13. La elección y preparación de los formadores

Fuente: Instituto Sacerdos
Autor: Instituto Sacerdos

PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO

Nota:
no es necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso. Se sugiere responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o experiencia interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se trata. Incluso puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro asunto relacionado con el tema que estemos viendo.


Formadores
- ¿Está de acuerdo en que estamos hablando de un carisma? ¿o cualquier sacerdote puede realizar la misión de formar futuros sacerdotes?

Otros sacerdotes y seminaristas
- Al leer las cualidades de un buen formador que aquí se señalan, ¿recuerda de modo especial el testimonio de alguno de sus formadores?
- ¿Qué iniciativas han dado buenos resultados en la preparación de futuros formadores? ¿es realista “entrenar” a un seminarista para que en el futuro pueda desempeñar esta función?

Otros participantes
- ¿Cree que realmente se deben dedicar sacerdotes “de entre los mejores” a la labor de formadores en el seminario, como afirmó el Concilio Vaticano II en el texto citado?

 

13. La elección y preparación de los formadores


Si, como decíamos en sesiones anteriores, la labor del formador es tan importante que podemos incluso decir: "a tal formador tal formación", y si esa labor requiere una serie tan variada de actitudes y comportamientos ricos en humanidad y profundamente cristianos, debemos concluir en la necesidad de elegir muy bien a quienes ejercerán ese ministerio eclesial, y prepararlos de la mejor manera posible.

No todo sacerdote puede realizar el oficio de formador. Es éste un carisma que Dios concede a los que él quiere. Un carisma bello y comprometedor. El formador es un artista del espíritu. Hay artistas que esculpen figuras maravillosas en la piedra inerte; el formador trabaja para ayudarle al Espíritu Santo a modelar en un hombre la imagen misma de Cristo.

Por eso el Vaticano II afirma que los formadores y profesores de los seminarios han de ser elegidos de entre los mejores, y cita a pie de página un texto de Pío XII: Ante todo elíjanse cuidadosamente los superiores y los profesores... dedicad a estos sagrados colegios los sacerdotes dotados de la mayor virtud; no dudéis en retirarlos de otros cargos que en apariencia son de más importancia, pero que en realidad no pueden compararse con este ministerio esencial, al que ningún otro supera.

Para esa elección podría ser útil tener presente un cuadro sintético de algunas cualidades fundamentales de un buen formador, que se deducen de todo lo dicho arriba sobre su actuación.

En cuanto representante de Dios y de la Iglesia, el formador de sacerdotes tiene que ser, ante todo, un hombre de Dios, caracterizado por la profundidad de su vida interior, experimentado en la oración; hombre de Iglesia, que sintoniza cordial y profundamente con el sentir de la Iglesia universal y con el pastor de su iglesia particular.

No podrá realizar su función de padre y amigo si es irascible, brusco, impositivo, hosco. Al contrario, debe ser una persona paciente, amable, abierta, cercana, sencilla y accesible. Por otra parte, su servicio de autoridad exige de él un comportamiento digno, respetuoso y respetable. Esa mezcla de bondad y firmeza no consiste en la convivencia de dos tendencias contrarias en una misma persona, sino dos manifestaciones de una misma actitud de fondo: el amor sincero al seminarista confiado a su responsabilidad. El amor quiere siempre lo mejor de la persona amada; lo contrario no es amor, es indiferencia.

Para ser amable y firme, el formador tiene que ser también muy humilde. Sólo así sabrá actuar siempre de cara a Dios, sin miedo a pedir al formando lo que en conciencia le debe pedir, sin preocuparse del "qué dirán". Sólo así sabrá exigir con sencillez y bondad, no como quien tiene "derecho" a ser obedecido, sino como quien presta el servicio de su autoridad.

