LA FILOSOFÍA EN ALEMANIA

 


Expresión de la tendencia general del Geist o Espíritu alemán son los sistemas de N. de Cusa y de Leibniz; ambos se esfuerzan por dar expresión conceptual precisa e incluso matemática a esta visión totalizante y dinámica de las realidades, que no se centra en la estructura de cada ente estáticamente considerada, sino precisamente en la comunidad vitalmente parental de todos, en los nexos dinámicos que median entre las realidades. Concreciones metodológicas de ello son la coincidentia oppositorum de Cusa, el cálculo infinitesimal y la monadología de Leibniz, la deducción trascendental de Kant y la dialéctica de Hegel y del materialismo decimonónico.

 

Por Luis Cencillo*


Si bien la Filosofía, en su esencia, trasciende el marco sociológico-cultural, no es menos cierto que su forma de expresarse, etc., resulta influida por él. En ese sentido la Filosofía alemana es inseparable del espíritu (Geist) alemán: su sentimiento cósmico, su tendencia a la hondura afectivamente sentida y lógicamente articulada, etc. Tal vez no hay otra filosofía nacional más fundida con el modo espontáneo de sentir y de concebir del propio pueblo del cual nace. Ciertamente hay en los intentos de caracterización de una «filosofía alemana» no pocas exageraciones, pero no lo es menos que con frecuencia se advierten rasgos que, exagerados, llevan a una tendencia al idealismo monista como modo de visión totalizante y dinámicamente orgánica de la Naturaleza y de la Vida (e incluso el pensamiento suizo participa de ellas: Paracelso, Rousseau, Pestalozzi, Jung, Portmann). Expresión de la tendencia general del Geist o Espíritu alemán son los sistemas de N. de Cusa y de Leibniz; ambos se esfuerzan por dar expresión conceptual precisa e incluso matemática a esta visión totalizante y dinámica de las realidades, que no se centra en la estructura de cada ente estáticamente considerada, sino precisamente en la comunidad vitalmente parental de todos, en los nexos dinámicos que median entre las realidades. Concreciones metodológicas de ello son la coincidentia oppositorum de Cusa, el cálculo infinitesimal y la monadología de Leibniz, la deducción trascendental de Kant y la dialéctica de Hegel y del materialismo decimonónico. El mismo racionalismo culmina en Alemania en los sistemas de Leibniz y de su discípulo Wolff, maestro a su vez de Martin Knutzen (1693-1751), que lo sería de Kant, los cuales presentan un carácter flexible y creador, al hacer, Wolff, objeto formal de su Ontología no el ente real, sino el posible. Todo ello fue la savia del romanticismo germánico, un movimiento de ideas y de actitudes afectivas que, como ningún otro, ha promovido a tema literario y cosmovisional la inestabilidad y perpetua mutación de lo vital, así como la universal simpatía de todo en todo. Jena y Weimar, los focos del pensamiento idealista y de la poesía respectivamente, se hallaban demasiado cercanos para no influirse mutuamente.
 
