TEMA 80.-

CELEBRACIÓN Y VIVENCIA DE LA FE:

INICIACIÓN DE LOS JÓVENES EN EL

LENGUAJE SIMBÓLICO

JOSÉ ALDAZÁBAL
 

Iniciar a los jóvenes en el lenguaje simbólico cristiano es importante para su vida de fe. Es el lenguaje propio de la celebración sacramental, que nos ayuda a entrar en el misterio a través de la palabra y de la acción simbólica. Como en gran parte sucede también en la vida social. El símbolo es como un puente entre la existencia humana y el misterio de la vida que Dios nos comunica. Entre la experiencia natural y la trascendente.

En estos últimos tiempos los cristianos jóvenes han encontrado con gozo nueva experiencia de fe en la liturgia. Muchas buenas iniciativas y felices procesos han brotado de la pastoral juvenil. Pero a pesar de que se nota en nuestra cultura una cierta vuelta, en general, a la gramática simbólica, no resulta espontáneo a los jóvenes entrar en el simbolismo cristiano, tanto el bíblico como el litúrgico. El lenguaje de los símbolos, que es profundo y sencillo por una parte, por otra se muestra un tanto escurridizo y frágil, fácil de desviar o de desnaturalizar.

No es nada extraño que exista esta dificultad, que a menudo no proviene de la liturgia misma, sino más bien de las condiciones generales de la fe, de la vida y de la Iglesia, y que, por tanto, no pueden resolverse sino en el contexto de una tarea pastoral tomada globalmente. Ya que la acción litúrgica no es un acontecimiento aislado, sino vinculado de múltiples maneras con el resto de la vida y de la acción pastoral de la Iglesia, y en concreto de la situación de la generación joven en ella y en el mundo en que vive.

1.- LOS JÓVENES FRENTE AL LENGUAJE SIMBÓLICO

Entrar en la dinámica de los símbolos cristianos, y en concreto de los celebrativos, supone antes un trasfondo que está hecho de fe, de conciencia de la vida más plena a la que Dios nos quiere introducir, y de sentido de pertenencia a la comunidad eclesial. Es como en el caso de una fiesta familiar o social: sólo captan la expresividad de su simbología los que globalmente ya comprenden y aceptan los motivos de la fiesta y se sienten parte del grupo que la convoca y la celebra.

Los jóvenes en la cultura actual tienen un mundo propio de valores, al menos en cuanto prioridades y matices. No es extraño, por tanto, que también tengan su lenguaje simbólico más cercano. Que se manifiesta, por ejemplo, en el mundo del deporte. Es interesante ver cómo en los juegos olímpicos se imitan con curiosa fidelidad algunos de los modelos rituales o "symbolic patterns" de la liturgia, como la procesión de entrada, los vestidos, los símbolos, las imágenes, el ritual de la palabra, la entrega de premios con himnos y actitudes rituales. También hay modelos simbólicos muy propios en el mundo de la música y sus festivales, que muestran toda una carga de expresión y relación social y afirmación de la propia identidad o de la contestación ante la sociedad.

En cuanto a la celebración cristiana, también es lógico que los jóvenes muestren sensibilidades propias y prioridades bastante constantes, en relación con los mayores, como un mayor sentido comunitario y de grupo, el deseo de novedad y creatividad, la búsqueda más o menos consciente de autenticidad, que ayude a superar modelos establecidos o rutinarios, la capacidad de fiesta y celebración, el gusto por el canto y la música, la facilidad para expresarse y comunicarse con el lenguaje corporal, la voluntad de una participación más activa.

Pero por otra parte padecen un cierto déficit de valores como el sentido de tradición o de memoria, o una tendencia a la superficialidad -son capaces de lo más profundo y también de lo más superficial-, un débil sentido de lo sagrado, con el peligro de banalizar el misterio que se celebra o de subrayar demasiado lo emotivo, lo subjetivo y la acción humana, olvidando, si no se les guía pedagógicamente, el nivel eclesial o el mistérico, o sea, el protagonismo de la acción de Dios.