Una persona que ha de ser maestro y guía deberá poseer un carácter ecuánime, sereno, firme y decidido. Siendo la suya una labor de dirección, no puede faltar en el formador la virtud de la prudencia. El formador prudente sabe medir las consecuencias para el formando y para la comunidad de sus decisiones, consejos o actuaciones; sabe esperar y buscar los tiempos y modos más aptos para hablar, aconsejar, llamar la atención o alentar.

Ha de ser un hombre dotado de fortaleza de espíritu, que sepa sobrellevar la responsabilidad que tiene asignada y no se agobie ante sus propias dificultades o ante los problemas de los demás. La fortaleza hace posible que sus estados de ánimo y su situación personal no afecten indebidamente a su actuación como formador.

Las exigencias propias de su labor piden que el formador sea un sacerdote hecho a la abnegación, trabajador, dispuesto a dedicar todo su tiempo y energías para cumplir su misión.

El formador debe ser un hombre entusiasta y optimista, que irradie alegría y deseo de entrega, que vea siempre todo con espíritu positivo, que no se lamente, ni deprima a los demás con sus actitudes o sus palabras, que sepa suscitar el espíritu de iniciativa, encauzarlo, purificarlo, guiarlo y llevarlo al éxito.

Se ha de caracterizar también por una esmerada preparación intelectual, de modo que pueda seguir y apoyar también la formación académica de los seminaristas. El conocimiento, aunque no siempre pueda ser especializado, de la psicología y pedagogía modernas pueden prestarle un buen servicio en su labor de orientación educativa.

Finalmente, es muy útil que cuente con cierta experiencia en el ministerio sacerdotal. El conocimiento directo de la pastoral ayudará a orientar adecuadamente la formación de quienes pronto emprenderán esta labor.

No es el caso de detenernos a reflexionar sobre los modos posibles de seleccionar y preparar formadores. Cabría sin embargo hacer tres observaciones. Recordar en primer lugar la posibilidad de organizar cursos de especialización en este campo. Pueden ser muy provechosos, con tal de que no se queden en la teoría, sino que orienten concretamente la labor de quienes desempeñan esa función eclesial.

En segundo lugar anotar que el mejor modo de aprender cómo se hace un trabajo es verlo realizar a alguien que lo sabe hacer. En este sentido, un recurso, a largo plazo, para preparar buenos formadores es procurar que lo sean quienes ejercen ahora esa tarea. Cuando un seminarista, por ejemplo, recibe durante años una buena atención en dirección espiritual, aprende, casi "por ósmosis", cómo se debe realizar ese apostolado. Lo mismo dígase del modo de tratar a los seminaristas, de la combinación entre suavidad en la forma y firmeza en el fondo... y de todo cuanto hemos recordado hasta aquí.

Por último, se puede pensar también en la idea de ir "entrenando" con tiempo a algunos seminaristas que un día podrían ejercer ese ministerio. Es tan decisivo el acierto en la elección de los futuros formadores y su preparación, que no se puede dejar para después, improvisarlo en el momento en que haya que cubrir un puesto vacante. Los formadores del seminario podrían ir identificando algunos seminaristas que parecen reunir las cualidades y aptitudes de un buen formador.

De cualquier modo, lo importante es que quienes tienen la responsabilidad de la diócesis se esfuercen de verdad por ir preparando aquellos hombres de quienes, en buena parte, dependerá la formación de los futuros sacerdotes, y, por ello mismo, la vida de la comunidad eclesial.


LECTURAS RECOMENDADAS

1. Recomendamos la lectura de los números 60 a 71 del documento “Directrices sobre la preparación de los formadores de seminarios” (Congregación para la Educación Católica, 4 de noviembre de 1993).

