LA IDENTIDAD DEL RELIGIOSO HOY

(Timothy Radcliffe. Maestro de la orden de predicadores)

 

Recuerdo que, hace muchos años, me dirigía a mi primera reunión de la Conferencia de Superiores Mayores de Inglaterra y Gales. Nervioso, me puse el hábito y bajé al encuentro de la gente. En la escalera me detuvo una hermana furiosa, a la que nunca había visto antes. Me miró con desprecio y dijo: "¡Debe sentirse muy inseguro si necesita ponerse esa cosa!".

 

¿DÓNDE HAN IDO A PARAR LAS VOCACIONES?

Durante bastante tiempo los religiosos hemos estado preocupados por nuestr a identidad. ¿Quiénes somos? ¿Cómo debemos encajar en el tejido v en las estructuras de la Iglesia? ¿Somos clérigos, laicos, o alguna especie híbrida particular? Creo que ninguna respuesta nos servirá de ayuda a menos que partamos del hecho de que compartimos una crisis de identidad con otra mucha gente de nuestro tiempo. ¿Qué nos hace especiales? Ciertamente no el hecho de tener una crisis de identidad. Esta es una parte del lote común que compartimos con otros. Sólo vale la pena que reflexionemos sobre ella si nos ayuda a vivir la Buena Nueva para todas esas pobres almas que están obsesionadas por la misma pregunta: ¿"Quién soy yo"?

Por favor, perdonen si comparto con ustedes algunas simples obsesiones sobre por qué esta cuestión de la identidades una obsesión de la modernidad. Hemos vistouna profunda transformación social durante este siglo, y especialmente desde1945. En Europa, v supongo que también en Estados Unidos, hemos asistido al debilitamiento de toda clase de instituciones que daban tina identidad, que definían una profesión, un papel, una vocación. Las universidades, las profesiones médicas y jurídicas, los sindicatos, las iglesias, la prensa, diversos oficios... todas esas instituciones ofrecían a la gente no sólo la manera de ganarse la vida, sino un camino para ser persona, un sentido de vocación. Ser músico, abogado, maestro, enfermera, carpintero, fontanero, granjero. sacerdote, etc., no sólo significaba tener un trabajo, era ser alguien; se pertenecía a un cuerpo de gente con una serie de costumbres que definían la conducta adecuada, que compartían una sabiduría, una historia v una solidaridad.

Lo que hemos visto en los últimos años es el corrosivo efecto de un nuevo y más simple modelo de sociedad, según el cual nos hemos encontrado todos a nosotros mismos siendo miembros de un mercado global, comprando v vendiendo, siendo comprados v vendidos. Las instituciones básicas de la sociedad civil que fundamentaban las profesiones y vocaciones han perdido mucha de su autoridad e independencia.

Corro todo lo demás, deben someterse a las leyes del mercado.

Se hizo cada vez menos evidente poder elegir qué hacer con la propia vida. Había que seguir las leyes de la oferta v la demanda. No es que los religiosos hubiéramos perdido el sentido de la vocación, es que la mera idea de vocación se hizo problemática. Nicolás Boyle, un filósofo inglés, escribió: "Ya no hay más vocaciones para nadie; la sociedad ya no está compuesta por personas que consagran su vida en tal o en cual dirección particular, sino por funciones que deben ser desempeñadas sólo mientras exista un deseo que satisfacer".

Todas estas profesiones, empleos v especialidades eran como pequeños ecosistemas que ofrecían diferentes modos de ser seres humanos. Se han debilitado v desmoronado, como los frágiles hábitats de los escasos sapos y caracoles. La sociedad se está homogeneizando. Todo lo que queda es el individuo y el Estado, o quizás el consumidor y el mercado. Mucho más simple, pero más solitario y vulnerable.

Sospecho que en la Iglesia hemos sufrido el soplo de ese mismo viento frío, que nos deja siendo una comunidad más simple v menos confiada, porque la Iglesia forma parte también de la sociedad civil. Hemos sido una sociedad compleja, con todo tipo de instituciones que nos daban una identidad: también nosotros teníamos universidades, hospitales, escuelas, profesiones, y sobre todo, órdenes religiosas, que ofrecían a la gente vocaciones, identidades que eran apoyadas, respetadas v honradas.

