Ponencia de Mons. Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal Española

Fuente :  ECCLESIA DIGITAL http://www.revistaecclesia.com

 

LA EUCARISTÍA ES EL CORAZÓN DE LA IGLESIA

(Congreso Eucarístico de Murcia – Noviembre 2005)

 

A través de la iniciación cristiana introduce la Iglesia en el conocimiento y la participación de las realidades fundamentales de su vida a cuantos quieren formar parte de ella. La cumbre de la iniciación consiste en descubrir el sentido de la Eucaristía que debe profundizar constantemente la catequesis ulterior. Cuando la Iglesia recuerda la obligación moral de participar en la Eucaristía del Día del Señor quiere encarecer su necesidad vital, ya que la Eucaristía es la acción más importante de los cristianos y de toda comunidad eclesial. "La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente, ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo"1.

¿Por qué sobresale la Eucaristía entre las demás acciones de la Iglesia, que de ella proceden o a ella se ordenan?

No es irrelevante que el criterio principal según el cual clasifican las ciencias sociales a los cristianos en practicantes o no practicantes sea la participación en la Eucaristía dominical o frecuente, ya que es el signo principal de identidad y pertenencia a la Iglesia. Cuando un cristiano se distancia es un indicio de que existe un problema importante o un presagio de que existirá; la exhortación de los pastores a que no abandonen los fieles la asamblea ha sido constante desde el principio2.

La deserción continuada de la asamblea dominical produce enfriamiento, desinterés, pereza para volver, dificultad psicológica del retorno, justificación teórica de la ausencia, debilitamiento de la pertenencia eclesial, pérdida de los principios y criterios morales cristianos, ruptura por fin. Si éste es aproximadamente el itinerario de muchos fieles cristianos en su distanciamiento de la Iglesia, se puede afirmar al contrario que por la Eucaristía adecuadamente participada renace la Iglesia y cada cristiano. La comunidad cristiana es como un "microclima" en que los cristianos dispersos en el mundo, y a veces en ambientes inhóspitos, se fortalecen por el encuentro creyente con el Señor, experimentan la gracia de la fraternidad y se alientan mutuamente en el servicio caritativo hacia los necesitados y en el anuncio con obras y palabras del Evangelio en medio de la sociedad. Participando en la Eucaristía, que es el sacramento de la Pascua de Jesús, se estrecha la comunión entre los cristianos y se reanima la esperanza.

La trascendencia de la Eucaristía en la vida y la misión de la Iglesia se manifiesta ciertamente por la repercusión en los cristianos; pero deriva ante todo de lo que es en sí misma. La Eucaristía ha sido depositada por el Señor "in sinu Ecclesiae" (A. Vonier); Cristo en la Eucaristía es "el corazón de la Iglesia" (H. de Lubac); en la celebración eucarística se expresa y realiza la Iglesia en su máxima intensidad. Tan íntimamente se compenetran e interaccionan en reciprocidad que podemos hablar de la dimensión eclesial de la Eucaristía y de la dimensión eucarística de la Iglesia. Sin Iglesia no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay Iglesia.

Numerosas formulaciones del magisterio y de la teología subrayan el puesto singular de la Eucaristía en la Iglesia: La Eucaristía es fuente y cumbre, raíz y quicio, centro y corazón, compendio y suma de nuestra fe, en ella se contienen "todas las realidades sobrenaturales"; es plenitud y la más alta expresión de la vida cristiana, don y misterio, base de la existencia de la Iglesia y anticipación sacramental de la liturgia celeste, memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo...

Estas expresiones indican que la Eucaristía está en el centro de la economía de la salvación; cuando buscamos orientación en medio de las conmociones generales, necesitamos hacer pie sobre sólidos cimientos y afianzarnos en lo esencial. Si la Eucaristía no ocupa el puesto central que le corresponde, queda descentrada nuestra vida cristiana y perdemos vigor para testificar al Señor que nos enseña con su entrega por amor hasta la muerte la manera evangélica de ser y de actuar.

La Eucaristía es cumbre de la economía sacramental, ya que en ella se hace presente el mismo Cristo, el Hijo encarnado del Padre, y se nos da como manantial de amor, de paz, de reconciliación, de impulso apostólico, de esperanza en medio de las pruebas. En la Eucaristía confluyen todas las realidades cristianas, ya que Jesucristo en persona es el Salvador, anunciado en el Antiguo Testamento, el mismo ayer, hoy para siempre (cf. Heb 13,8). "En este sacramento se contiene todo el misterio de nuestra salvación"3. La autocomunicación de Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo es la fuente originaria de la Eucaristía, alimento y bebida de salvación.