Por un lado tenemos el misterio cristiano, que sólo se puede alcanzar por medio de los símbolos, porque es trascendente y no mera pedagogía humana. Y por otro, la sensibilidad juvenil que tiene capacidad de llegar a ese nivel de profundidad, pero que sufre tentaciones distrayentes, quedándose fácilmente en el camino. Queda en pie tal vez la clásica pregunta de R.Guardini: ¿es capaz el hombre de hoy -nosotros podemos decir, el joven cristiano de hoy- de celebrar con el lenguaje simbólico litúrgico? ¿con qué condiciones?

2.-LOS SÍMBOLOS, PUENTE ENTRE EL MISTERIO Y LA VIDA

El símbolo no lo es todo en la celebración. Por una parte está la invisible acción de Cristo y de su Espíritu, y por otra nuestras invisibles actitudes interiores de fe, de alabanza o de conversión. Y en medio, la palabra, el canto, el silencio. Y también, como lenguaje muy característico de la celebración litúrgica, la acción simbólica. Todo resulta complementario para expresar globalmente el encuentro entre lo trascendente y lo humano. Si el símbolo da corporeidad a la palabra, la palabra ilumina y quita equívocos al símbolo. El canto expresa cosas que luego el silencio o un gesto simbólico pueden profundizar más que las palabras.

Aquí hablamos sobre todo de los elementos no verbales, las acciones simbólicas de nuestra celebración, y su capacidad pedagógica para hacer entrar en ese diálogo invisible y profundo entre el Dios que salva y cada persona que le responde o no. Elementos simbólicos sin los cuales la liturgia quedaría convertida en verbalismo o en clase y quedaría muy empobrecida.

Los símbolos tienen una función muy densa en la celebración. No se limitan, como los signos, a informar y hacer conocer: crean comunión, mueven, unen, hacen. No sólo representan una realidad invisible, sino que la contienen. Tienen fuerza coenvolvente, experiencial, comunional. Nos abren a los niveles profundos del ser y de la relación personal. Tienen capacidad de mediación.

Cuando realizamos los gestos simbólicos, no son sólo los otros los que llegan a conocer lo que queremos decir. Somos nosotros mismos los primeros que tomamos conciencia de algo, y con la acción simbólica nos realizamos, ahondando en la actitud de amor o de protesta o de culto que sentimos en este momento. Los símbolos tienen fuerza inductiva: realizándolos, la acción misma nos induce a crecer en la realidad que representan, de adoración o de súplica.

Simbolo viene, como sabemos, del griego «syn- ballo» , poner juntas dos cosas. En la antigüedad se usaba mucho este gesto: dos que se separan o hacen un contrato se llevan cada uno la mitad de un objeto

-moneda, imagen, anillo- que luego, cuando se vuelvan a encontrar, recuperará su realidad plena o harán eficaz el contrato, como cuando se logran componer todas las piezas de un puzzle. El símbolo muestra eficacia unitiva, recognoscitiva, no sólo cognoscitiva. (Lo contrario del símbolo es el diabio, «dia-ballo», separar).

Por eso se llama simbolo a la profesión de fe que recitamos los cristianos: cada artículo de fe es parte de una realidad más amplia, que tiene sentido pleno cuando se juntan todos los artículos de la fe. Cada uno es realidad, pero no totalidad. Tendrá pleno valor cuando tengamos el «sím-bolo».

Esto es importante en la celebración cristiana, porque los símbolos son acciones dinámicas a través de las cuales Cristo nos alcanza, en la esfera de la Iglesia, y a través de los cuales nosotros, en la misma esfera eclesial, expresamos y realizamos nuestra respuesta de fe.

Estas acciones, sobre todo las centrales de cada sacramento, son un puente entre el misterio y la persona, ayudan a que se junten dos realidades invisibles: el amor salvador de Dios y nuestra fe y nuestra actitud interior de respuesta. Símbolos como partir el pan, encender el cirio pascual, incensar el altar, adorar la cruz, bañar en agua, no son sólo elementos catequéticos para recordar que es Pascua o Viernes Santo, sino que quieren hacernos entrar en la profundidad de nosotros mismos y del misterioso encuentro con el Señor Resucitado, presente y activo: son mediación dinámica entre nosotros y la gracia siempre nueva del Señor.

