4. DIOS

 

"La verdad es un ácido corrosivo que salpica siempre al que la maneja". Santiago Ramón y Cajal.

 

 

De una o de otra manera, el problema del ser desemboca esencialmente en el problema de Dios, la disputa acerca del Ser, en última instancia, es una disputa acerca de Dios. Por ello, toda filosofía, al responder a la pregunta referente al ser toma de alguna manera posición respecto a Dios. Su noción de Dios muestra lo más profundamente posible de qué es hija y hace patente con la máxima claridad su grandeza y su fracaso.

Esta piedra de toque evidencia que la "filosofía perenne" (philosophia perennis) aventaja en mucho a todas las demás en contenido de verdad. Dios es el fundamento primitivo del ente multiforme que constituye el mundo, de todo ente en general. Todo se funda en El en cuanto que la totalidad de los seres sale de El como primera Causa eficiente y por El es atraída como último Fin, en cuanto que todo participa de su plenitud, ofreciendo así un trasunto o por lo menos una huella de su magnificencia.

Esencia y existencia coincide plenamente en Dios; pues no sólo tiene ser como un ente, esto es, como un ser-habitante, sino que es el Ser mismo en persona, el Ser subsistente; y en esto consiste la esencia metafísica de Dios, que le constituye en lo más profundo y le destaca de todo lo demás. Su esencia física comprende, junto con el Ser subsistente, todas sus perfecciones, implicadas en éste como en su más íntima raíz. Pero las perfecciones que le determinan más en particular, denominadas atributos (propiedades) divinas, no forman en Dios una multiplicidad, pues son una simple infinita plenitud.

Sólo la consideración de los atributos divinos en particular hace resplandecer ante nosotros en su sublimidad la noción de Dios. Como ser en persona, Dios es la plenitud integral del ser y, por lo tanto, infinito. El ser en él no está limitado por ninguna clase de no-ser, por eso es ser puro, actualidad pura, que, por suponer el devenir un no-ser aún, descansa, perfecto, desde un principio. Como quiera que la corporeidad incluye esencialmente no ser, Dios es un espíritu puro y, en consecuencia, un ser personal que conociéndose y amándose, se posee así mismo y gobierna todo lo demás con su providencia. El hombre entra en relación personal con esta altísima Majestad por la religión.

Toda desviación de esta depurada concepción de la divinidad significa un fracaso. Este aserto vale tanto para el politeísmo como para el panteísmo, que sume a Dios en el devenir mundano sin distinguirle suficientemente de él y convirtiéndole, frecuentemente, en un fundamento primitivo, ciego e impersonal (Schopenhauer). Afín a él es la concepción según la cual Dios es causa de sí mismo (Spinoza), se produce a sí mismo (autoengendramiento) o se opone a sí mismo (Fichte, Schelling).

Friedrich Jacobi (1743-1819) manifestó que la facultad que nos permite percibir las verdades espirituales se llama Gloube, o fe, que se distingue de la razón científica, Verstand, o entendimiento. Decía: "Dios no puede conocerse. Sería mejor para la ciencia que no hubiera Dios. Pero tenemos un conocimiento de él, un conocimiento que procede de la intuición inmediata de algo más grande y mejor que nosotros, y por esa intuición hallamos a Dios dentro de nosotros mismos".

Yerran todavía más quienes no ven en Dios sino una ley abstracta del universo (Renan, Taine), o la suma de todas las leyes (nomoteísmo), o el mundo de los valores (filosofía de los valores).
 

4.1. EXISTENCIA DE DIOS
 

La existencia de Dios fue el primer problema que surgió desde los comienzos de la filosofía occidental: el Nous de Anaxágoras, con los esfuerzos de la prueba teleológica, que se encuentra en Platón, los estoicos y Cicerón; los primeros apologistas, Agustín, Tomás y otros tantos.

El objeto de la demostración es probar científicamente la existencia de Dios, mostrar que Dios no es una mera idea (Immanuel Kant, 1724-1804), una creación del deseo (Ludwig Andreas Feuerbach 1804-1872) o una ficción útil (Hans Vaihinger 1852-1933), a la que en realidad no corresponde ningún objeto. La estructura lógica de la demostración de Dios es la misma en todos los casos. El punto de partida nunca está constituido por una mera idea, sino siempre por un hecho de experiencia cuyo carácter contingente o finito debe ser seguro.

El principio conductor que nos permite la conclusión sobre Dios es invariablemente el de la causalidad. De ahí que, desde el punto de vista de su estructura fundamental, sólo haya una única prueba de la existencia de Dios, a saber: el raciocinio que va de lo relativo a lo absoluto, en el cual unos consideran como expresión de la relatividad predominantemente la contingencia y otros más bien la finitud, esto es, la composición de acto y potencia.

