17. El discernimiento de las vocaciones

Fuente: Instituto Sacerdos
Autor: Instituto Sacerdos

PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO

Nota:
no es necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso. Se sugiere responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o experiencia interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se trata. Incluso puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro asunto relacionado con el tema que estemos viendo.

Formadores
¿Cuál es la clave del éxito para ayudar al seminarista en su proceso de discernimiento?
¿Se dan casos de seminaristas que se acercan a la ordenación con serias dudas sobre su idoneidad y la existencia de su vocación?

Seminaristas
¿Percibes en tus formadores el deseo desinteresado de ayudarte a discernir el llamado de Dios? ¿Qué medios te hay ayudado a percibir que Dios te llama?

Otros sacerdotes
¿Qué opinan del papel del psicólogo en el proceso de discernimiento y formación?
¿Se le ha dado más o menos importancia de la que tiene su apoyo?

Otros participantes
¿Cómo identificas a un joven que probablemente pueda ser llamado al sacerdocio?
¿Cómo podemos ayudar los laicos en la pastoral vocacional de la Iglesia?

 

17. El discernimiento de las vocaciones


Este capítulo se refiere al discernimiento de las vocaciones en la vida del seminario. Se recomienda la lectura del Capítulo IV de Pastores dabo vobis que trata más en general sobre la pastoral vocacional. Más adelante, en el curso, habrá un capítulo dedicado al seminario menor y al curso propedéutico, que son también momentos de discernimiento.


Dios llama, la Iglesia debe discernir

El sacerdocio es un don libérrimo de Dios. Nadie puede dictarle a quién debe llamar y a quién no. En principio, las puertas del seminario están abiertas a todos los que se sienten llamados. No hay discriminación o gratuita selección.

Pero el sacerdocio es un ministerio eclesial, y, como tal, algo que la Iglesia debe "atar o desatar" (cf. Mt 18,18). No necesariamente todos los que llaman a la puerta del seminario tienen de verdad vocación. Se impone una labor de discernimiento.

En el fondo, todo el período de formación, especialmente al inicio, es un período de discernimiento, tanto por parte de los encargados de la formación como del mismo candidato. Pero es importante que se analice bien la posibilidad de que haya vocación en el momento mismo de admitir a un joven al centro formativo.

Importante, ante todo, para el mismo interesado. El respeto que cualquier joven merece exige que se le invite o admita al seminario únicamente si hay indicios claros de que es ése el camino de su vida. Sería injusto darle el pase a la ligera para luego tener que decirle que no es ése su lugar, con los traumas, retrasos en su carrera, etc., que esa experiencia pudiera acarrearle.

Importante también para los demás candidatos. Un seminarista que se siente desubicado, que no se identifica con la vocación sacerdotal, puede ser un elemento negativo en el seminario. Si son numerosos los candidatos inseguros, reticentes o sin las debidas cualidades, será difícil lograr el ambiente formativo del que hablábamos en el capítulo anterior.

Discernimiento, pues, serio y atento. También cuando se tiene la impresión de que escasean las vocaciones. Lo que hace falta entonces es encontrar jóvenes con verdadera vocación, no jóvenes que empiezan, sin ella, un camino que no deberían iniciar. Porque no se trata simplemente de llenar unas plazas vacantes en una institución humana, sino de dar acogida a quienes son llamados por el Señor. La pregunta de fondo, por tanto, será siempre: este joven ¿habrá sido de verdad escogido por Dios?


Criterios para un correcto discernimiento vocacional

La respuesta a esa pregunta la conoce solamente el dueño de la mies. No hay sistemas para detectar infaliblemente la presencia de una vocación sacerdotal. Por eso, el primer deber de quienes tienen la delicada responsabilidad de admitir al centro formativo es la oración. Pedir con humildad la luz del Espíritu divino para que ilumine sus mentes y la del joven que se presenta al seminario.

Sin embargo, se pueden tener siempre delante algunos criterios que ayuden a descubrir el querer de Dios, en cuanto humanamente esto es posible. En cada circunstancia diversa, según los tiempos y lugares, habrá que tener en cuenta ciertos factores concretos y específicos. Pero se puede también hablar de algunos criterios generales que se derivan de la naturaleza misma de la vocación y misión sacerdotales, y de las exigencias de la formación necesaria para esa vocación y misión.

Podemos agruparlos en relación a dos juicios globales íntimamente relacionados: el juicio sobre la idoneidad del candidato, y el juicio sobre la existencia real de la llamada divina.


Discernimiento de la idoneidad del candidato

No hay vuelta de hoja: si la persona no es apta para el sacerdocio, Dios no puede haber pensado en ella para esa vocación. Dios no se contradice.

