Ester 14, 1.3-5.12-14.


En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel: "Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo.".

 

 

En el Evangelio Jesús nos invita a orar: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá». Estas palabras de Jesús son muy hermosas, porque expresan la verdadera relación entre Dios y el hombre, y porque responden a un problema fundamental en toda la historia de las religiones y de nuestra vida personal. ¿Está bien y es justo pedir a Dios cualquier cosa? ¿O bien la única respuesta hay que dejarla en manos de la trascendencia y grandeza de Dios? ¿No consiste la oración en glorificarle, adorarle, en darle gracias, es decir, en una oración que sería desinteresada?... Jesús no conoce este temor. Jesús no enseña una religión para élites, totalmente desinteresada. La noción de Dios que Jesús no enseña es diferente: su Dios es muy humano; es un Dios bueno y poderoso. La religión de Jesús es muy humana, muy simple –es la religión de los sencillos: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra porque has escondido estas cosas a los sabios e inteligentes y las has revelado a los humildes y sencillos» (Mt 11,25). Los pequeños, los que tienen necesidad de la ayuda de Dios y lo dicen, comprenden mucho mejor la verdad que los inteligentes, quienes, rechazando la oración de petición y no admitiendo más que la alabanza desinteresada a Dios, construyen en el hombre una autosuficiencia que no se corresponde con su indigencia, tal como lo expresan las palabras de Ester: «Protégeme» (14,4). Detrás de esta noble actitud que no quiere ser molesta a Dios con su pequeños males, se esconde la duda siguiente: ¿Puede Dios dar respuesta a las realidades de nuestra vida, puede cambiar nuestras situaciones y entrar en la realidad de nuestra vida terrena?... Si Dios no actúa, si no tiene poder sobre los acontecimientos concretos de nuestra vida, ¿cómo sigue siendo Dios? Y si Dios es amor ¿no encontrará el amor una posibilidad de responder a la esperanza del que le ama? Si Dios es amor, si no pudiera ayudarnos en nuestra vida concreta, el amor no sería el último poder del mundo.

 

Benedicto XVI  

 

Sería absurdo negar nuestra realidad inmediata, y esta es que somos seres frágiles, indefensos, impotentes, que estamos a merced de nuestro entorno, bien lo dice las Sagradas Escrituras, ¿quién puede extender los días de su vida?. Somos barro que con un poco agua nos empezamos a desbaratar; y por muy fuerte, muy grande, muy sabio, que llegue a ser una persona, ante ciertas circunstancias  se vuelve lo que somos en realidad: seres humanos.

 

Por eso, cuando humildemente volteamos los ojos al Padre y le pedimos, le pedimos, le pedimos,  el Señor con gran alegría viene a nuestro encuentro, viene en nuestra ayuda, sin tardanza. Acaso una madre no acude corriendo al escuchar a su hijo llorar dejándolo todo, con cuánta mayor razón Dios lo hará. Vendrá a levantarnos, a sacudirnos, a besarnos, y sobre todo a insistirnos en que debemos seguir el camino, debemos seguir andando.

 

Ciertamente en muchas ocasiones no vamos a recibir lo que pedimos con ahincó,  porque solamente Dios sabe lo que nos hará felices, y nos dará aquello que nos haga crecer. Pero jamás nuestras oraciones quedarán sin respuesta. Ester supo esto, y pidió aquello que le ayudara a enfrentarse al rey Asuero. No pidió que Dios lo exterminará, ni pidió tener a su lado un ejército de mil ángeles que la defendieran. Sólo pidió la protección del Señor , el valor y las palabras sabias para enfrentar al tirano. Ella sabía que de lo demás Dios se encargaría. 

 

¡Pide, pide aquello que sea elemental para tu vida! De lo demás, Dios se hará cargo.