Autor: Instituto Sacerdos
Fuente: Instituto Sacerdos
 

33. El seminario menor y el curso propedéutico

 

PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO

- Formadores

¿Tienen en su diócesis o instituto el curso propedéutico? ¿cómo lo han organizado y qué resultados ha dado?

- Otros sacerdotes
¿Hay en su diócesis seminario menor? ¿qué experiencia tienen? ¿Qué otras formas de acompañamiento vocacional están funcionando en su diócesis?

- Seminaristas
Comparte tus experiencias sobre el valor formativo del periodo propedéutico y, si fue parte de tu experiencia vocacional, del seminario menor.

- Otros participantes
¿Qué opinan de que un adolescente de 13 ó 14 años ingrese a un seminario menor? ¿apoyarían a un hijo si quisiera hacerlo? ¿por qué?

 

33. El seminario menor y el curso propedéutico


El seminario menor


La respuesta a la vocación divina tiene que ser consciente y libre. Se requiere por tanto un suficiente grado de madurez. Eso no significa, sin embargo, que Dios tenga que quedarse callado hasta el momento en que los hombres consideramos que es oportuno que hable. Es un hecho que hay adolescentes, y aun niños, que oyen la voz de Dios. Samuel era un niño. Además «en aquel tiempo era rara la palabra de Yahvéh». Cuando el pequeño despertó en la noche a Elí, el anciano sacerdote sólo tenía claro que él no lo había llamado; y le mandó acostarse de nuevo. Pero a la tercera, «comprendió Elí que era Yahvéh quien llamaba al niño». «Sus ojos iban debilitándose y ya no podía ver», pero oía muy bien la voz del Señor, y supo invitar a aquel niño a decirle: «habla, Yahvéh, que tu siervo escucha» (cf. 1 S 1-9).

Es evidente que un niño o un adolescente no puede aún comprender todo lo que significa e implica la entrega a Dios y a los demás en el sacerdocio. La planta de la vocación no madura antes de tiempo. Pero eso no quita que el Sembrador pueda plantar la semilla en esa tierra virgen, y que pida a los obreros de la mies que la cultiven y protejan. Por eso la Iglesia ha pedido que se mantengan, más aún, que se establezcan seminarios menores y centros afines, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación (OT 3; RFIS 11-18; CIC 234).
Efectivamente, cuando un muchacho manifiesta algún interés vocacional, no se puede sin más ignorar el hecho o tacharlo a ciegas de fenómeno infantil. Habrá que ver en cada caso. A veces convendrá quizá dejar que pase algún tiempo; otras, será oportuno seguir de cerca esas primeras inquietudes a través de la orientación personal de algún sacerdote o con la ayuda de grupos de animación cristiana...; otras lo más conveniente será acoger ese germen en un clima especialmente apto para su cultivo.

El seminario menor debe ser ante todo eso, un clima de cultivo. Un ambiente sano, adecuado a la edad y desarrollo del muchacho. Una atmósfera que favorezca el desarrollo de su personalidad humana y cristiana, y haga posible que la semilla inicial vaya echando raíces.

Una de las finalidades primordiales de esta etapa formativa habrá de ser precisamente el discernimiento de la vocación de los alumnos. Ellos irán viendo, conforme van madurando integralmente, si de verdad es ése su camino. Los formadores podrán conocer a fondo a cada uno para ver si son realmente idóneos y comprender si se puede pensar en una auténtica llamada divina al sacerdocio.

Para que ese discernimiento sea objetivo es decisivo que los chicos se sientan siempre en completa libertad de cara a su decisión. Libertad ante los formadores, ante los compañeros, ante sus familias, y ante ellos mismos. Nada debe saber a presión o condicionamiento a favor de la vocación. Pero tampoco debe haber condicionamientos en contra de ella, pues coartarían igualmente su libre albedrío. Es algo que olvidan a veces algunos familiares y conocidos, e incluso quizás sacerdotes, que presionan a los chicos, en nombre de su libertad, para que cambien de camino. Sólo si se evitan las influencias opresivas, de cualquier lado y signo, podrá el alumno responder libre y responsablemente a lo que vea ser la voluntad de Dios.

