se destruye la segunda parte del trabajo, mientras se satura la necesidad del animador de ser idealizado y admirado. Si tiene necesidad de este tipo de confirmación quizá el animador deberia preguntarse por qué no puede ofrecer de otro modo una prestación buena, por qué le es indispensable una visión idealizada de la realidad.

5. RESPONSABILIDAD DE LA INSTITUCION FORMATIVA

De los problemas de madurez presentados anteriormente se pueden deducir múltiples implicaciones en relación a la responsabilidad de la institución educativa en la que los animadores prestan su actividad, de un modo especial en relación a los "animadores de animadores". Indicamos algunas tareas importantes para ellos.

5.1. Selección y formación de los animadores

A los responsables de la institución corresponde, ante todo, la selección de los animadores por medio de una formación orientada a la competencia teórico-práctica y que tiene en cuenta el análisis de las situaciones, el planteamiento y realización de las intervenciones educativas, la búsqueda del significado de la animación. Y esto, para evitar que se dedique a la animación quien no logra encontrar respuestas a sus problemas personales y ve en este servicio un modo para superarlos.

No todos los jóvenes que frecuentan un centro juvenil son aptos para la animación. Hay que favorecer un clima que pueda ayudar a que cada uno realice las opciones más apropiadas a las caracteristicas de su personalidad.

5.2. Ayudar a los animadores a "aprender desde la experiencia"

Les compete también la organización de un servicio de formación permanente que ayude a los animadores a transformar la actividad en experiencia, encontrando materiales útiles no sólo para el trabajo con los adolescentes, sino también para la construcción de la identidad personal.

Se puede pensar en encuentros periódicos de discusión tanto sobre la programación y verificación de las actividades, como sobre las posibilidades de un examen de la situación relacional del animador y de las dinámicas que se emplean; o bien se puede pensar en momentos de estudio y de reflexión.

La experiencia de la animación debería ser fuente de enriquecimiento y maduración también para quien la realiza. Hay que prever, entonces, espacios personales y grupos de discusión en los que los jóvenes reflexionen juntos sobre su trabajo educativo concreto, de manera que puedan encontrar ayuda para comprender el sentido de los acontecimientos y de su obrar, extrayendo de la experiencia todo el bien y conocimiento posibles. Además, para aprender desde la experiencia es necesario no sólo que el joven tome conciencia del propio mundo interior y asuma la responsabilidad del sentido de las propias acciones, sino también que la institución lo ponga en condiciones de poder hacerlo. Es fundamental, entonces, que la institución elabore un proyecto explicito y requiera al animador un servicio especifico. De esta manera, la actividad del animador encuentra fundamento y continuidad en el proyecto institucional.

5.3. Ayudar a los animadores a clarificar las motivaciones

Un aspecto particular del servicio de la institución a sus anirnadores es la ayuda para clarificar las propias motivaciones. Cuando el animador joven inicia su trabajo es fácil que sus motivaciones esten un poco confusas y poco elaboradas. Se lanza a la animación para sentirse importante, porque alguien se lo ha pedido, para hacer algo interesante... Obviamente, la clarificación de las motivaciones es un hecho personal. Es el animador quien tiene que ser consciente de lo que busca y quiere.

El proceso de clarificación personal no es fácil. Se necesita tiempo, calma, capacidad para volver sobre los propios pasos. La ayuda que puede ofrecer la institución es, precisamente, la creación de un clima que no juzgue, que no se ponga en una postura moralista. Más bien, debe presentar nuevos estimulos para acercar dos dimensiones esenciales en la vida de la persona: los ideales y la visión realista de si mismo.

En un clima sereno, no moralizador, el animador no se verá obligado a abandonar la visión realista de si mismo porque se encuentra por debajo de las expectativas ajenas, sino que teniendo en cuenta los propios limites podrá comprometerse y conocerse de una manera más armoniosa.

Dicho clima permite descubrir y tomar contacto con las motivaciones que alimentan la propia opción, elaborarlas, modificar las actitudes, prepararse para nuevas opciones, continuando con entusiasmo el propio servicio o bien encaminándose a otro de una manera clara y serena.

6. MADURACION PERSONAL Y SERVICIO DE ANIMACION

Al terminar estas reflexiones podemos recorrer de una manera sintetica algunos de los puntos centrales de la exposición.

No existe un animador ideal, bueno para todas las situaciones, equilibrado, maduro y responsable en todo momento, con todas las personas, en grado de afrontar todos los problemas. No es a éste a quien nos hemos dirigido, ni hemos querido describir el retrato del "super-animador".

Pensamos que muchos tienen, de una manera muy distinta, una serie de cualidades y capacidades que pueden poner en juego, potenciar, verificar y ampliar con este trabajo.

Por otra parte, si cuesta mucho tal actividad y absorbe múltiples energias a quien la escoge, quizá sea necesaria entonces una pausa de reflexión que permita al animador valorar si existe una posibilidad de cambio interno tal que garantice un cumplimiento menos forzado y doloroso; o si la solución mejor sea dejarlo, buscando otros caminos más en sintonía consigo mismo, de comunicación, relación y servicio a los otros.

Lo que este planteamiento de trabajo requiere al agente social --educador, asistente social, animador, etc.-- es un modo de estar en relación que consienta el crecimiento, el cambio reciproco; es, ante todo, un modo de mirar, pensar en si mismo, en el otro, en las necesidades respectivas, en las propias emociones como instrumentos de conocimiento y de aprendizaje desde la experiencia. En este sentido vinculamos y relacionamos la maduración personal con el servicio de la animación.