La homosexualidad,
¿enfermedad o preferencia?
Fuente: evangelizadores.org
Autor: Pbro. Ernesto María Caro
Uno de los temas que más recorren la vida de nuestra
sociedad, sobre todo entre la juventud es el tema de la homosexualidad. Para
algunos, como un tema “tabú”, para otros como una cosa normal, y finalmente
para otros más, como una situación de repugnancia que debe ser satanizada. Por
ello me parece muy oportuno que nos detengamos un poco a revisar este tema a
fin de formarnos una opinión correcta de ello.
Lo primero que quisiera es distinguir entre el homosexualismo y lo que se
llama “amaneramiento”, pues son dos cosas distintas. El amaneramiento es una
situación de tipo externo (podríamos decir “estético”); es tomar ciertas
posturas y tener ciertos modales que pertenecen al sexo opuesto. Este tipo de
conducta es generada en la mayoría de los casos por una relación inadecuada
con los hermanos y una falta de vigilancia de los padres. Sucede generalmente
cuando en la familia hay varios hombres y sólo una mujer o viceversa. En estos
casos, el niño juegan con sus hermanitas y tiende incluso a vestirse como
ellas; a tener los mismos modales, etc. Está comprobado que muy pocos de esos
casos terminan en el homosexualismo. Es también común que en algunos hogares
en donde el padre siempre quiso tener un hombre y procreó solo mujeres, es muy
factible que a alguna de ellas la vista y le proponga continuamente los juegos
y actividades de los hombres. En este caso, por el contrario, se ha notado que
muchas de ellas terminan en el homosexualismo. Estas personas son las que
normalmente llamamos “Afeminados” o en las mujeres “machorras”.
Por otro lado tenemos lo que propiamente llamamos homosexualidad la cual
"designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción
sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste
formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico
permanece en gran medida inexplicado.". (CatIC 2357). Con estas palabras, el
Catecismo de la Iglesia Católica nos revela que la homosexualidad es en
realidad una enfermedad (grave desorden) que puede afectar al hombre o a la
mujer inclinándolos a buscar la complementariedad sexual (en todos los
sentidos) con una persona del mismo sexo.
Desde el punto de vista antropológico se considera una persona sana, a aquella
que siente una atracción sexual hacia personas del sexo opuesto. Esto está de
acuerdo con la historia de toda la humanidad, de la cual es testigo la misma
Sagrada Escritura, cuando dice que Dios creó al hombre y la mujer y les mandó
que formaran una sola carne (palabras que orientan a la persona a la unión
conyugal, particularmente en un sentido sexual). La conducta opuesta, ha sido
considerada siempre, a lo largo de los siglos como una deformación contraria a
la misma naturaleza que no entiende de un tercer sexo: o se es hombre o se es
mujer.
El problema en nuestro tiempo, es que mientras que en otros tiempos, esta
deformación en el comportamiento del hombre era rechazada (en el mejor de los
casos tolerada) por la sociedad, hoy en día no se ve como un problema o una
deformación, sino como una “preferencia sexual” y es aceptada en el orden
social. Con ello ha enmascarado el problema, que proviene de un trastorno
mental, mediante un “eufemismo”, que acarrea serias implicaciones para el
orden moral y social del hombre.
Más aún, esta tendencia sexual equivocada, se ha buscado justificar en los
términos del amor, el cual, ciertamente no conoce límites, pues, estamos
llamados a amarnos todos con un amor que complementa y enriquece. Sin embargo,
no debemos olvidar que el amor humano exige, cuando se trata de una pareja,
una expresión sexual, la cual se ordena a la procreación y a la
complementariedad. En la homosexualidad, no puede existir esta expresión del
amor, ya que ninguno de los fines pueden ser alcanzados por una pareja de
homosexuales ya que los órganos genitales, con los cuales se expresa esta
relación no son, como en el hombre y la mujer, complementarios y necesarios
unos de los otros, por lo que en dos personas del mismo genero, resulta en
depravación.
En este sentido el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que: Es por ello
que “"los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados (CDF, decl.
"Persona humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual
al don de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva y sexual
verdadera. Por lo que no pueden recibir aprobación en ningún caso.” (CatIC
2357).