Por otra parte, el período del seminario menor puede contribuir maravillosamente a la preparación del posible futuro sacerdote. En primer lugar en su vida espiritual. Si desde niño se le enseña a ver todo con los ojos de la fe, el día de mañana será más fácil que madure su espíritu sobrenatural y llegue a ser un verdadero maestro de la fe para sus hermanos. Hay que enseñarle a dar los primeros pasos en el camino de la verdadera oración personal e íntima con Dios. A esa edad conviene dirigirles la meditación a modo de charlas vivaces y concretas, en las que se pueden ir intercalando momentos de diálogo con Dios en voz alta por parte del formador y algunos ratos de reflexión personal.

La espiritualidad del niño puede muy bien cuajar en torno a la relación sencilla con Cristo Amigo y el sentido de filiación confiada respecto a Dios Padre y a María. Esa amistad y ese amor de hijo serán los mejores motivos para que el adolescente se esfuerce sinceramente por ser cada día mejor y vivir siempre en estado de gracia.

La formación en el seminario menor puede ser decisiva para que el adolescente, en el despertar de sus tendencias afectivas y sexuales, entienda y aprecie hondamente el sentido de la castidad como encauzamiento de las pasiones. Será el inicio de una equilibrada maduración afectiva.

Está también luchando por afirmar su propio yo, y tiende sin saberlo a contraponerlo a los demás, especialmente a quienes representan la autoridad. Es un momento privilegiado para que se le ayude a captar el verdadero sentido de su realización personal y el papel de la autoridad como un servicio necesario, que le ayudará a lograr una genuina autorrealización. Momento importante también para que asimile el valor de la sinceridad como el mejor modo de ser él mismo ante sí y ante los demás.

La formación académica debe tener también en cuenta la situación peculiar de los alumnos. Por una parte es preciso que realicen los estudios oficiales del propio país y que éstos sean reconocidos por las autoridades civiles. Además de constituir la base cultural normal para toda otra preparación posterior, permiten que el muchacho se sienta siempre en plena libertad de optar por otro camino sin perjuicio de su futuro profesional. Por otra parte, habría que ir completando los programas escolares con aquellos elementos que son más propios de la carrera sacerdotal pero que de cualquier modo constituirán siempre una riqueza cultural. Hay que pensar, desde luego, en el aprendizaje de la doctrina cristiana básica; pero también será muy útil la iniciación al conocimiento del latín, el estudio de la historia y el arte, la introducción en el campo de la comunicación oral y escrita... Bien aprovechados, los años del seminario menor pueden ser una valiosa inversión al futuro.

Algo similar hay que decir de la iniciación al apostolado. El alumno del seminario menor, además de llevar quizás en su interior el germen de la llamada divina al sacerdocio, es un cristiano bautizado, y como tal llamado a la santidad y al apostolado. Ya desde esa edad pueden ir caldeando su corazón apostólico y participar en apostolados adecuados a él, como catequesis de niños, animación de grupos infantiles, etc.

En todo esto los formadores tienen que recordar siempre que esos niños o adolescentes son seres humanos libres, pero que no ha madurado todavía en ellos el sentido de la libertad en la responsabilidad. Es preciso, por tanto, educarlos no sólo en libertad, sino también y sobre todo, para la libertad. Esta educación requiere unos cauces que guíen al muchacho, todavía incapaz de conducirse él solo con plena y responsable autonomía: un horario completo y claro, una normativa sencilla pero precisa. Seguramente, sobre todo al inicio, se ajustará a todo ello como las ruedas de un tren a la vía, sin saber por qué ni para qué. No importa. Si se les ayuda a vivir ciertas realidades cuyo valor no comprenden todavía, y al mismo tiempo se les explica con paciencia su por qué, lo irán interiorizando poco a poco hasta hacerlo parte de su bagaje interior y de su libre comportamiento.

A medida que el joven va creciendo y madurando, ese cauce debe ir abriendo mayores espacios a la gestión personal. Serán otros tantos retos a su capacidad de administrar su tiempo y su vida de acuerdo con los valores y principios que ha ido interiorizando. Los formadores deberán estar atentos en este proceso para ayudarle a corregirse cuando tienda a desviarse. Será también ésta una ayuda a la correcta maduración de su libertad.

