Georgina Zubiría Maqueo,rscj

LA ESPIRITUALIDAD DE LAS MUJERES

EN EL MISTERIO PASCUAL

Adaptación

 

 

Hablar de "espiritualidad" y "género" supone hablar del Espíritu, de la Ruah de Dios que habita, se reconoce y se expresa a través de lo humano sea del género que sea. El Espíritu es el aliento de Dios que impulsa a mujeres y a hombres a participar en su proyecto de plenitud de vida en comunión.

Consciente, pues, de que el don de Dios es para toda la humanidad, vamos a volver a los orígenes de la espiritualidad cristiana a través de las mujeres que acompañaron a Jesús durante su misterio Pascual. Vamos a orar con ellas.

Te pueden ayudar estas pautas para la oración.

Me pongo en un lugar sereno.

Invoco la presencia del Espíritu

Leo los pasajes bíblicos

Leo los puntos de iluminación.

Me detengo en el punto que me llega, golpea, que mueve algo dentro de mí.

Renuevo la escena

Me pongo en el lugar de cada personaje sobre todo en el lugar de las mujeres: veo, escucho, siento con ellas.

Actualizo la escena tomando conciencia, preguntándome

Dejo que brote la oración de mi corazón.

Me comprometo.

 

LAS MUJERES Y EL JUEVES SANTO

La Cena del Jueves

El Jueves Santo la Iglesia recuerda, de manera especial, que el amor de Dios a la humanidad quedó sellado definitivamente con la entrega total, lúcida y libre de Jesús de Nazaret.

Dos mil años después podemos pensar que, cuando decidió subir a Jerusalén, Jesús ya percibía la inminencia de su muerte. Era evidente que sus acciones y sus palabras en favor de la vida justa y digna resultaban incómodas para las autoridades religiosas y políticas de su tiempo.

DONDE SE ANUNCIE LA BUENA NOTICIA

SERA RECORDADA ESTA MUJER Y LO QUE ELLA HA HECHO (Mt 26,13)

Las mujeres que le habían acompañado desde Galilea pre-sentían con Jesús. María de Nazaret, María de Magdala, Marta y María de Betania, María Salomé, María la madre de Santiago y de José, María de Cleofás, y muchas otras mujeres estaban con Jesús en Jerusalén. Ellas habían comprendido la trascendencia de la decisión de Jesús de subir al centro de poder y, ahora, permanecían con él en su pasión.

De hecho, seis días antes de la fiesta de la pascua judía, como a dos kilómetros y medio de Jerusalén, María de Betania ya había presentido que la muerte violenta de Jesús estaba cerca. Su intuición hizo que se anticipara a ungirlo para el día de su sepultura. Un gesto que ni Jesús ni sus compañeros olvidarían: derramó casi medio litro de perfume de nardo puro, muy caro, en los pies de Jesús y, transgrediendo la norma de llevar cubierta la cabeza, los secó con sus cabellos.

Con seguridad el olor del nardo impregnó la habitación en la que cenaban. El sabor de la comida, el aroma del perfume, la memoria táctil y visual de las manos de María ungiendo sus pies y de sus cabellos secándolos, y la escucha de su amor sin palabras, acompañaron a Jesús hasta su muerte. Creemos que este gesto fue muy importante para Jesús y que además, captó en él la pasión de María con su pasión.

¿Recordaría Jesús este acontecimiento cuando lavó los pies a sus compañeros? ¿Haría memoria de María de Betania cuando les preguntó si comprendían lo que acababa de hacer? Jesús sí había comprendido la incondicionalidad del amor de María y su opción por El, por Dios, por su Proyecto.

De manera semejante, muchas mujeres de nuestra historia, de nuestro continente, de nuestros barrios, han presentido la inminencia de la muerte de sus hijos o amigos, de sus padres o esposos, de sus compañeros.