La Iglesia tenía toda clase de jerarquías v estructuras que se equilibraban mutuamente. ¡Ser madre superiora o directora católica significaba ser alguien importante! Los sacerdotes temblaban cuando llamaban al timbre de la puerta. Pero de algún modo nuestra Iglesia ha sufrido una transformación similar a la del resto de la sociedad. Y lo que queda de nosotros ya no es el consumidor individual y el Estado o el Mercado, sino el creyente individual y la Jerarquía. Hemos perdido confianza en las otras identidades. Y quizá sea esta una razón por la que la cuestión del sacerdote, y del que aspira a serlo, es un tema candente para nosotros. Porque si no tienes un pie en esta escalera, no puedes llegar a ser alguien que realmente cuente.

¿Quiénes somos nosotros, los religiosos? ¿Cómo encajar en el tejido y la estructura de la Iglesia? A menudo intentamos responder situándonos nosotros mismos como jerarquía. ¿Somos laicos o clérigos, o algo a mitad de camino entre los dos? O podemos responder situándonos en contra de la jerarquía, como profetas que sacuden los puños contra la Iglesia institucional. Pero este es un mapa equivocado. Es corno si alguien buscara las Montañas Rocosas en un mapa que presentara las fronteras de los Estados de América. ¿Están en Colorado o en Wyoming? ¿Por qué no podemos ver las montañas?

El mapa de la Iglesia, que representa a la jerarquía, es bueno y válido. Todos estamos en él de un modo u otro. Algunos religiosos somos laicos, otros sacerdotes, y algunos incluso obispos. Pero no podemos usarlo para localizar la vida religiosa. No nos muestra quiénes somos, lo mismo que las Rocosas no figuran en un mapa que sólo tiene los límites de los estados. Y ni siquiera puedes tener indicio de dónde están. Donde no hay ciudades podría haber algunas montañas. Pero necesitas otra clase de mapa si quieres verlas claramente…

Según Mary Douglas, una sociedad sana es la que tiene todo tipo de estructuras que se contrarrestan y de instituciones que dan voz y autoridad a los diferentes grupos, de modo que no haya una clase de seres humanos que domine ni un único mapa que te diga cómo están las cosas. Quizás lo que necesitamos no es reproducir el desierto homogéneo del mundo consumista, sino más bien parecernosa un bosque forestal que tiene toda clase de nichos ecológicos para las diferentes posibilidades de vida humana. En ese sentido, no necesitamos menos jerarquía, sino más. Necesitamos cantidad de instituciones y estructuras que reconozcan y den la palabra y la autoridad a toda esta diversidad de modos de ser miembros del pueblo de Dios, tanto mujeres como parejas casadas, académicas, doctores y órdenes religiosas. En la Edad Media más bien era así. El emperador y la nobleza, las grandes abadías de hombres v mujeres, las universidades y las órdenes religiosas... todos ofrecían focos alternativos de poder e identidad. Teníamos muchos más mapas en los que las personas podían encontrarse a sí mismas.

Leí una vez en el Cardenal Newman, y después no he podido nunca encontrar dónde, que la Iglesia florece cuando reconocemos las diferentes formas de autoridad. Menciona en concreto la tradición, la razón v la experiencia. Cada una pide respeto v necesita instituciones y estructuras que la sustenten. La tradición está salvaguardada por los obispos, la razón por las Universidades v centros de estudio, v la experiencia por toda clase de instituciones, desde las órdenes religiosas hasta la vida de matrimonio, allí donde la gente escucha la Palabra y reflexiona sobre ella en su propia vida. Lo que necesitamos no es el individualismo del moderno desierto urbano, sino algo más parecido a un bosque húmedo, con toda clase de nichos ecológicos para animales diversos que puedan crecer v multiplicarse v alabar a Dios con mil voces diferentes.

