Autor: Mayra Novelo
¿Es lícito aplicar los métodos Zen
para acercarnos más a Dios?
No todo el que guarda quietud y silencio escucha a Dios...
Hace algunos días llego a los correos de este portal
la siguiente consulta:
“Desde hace varios años hago ejercicios espirituales Ignacianos durante una
semana. Todo en silencio y meditando sobre textos evangélicos. El ultimo
retiro se hizo sobre el método ZEN. Sólo silencio, ojos cerrados, sentados en
yoga sin movernos para nada durante varias sesiones al día. diciéndonos que
Dios es Silencio. Yo admiro el silencio y lo necesito y me ayuda
espiritualmente y en mi profesión, pero no entiendo lo del ZEN mezclándose con
retiro espiritual. ¿Es lícito cristianamente hablando, aplicar métodos Zen,
para acercarnos más a Dios?”
Precisamente aquí se está experimentando un gravísimo daño a la verdadera
espiritualidad Cristiana Católica. La verdadera meditación no es quietud o
quedarnos en completo silencio. La verdadera meditación es el encuentro con
Dios y una aceptación de su voluntad sobre nuestra vida; y los ejer cicios
espirituales Ignacianos fueron durante muchos años un excelente medio para
hacerlo y lo seguirán siendo si quienes los predican son fieles a la forma que
San Ignacio aconsejó impartirlos. Toda innovación y toda mezcla con
métodos orientales no aportan nada a la relación con Dios y si desvirtúan este
verdadero encuentro a un "sentirse bien egoísta".
Estos métodos orientales producen sensaciones de quietud o de distensión,
sentimientos gratificantes y, quizá, hasta fenómenos de luz y calor similares
a un bienestar espiritual. Confundirlos con auténticas consolaciones del
Espíritu Santo sería un modo totalmente erróneo de concebir el camino
espiritual.
Recordemos también que el verdadero silencio, el silencio que se aconseja en
el cristianismo tiene la finalidad de callarnos externa e internamente para
poder escuchar a Dios a través de la conciencia. No tiene nada que ver con
métodos que sólo nos entrenan en posturas corporales y mentales de quietu d
total, controlando nuestro ser ante cualquier movimiento.
Tenemos la experiencia que las grandes decisiones de nuestra vida nacieron en
el silencio. Lo necesitamos porque la mucha distracción nos aleja de vivir
para lo esencial y acaba por producir desasosiego, tristeza e inquietud. Como
recuerda el Padre Rivero en alguno de sus artículos:
”Jesús nos dijo: “cierra las puertas”. Cerrar las puertas y ventanas de madera
es fácil. Pero aquí se trata de unas ventanas más sutiles, para conseguir ese
silencio.
Está, primero, el silencio exterior, que es más fácil de conseguir: silencio
de la lengua, de puertas, de cosas y de personas. Es fácil. Basta subirse a un
cerro, internarse en un bosque, entrar en una capilla solitaria, y con eso se
consigue silencio exterior.
Pero está, después, el silencio interior: silencio de la mente, recuerdos,
fantasías, imaginaciones., memoria, preocupaciones, inquietudes, sentimientos,
corazón, afectos. Este sil encio interior es más difícil, pero imprescindible
para oír a Dios e intimar con Él.
Los enemigos del silencio son la dispersión, el desorden, la distracción, la
diversión, la palabrería, la excesiva juerga, risotadas, la velocidad, el
frenesí, el ruido”.
Y sabemos que el silencio es un medio muy importante para poder escuchar a
Dios, porque “Dios habla en el silencio”.