ENTREVISTA
Francesc Torralba, teólogo
«La caridad cristiana exige un serio compromiso con la justicia»
A propósito de la encíclica Deus caritas est del Papa Benedicto XVI
Por Patricia Castillo
Fuente: ObservatorioDigital.net

 

El 25 de enero de 2006 se hizo pública la primera encíclica del Papa Benedicto XVI titulada «Deus Caritas est». El Papa Benedicto ha expresado al presentar esta encíclica que la palabra «amor» parece algo muy lejano de lo que un cristiano piensa cuando se habla de «caridad» por lo cual ha querido mostrar el concepto de amor en todas sus dimensiones. La encíclica más allá de ser un tratado exhaustivo quiere «insistir sobre algunos elementos fundamentales, para suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino» tal como lo manifiesta la introducción de la misma (http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/
encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est_sp.html
).

Para profundizar sobre el contenido de esta encíclica hemos entrevistado a Françesc Torralba, filósofo, teólogo y profesor de la Universidad Ramón Llull, de Barcelona. 

¿Qué aspectos novedosos encuentra usted en esta primera encíclica del pontificado de Benedicto XVI?

Creo que se pueden identificar dos tipos de novedad. Una, de carácter formal y, otra, de carácter material. El estilo literario de la encíclica, las metáforas y las imágenes que se utilizan no se corresponde, exactamente, con el género literario de lo que es una encíclica, cuanto menos, con las que han sido publicadas desde finales del siglo XIX hasta los albores del siglo XXI.

Se trata de un texto bello desde el punto de vista literario, erudito en muchos sentidos y que tiene, debemos confesarlo, pasajes de difícil comprensión. Cita a pensadores y a filósofos de la tradición moderna y contemporánea. Ratzinger hace gala de su extraordinaria erudición. Entre esas citaciones, cabe destacar las referencias a Descartes, Gassendi, Aristóteles, Nietzsche y Marx. Y no sólo les cita para refutarles, sino para auscultar sus argumentos, sus objeciones a la fe cristiana y a la cosmovisión que se deriva de ella. La primera referencia al conocido texto de Nietzsche, Más allá del bien y del mal, no es, en ningún caso, una pura casualidad. Ratzinger ve en él a un interlocutor fundamental para comprender la postmodernidad actual.

Desde el punto de vista material, se trata de un texto profundo y que alberga una gran densidad especulativa. Casi se podría calificar de un curso de doctorado para especialistas, puesto que las divagaciones del Papa-teólogo Joseph Ratzinger se elevan a unas dimensiones de abstracción poco usuales en las encíclicas precedentes desde el pontificado de León XIII hasta la hora presente.      

¿Una encíclica teológica o una encíclica social?

En esencia, se trata de una encíclica teológica, puesto que el tema central consiste en explorar la naturaleza de Dios a partir de la misma definición de Dios que aparece en la Primera carta de Juan. Se trata de un texto que si debiera ubicarse en el árbol de las ciencias teológicas, pertenecería de pleno al ámbito de la teología dogmática o sistemática, puesto que en él se explora la naturaleza de Dios. Sin embargo, el texto no se desarrolla única y exclusivamente en este terreno, sino que en la segunda parte, se abordan las consecuencias prácticas, en el orden personal, social, institucional y político que se derivan de tal concepción de Dios. No creo que pueda calificarse, sin más, de una encíclica social como podría decirse de Pacem in terris de Juan XXIII o de Centesimus annus de Juan Pablo II, sino de un texto profundamente teológico que sólo aborda, de modo tangencial, las posibles derivaciones de tal abstracción.

La recuperación de la palabra amor, ¿nuevas dimensiones o volver a las raíces?

A lo largo de esta corta encíclica, el Papa-teólogo aborda el concepto de «amor» haciendo gala de sus conocimientos filosóficos, teológicos y bíblicos. En sentido estricto, trata de explorar los posibles contenidos semánticos que alberga tal concepto y se centra especialmente en tres: la philia, el eros y el ágape. Propiamente no desarrolla un análisis exhaustivo de cada una de estas formas de amor, pero trata de vincular el eros con el ágape, o cuanto menos, intenta establecer una liason entre el amor como deseo y el amor como don. Esta unión profunda entre el eros y el ágape no es original en el pensamiento de Ratzinger. En otros textos anteriores al pontificado, ya  trata de mostrar que entre eros y ágape debe haber algún tipo de solución de continuidad. Muestra como el ágape no niega el eros, ni significa la destrucción del deseo, sino la transfiguración del deseo, la apertura del deseo a una dimensión superior, donde el yo se niega a sí mismo para convertir al otro en el sujeto preeminente de la relación.

¿Cómo se va del eros al ágape y a la caridad?

El ser humano es, por definición, un ser de deseos, una naturaleza erótica que experimenta deseos de diferente naturaleza e intensidad. Vivir es desear, pero no todo deseo tiene la misma calidad, ni conlleva el mismo grado de profundidad. Desde la tradición cristiana, el deseo no es, en sí mismo, negativo, sino que constituye una dimensión fundamental de la persona y como tal es bello y es expresión de la dignidad humana.