¿Quiénes somos nosotros los religiosos v cuál es nuestra vocación en la Iglesia? La respuesta a esta cuestión importa, pero no precisamente porque pueda darnos confianza para ir tirando e incluso para atraer nuevas vocaciones. Es importante porque para responderla tenemos que reflexionar sobre esa crisis de identidad que aflige a mucha gente hoy; nadie ha sido creado por Dios para ser un consumidor o un trabajador, para ser vendido y comprado en la plaza del mercado como un esclavo. Si podemos recuperar la confianza en nuestra vocación, seremos capaces de mostrar algo de la vocación humana. La salida que encontremos atañe al significado mismo del ser humano.

 

LA IDENTIDAD COMO VOCACIÓN

Leí el otro día que un niño americano de trece años llamado Jimmy tuvo problemas porque él y su familia insistían en su derecho de llevar un pendiente en la escuela. Se fundaban en que "cada persona tiene derecho a escoger quién es".

Desde luego, en cierto sentido uno se inclina a aplaudir a Jimmy. No le falta razón. Corresponde al hecho de s er alguien, de tener una identidad, el poder hacer opciones significativas y decir: "Este soy yo. Yo quiero llevar esos pendientes". Pero no se puede escoger el ser absolutamente cualquiera. Si yo decidiera ponerme pendientes, ropa de cuero y circular por Roma en moto, supongo que mis hermanos me pondrían objeciones y me dirían: "Timothy, ese no eres tú". ¡Al menos espero que lo hicieran! Yo no puedo decidir ser un punk, lo mismo que no puedo decidir ser Tomás de Aquino.

Ser alguien es ser capaz de tomar decisiones significativas sobre su propia vida, pero de algún modo esas decisiones deben estar relacionadas, componer urea historia. Se tiene una identidad porque las opciones que uno hace a lo largo de su vida tienen una dirección, una unidad narrativa. Lo que hago hoy debe tener sentido a la luz de lo que hice antes. Mi vida sigue un patrón, como una buena historia. Una de las razones por las que las profesiones y los empleos eran tan importantespara la identidad humana es que daban una estructura a los amplios fragmentos de la vida de una persona. Un músico o un abogado o un carpintero no es precisamente algo que uno hace; es una vida, desde la juventud hasta la vejez, en el descanso y en el trabajo, en la enfermedad v en la salud.

Pero nuestra vocación de religiosos nos lleva a iluminar la estructura narrativa más profunda de toda vida humana. Durante mis primeras clases como novicio, el maestro de novicios dibujó un gran círculo en la pizarra y nos dijo: "Bien, chicos, ésta es toda la teología que necesitáis conocer. Todo viene de Dios v todo va a Dios". ¡Resulta que la cosa era un poco más compleja que eso! Pero la pretensión de nuestra fe es que toda vida humana es una respuesta ala invitación de Dios a compartir la vida de la Trinidad. Este es el relato profundo en toda vida humana. Descubro quién soy al responder a esta llamada

Lo que dijo a Isaías me lo dice a mí: "El Señor me llamó antes de nacer; desde el seno de mi madre él me nombró". Un nombre no es una etiqueta útil, sino una invitación. Ser alguien no consiste en escoger una identidad en la estantería del supermercado (ángel del infierno, estrella pop, franciscano); consiste en responder al que me convoca para toda mi vida: "Samuel, Samuel", llama la voz en la noche. Y él responde: "Habla, Señor, que tu siervo escucha".

Jimmv ‑espero que lleve ahora sus pendientes‑ tiene razón en parte. La identidad tiene que ver con tomar opciones. Pero no se trata precisamente de escoger quién quieres ser, como uno esc oge el color de sus calcetines; la opción consiste en responder a esa voz que le convoca a uno para toda la vida. La identidad es un don, y la historia de mi vida está hecha de todas esas opciones para aceptar o rechazar ese don.