La edad en que se encuentran los alumnos pide que se les ayude a estar en continua actividad. Hay que dar mucho espacio al deporte y al juego, a la participación activa en las clases y actividades generales, a los concursos y competiciones, etc. Conviene que los formadores les acompañen en todo momento. Es el mejor modo de conocerles, ayudarles en sus necesidades prácticas, estimularles, ganarse su confianza y mostrarse de verdad siempre accesibles. Deben procurar también que reine siempre un clima de alegría, compañerismo y caridad cristiana. Los muchachos deben sentirse siempre en familia.

Por otra parte, es preciso que sigan también en contacto con su propia familia. Es un elemento importante para su maduración personal. Deben convivir con los suyos en algunas ocasiones, de modo que puedan experimentar su cariño y su influjo educativo. La determinación del número y duración de esas ocasiones habrá de basarse en un juicio prudente que considere tanto esa necesidad de convivencia familiar como la de lograr los diversos objetivos de la formación de los jóvenes. A lo largo del curso conviene fomentar en ellos el amor, el agradecimiento, la ternura hacia sus familiares. Enseñarles a comunicarse con ellos epistolarmente si viven lejos, a rezar por ellos. Finalmente, resulta muy interesante lograr que las familias de los alumnos se identifiquen con el seminario. Que visiten a sus hijos y participen en algunas fiestas del centro, que conozcan y entiendan la formación que reciben, que aprecien y apoyen su posible vocación sacerdotal...

Si las circunstancias de una diócesis aconsejan establecer o mantener un seminario menor, quizás estas reflexiones podrían dar alguna pauta útil. En el fondo se trata de adaptar lo propio de la formación sacerdotal a la edad de los alumnos y a la índole particular de ese tipo de centros vocacionales. Como se decía arriba, hay experiencias diversas, muy válidas también, para cultivar el posible germen vocacional de un niño. Lo importante es que no se dejen morir, abandonadas, las semillas que Dios vaya sembrando.


El curso propedéutico

Si es un hecho que Dios puede llamar cuando quiera, también es cierto que actualmente la mayoría de los que ingresan al seminario vienen ya al final del bachillerato, durante sus estudios universitarios o incluso después de haberlos terminado.

Ahora bien, la preparación al sacerdocio no puede ser reducida a una carrera académica. Hemos insistido a lo largo del curso en la singularidad de la identidad y la misión del sacerdote, y se ha hablado de la formación como transformación en Cristo sacerdote. No basta, pues, que los seminaristas asistan a unos cursos de filosofía y teología más o menos densos y completos. Se requiere, sobre todo, la atención al campo de formación que contemplábamos al hablar del área de formación espiritual.

Todo el período de formación, y después la vida sacerdotal, deben tener en cuenta esta prioridad. Un primer elemento necesario, por no decir indispensable, es que el seminarista cuente con una buena base espiritual. Algunos ingresan al seminario poseyendo ya esta base, pero no siempre es así. Entonces se plantea la pregunta de cómo lograrla. Durante los años de la preparación filosófico-teológica el estudio llena casi completamente el tiempo disponible. Por eso normalmente no resulta fácil compaginar las preocupaciones académicas con la atención y las actividades orientadas a esta iniciación en la vida espiritual. De aquí que sean cada vez más los seminarios que han instituido un período introductorio o curso propedéutico (OT 14, RFIS 42).

Un curso destinado, en primer lugar, al discernimiento vocacional del que hablábamos al inicio de este capítulo. Por una parte el interesado puede dedicarse, al inicio mismo de su camino vocacional, a reflexionar seria y serenamente sobre la existencia de la llamada divina. Podrá estudiar lo que es e implica el sacerdocio católico, analizar sus cualidades y defectos personales, y ponerse a la escucha atenta del Espíritu Santo. Los formadores están ahí para ayudarle en ello y para ir a su vez conociendo profundamente al candidato, de modo que puedan también hacer, cuanto antes, una labor de discernimiento claro y fundado.

