DOM PAUL DELATTE

HOMILÍAS SOBRE LA VIRGEN MARÍA

 

Introducción:
José I. González Villanueva, OSB

Traducción:
Pedro Ramírez Moreno

 

DOM PAUL DELATTE (1848-1937)

NOTA BIOGRÁFICA

El autor de estos apuntes de homilías sobre la Santísima ri Virgen es un monje francés prácticamente desconocido en España. Pero la fortuna de poder presentar a un público mucho más amplio esta gran figura supone una aspiración largamente acariciada. No se puede medir la valí de una persona o de un autor por su irradiación inmediata. No pretendemos exagerar su importancia en sí mismo ni su influencia. Nuestro objetivo es dar a conocer en pocas líneas a un autor que sin haber ejercido en la Iglesia la influencia del restaurador de la abadía de San Pedro de Solesmes, Dom Próspero Guéranger (1805-1875)1, del que fue su segundo sucesor, ocupa un lugar de primera magnitud en la obra de sustentación y consolidación de la naciente congregación benedictina llamada hoy de Solesmes.

El tercer abad de Solesmes desde la restauración del antiguo priorato dio pruebas de poseer desde su juventud las cualidades que después había de poner de manifiesto en un momento crucial para la supervivencia de la famosa abadía. Su inteligencia despierta y su prodigiosa memoria no brillarían tanto si no hubiesen estado acompañadas de una rectitud y fuerte voluntad para aplicarse a lo que concebía era su objetivo. No se ha de pensar por ello que fuera inflexible y hasta intransigente, cuando en realidad nada en su carácter predisponía a ello, siendo más bien su inclinación natural la simplicidad y espontaneidad.

El nombre recibido en su bautismo (1848), Olis-Henri, lo cambiaría al hacer su profesión monástica (1885) por el de Paul. Pero antes de dar este paso se había formado en el seminario de Cambrai, y, ordenado sacerdote (1872), dejaba una prometedora carrera eclesiástica como profesor de filosofía, y una discreta y sólida estela de almas consagradas como director espiritual.

El conocimiento de los monjes de Solesmes se fue estrechando por sus constantes visitas y días de retiro pasados en la abadía. En la primera de ellas tuvo la ocasión de conocer a Dom Guéranger poco antes de su muerte. De este encuentro con él salió perplejo, pues creía que le iba a entusiasmar la idea de hacerse monje para dedicarse al estudio de la teología. Tanto el propio Dom Guéranger como dom Couturier tuvieron que rectificar su primera aproximación al mundo monástico del que no habían captado bien su dedicación a la contemplación y a la alabanza divina. No se excluían los estudios, pero sólo como ocupación que no mermase en nada el fin primordial de la vida monástica. A pesar de esto, el tiempo demostraría su docilidad a la gracia y el empeño en transmitir la enseñanza recibida. Desde entonces encaminó a algunas de sus dirigidas a Santa Cecilia de Solesmes.

La relación cada vez más frecuente y estrecha con la abadesa de Santa Cecilia, Cécile Bruyére2, le abrió a su decisivo influjo que le hizo descubrir su propia vocación monástica. Un rápido ascenso desde su entrada en el noviciado a los 35 años le llevó a poner sus conocimientos al servicio de los jóvenes estudiantes de filosofía y teología, y sus muchas cualidades morales al servicio de la comunidad cuando fue nombrado prior (1888). Sólo dos años más tarde sería elegido abad (1890).

La situación política para los monjes no podía ser más desfavorable, teniendo que vivir fuera del monasterio, alojados en casas del pueblo. La observancia sufría una merma que amenazaba con hacerse irreparable, y algunos monjes se habían habituado a vivir en independencia. Su personalidad se impuso en su nueva función de prior por ser un hombre seguro en sus convicciones doctrinales y firme.

La cruz, casi siempre insoslayable, de quien se hace servidor de la verdad, acompañaría al nuevo prior a lo largo de su vida. A todas luces se vislumbraba como sucesor de dom Couturier. Por lo que algunos monjes, que no estaban dispuestos a cambiar su independencia por la obediencia, trataron en vano de socavar la confianza que tenían depositada en él tanto el abad de Solesmes como los otros dos abades de la congregación naciente.