Algunos, como Windelband, por ejemplo, denominan filosofía alemana al conjunto de pensadores que va de Kant hasta las últimas repercusiones del hegelianismo. Si lo que así se quiere expresar es que por primera vez todos aquellos elementos ya anteriormente operantes son elevados a sistema rigurosamente trabado, se olvida indebidamente que Cusa y Leibniz, en dos periodos distintos, habían hecho otro tanto con el típico rigor germánico (Gründlichkeit). Mas la razón de esta denominación radica en otro plano: en el de las diferencias confesionales, desde el cual se pretende que todo lo influido de algún modo por el catolicismo romano no había sido genuinamente germano, ya que la Deutschentum, la pura germanidad, sólo habría comenzado a desarrollarse propiamente a partir de la Reforma. Incluso Leibniz resulta para esta mentalidad demasiado influido por la escolástica romana y por el esprit francés, para ser representante y creador de una filosofía típicamente germánica. Este modo de considerar debe ser rechazado. Al tratar, pues, de estudiar la filosofía alemana, hemos de disentir necesariamente de los casticistas germánicos, que excluyen el pensamiento medieval y barroco de la germanidad, que identifican con la actitud mental del periodo romántico, considerando incluso que toda filosofía digna de ser tenida en consideración, hasta nuestros días, ha de estar inspirada por el idealismo o seguir el método trascendental kantiano. Así se produce una curiosa inversión pangermanista: de un lado, se comienza restringiendo el ámbito de lo genuinamente alemán al del idealismo, y del otro se acaba considerando como filosofía genuina sólo aquellos sistemas que sigan el giro copernicano de Kant. Con lo cual se viene a afirmar tácitamente que toda filosofía no germánica o es un pródromo de la misma, o una degeneración, o un balbuceo que no llega al nivel de una filosofía rigurosa en su estricta cientificidad. Éste fue el ideal orientador de Kant, Hegel, la preocupación de Husserl con su Philosophie als strenge Wissenschaft (Tubinga, 1911) y el supuesto del que parten, como de una exigencia inconcusa, el Círculo de Viena y Frege, dando así origen al neopositivismo lógico. La visión histórica (breve síntesis que remite a los diversos autores mencionados) quiere evitar esa reducción.
 
Evolución histórica de la filosofía alemana
 
Edad Media
 
El primer pensador germánico de prestigio internacional gracias a su pertenencia al Imperio carolingio, es Rabano Mauro (784-856), abad de Fulda durante 20 años, fundador de la escuela del mismo nombre y obispo de Maguncia. Además de sus obras teológicas y exegéticas, produce dos obras filosóficas: De Universo y Grammatica, que viene a constituir una reflexión acerca de la estructura de la lengua y de la gramática latinas. En De Universo realiza un estudio general, etimológico, descriptivo y bíblico de todo cuanto constituye el mundo. Desde Dios, hasta el instrumental de los oficios. Comienza cada capítulo con la etimología, las más de las veces supuesta, como en San Isidoro, de los términos que expresan el concepto o realidad de que se trata; sigue una aclaración filosófica, unas veces profunda y otras trivial, y se extiende, finalmente, en aducir los pasajes bíblicos en que aparece el concepto, glosándolos místicamente. Los capítulos más interesantes para la filosofía son la Introducción, el I del libro IX, en que trata de las diversas acepciones del mundo, distinguiendo entre mundo historialiter o conjunto de todos los elementos reales en perpetuo movimiento, y allegorice como conjunto de las fuerzas del Mal; trata además del Tiempo, llegando a formular la cuestión del átomo de tiempo, así denominado por él; y el capítulo. I del libro XV, en que hace una amplia y bien documentada síntesis de toda la historia clásica de la filosofía, siguiendo la sucesión de las escuelas y esbozando las principales cuestiones características de cada una. Su concepto de filosofía, definido al comienzo del capítulo, combina las definiciones aristotélicas y la estoica sapiencial. Cándido de Fulda representa el primer intento de una prueba filosófica de la existencia de Dios. A la misma escuela pertenecerá Walafrido Strabón, historiador y cronista de altos vuelos.
 
En el siglo X se extiende por Occidente el movimiento de los dialécticos ambulantes, que difunden los conocimientos lógicos y pretenden encerrar los misterios de la realidad en las mallas de su lógica, haciendo de ésta la única fuente del saber. Contra ellos se pronuncian Fulberto de Chartres, su discípulo Berengario de Tours y Pedro Damiano, mientras que Lanfranco defiende el valor de la dialéctica lógica para la investigación teológica. En Alemania se oponen a los dialécticos Otloh von St. Emmeran (ca. 1010-1070) y Manegold von Lautenbach (m. 1103), que en su radicalismo llegaba a negar, contra la visión progresista de los autores de Chartres, la consistencia física del cosmos, que reducía a simple manifestación accidental de la libre acción de Dios, no sujeta a normas ningunas, ni lógicas ni tampoco físicas; lo cual es ya un precedente tanto del acosmismo como del voluntarismo bajomedieval.