El eros se convierte en ágape o se transfigura en amor como don, cuando el deseo no tiene como referencia central al yo, es decir, al uno mismo, sino al otro, cuando la apertura al otro, el movimiento hacia él, no obedece a intereses personales, a posibles beneficios, sino que busca auténticamente la realización del otro y uno está, inclusive, dispuesto a sacrificar su bienestar personal. Cuando el eros se abre a la perspectiva del otro y niega el ego, el eros se transforma en ágape, porque entonces, lo que priva, no es el uno mismo, sino el otro. En tal situación, el eros se convierte en éxtasis, en salida de uno mismo y este éxtasis es el ágape. Éste es, en esencia, el movimiento que lleva a cabo el buen samaritano cuando atiende al malherido.

El anuncio de Jesucristo, el amor a los demás, ¿cómo se combina? ¿Qué prevalece? ¿Basta sólo con la caridad? ¿Basta sólo el anuncio?

No es fácil sintetizar el mensaje central de Jesús. Esta tarea incumbe, en esencia, a la teología cristiana. La encíclica trata de lo esencial, de lo fundamental en el mensaje cristiano y este rasgo fundamental se condensa en la máxima de amar a los demás como a uno mismo. Si Dios es el amor pleno, el hombre que ama agápicamente ya conoce Dios en sus adentros a pesar de que no reconozca explícitamente a Dios. La vía de acceso a Dios que se desprende de la encíclica y que se inspira en la Primera carta de Juan es la via amoris. A través del ejercicio del amor, se experimenta ya en esta vida la presencia de Dios, porque Dios es ágape o, para decirlo con más precisión: Dios es la misma fuerza que impulsa al ser humano a romper su solipsismo, a salir fuera de sí, para atender responsablemente al otro.

¿Cómo se relaciona la actividad de la Iglesia con la actividad del Estado?

Siguiendo las sugerentes tesis sobre este tema particular expuestas ya en el Concilio Vaticano II, el papa Benedicto XVI defiende la separación y la independencia de la iglesia con respecto del Estado y condena cualquier forma de intromisión o injerencia. Sin embargo, también afirma que la Iglesia tiene una función esencial en la sociedad donde está arraigada y que no puede permanecer en silencio frente a los grandes desafíos que se plantean en el presente. Sin involucrarse directamente en los asuntos políticos, debe expresarse claramente a favor de la dignidad humana y debe convertirse en el depósito de la conciencia para iluminar la toma de decisiones en quiénes tienen la alta responsabilidad de tomarlas.

¿Qué aporta la caridad más allá de la asistencia social?

La caridad, en un sentido tradicional, no transforma las estructuras de pecado que generan la injusticia y el sufrimiento de las personas, sino que se limita a paliar sus efectos. En la encíclica se recoge la objeción de Marx a la caridad cristiana y se responde a ella de un modo inteligente. La caridad cristiana en un sentido auténtico exige un serio compromiso con la justicia, una lucha contra las estructuras de pecado, pero ello no puede ser obstáculo para paliar y resolver las necesidades que ya se manifiestan en el presente. La lucha por un mundo futuro mejor no puede ser excusa para olvidarse de quienes sufren ahora y aquí. El amor agápico, pues, tiene su traducción social y política y debe ser generador de organizaciones y de estructuras que velen por un mundo más justo, pacífico y digno.

La participación de los laicos es un elemento clave que manifiesta Benedicto XVI ¿Cómo se puede hacer llegar el mensaje de esta encíclica al mundo de hoy para que los laicos se sientan convocados y haya apertura para su participación?

No es fácil responder a esta pregunta. Primeramente, se observa un problema de lenguaje. La encíclica es densa y profunda, en ocasiones, de difícil comprensión. Ello significa, que requiere de una adecuada divulgación, de una traducción en términos comprensibles, para que pueda comprenderse el alcance de lo que se defiende en ella. En plena sintonía con el Concilio Vaticano II, el Papa constata el valor de los laicos en la iglesia del presente y del futuro y les exhorta a un compromiso serio en la práctica del amor agápico.

¿Es esta encíclica un anuncio de un estilo de pontificado?

Creo que se trata de un texto programático, donde se contienen de un modo sintético las grandes líneas que se van a desarrollar durante el pontificado de Benedicto XVI. Se aborda lo esencial, pero, simultáneamente, se intenta mostrar como eso esencial no debe ser obstáculo, ni impedimento para el encuentro y el diálogo con otras tradiciones espirituales y religiosas.

El Papa se pregunta si se puede «mandar» el amor. ¿Qué opina de la relectura que hace del mandamiento nuevo?

Tal y como aborda el concepto de amor en la encíclica, el amor auténtico, esto es, el ágape que obedece a la lógica del don, no es un puro sentimiento, ni tampoco una emoción pasajera, sino un vínculo fuerte que une intensamente al otro y compromete internamente a la persona que lo vive. En sentido estricto, el amor no es un deber, pero tampoco un sentimiento inestable. El ágape vivido auténticamente es un don, algo que perfecciona a la persona y a la sociedad, también conlleva una dimensión de sacrificio, de fidelidad, de generosa entrega y de superación del amor sui y del narcisismo. Más que como un deber, el Papa exhorta a vivir el amor como un don, a descubrir la capacidad de amar agápicamente que hay en todo ser humano como ser capax amoris que es, entendiendo que cuando uno ama se ese modo experimenta una felicidad que no se puede comparar con ninguna otra.