¡Cuántas mujeres han preparado la "última cena" de sus seres queridos y los han ungido con besos y con bendiciones, los han animado a mantenerse fieles a la causa de la vida como la causa de Jesús, les han colgado una cruz al cuello y les han dicho "que Dios te bendiga". Incluso hay quienes les han acompañado hasta el final y quienes han decidido entregar su propia vida.

 

Tomo conciencia:

¬1 Los gestos de amor gratuito que yo tengo con los demás, se guardan en la memoria afectiva de las personas y muchas veces son "salvadores, redentores, liberadores"

Me pregunto:

¬2 ¿Sé intuir y acompañar con gestos el dolor y el sufrimiento de los otros?

Oro:

¬3 Recuerdo personas y gestos que tuvieron conmigo en momentos difíciles y oro con corazón agradecido.

Me comprometo:

¬4 ¿A qué me mueve, invita la Palabra, Jesús, las mujeres …?

 

HAGAN ESTO EN MEMORIA MIA (Lc 22,19)

El mismo Jueves Santo, después de lavar los pies a sus compañeros de camino, Jesús tomó pan y vino para simbolizar su cuerpo y su sangre que entrega para la vida del mundo. "Hagan esto en memoria mía" dijo Jesús aquel día. Entreguen su vida, su carne, su sangre, por amor a la vida que ama Dios. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo. Por eso, cada vez que comemos este pan y bebemos este vino, expresamos el deseo de que Jesús tome cuerpo en nuestro cuerpo para continuar su proyecto y para actualizar su trabajo en favor de toda la humanidad.

A la luz de este acontecimiento percibimos agradecidamente la dimensión eucarística que late en el cuerpo de las mujeres.

Reconocemos que es la madre quien nutre con su carne y con su sangre la vida nueva que comienza. Por su cuerpo, las mujeres conocen la sabiduría de la vida, el amor que la origina, la esperanza que persevera, los dolores de parto, el gozo y el sufrimiento de respetar la libertad del otro. Por su sangre que se derrama y se renueva, las mujeres conocen la sabiduría de la entrega, del amor que se arriesga, de la disposición a dar la vida para que otras y otros la tengan.

Con su trabajo, muchas mujeres de nuestra historia mantienen viva la fe de nuestros pueblos. Ellas multiplican el pan en las mesas y anticipan el día del gran banquete en común.

Tomo conciencia:

¬5 Jesús quiere tomar cuerpo en mi cuerpo para actualizar su proyecto

¬6 En mi cuerpo de mujer late la dimensión Eucarística

Me pregunto:

¬7 ¿Por quién estoy derramando mi sangre? ¿Por quién gasto mi vida?. Esta entrega es asumida, es decir lo hago desde el amor, desde un llamado, desde una opción y elección o porque no hay más remedio

Oro:

¬8 Dejo a Jesús tomar mi cuerpo, mi sangre, mis fuerzas, …

Me comprometo:

¬9 ¿A qué me mueve, invita la Palabra, Jesús, las mujeres …?

 

LAS MUJERES Y EL VIERNES SANTO

El Viernes "mirarán al que traspasaron"

Después de cantar los himnos, salieron al monte de los Olivos (Mt 26,30) donde Jesús fue aprehendido como un malhechor. Podemos pensar que las mujeres que habían estado con él, como la amada del Cantar (5,2), mantuvieron desde entonces su corazón en vela.

Aunque los evangelios guardan silencio, la vida habla de la infinidad de veces en que las mujeres se mantienen en vela, con una pequeña lámpara encendida, durante la pasión del mundo. Co-padecen con quienes aman. Impotentes ante su dolor, permanecen con perseverancia.

ESTABAN ALLI LAS MUJERES QUE LO HABIAN SEGUIDO (Lc 23,49) …Y OBSERVABAN TODO DE CERCA. (Lc 23,55)

Así las vemos el Viernes Santo. Las mujeres están ahí, delante de la cruz injusta de Jesús. Ellas sienten presente a Dios, sufriendo con su Hijo y sufriendo con ellas… esperando, impacientes, la aurora de la resurrección.