Ahora bien, en cuanto al origen de esta enfermedad de características
psicológicas, no siempre se llega a saber exactamente sus causas. Sabemos, por
estudios realizados, que sólo del 2 al 4% de los homosexuales tienen un origen
específicamente genético que informa a una parte de la persona sobre
características propias de un sexo y otra sobre características del sexo
opuesto, creando un desbalance en la persona. Estos casos normalmente no son
tratables pues su origen es, somático.
Sin embargo, según afirman quienes han estudiado con detenimiento este
problema de la conducta, llegan a la conclusión de que efectivamente se trata
de una enfermedad que en la mayoría de los casos puede ser tratable y que se
pueden obtener en la mayoría resultados bastante aceptables, que permiten que
quienes la padecen puedan llevar una vida sexual de acuerdo a su sexo.
No podemos, pues, aceptar que la homosexualidad sea una PREFERENCIA SEXUAL,
como si se tratara de una ELECCIÓN, ya que los sexos no se escogen: somos
hombres o mujeres condición que esta radicada en lo más profundo de nuestro
SER.
Ahora bien, ya habiendo definido que la homosexualidad es una enfermedad de
orden Psicológico, la Iglesia reconoce que para quien la padece, ésta
representa, para la mayoría, una “auténtica prueba”. Por ello invita a sus
hijos y todos los hombres de buena voluntad a que acojan con respeto,
compasión y delicadeza, a quienes la padecen, evitando todo signo de
discriminación injusta” (cf. CatIC 2358).
Es, sin embargo, una obligación de nosotros como sociedad, y más aún para
quienes tienen amigos que padecen esta enfermedad, el ayudarlos a sanar;
aceptar sin más su estado, como algo normal y natural, es promover en ellos su
problema y apartarlos de una posible solución.
Más aún, expone al resto de la sociedad al contagio, pues está comprobado que
las personas que conviven con aquellas que padecen de trastornos psíquicos
como son la esquizofrenia, la paranoia, la psicosis, incluso los depresivos,
terminan también enfermas, y a veces de forma más aguda que las primeras.
La aceptación abierta de esta enfermedad, hace que la convivencia cotidiana
con personas homosexuales vaya predisponiendo, a quienes consideran esto como
una preferencia, a mal encaminar su afectividad y en una situación de quiebre
emocional (rompimiento con una relación heterosexual, quiebra económica,
muerte de un familiar, etc.), acepten participar de la experiencia sexual.
Hoy en día, con los avances de la ciencia, todos los hombres pueden encontrar
cura y solución, aunque sea parcial, a sus enfermedades. Sin embargo, para
ello, es necesario aceptar que se está enfermo. En este caso, se debe aceptar
que la homosexualidad no es una preferencia (soy hombre, pero prefiero ser
mujer), sino una enfermedad. Por ello la Iglesia invita a todos los que la
padecen a tratarse, a visitar a los expertos, para que con la ayuda de la
medicina, y en particular de la psicología y la psiquiatría, logren
restablecer el equilibrio psicológico y muchas veces hormonal que son la causa
de esta penosa enfermedad que priva de la felicidad verdadera a quienes la
padecen y a quienes conviven con ellos.
Sin embargo, mientras se curan, dado que el desorden es de tipo psico-sexual,
esta sexualidad, al igual que en todos los hombres y mujeres, debe ser
gobernada y puesta al servicio del amor, ya que de lo contrario terminará por
destruir la vida y la relación en toda la sociedad. En otras palabras, todos
los hombres y mujeres, sanos o enfermos, deben buscar vivir una vida de
castidad, dejando los actos sexuales ordenados a la procreación para el
matrimonio. En este sentido es que el catecismo nos dice que “estas personas
están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son
cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades que
pueden encontrar a causa de su condición” (CatIC 2358). Con estas palabras
reconoce la Iglesia que no es una situación fácil de superar y que requerirá
de mucho esfuerzo y sacrificio de parte de quien la padece si verdaderamente
quiere vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y realizar en su vida el
proyecto de vida que Dios ha diseñado para cada uno de nosotros.