Por otra parte, el curso propedéutico facilitaría la necesaria adaptación del joven a la nueva mentalidad y estilo de vida que supone la vocación sacerdotal. Basta un mínimo de experiencia para constatar que los jóvenes que entran al seminario suelen venir con muy buenas disposiciones pero que no siempre están preparados para iniciar directamente la vida de seminario. Sus hábitos, sus costumbres, su modo de ver las cosas suelen distar mucho de lo que configura a una persona llamada a ser ante el mundo otro Cristo. No es raro que al inicio se encuentren "desubicados". Si no se les ayuda desde el primer momento se corre el riesgo de que se pasen la vida ubicándose.

Uno de los principales frutos del curso propedéutico debería ser la creación de esa plataforma espiritual sólida que mencionábamos hace un momento, y que garantizará una auténtica maduración interior a lo largo de toda la formación. Por tanto la principal ocupación de los alumnos del curso deberá ser el cultivo espiritual. Es el momento de la iniciación a la oración personal, quizás con meditaciones dirigidas al inicio. Es el momento también para comenzar a trabajar sistemáticamente en el cultivo de las virtudes sacerdotales. Es el momento de afianzar el propio corazón en el amor de Cristo (y quizás para algunos, el momento de descubrirlo).

Para eso, el ambiente del curso debe favorecer de modo especial la oración, el silencio, la dedicación a las cosas de Dios y a la reflexión personal. El programa podría contemplar charlas de espiritualidad, clases sobre la estructura fundamental de la doctrina católica (que posiblemente muchos conocerán insuficientemente), introducciones a la Escritura y lectura personal frecuente de la misma, explicación y estudio de los documentos del Vaticano II y de algunos documentos fundamentales del Magisterio... Podrían asimismo dedicarse algunos momentos a la iniciación a la lengua latina e incluso a una introducción a la filosofía.
En algunos lugares este curso introductorio abarca un año completo. Y no sobra tiempo. Si esto no fuera posible, se pueden dedicar a ello algunos meses, por ejemplo en el verano que antecede al primer curso de filosofía. La experiencia dice que, bien planteada y organizada, esta etapa introductoria nunca es tiempo perdido.


LECTURAS RECOMENDADAS

DEL PLAN DE FORMACIÓN SACERDOTAL
Conferencia Episcopal Española (1996)

Etapa preparatoria


184. «La finalidad y la forma educativa específica del Seminario Mayor exige que los
llamados al sacerdocio entren en él con alguna preparación previa»382. Esta preparación
exige un período de tiempo adecuado, al comienzo de la formación. En este tiempo los
aspirantes se dedicarán con una reflexión más profunda y una oración más intensa a una
deliberación detenida y madura acerca de la opción por el sacerdocio y a una preparación
doctrinal inmediata (Curso Introductorio o propedéutico)383.

185. Son objetivos fundamentales de la etapa preparatoria: clarificar y consolidar la
opción vocacional y complementar la preparación del aspirante en cualquiera de los
aspectos en que aparezca insuficiente. Merecen especial atención las deficiencias respecto
del conocimiento de la doctrina de la fe, de la formación en la oración y en la vida cristiana384
así como en el conocimiento de la Iglesia y de la vivencia eclesial.

186. Esta etapa preparatoria puede tener distinta duración y diversas orientaciones
pedagógicas para los alumnos procedentes del Seminario Menor, para los jóvenes
procedentes de otras comunidades o centros educativos y para los adultos que desean
incorporarse al Seminario a una edad más avanzada. «Es útil que haya un período de
preparación humana, cristiana, intelectual y espiritual para los candidatos al Seminario
Mayor»385.

187. En cuanto a los que proceden del Seminario Menor se intentará que el período
introductorio sirva sobre todo para la maduración personal, la integración en la nueva
comunidad y la consolidación vocacional.

188. Los jóvenes que no provienen del Seminario Menor presentan situaciones muy
diversas. El período preparatorio ha de significar para ellos, junto a la formación doctrinal y
espiritual y la profundización vocacional, una atención muy personalizada y una ocasión de
iniciación a la vida comunitaria.