Viernes Santo para muchas mujeres junto a la cama del hijo, de la hermana, de la amiga con cáncer, con sida o con tuberculosis. Viernes Santo junto a ancianas desprotegidas, junto a niñas y niños abandonados, con personas heridas de guerra, o refugiadas políticas. Viernes Santo con miles de damnificados por los desastres naturales.

Viernes Santo para miles de mujeres religiosas que, en nuestro continente, han elegido vivir en zonas marginadas para compartir y acompañar a los crucificados de nuestra historia, para anunciarles que Dios está en medio de ellos. Viernes Santo, tiempo y espacio de la presencia de muchas mujeres con entrañas de misericordia.

Viernes Santo en los rincones marginados de nuestras grandes ciudades. "Una gota de agua nos está quitando el sueño esperando que caiga" decía una pancarta de las mujeres que reclamaban su derecho a la vida. Lucha solidaria y perseverante por el agua para ellas, para sus hijas e hijos, para toda la comunidad.

Viernes Santo para mujeres jóvenes que sufren la violencia en sus cuerpos, que son golpeadas física y psicológicamente por quienes se creen superiores a ellas. Jóvenes, adolescentes, niñas que han sufrido abusos sexuales y cuyo rostro humano ha quedado deformado y en silencio.

Viernes Santo para muchas mujeres que, por trabajar eficazmente en favor de una sociedad nueva han sido heridas. Mujeres que, por esperar creativamente un orden social más justo se han convertido en prisioneras políticas.

Viernes Santo para las mujeres que nuestra cultura patriarcal recluye en sus hogares, para las que no tienen voz, para las que venden su cuerpo a cambio de pan en su mesa. Viernes Santo, tiempo y espacio de la solidaridad de Dios con las mujeres.

Para ellas, el Crucificado tiene rostro y nombre, historia y proyecto, relaciones y realidades, anchura y profundidad. En silencio, las mujeres meditaban estas cosas en su corazón, co-padeciendo con Jesús en su dolor.

Ellas dan testimonio de la fuerza del mal que mata al Justo. La lanza que abrió el corazón de Jesús, abrió su propio corazón a la com-pasión de Dios.

 

Tomo conciencia:

¬10 Muchas veces por mí, alguien mantuvo una lámpara encendida orando, intercediendo, apoyando para que no cayera, para que saliera adelante.

Me pregunto:

¬11 ¿Alguna vez mantuve mi lámpara encendida por alguien?

Oro:

¬12 Enciendo en mi corazón una lámpara hoy por alguien.

Me comprometo:

¬13 ¿A qué me mueve, invita la Palabra, Jesús, las mujeres …?

REGRESARON Y PREPARARON AROMAS Y UNGUENTOS (Lc 23,56)

Este es el poder de lo cotidiano, del poder que moviliza. Habían grabado en su memoria el sepulcro y el modo en que habían colocado el cadáver de Jesús. Desafiando a las autoridades que ordenaban vigilar la tumba, ellas pensaban volver con aromas y ungüentos.

La muerte injusta y violenta, la muerte prematura o progresiva, moviliza a las mujeres en lo cotidiano, las llena de valor y de audacia, de creatividad y ternura. Sus manos, sus ojos, sus pies, su olfato entra en actividad con un proyecto definido. Trabajan en común con un deseo compartido, con un dolor que las hermana para caminar en la misma dirección.

Las mujeres se capacitan para ofrecer una alimentación Ellas se organizan para mejorar la salud del pueblo. Se alfabetizan para ayudar a sus hijas e hijos, para adquirir el poder de la lectura y de la palabra.

Las mesas compartidas actualizan la multiplicación de los panes. Al dividir lo propio, hay comida para todas, para todos. Las mujeres se organizan "en grupos de cincuenta y de a cien" para preparar un encuentro, para pronunciarse públicamente, para acompañarse en sus gozos y en sus sufrimientos.