Pablo escribe a los Corintios: "Es Dios quien os ha llamado a compartir la vida de su Hijo, Jesucristo Nuestro Señor, y Dios es fiel" (1 Cor 1, 9). Lo que quiero sugeriros esta mañana es que la vida religiosa es una manera particular y radical de decir "Sí" a esa llamada. De un modo puro y simple, allana el terreno de toda vida humana, que es una respuesta a una invitación. Con nuestro extraño modo de vivir, hacemos explícito el drama de toda búsqueda humana de identidad, pues todo ser humano intenta captar el eco de la voz de Dios que le llama por su nombre. Otras vocaciones cristianas, como el matrimonio, también hacen lo mismo, pero de manera diferente.

 

DEJÁNDOLO TODO

Cuando los religiosos discutimos sobre nuestra identidad, podemos estar seguros de que bien pronto aparecerá la palabra "profético". Y esto se comprende. Nuestros votos están tan directamente en contradicción con los valores de nuestra sociedad que tiene sentido hablar de ellos como profecías del Reino. La Exhortación Apostólica Vita Consecrata utiliza el término. Me encanta que otros utilicen la palabra al hablar de nosotros, pero acepto de mala gana que nos la apropiemos nosotros mismos. Podría representar una insinuación de arrogancia: "Nosotros somos los profetas". A menudo no lo somos. Y sospecho que los auténticos profetas dudarían a la hora de pedir para ellos ese título. Como Amós, ellos tienden a rechazar tal denominación y a decir: "Yo no soy profeta ni hijo de profeta". Prefiero pensar que nosotros somos aquellos que dejan atrás los signos habituales de identidad.

Nuestra vocación muestra algo acerca de la vocación humana por aquello que dejamos atrás. Renunciamos a muchas de las cosas que dan identidad a los seres humanos en nuestro mundo: dinero, situación, pareja, una carrera. En una sociedad en la que la identidad es ya tan frágil, tan insegura, nosotros renunciamos a esa serie de cosas que las personas buscan para tener seguridad, los apoyos de nuestra poco segura percepción de quiénes somos.

Incesantemente repetimos la pregunta: ¿Quiénes somos? Pero nosotros somos aquellos que renuncian a los signos habituales de identidad. ¡Eso es lo que somos! ¡No es sorprendente que tengamos problemas!

Hacemos eso para aportar luz a la verdadera identidad de todo ser humano. En primer lugar. mostramos que la identidad de cada persona es un don. Ninguna identidad autocreada es adecuada para responder a quiénes somos. Todas las pequeñas identidades que podemos construirnos con esfuerzo en esta sociedad son demasiado pequeñas.

Y en segundo lugar, mostramos que en definitiva la identidad humana no es algo que se nos da ahora. Es la historia completa de nuestras vidas, desde el principio hasta el final y más allá, la que nos enseña quiénes somos.

 

UNA ECOLOGÍA PARA EL FLORECIMIENTO

He intentado dar una defin ición de la identidad de la vida religiosa. Se trata de una definición paradójica, porque nos define como aquéllos que han renunciado a la identidad tal como la entiende nuestra sociedad. Pero no podemos detenernos ahí (muchos de nosotros quisiéramos hacerlo). En nuestra sociedad, que es hostil a la simple idea de vocación, y que está echando por tierra el sentido de identidad y vocación de todo ser humano, una definición clara no es suficiente. Sería como intentar confortar a los tigres amenazados de extinción con una hermosa definición de la tigreidad.

En este desierto humano que es el mercado global, necesitamos construir un contexto en el que los religiosos puedan florecer realmente v ser invitaciones vivas a caminar en el camino del Señor. Lo que hace una orden o congregación particular es ofrecer un contexto concreto. En el mundo de hoy, estamos tentados de considerar las órdenes religiosas como multinacionales en competencia: ¿quiere gasolina jesuita de alto octanaje, o gasolina sin plomo franciscana? Pero la imagen que a mí me parece más adecuada es la de cada instituto como un miniecosistema, que sustenta una forma de vida diferente. Para florecer como mariposa hace falta algo más que una hermosa definición, hace falta un contexto ecológico que permita pasar de huevo a gusano, y de crisálida a mariposa. Algunas mariposas necesitan ortigas, estanques y algunas plantas raras; de otro modo no pueden salir adelante. Para otras variedades de mariposas, la presencia de excrementos de oveja parece ser vital. Cada congregación religiosa se caracteriza por ofrecer‑ un nicho ecológico diferente para una extraña manera de ser un ser humano. ¡De cualquier modo, me resistiré a la tentación de pensar cuántas formas de mariposas o de órdenes diferentes me vienen al pensamiento, de momento!

