En oración con Santo Cura de Ars

Escrito por Ecclesia Digital   

Misericordia y sacramento del perdón

¡Si comprendiéramos bien lo que significa ser un hijo de Dios, no podríamos hacer el mal (…) ser hijos de Dios, oh la bella dignidad!

La misericordia de Dios es como un arroyo desbordado. Arrastra los corazones cuando pasa.

No es el pecador que vuelve a Dios para pedirle perdón, es Dios que corre detrás del pecador y lo hace volver a Él.

 

Demos entonces esta alegría a este Padre bueno: volvemos a Él … y seremos felices.

 

El buen Dios siempre está dispuesto a recibirnos. ¡Su paciencia nos espera!

 

Hay quienes se dirigen al Eterno Padre con un corazón duro. ¡Oh, cómo se equivocan! El Eterno Padre, para desarmar su justicia, ha dado a su Hijo un corazón excesivamente bueno: no se da que no se tiene…

 

Hay quienes dicen: "hice demasiado mal, el Buen Dios no puede perdonarme." Se trata de una gran blasfemia. Equivale a poner un límite a la misericordia de Dios, que no tiene: es infinita.

 

Nuestros errores son granos de arena al lado de la grande montaña de la misericordia de Dios.

 

Cuando el sacerdote da la absolución, es necesario pensar sólo en una cosa: que la sangre del buen Dios se derrama sobre nuestra alma para lavarla, purificarla y hacerla bella cuanto lo era después del bautismo.

 

El buen Dios, al momento de la absolución, tira detrás de sus espaldas nuestros pecados, es decir se olvida, los cancela: no reaparecerán jamás.

 

No se hablará nunca más de los pecados perdonados. ¡Han sido cancelados, no existen más!

 

 

 

La Eucaristía y la comunión

 

Todas las buenas obras juntas no equivalen al sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios.

 

No hay nada más grande que la Eucaristía.

 

¡Oh mi hijos!, ¿qué hace Nuestro Señor en el Sacramento de su amor? Ha tomado su corazón bueno para amarnos, y extrae de este corazón una transpiración de ternura y de misericordia para ahogar los pecados del mundo.

 

¡Allí está quien nos ama tanto! ¿Por qué no amarlo?

 

El nutrimento del alma es el cuerpo y la sangre de un Dios. ¡Si uno lo piensa, se puede perder por la eternidad en este abismo de amor!

 

Venid a la comunión, venid a Jesús, venid a vivir de Él, para vivir por Él.

 

El buen Dios, queriendo darse a nosotros en el sacramento de su amor, nos ha dado un deseo profundo y grande que sólo Él puede satisfacer.

 

¡La comunión produce en el alma como un golpe de fuelle en un fuego que comienza a apagarse, pero donde todavía hay muchas brasas!

 

Cuando hemos comulgado, si alguien nos dijera: "¿Qué os lleváis a casa"?, podríamos responder: "Me llevo el cielo."

 

No decís que no sois dignos. Es cierto: no sois dignos, pero lo necesitáis.

 

 

 

La oración

 

La oración no es otra cosa que unión con Dios.

 

La oración es una dulce amistad, una familiaridad sorprendente (…) es un dulce coloquio de un niño con su Padre.

 

Más se reza, más se quiere rezar.

 

Tenéis un corazón pequeño, pero la oración lo agranda y lo hace capaz de amar a Dios.

 

No son las largas ni las bonitos oraciones que el buen Dios mira, sino las que vienen del fondo del corazón, con un gran respeto y un verdadero deseo de gustar a Dios.

 

¡Cuánto un pequeño cuarto de ahora que robamos a nuestras ocupaciones, a algunas cosas inútiles, para rezar le gusta!

 

La oración privada se asemeja a la paja esparcida por aquí y por allá en un campo. Si se enciende fuego, la llama tiene poco ardor, pero si se agrupa la paja esparcida, la llama se hace abundante y se levanta hacia el cielo: así es la oración pública.

 

El hombre es un pobre que necesita pedirle todo a Dios.

 

El hombre tiene una hermosa función, aquella de rezar y de amar… He aquí la felicidad del hombre sobre la tierra.

 

Vamos, mi alma, ve a conversar con el buen Dios, a trabajar con Él, a caminar con Él, a combatir y sufrir con Él. Trabajarás, pero Él bendecirá tu trabajo; caminarás, pero Él bendecirá tus pasos; sufrirás, pero Él bendecirá tus lágrimas. ¡Cuánto es grande, cuánto es noble, cuánto es consolador hacer todo en compañía y bajo la mirada del buen Dios, y pensar que Él ve todo, cuenta todo!…

 

 

 

El sacerdote

 

El orden: es un sacramento que pareciera que no se refiere a ninguno de vosotros y es un sacramento que se refiere a todos.

 

Es el sacerdote que continúa la obra de Redención sobre la tierra.

 

Cuando veis al sacerdote, pensáis en Nuestro Señor Jesucristo.

 

El sacerdote no es sacerdote para él mismo, lo es para vosotros.

 

Vais a confesaros con la Santa Virgen o con un ángel. ¿Os absolverán? ¿Os darán el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor? No, la Santa Virgen no puede hacer descender su Hijo divino en la hostia. Aunque tuvierais doscientos ángeles para vosotros allá, no os podrían absolver. Un sacerdote, por cuanto simple sea, puede hacerlo. Os puede decir: andáis en paz, os perdono.

 

¡Oh! ¡el sacerdote es de veras algo grande!

 

Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el más grande tesoro que el buen Dios pueda conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina.

 

El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús.

 

Dejáis una parroquia por veinte años sin sacerdote: se adorarán las bestias.

 

 

 

La Virgen María

 

La Virgen María es esta bella criatura que nunca disgustó al buen Dios.

 

El Padre ama mirar el corazón de la Santa Virgen María como la obra maestra de sus manos.

 

Jesucristo, después de habernos dato todo cuanto podía darnos, quiere todavía hacernos herederos de lo que tiene de más precioso, es decir de su Santa Madre.

 

La Virgen María nos ha generado dos veces, en la encarnación y a los pies de la Cruz: es, pues, dos veces nuestra Madre.

 

¡No se entra en una casa sin hablar al portero! ¡Pues bien, la Santa Virgen es la portera del Cielo!

 

El Ave Maria es una oración que no cansa nunca.

 

Todo lo que el Hijo pide al Padre se lo concede. Todo aquello que la Madre pide al Hijo le es igualmente concedido.

 

El medio más seguro para conocer la voluntad de Dios, es rezar a nuestra buena Madre.

 

Cuando nuestras manos han tocado aromas, perfuman todo lo que tocan. Hagamos pasar nuestras oraciones a través de las manos de la Santa Virgen, las perfumará.

 

Pienso que, al final del mundo, la Santa Virgen estará muy tranquila, pero hasta que el mundo dure, se la tira de todos lados…

 

 

 

 

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Fuente: Delegación del Clero de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara