VI

 

UNIÓN ENTRE LA VIRGEN Y EL SACERDOCIO

 

La vuelta de esta fiesta de «Missus est» nos avisa de que estamos a pocos días de Navidad, y de nuestro deber de devoción hacia la Virgen .

El Padre Faber escribe: «Si crees que algo no va bien, mira a qué nivel te encuentras en tu devoción a la Santísima Virgen.» Es la ley cristiana. No hay cristianismo donde la Virgen está ausente. El Señor ha venido a través de ella. Y es a través de ella como sigue viniendo. Yo no podría considerar cristiana una concepción religiosa y práctica en la que la Virgen no ocupara, después de Nuestro Señor Jesucristo, el mejor lugar. Un corazón que no diera a la Virgen el primer lugar entre todos los seres creados no estaría en comunión con el corazón de Nuestro Señor Jesucristo: no latiría al unísono con él.

Esta hipótesis no se cumplirá jamás en las almas que han sido conducidas hasta el Señor «tras ella» (Sal 45, 15b) y que deben vivir envueltas en su nombre, en su protección, en su manto color de cielo.

«En la Anunciación se solicitaba .»

Ved lo que ella significaba para Dios y lo que ella significaba para el mundo. Ha tenido al uno y al otro en suspenso. Y en el momento mismo en que se concede esta gracia, no veo a la Virgen otorgándose otro título:

«He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí...» (Lc 1,38).

La palabra de la humildad: la palabra de la obediencia:

-forma muy impersonal. Pero el hágase es único: es superior al de la creación. El hágase de la Eucaristía depende de él y es la extensión del primero.

Esta es la razón –permitidme que lo diga- por la que hay una unión estrecha entre la Virgen y el Sacerdocio. Nosotros le debemos nuestra Víctima. Nosotros, los sacerdotes, deberíamos decir a la Virgen: dame tu alma, tus manos, tu corazón y tus labios; yo te daré mi unción; y así diremos la misa juntos; el Señor se estremecerá de alegría.

 

El acto de obediencia: el fruto de este acto de obediencia fue Dios con nosotros. Y en ese mismo instante, otro acto tenía lugar: en medio de este santuario, se elevaba una voz:

«Porque está prescrito en el libro que cumpla tu voluntad. Dios mío, lo quiero, llevo tu ley en las entrañas (Sal 39, 8-9).

 

«MISSUS EST» 1894.