En el siglo XII, época de florecimiento filosófico en Francia y en Inglaterra, no se producen en suelo germánico pensadores de talla, si prescindimos del historiador Otto von Freising. Durante la primera mitad del XIII el panorama del pensamiento alemán y germánico se enriquece con figuras como Hermann el Teutónico, traductor en Toledo del Comentario de Averroes a la Ética a Nicómaco, el flamenco Guillermo de Moerbeke (m. 1286), helenista, traductor directo del original de obras de influjo en la posteridad filosófica medieval como la Elementatio Theologica de Proclo, el Comentario del mismo al Timeo y el De sensu et sensibili de Alejandro de Afrodisia, y colaborador íntimo de Aquinas desde la actuación de éste en la corte pontificia, influyendo profundamente en el giro platónico del pensamiento de madurez de Santo Tomás. Y, sobre todo, con el primer gran filósofo sistemático alemán, Alberto de Bollstaedt (1193-1280), conocido como S. Alberto Magno, natural de Lauingen (Suabia), estudiante en París y en Padua -foco de saber científico natural-, profesor en París y en Colonia y obispo de Ratisbona. Sus obras comprenden 21 in folio en la edición de Lyon (1651) y 38 tomos en cuarto en la de Borgnet (París 1890-99) y contienen ya los clásicos tratados de Lógica, Física, Metafísica y Ética, Comentario a las Sentencias y Política, Comentarios a Aristóteles, ParvaNaturalia, De Animalibus, Comentario a De Divisione de Boecio, y De XV Problematibus (ed. Lovaina 1908) Summa Theologicae. San Alberto rechaza ya la prueba ontológica anselmiana y la composición hilemórfica del alma, contra los musulmanes y la escuela franciscana. Conoce la distinción entre cualidades primarias y secundarias y la caracterización de la mente como tabula rasa previamente a toda percepción sensible. En su Comentario a Aristóteles sigue fielmente a Ibn Siná y a Alfarabi y se opone a Averroes. Todavía se orienta en el sentido platónico-agustiniano de la iluminación gnoseológica, pero ya realiza la síntesis de la mente y de las potencias sensitivas en la única sustancia del alma. Con todo, no pasa San Alberto, en filosofía, de ser un autor de transición aun demasiado ecléctico, que reviste de expresiones del tecnicismo aristotélico un fondo de ideas aún platónico-agustiniano en lo esencial. Su indiscutible especialidad fue la observación y descripción sistemática de los seres y fenómenos naturales. Ulrico Engelberto de Estrasburgo, otro autor de transición en este mismo siglo, puede seguir a la vez a San Alberto y a los neoplatónicos. Sus obras se han publicado sólo parcialmente.