·  Conocimiento del candidato

Por tanto, lo primero que hace falta es conocer bien la índole del joven que pide su ingreso al seminario. Eso significa que quien está encargado de la admisión debe hablar con él calmadamente, y, si es posible, varias veces. Mucho ayuda también el conocimiento de su familia y de su entorno social. En ocasiones pueden ser sumamente reveladores. Conocer al candidato es conocer también su historia: la educación que ha recibido, su trayectoria espiritual y humana, algunos eventos o situaciones que puedan condicionar su futuro...

La psicología puede asimismo dar una mano en este campo. No parece exagerado considerar que siempre que fuera posible se debería hacer un buen examen psicológico antes de decidir definitivamente una admisión. Un examen serio y científico, realizado e interpretado por un psicólogo que, además de su competencia profesional, muestre conocimiento y aprecio de la vocación sacerdotal. Si él mismo es sacerdote, mejor. En algunos casos especialmente dudosos o difíciles, podría ser aconsejable también la entrevista personal con un psicólogo que reúna las condiciones que acabamos de mencionar.

Todo ello indica que la admisión de un aspirante no puede ser precipitada. Se requiere un tiempo suficiente para conocerlo, e incluso para que él mismo se conozca mejor en relación al paso que piensa dar. A veces ese tiempo se ha extendido a lo largo de todo el período del seminario menor. Otras ha consistido en un proceso de maduración de la idea vocacional a la sombra de algún sacerdote conocido o aun frecuentando el mismo seminario. En algunos lugares se suelen realizar cursillos vocacionales, útiles también para esta necesaria labor de discernimiento.

·  Salud física y mental

La idoneidad para el sacerdocio comprende diversos aspectos de la persona. Ante todo se requiere una salud física suficiente para poder sobrellevar las exigencias de la vida de formación en el seminario y colaborar después como obrero diligente en la viña del Señor. Podría haber algunas excepciones en casos singulares. Pero deberían ser efectivamente excepciones, y ser motivadas por razones de peso.

Más difícil de evaluar pero no menos decisiva es la idoneidad psicológica. No es el caso de detenernos aquí a comentar los diversos aspectos implicados en ese campo. Bastará recordar que se requiere una psicología sana para que se pueda pensar en la existencia de la vocación. El sacerdote es llamado a orientar y guiar a los demás. Se podría aplicar aquí, extendiendo un poco el sentido, la pregunta de Pablo en su primera carta a Timoteo: «si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?» (1 Tm 3,5).

Pueden darse casos de psicologías que, dentro de la normalidad, dan indicios de ser débiles, intrincadas o inestables. El responsable de la admisión al seminario no siempre podrá discernir a la primera si hay o no idoneidad. Prudencia, sensatez, experiencia y tal vez un poco de tiempo darán la mejor respuesta.

Resulta más fácil discernir cuando se trata de casos que se acercan o entran en el ámbito de lo patológico. Si se estuviera ante un caso de psicosis, la decisión es clara: no hay curación posible; es inútil engañarse o engañar al joven. Si hubiera sólo síntomas de algún tipo de neurosis habría que analizar muy bien el caso para llegar a una conclusión conveniente. De cualquier modo, en este campo no se puede proceder a la ligera. Las consecuencias podrían ser graves. Si existen dudas de apreciación será necesaria la colaboración de los expertos.

 

·  Algunas virtudes fundamentales

Sería absurdo pretender que quien ingresa al seminario posea las virtudes y cualidades del sacerdote ideal. No haría falta el seminario. Se requiere, sin embargo, que posea una base humana y cristiana suficiente para que se pueda construir sobre ella el edificio de la formación sacerdotal. Lo principal, por tanto, no es que tenga ya las virtudes del buen sacerdote, sino que posea la capacidad de adquirirlas.

Por otra parte, hay una serie de virtudes y cualidades que se hacen necesarias para que el joven que inicia el camino de la vocación sacer dotal pueda seguirlo con provecho hasta llegar a la ordenación. Pensemos, por ejemplo en la sinceridad. Una persona marcadamente doble e insincera difícilmente podrá madurar adecuadamente. Se someterá quizás a unas normas externas mientras no le vean, pero nunca vivirá el necesario proceso de autoformación. Algo parecido habría que decir de la capacidad de vivir comunitariamente y de colaborar con los demás. Si un joven, por su temperamento o su educación, es radicalmente incapaz de convivir, compartir, dialogar, colaborar, es difícil pensar que logrará formarse debidamente en un ambiente que es comunitario, y que el día de mañana, como sacerdote, sabrá abrirse a los demás para servirles en el ejercicio de su ministerio.