2. Aunque dirigido a los miembros de Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, también puede ser útil la lectura de la reciente instrucción “El servicio de la autoridad y de la obediencia” (Congregación para los Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, 11 de mayo de 2008), especialmente los números 4 al 12. http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccscrlife/documents/rc_con_ccscrlife_doc_20080511_autorita-obbedienza_sp.html


“Directrices sobre la preparación de los formadores de seminarios”

IV. LA FORMACIÓN DE LOS FORMADORES

A. Fase inicial

3. Preparación específica para los diferentes oficios

60. Cuanto se ha expuesto sobre la formación básica que se pide
para todos los formadores asume algunos matices propios cuando se
trata de las funciones que competen al rector, al director espiritual, a
los profesores, al coordinador de las actividades pastorales o a los demás
colaboradores.
Las múltiples tareas del rector se determinan, como hemos visto,
por sus relaciones con el obispo, con los otros formadores, con los
alumnos, con el presbiterio y con la entera comunidad diocesana, Se
exige pues que sea hombre capaz de establecer relaciones humanas
sólidas a todos los niveles, pero sobre todo ser hombre de comunión,
en grado, por un lado, de valorar todas las ayudas y competencias y,
por otro, de guiar con mano firme y capacidad de decisión el camino
de cada uno y el de la comunidad, y representar dignamente a ésta
en diversas ocasiones. Muy especialmente se espera de él que posea
un alto concepto del seminario como institución eclesial, para garantizar
sus fines específicos y asegurar la unidad de dirección y de programación.
Por tanto, «la unidad de dirección manifestada en la persona
del rector y de sus colaboradores» constituye una premisa
necesaria para que «el seminario tenga definido su propio plan» y para
que esté «al servicio, sin titubeos ni vaguedades, de la finalidad específica,
la única que justifica la existencia del seminario, a saber, la
formación de los futuros presbíteros, pastores de la Iglesia»52. Se trata
de capacidades y convicciones que se suponen en todo rector, y
que siempre se pueden y se deben perfeccionar.

61. El director espiritual, como encargado de ofrecer a la comunidad
y a cada persona, en la relación confidencial de la dirección
espiritual, un acompañamiento seguro en la búsqueda de la voluntad
divina y en el discernimiento vocacional, debe afinar su capacidad de
acogida, de escucha, de diálogo y de comprensión, uniendo a ellas
un buen conocimiento de la teología espiritual, de las demás disciplinas
teológicas, y de las ciencias pedagógicas y humanas. No se deberían
escatimar medios para darle la posibilidad de frecuentar algún
instituto o al menos algún curso intensivo de espiritualidad.
La preparación del director espiritual para sus múltiples obligaciones
y sobre todo la de formar la conciencia de los alumnos ha de cimentarse
en estudios profundos y en una amplia praxis de dirección
que, para dar buenos resultados, debe ser permanente y prolongada
a lo largo del tiempo. Se tenga presente que:
- la dirección es un hecho esencialmente teologal y eclesial, distinta
de la terapia o de la asistencia psicológica; el dirigido debe vivirla
como medio y estímulo para el propio camino de fe y obediencia a
la voluntad de Dios;
- el director espiritual es, por consiguiente, un testigo de la fe, experto
en el gradual y humilde reconocimiento del plan de Dios sobre
la vida de sus hijos;
- las distintas formas comunitarias de dirección espiritual, de intercambio
de experiencias y de revisión de vida, pueden ser complementarias
a la dirección espiritual, pero no deben jamás sustituirla;
- el director espiritual es pues el primer guardián de la propia identidad
y de los propios deberes irrenunciables e insustituibles, que no deben
confundirse con los de otros operadores pedagógicos ni impropiamente
ser sustituidos por otros tipos de interventos educativos.