No contentos con buscar un cambio de rumbo por este flanco, trataron de ganarse a la abadesa de Santa Cecilia. Ésta gozaba de toda la confianza del sucesor de dom Guéranger, pues él mismo le había confiado el porvenir de su obra. Fácilmente se explica la osadía de estos miembros de la comunidad, pues si lograban inclinar hacia su posición a la madre abadesa habían conseguido casi todo. En efecto, la autoridad moral de la primera abadesa no podía ser mayor, porque en Santa Cecilia antes que en Solesmes veía realizado dom Guéranger su ideal. Con las benedictinas se empezaba de nuevo una fundación sin los inconvenientes de tener que iniciarse en todo partiendo de cero, como en su caso, y además no le fue posible permanecer en el monasterio de modo ininterrumpido para llevarlo a cabo. Las necesidades materiales apremiantes le obligaban a buscar fuera los recursos necesarios para la subsistencia de los monjes. Al contrario, cuando funda Santa Cecilia de Solesmes se encontraba entonces en su madurez monástica, y además podía contar con la fidelidad extraordinaria de su discípula, que traducía en hechos sus orientaciones. Ciertamente en la abadesa aleteaba el espíritu de dom Guéranger.

Pero si bien estos monjes rebeldes abrigaban alguna esperanza de salirse con la suya, dado que también ellos habían sido ayudados y aconsejados por la madre abadesa, no tardaron en volverse en oscuros opositores en el mismo instante en que ésta hubo de corregirles sus desacatos a la autoridad del padre prior. No repararon en un posible hundimiento de toda la obra de dom Guéranger al intentar deponer a los que debían acabar de cimentarla y continuarla. Y ya que no pudieron evitar que los monjes le eligieran enseguida para ser el tercer abad de Solesmes (1890), volvieron a intentar destituirle en dos ocasiones más con procesos e influencias de eclesiásticos muy relevantes en Roma.

Tarea nada fácil, la de aunar todas las voluntades, la de entusiasmar a sus monjes con la vida contemplativa y la de asegurar las mejores condiciones para la misma. Hasta tal punto fueron celosos de su libertad él, como presidente de la Congregación de Solesmes y los abades de la misma, que se ha de ver como un gesto profético de protesta enérgica y silenciosa, contra las leyes injustas dictadas por el Gobierno, el exilio voluntario de la Congregación a Inglaterra, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Italia y España. A los monjes de todos esos monasterios tuvo que animar con su palabra y proponer el ideal de la contemplación con su enseñanza.

En su magisterio continuo a la comunidad no pretendía otra cosa que hacerse eco de la Escritura, a la que profesaba verdadera veneración, particularmente a través de los Evangelios y de S. Pablo. Con estas obras3 no sólo puede demostrarse que estaba dispuesto a no encerrarse en la simple erudición, sino, ante todo, perseguir el fruto de la contemplación que buscaba y el objetivo de todos sus esfuerzos: el conocimiento o amor a Cristo, como anuncia en la dedicatoria a los novicios. La Sagrada Escritura es también el hontanar profundo de la teología de sus manuales sobre la Santísima Trinidad4, al menos en el ámbito de su convicción profunda, aunque en la exposición predomine el sistema escolástico.

Las personas que le conocían, aunque fuese a través de sus escritos, se sentían confortadas por la seguridad que transmitían, la solidez de sus convicciones y la profundidad de sus reflexiones. Sin embargo, para los que no hemos sido contemporáneos suyos quedaría incompleta la apreciación de su personalidad solamente por su legado literario. Quien conoce sus comentarios a los Evangelios y a los escritos paulinos siente el deseo de penetrar en alguna medida en el interior del autor. La reciente publicación de una selección de sus cartas abre un panorama singular a una faceta de su personalidad más espontánea y viva. Las dirigidas a personas de confianza nos permiten sorprenderle muy humano en estas ocasiones.

