III

 

LA SANTÍSIMA VIRGEN

ALMA DE DESEOS

 

Cada año nos trae de nuevo [el memorial de la celebración de] los mismos misterios, aunque, sin embargo, son siempre nuevos.

Nuestra alma es cada vez más apta para penetrarlos: las luces de la eternidad los esclarecen más.

No son para nosotros simplemente un espectáculo, sino una lección.

Nos preguntamos por qué repetirlos siempre. Son un objeto de contemplación y constituyen una guía moral segurísima.

La Encarnación, que llena completamente este día, contiene para nosotros personalmente indicaciones eminentemente prácticas.

 

Anteriormente tuvimos tiempo y ocasión de subrayar que, para prepararla para la Encarnación, Dios había reservado a la Virgen una vida que la liturgia y la contemplación llenaban completamente. Allí fue donde se acabó la educación sobrenatural de María, donde se hizo el noviciado de la Encarnación.

Liturgia fría, liturgia pobre, cuando se la mira según la practicaban los judíos;

amplia, misteriosa y llena de Dios para la Santísima Virgen.

Esto es nuestra vida misma, y aunque nuestra alma permanece lejos de las incomparables disposiciones de la Santísima Virgen, debemos reconocer, para ser fieles a la verdad, que allí donde sólo había sombra nosotros poseemos la realidad.

 

Lo que fue para la Santísima Virgen la preparación a la Encarnación no es otra cosa que la preparación a la vida sobrenatural.

La Encarnación es un misterio eterno: «Cristo sigue viniendo».

Cuando el arcángel Gabriel se presentó a Daniel para explicarle la profecía, el lo llamó «Hombre de deseos» (Dn 10,11. Ver nota 1).

La Santísima Virgen: un alma de deseos.

Todas las aspiraciones de los antiguos justos se resumían en su plegaria .

Esto es lo que hizo avanzar el día de la Encarnación.

¿En qué sentido?

Ella rogaba mejor que Isaías: «Envía a aquél que tienes que enviar. Envía al cordero soberano de la tierra» (Is 16,1). No pedía para sí misma. Pedía para el mundo entero.

Alma llena de deseos, de aspiraciones.

Y Dios no podía negarse a unos deseos que Él mismo había inspirado.

 

Veo en esto, también -después de la contemplación- la lección práctica.

El deseo, la esperanza activa es el resorte de nuestra vida sobrenatural. Dios no puede ser desdeñado. Nosotros no podemos desinteresarnos de Él. Él no puede sernos indiferente.

Aun concediendo la mayor parte a las disposiciones providenciales, no por eso hemos de olvidar que debemos ser hombres de deseos. El peligro de nuestra vida es la somnolencia, la repetición cotidiana de los mismos deberes. Si no vemos la relación que existe entre cada uno de ellos y el advenimiento interior y progresivo del Señor en nosotros, o si nos persuadimos de que esto es cosa hecha, que ya estamos en la eternidad, que el programa de Dios se ha cumplido en nosotros... «Yo, hermanos, no pienso haber alcanzado todavía el premio. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús» (Flp 3,13).

El prosaísmo absoluto, la somnolencia,

los largos años de vida monástica con una cierta corrección, pero sin ardor por Dios y sin tendencia a la perfección de nuestra vida: éste es el peligro.

 

La ignorancia de sí, la época, su familia, su virginidad, la conciencia de las gracias recibidas: nada de esto basta para que la Santísima Virgen no se haga esta pregunta: «¿Es de mí de quien se trata?» El Ángel habla, y como la primera parte de su mensaje se podía interpretar todavía en un sentido menos elevado que la Encarnación, la Santísima Virgen duda: «Ella se preguntaba qué podía significar este saludo» (Luc 1,29). Es más adelante cuando el mensaje se aclara absolutamente.

¡La humildad es tan rara!

¡Cómo nos concierne esto a nosotros!

¡Qué importancia tenemos a nuestros propios ojos, incluso en lo referente a lo sobrenatural! Y nos persuadimos de que nuestra virtud está en proporción con esta mirada a nuestro interior: ¡de qué modo nos inflamos! Se trata de una falsificación del recogimiento. Solamente el yo sale ganando. Eso acaba convirtiéndose en una hipertrofia.

Una conciencia paralela,

La obstinación de esta mirada...

No alcanzaréis nunca la meta.

Ignoraos; no os miréis a vosotros mismos, mirad a Dios.

Practicad la obediencia.

Así se ganan las victorias de Dios.

Unidad de misterios: el Calvario, la Encarnación.

Actos exteriores y actos interiores de docilidad, de abandono, de adoración absoluta y total: «He aquí la esclava del Señor (Lc 1,38); Tú no deseas ni sacrificio ni oblación... [entonces yo dije: Heme aquí] (Sal 39,7; Hb 10,5-10).»: en el mismo momento...

¿No son exageradas las disciplinas sobrenaturales de hoy en día? El esfuerzo, tanta tensión, tanto despliegue de energía, todo esto me parece un tanto pelagiano* :

« Esto no depende ni de la voluntad ni de los esfuerzos,

sino de Dios, que usa de la misericordia» (Rm 9,16).

«¿Quién de vosotros podría, a fuerza de trabajos, añadir a su vida un solo codo?» (Lc 12,25).

Se puede llegar a la exasperación de la naturaleza.

a la fatiga o a vivir con los nervios en constante tensión.

La doctrina de la Iglesia sobre la gracia nos muestra que a Dios le basta con que los santos,

- sean hombres de oración,

- y sean completamente moldeables en sus manos.

Pidámoslo a Nuestra Madre,

y porque nuestra vida es un Adviento, dirijámosle la palabra de la Iglesia:

«Y después del destierro, muéstranos a Jesús,

fruto bendito de tu vientre .»

 

«MISSUS EST» 1891.