Mientras la lógica aristotélico-estoica imprime su huella y es frecuentada hasta sus últimas consecuencias en el área cultural francesa y anglosajona, es muy significativo que el pensamiento alemán y germánico permanezca fiel al neoplatonismo, originando una serie de autores que se van acercando al Renacimiento y que sirven de mediación a la dialéctica idealista de Hegel. Así, el maestro Eckhart, discípulo directo de Guillermo de Moerbeke, catalizador del neoplatonismo antiguo para proyectarlo hacia Cusa, Böhme y el idealismo. Dietrich von Freiberg (Theodoricus Teutonicus de Vriberg, 1250-ca.1310), conocido por sus obras cosmológicas, además de las filosóficas basadas en principios agustinianos, avicenianos y sobre toda proclianos: el Uno, la Mente, el Anima y el Cosmos, en continuo proceso de emanación y reversión. A pesar de ser dominico, sigue rara vez a Santo Tomás y se enfrenta de ordinario con los tomistas que citaremos a continuación. Su teoría matemática sobre el arco iris (De iride et radialibus expressionibus) es recogida por Descartes y le constituye en uno de los creadores de la óptica e iniciador de una teoría original de las emanaciones en forma ondulatoria que le emparientan con Grosseteste y otros científicos platonizantes de Oxford (cfr. De Luce, De Coloribus, etc.). Influye poderosamente en Eckhart, en Tauler y en los místicos alemanes del siglo XIV (cfr. su edición en Beiträge zur Geschichte der Philosophie und Theologie des Mittelalters, Münster 1914). Berthold von Mosburg, discípulo tal vez de Dietrich, escribe en la primera mitad del siglo XIV un Comentario a las Meteorologiká de Aristóteles y, en tres tomos, una Expositio in Elementationem Theologicam Procli (inédito Código Vaticano latino 2192).

Tomistas alemanes de corte clásico, Gerhard y Johannes von Sterngassen (Johannes Coloniensis), Nikolaus von Strassburg, autor de una Summa filosófica tomista (Código Vaticano latino 3091), Johannes Picardi von Lichtenberg, lector en 1307 del escolasticado dominico de Colonia y discípulo de Aquinas, conocido por sus XXXVI Quaestiones; Heinrich von Lübeck, Magister Konradus, Thomas von Strassburg y Siegbert von Beck.
 
Entre los promotores europeos del espíritu científico destaca Alberto de Sajonia o de Helmstaedt (1316-1390), obispo de Halberstadt y rector de las Universidades de París y de Viena, que con Nicolás de Oresme sostiene la hipótesis de la rotación de la Tierra como la más apta para «salvar los fenómenos». Sus teorías se difundirán por Alemania, Austria y Padua gracias a la docencia de otros dos alemanes: Marsilio de Inghen y Heinrich von Langenstein, y llegarán así a conocimiento de N. de Cusa y de Galileo. Estos dos últimos autores, juntamente con Heinrich Totting von Oyta y Heinrich Pape von Oyta, ambos maestros en Praga y el primero profesor en Viena, cuyas obras han sido intercambiadas alguna vez, y con Gabriel Biel, el «último escolástico», natural de Spira y profesor desde 1484 en la recién fundada Universidad de Tubinga hasta su muerte en 1495, constituyen el grupo alemán representativo del nominalismo. Lutero se formará filosóficamente en las obras de Biel y ello no dejará de influir en el concepto de fe y de la cognoscibilidad de Dios. Durante el siglo XV florece el tomismo en Colonia con Heinrich von Gorrichem (1386-1431), Johannes Versor (m. 1485), Gerhard von Heerenberg (m. 1480), Gerhard von Elten, Lambert von Heerenberg, Peter Schwarz (Petrus Niger de Bohemia); e incluso se forma una escuela que, sin distinguirse mucho de éstos, sin embargo se opone a ellos, los albertistas, a los que pertenecen Heimerich von Kampen (m. 1460), jefe de la escuela, Gerhard von Hardewyck (m. 1503) y su discípulo Arnold von Ludge (m. 1540).
 
El primer gran creador de filosofía sistemática y metódica en la historia del pensamiento alemán es Nikolaus von Chryffs, natural de Cües o Cusa en la vega del Mosela (Nicolás de Cusa,1401-64), que en su deseo de superar a la vez el nominalismo y la escolástica tomista y de hacer posible una auténtica metafísica profunda y madura, a la altura de las exigencias del tiempo, formaliza un método dialéctico partiendo de la intuición de base de que todos los contrarios se identifican en el infinito y sirviéndose del instrumento de las matemáticas. El otro pensador renacentista alemán, Agrippa von Nettesheim (1457-1535), en sus obras De oculta Philosophia (Colonia 1510) y De incertitudine et vanitate scientiarum (Colonia 1527), reasume todos los ataques escépticos contra la posibilidad del saber y de la ciencia racionales y se refugia en las intuiciones místicas de tipo pitagórico y en la práctica ocultista (su figura histórica inspiró a Goethe el Fausto).
 