189. El lugar apropiado del curso académico de «Introducción al Misterio de Cristo y a
la Historia de la Salvación» es este período propedéutico. Así, cumple su objetivo de
mostrar, por un lado, el servicio a la fe y al ministerio pastoral de los estudios eclesiásticos y,
por otro, la visión coherente y sistemática de los mismos. El estudio del Catecismo de la
Iglesia Católica puede servir adecuadamente a este cometido386.


COMISIÓN EPISCOPAL DE SEMINARIOS Y UNIVERSIDADES
«HABLA, SEÑOR»
VALOR ACTUAL DEL SEMINARIO MENOR
(Madrid, 1998)


INTRODUCCIÓN
El Seminario Menor es una institución que ha dado muchos frutos
en la Iglesia a lo largo de su historia. Creemos que hoy y en el futuro
puede seguir cumpliendo la misma función. Estamos convencidos de
que Dios sigue llamando también a niños y adolescentes, a quienes ha
elegido «desde el seno materno» para colaborar en su proyecto de salvación,
como se manifiesta en el profeta Jeremías (Jer 1,5) o en Juan
Bautista (Lc 1,15). Pero normalmente Dios se sirve de mediaciones
personales e institucionales que ayudan a escuchar, interpretar y seguir
con libertad su voz. Tal es el caso de EH en relación con Samuel. «Comprendió
Elí que era el Señor quien llamaba al niño y dijo a Samuel:
Vete y acuéstate y si te llaman dirás: Habla Señor; que tu siervo
escucha» (1 Sam 3, 9). El Seminario es la institución eclesial específica
que ejerce esa misión mediadora en orden a la vocación sacerdotal.
Deseamos con estas reflexiones reafirmar la importancia de cui- 3188
dar la pastoral vocacional también en la infancia y la adolescencia y,
a la vez, resaltar el valor del Seminario Menor en la actualidad. No
pretendemos presentar aquí el contenido y la razón de ser de la vocación
sacerdotal ni los diversos aspectos de la pastoral vocacional,
temas que tratan otros documentos1. Tampoco abordamos directa-
mente los objetivos educativos ni la pedagogía a desarrollar en el Seminario
Menor, aspectos que estudia el «Plan de formación para los
Seminarios Menores». Contando con esos presupuestos, queremos
apoyar la institución del Seminario Menor, cuya existencia entre nosotros
está pasando por especiales dificultades.

Ponemos estas preocupaciones y sugerencias a disposición de los
hermanos Obispos, de quienes dependen directamente los Seminarios
Menores. Deseamos compartirlas con los sacerdotes, que, por su
cercanía de relación pastoral con niños y adolescentes y sus familias,
tienen en sus manos la llave de los Seminarios Menores. Con los catequistas
y los educadores cristianos, que tan cerca están del alma de
los niños, ese santuario donde Dios habla. Con los padres, que son
los primeros responsables de la educación cristiana de sus hijos. Y
con los formadores de los Seminarios Menores, que día a día van
acompañando entre gozos y trabajos, esperanzas y nuevos proyectos,
el crecimiento de la fe y el discernimiento vocacional de los aspirantes
al sacerdocio.

1. SITUACiÓN DE LOS SEMINARIOS MENORES
«En aquel tiempo era rara la palabra del Señor y no eran corrientes
las visiones» (1 Sam 3, 1).

El profeta Samuel surgió en un momento de sequía de profetas en
Israel. Pero los planes de Dios se cumplieron a través de la generosidad
de Elcaná y Ana, los padres de Samuel, que ofrecieron al niño
para el servicio de Dios y lo dejaron en el santuario de Silo al cuidado
y educación del sacerdote Elí. En aquel ambiente Samuel, guiado
por su maestro, aprendió a discernir la voz de Dios e «iba creciendo
y el Señor estaba con él y no dejó caer en tierra ninguna de sus
palabras)) (1 Sam 3, 19), llegando a ser amado de Dios y profeta del
Señor que ungió a los príncipes de su pueblo (d. Ecco 46, 13).