Su carácter de puente entre el misterio y la persona nos recuerda, por otra parte, que no son absolutos, sino ventana a lo trascendente, puente entre dos orillas. Si nos quedamos en la materialidad externa del símbolo o en su carácter pedagógico, no hemos entendido su finalidad más profunda. Nos deben ayudar a entrar en el misterio que celebramos, que es lo más importante que sucede cada vez que nos reunimos para orar o para celebrar un sacramento.

No es exacto decir que "celebramos nuestra fe o nuestra vida". Celebramos siempre la Pascua del Señor, la salvación que Dios nos quiere comunicar por medio de su Espíritu, el perdón y la gracia pascual de Cristo. Eso sí, esta gracia nos alcanza en este momento concreto de nuestra vida, tal como

somos, y nuestra respuesta brota también de nuestra situación personal y comunitaria. Y además, también es verdad que en la celebración hay que poner en marcha todos los recursos pedagógicos para que los símbolos puedan ser eficaces para la comunidad concreta que celebra. Pero es útil recordar que celebramos la salvación de Dios, no nuestros méritos ni nuestros esfuerzos ascéticos. La salvación no brota de nosotros, sino de Dios. La celebración cristiana es el momento privilegiado en que nos es comunicada esta salvación, y no sólo se evalúa desde coordenadas psicológicas o pedagógicas.

3.- LA MISTAGOGÍA: INICIARA A LOS SÍMBOLOS

Los símbolos no ejercitan su función mediadora automáticamente, no garantizan infaliblemente la eficacia de una celebración. Ante todo, porque el creyente no es pasivo o ciego: es una persona viviente, libre, que quiere o no quiere, que se siente motivada o no a entrar en el contenido de una celebración .

Además, los símbolos son siempre un poco ambiguos. El agua o el vino son polivalentes, como lo es la fiesta o la música. El agua puede ser símbolo de vida o de muerte, se puede beber o se puede usar para lavar o para regar o para tomarse un baño.

No es siempre fácil que los símbolos produzcan el encuentro con el misterio en profundidad. Si no hay una ayuda mistagógica, que ayude a entrar en el sentido profundo de la celebración, se puede quedar en un nivel superficial, simplemente humano. El gesto de paz antes de comulgar puede quedarse sólo en un signo de amistad y no llegar a la esfera del simbolismo eucarístico, de preparación para la comunión con el Señor que se entrega por todos.

Por eso los símbolos necesitan una iniciación, que no significa sólo transmitir conocimientos sobre su origen e historia, sino que debe ser una ayuda a entrar en su dinámica. Se dice que la mejor iniciación es dejar que en la celebración hablen los mismos gestos simbólicos. Pero si a las personas se les ayuda, pueden realizar los símbolos con mucho más provecho.

Pongamos el ejemplo del pan. El pan está vinculado a muchas culturas: sea de trigo, de arroz o de maíz. Hay aspectos simbólicos del pan que todos pueden entender fácilmente: pan como símbolo de vida y de subsistencia, pan fruto de nuestros campos, pan ganado con el sudor de la frente, pan para los hijos, pan en la mesa familiar, pan de fraternidad, pan dado en caridad a los pobres.

Pero el simbolismo del pan puede tener esferas más profundas que se escapan a muchos si no se les ayuda a entenderlas, a partir de resonancias bíblicas o históricas. Puede tener simbolismos no espontáneos: el pan ácimo del éxodo judío, el maná del desierto, los panes sagrados del Templo, la multiplicación de panes por Cristo, la afirmación de Jesús: "Yo soy el Pan de la Vida", la petición del "pan nuestro de cada día", la fracción del pan como característica de la comunidad cristiana, el pan partido de Emaús, el pan que se convierte en el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, el pan eucarístico que ayuda a la comunidad a crecer y a ser ella misma un solo pan...