Donde más claramente se manifiesta no ya sólo su espontaneidad, sino su deseo de ser sincero con Dios y de someterse a su voluntad, es en la correspondencia con la madre abadesa Cécile Bruyére. El compromiso de fidelidad a Dios le obligó a desandar, en muchas ocasiones, los pasos que pensaba dar para presentar su dimisión de abad. En dos ocasiones llegó a hacerlo formalmente y fue confirmado en su cargo. Sólo después de un largo abadiato, le fue aceptada la tercera presentación de dimisión (1920). En la primera, la madre abadesa de Santa Cecilia se vio obligada a intervenir y aprovechó todo el ascendente espiritual de que gozaba para recordarle la elección muy personal de Dios: «Le puedo atestiguar en conciencia, porque estoy segura, que todo lo que usted hiciese para retirarse del mandato que ha recibido con respecto a Solesmes y a la Congregación sería participar en el juego del demonio, y traería consigo la pérdida asegurada de la gracia en su alma, debido a que los grandes dones que ha recibido con motivo de esta misión cesarían con la misma. Dios se los ha dado sin arrepentirse, porque la misión encomendada es de por vida. No, usted no tiene derecho a sacudírsela, y cualquier motivo aunque aparente ser importante, por virtuoso que parezca, sería únicamente un engaño del padre de la mentira...» 5.

El otro punto de referencia, además de la Escritura y de la tradición de la Iglesia, era para él la tradición muy inmediata de dom Guéranger, del que se consideraba heredero. Se puede decir que le conocía bien, pues la documentada biografía que escribió en dos gruesos volúmenes le había ayudado a profundizar en sus escritos y correspondencia6. Su misión, como sucesor, consistió sobre todo en profundizar en la orientación contemplativa de la herencia que había recibido. Ciertamente ha quedado oculta para muchos la dedicación a la vida contemplativa que el mismo Dom Guéranger buscaba para sus monjes. En cambio, sus sucesores le habían conocido bien y no se habían quedado con la imagen coyuntural de un abad obligado por pura necesidad material a salir del monasterio con frecuencia. Con esta imagen desfigurada del restaurador, forzosamente parecía Dom Delatte un innovador. Pero, en realidad, su objetivo era continuar la opción básica de Dom Guéranger, transmitida por el contacto directo con él y con su sucesor, Dom Couturier7, reflejada en sus escritos, y plasmada en la obra que mejor encarnaba su espíritu, Santa Cecilia de Solesmes, cuyo testigo y ejecutora viviente era su fiel discípula, madre abadesa Cécile Bruyére.

Por otra parte, hay algo que forma parte del espíritu de Dom Delatte y que explica cómo no pudo traicionar a Dom Guéranger y a sus hijos. Para aquél, la originalidad tiene como exigencia básica, tanto si se trata de la doctrina de la Iglesia como de los valores monásticos contenidos en la tradición multisecular, no hacer tabla rasa del pasado. La verdad tiene sus propias leyes de preservación, que, indudablemente, pasan por la asimilación previa de su contenido. Sin una adhesión cordial y una penetración de su objeto no puede darse el nuevo paso de enriquecimiento y expansión de su caudal primigenio. No sólo no se negó a rectificar los proyectos intelectuales que pensaba realizar cuando fuese monje, sino que, para ajustarse a la finalidad contemplativa y dedicación a la alabanza divina de la vida monástica, logró además, por su apertura a la gracia, convertirse en apóstol de la verdad profundizada incesantemente en la oración y en el estudio, a la par que no ocultaba su desconfianza de la mera erudición.

Visto ya su enfoque vivencial de los estudios, no suscitará sospecha alguna en sus lectores el hecho de que diera tanta transcendencia a la función de la inteligencia en las relaciones con Dios. Solía reflexionar acerca de esta capacidad netamente humana, y exaltaba la inteligencia como instrumento indispensable del crecimiento sobrenatural. El acto creador de Dios, por el que dotaba al hombre de un alma espiritual capaz de conocerle, le movía siempre a reparar en su finalidad última e inmediata: entrar en diálogo con Él eternamente.

El hombre no debe reducir tan preciosa capacidad al conocimiento de lo temporal, pues tan importante es la función para la que ha sido creada la inteligencia, que antes de poner en peligro este fin es preferible ignorar todo lo demás. Al contrario, cuando se va conociendo a Dios más íntima y profundamente se corona dicha adquisición en celebración. El monje se consagra a la alabanza divina, porque ha sido llamado a proclamar con el don recibido que ésa es la verdadera vida: dedicarse al fin originario de la creación y de la existencia humana, la glorificación de Dios8.