62. Además de la preparación científica en sus respectivas mate-
rias, los profesores deben adquirir una alta calidad didáctica y pedagógica,
así como la capacidad para animar el trabajo de grupo y estimular
la participación activa de los alumnos. Un oportuno
perfeccionamiento de sus aptitudes didácticas les exige cuidar que la
comunicación sea clara y precisa, renovar adecuadamente su lenguaje
teológico53 y esforzarse constantemente por hacer resaltar la unidad
y armonía intrínsecas de la doctrina de la fe, velando por poner
un acento particular sobre su aspecto salvífico. Su enseñanza adquirirá
una mayor vitalidad, si logran vincular sus clases con la piedad, la
vida y los problemas pastorales. Deben, además, familiarizarse con los
métodos científicos del trabajo teológico, seguir su progreso e introducir
en ellos, mediante el estudio personal orientado, a sus alumnos.
Con el fin de poder cuidar la formación integral, y no sólo la científica,
los profesores han de procurar inserirse cada vez más en la comunidad
del seminario mediante la colaboración y el diálogo educativo.
«Postores daba vobis», en efecto, recomienda que los formadores «residan
habitualmente en la comunidad del seminarios’’.

63. Las actividades pastorales de los seminaristas, recomendadas
por las normas de la Iglesia55, para ser verdaderamente fructuosas y
conseguir sus objetivos formativos han de estar dirigidas y coordinadas
por un sacerdote muy experto y nombrado expresamente para
este servicio. Debe familiarizarse con los medios que aseguran la eficacia
de la supervisión y de la evaluación de estas actividades e inspirarse
en los genuinos principios del sacro ministerio conforme a las
normas de la autoridad eclesiástica. El encargado, llámese director o
coordinador de las actividades de la pastoral, debe respetar el reglamento
disciplinar del seminario, procediendo en estrecha colaboración
con el rector, con los demás formadores y profesores, en particular
con el profesor de teología pastoral.

64. En lo que respecta a los demás formadores, además del vicerrector
y de los asistentes -quienes cuando menos han de tener una
buena formación de base- algunos oficios, como el de ecónomo y el de
bibliotecario o semejantes, exigen una preparación «técnica». Para éstos
y para algunos otros cargos similares se recomienda una conveniente
capacitación profesional, que podrá ser conseguida asistiendo a
escuelas o a cursos de especialización. Por la importancia que la biblioteca
tiene para la seriedad y el buen nivel de los estudios, así como por
la complejidad y delicadeza de sus problemas administrativos, se requiere
para este oficio la colaboración de verdaderos expertos.

B) Formación permanente de los formadores

65. La formación permanente de los formadores responde a
los deseos expresados por el Vaticano 11 y por la «Ratio funda-
mentalis». Se la puede concebir o como complemento y mejora
progresiva de la formación inicial, que permite superar los hábitos
rutinarios y la incompetencia recurrente, o como factor para una
profunda renovación, allí donde métodos y estilos educativos deben
someterse a un proceso de revisión más radical. En todo caso,
la formación permanente, en las diversas formas en las que ya se
realiza o en las que se proyectan para el futuro, se extiende por el
campo de la formación inicial, como ha sido delineada en párrafos
precedentes. Persigue los mismos fines, se refiere al mismo objeto,
usa los mismos métodos. Lo que la distingue es la valoración
de las experiencias, y la capacidad de hallar espacios e instrumentos
que permiten someterlas a evaluación y a mantenerlas bajo un
control crítico.

1. Actualización constante
66. La experiencia misma de los formadores es fuente privilegia-
da de su formación permanente. El formador aprende y se perfecciona
incluso con el concreto ejercicio de su ministerio, con tal que
sea sometido a constante y fraterna evaluación, en diálogo con los
otros formadores, comparando diversas fórmulas educativas y sometiendo
a prueba gradual y prudentemente nuevos proyectos, propuestas
e iniciativas.
El análisis metódico de casos concretos, que con frecuencia se desarrolla
en los cursos de formación permanente, se revela, a veces,
más iluminador que la explicación abstracta de los principios. El formador-
jamás puede encerrarse en el estrecho margen de la experiencia
personal, sino que debe permanecer abierto al examen y a la
revisión, a la luz también de lo que aporta la experiencia ajena.
La necesidad de una actualización continua mediante el intercambio
de ideas con colegas y con expertos, se hace sentir de modo especial
en algunas áreas de la vida eclesial y social que están sujetas a
mayores cambios: la situación espiritual de la juventud, las condiciones
de vida y del ejercicio del ministerio sacerdotal, los profundos y
rápidos cambios en las corrientes del pensamiento filosófico-teológico
y cultural en general.