4.-LA INICIACIÓN A LOS SÍMBOLOS SEGÚN EL CATECISMO DE LA IGLESIA

El Catecismo del 1992 presenta la celebración como "tejida de signos y símbolos" (1145). Por eso dice que "la catequesis litúrgica pretende introducir en el misterio de Cristo (es mistagogía) procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los sacramentos a los misterios" (1075).

El Catecismo describe detalladamente el proceso de esta iniciación simbólica. Antes de llegar al sacramento mismo, hay tres pasos previos: el humano, el biblico y el cristológico. El sentido de la celebración sacramental "según la pedagogía divina de la salvación, tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo" (1145).

4.1.- Raíces humanas y culturales

Es interesante para nosotros educadores que el Catecismo presente los símbolos litúrgicos ante todo partiendo de las raices humanas, antropológicas y culturales. Son signos que pertenecen a la cultura humana, son "signos del mundo de los hombres" (1146), "signos sensibles accesibles a nuestra humanidad actual" (1084), porque "la celebración cristiana debe corresponder al genio y a la cultura de los diferentes pueblos" (1204).

Los elementos y las acciones naturales, el agua y el fuego, el árbol y la tierra, el lavar y el ungir, el partir el pan y el compartir la misma copa, manifiestan por una parte "la acción de Dios que santifica a los hombres",,y por otra "la acción de los hombres que rinden su culto a Dios" (1148).

Este lenguaje se explica y se entiende partiendo de lo cósmico y lo humano: "La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo" (1149).

En efecto, cuando el Catecismo presenta cada Sacramento, lo hace empezando por su aspecto antropológico: la dinámica simbólica que hay en la inmersión en el agua (1214), porque el agua, desde el origen del mundo, criatura humilde y admirable, es fuente de vida y de fecundidad (1218); la unción (o sea, los varios masajes usados en la vida y en la celebración simbólica), signo de alegría, abundancia, fuerza, salud y belleza (1293); comer y beber pan y vino, que nos alimentan y nos unen con la creación y nos hacen sentir fratemidad y fiesta (1333). Dios y la Iglesia dicen «sí» al lenguaje humano, cósmico, simbólico. Para experimentar lo inefable nos servimos del lenguaje-puente de los símbolos, partiendo del sentido y de la fuerza expresiva que tienen en la misma vida humana y social.

De ahí la importancia de que los gestos simbólicos se hagan con autenticidad y expresividad.

4.2.- El ejemplo de los símbolos bíblicos

Después viene la segunda etapa de la iniciación: la biblica. Los mismos símbolos humanos se han convertido en símbolos del encuentro salvador entre Dios y su pueblo Israel: ahora son "signos de la alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo" (1150).

Para hacer entender la Eucaristía, el Catecismo parte del sentido que tenían el pan y el vino compartidos en el A.T., en la vida familiar y social, o en su uso en el Templo (1334). Lo mismo a partir de lo que significa para aquel pueblo el baño en agua, la unción con aceite, la imposición de manos, el ofrecer sacrificios, y sobre todo celebrar la Pascua.

Qué elocuente es, por ejemplo, el gesto simbólico que Moisés hizo para ratificar la alianza del Sinaí. Primero leyó los capítulos del decálogo (Ex 19-23) en presencia del pueblo, que respondió prometiendo obediencia a la voluntad de Dios. Y entonces empieza el lenguaje simbólico. Se pone en medio una gran piedra, a modo de altar, representando a Yahvé. Al rededor, piedras más pequeñas, doce, por las doce tribus de Israel. Moisés pide a unos jóvenes que maten unos novillos, y con la mitad de la sangre de estos animales asperja el altar, figura de Dios, y con la otra mitad -después de una segunda lectura de la alianza- asperja al pueblo o las piedras simbólicas de las doce tribus. Así la sangre, siempre considerada símbolo sagrado de la vida, enlaza a Dios y al puebio. Moisés podrá decir en aquel solemne momento: "Ésta es la sangre de la alianza"(Ex 24, 8), y serán precisamente las palabras que Cristo repetirá sobre la copa de vino: "Ésta es mi sangre de la alianza".