Conviene también que haya un fundamento sobre el cual construir la identidad espiritual del candidato. Se requiere en él al menos un mínimo de conocimiento y vivencia de su fe, y la capacidad de vivir con coherencia la vida de gracia: el sacerdote es el hombre de Dios, el ministro que acerca a los hombres a la vida divina y la restituye con el perdón cuando la han perdido. Si un joven se presenta con hábitos de pecado tan arraigados que parecen realmente insuperables, habrá que pensar seriamente antes de dejarle seguir adelante. No hay que desconfiar de la potencia divina, pero tampoco hay que tentar a Dios.

·  Capacidad intelectual

Será necesario también analizar la capacidad intelectual del aspirante. Llamado a ser maestro y guía, tendrá que prepararse a fondo en campos que requieren una dedicación académica seria, como la filosofía y la teología. La historia de la Iglesia nos habla de casos elocuentes de sacerdotes santos con escasos dotes intelectuales. Sin embargo no se puede menospreciar este requisito. Sería injusto admitir a un joven que pudiera después sentirse frustrado ante la dificultad de los estudios sacerdotales, o al recibir la invitación a dejar el seminario porque no tiene la suficiente capacidad para completar los estudios.

En cuanto a la formación académica previa, normalmente hay que procurar que quien ingresa al seminario mayor esté dotado de la formación humanística y científica con la que los jóvenes de su propia región se preparan para realizar los estudios superiores.

·  Ausencia de impedimentos canónicos

Un último parámetro necesario para medir la idoneidad del aspirante será la atención a los impedimentos perpetuos o simples que el derecho canónico establece para acceder a las órdenes. Sería inútil e irresponsable admitir al seminario a alguien que no podrá llegar a la meta a la que conduce ese camino.


Discernimiento de la existencia de la llamada

La presencia de las cualidades requeridas para el sacerdocio es necesaria pero no suficiente. No basta constatar que un joven tiene las cualidades y condiciones necesarias para admitirlo al seminario. Hay que ver si de verdad existe una "vocación". Porque aquí el término "vocación" no se refiere a una tendencia humana hacia una u otra ocupación profesional. Aquí el sentido de la palabra es estricto: se trata de una llamada divina histórica y personal.

Ahora bien, si es difícil discernir la idoneidad objetiva del candidato al sacerdocio, mucho más lo es comprender si existe o no la llamada divina. Allí se trata del misterio del hombre; aquí estamos ante el misterio de Dios.

·  Recta motivación

Lo primero que habrá que tomar en cuenta es la motivación que induce al joven a hacer su petición para poder comprender si la hace porque considera que ha sido llamado, o por alguna otra razón.

Es necesario que su gesto sea completamente consciente y libre. La existencia de un condicionamiento serio, externo o interno, debe llevar a la cautela. Si faltara libertad habría que evitar que diera ese paso.

Hay que constatar, por tanto, que el aspirante sepa bien, en la medida de lo posible, lo que significa y entraña la vocación y la vida sacerdotal. Y comprobar que no pide ingresar al seminario empujado por alguna presión -por ejemplo de un familiar- o a causa de una frustración o desengaño amoroso, o movido por el miedo al mundo y a la batalla de la vida que en él le espera.

No sólo: se dan casos -hoy muchos menos, pero existen- de jóvenes que piden entrar al seminario para hacer carrera. Hay que estar atentos, de modo particular, cuando los padres de un muchacho están empeñados en que su hijo ingrese al seminario menor: podría tratarse solamente del intento de hacerle estudiar en un centro bueno y económico. Permitirlo sería desvirtuar el sentido del seminario y disminuir su eficacia formativa en relación con los que están ahí pensando en el sacerdocio; y quizás también se causaría un grave perjuicio al mismo joven, que se vería forzado a vivir en una situación de engaño y en un ambiente para el que no habría sido llamado y con el que nunca se sentiría identificado.