1. Los Seminarios Menores en la Historia de la Iglesia

Buscando también un ambiente adecuado, la Iglesia desde muy
antiguo instituyó escuelas de niños y jóvenes que se preparasen para
clérigos. Ya el Concilio de Nicea (325) daba normas para ello y la escuela
de San Agustín en Hipona aportó una rica experiencia. En España
adquirieron estas escuelas una gran solera y tradición, a partir
de la época visigoda. Sobre todo el IV Concilio de Toledo (633) y San
Isidoro prescribirán la organización y el sistema pedagógico de estas
escuelas de preparación de clérigos. Esta experiencia, así como los
Colegios universitarios para jóvenes fundados por San Juan de Avila,
influirán decisivamente en el Decreto de Trento «sobre los Seminarios
» (1563).
Posteriormente, en las Diócesis españolas, a medida que se esta-
blecieron los Seminarios Mayores, se fueron creando los Seminarios
menores, como preparación para el Mayor, acogiendo y ordenando
las Escuelas de Gramática y Latinidad que existían vinculadas a las catedrales.
A modo de extensión del Seminario Menor, en el siglo pasado
y comienzos del presente existieron también las «Preceptorías»
de Latín y Humanidades en distintas poblaciones de las Diócesis a fin
de facilitar a los niños y jóvenes preparación para acceder al Seminario
Mayor.

2. Valoración del Seminario Menor en el Magisterio actual de
la Iglesia

En nuestro tiempo el Concilio Vaticano 11, a la vez que indica las lí-
neas de renovación por donde han de caminar los Seminarios Menores,
afirma su validez: «Los Seminarios Menores están erigidos para
cultivar los gérmenes de vocación; en ellos, mediante una
formación religiosa apropiada, sobre todo con una dirección espiritual
adecuada, los alumnos han de prepararse para seguir a
Cristo Redentor con espíritu generoso y corazón puro¡¡3.
Y según el Código de Derecho Canónico, son no sólo válidos, sino
convenientes: «Consérvense donde existen y foméntense los Semina-
rios Menores y otras instituciones semejantes, en los que, con el fin
de promover vocaciones, se dé una peculiar formación religiosa, junto
con la enseñanza humanística y científica; e, incluso es conveniente
que el Obispo diocesano, donde lo considere oportuno, provea a la
erección de un Seminario Menor o de una institución semejante»4.

La Exhortación Apostólica postsinodal «Pastores dabo vobis» valora
en gran manera el Seminario Menor: «La Iglesia, mediante la institución
de los Seminarios Menores, presta un especial cuidado, un discernimiento
inicial y un acompañamiento a estas semillas de vocación
sembradas en los corazones de los muchachos. En varias partes
del mundo estos Seminarios continúan realizando una preciosa labor
educativa dirigida a custodiar y desarrollar las semillas de vocación
sacerdotal, para que los alumnos la puedan reconocer más fácilmente
y se hagan más capaces de corresponder a ella. Su propuesta educativa
tiende a favorecer oportuna y gradualmente aquella formación
humana, cultural y espiritual que llevará al joven a iniciar e{ camino
en el Seminario Mayor con una base adecuada y sólida»5.

En la última visita «ad limina», el Santo Padre ha dicho a los Obispos
españoles: «En tiempos recientes la crisis vocacional provocó también
que los Seminarios Menores desaparecieran o sufrieran transformaciones
en algunas diócesis. Donde sea posible habría que replantearse
la presencia de los mismos, tan recomendados por el
Concilio Vaticano II (cf. Optatam totius, 3), pues ayudan al discernimiento
vocacional de los adolescentes y jóvenes, proporcionándoles
a la vez una formación integral y coherente, basada en la intimidad
con Cristo. De este modo, los que sean llamados se disponen a responder
con gozo y generosidad al don de la vocación»6.