La pedagogía de la iniciación a los símbolos cristianos pasa a través de una iniciación al lenguaje bíblico, que es popular, poético, expresivo, y por eso ha sido usado por el mismo Dios para manifestar su acción invisible de salvación.

4.3.- Cristo y sus símbolos sacramentales

La tercera etapa que sigue siempre el Catecismo para la iniciación simbólica es la cristológica. Jesús, ante todo, es él mismo, en su persona, el mejor "símbolo", en que Dios nos ha mostrado y comunicado su alianza, su cercanía, su perdón. Y a la vez es también la expresión mejor de la respuesta por parte de la humanidad. En el misterio pascual de Cristo, en su muerte y resurrección, se realiza el símbolo perfecto: en nombre de la humanidad entera se entrega a la muerte, y es resucitado por parte de Dios. Es el sí de la humanidad a Dios, y el sí de Dios a la humanidad.

Pero además, Jesús, en su predicación, se ha servido siempre del lenguaje de los gestos simbólicos: palabras, acciones de contacto, milagros y signos, para dar a conocer los misterios del Reino de Dios. Para significar el perdón o la gracia o el amor de Dios, multiplica los panes, come con los pecadores, convierte el agua en vino, impone las manos, cura los cuerpos para mostrar la salvación total de la persona y el perdón de los pecados... "Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Éxodo y a la Pascua, porque él mismo es el sentido de todos esos signos" (1151).

4.4.- El lenguaje de la comunidad celebrante

Finalmente, desde hace dos mil años, la Iglesia se sirve de estos mismos signos para su celebración litúrgica, sobre todo sacramental.

En la gramática simbólica de la Iglesia encontramos condensados todos los pasos anteriores: "Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del cielo" (1152).

A las raices humana, biblica y cristológica, se unen así también las raices eclesiales de veinte siglos de historia, que dan al conjunto identidad y unidad eclesial, con una admirable convergencia de factores teológicos y pedagógicos que deben ayudarnos a cada experiencia sacramental.

5.-MEMORIA Y REPETICIÓN

Una de las primeras tendencias que se notan en los educadores y en los equipos de animación de las celebraciones juveniles es la búsqueda de la novedad y la creatividad. Es un deseo legítimo, para despertar el interés y acercar el lenguaje litúrgico al mundo cultural juvenil.

Pero la repetición simbólica tiene también sus ventajas. No es buena pedagogía cambiar demasiado los cantos, las estructuras y los símbolos. Los símbolos son una herencia que pertenece a la memoria colectiva de la comunidad, y muchas veces también a la memoria personal de cada uno (a una persona algunos símbolos le recuerdan siempre alguna experiencia religiosa de la niñez o de la juventud). Pasa como con los cantos: cuando llega el Adviento o la Navidad, es bueno que, junto a algún canto nuevo, se canten los clásicos, los que pertenecen al ambiente de estos tiempos, que nada más sonar ya nos sitúan en su clima espiritual .

Lo mismo pasa con los símbolos. Cada grupo humano, y de modo particular la comunidad cristiana, tiene sus símbolos que hunden sus raíces en su propia identidad, por sus resonancias humanas, bíblicas, históricas, y que nos ayudan a entrar en el mundo de la gracia y de la fe con una eficacia probada por muchas generaciones. Los símbolos están cargados de memoria, de profecía y de actualidad. Evocan el pasado, nos hacen vivir el presente, y nos ayudan a pregustar el futuro. Cambiar estos símbolos a la ligera puede significar destruir su pedagogía mistagógica. El primer empeño de la pedagogía celebrativa debería ser ayudar a entender y realizar con fruto los símbolos eclesiales que son uníversales, con toda la carga de su memoria bíblica y eclesial. Y que además, se han demostrado válidos para todas las culturas y edades, cuando son presentados oportunamente.