Tomo conciencia:

¬14 El dolor moviliza mis entrañas de mujer y me llenan de valor, audacia, creatividad y ternura.

Me pregunto:

¬15 ¿Qué acciones eficaces realizo con otras mujeres, en mi día a día a favor de la vida, de los demás?

Oro:

¬16 Siento en mi cuerpo y en mi ser entero el dolor del mundo, me dejo impresionar por el sufrimiento de otros y sufro con ellos, y pido por ellos.

¬17 Recuerdo a mis compañeras de trabajo, de caminata e intercedo por ellas.

Me comprometo:

¬18 ¿A qué me mueve, invita la Palabra, Jesús, las mujeres …?

 

LAS MUJERES Y EL SÁBADO SANTO

El Sábado descansaron

Según lo establecido, ellas guardaron el sábado para dar culto a Dios. Día de intensa vida interior. Cada una con su soledad habitada como espacio de encuentro con Dios en la más profunda y auténtica verdad. Sábado de dolor y de recuerdo. Sábado que es tiempo.

El cuerpo de las mujeres también nos habla del tiempo y de la espera. Su ritmo cíclico descubre las posibilidades de la paciencia, de la urgencia y de la esperanza. Su procesualidad las mantiene abiertas al futuro.

El tiempo en el cuerpo de las mujeres impone un conocimiento de lo real, del tiempo para reír y del tiempo para llorar, del tiempo para cantar y del tiempo para guardar silencio, del tiempo para abrazar y del tiempo para dejar los abrazos, del tiempo para fecundar y del tiempo para que madure lo fecundado, del tiempo para crear y el tiempo para recordar.

Sábado Santo para las mujeres que acompañaron a Jesús, tiempo para recordar lo que su Maestro les había enseñado: Sobre todas las cosas, amen a Dios y a sus semejantes como a ustedes mismas.

"Amense a ustedes mismas"

Tal vez, las amigas de Jesús recordaron aquel día en que, en medio de las multitudes, una mujer contó toda su verdad. Llevaba doce años con flujo de sangre continuo y había hecho todo lo que estaba a su alcance para recuperar la salud sin conseguir nada. Ella percibía en su cuerpo la muerte progresiva, pero su terco deseo de vivir la llevó a tomar la iniciativa de transgredir la ley de la pureza y tocar a Jesús por la espalda.

Inmediatamente sintió que su cuerpo quedaba liberado de la enfermedad. En este momento, muchos sentimientos se encontraron en su interior: gozo, temor, reverencia, adoración. El temblor de su cuerpo expresaba la emoción que la invadía y la desbordaba, el gozo profundo de sentirse viva y, en su vida, a Dios en lo más profundo.

Fue su temor a que se desvaneciera esta experiencia de plenitud la que la impulsó a confesar delante de Jesús toda su verdad. Le habló de sus sufrimientos, le reveló el contenido de su fe, le confesó la razón de su esperanza y le manifestó que su Dios, el Dios que él anunciaba y practicaba, ya se había hecho verdad en ella bajo la forma de liberación.

La iniciativa de esta mujer de amarse a sí misma y de sentir su cuerpo sano permitió a las mujeres del Sábado Santo reconocer que la salvación se hace historia para cada una de ellas.

 

"Amen a sus semejantes como a ustedes mismas".

En medio del silencio del Sábado Santo, tal vez vino a la memoria del corazón de las mujeres el recuerdo de la sirofenicia, aquella extranjera dispuesta a defender la vida de su hija como la suya propia.

Las mujeres recordaban aquel día en que Jesús, como cualquier persona, deseaba estar un rato a solas, descansar, mirar la vivido para decidir sobre el futuro. Pero no le fue posible pues una mujer irrumpió en la casa donde se encontraba. Su hijita estaba enferma y, seguramente con el paso del tiempo empeoraría. Así que, al oír hablar de Jesús relativizó las diferencias de nacionalidad y de creencias, y salió inmediatamente a buscarlo.