Renacimiento

En el siglo XVI comentan a Aristóteles Johann von Nürtingen, albertista de Colonia, y Gregor Reisch, cartujo de Württenberg y autor de Margarita Philosophica (Friburgo 1503), enciclopedia muy frecuentada en los escolasticados.
 
Más porvenir iba a tener la especulación naturalista, típica del Renacimiento, de Johann Lintenholz (m. 1535) y Franz Titelmans (m. 1537), franciscano de Limburgo; a raíz de la Reforma comienza este tipo de especulación, influida por Eckhart, Cusa y la mística panteísta de Bruno y Campanella, a convertirse en suelo alemán en la espiritualidad de carácter más o menos teosófico de los cenáculos disidentes e independientes de la Iglesia oficial luterana, los llamados Schwärmer: Weigel, Schwenckfeld, Franck y, sobre todo, Jakob Bóhme (1575-1624), cuya obra principal se titula Aurora y constituye un precedente de Schelling, Baader, su discípulo, y Hegel; y Angelus Silesius (Johann Scheffeler, 1624-77). El mismo Lutero influye en el pensamiento filosófico con su tematización del ser personal humano como esencialmente dinámico y autorrealizador en una colaboración intersubjetiva responsablemente sustentada, precedente de la concepción que llega a predominar gracias al existencialismo, a partir de Kierkegaard.

Edad Moderna

A la escuela cartesiana pertenecen los jesuitas Josef Mangold y Josef Redlhamer y el cisterciense Johann Heinrich Wiber, autor de unos Principia philosophiae antiperipateticae (Ratisbona, 1707). Mas los grandes representantes del Racionalismo alemán ilustrado son Leibniz y su discípulo Christian Wolff (1679-1754), profesor en Halle, que funda su Ontología en la pura consideración esencial de los posibles, no de los entes reales, y que da entrada ya a la Economía en sus cursos de filosofía.Su escuela cuenta entre sus discípulos al genial Boskowick y a los alemanes Burkhäuser, Steinmeyer, Sagner, Weiss, Baumgarten, Bilfinger y Knutzen, maestro de Kant. La Ilustración alemana se halla representada por la llamada Popularphilosophie o difusión del deísmo anglofrancés, iniciada por el hamburgués Samuel Reimarus (1694-1768), Moses Mendelssohn, Johann Bern, Basedow, Nikolaus Tetens y sobre todo Gotthold Ephraim Lessing (1729-81), autor del Laokoon y de la Dramaturgia Hamburguesa, promotor de la Estética, de tendencia monista spinoziana que opinaba ser todas las religiones etapas de maduración de la Humanidad. Johann Gottfried Herder (1744-1803) y su grupo proyectan el ideal de la Ilustración sobre el siglo XIX, dotado de un nuevo sentido de lo histórico, lo contingente y afectivo, entroncando con el romanticismo. Con Kant se clausura la Ilustración y comienza la llamada DeutschePhilosophie. Su deducción trascendental trata de constituir una propedéutica para la Metafísica, mediante el estudio de la constitución del objeto en cuanto tal, lo cual suponía entonces un indudable avance. Fichte, Schelling y Hegel no harán sino proyectar sobre esta problemática la concepción y el método dialécticos, propios de la gran tradición alemana y heredados de la Alta Edad Media. El mismo año de la muerte de Schelling (1854), el Congreso de Científicos de Gotinga presenta al público un movimiento ya perfectamente definido y ascendente, que venía a barrer los últimos restos esclerotizados de idealismo: el materialismo científico, que no se limitaba a la ciencia, sino que pretendía convertirse en toda una concepción del universo. A la primera generación del mismo pertenecen Vogt, Moleschott y Büchner, a la segunda, Haeckel y Ostwald. Mientras que la joven izquierda hegeliana hacía desplegarse el materialismo dialéctico e histórico: Strauss, Ruge, Max Stirner, Bruno Bauer, Luis Feuerbach, Marx y Engels (cfr. Lówith, Von Hegel bis Nietzsche, Zurich 1941).
 