Esto no ha de llevar al error de considerar que la espirituali dad delattiana es intelectualista. En las homilías aquí publicadas señala dónde reside el punto de contacto que más nos acerca a la naturaleza divina: "Sí, creo verdaderamente que Dios ama como nosotros, o, si preferís, que nuestro corazón está formado a imagen del suyo, y nosotros nos parecemos a Él más por esto que por la inteligencia o la voluntad pura» (cap. XI).

La contemplación en el marco de la vida monástica tiene sus propias exigencias que Dom Delatte no dudó en poner de relieve. En su comentario a la Regla de San Benito9 -al que se ha calificado como el más teológico de los publicados-, si en alguna ocasión descubre lo acertado de una interpretación del legado cisterciense, no duda en valorarla como tal. En su caso no obedece a una tendencia peregrina de su personalidad, sino más bien a su búsqueda imparcial de la verdad. No se debe olvidar que no habla como mero erudito encargado de justificar viejas tradiciones arrastradas como un lastre, aunque actualmente supusieran un peligro para la dedicación de los monjes a su función, sino que se sitúa en la posición de responsable de la formación de una comunidad y de una congregación, para las que debe discernir cuáles son los medios que contribuyen a ser fieles al carisma benedictino.

Dom Regnault ha ido sacando a la luz recientemente retiros espirituales y charlas de formación, entre las que hay que destacar Vivre á Dieu10. En su origen fueron una serie de conferencias dadas a los novicios y apuntaban tanto a los elementos específicos de la vocación monástica, como a los más generales de una formación espiritual cristiana. En la publicación para el gran público se ha seleccionado lo que tendría un interés más general y menos condicionado, tanto por su auditorio como por los muchos cambios habidos en la legislación canónica y en el lenguaje teológico y espiritual.

La irradiación de esta figura de la Orden benedictina no es fácil sopesarla, pero al menos la Congregación de Solesmes es un testimonio de la pervivencia de su influjo. El impulso contemplativo que dio a la Congregación, cuando ésta corría el riesgo de perderse por circunstancias coyunturales y por falsas interpretaciones del legado de dom Guéranger, sigue vivo todavía. Sus obras, oportunamente despojadas de elementos circunstanciales, siguen siendo guía segura de vida espiritual. La firmeza de su fe, por una parte, no es hoy tan corriente, y, por otra, la intuición de su espíritu, como se puede observar en estas homilías, nos sorprende con afirmaciones que no sospechábamos pudieran deducirse de la Sagrada Escritura. Son todos éstos motivos sobrados para tomar contacto con un autor que crea inquietud por conocerle mejor.

Fr. José Ignacio GONZÁLEz O.S.B.

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1 R. MOLINA, Dom Próspero Guéranger: Padre de monjes e iniciador del movimiento litúrgico, Ed. Monte Casino, Zamora, 1991.

2 Cécile Bruyére (1845-1909) escribió una obra célebre, traducida al español: La vida espiritual y la oración, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1959; en el prólogo de Cristina de Arteaga OSH se encuentra una amplia biografía de su autora.

3 L'Évangile de Notre Seigneur Jésus Christ (1921), Les Épitres de saint Paul (1923-27).

4 Theológia dogmatica. L De Deo uno secundum naturam- II. De Deo Trino secundum Personas. Solesmes, 1894-95 (Studium Solesmense). En Lille, siendo profesor, publicó su tesis (1882) en un latín elegante y con frecuente recurso al Pseudo Dionisio, De magisterio divino erga mentem humanam in ordine naturali.

5 P. DELATTE, Lettres, choisies et présentées par L. Regnault, Solesmes, 1991, p. 36-37.

6 [P. DELATTEJ, Dom Guéranger, abbé de Solesmes, par un moine bénédictin de la Congrégation de France, Paris 1909. Tuvo varias ediciones posteriores.

7 Dom Couturier en su lecho de muerte: «Nunca repetiré lo suficiente que venimos a la vida monástica para convertirnos. El mundo en que vivimos no nos comprende; se esfuerza en arrastrarnos a otro terreno, en empujarnos a figurar, en sumergirnos en un caudal de trabajos y ministerios externos... Cumpliendo con fidelidad estas recomendaciones últimas seremos verdaderos hijos del Santo Patriarca y de Dom Guéranger». A. SAVATON, Dom Paul Delatte, abbé de Solesmes, Paris, 1954, p. 130-31.