Al principio el encuentro no fue fácil. Postrada a los pies de Jesús la mujer extranjera le suplicaba que sanara a su niña ahora. Ella sabía que en el presente y el futuro de su hija estaban implicados su presente y su futuro de vida. Jesús, hombre judío de su tiempo y heredero de las tradiciones religiosas de su pueblo, pensaba que la salud era sólo para Israel y que los paganos, como la mujer, eran llamados "perros". Por eso le dijo: "Deja que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos".

El Sábado Santo, las mujeres recordaban con admiración a la sirofenicia. Ella tenía un proyecto y no renunciaría a él sin antes hacer lo imposible. Recordaban una a una las palabras de la extranjera: "Es cierto, Señor, pero también los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños". Bien podía haberse callado y salir descorazonada de la casa. No fue así. Ella pronunció su palabra, confesó sus convicciones, luchó por la realización de sus deseos. Estaba segura de que Dios quería la vida para todos los pueblos, razas y culturas.

Jesús la escuchó y se dejó transformar por ella en sus convicciones más arraigadas. En las valientes palabras de la mujer, Jesús reconoció el querer más profundo de Dios.

La urgencia de la sirofenicia por alcanzar la vida para su hija, su valor para defender sus certezas, su osadía parra irrumpir en el corazón de Jesús, recordaron a las mujeres del Sábado Santo que el amor por la vida de sus semejantes es un valor universal, inclusivo y extensivo para toda la humanidad.

"Sobre todas las cosas, amen a Dios"

Acompañando a María de Nazaret, el Sábado Santo, posiblemente las mujeres evocaron a aquella viuda pobre a la que Jesús puso como modelo ante sus compañeros.

María de Nazaret, viuda y pobre, había dado todo lo que tenía para el proyecto de Dios. Había padecido el dolor de la libertad de su propio Hijo que quiso entregarse hasta el fin en favor de la vida del pueblo de Dios.

Tal vez Jesús pensaba en su madre cuando miraba a la mujer que, en su pobreza, daba todo lo que tenía en aquellas dos moneditas. Sí, todo lo que tenía, recordaban las mujeres.

En ella, Jesús les ofrecía un camino, un único mandamiento: que sólo Dios gobierne sus vidas, que sólo el poder de Dios tenga autoridad en la historia, que sólo el amor de Dios sea pardigma de acción en el mundo. Pero este camino debe elegirse con lucidez y honestidad y no como aquellos ricos que dan sólo un poco de lo que tienen.

En la viuda pobre, Jesús ofrecía una buena noticia muy paradójica: quedarse sin nada para tener sólo a Dios como único absoluto, como único tesoro en el que centrar el corazón, el cuerpo, la vida.

Entonces, ese Sábado Santo, las mujeres se pusieron a recordar todo lo que dicen las Escrituras a propósito de los profetas asesinados por su fidelidad a Dios. A cuántas personas había enviado a su viña para que la cuidaran… y, ahora, había enviado a su Hijo Amado, el preferido y también lo mataron.

 

 

Tomo conciencia:

¬19 Del tiempo que me dedico a mí, a los demás y a Dios.

Me pregunto:

¬20 ¿Me amó a mí misma? ¿Qué signos los indican?

¬21 ¿Amo a los demás? ¿En qué se nota?

¬22 ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Cómo lo manifiesto?

Oro:

¬23 Dejo que mi tiempo y espacio sean habitados por el Amor, oro con el amor que Dios mismo derrama en mi corazón de mujer.

Me comprometo:

¬24 ¿A qué me mueve, invita la Palabra, Jesús, las mujeres …?

 

 

 

 

 

LAS MUJERES Y EL DOMINGO DE RESURECCIÓN

El domingo, antes de salir el sol

Las mujeres pasaron en vela la noche del sábado al domingo, oraban y recordaban, esperaban ansiosas la madrugada para salir corriendo al lugar donde habían puesto a su amigo, maestro y señor.