Tomás de Aquino aborda las pruebas de la existencia de Dios en el artículo tercero de la segunda cuestión de la Primera Parte de su Suma Teológica afirmando que:

"La existencia de Dios se puede demostrar por cinco vías. La primera y más clara se funda en el movimiento...; en el mundo hay cosas que se mueven... Todo lo que se mueve es movido por otro... los motores intermedios no mueven más que en virtud del movimiento que reciben del primero, lo mismo que un bastón nada mueve si no lo impulsa la mano. Por consiguiente, es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie, y éste es el que todos entienden por Dios".

Aristóteles, en su prueba por el movimiento, parte del movimiento local de los cuerpos, especialmente de las revoluciones de las esferas celestes, concluyendo la existencia de Dios como Primer Motor que, moviendo sólo en calidad de fin deseado, permanece inmóvil. Pero, contra este planteamiento, Tomás muestra que Dios, sin perjuicio de su inmutabilidad, debe ser admitido también como Causa eficiente; pero, sobre todo, eleva la demostración a un plano metafísico concibiendo el movimiento como un tránsito de la potencia al acto.

La prueba por el movimiento, entendida metafísicamente, muestra que todo acto es enriquecimiento ontológico de un ente de suyo sólo potencial, depende de otro ser actual en el aspecto respectivo, llegando así, por último, a un Acto puro, fundamento primitivo de toda evolución en este mundo temporal.

"La segunda, continúa Tomás, se basa en la causalidad eficiente..., en el mundo de lo sensible hay un orden determinado entre las causas eficientes... hay causas eficientes subordinadas...; suprimida la causa, se suprime su efecto, si no existe una que sea la primera, tampoco existiría la intermedia ni la última... Por consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera, a la que todos llaman Dios".

Muchos autores, apoyándose en el principio de causalidad, muestran a Dios como Causa primera del mundo. Los apologistas del siglo XVIII, en su lucha contra el ateísmo de la época, ampliaron los argumentos encaminados a demostrar la existencia de Dios. En ellos aparece por vez primera la división de las pruebas en metafísicas, físicas y morales.

Isaac Newton (1641-1727) creía que la naturaleza probaba la existencia de Dios. En su libro sobre Optica, afirmó explícitamente que todo estudio del universo nos aproxima aún más al conocimiento de la Causa Primera. Como él decía: "LA tarea principal de la filosofía de la naturaleza es razonar a partir de los fenómenos sin fingir hipótesis, y deducir las causas de sus efectos, hasta que lleguemos a la Causa Primera, que por cierto, no es mecánica" (Optica).

Modernamente se ensayaron otras pruebas, por ejemplo, la fundada en la necesidad de un primer comienzo temporal del mundo, el cual se intentaba demostrar por consideraciones a priori o con la ayuda de la ley física de la entropía, es decir, de la creciente transformación de toda energía en energía calorífica; de manera análoga se ha intentado recientemente calcular el comienzo de la evolución del universo tomando como fundamento la progresiva expansión de éste y la desintegración de la materia radiactiva.

"La tercera vía, según Tomás, considera el ser posible o contingente y el necesario, y puede formularse así...: vemos seres que se producen y seres que se destruyen, y, por tanto, hay posibilidad de que existan y de que no existan...; si todas las cosas tienen la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que ninguna existía... Por consiguiente, no todos los seres son posibles o contingentes, sino que entre ellos, forzosamente, ha de haber alguno que sea necesario...; aceptar una serie indefinida de cosas necesarias, es forzoso que exista algo que sea necesario por sí mismo y que no tenga fuera de sí la causa de su necesidad, sino que sea causa de la necesidad de los demás, a lo cual todos llaman Dios.

Sobre esta vía, Jaime Balmes (1810-1848) hace el siguiente razonamiento: "Si existe algo, existió siempre algo; es así que existe algo: luego existió siempre algo. Si no siempre hubiese existido algo, se podría designar un momento en que no hubo nada; si alguna vez no hubo nada, nunca pudo haber nada; luego, si existe algo, existe siempre algo.

De la pura nada no puede salir nada: luego, si alguna vez no hubo nada no pudo haber nada.