·  La voz de Dios

Suponemos ya que el joven viene con recta intención: quiere ser sacerdote porque cree que Dios así lo quiere. Un primer consejo indispensable es sugerirle que intensifique su vida de oración, para después analizar con él sus inquietudes y motivaciones. Servirá para detectar posibles fenómenos de autosugestión, presión ambiental, etc. Y servirá también para ayudar al futuro seminarista a profundizar en su experiencia de escucha de la voz de Dios. Una experiencia que podrá ser definitiva en el resto de su vida seminarística y sacerdotal. A veces Dios se hace oír en el interior de la persona, de modo íntimo y directo. Otras habla sobre todo a través de circunstancias, llamativas o aparentemente insignificantes. En unas ocasiones su voz resuena vigorosa e insistente en el corazón del joven. En otras, las más, es como una brisa suave, casi imperceptible (cf. 1 R 19,12b). A unos el Espíritu les hace experimentar el amor de Cristo que lo merece todo; a otros les ayuda a ver lúcidamente que la mies es mucha y los obreros pocos; a otros les invita simplemente a seguir la vocación para la que han sido creados. Unos jóvenes vienen entusiasmados con su vocación, otros quisieran rebelarse contra la voluntad divina, pero no pueden contra el Omnipotente. Hay quienes ven todo con claridad diáfana, y quienes solamente sospechan que pueden haber sido llamados...

En este campo no hay que buscar certezas absolutas ni pedir evidencias. Basta un destello, basta esa sospecha, para poder y tener que decir: veamos. En realidad todo el período de formación, sobre todo en los momentos iniciales, es período de discernimiento vocacional. Si Dios no llama pero permite que la generosidad de un joven le lleve a emprender ese camino, por algo será. Nunca será un error, a los ojos de Dios, el deseo e intento de un joven de darle todo...



LECTURAS RECOMENDADAS

Pastores dabo vobis, Capítulo IV: Venid y lo veréis.
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_25031992_pastores-dabo-vobis_sp.html

Orientaciones para el uso de las competencias de la Psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio (Congregación para la Educación Católica, 2008)
http://www.zenit.org/article-29138?l=spanish
Se recomienda todo el documento (es breve), pero anexamos aquí una parte muy directamente relacionada con la temática tratada.

 

CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA


ORIENTACIONES PARA EL USO DE LAS COMPETENCIAS
DE LA PSICOLOGÍA EN LA ADMISIÓN
Y EN LA FORMACIÓN DE LOS CANDIDATOS AL SACERDOCIO




I. La Iglesia y el discernimiento vocacional

1. "Toda vocación cristiana viene de Dios, es don de Dios. Sin embargo, nunca se concede fuera o independientemente de la Iglesia, sino que siempre tiene lugar en la Iglesia y mediante ella [...] reflejo luminoso y vivo del misterio de la Santísima Trinidad" [1].
La Iglesia, "generadora y educadora de vocaciones" [2], tiene la tarea de discernir la vocación y la idoneidad de los candidatos al ministerio sacerdotal. En efecto, "la llamada interior del Espíritu Santo tiene necesidad de ser reconocida por el Obispo como auténtica llamada" [3].
Al promover tal discernimiento y durante toda la formación al ministerio, la Iglesia se mueve por una doble intención: salvaguardar el bien de la propia misión y, al mismo tiempo, el de los candidatos. Como toda vocación cristiana, la vocación al sacerdocio, junto a la dimensión cristológica, posee también una esencial dimensión eclesial: "ésta no sólo deriva « de » la Iglesia y de su mediación, no sólo se reconoce y se cumple « en » la Iglesia, sino que - en el servicio fundamental a Dios - se configura necesariamente como servicio « a » la Iglesia. La vocación cristiana, en todas sus formas, es un don destinado a la edificación de la Iglesia, al crecimiento del Reino de Dios en el mundo" [4].
Así pues, el bien de la Iglesia y el del candidato no están contrapuestos entre ellos, sino que son convergentes. Los responsables de la formación están encargados de armonizarlos, considerándolos siempre de manera simultánea en su dinámica interdependencia. Es este un aspecto esencial de la gran responsabilidad de su servicio a la Iglesia y a las personas [5].
2. El ministerio sacerdotal, entendido y vivido como conformación a Cristo Esposo, Buen Pastor, reclama unas cualidades, además de virtudes morales y teologales, que deben estar sostenidas por el equilibrio humano y psíquico, particularmente afectivo, de forma que permitan al sujeto estar predispuesto de manera adecuada a una donación de sí verdaderamente libre en la relación con los fieles, según una vida celibataria [6].
Tratando de las diversas dimensiones de la formación sacerdotal - humana, espiritual, intelectual, pastoral - la Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis, antes de centrarse en la dimensión espiritual, "elemento de máxima importancia en la educación sacerdotal" [7], resalta que la dimensión humana es el fundamento de toda la formación. La Exhortación enumera una serie de virtudes humanas y de capacidades relacionales que se le piden al sacerdote para que su personalidad sirva de "puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre" [8]. Éstas van desde el equilibrio general de la personalidad, a la capacidad de llevar el peso de las responsabilidades pastorales, y desde el conocimiento profundo del alma humana al sentido de la justicia y de la lealtad [9].
Algunas de estas cualidades merecen una particular atención: el sentido positivo y estable de la propia identidad viril y la capacidad de relacionarse de forma madura con otras personas o grupos de personas; un sólido sentido de pertenencia, fundamento de la futura comunión con el presbiterio y de una responsable colaboración con el ministerio del Obispo [10]; la libertad de entusiasmarse por grandes ideales y la coherencia para realizarlos en la acción diaria; el valor de tomar decisiones y de permanecer fieles; el conocimiento de sí mismo, de las propias capacidades y límites, integrándolos en una buena estima de sí mismo ante Dios; la capacidad de corregirse; el gusto por la belleza, entendida como "esplendor de la verdad", y el arte de reconocerla; la confianza que nace de la estima por el otro y que lleva a la acogida; la capacidad del candidato de integrar, según la visión cristiana, la propia sexualidad, también en consideración de la obligación del celibato [11].
Tales disposiciones interiores han de ser plasmadas durante el camino de formación del futuro presbítero, el cual, como hombre de Dios y de la Iglesia, está llamado a edificar la comunidad eclesial. Él, enamorado del Eterno, está orientado hacia la auténtica e integral valoración del hombre y, también, a vivir cada vez más la riqueza de la propia afectividad en el don de sí al Dios Uno y Trino y a los hermanos, de manera particular a aquellos que sufren.
Se trata, obviamente, de objetivos que se pueden alcanzar sólo mediante la perseverante correspondencia del candidato a la obra de la gracia que actúa en él, y que son adquiridos en un gradual, prolongado y no siempre lineal camino de formación [12].
Consciente del admirable y, a la vez, difícil enlace de los dinamismos humanos y espirituales en la vocación, el candidato sólo puede sacar ventajas de un atento y responsable dicernimiento vocacional orientado a individuar caminos personalizados de formación y a superar con gradualidad eventuales carencias en los niveles espiritual y humano. Es un deber de la Iglesia proporcionar a los candidatos una eficaz integración de la dimensión humana a la luz de la dimensión espiritual, a la cual las primeras se abren y en la cual se completan [13].