María, la de Magdala, María de Santiago y Salomé se adelantaron. Estaban impacientes por ungir a Jesús. Cuando llegaron encontraron que habían quitado la piedra que tapaba la entrada y el sepulcro vacío. Ante la sorpresa fueron a buscar a los demás pero, al ver lo sucedido, regresaron a casa. En cambio, María Magdalena, permaneció ahí. Como la mujer sirofenicia, ella no quería regresar hasta conseguir lo que quería: tocar el cuerpo de Jesús.

Desconcertada, María lloraba por el hombre que cariñosamente la había acompañado en su proceso de ser mujer, en su búsqueda de ser persona humana. Jesús, como lo había hecho hasta entonces, se acercó a ella con profundo respeto ante su dolor y ante sus necesidades y le preguntó "¿Por qué lloras? ¿A quién andas buscando?" Su intenso dolor la mantenía confundida pero valiente: "dime dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo".

Fue entonces cuando Jesús le regaló la primera experiencia de la resurreción: él la llamó por su nombre: "María". Nombre que encierra una historia, unas raíces, una vida que Jesús ama y acoge. María pudo entonces ver y reconocer la Vida que andaba buscando.

María se acercó a Jesús, lo tocó y le llamó "!Rabbuní!". Su cuerpo, abierto al otro y al Otro, lo acogió, lo estrechó, lo abrazó. En su cuerpo ella ya conocía lo que es la comunión y lo que es la diferencia. Desde sus entrañas ha percibido lo que es el gozo y el dolor del Otro o del otro que la habita. En su seno ella ha abrigado sueños y promesas y ha sentido el gozo y el dolor de respetar la libertad del Otro. Entonces Jesús le pidió que no lo retuviera y al mismo tiempo, le ofreció un proyecto de vida nueva.

Junto al sepulcro, justo ahí donde parecía que ya no había remedio, Jesús presentó nuevas alternativas capaces de totalizar la persona entera de María: le ofreció la posibilidad de relacionarse con Dios como hija, la oportunidad de relacionarse con las demás personas como hermana y el derecho a realizarse humanamente como mujer plena, portadora responsable y testigo agradecido de una gran noticia.

En un mundo que no acepta el testimonio de las mujeres, Jesús no sólo lo aceptó sino que le entregó la misión de anunciar que está vivo, que ha resucitado. María Magdalena, digna de toda la confianza de su Maestro, se realizó como Apóstol de la primitva iglesia, mensajera incondicional del Resucitado.

También ahora podemos recordar a numerosas "Marías Magdalenas" no por la fama de lloronas que se les ha hecho, sino por su terca insistencia en anunciar con sus vidas que Jesús está vivo en nuestra historia. En ellas podemos tocar a Jesús cuando comparten su techo y su pan con el hermano, cuando tienen su puerta abierta de par en par, cuando trabajan por hacer de su casa y de su ciudad un hogar habitable, digno para la vida, cuando en la liturgia incorporan el canto y el color, la vela y la Palabra. Ellas buscan con creatividad caminos alternativos para cumplir con la misión que se les encomienda de anunciar que Jesús está vivo en cada una de ellas, en la comunidad y en cada intento por recrear las realidades y las relaciones de acuerdo a la Buena Nueva.

Gracias a tantas "Marías Magdalenas" muchas niñas y niños, jóvenes y hasta adultos, saben que Jesús vive en nosotras y entre nosotras. Con su palabra evangelizadora recuerdan lo que aquellas mujeres recordaban el Sábado Santo y con su alegría pascual anuncian que Jesús es Buena Noticia siempre.

 

 

Tomo conciencia:

¬25 Mi nombre, mi historia, mis raíces, mi cuerpo, mi feminidad, encierran la Vida, soy habitada por el OTRO

Me pregunto:

¬26 ¿Siento que Jesús me acompaña en mi proceso de ser mujer?

¬27 ¿Experimento que Jesús ama y acoge mi vida?

¬28 ¿Sé acompañar a otros en su proceso de ser personas?