El cambiar tiene pedagogía, pero también la tiene el repetir, tanto en la vida social y familiar como en la religiosa. La repetición nos ayuda a madurar. Cada Viernes Santo adoramos la Cruz. Cada Vigilia Pascual encendemos el Cirio, escuchamos el pregón y repasamos la historia de la salvación en las varias lecturas. Esto no es necesariamente rutina. Como no lo es el que un grupo humano se mantenga fiel a sus símbolos y a sus himnos y a sus modelos de acción, que pertenecen a su identidad. El Año litúrgico juega con esta pedagogía de la repetición ritual de los símbolos. La Cruz y la Pascua siguen comunicándonos su gracia específica y su gran lección, que va configurando nuestra personalidad cristiana. Como lo hace una fiesta entrañable de la Virgen Patrona del pueblo.

6.-SÍMBOLOS AUTÉNTICOS Y EXPRESIVOS

Lo dicho anteriormente no quiere en ningún modo decir que la celebración deba ser fría, meramente objetiva, rutinaria y estancada, lejana del mundo cultural juvenil.

Estos gestos simbólicos deben hacerse bien. Son en sí válidos, como lo demuestran siglos de uso eclesial. Y no son buenos porque estén mandados, sino que están mandados porque son buenos.

Lo que sí piden es que sean expresivos, auténticos, o sea, verdaderos. Los gestos humanos -inmersión en agua, fracción del pan, comunión con pan y con vino- , deben ser au ténticos, verdaderos, y hechos con abundancia. No deben contentarse con ser válidos: pueden ser válidos pero poco expresivos, "símbolo de símbolos", demasiado estilizados y formalistas. Los símbolos -como las palabras- deberíamos descongelarlos, hacerlos bien, creyendo en ellos, dándoles su pleno sentido vital.

Recuerdo cómo hace unos años participé en una Eucaristía de varios miles de personas, muchas de ellas jóvenes, en una explanada junto a una playa de Galicia, La Lanzada. Al comienzo de la misa se quería hacer, con el gesto simbólico de la aspersión, la renovación de las promesas bautismales. Como era imposible que el presidente, que era Mons. Rouco, entonces arzobispo de Santiago, pasase a asperjar a todos, se preparó el gesto simbólico así: después de bendecir el agua, unos veinte jóvenes, vestidos de alba, pasaron a ofrecerla a la comunidad, con otros tantos recipientes, para que cada uno pudiera tomarla con la mano y hacerse la señal de la cruz. Fue un momento expresivo, no muy largo, ayudado por un canto bautismal, que nos preparó a todos a una celebración seria y expresiva a la vez.

Símbolos clásicos, pero bien hechos. Esta es una eficaz iniciación: hacer experimentar la dinámica de un símbolo, que será antiguo, incluso bíblico, pero que puede ser también para los jóvenes de hoy expresivo de lo que Dios hace con ellos y de lo que ellos responden a Dios. El Misal desde hace veinticinco años nos dice que el pan de la Eucaristía, aunque sea ácimo, debe aparecer como alimento, y que no se comulgue con hostias pequeñas, sino grandes y partidas durante la misa, y que en las circunstancias oportunas es más expresivo comulgar bajo las dos especies. Ahí es donde deberíamos gastar nuestra pedagogía y nuestra creatividad verdadera: en hacer bien los gestos centrales de la celebración.

Además, se trata de dar importancia a los signos centrales, y no tanto a los periféricos. No vaya a ser que, acentuando lo que no es importante para la dinámica de un sacramento, en vez de ayudar, distraigamos. Por ejemplo, en la Eucaristía el gesto principal es la comunión con las dos especies, más importante que la procesión de dones o que el gesto de paz, que hay que mantener en su justa proporción.   
 

7.- CREATIVIDAD Y ADAPTACIÓN

Junto a esta fidelidad a los símbolos eclesiales y a su realización pedagógica y auténtica, está la creatividad y la urgencia de la adaptación.

Ya el Concilio (SC 37-40) invitó a la inculturación, a la adaptación litúrgica, para conseguir que los signos sacramentales eclesiales, en muchos aspectos no sustancialmente determinados por el N.T., puedan realizarse más en consonancia con las varias culturas. Los nuevos libros litúrgicos, sobre todo los de la iniciación cristiana, del matrimonio y de las exequias, invitan a las Conferencias Episcopales a trabajar en esta adaptación cultural si puede ayudar a celebrar mejor la fe cristiana.