3. La experiencia positiva de los Seminarios Menores

En España la experiencia de los Seminarios Menores es altamente
positiva, aunque ha podido tener también defectos. Una mayoría
muy amplia de los sacerdotes actuales provienen de ellos. Incluso en
la actualidad casi la mitad del conjunto de los seminaristas mayores
han pasado por el Seminario Menor. Y en muchas Diócesis sobre todo
las de configuración rural el Seminario Menor sigue siendo la
fuente principal de candidatos al Seminario Mayor. También se ha
comprobado en algún caso que la pérdida o disminución del Seminario
Menor ha llevado consigo un notable descenso de seminaristas
mayores y de ordenaciones.
Por otra parte tanto los Obispos como los Rectores de Seminarios
y los responsables diocesanos de la pastoral valoran muy positivamente
a los sacerdotes que se educaron en el Seminario Menor: en
los cambios sociales, culturales y eclesiales de los últimos años han
dado pruebas de consistencia vocacional, solidez formativa, equilibrio
humano, capacidad para la integración en el presbiterio, dinamismo
pastoral y cercanía a los hombres.

También es notable la contribución que los Seminarios Menores
han hecho y siguen haciendo a una buena formación cristiana de
muchos jóvenes, aunque no lleguen a ser sacerdotes. El clima de educación
que propicia el Seminario Menor, lleva a integrar la fe con la
vida y con la cultura, y la formación humana con la cristiana y la vocacional.
De hecho de nuestros Seminarios Menores han salido excelentes
padres cristianos, además de ciudadanos responsables y
comprometidos con los problemas de la sociedad. Lo normal es que
los antiguos alumnos de los Seminarios Menores guarden un grato y
agradecido recuerdo de sus formadores, profesores y compañeros,
así como de la educación recibida.

4. Capacidad de adaptación de los Seminarios Menores

Por lo demás, el Seminario Menor ha mostrado buena capacidad
de adaptación y de respuesta a las necesidades de los tiempos. Particularmente
a partir del Concilio Vaticano II, que indicó la necesidad
de su renovación. Se cambiaron los planes de estudios propios de
Seminarios para equiparados a los estudios oficiales, con el reconocimiento
civil a todos los efectos. Ese proceso se ha seguido hasta este
momento con la implantación de la LOGSE. La adaptación de espacios
e instalaciones, la renovación del profesorado e incorporación
de laicos -tanto hombres como mujeres- al claustro, la adquisición de
material pedagógico y nuevas tecnologías, así como otros logros si-
milares, han significado una apuesta por ofrecer una enseñanza académica
de calidad. A su vez la Conferencia Episcopal, en conversaciones
con el Ministerio de Educación y Cultura, ha velado para que
en la aplicación de la LOGSE se siga un plan de estudios adaptado a
los fines del Seminario, en el marco del plan oficial. Asimismo cuida
de que se concedan a los Centros las oportunas subvenciones económicas
y a los estudiantes las becas que les corresponden dentro del
principio de igualdad de oportunidades.
En estos años los Seminarios Menores han experimentado otras
transformaciones, como la adecuación de las instalaciones a los tiempos
nuevos, propiciando un ambiente más humano; una pedagogía
más personalizada y cercana, favorecida por el menor número de
alumnos; mayor relación de los muchachos con la familia y con su
entorno de origen y sus amistades; mayor contacto con la realidad
social y eclesial.
Estas circunstancias han llevado a las Diócesis a invertir mucho en
sus Seminarios Menores, no solo en cuanto a medios económicos, sino,
sobre todo, en energías e ilusiones de sacerdotes entregados día
a día y abriendo caminos nuevos en el acompañamiento de los niños
y adolescentes. Es un trabajo, muchas veces oculto y no siempre gratificante,
que cada comunidad diocesana y toda la Iglesia hemos de
reconocer con agradecimiento.