Una Orden Religiosa es como un entorno. Construir la vida religiosa es corno hacer una reserva natural en una construcción antigua. Tienes que plantar algunas ortigas por aquí, cavar un estanque allá, y en ese plan. ¿Qué necesitan nuestros hermanos y hermanas para florecer en este viaje, cuando han dejado atrás carrera, riqueza, status y la seguridad de una pareja? ¿Qué necesitan mientras hacen esta dura peregrinación del noviciado a la tumba? Cada congregación tendrá sus propios requerimientos, sus propias necesidades ecológicas, su propia identidad. Y esto me lleva a una aparente paradoja: he definido la identidad de la vida religiosa como el abandono de la identidad, dejando atrás los puntales e indicadores que dicen a la gente quiénes somos. Y, sin embargo, nuestras órdenes v congregaciones nos ofrecen identidades. Cada uno tenemos nuestro estilo distintivo.

Pero la paradoja es sólo aparente. Cada congregación ofrece una identidad, una manera particular de caminar tras el Señor; una manera particular de autoolvido. Un carmelita será feliz de serlo no porque ello le dé un status, sino porque es una manera particular de renunciar a él. Necesito deleitarme en mi orden, con sus leyendas, sus santos, sus tradiciones, para así poder crecer en el valor de renunciar a todo lo que la sociedad considera importante. Me gusta la historia del Beato Reginaldo de Orleans, uno de los frailes más antiguos, quien dijo al morir que no había tenido mucho mérito siendo dominico, porque había disfrutado mucho con ello. Necesito historias como ésa para animarme a florecer como un fraile pobre, casto v obediente, para gozar de ello como libertad, y no como prisión. Necesito historias como ésa para liberarme de la preocupación por mí mismo.

Por eso siento una gran simpatía por los jóvenes religiosos que a menudo piden hoy signos claros de su identidad como miembros de una orden religiosa. La aventura de mi generación, que creció con un fuerte sentido de identidad católica, fue deshacerse de los símbolos que nos colocaban aparte de los demás, como el hábito; y sumergirnos en la modernidad, dejándonos probar por sus dudas y compartiendo sus preguntas.

Eso fue correcto y fructífero. Pero los jóvenes que vienen a nosotros hoy a menudo son los hijos de esa modernidad, y han sido perseguidos por sus preguntas desde la niñez. Ellos tienen otras necesidades, signos claros de ser miembros de una comunidad religiosa, que les sostenga en esta muy extraña manera de ser un ser humano.

Una última observación. Necesitamos un en torno que nos sostenga en nuestro crecimiento personal. El hecho de que nosotros estemos llamados a dejar atrás esas cosas que nuestra sociedad considera como símbolos de status e identidad no significa que estemos dispensados de las dificultades de crecer para llegar a ser seres humanos maduros y responsables. Todos conocemos a hermanos que quieren ordenadores cada vez más caros mientras proclaman que el voto de pobreza les excusa de preocuparse por el dinero.

Lo que podemos ver con nuestros propios ojos es que renunciar a la familia, al poder, la riqueza v la autodeterminación no nos convierte en unos flojos. ¡Nadie dirá que Nelson Mandela tiene una personalidad débil! Pero este crecimiento hacia la madurez os pedirá atravesar por momentos de crisis. ¿Nos sostendrán nuestras comunidades entonces? ¿Nos ayudarán a vivir esos momentos de muerte como momentos también para renacer? Una vez preguntaron a un monje anciano qué hacían en el monasterio, y respondió: "Oh, caemos v nos levantamos, caemos v nos levantamos, caemos v nos levantamos!" . Necesitamos un entorno en el que podamos caer y levantarnos, mientras caminamos titubeantes hacia el Reino.