El Catecismo, recogiendo esta invitación, afirma que "el misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de su celebración son diversas" (1200), y habla de "expresiones particulares, culturalmente tipificadas en el simbolismo litúrgico" y que "la Iglesia es católica, y puede integrar en su unidad, purificándolas, todas las verdaderas riquezas de las culturas" (1202), porque "la celebración de la liturgia debe corresponder al genio y a la cultura de los diferentes pueblos" (1204).

Esto vale también para las diferentes edades y condiciones sociales. Es lo que invita a hacer para con las celebraciones con niños el Directorio de 1973. Para los jóvenes, aunque no ha llegado a buen puerto el Directorio que se preparaba, se puede decir que un poco por todas partes se han hecho esfuerzos buenos y eficaces para dar a sus celebraciones un tono vivo y creativo, dentro de la gramática general de la Iglesia para el lenguaje simbólico.

Dejando aparte algunas exageraciones o iniciativas sin puntería, que distraen más que conducen al misterio, hay en verdad ideas que mejoran la celebración y la acercan a la sensibilidad de los jóvenes, ayudándoles en el crecimiento de la fe y en la celebración de los sacramentos o de los diversos tiempos del año. En algunas celebraciones se incorporan gestos simbólicos, tomados de la cultura juvenil, que se demuestran aptos para expresar también la fe cristiana y el acontecimiento de una celebración sacramental.

La celebración penitencial queda muchas veces enriquecida, sin perder de vista el objetivo profundo, al contrario, para hacerlo más fácil de alcanzar, con símbolos que no están previstos en el Ritual. Las Pascuas juveniles, muy válidas cuando se preparan con un camino cuaresmal y luego se prolongan hasta Pentecostés con encuentros e iniciativas de fe, tienen muchas veces un lenguaje simbólico más pedagógico y estimulante. Los símbolos clásicos de la Iglesia -lavatorio de pies, adoración de la Cruz, Via Crucis, fuego, cirio, aspersión, pan y vino- se hacen con novedad y autenticidad más expresiva.

En la historia de la liturgia hay ejemplos muy pedagógicos de lenguaje simbólico para preparar los sacramentos. Leyendo los Ordines de los sacramentos de la iniciación cristiana en los siglos V-VIII, vemos que incluian por ejemplo la signación en la frente, la inscripción solemne del nombre, la imposición de las manos después de los encuentros de oración, la entrega del libro de los evangelios o del símbolo del Credo o del Padrenuestro, el gesto del «effeta» (ábrete), y luego en la noche pascual los ritos del fuego, de la luz, del agua, los nuevos vestidos, y sobre todo los signos centrales de la Eucaristía. Todo para ayudar a expresar y entrar en el misterio que se realiza cuando una persona es introducida en la vida nueva de Jesús Resucitado.

El Misal nos va sugiriendo a lo largo del año otros lenguajes simbólicos como el de la ceniza -no sólo impuesta, sino producida de algún modo simbólico-, las luces y las procesiones, el silencio y la postración, como al inicio de la celebración del Viernes Santo, el incienso para dar tono solemne o simbólico a una celebración, etc.

El lenguaje de los símbolos en la celebración, los heredados y los que podamos añadir, a imitación de los que ya utiliza la liturgia -elementos cósmicos, movimientos y expresión corporal, acciones simbólicaspueden ser un lenguaje muy apto para ayudar a los jóvenes a celebrar en cristiano, a crecer en su fe y a participar con más fruto en el misterio pascual de Cristo, que luego se deberá notar en la vida.

Necesitamos los símbolos. Los símbolos llegan con su fuerza expresiva y comunicativa a donde muchas veces no llegan las palabras.

Al final, cuando el Señor Resucitado nos invite a su vida definitiva, en el cielo, será él quien anime la celebración, él que es el liturgo supremo, y que está ya celebrando con millones y millones de salvados la liturgia del cielo, en la que, como dice el Catecismo, más allá de los signos, todo "es enteramente comunión y fiesta" (1136).

José Aldazábal