5. Dificultades actuales

Dos de cada tres Diócesis en España tienen ahora Seminario Menor
con internado. La mitad de estos imparten la enseñanza en su
propio Centro. La otra mitad mantienen el internado, pero, dado el
número reducido de alumnos, los envían a estudiar a otros Centros.
En los últimos años los seminaristas menores han descendido notablemente
en el conjunto de las Diócesis y generalmente el número en
cada Seminario también es relativamente bajo.
Las razones de esta disminución son múltiples. La más profunda
es el proceso de secularización que está viviendo la sociedad española.
Ello repercute de manera inmediata en las vocaciones al sacerdocio
y a la vida consagrada. Nadie desconoce que en estos momentos
Europa occidental está atravesando una seria crisis de vocaciones.
Nuestra realidad no es ajena a esta situación.
En los Seminarios Menores inciden, entre otros, algunos factores
sociológicos de manera particular: la fuerte caída de la natalidad; la
dificultad mayor de la familia para desprenderse de un hijo y enviarlo
al Seminario en edad temprana; las múltiples facilidades para tener
acceso a buenos centros de estudios cercanos a la residencia familiar.
También influyen negativamente algunas opiniones surgidas des-
de ámbitos eclesiales que consideran que es precipitado hacer una
propuesta u orientación vocacional a edades tan tempranas; o piensan
que el internado no es un medio pedagógico adecuado; o que
con pocos seminaristas la convivencia se empobrece; o juzgan que
los frutos que se obtienen no compensan el esfuerzo que supone
mantener un Seminario Menor.
A continuación ofrecemos algunos datos teológicos y pedagógi-
cos que, creemos, justifican el cultivo de las semillas de la vocación a
edades tempranas y la razón de ser de un Seminario Menor.

6. Otras formas de acompañamiento vocacional

Con el apoyo al Seminario Menor no queremos minusvalorar
otras formas de acompañamiento vocacional institucionalizado para
niños y adolescentes, que están surgiendo con resultados prometedores.
De estas nuevas experiencias se dice en el vigente «Plan de formación
para Seminarios Menores» de la Conferencia Episcopal Española:
«En algunas Diócesis se llama Preseminario al centro o
institución que atiende a aquellos niños, adolescentes y jóvenes
que cursan sus correspondientes estudios académicos, viven ordinariamente
con sus familias y siguen un proyecto formativo vocacional
a través de actividades periódicas concretas sostenidas por
un formador designado por el Obispo para esta tarea. Esta experiencia
ofrece servicios concretos a aquellos miembros más jóvenes
de la comunidad cristiana que presentan inquietudes vocacionales,
ayudándoles con un acompañamiento tanto personal como
de grupo para madurar y clarificar su posible vocación sacerdotal
»7.

Y la Exhortación Apostólica «Pastores daba vobis se expresa así
sobre el mismo tema: «Donde no se dé la posibilidad de tener el
Seminario Menor -necesario y muy útil en muchas regiones- es
preciso crear otras instituciones, como podrían ser los «grupos
vocacionales» para adolescentes y jóvenes. Aunque no sean
permanentes, estos grupos podrán ofrecer en un ambiente comunitario
una guía sistemática para el análisis y el crecimiento vocacional.
Incluso viviendo en familia y frecuentando la comunidad cristiana
que les ayude en su camino formativo, estos muchachos y estos
jóvenes no deben ser dejados solos. Ellos tienen necesidad de un
grupo particular o de una comunidad de referencia en la que apoyarse
para seguir el itinerario vocacional concreto que el don del
Espíritu Santo ha comenzado en ellos»8.

Valoramos y apoyamos estas iniciativas, cuyos frutos ya estamos
experimentando. Por lo demás no las consideramos excluyentes o alternativas
al Seminario Menor, sino que también pueden darse simultáneamente
con él y apoyarlo y alimentarlo cuando éste existe. Pero
ahora tratamos, ante todo, de justificar e impulsar la institución específica
del Seminario Menor en cuanto tal, es decir un internado diocesano
para adolescentes, con el fin de orientarlos y acompañarlos
en la vocación hacia el clero secular diocesano. Percibimos que en las
actuales circunstancias esta institución eclesial, de tan honda raigambre
y con frutos tan valiosos, está minusvalorada y amenazada. Consideramos
que su pérdida o deterioro traería efectos negativos para
las vocaciones sacerdotales.

Sí, como en tiempos de Samuel, también hoyes rara la palabra
de Dios, o al menos la respuesta a su llamada, razón de más para
mantener el ambiente del santuario con la lámpara encendida en medio
de la noche, donde sea audible la voz del Señor. Y razón de más
para que, como El, velemos y cuidemos el crecimiento de los niños y
adolescentes, y les ayudemos a interpretar y responder a la llamada
divina.