La historia de la salvación, recordada en forma de alabanza y acción de gracias a Dios, converge en la narración de la institución de la Eucaristía, memorial de la pascua de Jesús y sacramento de su sacrificio. Pues bien, así como en las anáforas eucarísticas la economía salvífica, desde la creación, pasando por la historia de Dios con su pueblo, desemboca en la hora suprema de Jesús, que dio a sus discípulos como alimento su Cuerpo entregado y su Sangre derramada, de manera semejante san Juan de la Cruz ve a la luz de la fe concentrarse en la Eucaristía, convertida en fuente, la donación de Dios Padre que por amor nos entregó a su único Hijo.

El Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por la fe fue redactado por san Juan de la Cruz en la cárcel de Toledo durante aquellos días lentos y aquellas noches interminables. El estribillo "aunque es de noche" significa la fe, que al mismo tiempo oculta y entrega. La fe es la puerta al Misterio de Dios y el ámbito permanente en que lo conocemos; la luz de la fe aunque sea muy penetrante no ilumina del todo la oscuridad en que Dios se revela y nosotros podemos conocerlo durante la peregrinación. "¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre/: aunque es de noche!". "La fonte, que es Dios en su misterio, se muestra en sucesivas comunicaciones: manar original, la creación y su belleza, (en la revelación de) las Personas divinas; hasta su manifestación más cercana en el sacramento de la Eucaristía, donde realmente el hombre alcanza a ver y a beber". "Aquesta eterna fonte está escondida / en este vivo pan por darnos vida, / aunque es de noche"4.

Como la historia de la salvación desemboca y se condensa en el sacramento de la Eucaristía, esta celebración nos defiende de reducir el Cristianismo a ideas y palabras, ya que es la donación real de Dios a los hombres en Jesucristo. No sólo reflexionamos sobre la comunicación de Dios y hablamos de ella y suspiramos por ella, sino que celebramos y bendecimos a Dios porque nos ha bendecido en Cristo (cf. Ef.1, 3 ss.).

La Eucaristía mana del amor de Dios que se ha derramado sobre la humanidad como una sorpresa siempre nueva; es un don divino, no una conquista o una posesión nuestra. Participamos en el misterio de Dios hecho fuente a través de la fe, la conversión continua, la confianza, la hospitalidad del corazón, la disponibilidad para el amor servicial y la proclamación del Evangelio.

Jesús es el pan verdadero, al que remitía la multiplicación de los panes (cf. Jn 6,26-27); es el pan bajado del cielo, del cual el maná con que Dios alimentó providencialmente cada día a su pueblo por el desierto camino de la tierra prometida, era sólo una imagen (cf. Jn 6,32-33. 49-50. 58). Jesús es el pan de la vida; su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida (cf. Jn 6,55). Es el alimento auténtico, en que se realiza definitivamente su significación nutritiva, ya que sustenta para siempre y otorga vida eterna. Jesús es verdaderamente el pan vivo, bajado del cielo; otras formas de alimento otorgadas por Dios en la historia de la salvación son figura, sombra de los bienes futuros e imagen proyectada anteriormente por la plenitud. En la Eucaristía está real, verdadera y sustancialmente presente Jesucristo; y por ello su carne es verdadera comida que da vida eterna a los comensales. Así como la verdad de la salvación y de la divinización comunicadas por Jesús dependen de la verdad de la encarnación del Hijo de Dios, de manera semejante la autenticidad de la vida eterna recibida en le Eucaristía depende de que el pan es "verum corpus Christi"5.

De manera singular está presente Jesús en la Eucaristía como alimento para nuestra salvación; la Eucaristía es el sacramento por excelencia de la presencia de Jesucristo en la Iglesia (cf. Mt 28,20). Otras formas de presencia (en la asamblea reunida en nombre del Señor, en la Palabra de Dios proclamada, en el sacerdote que preside la Eucaristía, en los pobres...) son también reales. Todas forman una constelación armoniosa; unas nos preparan para percibir a Cristo presente en las otras y en la conexión mutua acreditan su autenticidad. Recordemos cómo en la historia de la Iglesia muchos santos han unido la adoración eucarística y el cuidado de los necesitados.

La "hora", fijada según los designios del Padre, es el acontecimiento a que tiende la existencia de Jesús. La hora de Jesús es al mismo tiempo la hora de su prueba suprema, la hora de su glorificación y la hora de su máxima fecundidad salvífica. (cf. Jn 12,23-24.27.16,32s.; 17,1. Cf. Lc 22,53).