Oro:

¬29 Con la misión que me encomienda Jesús resucitado de ser anunciadora de Vida, esperanza, consuelo, gozo, paz…

Me comprometo:

¬30 ¿A qué me mueve, invita la Palabra, Jesús, las mujeres …?

 

Creo que el Espíritu de Dios vive y se expresa en lo humano y que nuestros cuerpos son mediación de su Amor, de su aliento.

Nuestros cuerpos llevan el sello indeleble de Dios, somos su imagen y semejanza en el conjunto de la creación entera. En ella, nuestros cuerpos femeninos revelan cualidades divinas irrenunciables

. Tenemos tiempos, espacios y formas habilitadas por Dios para hacerle presente en nuestra historia como misericordia entrañable, como compasión transformadora, como paciencia esperanzada. Como templos del Espíritu, estamos llamadas a vivir en nuestros cuerpos la encarnación del Hijo para in-corporarnos todas, todos, en Dios.

Al confesar que Dios está presente entre nosotras y que Jesús está vivo, nos obligamos a realizar acciones eficaces en la historia que nos toca vivir. El don de su Espíritu es lo que garantiza que los seres humanos seamos capaces de cear realidades y relaciones nuevas acordes con el querer de Dios.

 

 

 

Hoy y aquí, los sentidos de muchas mujeres están en actividad colaborando con Dios en la creación de una nueva sociedad. Hoy y aquí las manos de muchas mujeres preparan el banquete que anticipa el gran día en que no habrá llanto ni lamento porque todas y todos tendrán pan en sus mesas y vino para alegrar su corazón. Hoy y aquí, las manos de las mujeres tejen vestidos y túnicas para los desamparados. Hoy y aquí, nuestras manos tejen relaciones de colaboración solidaria.

Encarnada en nuestra historia, la espiritualidad que está naciendo desde las mujeres es una espiritualidad trinitaria. Porque el Espíritu es primicia quedamos in-corporadas a la Trinidad y, como ella, queremos vivir apasionadamente los misterios gozosos y los misterios dolorosos de nuestro mundo. Sabemos que ella co-padece con sus criaturas, se con-mueve con sus sufrimientos y vuelca su corazón hacia las mayorías que mueren de manera violenta o progresiva a consecuencia de la injusticia y de la ambición de los grupos más poderosos. Confesamos que al sentir y sufrir la muerte impuesta por los sistemas opresores, la Trinidad busca actuar y participar en la historia a través de una cadena de mujeres y hombres de fe, a través de nosotras.

Reconocemos, celebramos y agradecemos que las personas de la Trinidad, como pregoneras de la equidad, la libertad y la inclusión, comparten y participan en un único Proyecto Común: la Vida y Vida en abundancia para la humanidad que habita la creación y a quien invita a administrarla con responsabilidad y creatividad.

Con nuestra vida en el Espíritu, las mujeres intentamos confesar que las personas de la Trinidad son una comunidad de diferentes donde cada una pide y hace posible que la otra descubra y dé lo mejor de sí. La dimensión trinitaria de nuestra espiritualidad nos alienta a vivir nuestras relaciones en condiciones de igualdad y colaboración, y a compartir agradecidas la riqueza de nuestra pluralidad.

La dimensión trinitaria de la espiritualidad nos permite acercarnos al acontecimiento pascual como momento cumbre en el que Dios nos revela su radical solidaridad y la apertura irreversible de la historia a la plenitud del su proyecto. Creemos que ahí, donde parecía que no había nada que hacer, ahí donde parecía que la muerte había vencido; ahí donde parecía que el mal tenía la última palabra, ahí, y precisamente ahí, surgió la vida.

De esta manera, la espiritualidad trinitaria es para nosotras horizonte de nuestra fe, paradigma de nuestra práctica, referencia creyente y agradecida de una ética solidaria capaz de dinamizar lo mejor de lo humano y capaz de generar la creatividad y la fortaleza que hoy requieren los nuevos proyectos de trabajo en favor de la vida.