$ G. OÜRY, L'héritage de Saint Benoît Initiation aux auteurs spirituels de la tradition bénédictine, Solesmes,1988, p. 279-80.

9 Commentaire sur la Régle de saint Benoît (1913). La traducción española se ha publicado en la revista Nova et Vetera (Zamora) en números diversos, y en la misma editorial Monte Casino se prevé una edición aparte.

10 Retraite avec Dom Delatte (1961), Demeurez dans mon amour (1963), Contempler l'Invisible (1965), La vie monastique á 1'école de saint Benoft (1965), Vivre á Dieu: notes inédites sur la vie spirituelle, seleccionadas y presentadas por L. Regnault (1973).


 

PRÓLOGO

Cada año, al acercarse Navidad, la liturgia nos hace escuchar de nuevo el Evangelio de la Anunciación: «Missus est angelus, Gabriel..., el ángel Gabriel fue enviado...». Una antigua tradición quiere que este día, en cada monasterio benedictino, el Abad comente este Evangelio a sus monjes; se trata de la homilía del Missus est.

Esta costumbre nos ha proporcionado numerosos textos marianos, algunos, como los de san Bernardo, muy célebres. Restablecida en Solesmes por Dom Guéranger, esta tradición ha sido mantenida por sus sucesores. En el transcurso de su largo abadiato, de 1890 a 1921, Dom Delatte faltó raramente a ella. Constituía una alegría particular para sus hijos escuchar los fundamentos doctrinales del culto mariano, en el que su padre desahogaba su corazón con libertad y cordial ternura.

En el género oratorio nunca se ha exigido la terminología rigurosa de los tratados de teología; menos aún se le exigirá a estas notas que el autor no destinaba a la publicación, sino que ponía sobre el papel, a menudo reducidas a la forma esquemática de un simple esbozo, reservando a la improvisación el desarrollo y las precisiones necesarias. El auditorio, familiarizado con la doctrina de su Abad, entraba en su pensamiento, interpretaba las metáforas y atenuaba las paradojas que, por lo demás, no sobrepasaban en atrevimiento lo que han dicho la Liturgia, los Padres y los Místicos.

La doctrina mariana del Concilio Vaticano II, expuesta en el capítulo 8º de la Constitución Lumen Gentium, permite colocar estas homilías de Missus est en un contexto más amplio donde alcanzan todo su relieve. El tema fundamental es el mismo: el papel activo de la Virgen María en la historia de nuestra salvación. Hagamos notar, a título de ejemplo, dos pasajes paralelos: «Con razón piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres » (L.G. nº 56). « Permanece el hecho de que el alma de la Santísima Virgen era libre, libre su respuesta, libre su consentimiento, y que a la hora de la Anunciación el mundo increado y el mundo creado estaban suspendidos de sus labios» (12ª homilía).

El Concilio ha subrayado con insistencia cuánto «avanzó en su peregrinaje de fe" la Madre de Dios. La Virgen es un mundo aparte, escribía Dom Guéranger. Su vida de fe es un profundo misterio, que las fórmulas del Magisterio no describen más que de lejos. Teólogos y espirituales, con una audacia y una confianza de niños, han buscado escrutarla más de cerca. A este respecto, Dom Delatte no dudaba en reconocer en la Virgen de la Anunciación el conocimiento más o menos explícito de muchas verdades, como la divinidad de su Hijo y su misión de Servidor sufriente. Familiarizada como estaba con la palabra de Dios en el Antiguo Testamento e iluminada interiormente por el Espíritu Santo, María, estimaba él, estaba preparada para penetrar profundamente en este proyecto de salvación. Su papel activo en este misterio, ¿no presuponía tal conocimiento?

Por tanto, la reedición de estas notas de trabajo, sin retoques, sin aderezos, alcanzará su finalidad si continúa ayudando a algunos amigos del Evangelio a mirar a la Virgen, evocando en su corazón lo que san Pedro Crisólogo llama "el acontecimiento de los siglos".