Tenemos, pues, que existió siempre algo. Esto será necesario o contingente: si es necesario llegamos ya a la existencia de un ser necesario. Si es contingente pudo ser o no ser, luego no tuvo en sí la razón de ser. Luego tuvo esta razón en otro; y como de este otro no se puede decir lo mismo, resulta que al fin hemos de llegar a un ser que no tenga la razón de su existencia en otro, sino en sí mismo, y que por consiguiente sea necesario. Luego de todos modos, partiendo de la existencia de algo, llegamos a la existencia de un ser necesario" (Filosofía Elemental p. 326).

La prueba cosmológica o de la contingencia, basándose en el producirse y perecer de las cosas, concluye su contingencia, y, partiendo de la mutabilidad propia también de los elementos constitutivos fundamentales cuyo origen no es experimentalmente mostrable, infiere su naturaleza, probando asimismo, con ello, que el mundo en su ser entero es causado por un Creador supramundano.

"La cuarta vía, sustenta Tomás de Aquino, considera los grados de perfección que hay en los seres... unos son más o menos buenos, verdaderos y nobles que otros,... Por tanto, ha de existir algo que sea verísimo, nobilísimo y óptimo, y por ello ente o ser supremo; como dice el Filósofo, lo que es verdad máxima, es máxima entidad... Existe, por consiguiente, algo que es para todas las cosas causa de su ser, de su bondad y de todas sus perfecciones, y a esto llamamos Dios".

La más profunda, y a la par más difícil, prueba de la existencia de Dios es la de los grados. Pues, tomando como base la finitud de todas las cosas mundanas, demuestra que las perfecciones puras ontológicas solo les corresponden "por participación", y, por lo tanto, no necesariamente; así lleva a una primera Causa, que, como Ser subsistente, es la plenitud infinita del ser.

La esencia física de Dios comprende todas sus perfecciones, implicadas como su más íntima raíz, y determinan, más en particular, los denominados atributos (propiedades) divinos, que no forman en Dios una multiplicidad, antes bien son una simple y, no obstante, infinita plenitud. Sólo puede atribuirse a Dios las perfecciones puras, las que, según su esencia, designan un ser puro (sabiduría, bondad, poder). Como ser en persona, Dios es la plenitud integral del ser y, por lo tanto, infinito.

"La quinta vía, según Tomás, se la toma del gobierno del mundo ... las cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin,... obran de la misma manera para conseguir lo que más les conviene... Ahora bien, lo que carece de conocimiento no tiende a un fin sino lo dirige alguien que entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a su fin, y a éste llamamos Dios".

Balmes, razonando sobre esta vía manifiesta: "El cuerpo del hombre encierra tanto caudal de previsión y sabiduría, que él por sí solo bastaría para convencer de la existencia de un supremo Hacedor. A medida que la anatomía y la fisiología van adelantando, se descubren nuevos prodigios en la organización; y siempre con unidad de fin, con sencillez de medios, y con la delicadeza de procedimientos que asombra al obervador...

Son innumerables los escritos en que se demuestra la existencia de Dios, fundándose en las maravillas del universo; algunos sabios han tenido la feliz ocurrencia de limitarse a un solo punto; tomando respectivamente los astros, el agua, la lluvia, el trueno, la nieve, los minerales...

Los que nieguen a Dios se verán condenados a los absurdos siguientes: que hay un orden admirable sin ordenador; una correspondencia de los medios con los fines, sin que nadie lo haya dispuesto; un conjunto de leyes fijas, constantes, que rigen el mundo con precisión matemática, sin que haya ninguna inteligencia que las haya planeado ni concebido" (Filosofía Elemental p. 330).

La ciencia moderna considera hasta tal punto al universo como un universo que toma prestado de la biología un concepto que describe su compacta unidad - el organismo - y habla comúnmente del "universo orgánico". Samuel Rogers lo enuncia así:

1) la esencia divina se halla constituida, según han propuesto algunos autores nominalistas, por la reunión actual de todas las perfecciones divinas;

2) la esencia divina es la eseidad o el ser por sí;

3) la esencia de Dios es la infinitud;

4) la Persona divina es radicalmente omnipotente;

5) la Persona divina es, por encima de todo, omnisciente.

Común a estas proposiciones es la idea de que Dios es una realidad incorporal, simple, una personalidad, actualidad pura y radical perfección. Común a ellas es también la afirmación de que Dios es infintud, bondad, verdad y amor supremos.
 

4.3. OPERACIONES DIVINAS 


Después de haber considerado la naturaleza divina, sigue lo referente a sus operaciones, pues elaborar sigue necesariamente al ser, y el modo de obrar al modo de ser. En Dios hay dos géneros muy diversos de operaciones: unas inmanentes, cuyo término permanece dentro del mismo Dios, y otras transeúntes, llamadas así porque producen un efecto exterior y extrínseco a la Divinidad.