II. Preparación de los formadores

3. Todo formador debería ser un buen conocedor de la persona humana, de sus ritmos de crecimiento, de sus potencialidades y debilidades y de su modo de vivir la relación con Dios. Por esto, es deseable que los Obispos, aprovechando experiencias, programas e instituciones reconocidas, proporcionen una idónea preparación a los formadores en pedagogía vocacional, según las indicaciones ya emanadas por la Congregación para la Educación Católica [14].
Los formadores tienen necesidad de recibir una adecuada preparación para llevar a cabo un discernimiento que les permita, en el máximo respeto a la doctrina de la Iglesia sobre la vocación sacerdotal, tomar decisiones, en modo razonablemente seguro, ya sea en orden a la admisión en el Seminario o en la Casa de formación del clero religioso, como en orden a la expulsión de estos centros por motivos de no idoneidad. Además, dicha preparación, les debe permitir acompañar al candidato hacia la adquisición de aquellas virtudes morales y teologales necesarias para vivir en coherencia y libertad interior la donación total de la propia vida a fin de ser "servidor de la Iglesia comunión" [15].
4. El documento Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, de esta Congregación para la Educación Católica, reconoce que "los errores de discernimiento de las vocaciones no son raros, y demasiadas ineptitudes psíquicas, más o menos patológicas, resultan patentes solamente después de la ordenación sacerdotal. Discernirlas a tiempo permitirá evitar muchos dramas" [16].
Esto exige que cada formador tenga la sensibilidad y la preparación psicológica adecuadas [17] para ser capaz, en la medida de lo posible, de percibir las motivaciones reales del candidato, de discernir los obstáculos para la debida integración entre madurez humana y cristiana y las eventuales psicopatologías. Ellos deben ponderar adecuadamente y con mucha prudencia la historia del candidato. Sin embargo, por sí sola, dicha historia no puede constituir el criterio decisivo, es decir, no es suficiente para juzgar la admisión o la expulsión de la formación. El formador ha de saber valorar tanto la persona en su globalidad y en su progreso de desarrollo - con sus puntos fuertes y sus puntos débiles - como la conciencia que ella tiene de sus problemas y su capacidad de controlar responsable y libremente el propio comportamiento.
Por esto, todo formador ha de estar preparado, incluso mediante cursos específicos adecuados, para una profunda comprensión de la persona humana y de las exigencias de su formación al ministerio ordenado. Para cumplir este objetivo pueden resultar muy útiles los encuentros de diálogo y clarificación con psicológos sobre algunos temas específicos.