En la Palestina del siglo I
habían surgido algunos grupos entre la población judía como consecuencia de las
diversas sensibilidades acerca de las fuentes y los modos de vivir la religión
de Israel.
En tiempos de Jesús, los más apreciados por la mayoría del pueblo eran los
fariseos. Su nombre, en hebreo perushim, significa «los segregados».
Dedicaban su mayor atención a las cuestiones relativas a la observancia de las
leyes de pureza ritual incluso fuera del templo. Las normas de pureza
sacerdotal, establecidas para el culto, pasaron para ellos a marcar un ideal de
vida en todas las acciones de la vida cotidiana, que quedaba así ritualizada y
sacralizada. Junto a la Ley escrita (Torah o Pentateuco), fueron
recopilando una serie de tradiciones y modos de cumplir las prescripciones de la
Ley, a las que se concedía cada vez un mayor aprecio hasta que llegaron a ser
recibidas como Torah oral, atribuida también a Dios. Según sus convicciones, esa
Torah oral fue entregada junto con la Torah escrita a Moisés en el Sinaí, y por
tanto ambas tenían idéntica fuerza vinculante.
Para una parte de los fariseos la dimensión política desempeñaba una función
decisiva en su posicionamiento vital, y estaba ligada al empeño por la
independencia nacional, pues ningún poder ajeno podía imponerse sobre la
soberanía del Señor en su pueblo. A éstos se los conoce con el nombre de
zelotes, que posiblemente se dieron a sí mismos, aludiendo a su celo por
Dios y por el cumplimiento de la Ley. Aunque pensaban que la salvación la
concede Dios, estaban convencidos de que el Señor contaba con la colaboración
humana para traer esa salvación. Esa colaboración se movía primero en un ámbito
puramente religioso, en el celo por el cumplimiento estricto de la Ley. Más
tarde, a partir de la década de los cincuenta, consideraban que también había de
manifestarse en el ámbito militar, por lo que no se podía rehusarse el uso de la
violencia cuando ésta fuera necesaria para vencer, ni había que tener miedo a
perder la vida en combate, pues era como un martirio para santificar el nombre
del Señor.
Los saduceos, por su parte, eran personas de la alta sociedad, miembros
de familias sacerdotales, cultos, ricos y aristócratas. De entre ellos habían
salido desde el inicio de la ocupación romana los sumos sacerdotes que, en ese
momento, eran los representantes judíos ante el poder imperial. Hacían una
interpretación muy sobria de la Torah, sin caer en las numerosas cuestiones
casuísticas de los fariseos, y por tanto subestimando lo que aquellos
consideraban Torah oral. A diferencia de los fariseos no creían en la
pervivencia después de la muerte, ni compartían sus esperanzas escatológicas. No
gozaban de la popularidad ni el afecto popular del que disfrutaban los fariseos,
pero tenían poder religioso y político, por lo que eran muy influyentes.
Uno de los grupos más estudiados en los últimos años ha sido el de los
esenios. Tenemos amplia información acerca de cómo vivían y cuáles eran sus
creencias a través de Flavio Josefo, y sobre todo de los documentos en papiro y
pergamino encontrados en Qumrán, donde parece que se instalaron algunos de
ellos. Una característica específica de los esenios consistía en el rechazo del
culto que se hacía en el templo de Jerusalén, ya que era realizado por un
sacerdocio que se había envilecido desde la época asmonea. En consecuencia, los
esenios optaron por segregarse de esas prácticas comunes con la idea de
conservar y restaurar la santidad del pueblo en un ámbito más reducido, el de su
propia comunidad. La retirada de muchos de ellos a zonas desérticas tiene como
objeto excluir la contaminación que podría derivarse del contacto con otras
personas. La renuncia a mantener relaciones económicas o a aceptar regalos no
deriva de un ideal de pobreza, sino que es un modo de evitar contaminación con
el mundo exterior para salvaguardar la pureza ritual. Consumada su ruptura con
el templo y el culto oficial, la comunidad esenia se entiende a sí misma como un
templo inmaterial que reemplaza transitoriamente al templo de Jerusalén mientras
que en él se siga realizando un culto que consideran indigno.