Edad Contemporánea
 
Un paso más allá del idealismo, en una dirección típicamente alemana de la filosofía, lo dan las filosofías de la vida, cuyo nexo con el idealismo es Arturo Schopenhauer, maestro de Nietzsche, el cual, filólogo y no filósofo integrado en una escuela determinada, introduce un nuevo tema, el de la vida como libertad, autocreación y fin absoluto, lo cual conducirá a la consideración facticista del ser, propia del existencialismo.
 
La inspiración hegeliana da lugar, en otra dirección, al historicismo de Ranke y de Droysen, del cual procede Wilhelm Dilthey, influido a su vez por Husserl, que busca una base transhistórica del acaecer de la vida. En este sentido trabajan también Georg Simmel, Rudolf Eucken (maestro de N. Hartmann) y Ernst Troeltsch. Para superar a la vez el materialismo positivista y el historismo relativista lanza en 1870 Otto Liebmann el slogan de “¡vuelta a Kant!”, programa que se concreta en la actividad de tres escuelas «neokantianas», la de Magburgo, con Hermann Cohen, C. Vorländer, Paul Natorp y Ernst Cassirer, la de Baden (en Heidelberg y en Friburgo) con Wilhelm Windelband, O. Külpe, Heinrich Rickert y Simmel, de esta segunda escuela procede la tercera o de los Valores, al haber ampliado los estrechos marcos formales de la de Magburgo y descubierto el valor gnoseológico de las normatividades objetivas, distinguiendo además entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu o de la cultura; estos descubrimientos, incidiendo sobre las especulaciones de Lotze (1817-81) y de Meinong (1853-1920), dan lugar a la filosofía de los valores.
 
El influjo de Kant conduce a Mach y a Avenarius al callejón sin salida del fenomenismo y del empiriocriticismo; y más allá, rompe este estrecho cerco la pura intuición de esencia de Edmund Husserl con su escuela fenomenológica (en su doble etapa de Gotinga, con Stein, Reiner, Conrad-Martius y von Hildebrand, y de Friburgo, con Fink y Merleau-Ponty) y cuyo discípulo Martin Heidegger de este último periodo, supera ya con su primera obra Sein und Zeit, 1927 (Ser y Tiempo), México 1962, las posiciones y el método de la escuela, y contribuye a profundizar en la concepción del ser gracias a su concepto de diferencia ontológica (1949). Karl Jaspers se sirve también del método fenomenológico del primer Husserl para analizar el existir humano de un modo más profundo y religado a lo trascendente.
 
En la actualidad, tras este último esfuerzo creador, ha decaído la creatividad filosófica: historiografía y estructuralismo puro parecen dominar el campo de la investigación, y es en la esfera de la Teología, católica y protestante, donde al calor de las experiencias humanas y en el esfuerzo límite de la reflexión por comprender el sentido del hombre y de la vida, se está realizando el esfuerzo creador de una Antropología filosófica y cultural en el sentido del personalismo: Friedrich Gogarten, promotor con Karl Barth y con Thurneysen de la Teología dialéctica, el mismo Barth, Martin Buber (1878-1965), teólogo y místico israelita y filósofo personalista (cfr. Yo y tú, 1956, El principio dialógico, 1954, y Encuentro, 1961), Karl Rahner, Paul Tillich, Gerhard Ebeling, Edmund Thielicke y los miembros de la escuela escandinava.  
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*En Gran Enciclopedia Rialp (GER), tomo 1, pp. 590-594