¿Hay oraciones no escuchadas?
¿Es posible que
Jesús nos haya enseñado que si pedimos, conseguiremos, pero luego vemos que las
cosas suceden de una manera muy distinta?
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Hemos rezado, hemos suplicado, hemos invocado la ayuda de Dios. Por un
familiar, por un amigo, por la Iglesia, por el párroco, por los agonizantes,
por la patria, por los enemigos, por los pobres, por el mundo entero.
También hemos pedido por las propias necesidades: para vencer un pecado que
nos debilita, para limpiar el corazón de rencores profundos, para conseguir un
empleo, para descubrir cuál sea la Voluntad de Dios en nuestra vida.
Escuchamos o leemos casos muy hermosos de oraciones acogidas por Dios. Un
enfermo que se cura desde las súplicas de familiares y de amigos. Un pecador
que se convierte antes de morir gracias a las oraciones de santa Teresa del
Niño Jesús y de otras almas buenas. Una victoria “política” a favor de la vida
después de superar dificultades que parecían graníticas.
Pero otras veces, miles, millones de personas, sienten que sus peticiones no
fueron escuchadas. No consiguen que Dios detenga una ley inicua que permitirá
el aborto de miles de hijos. No logran que se supere una fuerte crisis ni que
encuentren trabajo tantas personas necesitadas. No llevan a un matrimonio en
conflicto a superar sus continuos choques. No alcanzan la salud de un hijo muy
querido que muere ante las lágrimas de sus padres, familiares y amigos.
En el Antiguo Testamento encontramos varios relatos de oraciones “no
escuchadas”. Uno nos presenta al pueblo de Israel antes de una batalla con los
filisteos. Tras una primera derrota militar, Israel no sabía qué hacer.
Decidieron traer al campamento el Arca de la Alianza. Los filisteos temieron,
pero optaron por trabar batalla, y derrotaron a los judíos. Incluso el Arca
fue capturada (cf. 1Sam 4,1-11).
Otro relato es el que nos presenta cómo el rey David suplica y ayuna por la
vida del niño que ha tenido tras su adulterio con Betsabé. El hijo, tras
varios días de enfermedad, muere, como si Dios no hubiera atendido las
oraciones del famoso rey de Israel (cf. 2Sam 12,15-23).
El Nuevo Testamento ofrece numerosos relatos de oraciones escuchadas. Cristo
actúa con el dedo de Dios, y con sus curaciones y milagros atestigua la
llegada del Mesías. Por eso, ante la pregunta de los enviados de Juan el
Bautista que desean saber si es o no es el que tenía que llegar, Jesús
responde: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no
halle escándalo en mí!” (Lc 7,22-23).
Pero también leemos cómo la oración en el Huerto de los Olivos, en la que el
Hijo pide al Padre que le libre del cáliz, parecería no haber sido escuchada (cf.
Lc 22,40-46). Jesús experimenta así, en su Humanidad santa, lo que significa
desear y pedir algo y no “conseguirlo”.
Entonces, ¿hay oraciones que no son escuchadas? ¿Es posible que Jesús nos haya
enseñado que si pedimos, conseguiremos (cf. Lc 11,1-13), pero luego vemos que
las cosas suceden de una manera muy distinta?
En la carta de Santiago encontramos una pista de respuesta: “Pedís y no
recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras
pasiones” (Sant 4,3). Esta respuesta, sin embargo, sirve para aquellas
peticiones que nacen no de deseos buenos, sino de la avaricia, de la
esclavitud de las pasiones. ¿Cómo puede escuchar Dios la oración de quien reza
para ganar la lotería para vivir holgadamente y con todos sus caprichos
satisfechos?
Pero hay muchos casos en los que pedimos cosas buenas. ¿Por qué una madre y un
padre que rezan para que el hijo deje la droga no perciben ningún cambio
aparente? ¿Por qué unos niños que rezan un día sí y otro también no logran que
sus padres se reconcilien, y tienen que llorar amargamente porque un día se
divorcian? ¿Por qué un político bueno y honesto reza por la paz para su patria
y ve un día que la conquistan los ejércitos de un tirano opresor?
Las situaciones de “no escucha” ante peticiones buenas son muchísimas. El
corazón puede sentir, entonces, una pena profunda, un desánimo intenso, ante
el silencio aparente de un Dios que no defiende a los inocentes ni da el
castigo adecuado a los culpables.
Hay momentos en los que preguntamos, como el salmista: “¿Se ha agotado para
siempre su amor? / ¿Se acabó la Palabra para todas las edades? / ¿Se habrá
olvidado Dios de ser clemente, / habrá cerrado de ira sus entrañas?” (Sal
77,9-11).
Sin embargo, el “silencio de Dios” que permite el avance aparente del mal en
el mundo, ha sido ya superado por la gran respuesta de la Pascua. Si es verdad
que Cristo pasó por la Cruz mientras su Padre guardaba silencio, también es
verdad que por su obediencia Cristo fue escuchado y ha vencido a la muerte, al
dolor, al mal, al pecado (cf. Heb 5,7-10).
Nos cuesta entrar en ese misterio de la oración “no escuchada”. Se trata de
confiar hasta el heroísmo, cuando el dolor penetra en lo más hondo del alma
porque vemos cómo el sufrimiento hiere nuestra vida o la vida de aquellos
seres que más amamos.
En esas ocasiones necesitamos recordar que no hay lágrimas perdidas para el
corazón del Padre que sabe lo que es mejor para cada uno de sus hijos. El
momento del “silencio de Dios” se convierte, desde la gracia de Cristo, en el
momento del sí del creyente que confía más allá de la prueba.
Entonces se produce un milagro quizá mayor que el de una curación muy deseada:
el del alma que acepta la Voluntad del Padre y que repite, como Jesús, las
palabras que decidieron la salvación del mundo: “no se haga mi voluntad, sino
la tuya” (Lc 22,42).