67. El conocimiento del mundo de los jóvenes por su misma naturaleza
está abierto a un continuo desarrollo. Las investigaciones y
estudios sobre el tema se multiplican bajo los aspectos descriptivo,
analítico y reflexivo, y son conocidos y estudiados con continuo renovado
interés. La Exhortación postsinodal hace notar la influencia
de estos cambios: «Se da una fuerte discrepancia entre el estilo de vida
y la preparación básica de los chicos, adolescentes y jóvenes, aunque
cristianos e incluso comprometidos en la vida de la Iglesia, por
un lado, y, por otro, el estilo de vida del seminario y sus exigencias
formatívas». Sobre tales cambios en acto, y que según lugares y circunstancias
adquieren siempre aspectos nuevos, el formador debe
estar bien informado con actualización, para mantenerse en contacto
con esa realidad condicionante, en gran parte, de su actividad educativa.

68. Además del conocimiento actualizado del mundo juvenil, como
punto de partida del proceso educativo, es también necesario
prestar atención a las condiciones de la vida y del ministerio sacerdotales
las cuales constituyen su fin. De frente a la mutabilidad y a la
fluidez de las situaciones pastorales, es menester preguntarse continuamente
cuáles son la exigencias que de ellas se derivan para los futuros
sacerdotes. El articulado análisis que se presenta en el Capítulo
I de la Exhortación Apostólica no hace sino subrayar la importancia
de este aspecto de la formación permanente de los formadores, a
quienes se invita a ponerse siempre frente a esta pregunta fundamental:
«¿Cómo formar sacerdotes que estén a la altura de estos
tiempos, capaces de evangelizar al mundo de hoy?»58.

69. La labor formativa de los seminarios se ve además influenciada
profundamente por cuanto sucede en el campo teológico, por
las corrientes de pensamiento y por las actitudes de vida que de ellas
se desprenden. La responsabilidad de la enseñanza filosófica y teológica,
a este respecto, es muy grande. No sólo los profesores, sino
también el rector, el director espiritual y los otros formadores deben
ponerse de continuo al día, de modo crítico y preciso, sobre estas
cuestiones, sometiéndolas dócilmente a la luz que sobre ellas proyectan
los pronunciamientos del Magisterio’".

2. La revisión

70. A veces, en determinados casos y ante problemas justamen-
te complejos, será necesario tomar cierto espacio de tiempo para dedicarlo
a una formación prolongada y a la renovación radical de las
temáticas educativas, asistiendo a cursos especializados o a períodos
de revisión en algún centro de estudios especifico o en algún instituto
académico. La finalidad de tales períodos de formación es la de favorecer
un detenido examen de la personalidad misma del formador,
de su trabajo ministerial, y de su modo de concebir y vivir la propia
misión educativa.

71. Períodos de formación de este género deberían conllevar
cursos bien seleccionados y expresamente programados, sea en el
campo de las ciencias eclesiásticas o humanas, junto a ejercicios
prácticos dirigidos por un supervisor y sometidos bajo él a atenta revisión.
De este modo, el formador podrá adquirir un conocimiento
más profundo de sus capacidades y aptitudes, aceptar más serenamente
sus limitaciones, y actualizar y perfeccionar los criterios que
inspirarán su propia actividad.
En programas de formación permanente de tal amplitud, deben
preverse períodos largos de renovación espiritual, (mes ignaciano,
ejercicios espirituales, tiempos de desierto), para permitir al formador
reexaminar su propia misión en sus conexiones y raíces espirituales
y teológicas más profundas.