La última cena de Jesús con sus discípulos tiene lugar cuando ha irrumpido la hora. "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Jesús afronta su hora, que abarca la pasión, la exaltación en la cruz y la glorificación, poniendo su confianza en el Padre. Entra en la hora libremente, cambiando el odio en amor y capacitando a sus discípulos para introducir en el mundo trasformaciones sociales animadas por el amor.

Se alude significativamente en la narración de la hora de Jesús y de la institución de la Eucaristía a una circunstancia que les confiere especial dramatismo: Judas, uno de los doce, lo entrega a sus enemigos. ¿Cómo responde Jesús a esta traición? El mismo se entrega libremente, por amor, sin proferir amenazas, en manos del que juzga justamente (cf. 1 Ped 2,22-25). Más aún, Dios Padre, en un designio insondable, entregó a su Hijo por nosotros (cf. Jn 3,16; Rom 8,32). La cruz testifica el amor de Jesús a los hombres y el amor que el mismo Padre nos tiene.

En esta hora suprema celebra Jesús la última cena con sus discípulos, haciéndoles partícipes por anticipado de su Cuerpo y de su Sangre entregados para el perdón de los pecados y la salvación del mundo, y confiándoles el memorial de su Pascua para que lo realicen en conmemoración suya.

Jesús nos ha dado la gracia de entrar en su hora "mediante la palabra del poder sagrado de la consagración" (Benedicto XVI) otorgado a los apóstoles y en ellos a sus sucesores los obispos y a los presbíteros colaboradores de éstos. El nos arrastra con la fuerza del Espíritu Santo a seguirlo en su Reino. La Eucaristía es el sacramento de la Pascua de Jesús, celebrado por la Iglesia que abre a cada uno de los participantes las puertas de la vida eterna. Haciendo Pascua con Jesucristo, pasamos de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, del temor a la esperanza, de la indiferencia hacia los demás a la compasión de los desamparados, del odio al amor, de la división a la concordia, de la dispersión en medio del mundo a la comunión en la Iglesia, de la violencia a la paz, del envejecimiento producido por el pecado a la novedad de ser ácimos sin malicia ni mentira (cf. 1 Cor 5,7-8), de la confusión a la claridad, de la agitación a la serenidad, del caos a la creación nueva que desborda en belleza y armonía a la creación primera, del "desierto grande y terrible" (Deut 8,15) a la "tierra que mana leche y miel" (Ex 3,8), etc. Jesucristo es la Pascua de nuestra salvación; la Eucaristía es la acción por excelencia que nos introduce en una forma de vivir según el domingo eterno y el "octavo día" consagrado por la resurrección de Jesucristo, en que descansaremos y contemplaremos, amaremos y alabaremos sin fin. Participar auténticamente en la Eucaristía, con la fe despierta y el amor disponible al sacrificio, nos introduce en un dinamismo pascual y nos hace artífices del mundo nuevo nacido en Jesucristo.

Resumamos lo dicho. Porque la Eucaristía es el memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo y el sacramento de su Pascua; porque en este sacramento se condensa la autocomunicación de Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo, haciéndonos la Trinidad santa sus comensales; porque en la Eucaristía está presente el Señor singularmente y por antonomasia; porque en este sacramento se nos da el verdadero pan del cielo que sacia en los hombres el hambre y la sed de vida eterna...; por estas razones, se comprende que la Eucaristía es fuente, centro y meta de la vida y misión de la Iglesia, que la participación en la celebración eucarística es vital para la Iglesia y para los fieles en concreto, y que la iniciación cristiana culmina en la participación de la Eucaristía.

Murcia, 10 de noviembre de 2005

Mons. Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao

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1 Ordenación General del Misal Romano, 16.

2Cf. Heb 10, 23-25; Didajé XVI,1-2; Didascalia de los apóstoles II, LIX, 2-3.

3 Summa Theologiae III, q.76, a. 1 c.

4 Obras completas, Madrid 1992, 4ª ed. por J. Vicente Rodríguez y F. Ruiz Salvador, pp.72-73. Esta poesía tiene cierto parecido con el romance sobre el Evangelio "in principio erat Verbum", que culmina en el nacimiento de Cristo con estas palabras: "Y la Madre estaba en pasmo / de que tal trueque veía: / el llanto del hombre en Dios /y en el hombre la alegría, / lo cual de el uno y de el otro / tan ajeno ser solía" (p.57).

5 Suma Theologiae III,q.75,a.1 c.